Cuando el espectador habitual piensa en la Ultima Cena, inmediatamente imagina una distribución similar a la de Leonardo da Vinci, en su maravilloso fresco, con Cristo en el centro de la mesa, presidiendo la reunión. Esto nos da pie para darnos cuenta de que en realidad, esta distribución es arbitraria y ha sido difundida por la eficacia de un artista, que la imaginó de esa manera. Pero otras configuraciones son también posibles, y en el caso que ahora tenemos delante, las más frecuentes hasta su realización.Alberto Durero nos muestra a los Apóstoles, reunidos en una mesa de distribución horizontal con Cristo sentado en un lateral, de manera que el protagonismo se lo llevan los Apóstoles centrales que casi en pie, interpelan angustiosamente al Maestro acerca de lo que va a ocurrir. En contraste, la actitud de Cristo, de un bello perfil, se muestra serena, resignada, con uno de sus discípulos en el regazo.Justo en el otro lado, opuesto no sólo físicamente, tenemos el perfil de Judas, sentado de espaldas al espectador y con la bolsa asida fuertemente.
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En esta xilografía Durero se remite al modelo de Leonardo para distribuir a los comensales. Si en la Ultima Cena de la Galería Albertina el artista se había decantado por el modo tradicional bizantino para colocar a los personajes, en esta ocasión opta por la que habrá de ser la configuración tradicional en los siglos venideros. Incluso alude a la ventana que en Leonardo proporciona el resplandor a la cabeza de Cristo, aunque se limita a situarla cerca, como una llamada de atención, manteniendo el halo sobrenatural que emite Jesús, sin justificarlo con la luz natural del exterior. Obsérvese el gusto por la geometría y la perspectiva del autor, que ha colocado un eco a la ventana en la bandeja circular proyectada en profundidad justo debajo de la ventana, en el suelo.
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La Última cena que decora una de las celdas del lado norte del convento de San Marcos, es una de las configuraciones más peculiares de Fra Angelico. La escena está focalizada en la figura de Cristo, que reparte el pan y el vino entre los apóstoles. Ocho de ellos se sitúan sentados por detrás de la mesa en esquina, recortándose perfectamente sus figuras sobre el paño de fondo, de tonalidades de marrón mucho más fuertes que el resto de la pared. Todos ellos están aureolados y claramente caracterizados y, mientras algunos conversan entre ellos, otros rinden pleitesía a su maestro. Por delante de la mesa se sitúan los taburetes vacíos de los cuatro apóstoles que, de rodillas, ocupan un plano más cercano al espectador, a la derecha. De este grupo se destaca la figura del traidor, Judas Iscariote, con su nariz aguileña y una aureola de color oscuro que identifica su traición. En muy primer término, cerrando la composición por la izquierda, María, que no estuvo en la Última cena, contempla la escena con las manos en posición orante y de rodillas. Al fondo, el color claro de la pared, con dos ventanas y una puerta excavadas, amplificando el espacio, quedan perfectamente confeccionadas, entre la techumbre plana del edificio y las sombras que el proyecta el arco decorativo de la celda donde se sitúa el episodio.
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Para la decoración de la bóvedas de las galerías y las naves laterales de la iglesia de los Jesuitas en Amberes Rubens tuvo que "hacer de su mano los diseños de las treinta y nueve pinturas en pequeño formato, dejando su ejecución definitiva a Van Dyck y algunos otros de sus alumnos" según reza el contrato firmado el 29 de marzo de 1620. Las escenas ilustraban, en palabras del jesuita Michel Grisius "los misterios de nuestra salvación en paralelo entre el Antiguo y el Nuevo Testamento". Esta fórmula iconográfica medieval, en la cual cada escena del Nuevo Testamento estaba prefigurada en el Antiguo, ya estaba en desuso en el siglo XVII pero debemos advertir que todo el programa iconográfico había sido fijado por los propios jesuitas.La Ultima Cena es una de los más de 25 "modelli" que se conservan -los trabajos definitivos se perdieron en un incendio sufrido por la iglesia en 1718-. La acción se desarrolla sobre unas escaleras que conducen a la sala donde está Jesús con los apóstoles, cerrando la composición por la parte superior con un pesado cortinaje rojo que deja ver parte de un ventana, donde observamos que está cayendo la noche. El pintor pone el acento en la institución del sacramento, más que en el anuncio dramático de la traición de Judas, siguiendo el espíritu de la Contrarreforma. Así, en primer plano, se ubica san Pedro dispuesto a recibir el pan de manos del Salvador. Esta disposición recuerda a la escena de Abraham y Melquisedec.El maestro flamenco emplea una perspectiva de "sotto in sù" habitual en los techos venecianos del Renacimiento, tomando como referencia directa a Veronés, Tintoretto o Tiziano. Esther ante Asuero también forma parte de esta excelente serie con la que Rubens adaptaba de manera correcta las disposiciones del Concilio de Trento.
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La Arqueta de San Felices fue labrada después de 1090, posiblemente bien entrado ya el siglo XII. En sus escenas se pone de manifiesto una significativa influencia bizantina al mostrar mayor hieratismo en los personajes, aumentando el convencionalismo y reduciendo el hilo narrativo. La arqueta original fue destruida y en 1944 Granda realizó una nueva arqueta en plata, utilizando para la decoración los marfiles y las piezas de cristal de roca originales. Entre dichas escenas destaca la Última Cena, donde podemos observar la falta de perspectiva de la mesa y la representación del banquete eucarístico con los viejos símbolos cristianos del pan y los peces, en lugar del pan y el vino.
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En el estilo de Jacomart quedan patentes algunas muestras de la pintura internacional al tiempo que se manifiestan elementos tomados del Renacimiento italiano y de la pintura flamenca. La disposición de los comensales alrededor de una mesa redonda será una característica del Gótico pero como novedades encontramos la ubicación arquitectónica, el tratamiento de las anatomías y la plasticidad de sus figuras.
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La pintura de Cosimo Rosselli se interesará especialmente por los detalles anecdóticos y triviales, por lo que en esta composición pudo desarrollar en mayor medida su estilo particular. En primer plano encontramos una lucha entre un gato y un perro - donde se exhibe la escasa calidad animalística del pintor - junto a unas vasijas metálicas y algunas bandejas. Alrededor de una mesa semicircular se disponen los doce apóstoles con Cristo de espaldas al espectador; la escena se desarrolla en un interior y al fondo se presentan tres imágenes: la Oración en el huerto, la Captura de Jesús y la Crucifixión, a modo de tablas que decoran la estancia. La composición es acertada, interesándose por la perspectiva a través de las baldosas bicolores y el desarrollo en profundidad del techo, decorado con una delicada retícula de mármol. Las pilastras que separan las escenas del fondo tienen una decoración inspirada en el mundo clásico, pero las figuras carecen de fuerza expresiva, resultando algo arcaicas. Piero di Cosimo ayudó a su maestro en la ejecución de este fresco y en alguno más de la serie.
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Entre 1495 y 1497 se terminó esta Ultima Cena de Leonardo, que tanta trascendencia ha tenido para la historia del arte posterior. Se encuentra muy deteriorada desde el mismo momento de su realización, y ha ido empeorando con el tiempo, las restauraciones y los repintes. En la época de Leonardo era frecuente medir la habilidad de un pintor por su capacidad para pintar al fresco. Esta técnica es muy exigente y precisa de una gran labor previa para poder ejecutar el trabajo metro a metro, sin repintes, sin bocetos, sin correcciones. Leonardo jamás controló esta técnica. A cambio, inventó un método personal que le permitía corregir lo ya pintado. Sin embargo, los aglutinantes empleados o la calidad de los pigmentos no fue la óptima, y el color se degradó a los pocos meses de ser ya terminada. A ello se suman los problemas de humedad del refectorio, así como diversos avatares históricos: dos restauraciones en el siglo XVIII, el uso del refectorio como arsenal en la guerra de 1800, nuevas restauraciones... El encargo de la Ultima Cena lo efectuó Ludovico el Moro, duque de Milán. Lo quería para el monasterio de Santa María delle Grazie, que había convertido en la capilla familiar de los Sforza. El duque solía ir a cenar los jueves con el abad, y pidió a Leonardo que adornara la sala con este fresco. La composición de Leonardo ha resultado crucial. Su éxito se basa en la fuerza psicológica de la escena. Contra lo habitual hasta el momento, el pintor no centra la escena en el momento de la consagración del pan, la institución de la Eucaristía, sino en el momento en el que Cristo denuncia la traición de uno de los discípulos. Ante su palabra, cada discípulo reacciona de una manera diferente, lo que permite realizar a Leonardo un completo estudio de los temperamentos humanos: la cólera, la sorpresa, la incredulidad, la duda... la culpabilidad. Judas no está, como tradicionalmente, a un extremo de la mesa, sino en medio, sin hablar con nadie. No sólo eso. La manera tradicional de organizar un grupo tan abundante en un friso horizontal, se solía colocar dos grupos de seis a ambos lados de Cristo. Pero Leonardo los distribuye en grupos de tres. Destaca a Cristo no con los atributos conocidos, como el halo de santidad, sino con una ventana tras él, abierta al paisaje, cuya luz natural destaca su figura. La composición tuvo un enorme éxito y su repercusión alcanzó la obra de artistas tan consagrados como Alberto Durero, que llegó a variar incluso la composición de un grabado suyo para distinguirlo de la obra del italiano.
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Tiziano tuvo en Felipe II a su mejor cliente, realizando en sus últimos años numerosas obras para el monarca español, tanto de carácter profano -las famosas poesías- como sagrado. Entre estas últimas, de la que más documentación poseemos es la Ultima Cena que en 1574 fue trasladada a El Escorial, para ser instalada en el refectorio del monasterio. En esta ocasión será cortada por los cuatro lados, especialmente en la zona superior lo que resta majestuosidad a la arquitectura del fondo.Tiziano sigue a Leonardo en la organización compositiva, disponiendo a Cristo en el centro de una larga mesa y ubicando a los apóstoles en diferentes grupos alrededor del Salvador. En primer plano observamos una serie de cacharros de cobre con los que se acentúa la perspectiva y al fondo se abre un paisaje crepuscular muy del gusto del maestro de Cadore. Algunos especialistas consideran que trabajaron en el lienzo sus ayudantes, siendo de la mano de Tiziano la zona derecha, donde se puede reconocer a Pedro y Judás, representados ambos en un impactante "contrapposto". Una reciente restauración ha permitido eliminar los repintes que permiten confirmar la participación del maestro en buena parte del lienzo, reconociéndose en el rostro de San Pedro un autorretrato del pintor, en sintonía con el que guarda el Prado.Las luces empleadas crean contrastes efectistas muy habituales en la década de 1560, consiguiendo así crear un mayor dramatismo en las escenas. Los colores en este trabajo son bastante más variados, utilizando como base los rojos, azules, blancos y pardos. El resultado es una obra de gran impacto visual con la que Felipe II quedó altamente satisfecho.
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Varela depende mucho del Manierismo, precedente del Barroco. Esto podemos apreciarlo en una obra como la Ultima Cena, que ahora contemplamos. La composición resulta aglomerada, con un espacio agobiante, estrecho, muy elevado para poder presentar la mesa redonda alrededor de la cual se agolpan los Apóstoles. Todas las figuras están exaltadas, con movimientos agitados, gestos incisivos y rostros nerviosos. Los colores vibran llamando la atención y entre toda la crispación tan sólo la faz de Cristo aparece serena. Sin embargo, la técnica de Varela se interesa por la documentación de lo cotidiano, como puede comprobarse en los objetos de la mesa. Este interés por la vida diaria será lo que le ponga en conexión con la obra de los primeros pintores del Barroco sevillano, como fue Zurbarán, a quien probablemente conociera cuando llegó a Sevilla.