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El "terrorismo internacional" engloba dos facetas a menudo complementarias: la internacionalización y la transnacionalización. El terrorismo del primer tipo ha formado parte de una estrategia desestabilizadora en la dinámica de la política de bloques, y en él se han integrado tanto el apoyo que ciertos países otorgan a estos grupos armados como los acuerdos de colaboración entre distintas organizaciones terroristas para llevar a cabo campañas violentas de alcance global. El terrorismo internacional tuvo su momento culminante en los años setenta y primeros ochenta, precisamente en un contexto en el que las grandes potencias trataron de defender sus intereses geopolíticos de otro modo que con una guerra abierta de costes impredecibles. Los Estados modernos han hecho del terror y del terrorismo un instrumento más de su política interior y exterior. Determinadas agencias oficiales se han especializado en gestionar este tipo de violencia ilegal o dar apoyo a grupos subversivos para que ejecuten atentados contra los intereses vitales del potencial enemigo. Los Gobiernos revolucionarios cubano, norcoreano, argelino, libio, sirio, iraní o iraquí, pero también los proocidentales de Kuwait o Arabia Saudí, han apoyado financieramente de forma extensa a diversos grupos terroristas, sobre todo árabes. Miembros de la RAF han sido entrenados por el FPLP en Siria y Jordania, y encontraron refugio en Yemen del Sur, Cuba, Argelia, la URSS y la RDA. Las BR recibieron ayuda de países como Checoslovaquia y Bulgaria y se entrenaban en campos en el Líbano, Libia y Yemen. AD ha gozado en algún momento del apoyo del Gobierno libio y del grupo palestino de Abu Nidal para sus atentados contra instalaciones de la OTAN. Los activistas de ETA (m) se han adiestrado en Libia desde 1978, y han recibido ayuda ocasional de Cuba, Nicaragua o Argelia, y de países de Oriente Medio y del bloque socialista. Las vinculaciones internacionales del terrorismo negro adoptan formas igualmente tortuosas. Militantes neofascistas como Delle Chiaie fueron apoyados por la Junta Militar griega y, tras el atentado de piazza Fontana, buscaron refugio en la España de Franco (donde ciertos individuos aparecieron implicados en oscuras maquinaciones políticas durante la transición, como la matanza de Montejurra del 9 de mayo de 1976), para actuar después al servicio de las dictaduras de Pinochet en Chile o de García Meza en Bolivia. También parece demostrado que las estrechas relaciones tejidas entre los grupos neonazis europeos y norteamericanos han sobrepasado los contactos meramente informativos o de colaboración político-ideológica. La actitud de las grandes potencias respecto al terrorismo internacional está marcada por una ambigüedad bien calculada. En pura lógica leninista, la Unión Soviética condenó el terrorismo como un exponente de inmadurez revolucionaria, pero no hizo ascos a un eventual apoyo logístico efectuado de forma directa o a través de sus países satélites. En cuanto a los Estados Unidos, su postura oficial de abanderado del antiterrorismo internacional no le ha impedido sostener a movimientos armados de tipo nacionalista frente a regímenes socialistas en América Latina, Asia y Africa. En Europa occidental, el Gobierno norteamericano inspiró a fines de los cuarenta la creación de la Red Gladio, estructura secreta de subversión desplegada en varios países con el apoyo de la CIA, la OTAN y los servicios secretos de los Gobiernos afectados, para hacer frente a una eventual invasión soviética, y que con la estabilización de la Guerra Fría en los años sesenta desvió sus objetivos hacia el entorpecimiento de la actividad política legal de los partidos comunistas y el apoyo a las tramas del terrorismo neofascista, con la aquiescencia o tolerancia de algunas agencias estatales de seguridad. Otro fenómeno ligado a la internacionalización de terrorismo es la estrecha colaboración que se ha trabado en ocasiones entre grupos revolucionarios de distintos países. En 1972, ETA firmó comunicados conjuntos con la organización palestina Fatah, la guerrilla kurda, el Frente de Liberación Bretón y el IRA. Las BR han colaborado con la RAF, AD, la OLP y con el terrorista venezolano Ilitch Ramírez Sánchez, "Carlos". Pierre Carette, líder de las CCC belgas, mantuvo estrechas relaciones con fundadores de AD como Fréderic Oriach (jefe de losNAPAP), Nathalie Ménigon y Jean Marc Rouillan, fundador de los GARI, una organización terrorista plurinacional dedicada a subvertir el régimen franquista. La campaña de atentados contra instalaciones de la OTAN, emprendida en 1983-85 por grupos como las CCC, la RAF, las BR y AD, muestra indicios de coordinación terrorista internacional. Sin embargo, los ataques a instalaciones militares y los intentos de asesinato y secuestro de algunos jefes militares no impidieron el despliegue de los Pershing-2 y por ende minaron la credibilidad del movimiento pacifista europeo. El terrorismo transnacional tiene como origen un conflicto de tipo nacional o regional que es trasladado fuera de sus fronteras naturales tanto por imperativos de seguridad como por la mayor accesibilidad de los objetivos o por la necesidad de tener mayor eco propagandístico. Una enérgica respuesta estatal puede obligar a una organización terrorista a replegarse a otros lugares donde las condiciones le son más favorables, como ha sido el caso del IRA en la República de Irlanda, ETA en Francia o la OAS antigaullista y los activistas neofascistas italianos en la España de Franco. Este refugio forzado en países más acogedores ha provocado que, en ocasiones, estos grupos quedaran más expuestos a la instrumentalización o manipulación de potencias extranjeras, en función de sus intereses estratégicos particulares o para minar la estabilidad de otros países o áreas geográficas. En ese caso, la transnacionalización del terrorismo ha desembocado en su internacionalización. Parece un hecho comprobado que el terrorismo tiene mayores posibilidades de desarrollo en regímenes políticos democráticos y en países económicamente desarrollados, donde existen libertades civiles reconocidas, autonomía de los medios de comunicación, menor vigilancia personal y mayor concentración de objetivos potenciales. La larga estabilización política de las democracias occidentales y el clima generalizado de libertad y permisividad política desde 1945 relajaron la capacidad de prevención y represión del Estado, haciendo a estas sociedades más vulnerables al terrorismo. Por su escasa especialización inicial y su obligatoria sujeción a las leyes vigentes, los tradicionales métodos represivos, tanto legislativos como policiales, se encontraron con graves dificultades para afrontar y combatir con éxito la amenaza terrorista. Dos ejemplos pueden servir para ilustrar esta lenta adaptación y coordinación de las medidas internacionales de seguridad. Desde 1968 hasta 1972, la piratería aérea se convirtió en un acto habitual de protesta política. Para limitar estas acciones se firmaron los convenios de Tokio sobre delitos y otros actos cometidos a bordo de aviones (1963), de La Haya para la represión de la captura ilícita de aeronaves (1970) y de Montreal para la represión de actos ilícitos dirigidos contra la seguridad de la aviación civil (1971). La moda terrorista en los años ochenta fue la ocupación de embajadas y el secuestro de sus funcionarios. En estos casos, no parece haber surtido excesivo efecto el convenio sobre la prevención y la represión de los delitos contra las personas que gozan de protección internacional y los agentes diplomáticos firmado en Nueva York en 1973 por los países miembros de la ONU. Una vez que el terrorismo se transformó en una amenaza real, los Gobiernos occidentales no dudaron en aplicar medidas antiterroristas severas, que han arrojado un resultado muy desigual. Entre las decisiones coactivas de carácter judicial, se ha usado y abusado de las legislaciones especiales o de emergencia, a veces improvisadas e imprecisas, que han permitido suspender excepcionalmente algunos derechos constitucionales básicos, como el "habeas corpus", la inviolabilidad del domicilio, el secreto en las comunicaciones privadas, etcétera. A pesar del control jurídico, parlamentario y político a que están sometidas estas actuaciones, se han producido innumerables abusos en las fases de detención, interrogatorio, prisión preventiva, juicio y régimen penitenciario, que han fortalecido y legitimado coyunturalmente la acción terrorista. Dentro de las medidas estrictamente policiales, el declive del terrorismo en Europa occidental coincide con el desarrollo de sistemas internos de seguridad sofisticados, con la mejora y especialización de las agencias policiales y con la creciente coordinación internacional. En general, los Gobiernos han privilegiado la información sobre la pura y simple represión. La reorganización de los servicios de inteligencia, la mayor especialización en cuestiones terroristas y la coordinación ejecutiva de las diversas agencias policiales han abierto en ocasiones el camino a la casi completa erradicación de este tipo de violencia. El carácter global del fenómeno terrorista ha obligado también a una coordinación de carácter internacional que no ha sido siempre fácil de lograr. El Proyecto de Convenio para la prevención y represión del terrorismo internacional, presentado por el Gobierno de Estados Unidos el 25-IX-1972 ante la Asamblea General de la ONU tras la matanza de los Juegos Olímpicos de Munich tuvo en su contra a la mayoría de los países del Tercer Mundo y del bloque socialista, que temían que una coordinación antiterrorista a escala internacional perjudicase a los movimientos de liberación que actuaban en territorios ocupados, colonizados o sometidos a dictaduras de derecha. Desde 1949, el Consejo de Europa ha concluido varios tratados y acuerdos multilaterales, como el Convenio Europeo de Extradición (13-XII-1957) y el Convenio Europeo para la Represión del Terrorismo (27-I-1977). Pero esta coordinación no ha mostrado hasta ahora su eficacia, debido a las diferentes prácticas legales de los Estados miembros y sus temores respecto a una pérdida de soberanía jurídica. El 12-II-1985, los ministros de Asuntos Exteriores de los diez países de la Comunidad Europea acordaron en Roma la concertación policial de sus países a través de la creación del llamado Grupo de Trevi, que establecía la cooperación de los respectivos Ministerios del Interior en materia antiterrorista. A pesar de que el Tratado de Roma no menciona en modo alguno cuestiones de este cariz, la Comunidad Europea ha aprobado medidas de represión complementarias de las del Consejo de Europa. Ya en 1975, la Conferencia de Ministros de Justicia Europeos manifestó la necesidad de una coordinación legislativa para combatir el problema. El Acuerdo de Dublín de 4-XII-1979, accesorio al Convenio Europeo de 1977, permitió la adopción de un sistema común de extradición, la creación de un "espacio judicial" común, el estudio de problemas asociados con el terrorismo, el control de armas y la coordinación de sanciones comerciales contra los países supuestamente financiadores. El 14-II-1985, el Parlamento Europeo aprobó seis enérgicas resoluciones sobre la lucha contra el terrorismo, que han tenido su influencia en la elaboración de una estrategia jurídica represiva a escala comunitaria. En general, han ido ganando terreno en Europa tanto la teoría de que el terrorismo no puede ser excusado como una manifestación de defensa política, como el principio "aut dedere, aut judicare" ("extradita o juzga"), recogido en los diversos convenios antiterroristas de La Haya (1970), Montreal (1971), Washington (1971) y Nueva York (1974).Como instrumento desestabilizador, el terrorismo ha conseguido sobrevivir por ser uno de los recursos violentos menos costosos para mantener un estado de revuelta por largo tiempo, aunque su capacidad subversiva sea limitada. Sin embargo, el terrorismo político parece haber declinado en Europa occidental desde mediados de los ochenta. La desaparición de muchas de estas organizaciones demuestra el escaso apoyo popular a esta forma de lucha, sus flaquezas internas y la mayor eficacia de los medios estatales y paraestatales empleados en su represión. En la Europa poscomunista se asiste al rebrote de viejas formas de violencia política, entre ellas el golpe de Estado y el terrorismo vinculado a conflictos interétnicos en el marco de un proceso embrionario o generalizado de guerra civil, como es el caso de la ex Yugoslavia y de algunas repúblicas ex soviéticas del Cáucaso y Asia Central. En Occidente, el vacío protestatario dejado por el fracaso del terrorismo revolucionario y neofascista es ocupado por una violencia postmoderna, eruptiva, socialmente difusa, escasamente ideologizada, de baja intensidad y limitada capacidad subversiva, protagonizada por colectivos marginales como los habitantes de los guetos ciudadanos, los "skinheads", los "ultras" deportivos, los grupúsculos neonazis o los sectores juveniles radicalizados de grupos nacionalistas-separatistas. Una violencia contra la cual el Estado no ha encontrado aún un antídoto eficaz.
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A diferencia del terrorismo interno ideológico, revolucionario o contrarrevolucionario, el terrorismo nacionalista-separatista suele ser un fenómeno de larga duración que en determinadas regiones europeas ha sido capaz de institucionalizar una situación de enfrentamiento armado gracias a la articulación de un apoyo popular más estable y consistente y a la existencia de una larga tradición histórica de violencia individual y colectiva. Estos "movimientos de liberación nacional" han concebido la lucha terrorista como el prólogo de la lucha por la independencia. La organización terrorista aparece como el brazo armado de un movimiento nacionalista revolucionario de amplia base, que mezcla los mensajes patrióticos con la fraseología de tipo marxista-leninista, identificando de forma eficaz al enemigo extranjero con el enemigo de clase. Sin embargo, también parece cierto que, en no pocas ocasiones, el terrorismo ha actuado como refugio o vía de escape para un movimiento independentista que ha fracasado en su intento de conseguir apoyo de masas para una acción política legal.Irlanda mantiene una tradición de resistencia violenta a la ocupación británica que se remonta varios siglos atrás. A esta cultura de la revuelta, traducida en un amplio ciclo de rebeliones antibritánicas (1641, 1690, 1798, 1803, 1848, 1867 y 1882) se añade la fobia religiosa entre las minorías del Ulster, donde terrorismo, clandestinidad y paramilitarización siguen siendo factores habituales de la vida política.La paramilitarización de los grupos políticos se intensificó en los años previos a la Gran Guerra. En 1912-14, el protestante Ulster Unionist Council decidió la creación de la Ulster Volunteer Force -precedente de la organización armada homónima fundada en 1966- para oponerse a los nacionalistas católicos. La Irish Republican Broterhood respondió con la creación en noviembre de 1913 de los Irish National Volunteers, que con el Irish Citizen Army (organización defensiva del sindicato de transportes de Dublín) protagonizó el levantamiento del lunes de Pascua, el 24 de abril de 1916, verdadero hito en la lucha irlandesa por la independencia. De estos grupos paramilitares surgiría en 1919 el Irish Republican Army (IRA) como Ejército del Gobierno revolucionario irlandés. El IRA fue creciendo y desarrollándose al calor de la lucha guerrillera antibritánica de 1919-21. La violencia no finalizó con la creación del Estado Libre de Irlanda en 1921, sino que desembocó en una guerra civil en 1922-23, librada por el Gobierno de Dublín contra algunos grupos radicales (los Irregulars del IRA) que ansiaban la anexión del Norte por el resto del país. La reaparición esporádica del terrorismo en los años 1939-40, 1956 y 1962 no logró cambiar el statu quo decidido en 1921, ante la firmeza británica y la falta de apoyo del Gobierno de Dublín y de la población católica del Ulster. A mediados de los sesenta se desarrolló en Irlanda del Norte un nuevo espíritu activista generado por el movimiento de derechos civiles en protesta por la relegación política y social de la minoría católica. Las demostraciones pacíficas fueron adquiriendo tono violento en los años 1968-69, en parte por las contramanifestaciones de los protestantes radicales: los unionistas atacaron a los católicos en sus guetos, obligando el 20 de agosto de 1969 al Gobierno de Londres a declarar la ley marcial y ordenar la interposición de las tropas británicas.Por esa época, el IRA Official estaba en manos de simpatizantes comunistas y se adhería a una teoría gradualista que contemplaba la lucha por las reformas democráticas antes que la lucha por la independencia. Un sector de jóvenes militantes que deseaban dar prioridad a la lucha armada y algunos viejos partidarios de la acción directa militar protagonizó una escisión en octubre de 1969, de la que salió el Provisional Irish Republican Army (PIRA), grupo apoyado por buena parte de la comunidad católica desencantada con el pacifismo de sus líderes tradicionales. Según el programa Eura Nuva adoptado en 1972, los Provisionals buscaban el establecimiento de una república federal, democrática y socialista a través de una revolución en el conjunto de la isla. Si en un principio el PIRA contó sólo con 30 ó 40 militantes, en el verano de 1970 cobró una neta ventaja sobre el IRA histórico tanto en financiación como en armas y apoyo de los católicos norteirlandeses. A pesar de haber protagonizado algunos actos violentos en Irlanda e Inglaterra, el IRA Oficial suspendió sus actividades violentas en mayo de 1972, y sufrió una nueva escisión en diciembre de 1974, cuando apareció en escena el Irish National Liberation Army (INLA), un grupo armado más radical que el PIRA, con una doctrina marxista y antiimperialista que fue derivando hacia el empleo de la estrategia de la espiral provocación-reacción-represión y hacia actitudes gangsteriles condenadas por el IRA histórico. Como el antiguo IRA, los Provisionals eran dirigidos por un Comité Militar y estaban organizados en compañías, batallones y brigadas, con Belfast, Londonderry y la zona fronteriza (condado de Armagh) como principales bases. Esta estructura, en sintonía con la tradicional cultura paramilitar del independentismo irlandés, no era sin embargo la más apropiada para la lucha callejera que se iba a desplegar ampliamente en los años siguientes.El PIRA inició en 1969-70 su primera campaña violenta, con ataques a destacamentos militares y puestos de policía, que se coordinaron con la campaña por los derechos civiles. La situación se deterioró en los dos años siguientes, obligando a las autoridades británicas a intensificar la actuación militar, las detenciones y los internamientos administrativos. Para ese entonces, los Provisionals habían perfeccionado su reclutamiento, renovado su arsenal y ampliado sus recursos económicos. Los tumultos norteirlandeses alcanzaron su punto culminante en 1972. Los sucesos más graves ocurrieron en Londonderry durante el llamado Bloody Sunday -30 de enero-; tras una marcha de protesta católica por la política de internamientos, trece civiles fueron abatidos por soldados británicos, lo que provocó una fuerte escalada de violencia: centenares de atentados con explosivos, arrestos en masa, detenciones sin juicio y represalias unionistas hasta que, el 24 de marzo de 1972, el Gabinete de Londres asumió la gobernación directa del territorio, anulando temporalmente los poderes del Gobierno y el Parlamento autónomos de Belfast. La Ley sobre Medidas Urgentes en Irlanda del Norte de 25 de julio de 1973 amplió los poderes del Ejército en la zona.Desde el 1 de febrero de 1973, el PIRA reinició sus ataques contra las fuerzas de seguridad y objetivos situados en Inglaterra: el 7 de octubre de 1974 un artefacto causó en Guilford cinco muertos, y el 21 de noviembre dos bombas causaron 20 muertos y 180 heridos en dos pubs de Birmingham, dando lugar a la detención de sospechosos que fueron condenados a largas penas de prisión sobre la base de pruebas policiales dudosas. Los hechos de Birmingham aceleraron la promulgación, el 29 de noviembre de 1974, de una Ley de Prevención del Terrorismo que introdujo en todo el Reino Unido la legislación de emergencia aplicada en el Ulster por casi medio siglo. A fines de año, la policía británica puso a punto un amplio banco de datos que posibilitaba el control del 40 por 100 de la población de la provincia y que permitió actuar con éxito creciente en operaciones antiterroristas. Durante estos años, la comunidad protestante ha mantenido hacia Londres una actitud ambigua, a mitad de camino entre las protestas de lealtad y el chantaje de la violencia. El terrorismo protestante del Ulster Volunteer Force, el Ulster Freedom Fighters (creado en 1973) y otros grupos paramilitares unionistas, como la Ulster Defence Association y la Protestant Action Force, ha sido sobre todo un terrorismo de respuesta, a menudo indiscriminado, sobre pubs, negocios, transportes públicos y centros sociales católicos sospechosos de encubrir las actividades terroristas del PIRA.A mediados de los setenta, la situación del orden público en Irlanda del Norte comenzó a mejorar. En diciembre de 1973 se llegó en Sunningdale a un acuerdo para la formación de un ejecutivo provincial compuesto de católicos y unionistas. Aunque este pacto de cogobierno entre las dos minorías pareció insuficiente al IRA y lesivo a la minoría protestante, la violencia disminuyó. En enero de 1975, los Provisionals decidieron un alto el fuego unilateral para recomponer sus fuerzas y reorganizarse en pequeñas unidades operativas de 3-5 hombres. El número de víctimas mortales aumentó de nuevo debido a una nueva oleada de explosiones fuera del Ulster, pero la mayor eficacia de las medidas preventivas y de información permitió en los años siguientes una significativa reducción de los atentados y de las fuerzas militares implicadas en la zona, que comenzaron a ser sustituidas por tropas auxiliares del Ulster Defence Regiment (UDR) y agentes del Royal Ulster Constabulary (RUC), policía de los seis condados de composición mayoritariamente protestante. Impotente para lograr el equilibrio estratégico que marcara el camino de la victoria, el PIRA optó desde inicios de los ochenta por una guerra de desgaste basada en el ataque a objetivos económicos (quema de tiendas y almacenes, sabotajes a fábricas) y a instituciones de especial significado, como el RUC, a fin de obligar a los protestantes a claudicar. Aunque siguieron produciéndose emboscadas en la cercanía de la frontera irlandesa, la campaña terrorista se condujo a suelo inglés: bombas en los almacenes Harrods de Londres el 17 de diciembre de 1983; tentativa de asesinato de la premier Thatcher en el congreso del partido tory en el Grand Hotel de Brighton el 12 de octubre de 1984; oleada de atentados con explosivos en la City y en cuarteles de Irlanda del Norte en 1984-85 y nueva oleada de artefactos en el centro de Londres en 1992-93.Durante los años setenta, la actitud del Gobierno británico había consistido en calmar a los protestantes mediante el despliegue militar e iniciar una serie de gestos conciliadores hacia los católicos moderados, prometiendo una convención constitucional y una asamblea regional con representación proporcional. A mediados de los ochenta se abrió una etapa de conversaciones con Dublín que culminó en el acuerdo de Hillsborough Castle (15 de noviembre de 1985), que dio al Gobierno de Dublín el status de interlocutor en cualquier posible solución al problema del Ulster, y reafirmó su posición de que todo cambio constitucional en los territorios del Norte se efectuara con el consentimiento de la población. En estos últimos años, la paciente mediación del Partido Socialdemócrata y Laborista (SDLP, nacionalista moderado) ha acercado al PIRA a los unionistas y a los Gobiernos de Londres y Dublín a una solución viable y negociada. En 1994 se llegó a un principio de acuerdo, recibido por el PIRA con un alto el fuego indefinido desde el 31 de agosto, lo cual le ha permitido abrir negociaciones directas con el Gobierno británico. De 1969 hasta esa fecha el conflicto del Ulster había provocado más de 3.000 muertes.
obra
Cuadro emblemático en el que vemos reflejada una de las reuniones de intelectuales tan típicas en las tres primeras décadas del siglo XX. La acción se desarrola en uno de los cafés típicos madrileños, de igual nombre que el que se indica en el título de cuadro, el café Pombo. Antes de ser propiedad del Museo de Arte Contemporáneo, el cuadro perteneció a Ramón Gómez de la Serna, a quien vemos retratado en el centro de la composición. Este retrato múltiple, nos da a conocer la imágen de muchos de los intelectuales de la época: Manuel Abril, Tomás Borrás, José Bergamín, José Cabrero, Mauricio Bacarisse, Pedro Emilio Coll, Salvador Bartolozzi, incluyéndose él mismo pintor entre ellos en un maravilloso autorretrato. Destaca la sobriedad de los retratados y los colores oscuros que utiliza, que tan característicos son del artista.
Personaje Religioso
En el año 195 Tertuliano se convirtió al cristianismo. Antes de esa fecha se había dedicado a la práctica forense y a cultivar su intelecto gracias a la educación literaria y retórica recibida, tanto de procedencia romana como griega. Esa formación se manifiesta claramente en su obra "Apologeticum" en la que intenta rebatir las acusaciones contra los cristianos dirigidas por los paganos. Exaltó la ortodoxia y se convirtió en el defensor de la lucha contra la herejía al manifestar que sólo los portavoces autorizados de la Iglesia pueden interpretar las "Escrituras".
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Algunos cientos de miles de españoles, entre los que predominaban los varones de las clases medias, se organizaban en distintas sociedades. La más común en los años centrales del reinado de Isabel II eran los casinos y lo que la estadística denomina eufemísticamente sociedades artístico-recreativas. En ellos, los hombres (las mujeres organizaban sus veladas en las casas y a las puertas de los templos), hablaban, jugaban a los naipes, leían la prensa o simplemente sesteaban durante horas. Este tipo de sociedades estaban muy diseminadas por todas las ciudades. Las más pequeñas como, por ejemplo, Toledo, Palencia o Ávila contaban con un casino. En Barcelona, Palma o Zaragoza había más de siete sociedades de este tipo. Incluso en ciudades no muy grandes, como Bilbao, Vitoria y Oviedo había cinco o seis sociedades, porque los grupos sociales de clases medias y altas estaban muy diferenciados. Sin embargo, en ciudades mayores como Madrid, con cuatro casinos, Sevilla, con cinco, Valencia, con dos, el número de sociedades no era muy grande. Los casinos se extendían igualmente por la mayor parte de los pueblos más o menos grandes y centros comarcales de toda España. Por ejemplo, había treinta casinos en los pueblos de la provincia de Jaén, 49 en Gerona, 35 en Navarra, 22 en Sevilla, 2 en Toledo, 6 en Palencia y 3 en Ávila... hasta un total de 455. Hubo otro tipo de sociedades, más específicas, donde grupos de aficionados a las manifestaciones artísticas se organizaban para cantar, representar obras de teatro o bailar. La gran mayoría de las sociedades de música establecidas en capitales de provincia se concentraban en Barcelona, 59 de un total de 76. También destacaba Barcelona en las sociedades de teatro: 32 estaban en la Ciudad Condal, otras 10 en Madrid y seis en Valencia. El reinado de Isabel II es también el periodo de difusión de los conservatorios de música. El de Madrid se había creado en 1830 y fueron muchos los creados en capitales de provincias. Más común que todas estas agrupaciones era la reunión más o menos informal en los cafés, fondas y bares: la españolísima tertulia, sin socios ni cuotas, de grupos de amigos o afines por razones de trabajo o ideología. En el primer tercio del siglo XIX, antes de que se institucionalicen los ateneos, surgieron las tertulias de los cafés, con un carácter cultural y político, que cumplieron una función decisiva en la difusión de la ideología liberal, a imitación de lo que había ocurrido en la Francia revolucionaria. Bahamonde y Martínez describen las tertulias como espacio de producción cultural, más allá de lo político, sobre todo en el plano literario. En los inicios del liberalismo, lo político y lo literario rara vez aparecen disociados, como protagonistas de una bohemia cultural. Los años 30 están representados por El Parnasillo, café emblemático que reúne en un ambiente romántico a intelectuales. Allí acudieron los escritores Larra, Espronceda, Ventura de la Vega, Patricio de la Escosura, Bretón de los Herreros, Gil y Zárate..., los pintores Madrazo, Esquivel, Jimeno..., los arquitectos Mariátegui, Colomer, Aníbal Alvarez..., el editor de obras teatrales Manuel Delgado, el director del Teatro Príncipe Grimaldi... Pasada la eclosión romántica, el café y la tertulia continuaron siendo espacios de intelectualidad en los que confluían producción cultural y debate político.
lugar
Capital de la provincia que lleva su mismo nombre, está situada en la Comunidad de Aragón. Cuenta con una población de alrededor de treinta mil habitantes y se sitúa a 915 m. sobre el nivel del mar. Las primeras referencias a Teruel aparecen en las crónicas musulmanas del siglo X, aunque su pasado es celtíbero y tuvo ocupación romana. Una de las leyendas más extendidas sobre su origen es que, en tiempos lejanos, la ubicación de las villas se realizaba sirviéndose de un animal salvaje; se perseguía a éste y, en el lugar donde era cazado, se erigía un santuario alrededor del cual se construía el asentamiento. Su nacimiento como núcleo de importancia hay que situarlo en la Reconquista, cuando el rey Alfonso II decide fundar una villa con el fin de organizar las fronteras del Reino ante la conquista de Valencia por los almohades. En 1171 el rey entra en Teruel, finalizando la dominación musulmana de la ciudad, si bien la población islámica permaneció mayoritariamente en ella. Fruto de esta coexistencia fue un extraordinario arte mestizo, del que Teruel conserva numerosos ejemplos. Se trata del mudéjar, del que se conservan cinco torres, las mejores de las cuales son las llamadas de San Salvador y de San Martín, edificadas en el siglo XII. Es también digna de mención la catedral, de construcción posterior, cuya torre es uno de los mejores monumentos del arte aragonés. Contiene además un excelente artesonado, fechado en el primer cuarto del siglo XIV. La iglesia de San Pedro, de 1196, cuenta con un bonito ábside gótico-mudéjar, y junto a ella se puede ver el sarcófago que contiene los restos de los dos personajes más famosos de la ciudad, los "amantes de Teruel", Isabel de Segura y Diego Marcés de Marcilla. En los siglos XVII y XVIII Teruel sufrió importantes remodelaciones urbanísticas y reformas en todos los edificios religiosos, levantándose además palacios de influencia renacentista. El año 1883 es un año importante para Teruel, ya que se convierte en capital de la provincia. La Guerra Civil fue especialmente cruenta en la ciudad; en una de sus ofensivas, en el otoño-invierno de 1937, los ejércitos republicanos consiguieron conquistarla. Sin embargo, y en uno de los inviernos más crudos que se recordaban, las tropas franquistas la reconquistaron. Actualmente, Teruel está llevando a cabo campañas destinadas a atraer la atención de la opinión pública debido a su abandono respecto de otras capitales de provincia; de momento, su campaña de "Teruel Existe" al menos ha llamado la atención de los medios de comunicación sobre la situación en que se encuentra toda la región.
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A lo largo de un siglo, entre 1250 y 1350 aproximadamente, la ciudad de Teruel vivió al compás de su desarrollo urbano un extraordinario periodo de esplendor del arte mudéjar, de valor tan excepcional que la UNESCO le ha otorgado, en 1986, el título de Patrimonio de la Humanidad. El mudéjar es un fenómeno singular, privativo del arte español, nacido y desarrollado en la España medieval cristiana como consecuencia de la pervivencia de lo islámico, una realidad artística nueva en la que se funden elementos formales de Oriente y de Occidente y que, como apostillase Menéndez Pelayo, constituye el único estilo artístico del que España puede presumir como propio. La riqueza y diversidad del mudéjar hispánico encuentra en la ciudad de Teruel un foco singular de inusitada importancia. El mudéjar turolense se halla en relación tan estrecha con las circunstancias históricas de la fundación y del desarrollo urbano de la ciudad que los primeros pasos para su mejor comprensión deben darse, en sentido estricto, recorriendo el solar medieval de la ciudad. El nombre de Teruel deriva del topónimo árabe Tirwal, con el que las fuentes árabes se refieren a un núcleo poblacional islámico del que no se ha podido establecer su emplazamiento ni su verdadera dimensión. Así, pues, tal como defiende el malogrado historiador medievalista Antonio Gargallo, la ciudad de Teruel fue fundada de nuevo por el rey aragonés Alfonso II, tras alcanzar por conquista estas tierras altas del Sur de Aragón en el año 1171, decidiendo asentar un núcleo de población cristiana en esta zona de frontera, a modo de avanzadilla aragonesa frente al poder de los almohades, que se mantenía intacto en la ciudad de Valencia, concediéndole su fuero en el año 1177. Estas circunstancias históricas de la fundación de la ciudad van a reflejarse tanto en el plano urbano como en la estructura social de su población medieval y en sus manifestaciones artísticas. El recinto medieval, emplazado sobre una alta muela bordeada de profundos barrancos, en la margen izquierda del río Turia, responde al modelo de ciudad cristiana ideal, impulsado a partir de este momento por la Corona de Aragón en la repoblación del Levante peninsular. Es una ciudad de planta rectangular amurallada, de trazado hipodámico, sólo roto por el relieve en su cota más alta, al sureste, mientras en el resto se mantiene el trazado regular de sus calles, con cuatro puertas principales de entrada en el centro de sus lados, orientadas a los cuatro puntos cardinales, y que reciben los nombres de puerta de Daroca (al Norte), de Zaragoza (al Este), de Valencia (al Sur) y de Guadalaviar (al Oeste), conservándose en la actualidad tan sólo la primera de las citadas. Desde estas puertas parten las calles principales, que se cortan transversalmente en el centro, donde se abre la plaza mayor o del mercado, hoy denominada plaza del Torico. La ciudad quedó repartida en nueve parroquias, con la principal dedicada a Santa María de Mediavilla, actual catedral, en su centro teórico, mientras las ocho restantes se distribuían cuatro a cada lado, con una perfecta integración de su arquitectura en el plano urbano. En efecto, una de las notas peculiares del urbanismo turolense consiste en que las torres de las iglesias se elevan en su parte baja sobre un gran arco apuntado, que permite el paso de la calle bajo el mismo, con lo que estos campanarios mudéjares, además de su función religiosa, jugaban un importante papel de control viario. Al no existir una ciudad musulmana anterior sobre este solar, como se ha defendido, tampoco hubo en origen una aljama de moros ni un espacio cerrado para la morería. Precisamente el carácter peculiar de la morería turolense consiste en que se formó por moros inmigrados, primero por moros cautivos, procedentes de la reconquista de Valencia, redimidos por el trabajo y después, en 1285, por una campaña de repoblación mudéjar apoyada por el rey Pedro III. Por esta razón los mudéjares no fueron alojados en una morería cerrada y emplazada fuera de los muros de la ciudad, como era lo habitual, sino en régimen abierto, dispersos por el caserío, con una particular concentración al Norte, entre la puerta de Daroca y la iglesia de San Martín. Esta condición de inmigrados de los mudéjares turolenses ha dejado una profunda huella en las características formales del arte mudéjar, verdadero foco de novedades estructurales y ornamentales llegadas de fuera. Por lo que respecta a la estructura social de la población, al tratarse de una ciudad de frontera frente al Islam, ha de valorarse asimismo el peso político de los caballeros villanos, que intervinieron de un modo decisivo en la reconquista levantina y en la configuración de una sociedad militarizada, tal como se corrobora en las escenas de cabalgada, torneo y caza representadas en la techumbre mudéjar de la catedral. Estructura social y arte mudéjar andan intrínsecamente relacionados. Podemos entrar en el recinto medieval de la ciudad desde el Oeste, por la desaparecida puerta de Guadalaviar; a muy escasa distancia se alza la torre mudéjar de El Salvador, que domina vigilante la calle a la que da nombre en el recorrido hasta la plaza mayor. De la fábrica medieval de la parroquia de El Salvador tan sólo se ha conservado esta torre mudéjar, ya que la iglesia actual fue edificada de nuevo en estilo barroco, tras hundirse la primitiva el 24 de mayo de 1677. La torre de El Salvador no se halla datada documentalmente, aunque por sus características formales, muy similares a la San Martín (1315-16), se le asigna la misma cronología. En todo caso estas fechas concuerdan con la noticia, publicado por Alberto López Polo, según la cual el 11 de abril de 1277, el obispo de Zaragoza, don Pedro Garcés, autorizaba al racionero de la parroquia de El Salvador, mosén Pedro Navarrete, a obtener fondos en toda la diócesis para destinarlos a la obra de la iglesia y campanar de la misma. Una inscripción sobre la piedra sillar que refuerza la base de la torre nos informa de que esta obra de consolidación fue realizada en el año 1650. La torre ha sido restaurada varias veces en el siglo XX, la última a cargo de los arquitectos Antonio Pérez y José María Sanz. Su interior ha sido dispuesto para la visita turística, por lo que esta torre de El Salvador es la más adecuada para subir hasta el cuerpo de campanas y constatar la estructura interna, similar a la de los alminares de época almohade. Se comprueba que está formada por dos torres, la exterior de ladrillo y la interior de mampostería de yeso, quedando entre ambas las escaleras, con la torre interior dividida en tres estancias en altura, cubiertas, una con bóveda de crucería y otras dos con cañón apuntado. Esta disposición va coronada en lo alto por el cuerpo de campanas. Algunas notas formales corroboran el carácter evolucionado y tardío de esta torre, la más reciente de todas las turolenses si no tenemos en cuenta la desaparecida y efímera torre de San Juan, conocida como "la fermosa", construida en 1343-44 y destruida, ya en 1366, con motivo de la ocupación de ciudad por las tropas castellanas durante la guerra entre Pedro I de Castilla y Pedro IV de Aragón. Así, el arco de la parte baja, que da paso a la calle, ya no cierra con bóveda de cañón apuntado, como en las otras, sino con bóveda de crucería sencilla. Mayor madurez artística se advierte asimismo en el sistema decorativo, en el que alcanzan cada vez mayor extensión los grandes paños ornamentales en ladrillo resaltado. Ello sucede tanto con los paños de arcos mixtilíneos entrecruzados como con las series de lazos de cuatro formando estrellas de ocho puntas combinadas con cruces. Incluso las bandas en zig-zag se potencian al hacerse dobles. Por lo demás, la cerámica aplicada sigue la tendencia formal ya presente en la torre de San Martín, es decir, una mayor variedad de piezas, menor formato de las mismas y más amplia gama de colorido. Con todos estos elementos formales se logran efectos de falta de peso y de movilidad luminosa, que son pervivencia de la estética islámica en la arquitectura mudéjar. Próxima a la plaza mayor, hacia el Sureste, la torre de San Pedro se eleva a los pies de la iglesia y su construcción, datable a mediados del siglo XIII, pondría fin a una primera campaña edilicia románica, de la que sólo se ha conservado la torre. Por su tipología y decoración, esta torre de San Pedro ha sido relacionada siempre con la de Santa María, que según la documentación turolense fue construida entre 1257 y 1258. Esta torre de San Pedro se puede datar, según los últimos análisis, en 1240, por lo que algunos estudiosos defienden su precedencia cronológica sobre la de Santa María. El cuerpo original de campanas fue macizado en el año 1795 para sobreponerle un remate de sobrio carácter neoclásico. Tras la guerra civil española de 1936-39, el arquitecto Manuel Lorente Junquera eliminó el remate neoclásico, recuperando el cuerpo original de campanas. Hoy, de nuevo, la torre ha sido restaurada por Antonio Pérez y José María Sanz. Esta torre, como las demás, abre en la parte baja en arco apuntado, aquí de doble rosca, dejando pasar la calle bajo la misma. Comparte con la de Santa María una estructura interior de tradición cristiana, constituida por una sola torre, dividida en pisos. También comparte con la de Santa María el sistema ornamental, en el que destaca el friso de arcos de medio punto entrecruzados, cuyo precedente formal islámico se encuentra en la fachada de la mezquita de la Aljafería de Zaragoza, así como la aplicación de la cerámica mudéjar en su serie verde y manganeso. Entre los elementos de interés ornamental de la torre se cuenta una serie de capiteles en piedra tallada. Mariano Navarro Aranda ya llamó la atención sobre uno de ellos, en el que se representa una hamsa o mano de Fátima, tema que, según Juan Antonio Souto, fue introducido por los almohades, con representación en la cerámica esgrafiada de la primera mitad del siglo XIII y que simboliza básicamente la fe del Islam y la protección contra los maleficios. La actual fábrica mudéjar de la iglesia de San Pedro sustituyó a la anterior de época románica, ya aludida; a la fábrica actual se refieren, sin duda, algunas noticias documentales exhumadas por Alberto López Polo, como la de su construcción, en 1319, la obligación de edificar su claustro por parte de Francisco Sánchez Muñoz en 1383 y, por último, la consagración de la iglesia en 1392. Todas estas noticias casan bien con las características estructurales y formales de la actual iglesia de San Pedro, que sigue la tipología de iglesia-fortaleza mudéjar establecida en la iglesia parroquial de Montalbán, particularmente en la zona del ábside. Este ábside es de planta poligonal, de siete lados, con capillas entre los contrafuertes, y con la característica tribuna o andito sobre las capillas. Por el exterior este ábside de San Pedro se halla muy decorado, con paños de ladrillo resaltado, y con contrafuertes que se alzan en forma de torreoncillos octogonales, más esbeltos y desarrollados que en la iglesia parroquial de Montalbán, a los que imitan, con un aire orientalizante. Tanto el interior de la iglesia como el del claustro fueron objeto de una reforma modernista en la primera década del siglo XX, en la que intervinieron el arquitecto Pablo Monguió Segura y el pintor decorador Salvador Gisbert, una actuación que modificó profundamente todo el conjunto. En la actualidad se trabaja con lentitud en un vasto proyecto de restauración del monumento. La catedral de Santa María está situada cercana a la plaza mayor, en el centro de la ciudad, haciendo gala de su advocación antigua de iglesia Santa María de media villa, ya que no adquirió el rango de catedral hasta el año 1587, fecha en que se creaba la diócesis de Teruel. Como en el caso de San Pedro, la torre de Santa María es también el elemento más antiguo de todo el conjunto y fue construida, como se ha dicho, entre 1257 y 1258, cerrando asimismo una campaña edilicia románica desarrollada durante la primera mitad del siglo XIII. Aunque aquí las tres naves de época románica no fueron demolidas sino consolidadas, reduciéndose a la mitad el número de los arcos de separación de las mismas y recreciéndose sus muros en altura, que conforman las tres naves actuales, de las que la central se cubre con la famosa techumbre mudéjar. Los análisis recientes han dado la fecha de 1250 para esta torre de Santa María, que coincide con su datación documental. Junto con la coetánea de San Pedro constituye el arquetipo más antiguo de torre mudéjar turolense, entre cuyos elementos peculiares destaca en primer lugar el arco apuntado de su parte inferior, que deja pasar bajo el mismo el trazado viario, una fórmula que cuenta con suficientes precedentes en la arquitectura de la época, incluida la italiana. De este modo las torres campanario se integran de manera perfecta en el sistema urbano. Asimismo hay que destacar los aspectos ornamentales de raigambre islámica, ya señalados para la torre de San Pedro, es decir, los arcos de medio punto entrecruzados y la cerámica en verde y manganeso aplicada como decoración arquitectónica en sus diversas formas de azulejos, discos o platos y fustes. En el interior de la catedral la techumbre mudéjar que cubre la nave central constituye una obra singular y única en el mudéjar hispánico, tanto por su estructura como por su decoración, confluyendo en ella dos tradiciones artísticas, la islámica de raíz oriental y la cristiana de raíz occidental, que se funden en una manifestación artística nueva. Ha sido denominada "Capilla Sixtina" del arte mudéjar. Aunque se carece de referencias documentales sobre su realización, todos sus elementos apuntan a una cronología relativa situable en el último cuarto del siglo XIII. Por lo que hace a la crítica de autenticidad, durante la última guerra civil de 1936-39 una bomba destrozó la última sección de los pies, restaurándose posteriormente de forma abusiva toda la techumbre, entre 1943 y 1945, por técnicos de Regiones Devastadas. Últimamente, entre 1996 y 1999, se ha realizado una campaña de intervención bajo la dirección técnica del Instituto del Patrimonio Histórico Español, habiéndose llevado a cabo una destacada labor de estudio, limpieza, consolidación y tratamiento de esta techumbre. Estructuralmente conforma una armadura de madera de par y nudillo, con dobles tirantes, dentro de la tradición de la carpintería almohade. No es muy frecuente la conservación de armaduras de este tipo tan antiguas, habiéndose señalado algunos ejemplos coetáneos en la ciudad de Toledo (en la iglesia de Santiago del Arrabal y en la sinagoga de Santa María la Blanca). En el caso de la catedral de Teruel, cuyas naves habían sido recrecidas sin dotarlas de los contrafuertes necesarios para su posible abovedamiento, esta techumbre aportaba una solución de cubierta muy adecuada ya que su estructura reparte la carga por igual sobre los muros. Mayor es todavía el interés artístico de la ornamentación tanto geométrica como vegetal y, en particular, la figurada, que atesora un repertorio de imágenes sin igual. Aplicada al temple sobre la madera y en estilo gótico lineal, no predominan las imágenes sagradas, entre las que destaca un ciclo de la Pasión, sino las profanas, con representación de las diferentes clases sociales y de sus actividades. Llaman la atención las escenas de cabalgada, torneo y caza de los caballeros villanos, así como los diversos oficios y trabajos de los carpinteros, de los pintores o de los músicos. Otras imágenes, de carácter alegórico o simbólico, proceden de la tradición figurativa de los bestiarios o pueden estar relacionadas con los temas literarios. Sin embargo, no se aprecia un orden coherente en la disposición de las imágenes en el espacio de la techumbre y los estudiosos han discutido sobre su función y significado general. En una valoración global de esta obra no hay que olvidar el horizonte histórico que la hizo posible, es decir, de la ciudad y de la sociedad turolenses en torno a 1285. Tras el recrecimiento de las naves en altura y la instalación de la techumbre mudéjar, las obras de la catedral continuaron hacia la cabecera, realizándose el crucero y los ábsides en 1335. Hay que esperar a la Edad Moderna, cuando la necesidad de una iluminación más potente para el nuevo retablo mayor del escultor Gabriel Joly, realizado en primorosa talla de madera en su color y asentado en el año 1536, obliga a plantear la construcción de un nuevo cimborrio. Fue diseñado por el maestro Juan Lucas, alias Botero, y construido en 1538 bajo la dirección de Martín de Montalbán. Este cimborrio de la catedral de Teruel es, por cronología, el segundo de los aragoneses, tras el de La Seo de Zaragoza, cuya estructura de raigambre musulmana reproduce, si bien al exterior son más evidentes ya los nuevos elementos formales del Renacimiento, como los bustos clipeados. Es la única manifestación del mudéjar turolense que por cronología queda fuera del siglo de esplendor medieval. Hacia el Norte de la ciudad medieval, dominando la calle longitudinal de Los Amantes, sobre la que se eleva, muy próxima a la puerta de Daroca, la torre mudéjar de San Martín es, como en el caso de El Salvador, el único resto mudéjar de la parroquia de su nombre, habiendo sido transformada por completo la iglesia en época barroca. Esta torre fue construida entre 1315 y 1316 según la documentación turolense, como se ha dicho. Su reparación es la más antigua conocida, puesto que según datos documentales, utilizados ya por José María Quadrado, la torre fue profundamente reparada por el ingeniero y arquitecto francés Quinto Pierres Vedel, entre 1549 y 1551. La reparación consistió básicamente en construir en la parte baja de la misma un muro de piedra sillar en talud, que le sirve de apeo. Se adquirieron entonces unas casas al monasterio de la Santísima Trinidad para desembarazar la torre de construcciones anejas y proporcionarle una plaza ante la misma, idea urbanística moderna. En el siglo XX ha sido objeto de diversos estudios y restauraciones, destacando los de Ricardo García Guereta en 1926. La torre de San Martín sigue por un lado fiel al sistema turolense de abrir un arco en la parte baja para dar paso a la calle, pero por otro introduce una destacada novedad estructural, la de alminar almohade, ya vista en la torre de El Salvador y que las diferencia del arquetipo antiguo de las torres de Santa María y San Pedro. También son muy notables las novedades ornamentales, sobre todo en la labor de ladrillo resaltado, donde es evidente el influjo almohade en las composiciones. Además, la decoración cerámica muestra un importante avance sobre la etapa anterior, al enriquecer la gama cromática y la variedad de las piezas aplicadas, disminuyendo por otra parte su tamaño. Como recordaba Francisco Íñiguez, estas torres no son otra cosa que un alminar islámico al que se le ha superpuesto un cuerpo cristiano de campanas. La de San Martín es, sin duda, el arquetipo más logrado, incluido un defecto inicial, el no haber resuelto adecuadamente la cubierta del cuerpo de campanas ya que, a fin de cuentas, constituye un elemento extraño al sistema de trabajo mudéjar.
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Entre 1250 y 1350 la ciudad de Teruel vivirá un periodo de esplendor del arte mudéjar. El recinto medieval turolense presenta una planta amurallada, con cuatro puertas orientadas a los puntos cardinales: la de Daroca, al norte; la de Zaragoza, al este; la de Valencia, al sur y la de Guadalaviar, al oeste. Desde estas puertas parten las principales calles que se cortan en el centro, donde hoy se sitúa la plaza del Torico. La Torre de El Salvador se alza en las cercanías de la puerta de Guadalaviar. Se levantó en los primeros años del siglo XIV y está constituidas por dos torres: la exterior, de ladrillo, y la interior, de mampostería, quedando entre ambas las escaleras. El arco de la parte baja se cubre con bóveda de crucería. En la decoración podemos observar una sucesión de arcos mixtilíneos entrecruzados y series de lazos de cuatro formando estrellas de ocho puntas combinadas con cruces. La Torre de San Pedro se eleva en las proximidades de la Plaza Mayor. Se fecha a mediados del siglo XIII y en su parte baja encontramos el habitual arco apuntado, de doble rosca. En el sistema ornamental se destaca el friso de arcos de medio punto entrecruzados, así como las tonalidades verdes de su cerámica. En el centro de la ciudad se halla la Torre de Santa María, la catedral. Fue construida entre 1257 y 1258, destacando algunas particularidades como el arco apuntado de la parte inferior, la decoración en tonalidades verdes o los arcos de medio punto entrecruzados. Hacia el norte de la urbe se ubica la Torre de San Martín, construida entre 1315 y 1316. Sigue fiel al sistema de abrir un arco en la parte inferior, así como a la decoración de ladrillo resaltado y cerámica, enriqueciendo la gama cromática y reduciendo el tamaño de las piezas. Como bien dijo Francisco Iñiguez, estas torres no son otra cosa que un alminar islámico al que se le ha superpuesto un cuerpo cristiano de campanas.