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Para el techo de la iglesia de los agustinos del Santo Spiritu de Isola realizó Tiziano una serie de tres lienzos en los que se prefigura el sacrificio de Cristo. Se trata del Sacrificio de Isaac, el Triunfo de David y Caín y Abel. Abraham es el primer patriarca del pueblo hebreo. Abandona su patria, la Ur de los caldeos, obedeciendo la voluntad de Dios y no duda en sacrificar a su hijo Isaac siguiendo los dictados divinos, pero el Señor evita esta terrible prueba enviando a un ángel para detener el brazo del patriarca en el momento previo a asestar el golpe definitivo. Este momento es el elegido por Tiziano para realizar su trabajo. Así la monumental figura del patriarca eleva su mirada hacia el ángel que detiene su espada, mientras con la mano izquierda sujeta al pequeño Isaac, situado sobre el altar donde se va a realizar el sacrificio. Un cordero y una mula acompañan a las figuras protagonistas. Los escorzados cuerpos presentan un esquema giratorio que acentúa el dramatismo del momento, al igual que la violenta diagonal que recorre el lienzo de derecha a izquierda. La influencia del arte clásico y de la pintura de Pordenone, Correggio, Giulio Romano y Miguel Angel se ponen claramente de manifiesto en esta obra, aportando el maestro veneciano su particular versión de la luz y el color, resultando una imagen de gran impacto visual. A ello también ayuda el dramatismo de los gestos y el empleo de la perspectiva de "sotto in sù". Las tonalidades anaranjadas y verdes están tomadas del manierismo. Cuando la obra era contemplada en su lugar original -desde 1656 el conjunto se encuentra en la sacristía de la iglesia de Santa Maria della Salute de Venecia- formaba parte de una disposición unitaria en el que la intensidad dramática se vería reforzada.
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Domenichino terminó especializándose en grandes escenas decorativas con las que adornaba los techos y muros de grandes palacios y villas italianas. El clasicismo que adoptó se convirtió en una interpretación fría, excesivamente correcta, de los modelos que plantearon los hermanos Carracci. Domenichino fue un punto de referencia para otros artistas del momento, como Poussin o Guido Reni, mientras que la personalidad del Guercino se imponía sobre la elegancia requerida en la obra de estos pintores barrocos. Domenichino nos muestra la escena tan conocida del Sacrificio de Isaac, cuyo cuerpo adolescente se convierte en un modelo de perfección anatómica tan irreal como impecable. El potente gesto de Abraham recuerda la postura teatral de un actor, y su túnica roja consigue llenar y desbordar toda la acción, interrumpida coreográficamente por el vuelo del ángel que viene a detenerle.
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Veronés se deja seducir en esta escena por el Manierismo, al recurrir a esos fuertes y marcados escorzos -especialmente el del ángel- y a los tonos anaranjados. La composición se enmarca en una clara diagonal que abarca la superficie vertical del lienzo, anticipándose al Barroco. Las expresiones de las figuras también son una preocupación para el maestro, como ocurre en Jesús y el centurión.
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Cano es un dibujante incansable, desarrollando repetidamente sus ideas de forma global para cada cuadro e individual para cada figura dentro de él. Sus dibujos abarcan desde bocetos ligeros hasta estudios acabados, siempre realizados a pluma reforzada con aguada, sin apenas utilizar el lápiz sino como pauta previa. En estos dibujos, las líneas son seguras e incisivas, con acentuada continuidad de contornos, semejante a volúmenes escultóricos.
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Nuevamente Caravaggio escandaliza a Roma con esta obra, que trataba un tema muy habitual en el arte religioso del Barroco. El problema consiste en el modo de plasmar la reacción de Isaac, el hijo de Abraham. Tradicionalmente, se consideraba que Isaac era una prefiguración simbólica de Cristo, que también habría de morir por su padre, siendo una víctima inocente, un cordero llevado al sacrificio. Pero mientras Cristo se somete con la docilidad del cordero a su destino, este Isaac que muestra Caravaggio grita con angustia y terror sin ninguna disposición a ser llevado al altar. Abraham, pues, ha tenido que doblegar la resistencia de su hijo, sujetándolo y aplastándolo contra la piedra, pero no puede evitar una vacilación y durante unos segundos la hoja del cuchillo se detiene junto al cuello del muchacho. Este sublime momento de duda es aprovechado por el ángel para detener al padre, y es el momento que prodigiosamente capta el pintor, concentrando en escasos segundos todos los sentimientos que agitan a los personajes: miedo, duda, fe. El final feliz lo sugiere la cabeza de carnero junto al chiquillo, pues aquél será la víctima final del sacrificio. Sin embargo, el espectador percibe con intensidad la angustia de la escena, que no se ve mitigada por el desenlace ya conocido.
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Este grupo presenta el momento trágico de la ofrenda de Abraham a Jehová, cuando el Patriarca, separando con una mano el cabello del cuello de Isaac, se tensa en el esfuerzo emocional, preparando su otro brazo para asestar el golpe mortal, con la cabeza hacia arriba en suprema aceptación, con la boca entreabierta, las largas y puntiaguadas barbas al viento, casi abocetadas en superficial talla. No es tanto la terribiltá miguelangelesca como la grandiosidad del sentimiento lo que aflora en esta talla trabajada con todos los recursos del pleno renacimiento y con mayor delicadeza formal del detalle que en otras obras suyas.
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En el siglo V, se producen en Andalucía varios sarcófagos, que por la separación de sus lugares de hallazgo y por su evolución estilística, no pueden atribuirse a un solo artista o taller, sino a un estilo local en el que trabajarían varios centros con fórmulas y temas de la misma procedencia. El mejor conservado de la serie y de mayor calidad es el de Ecija, decorado sólo en la cara anterior como es norma en Occidente, pero con rótulos griegos sobre las cabezas de los personajes que indican la procedencia oriental de la iconografía. Los asuntos del sarcófago de Ecija son el sacrificio de Isaac -que aquí podemos contemplar-, el Buen Pastor y Daniel entre los leones; las figuras están grabadas con trazos firmes y recortadas sobre un fondo liso; se apoyan todas en un mismo suelo quebrado que se funde con el listel plano del marco. Su estilo podría ser bizantino, pero no se conocen aún muestras en Oriente de sarcófagos semejantes.
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Dentro del registro superior de los muros de la nave única de la capilla Scrovegni, que desarrolla la Historia de San Joaquín y Santa Ana, se sitúa este Sacrificio de Joaquín. Tras ser expulsado del templo por no haber tenido descendencia y después de autoexiliarse al campo, San Joaquín ofrece un cordero a Dios si éste le permite que su mujer pueda concebir. La escena se presenta en un paisaje abierto, en la que figuran dos hechos simultáneos: el anuncio del ángel, con la aceptación del sacrificio, y el sacrificio en sí. La composición viene determinada por la tensión que crea la línea diagonal ascendente del terreno, en la que se encuentra arrodillado el santo. Pero existe una lectura más profunda que completa convenientemente la imagen. Si bien la diagonal crea el clima de tensión del sacrificio, arriba del macizo montañoso, nos parece más potente la creada entre las miradas del santo y el ángel, con sus rostros bien caracterizados. Los protagonistas, ataviados con los mismos ropajes, se relacionan profundamente a partir de sus miradas: la del ángel hacia Joaquín, que reacciona hacia el ángel. Pero detrás de ellos, el personaje anónimo que aparece en el extremo izquierdo, no parece mirar hacia el lugar del sacrificio, más bien continúa el juego de miradas. El personaje vuelve su rostro y lo dirige hacia el cielo, hacia la mano de Dios, que asiente y bendice desde el cielo. Si los protagonistas principales parecen pertenecer a otro mundo, a otra esfera, ya que se presentan sin relación con el paisaje, el testigo cotidiano del suceso milagroso, está compuesto con los mismos colores del terreno; pero, además, es el encargado de narrar al espectador lo que ocurre en la escena. Este recurso es muy característico de las pinturas de Giotto, ya utilizado en la basílica Superior de Asís.
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El Génesis (8; 20-22) recoge la historia narrada por Miguel Ángel en el segundo compartimento de la Capilla Sixtina. Tras el diluvio "Noé levantó un altar a Yavé y tomando de todos los animales puros y de todas las aves puras ofreció holocaustos sobre él. Yavé aspiró el agradable olor, diciéndose en su corazón : 'No maldeciré más la tierra por causa del hombre, porque los impulsos del corazón del hombre tienden al mal desde su adolescencia; jamás volveré a castigar a los seres vivientes como acabo de hacerlo' (...) Dios bendijo a Noé y sus hijos". En la escena se nos presenta al anciano Noé tras el altar mientras sus hijos hacen los sacrificios, destacando las escorzadas posturas de las figuras desnudas, cuyos movimientos anticipan el Manierismo. Buonarroti ha sabido interpretar el momento en el que Dios hace un nuevo pacto con la Humanidad, prefigurándose el sacrificio de la Cruz. La composición central está rodeada por cuatro ignudis en variadas posturas, sosteniendo los medallones fingidos y los festones vegetales. A los lados del Sacrificio de Noé hallamos a la Sibila Eritrea y el Profeta Isaías.