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Soporte en una nave adosado al muro sobre el que arranca el arco y que se corresponde con un contrafuerte exterior.
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Respuesta del Piloto-Mayor E luego incontinente el dicho Hernando Lamero, Piloto-Mayor dixo y respondió á lo que por el Señor General le era mandado.. Que Su Merced había ido en estos Tres Descubrimíentos, y había visto los fondos y Canales y los riesgos que podía haber por el un camino y por el otro; y asi mesmo es Comógrafo, y ha dos meses que estamos en este Arcipíelago y Canales, y ha visto y hecho experiencia en los tiempos; y de ocho a diez días á esta parte Su Merced ha visto la diferencia que hasta aquí ha hecho en los tiempos, haciendo heladas y ventando los vientos sudueste: por lo cual Su Merced ha dicho le parece que entra el verano en esta tierra, y es el principio de reinar estos tiempos: lo cual me parece á mí ser ello así cierto, por lo que hemos visto desde que aquí entramos hasta agora, por la di/erencia de tíempos que ha hecho. Y así dijo y dió por su parecer, en virtud de lo que el Señor General manda, y de lo que Dios le daba a entender, y en su conciencia para la seguridad de la Gente y Armada de Su Majestad le parecía y pareció: Que saliese el Bergantín desde Puerto en busca del Estrecho; y visto y tanteado y mirado la Canal del dicho Estrecho de cincuenta y dos grados y medio, y mirando algun Puerto dentro dél, y mirando señas, se viniese por los Navíos á este Puerto, y de aquí se llevase la dicha Armada por la Mar ancha, y no por Arcipiélagos, ni Canales, por la diversidad que hai de corrientes y pocos surgideros en el Canal quel Señor General vino de ver. Y si esto á Su Merced no le estuviere bien, por la dílacion del tiempo y no alejarse de los Navíos, ó por otra cosa, debría Su Merced de mandar salir el Armada mañana Lúnes, si hubiese tiempo para ello, ú el día primero que hiciere tiempo para ello, por esta Canal que tenemos abierta de Nordeste-sudueste, arrimados al Cabo de Santiago, é ir en demanda del Estrecho con los Navíos y Bergantin y tentar la Canal, habiendo tiempo para ello. Dice la Canal de cincuenta y dos grados y medio; y no dando el tiempo lugar, buscar la de cincuenta y quatro escasos. Y esto dixo y dió por su parecer, y firmólo de su nombre. Fernando Gallegos Lamero. Respuesta de Anton Páblos E luego incontinente el dicho Anton Páblos, Piloto desta Nao Capitana, díjo: Que daba por su parecer que los Navíos fuesen por la Canalpor mas seguridad, asegurando de Puerto en Puerto hasta metellos en el Estrecho por la experiencia que se ha tenido de los tiempos que ha hecho desde el dia que se tomó tierra hasta hoí, por haber muchas diversidades de tiempos y travesías, y por haberse tomado mui pocas veces el Sol, y la poca Costa que se anduvo el Segundo Descubrimiento, y ser mui sucio y haber muchos baxos, y no haber Puertos, y cerrarse con obscuridad la Costa. Y el Estrecho es necesario buscallo por altura como cosa no vista de ojos; y por no poder tomar el altura todas las veces, habría mucho riesgo así de los Navíos, como de la primera noche de travesía y cerraron, perder el Bergantin y la gente que en él fuere. Y por estos peligros le parecía en Dios y en su conciencia ir por la Canal descubierta de la mano derecha. Y lo firmó de su nombre. Anton Páblos Corzo.
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Respuesta que dieron a Cortés los de Tlaxcallan sobre dejar sus ídolos Viendo, pues, que guardaban justicia y vivían en religión, aunque diabólica, siempre que Cortés les hablaba, les predicaba con los farautes, rogándoles que dejasen los ídolos y aquella cruel vanidad que tenían matando y comiendo hombres sacrificados, pues ninguno de todos ellos querría ser muerto así ni comido, por más religioso ni santo que fuese; y que tomasen y creyesen el verdadero Dios de cristianos que los españoles adoraban, que era el creador del cielo y de la tierra, y el que llovía y criaba todas las cosas que la tierra produce, para el solo uso y provecho de los mortales. Unos le respondían que con gusto lo harían, siquiera por complacerle, pero que temían ser apedreados por el pueblo. Otros, que era muy duro dejar de creer lo que ellos y sus antepasados tantos siglos habían creído, y sería condenarlos a todos y a sí mismos. Otros, que podía ser que andando el tiempo lo hicieran, viendo la manera de su religión, comprendiendo bien las razones por las que debían hacerse cristianos, y conociendo mejor y por entero la vida de los españoles, las leyes, las costumbres y las condiciones; porque en cuanto a la guerra, ya habían conocido que eran hombres invencibles, y que su dios les ayudaba bien. Cortés a esto les prometió que pronto les daría quien les enseñase y adoctrinase, y entonces verían la mejoría y el grandísimo fruto y gozo que sentirían si tomasen su consejo, que como amigo les daba; y puesto que al presente no podía hacerlo, por la prisa de llegar a México, que tuviesen por bueno que en aquel templo donde tenían su aposento, hiciese iglesia donde él y los suyos orasen e hiciesen sus devociones y sacrificios, y que también ellos podían venir a verlo. Le dieron la licencia, y hasta vinieron muchos a oír la misa que se decía cada día de los que allí estuvo, y a ver las cruces y otras imágenes que se pusieron allí y en otros templos y torres. Hubo asimismo algunos que se vinieron a vivir con los españoles, y todos los de Tlaxcallan les mostraban amistad; pero el que más de veras y como señor demostró ser amigo, fue Maxixca, que no se apartaba de Cortés, ni se cansaba de ver y oír a los españoles.
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Contra las ideas procedentes del mundo luterano, surgió pronto una respuesta teológica y política. Además de responder a los errores de la fe o de la naturaleza de la Iglesia, los teólogos católicos Roberto Bellarmino, Luis de Molina, Francisco Suárez y otros, desarrollaron una teoría de la sociedad política que, sin apartarse de la teología, atacó las tesis luteranas. En primer lugar, defendieron la superioridad del poder eclesiástico sobre el civil, la del derecho divino positivo y sobrenatural sobre el derecho natural y la autoridad espiritual del Papa, pastor de todo el rebaño, sobre los reyes. Sin embargo, no proclamaron la fusión de las dos espadas, ni la autoridad de lo espiritual sobre lo temporal. Por el contrario, respondiendo a las argumentaciones luteranas, sostuvieron que las dos autoridades son distintas entre sí y cada una suprema en su orden y cada una subordinada a su fin. Sin embargo, como el fin de la Iglesia es superior, ésta como sociedad perfecta que es puede intervenir en esa otra sociedad que es el Estado. Se sigue de esto que el Papa es superior no sólo a la persona del rey, sino incluso a su poder temporal, aunque éste sea soberano y, por ello, puede dirigir e incluso deponer a los reyes para la realización de los fines espirituales de la Iglesia. Partiendo de principios tomistas estos teólogos católicos desarrollaron (sobre todo Suárez) una teoría de la sociedad política según la cual el Estado no es una mera extensión de la familia, sino que forma parte del orden del mundo natural. Su existencia está conforme con la voluntad de Dios y su idea es anterior al pecado original. El Estado natural surge por el acuerdo de los hombres que reconocen libre y racionalmente una necesidad a priori de su existencia, aunque eso no quiere decir que sea un mero resultado de la conjugación de voluntades individuales. En segundo lugar, la soberanía del Estado, como la potestad pública que consiste en el poder de hacer la ley, es suprema y de derecho natural, aunque su fijación y definición dependen de la libertad humana. En virtud de esa libertad la soberanía suprema corresponde al conjunto de los hombres y no sólo a un individuo pues "Princeps autem pars est republicae". Quedan así establecidos los principios de soberanía popular y de libertad de la comunidad para elegir el régimen de su preferencia, las dos grandes aportaciones al pensamiento político de los constitucionalistas católicos. No obstante, Suárez, de acuerdo con la tradición, no duda de que la Monarquía sea la mejor forma de gobierno posible, lo cual minusvalora su tesis sobre la soberanía popular. Su explicación defiende que la comunidad es libre para escoger un régimen en el momento de la fundación del Estado, pero, una vez instaurado aquél, ya no puede cambiarlo. Esto significa que en una Monarquía el rey ejerce el poder mediante delegación, pero esta delegación es irrevocable y le confiere definitivamente la soberanía hasta el punto de hacerle superior al Reino. La comunidad enajena de ese modo la soberanía. La realidad indicaba, en efecto, que las Monarquías contemporáneas a Suárez eran absolutas y que los reyes eran considerados como ministros de Dios. No obstante, la soberanía tiene para el propio Suárez sus límites. Los límites se fijan en función de la finalidad del Estado, ya que las cosas sólo existen respecto "sui finis". El fin del Estado es el bien común; en consecuencia, la autoridad está subordinada a la Ley, a la Justicia. Si el rey soberano legítimo actúa contra el bien común, se convierte en tirano y merece ser resistido. Sin embargo, los teólogos católicos apenas prestaron atención a esa cuestión que había sido aparentemente zanjada por Lutero y por Calvino. En efecto, el desarrollo de la doctrina protestante del derecho a la resistencia conoció, después de Calvino, un cambio revolucionario en los escritos que contra el poder absoluto y su monopolio redactaron tres destacados calvinistas, más conocidos como "monarcómacos": François Hotman (1524-1590), Theodore de Béze (1519-1602) y Philippe du Plessis-Mornay (1549-1623). Para Hotman, que busca argumentos y tradiciones que limitaran el poder del rey, al mismo tiempo que una defensa jurídico-política de sus correligionarios hugonotes considerados rebeldes por la Monarquía absoluta francesa, es básica la distinción entre rey y Reino, entre cabeza de la comunidad y cuerpo de la comunidad. Para Hotman, de las relaciones entre ambos se puede concluir que el pueblo puede vivir sin rey pero no al revés. En segundo lugar, respecto al poder del cargo de rey se trata de una función vinculada al derecho y a la ley, obligatorias tanto para el monarca como para la comunidad. Theodore de Béze, por su parte, tiene una concepción de la autoridad muy coincidente con Hotman. El poder de las autoridades, por grandes y soberanas que sean, depende del poder del pueblo que las ha elegido en ese nivel y no al contrario, pues el pueblo es una realidad anterior a las autoridades, en función de la cual surgen éstas y por causa de la cual reciben su mandato. Las relaciones entre gobernantes y súbditos son para Béze de obligación mutua y recíproca, siendo la ruptura de esas obligaciones, por una de las partes, la que justifica la desobediencia y la resistencia. No obstante, se entiende que ésta sólo la pueden ejercer las autoridades y no las personas particulares. Quien, con todo, mejor analizará y profundizará esta cuestión será Du Plessis-Mornay. Partiendo del principio de que Dios es el único señor y propietario de todas las cosas, siendo los hombres meros administradores de ellas, Du Plessis-Mornay en su "Vindicae contra tyrannos" (1579) estudia cuatro grandes cuestiones en relación con el derecho de resistencia: si los súbditos deben seguir obedeciendo a sus reyes aun cuando éstos hayan ordenado algo contrario a la ley divina; si se puede resistir a un príncipe que viole la ley de Dios o persiga a la Iglesia; si se puede resistir a un gobernante que en el ejercicio de su cargo conduzca a la ruina a la comunidad política, y si un príncipe extranjero puede venir en auxilio de los súbditos de otro príncipe tiránico cuando se lo reclaman. Sólo la relación del rey o gobernante con el pueblo puede responder a esas preguntas. Coincidiendo con los anteriores, Du Plessis considera al pueblo como superior al rey, en el sentido de que aquél le indica a éste la función que debe desempeñar en el seno de la comunidad política, que no es otra que procurar el bien del pueblo, allí donde se sitúa el limite del poder. El poder así entendido es como un feudo concedido al rey por el pueblo, y aquél no es más que un vasallo de éste. Sin embargo, la resistencia justificada cuando el oficio de rey no se dirige al bien común sólo puede ser ejercida por las autoridades populares, por los magistrados que representan al cuerpo del pueblo y no por los hombres particulares o privados. Abandonando estas posiciones, Jean Bodin se reveló en sus "Seis libros de la República" (1576) como defensor inflexible del absolutismo, rechazando de paso todas las teorías que sostenían el derecho de resistencia y proponiendo una Monarquía fuerte como único régimen capaz de restaurar la unidad y la paz política perdidas durante la revolución hugonota. Partiendo de una creencia antropológica pesimista, Bodin manifestaba que debido a las cosas mundanas el estado floreciente de una comunidad no puede lograr una larga continuidad. En efecto, para Bodin, como todos los reinos tienden a caer en corrupción y no hay nada más feo que la confusión y el tumulto, es dificultoso y al mismo tiempo necesario establecer un orden y una armonía apropiados para cada comunidad. Así pues, el orden es frágil pero es necesario mantenerlo a toda costa, contra los que resisten, contra la anarquía. De esa reflexión nace su teoría del derecho a la resistencia, muy próxima a la expresada por Lutero y muy distante de la defendida por los "monarcómacos", según la cual no se puede atentar contra la vida del soberano aun cuando haya cometido todas las perversiones, impiedades y crueldades que puedan imaginarse. No obstante, a pesar de esa negativa tan tajante, Bodin contempla dos excepciones. Cuando el gobernante sea un usurpador podrá ser asesinado legalmente por todo el pueblo o por un individuo de él. En segundo lugar, si la resistencia a un tirano procede del exterior puede ser legítima. En cualquier caso, la teoría de la pasividad desarrollada por Bodin presenta una novedosa aportación, pues implica la introducción, la justificación y la fundamentación teórica y práctica del concepto de soberanía absoluta: como el objeto esencial del gobierno ha de ser asegurar el orden antes que la libertad, todo acto de resistencia de un súbdito contra su gobernante deberá quedar proscrito, pues de lo que se trata es de conservar la frágil estructura del Estado. En otras palabras, resulta preferible la más fuerte tiranía que la anarquía. Así pues, en toda sociedad debe haber un soberano que sea absoluto. ¿Cómo se define un soberano absoluto?: aquel que manda sin ser mandado y sin encontrar, por esa razón, oposición. "Majestas est summa in cives ac subditos legibusque soluta potestas". Esto es, el soberano absoluto es inmune por definición, sólo tiene que dar cuentas a Dios. De este modo, ya no se trata de hablar de resistencia o no resistencia, sino de soberanía absoluta. ¿Cuáles son las señales de la soberanía, cómo se concreta? La soberanía absoluta es un imperativo categórico de la existencia y de la unidad del Estado y se condensa en el principio "princeps legibus solutus est" con respecto a las leyes positivas dadas por sus predecesores o por él mismo, de tal manera que el monarca es la fuente de toda ley positiva. Además de absoluta, la soberanía es indivisible. Sin embargo, la potestad absoluta de los reyes soberanos no se extiende a las leyes divinas y de la naturaleza. La soberanía absoluta consiste en el poder de legislar sin el consentimiento de los súbditos, de hacer la guerra y firmar la paz, de nombrar a los magistrados superiores, de oír apelaciones finales, de otorgar perdones generales o particulares, de recibir homenajes, de acuñar moneda, de regular pesos y medidas, de imponer cargas fiscales. En función del ejercicio de la soberanía y del número de personas que la ejerzan, el Estado adquiere una forma u otra: Monarquía si quien la ejerce es un rey, democracia si es un pueblo, aristocracia si es un grupo pequeño y selecto. Para Bodin lo importante, sin embargo, es que la soberanía en cualquiera de esos casos sea absoluta. Su preferencia, no obstante, es por la Monarquía, pues "no puede haber más que un soberano en una República".
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E luego incontinente Hernando Alonso, Piloto desta Nao Capitana dijo: Que daba y dió por su parecer que no había visto las Canales y Costa que el batel había descubierto las dos veces postreras; y quepara en cuanto á ir por la una parte, ó por la otra, le parece que sería bueno para seguranza de los Navíos que fuésemos por la Canal descubierta de mano izquierda al Puerto bueno que dicen haber allí; y de allí el Bergantin saliese á descubrir el Estrecho hasta cincuenta y dos grados y medio que dicen está el dicho Estrecho: y cuando no se hallase en los dichos cincuenta y dos grados y medio, se fuese con los Navíos á buscalle mas adelante; y que hallado con el Bergantin, se llevasen los Navíos á la boca del Estrecho: y que sobre todo se remite al parecer del Señor General, como hombre que lo ha visto y experimentado. Y firmólo. Hernando Alonso. Ante mí: Juan de Esquibel, Escribano Real. Vistos estos pareceres por Pedro Sarmiento y tanteando los pocos puertos que en las canales había, y que era menester tiempo muy concertado y medido, so pena de perderse por las corrientes y otros muchos impedimentos y variedades de tiempos; y por no dejar los navíos al albedrío de gente poco amiga de trabajar, que hiciesen alguna locura de volverse á Chile, determinó salir por la mar, aunque se temía (y con mucha razon) tormentas y muchos peligros, por ser la mar desta tierra la mas tormentosa y de mas pesados vientos que se puede imaginar en lo que se navega del mundo; y si acaso hay un dia de serenidad luego le siguen otro y otros, y ocho, y diez días mas de tormenta; y en ningun tiempo se puede tener certidumbre de buen tiempo mas de la hora que acaso se viere de presente. Lo cual determinó así Sarmiento por lo arriba dicho; y lo mas principal porque lo hizo fué porque entre la gente de la Almiranta, especialmente el Almirante y Pascual Suarez, Sargento Mayor, tractaban muy de veras de volverse á Chile, so color de decir que no tenían anclas ni amarras, y que las pocas que había estaban muy quebrantadas y rozadas, y que ya no tenía bastimentos, y que yendose á invernar á Chile se bastecerían de nuevo, y volverían otro verano al Descubrimiento: y esto, aunque Sarmiento lo sospechaba, no lo pudo averiguar. Y tras esto Lamero y el Almirante, cada uno por si dijeron á Pedro Sarmiento que dejase el un Navío en Puerto-Bermejo, y el otro llevase al Estrecho. A lo cual Sarmiento les respondió quel haría lo que Su Excelencia mandaba y mas conviniese, que era ir ambos en conserva para que el uno viese lo que el otro, y se favoreciesen el uno al otro, así para lo tocante á si acaso se topase con enemigos hubiese mas fuerza con que resistir y ofender, como tambien porque si el uno peligrase, ó le subcediese algo que no pudiese navegar, el otro pasase á España: y para estas cosas era necesario ir ambos Navíos juntos. Y de lo que dijo el Almirante sospechó Sarmiento quel Almirante tractaba de volverse con los demas de aquella Nao, y dejar el Descubrimiento; por lo cual, para evitar mayores daños, tuvo por menor salir á la mar con los Navíos, aunque temía lo dicho. Y así salimos de Puerto Bermejo con las Naos y Bergantin júeves 21 de Enero de 1580. Fué en el Bergantin Hernando Alonso, Piloto, y seis Marineros y un Soldado. Salimos con norueste, que es viento furioso y porfiado, porque para salir á mas altura no se puede salir con otro sinó es con norte ó norueste, ó oeste; y estos son tan furiosos, que cada vez que cada uno dellos vienta es tormentoso. Fuimos por la Canal la vuelta del Sudueste hasta la Puncta de Sanctiago; y porque allí salíamos á la mar, donde ordinariamente hay tormentas deshechas, dimos un cablote al Bergantin por no perdello, y así venía por popa de la Capitana: y comenzó la Capitana luego á ir a orza saliendo á la mar por huir de los Baxos de la Roca-partida, que son muchos y salen mucho fuera, y por doblar el cabo de Sancta Lucía adonde Pedro Sarmiento había dado por órden al Almirante que se tomase y nos metiesemos en aquella Ensenada. Y como fué siendo tarde fué cargando la travesía y oesnoroeste y noroeste con tanta furia, y metió tanta mar, que era cosa temerosa de ver, que con ningunas diligencias no nos podíamos valer, sino por momentos creíamos perecer; y la Almiranta se iba metiendo en tierra donde no podía dejar de correr riesgo por los bajos malos que hay en aquella costa por donde iba corriendo contra la órden que tenía del Capitan Superior, y podría ir mui bien la vuelta que llevaba la Capitana, que era lo mas seguro, á la mar. Así que anocheciendo cargó mui pesadamente la tormenta, y la Capitana hizo farol con mucho cuidado a la Almirantapara que siguiese su via y no se perdiese, y la Almiranta respondió con otro farol, el cual dende á poco le vieron por popa, que según se juzgó iba arribando la vuelta del cabo de Sanctiago, ó de la bahía de Puerto-Bermejo. Y en la Capitana se iba con grandísimo trabajo y peligro llamando á Dios Nuestro Señor, y á su benditísima Madre, y á los Sanctos que intercediesen por nosotros con Nuestro Señor Jesu-Christo que hubiese misericordia de nosotros. Era el viento de refriegas, y esa poca vela que llevabamos en el trinquete nos la hizo pedazos, que á no llevar otra velilla de correr, quedábamos sin vela de trinquete. Entraba la mar por un bordo y salía por otro, y por popa y proa, que no había cosa que no anduviese debajo del agua: y como el bergantin era pequeño, y la nao daba muchos estrechones, corría grandísimo peligro, y cada golpe de mar lo arrasaba, y los que iban dentro iban dando voces que los socorriesen de la nao, que hacían grandísima lástima oir los gritos que daban y lástimas que decían, y mas viendo que no los podían socorrer por ser de noche, y nos pusiéramos todos á riesgo de perdernos: y animábanlos desde la nao diciendo que presto seria día, y los recogerían en la nao. Y en siendo de día, la nao fue puesta de mar en través, las velas tomadas con harto peligro, por tomar y socorrer la gente del Bergantín; y tirando de la guindalesa con que venía amarrado lo llegaron á bordo del navío, y con los mares grandes embestía con el espolón el costado del navío que temimos ser desfondados con los golpes: y cierto se pensó ser verdad, porque un marinero subió de debajo de cubierta diciendo que estabamos desfondados; y diciéndole que no había agua en la bomba, dijo que se embebía el agua en el pañol del bizcocho; y á prima faz se creyó, y causó harta confusion en muchos, hasta que se fue á ver, y pareció no ser así, con que todos volvieron á cobrar nuevo ánimo, y a encomendarse á Nuestra Señora de Guadalupe: y echamos un romero con limosna para aceite á su Sancta Casa, y luego comenzamos a echar cabos y tablas y boyas á la gente del bergantin para que se aferrasen á ellas y los metiesemos dentro de la nao. Y como la mar era tan soberbia, y los balances del navío ahorcaban el bergantín (que en esto tenían tanto y mayor peligro que en la tormenta de mar) nunca pudieron aferrar las sogas, ni tablas que les habíamos echado; y dábamosles voces desdel borde del navío que se animasen y se encomendasen á Dios á que los salvase, y así lo hicieron: y uno de los marineros llamado Pedro Jorge se arrojó á la mar y se aferró del timon del navío, y asiendose del varon y de la cámara de popa le echaron un cabo, y dióse mala marila y soltó el cabo, y fuese á fondo y se ahogó. Los demas, unos guindados por las cabezas con lazos, medio muertos; otros arrojándose á las cintas y mesas de guarnicion, fueron metidos dentro, y los salvó Nuestro Señor Jesu-Christo. A Él sean dadas infinitas gracias. Algunos dellos venían lisiados de los golpes que habian recibido, y Hernando Alonso fué milagro escapar, porque estuvo debajo de la quilla del bergantin, y escapóle Dios con su misericordia. Esto fué viérnes por la mañana; todo este día fue creciendo la tormenta unas veces de viento norte, otras de travesía, que es Oeste en esta region, la cual es tan sobervia y mete tanta mar, que no se le puede mostrar el costado, y levanta el navío del agua: y por esto estábamos en mayor peligro, porque por estar cerca de tierra no podíamos correr á popa, que es lo que se suele hacer para huir de la tormenta de la travesía; porque, si corriéramos á popa, en muy poco tiempo diéramos en tierra donde nos perdiéramos; y, así, no osando ponernos del todo mar al través, por no abatir sobre la tierra, y por ser navío peligroso de mar en través, íbamos con poquita vela del trinquete á orza por traer siempre vivo el navío: en lo qual el Piloto Anton Páblos trabajó como mui buen piloto y hombre de mucha vigilancia y cuidado, sin descansar de día ni de noche; y sobre todo el trabajo era el agua y el frio grande, con que los marineros se sentían muy fatigados, y así vinieron á punto de pasmarse todos; pero favoreciólos Dios, y hiciéronle como muy hombres de bien, y grandes trabajadores, acudiendo á lo que el piloto les mandaba con presteza. Duró la tormenta todo este día viérnes y su noche; y Dios por su sanctísima misericordia aplacó el viento y vimos tierra por la banda del Leste sábado por la mañana 23 de Enero ménos de dos leguas de nosotros, donde había muchos arrecifes, y baxos, que si Dios no nos alumbrara era imposible escapar. Y viniendo sobre tierra, que es una isla, á la qual nombramos Sancta Ines porque salimos de Puerto Bermejo su fiesta. Así que, yendo hacia tierra, calmó el vahage, y esto nos dió mas temor, porque estábamos muy cerca de tierra, y la mar de leva que venía del oessudueste que había quedado de la tormenta pasada temíamos que nos arrojase sobre las peñas: y encomendándonos al Espiritu Sancto consolador, y á la gloriosísima Madre de Dios, súbitamente por su misericordia, nos vino un vientecito claro y bonancible, con que salimos de aquel peligro, y fuimos doblando el cabo de la isla de Sancta Ines. Llamamos al cabo El Espíritu Sancto por la merced que nos hizo sobre este cabo; y así como fuimos entrando de la parte de dentro del Cabo y cabeza de la isla de Sancta Ines, reconoció Pedro Sarmiento que quedaba la vuelta del Norte el cabo de Sancta Lucía diez y ocho leguas, que el segundo y tercero descubrimiento de los bateles habíamos descubierto, y la canal Nordeste-sudueste del arcipiélago del tercero descubrimiento. Y en doblando el cabo del Espiritu Sancto, pareció clara una canal ancha clara y seguida la vuelta del Sueste: y porque era noche procuramos buscar surgidero, y así en la primera ensenada que hallamos, como dos leguas la canal adentro, surgimos en quince brazas. Llamamos á esta ensenada el puerto de la Misericordia, por la que Nuestro Señor Dios usó con nosotros en salvarnos de tantos peligros, como los que pasamos en esta tormenta y tormentas. Esta noche estuvimos como sordos en bonanza, la cual no duró mucho, porque luego domingo por la mañana amaneció tanto viento y mar y tantas refriegas del norte y de travesía que surtos nos comía la mar: y luego se nos comenzaron a romper las amarras y a garrar las anclas; y por abrigarnos mas en tierra quisimos atoarnos, y para echar las toas fué tanto lo que se trabajó, que se acabaron las fuerzas de los marineros; los mandadores cansados y roncos de dar voces y trabajar, y los Marineros hechos pedazos y tullidos del frio y agua y golpes y heridas; y fué tanto el temporal que aquí sobre las amarras y toas tuvimos por ocho días arréo, sin darnos una hora para nos amarrar en abrigo; que aquí, mas que en la mar, tuvimos por cierta nuestra perdicion. Mas, con el favor de la Sanctísima Madre de Dios, á cabo de ocho dias, que fueron treinta de Enero, nos amarramos cerca de tierra, y el viento y mar abonanzó. Y domingo treinta y uno de Enero salió Pedro Sarmiento y Anton Páblos, piloto, en el batel, y fueron a la cordillera que está como media legua del puerto de la Misericordia, y subieron á una cumbre alta; desde la cual Pedro Sarmiento y el piloto ojearon y marcaron una gran canal que proseguía la vuelta del Sueste, y la marcaron, y otras muchas islas grandes é islotes y bajíos la vuelta del Leste y Nordeste. Tomóse Posesion, y se volvieron al navío. Este puerto de la Misericordia está en cincuenta y dos grados y medio cumplidos, y tiene buen tenedero de barro blanco, que con gran trabajo y á fuerza de cabrestante zarpábamos las anclas. Dentro deste puerto hay muchos herbazales, y tiene tres islotes al Norte juntos, que ayudan á abrigar si están surtos muy en tierra. Tiene al Oeste una caleta por donde salen refriegas que levantan el agua del mar y la lleva por los aires que parece nubes de humo. Este domingo hubo eclipse de Luna; y aunque Sarmiento le observó é hizo la noche clara y pareció la Luna al Oriente en puniéndose el Sol, cuando salió redonda deseclipsada del todo, aunque se echó de ver la rojez y negrura que hizo el cielo cuando asomaba por el horizonte oriental quando se iba deseclipasando del todo; y en cierta manera se pudo juzgar el punto cuando se deseclipsó, aunque no tan precisamente como si clara y patente se viera; y, si á esto damos crédito, colegirémos de aquí que el meridiano desde puerto está mas occidental que el de Lima, y la quantidad que es la diré adelante. Lúnes primero de Febrero de 1580. Pedro Sarmiento salió en el batel y con él Anton Páblos, y con algunos marineros, á descubrir canal y puerto, y así fueron tanteando hasta mediodía como tres leguas al Sueste por donde va la costa desta isla haciendo arco sobre el Sur, y entramos en una ensenada, y subimos á una cordillera alta con agujas de marear y cartas, desde donde marcamos lo que vimos, que fueron muchas ensenadas; y Pedro Sarmiento descubrió lo que desde allí pudo marcar, que sería como diez leguas de canal al Sueste. Y de allí, tomando la posesion, nos volvimos al navío; y á la vuelta hallamos muchos herbazales que con la bonanza habían sobreaguado: Sondámoslos y hallamos algunos dellos peligrosos; y finalmente, de cualquiera manera que se vean hierbazales se guarden dellos, que uno tiene seis, y otro diez brazas de fondo, y otros tienen mucho ménos; y cuando no sea tan bajo que toque el navío, es gran peligro para los timones, que los embarazan; y son tan recias algunas ramas destas hierbas que podría ser arrancar el timon si el navío fuese con viento fresco. Por tanto, guárdense dellas como de qualquiera otro peligro. Quando llegamos al navío hallamos que un soldado, llamado Bonilla, había intentado cierta sedición grave, y el General lo prendió y despues lo castigó como convenía al servicio de V. Magestad. Ya se hizo relacion como la Almiranta respondió al farol que se le hizo á media noche. Es agora de saber que en todo este tiempo que estuvimos en este puerto de la Misericordia, nunca vino la Almiranta, ni tuvimos nueva della, ni rastro, y todo el trabajo que se ha dicho que aquí pasó, y mas que no se dice, sufrimos, no tanto por estarnos quedos, como por aguardar á la Almiranta, conforme á la órden que Pedro Sarmiento le había dado al Almirante de que cualquiera que llegase primero á la boca del Estrecho esperase quince dias al otro navío; y visto que no venía, echábanse juicios. Unos decían que había dado en los bajos de la Roca-partida, porque descargó en vela mucho sobre ellos; otros decian que aquello había sido de malicia y concierto por apartarse y derrotarse de la conserva de la Capitana, y en esto se afirmaban los mas, y á esto se ha dado mas crédito por lo que se ha sabido despues acá de los que se escaparon en el bergantin de la Almiranta y de otras personas que sobre ello han dicho sus dichos; y lo que se ha averiguado es que siempre el Almirante Juan de Villalobos tractó de volverse á Chile y á Lima y, juntamente con él Pascual Suarez, Sargento Mayor, y otros de la nao Almiranta; y decía el Almirante, que si Pedro Sarmiento se quería ahogar, que él no se quería ahogar, y quería vivir y volverse á Chile; y que, saliendo á la mar, cada uno iría por donde quisiese, que fue dar claro á entender lo que despues hizo. Y Pascual Xuarez decía que hiciesen con Pedro Sarmiento que arribase á Chile, haciéndole entender que allí se bastecerian de nuevo y volverían al descubrimiento y que, llegados á Chile, harían un requerimiento al General para que no tomase la costa de Chile, diciendo que no convenía gastar mas hacienda de Su Magestad y, así, pasarían de largo á Lima. Y Lamero el Piloto dijo, tratando de volverse, que pidiesen á Pedro Sarmiento la fragua y que con ella irían á parte donde hasta los negros y mulatos fuesen muy prósperos; y diciéndole otros ¿donde podéis ir para eso sinó es á la China? respondió: Pues allá. Por cierto esta gente se le acordaba mal de la obligacion que tenían y tienen á Dios Nuestro Señor y á V. M. que es su Soberano Señor Rey natural, y a las honras que de vuestro Visorréi habían recibido, y de las buenas obras y amistades que Pedro Sarmiento, su Capitan, les había hecho. Sólo sé decir que fue de grandísimo daño su quedada y apartada: lo demas júzguelo Dios Nuestro Señor y V. M. á quien incumbe saber estas cosas. Así que visto que no venía la Almiranta y que este Puerto de la Misericordia no era seguro, habiendo estado en él diez días, nos pareció irnos con los Navíos al otro puerto que dejábamos descubierto tres leguas mas adentro, porque parecía mejor Puerto, y allí acabarían de esperar los quince días del plazo ordenado: y determinóse esto porque el Capitan Pedro Sarmiento estaba bien satisfecho ser aquel el estrecho que buscaban, aunque los demas no tenían esta confianza, ántes estaban muy dudosos y incrédulos, y estaban todos desconfiados; y, si algunos concedían con Sarmiento cuando él los animaba á que creyesen ser aquel el Estrecho, era en presencia, y despues cada uno hablaba lo que su corazon le administraba: y, sobre esto, no convino rigor sinó sufrir porque padecían los pobres, así marineros como soldados, grandes trabajos. El segundo dia de Febrero, que fué fiesta de Nuestra Señora de la Candelaria, nos levamos, y al zarpar las anclas se nos quebró una amarra, y nos hicimos á la vela deste puerto de la Misericordia para seguir la canal del Sueste; y, en saliendo, cargó tanto Norte que no nos dejó dar la vela mayor; y, miéntras mas iba entrando el día, mas iba cargando; y llevábamos el batel por popa. Y, en fin, poco despues de mediodía llegamos á este puerto, que el dia antes habíamos descubierto, al cual el Capitan-Superior nombró de Nuestra Señora de la Candelaria; y, en dando fondo, garró el ancla, y luego dimos fondo á otra, y también garró; y en un instante cargaron las refriegas tan furiosamente que rebentaron dos cordones de la amarra mayor y mejor: y porque no se acabase de quebrar la hizo el piloto Anton Páblos largar por la mano con boya y, quedando sobre un calabrote, reventaron otros dos cordones y quedaron dos cordones del calabrote sanos, tan gordos como un dedo pulgar cada uno, los cuales con el ayuda de la sacratísima Virgen María Madre de Dios Señora nuestra de Guadalupe nos tuvieron la nao que no fuese al través sobre las peñas y nos perdiésemos, no habiéndonos podido tener una muy gruesa amarra que ántes y despues nos había tenido en grandísimas refriegas. Tuvimoslo todos por milagro que Dios y su benditísima Madre hizo con estos pecadores siervos suyos que la llamaban de corazon, y los valió. ¡Gracias infinitas le demos por siempre jamas! Amen. Tuvimos este caso por tan grande, que guardamos el calabrotillo para colgallo en el templo de la serenísima Reina de los Angeles; y quien lo viere la alabe por las mercedes que hace á las criaturas de su preciosísimo Hijo Dios verdadero y Señor nuestro. Al cabo nos amarramos allegándonos mas en tierra y dando proises en ella a costa de mucho trabajo de la gente de mar y soldados, que en todas partes ayudaban en todo lo que se ofrecía muy bien, porque así convenía. El miércoles tres de Febrero vinieron algunos indios naturales desta tierra; y desde un cerro alto que está sobre este puerto nos dieron voces, y nosotros les respondimos con otras voces y con señas llamandolos. Ellos pusieron una bandera blanca, y pusímosles otra, y vinieron bajando á la costa, y por señas nos llamaron que fuésemos donde ellos estaban. Por lo qual Pedro Sarmiento embió al Alférez, y al Piloto Hernando Alonso con solos quatro hombres que fuesen remando, porque no se huyesen viendo mucha gente, que no eran mas de cuatro ó cinco: y á los que fueron se les dió chaquiras, cascabeles, peines, zarcillos y cañamazos para dalles y tratar amistad con ellos. Fueron los nuestros, y los indios no se osaban llegar al batel: por esto salió uno solo de los nuestros en tierra, y este les dió lo que llevaban para dalles; y llegáronse á él por velle solo, y poco á poco se osaron fiar; y salieron en tierra el Alférez y Hernando Alonso, y los halagaron y les dieron mas cosas de los rescates que se llevaban para este efecto, mostrándoles, por señas, de que servía cada cosa, y para donde era: con lo qual ellos se regocijaron mucho, y luego mostraron á los nuestros unas banderillas de lienzo que traían en unas varas. Eran las banderillas unas tiras angostas de ruan, angéo y holandeta; de lo qual conjeturamos que habían comunicado con gente de la Europa que por aquí habrían pasado: y luego ellos mesmos sin se lo preguntar nos dieron á entender por señas muy patentes que hacia la parte del Sueste estaban, ó habían venido, ó estado, dos navíos como el nuestro de gente con barbas, vestidos y armados como nosotros, Con lo cual, y con el lienzo les dimos crédito y sospechamos debian ser los que decían los navíos de los ingleses que había el año pasado entrado por allí con Francisco Draquez: y con esto y con decir por señas que otro día volverían y nos traerían refresco, se fueron; y los nuestros se volvieron á la nao y dieron relacion á Sarmiento de lo que habia pasado en tierra con los indios: y desde el Navío se parecía y juzgaba muy bien, porque estaba muy cerca de tierra. Y este mesmo día en la tarde Pedro Sarmiento saltó en tierra, y tomó la Posesion de la tierra en forma: y dello se hizo el testimonio siguiente.
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Los factores que tradicionalmente se han venido manejando como condicionantes de la crisis admiten ser analizados desde ángulos de visión diferentes. La guerra constituye, sin lugar a dudas, un decisivo elemento perturbador de la dinámica normal de la producción. La desindustrialización de Alemania tuvo mucho que ver seguramente con la guerra de los Treinta Años. Pero, al mismo tiempo, los conflictos armados estimulaban la producción de la industria bélica. Los efectos negativos de una crisis comercial generalizada, que pudieron condicionar el desarrollo del sector manufacturero proveedor de mercancías de exportación, están por su parte puestos en tela de juicio. En cualquier caso, los matices son obligados. La coyuntura de precios ha sido también aducida como un factor esencial a la crisis. Los estímulos inversionistas derivados de la tendencia inflacionaria de la economía del XVI pudieron verse sustituidos por la falta de incentivos provocada por una situación de precios a la baja, consecuencia de un descenso brusco de las importaciones de metal precioso americano. Sin embargo, el período deflacionario pudo depender más de una caída de la demanda que de una declinación de la oferta monetaria. La explicación que proporciona J. de Vries a la evolución de la industria en el siglo XVII está vinculada a esta perspectiva, pero, en cambio, las consecuencias que extrae apuntan en un sentido muy diferente. Para este autor, el papel jugado por la depresión agrícola iniciada alrededor de 1650 resultó fundamental en la evolución industrial de Europa. El freno del crecimiento demográfico y, por tanto, de la demanda de alimentos, provocó una caída de los precios del grano, lo que permitió liberar recursos en aquellas áreas que mantuvieron la producción para la adquisición de manufacturas, cuya demanda creció. A su vez, ello indujo un aumento de la mano de obra industrial, especialmente en el ámbito rural. En efecto, frente al enquistamiento de los gremios urbanos, que insistieron en la defensa de sus privilegios corporativos como forma de reacción ante la crisis, las tendencias a trasladar la producción manufacturera desde el dominio de las ciudades al ámbito doméstico rural se reforzaron. La transferencia de la ciudad al campo, a pesar de la dispersión que implicaba, entrañaba a un tiempo diversas ventajas. De un lado, facilitaba la intervención de comerciantes-empresarios en la producción, las inversiones de capital mercantil en la industria y el desarrollo de estrategias de producción vinculadas a las exigencias del mercado. Por otro, permitía eludir las cortapisas impuestas por el monopolio gremial. En tercer lugar, la manufactura rural empleaba una fuerza de trabajo campesina barata y elástica, ya que aprovechaba los períodos de descanso en las faenas agrícolas. La principal novedad que presenta la industria en el siglo XVII no radicó, por tanto, en innovaciones de tipo tecnológico, ya que el horizonte técnico continuó siendo sin muchas diferencias el renacentista, sino en cambios en la organización industrial y en la localización de la manufactura. Cambios que, independientemente de si significaron o no un aumento en el volumen de la producción, entrañaron una eficaz respuesta a la crisis y la apertura de grandes posibilidades para la industria de cara el futuro. El putting-out system alentó un proceso de protoindustrialización que puede estimarse hoy día básico para una completa y correcta explicación de la génesis de la primera revolución industrial, cuyo origen hay que rastrearlo, por tanto, en la crisis del XVII. Se fundamentó dicho sistema en la manufactura textil, ya que los productos de este sector representaban el grueso de las mercancías objeto del comercio internacional. Fueron las zonas más avanzadas desde el punto de vista industrial (Países Bajos, Inglaterra, partes de Francia y Alemania) las que pusieron en práctica en mayor grado el trabajo rural a domicilio. La base organizativa del sistema consistía en que un comerciante empresario (Verlager) distribuía la materia prima y el instrumental necesario a una red de familias campesinas, que trabajaban a domicilio en faenas de no excesiva complejidad técnica, empleando el tiempo libre que les dejaba su dedicación agraria a cambio de un salario. Miles de telares se distribuyeron así por todo el ámbito rural. Más tarde, el propio empresario recogía la labor concluida. Estas operaciones no agotaban necesariamente el proceso de producción. El acabado del producto podía realizarse en la ciudad, donde se localizaban las instalaciones y la mano de obra especializada necesarias. El sistema permitía eludir las costosas inversiones en capital fijo que exigían las factorías estables y adaptarse flexiblemente a los cambios de la coyuntura mercantil o en los centros gravitativos del comercio internacional.
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La profunda inquietud espiritual bajomedieval, la popularización de las doctrinas de algunos reformadores, las duras críticas a la jerarquía eclesiástica, y la conexión de las propuestas reformadoras con problemas sociales o movimientos nacionalistas van a producir soluciones de reforma que se apartan de la ortodoxia, o que ofrecen aspectos heterodoxos que atraen sobre ellas la desconfianza o, simplemente, la acción represiva de la jerarquía. Es la respuesta heterodoxa a unas inquietudes muy generalizadas en la sociedad de la época; su heterodoxia es muchas veces fruto de la radicalidad en la exposición de críticas que muchos compartían, o de desafortunadas conexiones con problemas de índole política o social. En muchas ocasiones resulta extraordinariamente difícil distinguir la ortodoxia de algunas propuestas, de tal manera que experiencias de vida común de grupos de laicos, plenamente ortodoxas, fueron objeto de sospechas y medidas represivas; otras veces los grupos heterodoxos se confundían con las aceptadas por la jerarquía: todo ello justificó la prohibición del beguinaje, prohibido en 1311 por el Concilio de Vienne. A pesar de ello proliferaron ensayos de este tipo tanto ortodoxos como heterodoxos. Entre estos últimos los más importantes son los "Hermanos de Libre Espíritu", un movimiento minoritario pero que responde bien a las ansias de perfección espiritual de algunas personas. Radicalmente pobres, indiferentes al sexo, y duramente opuestos a la jerarquía, mezclan en un conjunto doctrinal, no expuesto armónicamente, ideas panteístas, gnósticas y maniqueas. Por su adecuación a las demandas de la época contaminaron muchas de las iniciativas laicas de reforma; por su falta de organización y lo difuso de sus doctrinas, su represión y localización fueron muy complejas. Debates doctrinales o disciplinarios aparentemente resueltos continuaron, sin embargo, planteando problemas, especialmente al conectar con movimientos de resistencia a la jerarquía. Tal es el caso de los grupos de valdenses que, aunque muy disminuidos, habían sobrevivido a la persecución inquisitorial; su importancia es muy pequeña, aunque su ejemplo de pobreza conecte muy bien con los sectores más radicales del franciscanismo. Los espirituales franciscanos parecían derrotados tras la abdicación de Celestino V y las medidas coercitivas adoptadas por Bonifacio VIII; sin embargo, añadieron un elemento de tensión al difícil pontificado de este Papa. La conexión de sectores espirituales con el milenarismo joaquinita dio nuevo impulso a sectores que se lanzaron hacia la heterodoxia y la subversión social -los apostólicos de Gerardo Segarelli o de Fra Dolcino de Novara- suscitando la represión de la jerarquía. Por el momento, los espirituales suman sus fuerzas a las de Luis de Baviera en su enfrentamiento con Juan XXII. Sometido el emperador, la mayor parte de los espirituales se reintegraron a la disciplina, constituyendo el sector más radical de los observantes franciscanos; sin embargo, algunos otros, como los fratricelli, radicalizaron sus posturas y su predicación antijerárquica, proliferando sobre todo en Italia, en particular gracias a las complicaciones derivadas del Cisma y al agitado panorama político italiano. Martín V adoptará medidas represivas contra estos grupos, especialmente desde 1428; además fueron perseguidos por los observantes franciscanos que deseaban distanciar convenientemente su postura de pobreza radical, pero dentro de la disciplina de la orden, de la heterodoxia antijerárquica de aquellas. Especial importancia por la repercusión de sus doctrinas tuvieron las figuras de John Wyclif y de Juan Hus. John Wyclif nace hacia 1524, en el condado de York; cursa estudios en Oxford, se ordena sacerdote y obtiene varios beneficios eclesiásticos de los que permaneció ausente durante toda su vida, lo que no impidió sus fuertes críticas contra los clérigos absentistas y acumuladores de beneficios. Sus doctrinas, no expuestas en un conjunto sistemático, aparecen con cierta oscuridad; sin embargo, tuvieron una gran influencia. Esta influencia se debe esencialmente al ambiente político en que le tocó vivir: el enfrentamiento franco-inglés y la postura francófila del Pontificado aviñonés hicieron muy populares sus ataques al Pontificado; sus propuestas acerca del derecho de los laicos a intervenir en la vida de la Iglesia fueron muy bien aceptadas por su protector, Juan de Gante, duque de Lancaster, tutor de Ricardo II y permanente aspirante al trono castellano. Para Wyclif, sólo Dios tiene el dominio sobre el universo, ya que él es su creador; únicamente la adecuación de la voluntad del hombre a la de Dios justifica la posesión de bienes, de forma que sólo los justos poseen legítimamente. Distingue entre jerarquía e Iglesia de los predestinados, los que han recibido la gracia de Dios, los justos, únicos a quienes corresponde el derecho de posesión. El pecado original, que ha dañado radicalmente al hombre, hace necesaria la ley civil, vigente para clérigos y laicos. La jerarquía eclesiástica, el Papa en primer lugar, no tienen autoridad, ya que pueden no ser predestinados; el único elemento de certeza es la Escritura, que los fieles deben conocer e interpretar personalmente, lo que requiere la traducción de la Biblia a los idiomas vulgares. En cuanto a los sacramentos, carecen de todo valor, salvo el simbólico, al igual que las indulgencias. La doble elección de 1378 y los escandalosos acontecimientos que la siguen tuvieron importancia decisiva en la radicalización de las posturas de Wyclif contra el Papado. Las ideas expuestas por Wyclif fueron denunciadas ya ante Gregorio XI que condenó 19 proposiciones heréticas, muy relacionadas con Ockham y con Marsilio de Padua. La violenta respuesta de Wyclif defendía el derecho del poder político para actuar contra los eclesiásticos que no actuarán con fines espirituales, y criticaba las actuaciones temporalistas del Pontificado que demostraban que no se hallaba entre el número de los predestinados. El comienzo del Cisma reforzó sus críticas y pareció demostrar lo ajustado de las mismas. Son de estos años las afirmaciones más radicales de Wyclif, lanzado hacia una heterodoxia de casi imposible rectificación; es ahora cuando niega la transubstanciación, el carácter sacrificial de la misa, y el valor del sacramento de la penitencia, y cuando expone su pensamiento más radical sobre la predestinación y acerca de la incapacidad del hombre para merecer y de la Iglesia para enseñar. Esa radicalización causó preocupación en la propia Corte, donde Wyclif contaba con sus principales apoyos. La revuelta de 1381, que Wyclif no apoyó, manejó, sin embargo, algunas de las ideas de éste respecto a la propiedad y sobre la justicia de desposeer a quienes detentan los bienes; esto contribuyó a acentuar el temor a sus ideas y a las consecuencias de tales ideas. En 1382, el arzobispo de Canterbury presentó las obras de Wyclif ante un sínodo que halló heréticas 24 proposiciones contenidas en las mismas; la propia universidad de Oxford, en la persona de su canciller, ratificó la condena. La condena universal y solemne sería promulgada por el Concilio de Constanza sobre 45 proposiciones. Las ideas de Wyclif le sobrevivieron y aún tuvieron influencia después de su condena en Constanza, aun quizá más que en vida de su autor, aunque en muchas ocasiones distorsionadas. También le sobrevivió la organización de sacerdotes pobres o "lollardos", predicadores ambulantes ganados por las ideas de Wyclif, fácilmente asimilables con los agitadores sociales que conmueven a Inglaterra en 1381, 1414 y 1431; es difícil valorar la participación efectiva de estos predicadores en los citados movimientos, pero parece fuera de toda duda la deuda ideológica de estos con el radical reformador. Ese arsenal ideológico que contenía las ideas de Wyclif hizo que los "lollardos" fueran considerados como un peligro para la estabilidad social y, por ello, objeto de una fuerte represión; debido a ello, las ideas de Wyclif tuvieron muy poca influencia en Inglaterra y mayor en otros puntos de Europa, aunque otros movimientos religiosos revolucionarios posteriores están muy relacionados con él. Juan Hus pasará por ser uno de los principales discípulos de Wyclif; aunque realmente no lo fue, muchas de las ideas expuestas por Hus coincidían con las de Wyclif, especialmente en lo referente a las críticas a la jerarquía. El ambiente social y político checo tendría decisiva importancia en la evolución y repercusión de las ideas de Hus, cuyas formas radicales serían también de funestas consecuencias para el. Hus y sus predicaciones definen la orientación de un movimiento de Reforma que ya había sido iniciado, y son el cauce y ocasión de que se manifiesten un nacionalismo checo antigermano y una tensión social de carácter revolucionario La Reforma se había iniciado en el reinado de Carlos IV, con el objetivo de mejorar el nivel moral del clero y del pueblo, y una proximidad mayor de éste a la doctrina y a los sacramentos. En tomo al arzobispo de Praga se formó un núcleo de predicadores en checo, fórmula de aproximación de la doctrina al pueblo, también de manifestación de un nacionalismo checo; entre aquellos clérigos alguno difundía ideas heréticas: negación de la comunión de los santos, de la transubstanciación; se propugnaba, además, una reforma a fondo de la Iglesia, despojándola de sus bienes y de parte de la estructura jerárquica, es decir, se trataba de volver al cristianismo primitivo. En 1391 se funda la capilla de Belén, destinada a agrupar a esos predicadores en checo, germen de la Reforma. En ella era admitido, como predicador, Juan Hus, en 1402; sus predicaciones, perfectamente encuadrables en la línea de la "devotio moderna", deslizaban la idea de que la Iglesia verdadera era la de los predestinados. Para muchos de sus oyentes, entre quienes era muy popular Wyclif, las predicaciones de Hus eran identificables con las propuestas por el reformador inglés, aunque el checo nunca se consideró su discípulo. Sin embargo, en 1403, cuando ante la universidad de Praga fueron juzgadas las doctrinas de Wyclif, a propuesta de un maestro alemán, Hus actuó como defensor; no importa que no compartiese las tesis heréticas de aquél, -su defensa se basó esencialmente en que se atribuían al maestro inglés ideas que no eran suyas- para que fuese considerado, en el futuro, como su más estrecho discípulo. La disputa fue la ocasión para plantear abiertamente la situación de la universidad de Praga, gobernada por la minoría alemana; cuando los maestros alemanes se negaron a secundar la iniciativa de Wenceslao de una sustracción general de obediencia a los dos Papas, tras el fracaso de la "via conventionis", el soberano checo decidió terminar con la hegemonía alemana en Praga. Hus fue elegido rector de la universidad: los maestros alemanes desplazados de Praga serán quienes presenten a Hus como el más peligroso de los herejes. El tenso ambiente de Praga y los excesos verbales de Hus, especialmente en sus predicaciones contra Juan XXIII, cuando éste ordena la predicación de la Cruzada contra Ladislao de Nápoles, proporcionan las primeras afirmaciones claramente heréticas: el Papado no es necesario, es falible, la verdadera Iglesia es la de los predestinados, las indulgencias son un negocio criminal, etc. Estas predicaciones suscitan una reacción, incluso en la capilla de Belén, que produce el destierro de Hus durante dos años, en los que ahondara en sus proposiciones heréticas. Sin quererlo, Hus aparecía como expresión del wyclifismo, y como cabeza del nacionalismo checo y de la tensión social. En el Concilio de Constanza, al que acudió bajo salvoconducto imperial, su condena estaba decidida por unos conciliaristas que querían distanciar claramente su postura de la de los reformadores heterodoxos. Tenía su apoyo en Segismundo y en Juan XXIII, que únicamente consideraba inaceptables las ideas de Hus sobre el Primado; el alejamiento temporal de aquel del Concilio, y la destitución del Papa fueron fatales para Hus, que fue ejecutado en Constanza el 6 de julio de 1415. La muerte de Hus constituye el inicio de la revuelta checa; un arreglo pacífico de la misma, una vez concluido el Concilio de Constanza, se revela imposible. Cuando, en 1419, fallece Wenceslao, y Segismundo, a quien las husitas consideran responsable de la muerte de Hus, reclama la Corona checa, los revolucionarios se apoderan de Praga, instalan un nuevo régimen de gobierno y, en distintos grados, se oponen al soberano alemán. Contra los checos se estrellarán todos los intentos de fuerza realizados por el rey de romanos en 1421 y 1422, y varias cruzadas, la última de las cuales, en 1431, dirige el cardenal Julián Cesarini, ya entonces presidente designado del recién convocado Concilio de Basilea. Durante la guerra se consolidan los procesos revolucionarios que dan curso a todas las ideas que están surgiendo en torno al husismo, desde los más moderados hasta los "taboritas". La reacción a esos excesos, por parte del husismo moderado, permite la apertura de negociaciones en el seno del Concilio de Basilea, que también sirven para causar la alarma de Eugenio IV y constituirse en causa próxima de la ruptura entre Papa y Concilio.