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<p>Es un fenómeno mucho más complejo de lo que se viene afirmando. Porque en todas las épocas hay tendencias figurativas, naturalistas o realistas, pero no tienen nada que ver con los llamados realismos de nuevo cuño. Los debemos situar cronológicamente algunos años antes del final de la Gran Guerra. Muchos de los vanguardistas más radicales adoptaron entonces posturas más tranquilas, de síntesis y no de análisis. Entre ellos, André Derain, Georges Braque y Pablo Picasso. Sorprendía en especial el caso de Pablo Picasso. A los ojos de los artistas europeos, el principal vanguardista daba marcha atrás y volvía a mirar al arte clásico del pasado. La transformación se produce en 1917 cuando viaja a Italia acompañando a los ballets rusos de Diaghilev. La influencia de Italia volvía a hacerse evidente. Después del Futurismo, se recuperaban los planteamientos más conservadores de la tradición. Por medio de sus artistas -del pasado pero también del presente-, de sus revistas y de exposiciones, Italia dio comienzo en toda Europa a esos nuevos realismos. Una de las fuentes de inspiración era la llamada pintura metafísica, que llevaban practicando desde 1910-1911 pintores como Giorgio de Chirico, Carlo Carrà o Giorgio Morandi. De una manera u otra, toda Europa empezó a pintar así. En Alemania se distinguieron dos formas de arte figurativo: el Realismo Mágico y la Nueva Objetividad. Aquél daba un aire misterioso a los objetos más cotidianos, mientras que ésta tenía, partiendo de un estricto realismo, intuiciones y objetivos sociales, denunciando el caos político y la degradación de costumbres. En Inglaterra, Francia, España y Estados Unidos, los años veinte fueron dominados por este arte. Más allá veían acercarse los dos caminos inmediatos: el surrealismo y la abstracción.</p>
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Aunque en algunos casos fue la propia arquitectura la que condicionó un cambio urbano, como ocurrió en Florencia, donde la regularidad arquitectónica deseada en los nuevos palacios obligó a que muchos se construyeran en zonas nuevas de la ciudad, hubo también proyectos urbanos que como tales fueron llevados a la práctica. Uno de los más interesantes fue el de Pienza, que se llamaba Corsignano hasta que Eneas Silvio Piccolomini -que alcanzó el papado con el nombre de Pío II- visitó ese que era su lugar natal en 1459 y decidió transformarlo. Su deseo fue "edificare in questo luogo una nuova chiesa e il palazzo per lasciare ricordo più duraturo possibile della sua origine", es decir que concebía la arquitectura como un instrumento para la memoria histórica de la propia existencia. Por eso lo llamó Pienza, en homenaje a sí mismo. La tipología urbana de palacio/plaza/iglesia, que ya citamos al hablar de Brunelleschi, encuentra aquí una soberbia plasmación práctica. Las obras se iniciaron en 1462 y en el conjunto urbano construido se reflejan tanto las teorías de Alberti, que fue el asesor, como el refinamiento cultural de Pío II, aunque el arquitecto que lo llevó a cabo fue Bernardo Rossellino, que había trabajado anteriormente al lado de Alberti en diversas obras. Veamos de qué manera se plasmó aquí esa concepción albertiana de la arquitectura y el urbanismo. Por lo que se refiere a la catedral, la fachada en forma de arco triunfal recuerda a los templos antiguos y el interior, a pesar de sus componentes goticistas, sigue los principios establecidos por Alberti en cuanto a la decoración, pues las paredes son blancas y sin pinturas al fresco. Pío II se ocupó incluso de prohibir que se hicieran pinturas, o capillas o altares, o que se introdujera cualquier elemento que cambiara la forma de la iglesia en el futuro. En cuanto al palacio, ha sido señalado que es aquí, más que en el palacio Rucellai, donde se puede ver plasmada la concepción del palacio en Alberti, por ser éste una creación que no tuvo que atender a nada preexistente. La loggia de este palacio Piccolomini en la parte que da hacia el campo lo convierte en un híbrido de palacio urbano y villa, estableciendo una enriquecedora relación entre la ciudad y el campo. Todo el conjunto en realidad busca ese nexo y es un episodio urbano ligado a un territorio que se puede contemplar desde una plaza que se abre a la naturaleza por ambos lados de la catedral. El hecho de que se proyectara otra plaza distinta para mercado nos remite también a las ideas albertianas sobre la ciudad. En ese mismo sentido también, se ha señalado que la visión que se tiene del palacio Piccolomini y del palacio episcopal, situado enfrente, cuando se accede a la plaza, es una visión sesgada, que recuerda la belleza y pintoresquismo que Alberti atribuía a los trazados curvos de las calles en los lugares pequeños. Para potenciar el desarrollo de esta ciudad Pío II la convirtió en sede episcopal en 1462, pero con su muerte cesaron las obras, y la ciudad se detuvo en el tiempo. El caso de Ferrara es un buen ejemplo de cómo transformar una ciudad y del papel que el príncipe tuvo en esos procesos. De 1490-91 data el proyecto para Ferrara de la llamada Addizione Erculea. El nombre se debe a que el promotor de la obra fue Ercole I d'Este, que contó para llevarla a cabo con el arquitecto Biagio Rossetti. El deseo de promover el crecimiento demográfico de la ciudad, que se identificaba con el poder de los Este, llevó a proyectar un nuevo recinto amurallado que ampliara la ciudad. En esa nueva zona las calles se proyectaron con la anchura suficiente como para permitir una zona de peatones y otra de carruajes, con lo cual es una de las primeras ciudades en las que desde su misma concepción se plantea el problema de la circulación. Lo que hizo de Ferrara también un ejemplo urbano de primer orden y una de las renovaciones urbanas más interesantes del Quattrocento fue el hecho de que la plaza nueva se integrara en el trazado preexistente, produciéndose así una completa renovación de toda la ciudad al integrar lo nuevo y lo viejo. El tercer ejemplo de intervención urbana que vamos a poner se debe también a la voluntad de un príncipe. De alguna manera, tal como ha dicho Lavedan, un urbanismo regular se puede convertir en expresión del poder de un príncipe que controla una ciudad. En el caso de la plaza ducal de Vigevano, en Lombardía, ésta fue transformada por decisión de Ludovico el Moro a fines del Quattrocento. Los derribos de casas para construir la nueva plaza se iniciaron en 1492. Es una plaza porticada, al igual que los foros de la Antigüedad y al igual que las propuestas por los tratadistas. Aunque quien la realizó fue Ambrogio da Corte, el proyecto ha sido atribuido tanto a Filarete como a Leonardo y a Bramante, siendo por este último por el que se inclinan la mayoría de los historiadores. La relación con Filarete por ejemplo se ha establecido basándose no sólo en que en su tratado las plazas tenían pórticos, sino también en el hecho de que la torre del castillo recuerda a las propuestas para Sforzinda. De nuevo aquí aparece la plaza como el elemento de cohesión entre palacio e iglesia. En su origen, además, en la zona de la torre, que era por donde se entraba al palacio ducal, los pórticos se interrumpían para dejar penetrar en la plaza la rampa y escalera por las que se accedía al castillo. Enfrente de esa entrada una calle desembocaba en la plaza y, frente de la iglesia -situada en el lado menor de la plaza-, también entraba otra calle, con lo cual dos ejes de circulación relacionaban la ciudad con los edificios representativos de los dos poderes que en la plaza tenían un escenario. Esto permaneció así hasta el siglo XVII, cuando se demolió la rampa, se dio continuidad en esa zona a los pórticos y se construyó la fachada de la catedral. A pesar de esas transformaciones, sigue siendo un ejemplo de primer orden para conocer la cultura urbanística del Quattrocento. Mientras tanto, la que en el XVI se iba a convertir en modelo urbano de validez universal seguía sin ser objeto de grandes transformaciones, porque en Roma, hasta mediados del XV, durante el pontificado de Nicolás V (1447-55) no se comenzó a formular la idea de Renovatio, aunque ya en el siglo XIV Cola di Rienzo y Petrarca coincidieran en esa idea, con Roma como "caput mundi" después del regreso de la sede papal a Roma en 1377. Fue con Nicolás V, quizá inspirado por Alberti, que escribió "Descriptio Urbis Romae", con quien la grandeza de la Roma antigua se empezó a considerar el modelo de la grandeza presente. Así que fue entonces cuando el componente ideológico influyó en obras como la restauración de edificios antiguos. A pesar de que la obra de Pablo II -sobre todo el palacio Venecia- en Roma tiene gran interés por plantearse una expansión de la ciudad, fue durante el pontificado de Sixto IV (1471-84) cuando la relación entre la grandeza presente y la de la antigua Roma se convirtió en motor de las actuaciones de este papa sobre la ciudad. La funcionalidad que buscó con sus reformas -puente, iglesias...- marca una nueva era que no se limita a admirar las ruinas, sino que busca crear una nueva Roma parangonable a la antigua. Los aspectos simbólicos de algunas de sus empresas artísticas -como los referentes al modelo del templo de Salomón en la Capilla Sixtina- lo convierten en predecesor de lo que a comienzos del XVI hará el papa Julio II en la "Roma triunfans", modelo de ciudad para el orbe católico durante bastante tiempo.
obra
Murillo recoge en esta escena el momento en que Rebeca ofrece agua al sediento mayoral de los rebaños de Abraham, Eliezer, cuando éste buscaba en Mesopotamia la mujer para Isaac. Rebeca es acompañada por tres mujeres, apareciendo una de ellas de espaldas mientras que al fondo se aprecia la caravana de camellos y un caballo. El naturalismo de las figuras dispuestas alrededor del pozo, los alegres colores de los ropajes, la expresividad de algunos gestos y la luz y atmósfera que impregna la composición hacen de esta obra una de las más interesantes de la etapa madura del pintor, alejado del claroscuro de la década de 1650 e interesado por efectos atmosféricos tomados de Herrera el Mozo, Van Dyck y la escuela veneciana. La facilidad a la hora de narrar un episodio sitúan a Murillo a la altura de Velázquez, convirtiéndose en los dos grandes maestros del Barroco español. El lienzo fue traído de Sevilla en 1733 por Isabel de Farnesio, esposa de Felipe V y gran admiradora de la obra de Murillo, estando documentado en su colección en 1746, en la Granja.
obra
Entre los códices siríacos destaca el "Génesis de Viena", escrito en lengua griega con tinta de plata sobre un pergamino previamente teñido en tonalidades púrpuras. El estilo de este códice viene determinado por la expresividad de los personajes representados y la frescura típica del mundo helenístico. La escena que contemplamos nos presenta dos momentos de la misma historia: en primer lugar, el paseo de Rebeca desde la ciudad hasta la fuente y el momento en que Rebeca da de beber a Eliécer y sus camellos, representados estos de manera muy naturalista.
obra
El éxito de Botticelli en Florencia fue tal que se extendió fuera de las fronteras de la ciudad, llegándole encargos de otros lugares. El más importante es la llamada del papa Sixto IV para decorar en Roma las paredes de la capilla destinada a la elección del papa, la famosa Capilla Sixtina, en cuyo techo realizará años más tarde Miguel Angel sus famosos frescos. Junto a Botticelli trabajarán Domenico Ghirlandaio, Cosimo Rosselli y el Perugino. En menos de un año los distintos artistas tenían concluidos sus encargos, cuya temática comprende hechos del Antiguo y Nuevo Testamento con escenas de la vida de Moisés y de Cristo. Botticelli será el encargado de ejecutar tres de las escenas junto a diversos retratos de papas que se sitúan sobre ellas y unos cortinajes ficticios que se encuentran bajo las escenas. La Rebelión contra la Ley de Moisés es uno de los frescos más importantes del ciclo ya que lleva implícita la advertencia del papa Sixto IV a aquéllos que se rebelen contra su autoridad. Moisés y su hermano Aarón fueron los elegidos por Yavhe para guiar al pueblo judío desde Egipto hasta la Tierra Prometida. Los sufrimientos que padecieron durante el trayecto provocaron diversas revueltas contra la Ley de Dios, que Botticelli recoge perfectamente en este trabajo. En el centro de la composición se muestra la revuelta de Coré, auspiciada por los hijos de Aarón y otros levitas contra la autoridad del Sumo Sacerdote Aarón al realizar un sacrificio de incienso; Aarón aparece vestido de azul y con barba blanca agitando su incensario y haciendo caer a los rebeldes. A la derecha, la rebelión de los judíos contra Moisés debido al cansancio de la población y los sufrimientos tras la salida de Egipto; la muchedumbre se abalanza sobre Moisés -el anciano con barba blanca y túnica amarilla que tiene rayos dorados sobre su cabeza- intentando lapidarle, recibiendo la protección de Josué. En la escena de la izquierda contemplamos el castigo divino al tragarse la tierra a todos los rebeldes mientras los inocentes se elevan sobre una nube. Tras las diversas escenas hay varias construcciones clásicas insertadas en un paisaje, que retoman la preocupación por la perspectiva tradicional en el Quattrocento. La representación de diversas escenas en el mismo espacio provoca la repetición de personajes, apareciendo Moisés en tres ocasiones. Estas repeticiones tienen un origen medieval, permitiéndose en el Renacimiento si el tema lo exigía. Sin embargo, el ambiente creado por Botticelli y las figuras no tiene ningún elemento goticista sino que exhiben toda la calidad del maestro florentino. Su dibujo es tan perfecto como el empleo del color y de la perspectiva; las figuras están dotadas de un amplio efecto escultórico que recuerda a Donatello o Verrocchio, colocándolas en diversas posturas para agradar a su cliente. Su admiración por la Antigüedad clásica viene determinada por el empleo de construcciones romanas como el Arco de Constantino con el que el papa Sixto IV quiere aludir a su vinculación con el poder temporal del Imperio Romano, dentro de un programa iconográfico especialmente diseñado para resaltar los poderes del Sumo Pontífice. Los Sacrificios y tentaciones de Cristo y diversas Escenas de la vida de Moisés completan el ciclo pintado por Botticelli.
contexto
Rebelión de México contra los españoles Conocía Cortés a casi todos los que venían con Narváez. Les habló cortésmente. Les rogó que olvidasen lo pasado, que así haría él, y que tuviesen por bien de ser sus amigos e irse con él a México, que era el más rico pueblo de indias. Les devolvió sus armas, pues muchos las habían perdido, y a muy pocos dejó presos con Narváez. Los de a caballo salieron al campo con ánimo de pelear, mas luego se entregaron por lo que les dijo y prometió. En fin, todos ellos, que no venían sino a gozar la tierra, se alegraron de ello, y lo siguieron y sirvieron. Rehizo la guarnición de Veracruz, y envió allí los navíos de la flota. Despachó doscientos españoles al río de Garay, y volvió a enviar a Juan Velázquez de León con otros doscientos a poblar en Coazacoalzo. Envió delante a un español con la noticia de la victoria, y él partió luego a México, no sin preocupación por lo suyos que allí estaban, a causa de los mensajes de Narváez a Moctezuma. El español que fue con las noticias, en lugar de albricias, tuvo heridas que le hicieron los indios alzados. Mas, aunque llegado, volvió para decir a Cortés que los indios estaban rebelados y con armas, y que habían quemado los cuatro fustes, combatido la casa y fuerte de los españoles, derribado una pared, minado otra, pegado fuego a las municiones, quitado las vituallas, y llegado a tanto aprieto, que hubieran matado o prendido a los españoles si Moctezuma no les hubiera mandado dejar el combate; y aun con todo eso, no dejaron las armas ni el cerco; solamente aflojaron por complacer a su señor. Estas nuevas fueron muy tristes para Cortés, pues convirtieron su gozo en cuidado, y le hicieron apresurar el camino para socorrer a sus amigos y compañeros; y si hubiese tardado un poco más, no los hubiese hallado vivos, sino muertos o para sacrificar. La mayor esperanza que tuvo de no perderlos y perderse, fue no haberse ido Moctezuma. Hizo reseña en Tlaxcallan de los españoles que llevaba, y eran mil peones y ciento de a caballo, pues llamó a los que había enviado a poblar. No paró hasta Tezcuco, donde no vio a los caballeros que conocía, ni le recibieron como otras veces, ni por el camino tampoco; antes bien halló la tierra, o despoblada o alborotada. En Tezcuco le llegó un español que Albarado enviaba, a llamarle y certificarle de lo arriba dicho, y que entrase pronto porque con su llegada aflojaría la ira. Vino asimismo con el español un indio de parte de Moctezuma, que le dijo que de lo pasado el no era culpable, y que si traía enojo hacia él, que lo perdiese y se fuese al aposento de antes, donde él estaba, y los españoles también vivos y sanos, como los dejó. Con esto descansaron él y los demás españoles aquella noche, y al otro día, que era San Juan Bautista, entró en México a la hora de comer, con cien de a caballo y mil españoles, y gran muchedumbre de los amigos de Tlaxcallan, Huexocinco y Chololla. Vio poca gente por las calles, no recibimiento, algunos puentes desbaratados y otras malas señales. Llegó a su aposento, y los que no cupieron en él, se fueron al templo mayor. Moctezuma salió al patio a recibirle, disgustado, según mostraba, de lo que los suyos habían hecho. Se disculpó, y entró cada uno en su cámara. Pedro de Albarado y los demás españoles no cabían en sí de gozo con su llegada y la de tantos otros, que les daban las vidas, que tenían medio perdidas. Se saludaron unos a otros, y se preguntaron cómo estaban y venían, y cuanto los unos contaban de bueno, tanto los otros de malo. Causas de la rebelión Quiso Cortés saber por entero la causa del levantamiento de los indios mexicanos. Lo preguntó a todos juntos. Unos decían que por lo que Narváez les había enviado a decir, otros que por echarlos de México para que se fuesen, como estaba concertado, en teniendo navíos, pues peleando les gritaba: "íos, íos de aquí"; otros que por libertar a Moctezuma, pues en los combates decían: "Soltad nuestro dios y rey si no queréis ser muertos"; quién decía que por robarles el oro, plata y joyas que tenían, y que valían más de setecientos mil ducados, pues oían a los que llegaban cerca: "Aquí dejaréis el oro que nos habéis cogido"; quién que por no ver allí a los tlaxcaltecas y a otros que eran sus enemigos mortales; muchos, en fin, creían que por haberles derribado los ídolos de sus dioses, y por decírselo el diablo. Cada una de estas causas era bastante para que se rebelasen, cuanto más todas juntas. Pero la principal fue porque pocos días después de haberse ido Cortés hacia Narváez, vino cierta fiesta solemne que los mexicanos celebraban y la quisieron celebrar como solían, y para ello pidieron permiso a Pedro de Albarado, que quedó de alcaide y teniente por Cortés, para que no pensase, según ellos decían, que se juntaban para matar a los españoles. Albarado se lo dio, con tal que en el sacrificio no interviniese muerte de hombres ni llevasen armas. Se juntaron más de seiscientos caballeros y principales personas, y hasta algunos señores, en el templo mayor; otros dicen que más de mil. Hicieron grandísimo ruido aquella noche con atabales, caracolas, cornetas, huesos hendidos, con los que silban muy fuerte. Hicieron su fiesta, y desnudos, aunque cubiertos de piedras y perlas, collares, cintas, brazaletes y otras muchas joyas de oro, plata y aljófar, y con muy ricos penachos en la cabeza, bailaron el baile que llaman mazaualiztli, que quiere decir merecimiento con trabajo, y así al labrador llaman mazauali. Este baile es como el netoteliztli, que ya dije, pues ponen esteras en los patios de los templos, y encima de ellas los atabales. Danzan en corro, cogidos de las manos y por filas; bailan al son de los que cantan, y responden bailando. Los cantares son santos, y no profanos, en alabanza del dios para el cual es la fiesta, para que les dé agua o grano, salud, victoria o porque les dio paz, hijos, sanidad y otras cosas así; y dicen los prácticos de esta lengua y ritos ceremoniales, que cuando bailan así en los templos hacen otras mudanzas muy diferentes que al netoteliztli, así con la voz como con movimientos del cuerpo, cabeza, brazos y pies, en que manifestaban sus conceptos, malos o buenos, sucios o loables. A este baile lo llaman los españoles areito; que es vocablo de las islas de Cuba y Santo Domingo. Estando, pues, bailando aquellos caballeros mexicanos en el patio del templo de Vitcilopuchtli, fue allí Pedro de Albarado. Si fue de su cabeza o por acuerdo de todos no lo sabría decir; mas de que unos dicen que fue avisado que aquellos indios, como principales de la ciudad, se habían juntado allí a concertar el motín y rebelión que después hicieron; otros, que al principio fueron a verlos bailar un baile tan elogiado y famoso, y viéndolos tan ricos, se llenaron de codicia por el oro que llevaban encima, y así tomó las puertas, cada una con diez o doce españoles, y él entró dentro con más de cincuenta, y sin duelo ni piedad cristiana, los acuchilló y mató, y quitó lo que tenían encima. Cortés, aunque lo debió de sentir, disimuló por no enojar a los que lo hicieron, pues estaba en tiempo en que los iba a necesitar mucho, o para contra los indios o para que no hubiese novedad entre los suyos.
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Rebelión y liga contra Moctezuma por instigación de Cortés Cuando al día siguiente amaneció y echaron de menos a los dos presos, riñó el señor a las guardas, y quiso matar a los que guardaban; sólo que con el rumor que se hizo, y con estar esperando qué dirían o harían los del pueblo, salió Cortés, y rogó que no los matasen, pues eran mandados por su señor, y personas públicas, que, según derecho natural, ni merecían pena ni tenían culpa, de lo que hacían sirviendo a su rey; mas, para que no se les fuesen aquéllos, como habían hecho los otros, que se los confiasen y entregasen a él, y a su cargo si se le soltasen. Se los dieron, y los envió a las naos amenazándoles y diciendo que les pusiesen cadenas. Tras esto se juntaron a consejo con el señor, muertos todos de miedo, y platicaron lo que harían sobre aquel caso, pues estaba cierto que los huidos habían de decir en México la afrenta y mal tratamiento que se les había hecho. Unos decían que era bueno y conveniente a todos enviar el pecho a Moctezuma y otros dones, con embajadores, para aplacarle la ira y enojo, y a disculparse, culpando a los españoles, que los mandaron prender, y suplicarles les perdonase aquel yerro y disparate que habían hecho, como locos y atrevidos, en desacato de la majestad mexicana. Otros decían que era mucho mejor desechar el yugo que tenían de esclavos, y no reconocer más a los de México, que eran malos y tiranos, pues tenían a su favor a aquellos semidioses e invencibles caballeros españoles, y tendrían otros muchos vecinos que les ayudarían. Resolviéronse a la postre en rebelarse y no perder aquella ocasión, y rogaron a Hernán Cortés que lo tuviese por bien, y que fuese su capitán y defensor, pues por él se habían metido en aquello; que, enviase o no Moctezuma ejército sobre ellos, estaban ya determinados a romper con él y hacerle la guerra. Dios sabe cuánto se alegraba Cortés con estas cosas, pues le parecía que por allí iban allá. Les respondió que mirasen muy bien lo que hacían, pues Moctezuma, según tenía entendido, era poderosísimo rey; mas que si así lo querían, que él los capitanearía y defendería seguramente; que más quería su amistad que la del otro, que le despreciaba; pero que con todo eso quería saber cuánta gente podrían juntar. Ellos dijeron que cien mil hombres entre toda la liga que se hacía. Cortés dijo entonces que enviasen en seguida a todos los de su parcialidad y enemigos de Moctezuma a avisarlos y apercibirlos de aquello, y a certificarles de la ayuda que tenían de los españoles. No porque él tuviese necesidad de ellos ni de sus huestes, que él sólo con lo suyos bastaba para todos los de Culúa, y aunque fuesen otros tantos, sino porque estuviesen a recado y sobre aviso, no recibiesen daño si por casualidad Moctezuma enviaba ejército sobre algunas tierras de los confederados, tomándolos a sobresalto y descuido; y también para que si tuviesen necesidad de socorro y gente de aquella suya que los defendiese, se la enviase con tiempo. Con esta esperanza y ánimo que Cortés les daba, y por ser ellos de por sí orgullosos y no bien considerados, despacharon en seguida sus mensajeros por todos aquellos pueblos que les pareció, a hacerles saber lo que tenían acordado, poniendo a los españoles por las nubes. Por aquellos ruegos y medios se rebelaron muchos lugares y señores y aquella serranía entera, y no dejaron recaudador de México en parte ninguna de todo aquello, publicando guerra abierta contra Moctezuma. Quiso Cortés revolver a éstos, para ganar las voluntades a todos y hasta las tierras, viendo que de otra forma mal podría. Hizo prender a los alguaciles, los soltó; se congració de nuevo con Moctezuma; alteró aquel pueblo y la comarca; se les ofreció a la defensa, y dejó a los rebelados para que tuviesen necesidad de él.
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Los reveses de una guerra poco gloriosa produjeron algunos movimientos de oposición a Godoy, en los que se ironizaba ante el insólito título de Príncipe de la Paz. Algunas conspiraciones se tejieron contra el valido, siendo las más conocidas las encabezadas por Juan Bautista Picornell, el marino Alejandro Malaspina y el aristócrata conde de Teba, surgiendo también la voz de españoles que, desde el exilio, se inclinaban por una vía revolucionaria. Las conspiraciones de Picornell y Malaspina tenían objetivos distintos, pero ambas intentaron aprovechar el descontento general derivado de la fracasada guerra con Francia. El proyecto encabezado en 1795 por Picornell pretendía subvertir el orden monárquico con el apoyo armado de las masas populares, aprovechando la crisis económica y la inmoralidad de Godoy, y proclamar un nuevo régimen cuyo lema sería "libertad, igualdad y abundancia". Juan Bautista Picornell era un mallorquín nacido en 1757 y que había sido condiscípulo de Marchena en la Universidad de Salamanca. Su preocupación se centraba en la pedagogía, traduciendo algunos textos relativos a la reforma de la docencia. En 1786, todavía en Salamanca, publicó un Discurso teórico-práctico sobre la educación de la infancia, con influencias de Pestalozzi y, posteriormente, ya en Madrid, de cuya Sociedad Económica era socio, presentó a Floridablanca una memoria, traducción de un texto francés, que defendía la implantación de una enseñanza estatal unificada, que debía poner el mayor énfasis en la formación política de los alumnos, para que éstos conocieran perfectamente sus deberes y derechos. El nulo interés manifestado por las autoridades ante propuestas educativas que recogían aspectos defendidos por Mably, Rousseau o Montesquieu, creó en Picornell sentimientos de frustración y agravio que influirían decisivamente en su inclinación a posiciones subversivas. Junto a otros intelectuales de mediano rango, también lectores y traductores de "philosophes" representantes de la ilustración radical, como el ya citado Mably, Picornell diseñó una conspiración destinada a salvar a la Patria de la entera ruina que la amenaza, Lo acompañaban en sus planes, entre otros pocos, José Lax, un profesor de Humanidades, Sebastián Andrés, opositor a cátedra de matemáticas en el Colegio de San Isidro, y Manuel Cortés, también profesor y destacado exalumno del mismo Colegio de San Isidro. Este pequeño grupo de conspiradores centró su actividad en efectuar una labor proselitista entre las gentes humildes de Madrid, "excitándoles con promesas lisonjeras", y en redactar textos y proclamas que debían hacerse públicas en el momento mismo del golpe, previsto para la Semana Santa de 1795. Su programa revolucionario estaba contenido en un llamado Manifiesto al pueblo, en el que se denunciaba que "todas cuantas miserias y calamidades afligen a la Nación son efecto del mal gobierno" y se hablaba de establecer una Junta Suprema, compuesta por 25 diputados que, como representante del pueblo, asumiría el gobierno provisional mientras se elaboraba una Constitución, tras lo cual se celebrarían elecciones para que la nación eligiera sus representantes. La composición hipotética de la prevista Junta Suprema, formada por personajes de elevado rango cuyos nombres nunca se hicieron públicos, ha hecho pensar que Picornell y los demás conjurados tenían algún tipo de relación con los partidarios de Aranda. Otro texto, complementario del anterior, era el titulado Instrucción de lo que debe ejecutar el pueblo de Madrid, que venía a resumir con suficiente detalle la organización del levantamiento popular y el posterior mantenimiento de la revolución triunfante, y que contaba, como elemento más descollante, con la creación de una Guardia Nacional, constituida por ciudadanos armados y que actuaría como garante de la Revolución. Si bien el tipo de régimen que se propugnaba en el manifiesto quedaba en penumbras, pues no se manifestaba explícitamente a favor de la República ni de la Monarquía, Sebastián Andrés, uno de los detenidos, había diseñado un escudo para la nueva España republicana orlado por la citada divisa "libertad, igualdad y abundancia". Mientras José Luis Comellás opina que la conspiración no pretendía acabar con la monarquía, sino transformarla en constitucional, Artola menciona que existían dos proclamas redactadas en previsión de cualquier contingencia, una monárquica y otra republicana, para difundir la más adecuada según el sesgo que tomara el levantamiento popular. Denunciado por la traición de dos braceros, sobre los que Picornell había ejercido su labor proselitista, éste y sus secuaces fueron detenidos, y sus proclamas requisadas, el 3 de febrero de 1795, día de San Blas, por lo que la conspiración también es conocida por el nombre del santo del día. Las autoridades efectuaron pesquisas para conocer si la trama quedaba circunscrita a los detenidos o si, por el contrario, eran otros los implicados en el complot. Se sabe que Picornell elaboró una lista de personajes relevantes que debían formar parte de la Junta Suprema, pero dicha lista fue retirada del expediente y no ha sido localizada por los investigadores; se conoce también que Picornell dispuso de dinero en abundancia para lograr adeptos, y que sus contactos habían llegado a otros lugares de la geografía española que debían secundar la revuelta una vez que ésta se iniciara en Madrid. Sin embargo, sólo Picornell, Andrés, Lax y Cortés fueron condenados a morir en la horca, pena que fue conmutada por la de cadena perpetua en prisiones americanas. Encarcelados en La Guaira, Picornell y sus compañeros lograron escapar el 3 de junio de 1797, colaborando desde entonces con los movimientos emancipadores. En el mismo año, el famoso marino Malaspina, de origen italiano, recién llegado de dirigir su expedición de circunnavegar la tierra, iniciada en 1789, y fiado en su prestigio, intentó hacer llegar a los reyes su proyecto para sacar a la Monarquía de las manos inadecuadas de Godoy. Malaspina era hombre ambicioso que deseaba obtener un reconocimiento político a su triunfal regreso, ya que había sido ascendido a brigadier de la Armada en marzo de 1795. En noviembre de este mismo año acarició la posibilidad de ocupar la Secretaría de Marina en lugar de su titular, Antonio Valdés, pero la designación de Pedro Varela le creó cierta frustración que acrecentó su antipatía hacia Godoy. Sus ideas políticas estaban cerca de las preconizadas por el partido arandista, que deseaba mantener los vínculos tradicionales con Francia como precaución frente a Inglaterra y defender América contra el peligro británico, pero también contra posibles conatos independentistas favorecidos por la pésima administración colonial, de la que el marino había sido testigo durante la expedición. Malaspina elaboró en secreto un plan de gobierno alternativo al de Godoy, que intentó hacer llegar a manos de los reyes, utilizando el concurso del confesor real y dos damas de la reina. El plan contemplaba la exoneración de Godoy, su inmediato destierro a la Alhambra y el nombramiento de un gobierno en que las Secretarías de Estado y Gracia y Justicia estarían ocupadas por el duque de Alba, Hacienda y Guerra por el conde de Revillagigedo, y Marina e Indias por Antonio Valdés. Jovellanos sería encargado de presidir el Consejo de Castilla. El nuevo gobierno debía tomar medidas urgentes que evitaran el peligro de insurrección popular en ciernes. Sin embargo, el plan elaborado por Malaspina fue interceptado por Godoy, produciéndose la detención del marino a finales de noviembre de 1795 acusado de conspiración. El encarcelamiento inmediato de Malaspina vino a señalar, como indica Emilio Soler, la frontera para los críticos con la política de Godoy y el firme respaldo que la Corona daba a su política.