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Luis XIII, rey de Francia, padre del Rey Sol, Luis XIV, fue el mecenas de uno de los mayores artistas franceses del Barroco, Philippe de Champaigne. Este pintor retrató a los grandes personajes de la corte francesa, como por ejemplo el cardenal Richelieu. Era especialista en el retrato oficial, en el que dotaba a sus modelos de una grandeza y una majestad únicas. En este retrato de Luis XIII encontramos todos los atributos del poder del monarca: la banda de seda azul, la banda blanca de general, el yelmo con penacho, el bastón de mando y la reluciente armadura del jefe de los ejércitos con la Gran Cruz de Francia. El rey aparece como un hombre joven de melena negrísima y cuidada perilla. Evidentemente está idealizado y carece de toda hondura psicológica, ya que es innecesaria ante su presencia apabullante en la plenitud de su poder. La figura, oscura, se recorta contra un rico fondo de brocado de oro. Este tipo de retrato se introducirá en España a partir de la monarquía borbónica.
contexto
Desde 1624, año en que fue llamado para formar parte del Consejo del rey, hasta el momento de su muerte, acaecida en diciembre de 1642, el cardenal Richelieu constituyó la pieza clave del aparato de poder centralizado que tenía en Luis XIII el símbolo del absolutismo monárquico. Entre ambos personajes se dio una confluencia de intereses que hizo posible tanto el engrandecimiento de la Monarquía de derecho divino y el fortalecimiento de su prestigio, como la permanencia al frente del Gobierno del astuto prelado pese a las fuertes oposiciones que su posición privilegiada generó y a los repetidos intentos de asesinato que contra él se produjeron. Así pues, el mandato de Richelieu no estuvo nunca del todo consolidado ni la situación política se normalizó durante su larga estancia en el poder; por contra, contó casi siempre con el rechazo de poderosos enemigos dentro de la Corte y fuera de ella, con las maquinaciones continuas de un partido opositor, con las luchas iniciadas en varias ocasiones por los hugonotes y con una repulsa popular por la fuerte presión fiscal que impuso para mantener sus proyectos de guerra contra los Habsburgo. Pero aun teniendo en cuenta todos estos inconvenientes, su Gobierno no fue débil ni indeciso. Supo ganarse, tras una primera etapa de titubeo, la completa confianza del monarca que le garantizó en los momentos difíciles su supervivencia, fue capaz de organizar un eficaz sistema de control y represión de sus contrincantes, utilizando para ello un cuerpo de vigilancia policial y un aparato propagandístico en apoyo de sus planteamientos, sometió de forma decidida a la alta nobleza que no le quería, a los protestantes que ponían en peligro la unidad del Estado y al clero que mostraba reticencias a contribuir a los gastos continuos que la maquinaria bélica exigía, y sofocó sin ningún titubeo las numerosas agitaciones populares que se dieron a consecuencia del fuerte aumento de la carga impositiva que sobre los sectores humildes de la población se implantó. Se pueden establecer tres etapas durante el reinado de Luis XIII en función del protagonismo creciente logrado por Richelieu. Desde 1610 a 1624 la relación del entonces obispo de Luçon con el jovencísimo monarca no fue nada amistosa, ya que inicialmente, tras su activa participación en la reunión de los Estados Generales de 1614, el prelado pasó a ser un protegido del influyente Concini, llegando incluso a entrar en el Consejo. El asesinato de éste le supuso un fuerte revés al ser apartado del poder, junto a los demás colaboradores de la reina madre y de su favorito, por el rey. No obstante, maniobró con habilidad actuando de conciliador en la pugna que enfrentaba a Luis XIII con María de Médicis, lo que le supuso recuperar parte de su presencia política en la Corte y la promesa de llegar a obtener el capelo cardenalicio, que efectivamente lograría en 1622. La muerte de Charles Albert de Luynes, quien verdaderamente dirigía la voluntad del monarca, y la ausencia de otro favorito destacado que ocupara el lugar dejado por la desaparición del noble provenzal, propició el encumbramiento del ya cardenal Richelieu, llamado a formar parte del Consejo real en abril de 1624. Desde este año hasta 1630, el nuevo hombre de confianza del monarca tuvo que hacer frente a las diversas intrigas fraguadas contra su persona en los ambientes cortesanos y a los problemas políticos planteados por las conspiraciones nobiliarias y por los protestantes, que estaban poniendo en peligro la centralización y la unidad del Estado. Descubierto un complot que pretendía llegar incluso a su asesinato, la reacción de Richelieu fue enérgica y radical, ordenando la ejecución de varios miembros de la alta nobleza y la detención o el exilio de los personajes influyentes que habían participado en la conjura. La guerra de La Rochelle fue el otro gran asunto que ocupó su atención como estadista. La rebelión de los protestantes alcanzó un punto de enorme peligro, no ya solamente porque suponía una grave contestación a la política absolutista, sino también por la ayuda que estaban recibiendo los sublevados de los ingleses, concretada en la participación activa y en la presencia en territorio francés de fuerzas extranjeras. El asedio que se hizo a la plaza clave de La Rochelle provocó finalmente su rendición, alcanzando las tropas reales un notable éxito con la derrota del levantamiento. El Edicto de Alès (1629), otorgado por el monarca, mantuvo en líneas generales el espíritu de tolerancia hacia los hugonotes que se había conseguido desde el Edicto de Nantes, pero anuló los privilegios políticos y militares que los calvinistas franceses venían gozando desde entonces. Un importante escollo que tuvo que salvar Richelieu para poder desarrollar su política antiaustriaca, volcando todo el potencial del Estado en su enfrentamiento con los Habsburgo, lo que consideraba esencial si se quería lograr el engrandecimiento de Francia, fue la opción contraria a sus planes representada por el partido devoto, del que formaban parte destacadas figuras de la familia real y de la Corte y que preconizaba una política amistosa hacia la Casa de Austria, defensora de la causa católica, la revocación del Edicto de Nantes para acabar de una vez con el problema hugonote y la necesidad de aplicar una serie de reformas internas (económicas, fiscales, judiciales) que remediasen la mala situación que se padecía por aquellos tiempos. Luis XIII se encontró ante la difícil tesitura de tener que escoger entre ambos planteamientos, duda que resolvió finalmente a favor de las propuestas del ministro-prelado al otorgarle definitivamente su confianza en 1630, decisión que resultaría de gran trascendencia a partir de entonces por lo que supuso de pleno apoyo a las pretensiones de Richelieu de poner en un primer plano de actuación la lucha, encubierta primero, declarada públicamente después, contra los Austrias, olvidándose por tanto de cualquier reforma interior que pudiera distraer la atención prioritaria que se iba a tener sobre el objetivo exterior. De 1630 a 1642 Richelieu impuso un auténtico régimen de guerra en Francia, subordinando todas las decisiones al logro de sus deseos de acabar con el dominio de los Habsburgo. Para ello necesitó fortalecer el poder central, afianzar su autoridad, controlar férreamente los distintos consejos y los poderes regionales para evitar toda disidencia interna, a la vez que procuraba aumentar todo lo que se pudiera los recursos económicos de la Hacienda real para poder financiar su costosa política bélica y poner en pie un gran ejército y una poderosa marina, de la que tan necesitada se encontraba Francia. La colocación de hombres de su confianza en los principales órganos de la Administración, la utilización de los intendentes en las provincias, la creación de un eficaz montaje propagandístico y policial que justificara y garantizara sus proyectos, la exigencia de que todos los estamentos contribuyeran a los cuantiosos gastos que demandaba la empresa pública en la que se había embarcado, sin excluir a los grupos privilegiados, la petición de préstamos obligados, la venta de oficios y un fuerte aumento de la presión fiscal sobre las clases trabajadoras y humildes, fueron algunas de las principales medidas que se tomaron para poder dar satisfacción a la rígida política de Richelieu, que venía a profundizar para colmo de males la grave crisis socioeconómica que se estaba dejando sentir con gran intensidad sobre la población francesa, producto de las epidemias, malas cosechas y hambrunas que se padecían por aquellos años, lo que no hacía más que aumentar el descontento social. Lógicamente se produjo un amplio rechazo a este régimen de guerra, establecido además en una pésima coyuntura y con un ambiente político lleno de tensiones y de luchas partidistas y estamentales. Las protestas y las agitaciones vinieron por todas partes y de casi todos los grupos sociales. Hubo intrigas en la Corte, conspiraciones de la nobleza, quejas del clero, reacciones opuestas en los Parlamentos y una serie casi ininterrumpida de levantamientos y revueltas populares, tanto urbanas como rurales, que marcarían esta etapa como una de las más conflictivas de la historia moderna francesa. Frente a tales resistencias y oposiciones, el Gobierno de Richelieu aplicó una dura acción represiva e intimidatoria que posibilitó, aun a costa de muchos sacrificios y pesares, seguir adelante con sus planes, aunque los frutos maduros de su política no llegaría a recogerlos con plenitud el todopoderoso cardenal, que moría a finales de 1642 con un gran renombre político internacional, aunque en su propio país muchos se mostraran satisfechos con su desaparición. Luis XIII no tardaría por su parte en desocupar el trono, pues su muerte se produjo algunos meses después de la de su ministro, en mayo de 1643, dejando tras de sí un heredero de tan sólo unos pocos años de edad, lo que llevaba de nuevo al período de incertidumbre política que toda regencia implicaba.
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El monarca Luis XIV era llamado el Rey Sol por su corte y ejemplificaba al absolutismo. Era el abuelo de Felipe V, el primer monarca borbón de España, a quien regaló este retrato. Está pintado a mayor tamaño que el natural y resulta absolutamente imponente. El arte del Barroco Francés estuvo rigurosamente al servicio de la monarquía, y las características de este retrato son prácticamente las características del sistema de gobierno de Luis XIV. El rey aparece de cuerpo entero, dominando una perspectiva de paisaje sobre una ciudad que están atacando sus tropas. Es una clara alusión a su expansionismo militar y a su dominio de los territorios limítrofes con Francia. Luis XIV intervino en todas las guerras europeas del momento, obteniendo inmensas ganancias. Como jefe militar, aparece con armadura pulida y con peluca negra. Lleva la banda blanca de general y la banda de seda azul, arremolinadas ambas caprichosamente a la cadera, podría decirse que con coquetería. Esta misma coquetería se advierte en los blancos encajes del cuello que asoman bajo el corselete. Empuña el bastón de mando, que apoya con soberbia sobre el casco. Avanza con elegancia una de sus piernas, en una pose absolutamente de aparato. Las espuelas ciñen sus zapatos de tacón. Mezcla pues, su condición de guerrero con la de cortesano en la síntesis que pretende el Absolutismo.
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En este espectacular cuadro muestra Hyacinthe Rigaud una elegancia relacionada con el estilo de Van Dyck, pero a la que se añade la pompa y el carácter emblemático de la Corte y la personalidad del Rey Sol.
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El cuadro muestra una elegancia relacionada con el estilo de Van Dyck, pero a la que se añade la pompa y el carácter emblemático de la Corte y la personalidad del Rey Sol.
Personaje Político
<p>Hijo y sucesor de Luis XIII y de Ana de Austria, nació en Saint Germain-en-Laye el 5 de septiembre de 1638. Durante la minoría de edad de este rey ocupó la regencia la reina madre, Ana de Austria, quién confió el gobierno al cardenal Mazarino, el cual siguió la política de Richelieu. Precisamente su gobierno absolutista termina con la crisis de la Fronda en la cual la alta nobleza junto con la burguesía consiguieron mandar al destierro a este cardenal. A partir de aquí, Luis XIV es declarado mayor de edad y comienza la decadencia de la alta nobleza y el favorecimiento de la burguesía, que en virtud del reglamento del 1673 pudo acceder al Consejo de Estado. Luis XIV comenzó a absorber totalmente el poder en base al fundamento de las teorías sobre absolutismo de Juan Bodino y Tomas Hobbes. Ya su predecesor Luis XIII había configurado los pilares de este tipo de gobierno y es Luis XIV el que lo lleva a su máximo exponente; también es cierto que esta absorción pudo llevarla a cabo gracias a la eficacia de ministros como Colbert, Louvois y Lionnes. Gran parte de la política personal desarrollada durante su reinado estuvo influenciada por los primeros años de regencia (1643-1661), en los que vio el poder real seriamente debilitado y cuestionado. Así, el traslado de la corte a Versalles, un palacio hecho a su medida para magnificar y proclamar la grandeza del monarca y su soberanía y dominación sobre todos sus súbditos; la erección de los palacios y jardines anexos, simbolización del orden y la estructura social claramente compartimentada y compuesta de grupos nítidamente definidos y el dominio que el monarca ejerce sobre ellos; su ataque y limitación al poder de la aristocracia, a la que hace responsable de la debilidad del soberano, de la monarquía y del país; la limitación de las atribuciones de los Parlamentos, a los que suprime la posibilidad de discutir sobre las atribuciones reales. Todas estas medidas están encaminadas a hacer de la monarquía y de la figura del rey un asunto incontestable, dotada de un poder omnímodo sobre cosas y personas. Su ministro Colbert fue figura clave en sus primeros años. Desde su cargo de responsable del tesoro francés, emprendió una política de puro corte mercantilista que engrandeció la economía del país y las arcas del Estado, que pudieron así dedicarse a costosas campañas militares en el exterior y a la promoción de la figura del monarca en el interior. El ministro francés Colbert fue el máximo impulsor de iniciativas industriales. Su acción no se limitó solamente a proseguir levantando las barreras proteccionistas clásicas en el mercantilismo de la época sino que creó industrias estatales, cuya explotación y administración puso en manos de mentes oficiales. Otra acción consistió en favorecer mediante privilegios, exenciones, monopolios y pedidos estatales a un amplio conjunto de empresas correspondientes a la iniciativa privada, a las que se distinguió con el título de manufacturas reales. El objetivo del desarrollo económico era doble: por un lado, sufragar la política exterior expansiva propuesta por Luis XIV, quien se creía a sí mismo un ser semi-divino y con derecho a imponer su voluntad sobre todas las naciones. Por otro lado, el desarrollo económico interior permitiría al monarca plasmar su grandeza frente a la nobleza, adocenarla, y favorecer y promocionar a la burguesía con cargos y prebendas. Las fábricas reales trabajaron productos exquisitos y de lujo, dedicadas fundamentalmente a la decoración de los palacios reales, provistos de gran fasto y suntuosidad. La economía se puso al servicio de la política del rey y de sus gastos personales, sin que el incremento de los ingresos sirviera para promover reformas sociales. La implantación de un poder monárquico absoluto en Francia vino a acabar con el antiguo cuestionamiento que la institución sufría desde la época medieval. Como en muchos otros estados europeos, el poder real hubo de dominar y establecer bajo su control a muy diversas facciones -fundamentalmente nobleza, clero, ciudades- que impedían la formación de un estado unitario, sólido e implantado en todo el territorio. El proceso que lleva a Luis XIV a detentar un poder absoluto acaba por identificar a su persona con el Estado -"El bien del Estado es la gloria del rey", llegaría a decir- sin compartirlo con ninguna otra persona o institución. Tras domesticar a la nobleza, Luis XIV dirige sus actuaciones contra el clero francés, dependiente de Roma. Así, emprende un programa con el que logra intervenir en el nombramiento de cargos eclesiásticos, defiende el galicanismo, por el cual restringe en gran medida la dependencia de la Iglesia gala de la romana, y se atrae la confianza del estamento clerical mediante la defensa de la fe católica desde las filas del Estado y la lucha y persecución de la herejía. Para aumentar la fortaleza del Estado y lograr una mayor cohesión social, Luis XIV tomó la decisión política de imponer la unidad de fe en su Reino, lo que supuso una mayor presión inicial sobre los protestantes franceses, seguida poco tiempo después de un ataque abierto contra ellos por medio de la revocación del Edicto de Nantes, proclamado por Enrique IV, efectuada con el Edicto de Fontainebleau publicado el 18 de octubre de 1685. Culminaba así una política de endurecimiento religioso que había pasado por una primera fase en la que los hugonotes fueron perdiendo paulatinamente sus privilegios, hasta que se dio el paso definitivo de la prohibición oficial de su credo. Semejante actitud de firmeza y autoritarismo regio fue la que se adoptó frente al Papado y contra los jansenistas. Respecto a la Santa Sede no se le permitió la más mínima intromisión en los asuntos internos franceses, agudizándose por lo demás el galicanismo político y la subordinación de la Iglesia al Estado; en cuanto a los seguidores de Port-Royal, se puso especial cuidado de que su creciente influencia no alcanzase cotas peligrosas de desviacionismo socio-religioso, estableciéndose una atenta vigilancia sobre ellos con momentos de represión más definida. En 1660 casó con la infanta española María Teresa de Austria en cumplimiento de lo acordado en la paz de los Pirineos. La muerte de sus más cercanos colaboradores, como Colbert (1683) y Louvois (1691) le hace retraerse y encerrarse en las tareas de gobierno, a las que dedica nueve horas diarias. Ya no cede ninguna parcela de gobierno a sus colaboradores, cumpliendo sus deseos de "ser él su propio primer ministro". En mayo de 1682 la corte se traslada a Versalles. Símbolo del estado absoluto, el palacio fue construido entre 1624 y 1708 por el arquitecto Mansart y decorado por Lebrun. La vida de la corte gira en torno a la figura del monarca, concebida, según la mentalidad barroca, como una pieza teatral con el mundo por escenario. La vida del rey se convertía desde el primer momento en historia, si no en mito, haciendo de la aparición del soberano en cualquier acto público una ceremonia. El mismo rey era imagen viva de su propia majestad, convencido de su origen divino. La corte del Rey Sol era entendida como un cosmos, simbolizando el monarca a los mismos Júpiter, Apolo o el astro solar. El mito solar es utilizado como metáfora por el rey y su corte: en torno al Sol, que ocupa una posición central, giran los objetos celestes, que necesitan de la estrella para vivir. Transmitir esta simbología requiere de un eficaz programa propagandístico. Cuadros, imágenes, medallones y monumentos extienden la figura del rey, especialmente en Versalles. El mismo palacio está construido para simbolizar la majestad y grandeza del monarca; así, su dormitorio, ocupa un lugar central en el eje este-oeste, siendo a la vez lugar de culto y emanación de poder. Pero la mejor propaganda del monarca la hace él mismo: su vida diaria se desarrolla siguiendo la ruta solar, de este a oeste, y cada acto está programado hasta la saciedad, incluso en sus más íntimos detalles. La vida cotidiana del Rey Sol se convierte en materia de culto, desarrollándose complejas ceremonias que rodean ritualmente a actos personales como el "lever" o el "coucher" del monarca, asimilados al amanecer o el atardecer del Sol. Libros de protocolo describen y reglamentan los actos, como si de una obra teatral se tratase, describiendo cada movimiento de los numerosísimos servidores y previendo cualquier incidencia. El ceremonioso monarca pasa horas antes de dejar la cama y vestirse por completo; la Corte está presente en todos sus actos: la cercanía al Rey simboliza su presencia y participación en el esplendor del firmamento. Los aristócratas más cercanos observan como un privilegio servir a su rey hasta en las tareas más íntimas, y se instalan en pequeñas dependencias anexas. En el recinto de Versalles surgen pequeñas construcciones donde el rey y los cortesanos pueden desarrollar sus actividades lejos de miradas indiscretas. Algunos edificios, como el Trianon de Porcelaine, constituían el lugar de encuentro de Luis XIV con su amante, madame de Montespan. Casi 80 años después, el monarca ordenó la construcción del Petit Trianon para su favorita, madame de Pompadour, para la que además creará el título de maîtresse-en-titre, para elevar a un rango oficial a su amante. En adelante todas lo usarán, otorgando Luis XV a la misma madame Pompadour el título de marquesa. Las fiestas en los fastuosos jardines servían, igualmente, para plasmar la grandeza del rey Sol. Fuentes, glorietas, esculturas y construcciones efímeras servían de escenario para realizar fiestas deslumbrantes, a veces de varios días. En algunas, una construcción hecha al efecto resultaba destruida por un incendio provocado, arrancando gritos de júbilo y admiración entre los congregados. Por último, la grandeza del monarca se plasmaba también en su entrada solemne a las ciudades, realizando recorridos que continuaban la tradición medieval y para los que se construían suntuosos escenarios, como arcos de triunfo de madera. El triunfo simbolizaba el éxito de un programa de gobierno garante del orden, el equilibrio y la virtud, y tras el cual se situaba el monarca, protegido de los dioses, como responsable del buen funcionamiento cósmico. La ciudad se convertía, así, toda ella en escenario: sus plazas, calles y patios eran lugar de ceremonia, espacio festivo y teatral. Desde el punto de vista artístico, el gobierno de Luis XIV es la época del proteccionismo estatal, del mecenazgo desde el poder y no individual, como había sido en el renacimiento. Así se funda en 1635 la Academia francesa para el fomento del arte y las ciencias. En el clasicismo francés sobresalen los pintores Poussin, Lorrain y el retratista oficial de la corte Rigaud. En política exterior sus objetivos son alcanzar los límites naturales de Francia en el sistema Rin-Mosa-Escalda, reforzar la hegemonía francesa en Europa y hacerse con la herencia dinástica española, ya al final de su reinado. Con este criterio actuó primero en la guerra de Devolución por la que Francia obtuvo en la paz de Aquisgrán (1668) una serie de plazas en la frontera con los Países Bajos. Tras este enfrentamiento comenzó la guerra de Holanda en 1672. Esta política expansionista fue lo que determinó la formación de la Gran Alianza de la Haya por la cual Holanda, el Imperio Austriaco, España y los príncipes alemanes se unían contra el expansionismo francés. La paz de Nimega pone fin a esta guerra y Luis XIV retuvo Lorena y el Franco Condado. Continuó su ampliación de fronteras anexionándose territorios limítrofes como Estrasburgo, Luxemburgo etc. Finalmente en la batalla naval de la Hogue, Francia pierde su nueva flota y en 1697 firma el primer tratado desfavorable (paz de Ryswik), perdiendo algunos territorios para mantener Estrasburgo y Alsacia. La búsqueda de la hegemonía en Europa le llevará, tras observar ciertos fracasos en el campo militar, a practicar la diplomacia en el caso de la herencia española. Para instalar a su nieto Felipe de Anjou en el trono hispánico, quien reinó con el nombre de Felipe V, emprendió una ardua labor diplomática que, sin embargo, no obtuvo los frutos apetecidos. La oposición de las potencias europeas a un eje franco-español dominado por Luis XIV o su sucesor en el trono empuja a una conflagración de carácter continental, la guerra de Sucesión española, que durará doce años. El hastío de los contendientes hará que se firme la paz en Utrecht y se ratifique en Ranstadt, determinándose que ninguna de las grandes potencias tendrá el poder suficiente para imponerse a las demás, y se crearán además unas potencias medianas, Estados tapones que obstaculizarán que cualquier veleidad hegemónica pueda llevarse a efecto. Los Borbones lograrán al fin situar a Felipe V en el trono español, pero éste habrá de ceder al emperador gran parte de los territorios europeos extrapeninsulares: Países Bajos, Milán, Nápoles y Cerdeña. Así, los largos años de guerra no impedirán el reparto de los territorios de la Monarquía española, como varias veces se había acordado previamente. Francia, por su parte, logró al fin romper el cerco de los territorios Habsburgo y afirmar sus fronteras al conservar Lille y Estrasburgo. El equilibrio se refuerza, además, con la creación de una barrera preventiva alrededor de Francia, que le impida desbordar fácilmente sus fronteras. La gran vencedora será Gran Bretaña, que consolidó su posición como potencia marítima y comercial. En el Mediterráneo conservará Menorca y Gibraltar, conquistadas a España en el transcurso de la guerra, y le arrebatará la concesión del envío de un barco anual a las Indias españolas (el navío de permiso) y el derecho del asiento de negros en las mismas colonias. Francia renunciará al apoyo a los Estuardos y reconocerá a la nueva dinastía Hannover, que reinará en Gran Bretaña desde 1714, además de cederle la isla de San Cristóbal, en las Antillas, y los territorios alrededor de la bahía del Hudson, Acadia y Terranova, donde no conservará más que el derecho de pesca. Luis XIV falleció en Versalles el 1 de septiembre de 1715, tras legar el trono francés a su bisnieto Luis XV.</p>
Personaje Político
Nacido en Versalles el 15 de febrero de 1710, es hijo del duque de Borgoña y de María Adelaida de Saboya. Bisnieto de Luis XIV, le sucede en 1715, ocupando la regencia Felipe de Orleáns (1715-23). Casa con María Lescynska en 1723, nombrando primer ministro al duque de Borbón. En 1726, le sucede en el cargo el cardenal Fleury, hasta 1743. En este período, hace intervenir a Francia en la Guerra de Sucesión de Polonia (1733-35). También firma con España (1733) el tratado de El Escorial, lo que supone el primer pacto de familia entre ambas coronas. La muerte del ministro Fleury hace asumir personalmente al monarca las riendas del gobierno, si bien se apoya en sus favoritas: duquesa de Châteauroux y sus hermanas, marquesa de Pompadour, condesa du Barry, etc. El papel de madame de Pompadour crece en importancia, interviniendo como ministro oficioso en política y ejerciendo de protectora y mecenas de artistas (Boucher, Nattier, La Tour, Van Loo) y pensadores (Voltaire y enciclopedistas). En política interior, su reinado conoce enfrentamientos con la aristocracia parlamentaria, que quiere limitar el poder del monarca y se arroga la representación de la nación. Intenta desarrollar una reforma fiscal para acrecentar las arcas del Estado, pero no puede llevarla a cabo por la oposición de las clases privilegiadas. Tras la guerra de Sucesión de Austria (1741-48), acuerda con España el tratado de Fontainebleau, que supone el segundo pacto de familia. La llegada al poder del duque de Choiseul (1758-1770) como ministro oficioso mejora las arcas del Estado. En este período, además, sucede la expulsión de los jesuitas (1746) y la firma de un acuerdo entre los Borbones de España y Francia, refrendado en el el Tratado de París (1763). Entre 1765 y 1763 emprende la guerra de los Siete Años, contra Prusia. A Choiseul le sucede un trío formado por Maupeou, Terray y D´Aiguillon, entre 1770 y 1774, de clara orientación antiaustriaca. El equipo de gobierno pretende llevar a cabo una política reformista, instalada en el absolutismo ilustrado, pero la muerte del rey en Versalles, el 10 de mayo de 1774 frustrará su intento. Le sucederá en el trono su nieto Luis XVI.
Personaje Político
Subió al trono francés en 1774, cuando contaba 20 años de edad como sucesor de su abuelo Luis XV. En 1770 se casaría con M?. Antonieta de Austria. Su reinado fue un continuo intento de hacerse con la deteriorada situación política y económica interior, cosa que no consiguió a pesar de los cambios de gobierno que realizó, al final tuvo que reunir a los Estados Generales en 1789 y a partir de este momento se desencadena la Revolución Francesa al constituirse la Asamblea Nacional y crear una Constitución la cual juraría este soberano en 1790. Sus posteriores intrigas, intentos de huidas, etc, apoyados por su mujer, llevaron a su deposición y al nombramiento de la República en 1792. Tras el ascenso al poder de la rama radical de la revolución, los jacobinos, sería procesado por alta traición a la constitución y en contra de la opinión de los girondinos, guillotinado el 21 de Enero de 1793.