La vida en Egipto está determinada por las crecidas del Nilo. El aumento del cauce del río provoca la inundación de las zonas adyacentes, permitiendo así el desarrollo de la agricultura. A su alrededor nos encontramos el desierto, por lo que el Nilo convierte en un auténtico vergel el territorio que atraviesa. Los egipcios ubican la mayoría de sus ciudades y pueblos en las cercanías del río, o a una distancia considerable o elevadas sobre montículos, intentando en ambos casos evitar los efectos de la inundación. Las principales ciudades eran las elegidas por el faraón como capital -Menfis, Tebas, Tell el-Amarna o Sais - siguiendo en importancia las capitales de los nomos. Todas ellas estaban organizadas de manera algo caótica, tomando como centro los edificios públicos. Las construcciones eran en su mayoría de adobe, material creado con paja y barro, debido a la ausencia de piedras y madera en la zona. Sólo los grandes templos y las construcciones funerarias utilizaban piedra sacada de las canteras de Wadi Hammamat u otras zonas cercanas a las fronteras, como Assuán. Al ser el adobe un producto perecedero, cuando se desmoronaba una parte de la construcción se levantaba sobre esa base el nuevo edificio, aportando una mayor elevación necesaria para controlar el proceso de la inundación. Incluso ese adobe era utilizado posteriormente por los agricultores como abono, lo que nos impide contar con un mayor número de restos arqueológicos de los deseados.
Busqueda de contenidos
contexto
El hecho urbano tiene una larga historia que puede rastrearse en Mesopotamia, China, India o Mesoamérica 4.000 ó 5.000 años a. C. Y sin embargo, la humanidad habitó predominantemente, hasta mediados del siglo XVIII, en pequeños asentamientos, cuya economía dependía directamente de las actividades primarias. En esta fecha los avances médicos y la mejora de las condiciones de vida aceleraron bruscamente el ritmo del crecimiento poblacional que se había mantenido muy lento hasta entonces. El proceso de urbanización no puede separarse de estas coordenadas demográficas.Si aceptamos que los seres humanos han existido en la Tierra desde hace por lo menos un millón de años, durante los primeros 990.000, el tamaño de la población mundial crecía tan lentamente, que se calcula que 8.000 años a. C. había unos ocho millones de habitantes, es decir un incremento natural de 15 personas anuales por millón de habitantes. Como consecuencia de la revolución agrícola acaecida en el Neolítico, el crecimiento se aceleró, y la población se duplicaba cada 1.530 años: en el año cero de nuestra era había unos 300 millones de personas. Desde la época romana, hasta el comienzo de la Revolución Industrial la tasa de crecimiento se incrementó algo y la población mundial alcanzó un tamaño de 800 millones.Desde entonces, la tasa de crecimiento demográfico mundial ha aumentado peligrosamente. Entre 1750 y 1950, el descenso de las tasas de mortalidad, la mayor higiene, y la mejora en la alimentación permitieron que la humanidad se triplicara, pasando de 800 a 2.500 millones; veinticinco años más tarde se añaden al cómputo demográfico mundial más de 1.500 millones de personas, haciendo un total de 4.000 millones, lo que implica un tiempo de duplicación de apenas 37 años. La barrera de los 5.000 millones se ha saltado en 1990, y la ONU calculó que al remontar el siglo habría unos 6.000 millones de seres humanos.El crecimiento de la población mundial ha sido acompañado por procesos migratorios hacia las regiones que tenían un crecimiento más lento. Y estos procesos migratorios implicaron también el trasvase de población desde zonas rurales hacia zonas urbanas. A finales del siglo XVIII, sólo tres de cada 10 personas vivían en ciudades, y menos del 1 por 100 de la población mundial lo hacía en ciudades de más de 100.000 habitantes. En la década de 1970, sin embargo, casi la cuarta parte de la humanidad vivía en ciudades de ese tamaño.La redistribución de la población desde las zonas rurales a las urbanas fue más acentuado en los países industrializados. En realidad, el proceso actual de urbanización comenzó en el Reino Unido, cuna de la Revolución Industrial, en 1900, cuando su población urbana superó en número a la rural, y el proceso se extendió a Europa. De forma lenta al principio, y bruscamente después ampliándose al resto del mundo tras la I Guerra Mundial. Al finalizar el siglo uno de cada dos habitantes mundiales vivirá en ciudades, y en el año 2025, más del 60 por 10% de la población estará clasificada como urbana.Pero estudiar la ciudad y el proceso de urbanización supone la dificultad inicial de hallar una definición coherente, amplia y aceptada. En realidad, el intento de buscar una definición de carácter universal refleja un cierto eurocentrismo conceptual que asume implícitamente la existencia de un único patrón de ciudad, el europeo, al que se han de ajustar las restantes ciudades originadas y desarrolladas en diferentes contextos culturales y espaciales.Por otra parte, en la realidad no es posible señalar de forma clara y rotunda la frontera que separa lo urbano de lo rural; por ello toda división que se establezca entre estos dos hechos es en sí misma arbitraria. Así se explica la gran variación que existe entre los diferentes umbrales adoptados por los países a la hora de delimitar los asentamientos urbanos. Por ejemplo, Dinamarca lo sitúa en 200 habitantes, Estados Unidos en 2.500, España en 10.000 y Japón en 30.000. Esta enorme oscilación hace difícil establecer comparaciones entre las regiones del mundo.Tampoco las definiciones cualitativas resuelven el problema, ya que la definición congela una realidad múltiple y diversa, cambiante en el tiempo y en el espacio. En casi todas las definiciones se incluye la noción de tamaño, densidad, morfología del asentamiento y predominio claro de las actividades agrarias de sus habitantes. Otros autores identifican lo urbano con un modo de vida específico, aunque en el momento presente en los países avanzados, las características del modo de vida urbano que algunos identifican con las de la modernidad no se constriñen a un nicho ecológico particular (rural o urbano), sino que dependen más de la clase social, estilo de vida y fase en el ciclo vital.De tal modo que son muchas las personas que viven en marcos rurales y tienen sin embargo pautas de comportamiento urbano, en tanto que algunos grupos de inmigrantes rurales conservan incluso en grandes metrópolis modos de vida claramente rurales.Por consiguiente, el estudio del proceso de urbanización depende de las fuentes estadísticas, y los organismos internacionales no han resuelto el problema de encontrar una definición satisfactoria de la ciudad que permita hacer estudios comparativos entre países diferentes. En general, se considera urbano lo que los diferentes Estados definen como tal según criterios muy variados: tamaño de la población, naturaleza de las actividades económicas, función administrativa, infraestructuras, tradición histórica, etcétera.El proceso de urbanización puede definirse como un conjunto de mecanismos que hacen aparecer un mundo dominado por la ciudad y por sus valores. Se acostumbra a diferenciar en el proceso de urbanización dos hechos: crecimiento "urbano" y "urbanización". El primero es un proceso espacial y demográfico y hace referencia a la importancia creciente de las ciudades como concentraciones de población y recursos en un sistema económico y social determinado. El término "urbanización" es un proceso espacial y se refiere tan sólo a los cambios en el comportamiento y en las relaciones sociales que se producen en la sociedad como resultado de vivir un número creciente de población en las ciudades. Se trata fundamentalmente de los complejos cambios de estilo de vida que surgen como consecuencia del impacto de las ciudades en la sociedad. Durante mucho tiempo, crecimiento urbano y urbanización eran interdependientes y se producían en el mismo espacio geográfico. Es decir, aparecía un modo de vida específico conforme la población emigraba del campo y se dirigía a la ciudad.Por ello, el término urbanización se empleó y se sigue utilizando para expresar a la vez el crecimiento de las ciudades y el impacto de las mismas en el conjunto de la sociedad. Desde la II Guerra Mundial, y especialmente en los países desarrollados, ambos procesos pueden darse por separado en el espacio ya que se piensa que la llamada urbanización supone la adopción de valores ligados a los de la modernidad que dependen más de las características personales (clase social, estilo de vida, ciclo vital) que del lugar en el que viva una persona. Y así pueden aparecer personas y grupos en la ciudad que son realmente campesinos, por seguir enraizados a los valores tradicionales, y por otra parte, personas que habitan en el medio rural, pero que por sus comportamientos y actividades se identifican con la cultura urbana.Cuando comparamos el mapa del mundo de 1900 con el mapa actual, aparecen dos cambios importantes: la proliferación de las naciones y el aumento en número y tamaño de las ciudades. En efecto, a una división geopolítica simple del mundo en 1900 e incluso hasta finalizada la II Guerra Mundial, entre países industrializados e independientes y países coloniales, sucedió un mosaico de más de 160 naciones independientes y variables en tamaño y grado de desarrollo. Asimismo, a un modelo de organización espacial sobre la base de un sistema de ciudades simple y con escaso número de grandes ciudades casi todas ellas en los países desarrollados, sucedieron un mundo organizado por un número creciente de ciudades, algunas de ellas muy grandes, con una fuerte representación en los países subdesarrollados. Es decir, se pasó de una organización del espacio elemental, respondiendo a las necesidades de una sociedad predominantemente agraria y rural a una organización más compleja en la que la ciudad alberga en 1993 al 42 por 100 de la población mundial.Lo más llamativo de este proceso de urbanización es la vigorosa incorporación de los países del Tercer Mundo, y el hecho de que la urbanización sólo parcialmente se relacione en este ámbito con la industrialización y esté más ligada a la emigración rural (huida de los campesinos de la miseria) y al fuerte crecimiento demográfico. Este comportamiento diferente en el proceso de urbanización de los países menos desarrollados y los desarrollados, hace que mientras en los segundos se puede asociar alto grado de urbanización con grado de desarrollo económico, en los países primeros no puede establecerse esta correlación, ya que las tasas de crecimiento urbano aumentan más rápidamente que las del desarrollo económico, produciéndose lo que algunos llaman una "sobreurbanización".Al analizar el proceso de urbanización en el mundo, llama la atención el rápido crecimiento de las ciudades en los países desarrollados. Aunque históricamente la urbanización dominante fue reciente, su influencia fue tal que existen muy pocas regiones que no acusen directa o indirectamente los impactos de la ciudad. El proceso de urbanización es parte aquí del fenómeno global de cambio social y traduce el modo de organizarse social y económicamente una sociedad.Con la expansión del capitalismo desde el siglo XVI, los países del Tercer Mundo entran en contacto directo e indirecto con este modo de producción y sus estructuras socioespaciales se ven modificadas de tal modo que no puede entenderse el desarrollo y la situación actual de las ciudades de estos países sin referirlas a la evolución económica de los países desarrollados desde el siglo XVI hasta nuestros días. En el momento presente, la ciudad del Tercer Mundo forma parte de la economía mundial, pero no todas las ciudades disponen de igual acceso a los recursos, ni tienen asignadas las mismas funciones, lo que explica la diversidad urbana en los diferentes países subdesarrollados.Es preciso señalar, por otra parte, que la irrupción europea en los países del Tercer Mundo no operó en un mapa vacío, pues los procesos económicos, sociales, políticos y culturales del colonialismo y neocolonialismo operaron en estructuras socioespaciales claramente diferenciadas. Así, por ejemplo, no es comparable la situación socioespacial del Africa subsahariana con la de China o India, ni tampoco la realidad norteamericana con la de los Imperios inca y azteca.En unos casos el proceso urbano se sobrepuso a una organización rural, con escaso desarrollo urbano, en tanto que en aquellos ámbitos en los que el desarrollo urbano era importante, el sistema de ciudades se alteró profundamente en beneficio de los intereses de las potencias metropolitanas (por ejemplo, el desarrollo de las ciudades portuarias en detrimento de los núcleos rectores tradicionales).El impacto de la expansión europea desde el siglo XVI transformó las estructuras y formas urbanas, apareciendo funciones ligadas a la división del trabajo autóctono y a los efectos originados por su integración en la economía mundial.Tampoco los modelos coloniales fueron uniformes, y por consiguiente el proceso de urbanización ha de verse, al menos desde el siglo XVI, como un fenómeno global en el que los países desarrollados alteraron profundamente la organización socioespacial de los colonizados.Es cierto que el proceso de urbanización sólo se entiende si se trata de un modo global y ligado a la expansión del capitalismo; sin embargo, en los últimos doscientos años, y especialmente tras la II Guerra Mundial, la urbanización ha sido tan acelerada que algunos autores hablan de una "explosión urbana", simultánea al incremento de las unidades de producción, la división del trabajo y un espectacular crecimiento de la productividad que alteró profundamente la estructura de la sociedad. El crecimiento de las ciudades se hizo en estos dos últimos siglos con tasas nunca vistas en la historia de la humanidad, y los modos de vida rurales van siendo progresivamente sustituidos por las actividades y concepciones urbanas, hasta el punto que en los países de mayor desarrollo económico diferenciar el modo de vida rural del urbano es un ejercicio carente de sentido.Las tendencias en el crecimiento de la población manifiestan claramente que la población urbana aumentará muy rápidamente en los países menos desarrollados. Los países desarrollados desde 1950 conocen un crecimiento lento de la población urbana y son los países subdesarrollados los que tienen tasas de crecimiento muy elevadas, hasta tal punto que en 1980 la población urbana de los países menos desarrollados supera en número a la de los países desarrollados y en el año 2000 la excederá en 1.000 millones de habitantes.En el momento presente los países subdesarrollados conocen tasas de crecimiento tres veces mayores que las de los desarrollados, de tal modo que se estima que el 85 por 100 del crecimiento de la población urbana entre 1980 y 2000 se producirá en los países menos desarrollados.No obstante, los valores promedios ocultan variaciones no sólo entre los países más y menos desarrollados, sino también entre las diferentes regiones de estos dos ámbitos socioespaciales.En 1960 los países subdesarrollados eran predominantemente rurales. Una de cada cinco personas vivía en áreas urbanas y existían 30 países con menos del 10 por 100 de su población viviendo en ciudades. A finales de la década de los años 80 sólo diez países tenían esta característica y al finalizar el siglo XX solamente Bután y Cabo Verde contarán con porcentajes de población urbana tan bajos.Por otra parte y dentro de la misma área, entre 1960 y 1980, el número de países con mayoría de población viviendo en ciudades pasó de 45 a 82 y son 90 en 1993 los que reúnen esta condición.Se supone asimismo que al finalizar el siglo XX el 39 por 100 de la población de los países subdesarrollados vive en áreas urbanas.Todas las regiones del mundo, salvo los continentes africano y asiático, tienen una población predominantemente urbana, pero las diferentes regiones muestran contrastes acusados en sus niveles de urbanización. No obstante los porcentajes de los países desarrollados y subdesarrollados se acercan y de continuar las tendencias actuales se igualarán en el año 2020, pues al igual que ocurre con la tasa de crecimiento de la población, los países más pobres conocen crecimientos urbanos más rápidos que los países desarrollados en los últimos 25 años.En general, el proceso de urbanización se ajusta a una serie de fases. En la primera, la más larga en el tiempo, la curva es suave, lo que refleja una sociedad de economía agraria dominante con escaso poder de crear grandes excedentes; en la segunda fase, la curva se dispara y, por último en la tercera, el crecimiento vuelve a ser moderado.Otro rasgo de capital importancia en el proceso de urbanización reciente es el explosivo crecimiento demográfico experimentado por las grandes ciudades, especialmente en los países subdesarrollados. En 1960, había 114 ciudades con más de un millón de habitantes, de las que 62 se localizaban en los países menos desarrollados. Entre 1960 y 1980, las ciudades millonarias alcanzaron la cifra de 222, de las que 103 se daban en los países menos desarrollados.Si el tamaño de las ciudades fue considerado durante mucho tiempo como un índice de desarrollo económico, en la actualidad, muchas de las mayores ciudades aparecen ubicadas en el mundo subdesarrollado. Menos de la mitad de las mayores aglomeraciones del mundo se daba en los países subdesarrollados en 1960, y tan sólo cuatro en los países de rentas muy bajas (inferiores a los 400 dólares). Pero en el año 2000 se estima que 20 de las mayores aglomeraciones urbanas aparecerán en los países menos desarrollados y ocho de ellas en países de rentas muy bajas.Muchas de estas ciudades se expandieron absorbiendo los núcleos rurales próximos e incluso pequeños centros mercantiles, constituyéndose en áreas metropolitanas. En 1990 hay 280 áreas metropolitanas que superan el millón de habitantes y de ellas dieciocho (Beijing, Bombay, Buenos Aires, El Cairo, Calcuta, Londres, Los Angeles, México, Moscú, Nuevo York, Osaka-Kobe, París, Rin-Ruhr, Río de Janeiro, Sao Paulo, Seúl, Shanghai y Tokio-Yokohama) tenían más de diez millones de habitantes.Por lo tanto, el proceso de urbanización afecta especialmente a las grandes ciudades, cuyos crecimientos demográficos superan ampliamente las tasas medias de crecimiento de sus países respectivos. Sin embargo, la tasa de crecimiento de población urbana varía sustancialmente en las diferentes regiones del mundo, pero en todas ellas se mantienen dos características en común: todas conocen un incremento de población urbana superior a la tasa media y en todos los países sus ciudades de tipo medio y grande experimentan crecimientos demográficos de cierta consideración.En general, los países más industrializados de Norteamérica, Europa occidental y Asia oriental conocen un mayor grado de urbanización. Por el contrario, Africa y los restantes países asiáticos tienen proporciones de población urbana muy bajas. Lo que pone de manifiesto que el proceso de industrialización llevó consigo un proceso de urbanización.Aunque las grandes ciudades aparecen en todos los continentes, su distribución manifiesta formas de concentración y dispersión claras. En efecto, a escala mundial cabe diferenciar cuatro grandes espacios que albergan a la casi totalidad de las grandes ciudades. La primera región se extiende desde las islas Británicas, y avanzando por Europa occidental y central, continúa por la cuenca del Mediterráneo y Oriente Medio incorporando países con niveles de desarrollo desiguales.La segunda área de concentración de las grandes ciudades se extiende por el Asia meridional desde Pakistán a través de la India y Bangladesh. Se trata de países poco urbanizados y de población agraria y rural dominante.El tercer agrupamiento de megaciudades combina países industrializados con fuerte presión demográfica. Se extiende por el Asia oriental, desde Manchuria y Corea hasta Japón, China oriental e Indochina. Por último, el cuarto espacio está constituido por Norteamérica, donde cabe diferenciar dos grandes fachadas. La fachada occidental desde Vancouver y Columbia Británica, se extiende por el sur hasta San Diego-Tijuana y aquí penetra por el interior por Phoenix, Arizona. La segunda se extiende por el Nordeste de los Estados Unidos desde Boston a Washington.En algunos espacios de estas regiones, las áreas metropolitanas se extienden y entran en contacto con las vecinas hasta formar regiones urbanizadas sobre amplias extensiones, con varios centros urbanos rectores. Estos espacios fueron descritos y reconocidos por primera vez por el geógrafo J. Gottmann en la fachada oriental de los Estados Unidos y les aplicó el nombre de megalópolis, fenómeno al que nos referiremos más adelante.En resumen, el crecimiento de la población urbana superará ampliamente al de la población total. La población urbana de los países menos desarrollados aumentará un 66 por 100 entre 1985 y el 2000. Por otra parte, como la población de las grandes ciudades está creciendo a un nivel superior al del conjunto de la población urbana total, especialmente en los países subdesarrollados, de continuar las actuales tendencias demográficas, casi la mitad de la población urbana de los países subdesarrollados vivirá en ciudades millonarias en el año 2025. En las tres próximas décadas aparecerán megaciudades en estos países de tamaño desconocido en toda la historia urbana. Ello supondrá un fuerte reto para resolver los problemas de vivienda, infraestructuras y servicios.Una de las características más distintiva de los países desarrollados desde la II Guerra Mundial, es el alto grado de urbanización. El proceso de urbanización de los países desarrollados ha ido acompañado de algunos cambios demográficos tales como el descenso de la tasa de crecimiento de la población y el fuerte incremento de la población mayor de 65 años que se cifra en torno al 20 por 100 al finalizar el siglo XX. Asimismo, se está produciendo un descenso del tamaño medio de la familia, siendo de destacar que el 50 por 100 de los núcleos familiares será de uno o de dos miembros.Además, y desde un punto de vista exclusivamente urbano, en los países desarrollados se han producido importantes transformaciones recientes entre las que cabe señalar la concentración de la población en grandes áreas metropolitanas primero, y más tarde el abandono de la ciudad central de las mismas en beneficio de las periferias metropolitanas, lo que se conoce con el nombre de suburbanización.
contexto
Las pequeñas ciudades-mercado desempeñaron un destacado papel a la hora de generar un movimiento comercial importante dentro del mundo feudal. Pero, ¿y las concentraciones medias y de mayor dimensión? ¿Admitieron sus componentes menestrales y patricios las imposiciones de los señores del entorno en beneficio de sus intereses? ¿Mostraron sus contradicciones? ¿Cayeron en el conformismo de un sistema que incluso a ellos benefició? En principio también en esto hay contrastes muy acusados. Por ejemplo, en Inglaterra, durante los siglos posteriores a la era anglosajona, el 70 por 100 de las grandes ciudades permanecían bajo la soberanía directa de la monarquía feudal, contribuyendo a la hacienda real con cantidades considerables a cambio de que la realeza permitiera a las oligarquías comerciales la administración de dichas ciudades con jurisdicción y franquicia propias. Mientras que en Francia, por el contrario, eran pocas las ciudades que se mantenían bajo la directa soberanía capeta hasta finales del siglo XIII; siendo frecuente en este reino la existencia, en cambio, de ciudades de señorío y jurisdicción eclesiástica. Como recoge R. Hilton, si en Francia el 42 por 100 eran ciudades episcopales, siendo los señores feudales el obispo y los cabildos, en Inglaterra apenas un 30 por 100 de las ciudades de importancia eran episcopales, y aun en ellas se trataba de hecho de ciudades reales. Y algo parecido sucedía con las ciudades de dominio abacial en ambos reinos antes de que comenzaran los enfrentamientos del siglo XIV tras iniciarse la Guerra de los Cien Años. Respecto a las ciudades intermedias, y también en algunas de mayor dimensión urbana y concentración humana, existían en ellas una serie de burgos asociados al centro urbano pero dentro de jurisdicciones feudales, más en el continente: es lo que sucedía con la Isla de Francia, en el corazón de París, en relación con burgos asociados de carácter señorial en ambas márgenes del Sena; en Poitiers, con cinco burgos señoriales extramuros o en Marsella, con tres ciudades simultaneas: la del obispo, la del capitulo de la catedral y la del vizconde, más el burgo que había comenzado a crear el abad de San Víctor bajo su poderosa jurisdicción y dominio. Y por mencionar un ejemplo inglés, en York, ciudad importante del reino insular, el arzobispado, el capítulo, la abadía de Santa María y el hospital de San Leonardo eran propietarios feudales y con jurisdicciones separadas, más la de la representación burguesa que gobernaba la ciudad en nombre del rey. Evidentemente no todas las ciudades ofrecían este panorama. Aquellas que constituían centros administrativos contaban con numerosos funcionarios reales y feudales, en las episcopales residían cargos eclesiásticos, en las eminentemente comerciales eran los comerciantes quienes dominaban y en las de carácter predominantemente militar abundaban las guarniciones de caballeros. Pero, en cualquier caso, la nueva clase emergente de los artesanos y comerciantes servía a los señores laicos o clericales, explotando a los inferiores en los talleres y obradores para obtener manufacturas con las que contentar la codicia y avidez de los poderosos que demandaban sus productos adquiridos por los beneficios obtenidos, a su vez, de la explotación campesina en sus dominios. Todo un círculo cerrado, de amplitud autárquica, que sólo se rompía en las grandes ciudades que contaban con una poderosa clase menestral y comercial, dirigida por un patriciado reconocido que gobernaba los concejos y municipios sin tener en cuenta ni la economía ni la fuerza de los señores feudales. Situación que se daba en las ciudades-estado del norte de Italia casi de manera excepcional. Ahora bien, incluso en muchas ciudades liberadas de los yugos señoriales de procedencia agraria, la organización de menestrales o mercaderes presentaba un panorama análogo al del campo feudalizado, porque la sociedad rural se basaba en la "unidad de producción familiar" y la fuerza de trabajo de sus miembros, y la urbana en la unidad de producción del obrador con sus dependientes operarios o servidores. De ahí que quienes emigraban a la ciudad desde el campo encontraran unas estructuras similares en cuanto a dependencias y clientelas se refiere, pues en uno y otro caso era la "unidad familiar" la fuente principal del trabajo y el rendimiento en favor de terceros. Por otro lado, por lo general, el patriciado que gobernaba muchas ciudades en los siglos XII y XIII era sobre todo propietarios rurales y delegados de los grandes señores feudales, que ejercían su ministerio (como anteriormente lo hicieron vicarios y ministeriales) para salvaguardia del señor del que ellos mismos dependían y al que representaban en las villas, comunidades aldeanas o ciudades (urbs, civitas, vicus, burgo, portus son sinónimos de agrupaciones de aldeas, comunas o pequeñas ciudades rurales y comerciales). Y si en principio dichas ciudades fueron dirigidas por delegados feudales (como algunas ciudades reconquistadas por el rey de Aragón en el siglo XII: Zaragoza, Tudela) y no por mercaderes, luego, o bien dichos delegados comenzaron a interesarse por los negocios y el gran comercio, rompiendo su vinculación feudal, o bien siguieron ajenos a dichas actividades, en manos de otros sectores pero ya sin tanta dependencia señorial. Dependencia que, en otros casos, llegó con mayor o menor presión hasta el final del periodo. Fue precisamente la división de intereses lo que provocó a la larga los enfrentamientos y conflictos entre los señores feudales y quienes gobernaban la ciudad, los negocios o las finanzas; como sucedió en la Pamplona del siglo XIII (capital del reino de Navarra), cuando colisionaron los intereses feudales del obispo, los burgueses de los francos y los de los navarros, con guerras entre barrios y altercados violentos. Conflictos que interesaban aquí desde la perspectiva del estudio de la integración de las ciudades en el marco feudal de la época, y que hay que diferenciar de los surgidos en el estricto seno de la sociedad urbana entre comerciantes y menestrales o dentro de cualquiera de estos sectores profesionales de la producción, la distribución y el consumo. En definitiva, como escribe E. Mitre, la conquista de las libertades urbanas se hizo en estos siglos en el propio marco feudal, porque la finalidad de quienes dirigían la rebelión no era destruir el orden feudal, sostenido con fortaleza ideológica y práctica, sino integrarse en el buscando un lugar adecuado dentro del mismo. Y fueron los señores laicos y eclesiásticos quienes reconocieron paulatinamente la necesidad de encontrarles un lugar en el orden social del tiempo que corría: el tiempo del feudalismo. Pero, en todo caso, los testimonios de las violencias engendradas en el seno de la sociedad feudal por parte de quienes intentaban destruirlo (León en 1112, Santiago de Compostela en 1117 contra el obispo Gelmírez, etc.), muestran que se iba abriendo una brecha en el juicio de Guibert de Nogent que llegó a decir que: "comuna era un nombre nuevo detestable".
contexto
En una sociedad eminentemente urbana como era la romana, es lógico que las ciudades constituyesen el marco esencial en el que se desarrollara la mayor parte de la vida social. Esta importancia concedida al fenómeno urbano no se circunscribió al ámbito de la Península Itálica, sino que fue expandiéndose a medida que Roma fue reafirmando su condición de potencia dominadora hasta alcanzar el rango de auténtico Imperio. La Península Ibérica, con la que Roma entró en contacto en el 218 a. de C., en el transcurso de la feroz contienda entablada contra la otra gran potencia mediterránea del momento, Carthago, no quedó ajena a este proceso, pues, tras el favorable desenlace de la Segunda Guerra Púnica, los romanos se aprestaron a incorporar el territorio peninsular dentro de su esfera de control. Ahora bien, esta acción no se produjo de forma uniforme y en un mismo momento para todas las áreas de la Península, en la que el sustrato indígena si por algo destacaba era, ante todo, por su heterogeneidad. Estos factores han demostrado lo inapropiado que resulta todo intento de crear una visión histórica común y general, no sólo para los diferentes asentamientos urbanos sino para toda la Península en época romana. El éxito de la empresa romana, alcanzado tras dos siglos de fatigosas campañas, hay que achacarlo a dos factores esenciales, como fueron el mayor potencial militar de Roma y la puesta en práctica de una política urbana en la que procuró mantener un equilibrio entre la realidad que ofrecían las tierras y gentes objeto de dominio y las necesidades del elemento conquistador. La existencia de una importante tradición urbana peninsular, anterior a la conquista romana, favoreció el rápido desarrollo inicial del control militar romano que, precisamente, en principio afectó a aquellas áreas dotadas de un mayor crecimiento urbano, como eran la costa mediterránea y el Mediodía. Esta circunstancia motivó que Roma actuase con suma cautela a la hora de ejercer su política urbanizadora en la que procuró adaptarse a la diversidad de los pueblos afincados en el territorio peninsular. En virtud de ello y según el dictado de sus propios intereses, en unas ocasiones, Roma aprovechó algunos núcleos preexistentes o reagrupó una serie de establecimientos menores en uno principal, mientras que en otros casos, optó por la fundación de ciudades nuevas. El aspecto ofrecido por estos núcleos urbanos se reflejaba, en un primer término, en el conjunto de edificios, tanto públicos como privados, que se distribuían por las distintas zonas de la ciudad, de acuerdo con unos modelos concebidos para satisfacer las necesidades de diversa índole que generaba la vida ciudadana. La complejidad de estos auténticos programas urbanos variaba en función de una serie de factores, entre los que destacaba el rango jurídico detentado por cada asentamiento urbano, así como su importancia político-administrativa que solía guardar una estrecha relación con el nivel económico. Con independencia de estos condicionantes, la infraestructura de toda ciudad debía incluir una serie de elementos básicos con los que poder atender las exigencias mínimas de tipo político, religioso, económico, relacionadas con el ocio, etc. En cualquier caso, la arquitectura en las ciudades llegó a convertirse en la referencia principal para valorar de forma ajustada la categoría y prestigio alcanzados en cada una de ellas, a la vez que, sobre todo en época imperial, se reveló como uno de los vehículos más apropiados para la transmisión de los mensajes ideológicos y de la carga propagandística de la clase política imperante. El progresivo grado de desarrollo que fue experimentando la sociedad romana, sobre todo en época imperial, fruto de la paz alcanzada tras varios siglos de conquistas y guerras, implicó una serie de transformaciones en las diferentes funciones urbanas que debieron acomodarse a la nueva situación creada. Ello motivó que unas cobrasen mayor importancia en detrimento de otras que quedaron relegadas a un segundo plano, aunque en líneas generales, los cambios entrañaron una mayor complejidad para la vida ciudadana.
contexto
Unas pocas ciudades pasaron a la esfera política romana sin enfrentamientos militares (Ampurias, Sagunto, Cádiz, Málaga...) bien a través de un pacto de amistad, amicitia, o bien por medio de un pacto sellado con rituales religiosos, foedus. Mantenían una independencia formal que les permitía seguir organizadas conforme a sus usos tradicionales y sólo contribuían, a petición de Roma, con impuestos extraordinarios o con aportación de tropas de apoyo o auxiliares para el ejército romano. El carácter formal de su autonomía se refleja bien en las quejas de Cádiz a fines de la República: había mantenido como magistrados a los sufetes, como correspondía a su tradición fenicia, pero, a la vez, Roma había asentado una guarnición militar a las órdenes de un prefecto; la queja fue atendida por el Senado romano en época de César y se les quitó la guarnición además de convertir la ciudad en municipio romano. La complejidad de la medida y la obra de reorganización perduró hasta época de Augusto, quien hizo nombrar patrono de la ciudad al rey Luba II de Mauritania. Las ciudades privilegiadas, las libres y las federadas pagaban algún tipo de impuestos, salvo concesión expresa a alguna de ellas; tal era, por ejemplo, la situación de Munda y sería la de otras pocas colonias más calificadas de inmunes. Todas las ciudades estipendiarias estaban obligadas al mismo tipo de impuesto directo del 5 por ciento. También las ciudades estipendiarias gozaban generalmente de autonomía para regirse internamente por sus normas tradicionales. Algunos régulos testimoniados en el Este y Sur peninsular durante el período de la conquista pudieron mantener y trasmitir su poder en los años de comienzos del siglo II a.C; después, no volvemos a tener noticias de estas formas políticas. Todos los datos actuales permiten sostener que muchas ciudades indígenas con estatuto estipendiario se orientaron progresivamente a calcar los modelos de organización romanos. El Bronce de Botorrita II, hallado en el lugar de la antigua Contrebia Belaisca, cerca de Zaragoza, aporta mucha información sobre algunas de estas ciudades estipendiarias. El Bronce informa sobre un pleito local, el modo de resolverse y el fallo del mismo. El asunto es el siguiente: los salluienses compraron un terreno a los sosinestanos para hacer una traída de aguas y una tercera comunidad, la de los allavonenses, protestó por la venta y sus implicaciones. Una cuarta comunidad, la de los contrebienses, quedó encargada de nombrar a unos jueces que hicieran de árbitros y el fallo de éstos recibió el respaldo del gobernador de la Citerior de ese año 87 a.C. Cuando se menciona a los representantes de los contrebienses, el texto dice que eran cinco magistrados, magistratus, el primero de los cuales se presenta como praetor. Por el tipo de onomástica que presentan se desvela el nivel de organización indígena que pervivía en la ciudad de Contrebia Belaisca: Lubo, hijo de Letondo, de los Urdinocos, Lubbus Urdinocum Letondinis f(ilius), el pretor, y con estructuras y composición onomástica semejantes los demás (Lesso Siriscum Lubbi f., Babbus Bolgondiscum Ablonis f., Segilus Annicum Lubbi f., etc.). Es decir, en la ciudad de Contrebia, había un magistrado unipersonal, equiparable al de otras ciudades itálicas en las que era conocido como pretor. Y esta figura de una magistratura unipersonal es conocida también en otras ciudades de estatuto peregrino del Noroeste en el siglo I d. C. Desde el momento de la conquista, Roma inició una política de adecuación progresiva de los sistemas monetales de las colonias fenicias y griegas a los patrones romanos. Y tomó una medida más importante aún: permitir que muchas ciudades de Hispania tuvieran su ceca. Aunque hay excepciones y vueltas al pasado, la tendencia dominante se manifiesta del modo siguiente: las monedas con textos en lenguas ibéricas son anteriores a las que presentan textos en latín. Por estos textos conocemos el nombre de muchas ciudades y también los nombres de los magistrados monetales que correspondían a los magistrados de las ciudades. La sistematización de todos los datos realizada por A. Marín aporta informaciones importantes. Baste una muestra sobre magistrados monetales de los años 120-90 a.C. Comparando la onomástica de esos magistrados, se comprueba que la de aquellos que pertenecían a colonias latinas como Carteia y Valentia se presentan como latinos/romanos. Ahora bien, los de Saguntum, ciudad federada, son análogos: Q. Valerius, M. Aemilius, L. Calpurnius, Cn. Baebius, etc. Y es normal que la onomástica de los de una ciudad estipendiaria como Obulco (Porcuna, Jaén) sea mixta, con nombres como M. Iunius o L. Aimilius frente a los indígenas como Sisiper o Bodilcos. Pero tales textos monetales nos dicen también que las ciudades estipendiarias o las libres/federadas imitaban los nombres de las magistraturas de las colonias o municipios de Italia. Así, entre los magistrados de la colonia de Carteia se nos presentan unos con título de quaestor, censor y aedilis. Otro aedilis le corresponde a la colonia latina de Valentia. Pero Obulco, estipendiaria, también presenta a un magistrado como aedilis y Saguntum presenta incluso a un aedilis curulis, magistratura de alguna ciudades itálicas calcada a su vez de la ciudad de Roma. Muchas de las ciudades que acuñaron moneda aparecen a fines de la República-comienzos del Imperio como ciudades privilegiadas. La responsabilidad concedida por Roma les había servido para ir adecuando su forma de organización interna a los modelos romanos. Pero tampoco debe olvidarse que muchas de esas ciudades fueron centros de recepción de emigrantes itálicos en el último siglo de la República. Otras comunidades del interior mantuvieron más tiempo su lengua y su organización e incluso sus hábitos de escaso uso de la escritura, por lo que se presentan sin testimonios escritos; sólo intuimos la pervivencia de sus formas organizativas indígenas por el largo tiempo que se mantuvieron como ciudades estipendiarias. Y algo semejante debió suceder con su organización sacerdotal, que se nos presenta casi desconocida.
contexto
Y es precisamente descendiendo ya hacia regiones más cálidas, en la vertiente amazónica de los Andes, donde de vez en cuando se descubre, o mejor se redescubre, una nueva ciudad perdida, restos de culturas todavía muy mal conocidas, que se han agrupado en tres complejos culturales distintos y tal vez en parte contemporáneos. Kuelap, cuyo sitio cabecero, a 3.000 metros de altura, se sitúa en un risco con enormes murallas de hasta 17 m de altura. Chipurik se caracteriza por una serie de estatuas funerarias en forma de cilindros o conos de unos dos metros de altura, huecas, hechas de arcilla, paja y guijarros a los que se añade una cabeza modelada con rasgos realizados a base de pintura blanca, roja y ocre. En el interior de esas estatuas, colocadas en riscos casi impracticables, se encuentra un cadáver envuelto en una piel de venado. Y Revash, contemporáneo de la cultura inca, con pequeñas casas funerarias cuadrangulares, con las paredes horadadas por nichos y también colgadas en los altos riscos. Pero el conjunto más impresionante del flanco oriental de los Andes, sin ubicación cronológica clara, es el Pajatén, descubierto en 1964 en la cuenca del río Huallaga. Se compone de seis edificios circulares levantados sobre un macizo interfluvial, a 2.850 m de altitud, con diámetros que varían entre 4 y 15 m. Lo más llamativo es la decoración que cubre las paredes, formada por losetas de esquisto encastradas y en relieve y cabezas clava esculpidas en gres roja. Hay motivos antropomorfos estilizados y zoomorfos que recuerdan a cóndores, todos ellos rematados por una comisa salediza y un friso de grecas, zigzag, y volutas. Las ruinas podrían corresponder a diferentes etapas de construcción y tratarse de un conjunto residencial correspondiente a una colonización agrícola tardía.
contexto
Las imágenes que nos han llegado de las ciudades imperiales se refieren sobre todo a Constantinopla aunque también hay algunos datos sobre Tesalónica. No existía en ellas autonomía político-administrativa y nunca se desarrolló, al contrario de lo que ocurrió en Occidente más adelante, aunque la autocracia imperial toleraba formas de asociacionismo profesional o privado que podían ser útiles para fines de encuadramiento fiscal e incluso militar pero que carecían de la virulencia de los antiguos partidos o demos: éstos sobrevivían en la capital pero habían perdido toda su fuerza. El obispo de la ciudad presidía a veces un consejo de notables ante el que se validaban actos jurídicos privados: era el último resto del viejo municipio de época romana como, también lo era, en Constantinopla, un senado sin ningún papel político efectivo. La composición de las sociedades urbanas contribuye a explicar esta situación de anemia política. Los grupos dominantes estaban formados por aristócratas grandes propietarios de tierras, que solían vivir en ciudades y gastar en ellas gran parte de sus rentas, y por funcionarios de alto rango, más algunos mercaderes ricos, poco numerosos, pero ninguna de aquellas categorías sociales tenía entonces un especial interés en apoyar movimientos de autonomía urbana, instalados, como estaban, en las redes del poder imperial. La aristocracia lo era por su riqueza o por su servicio al poder, no por herencia, aunque la formación de linajes comienza a darse en los siglos IX y X entre las familias de grandes propietarios pero, en general, la movilidad era mucho mayor que en las situaciones -como lo serían las occidentales siglos después- en que se consolidaba una nobleza de sangre con reglas hereditarias estrictas. Aquella aristocracia basada en el dominio de la tierra y de los hombres, pues sus principales miembros eran capaces de pagar y organizar auténticos ejércitos privados, acabaría controlando políticamente el imperio desde la segunda mitad del siglo XI. Antes, los emperadores procuraron contener su poder valiéndose de la diversidad e inestabilidad de sus situaciones, de las limitaciones legales sobre la compra de tierras, y del apoyo de otro bloque aristocrático, con intereses específicos, el formado en la capital por los altos funcionarios y jefes militares, más algunos mercaderes, que todavía controlaba el poder en tiempos de Basilio II y Constantino IX. Los grupos medios (mesoi) eran más variados en la sociedad urbana que no en la rural puesto que en las ciudades vivían casi todos los que ejercían profesiones liberales -letrados y escribanos, profesores, médicos, arquitectos, etc.- y también los numerosos mercaderes y armadores, aunque no parece que se llegare a formar en ningún momento una burguesía mercantil coherente y poderosa. Por el contrario, la política de quienes dominaban el imperio conducía a la limitación y, desde el siglo XI, al bloqueo del desarrollo mercantil autóctono al considerar aquella actividad como mero complemento de la economía agraria. Este arcaísmo social tendría graves consecuencias pues los grupos de mercaderes extranjeros comenzaban a actuar y eran objeto de control y tratamiento especial en la capital del imperio: musulmanes, varegos, amalfitanos y venecianos. Amalfi y Venecia pertenecían legalmente al Imperio aunque actuaban como repúblicas urbanas independientes, pero todavía, en el comienzo de su actividad mercantil, no habían conseguido privilegios sustanciales: desde el año 992, por ejemplo, los barcos venecianos sólo pagaban 2 solidi cada uno por derecho de anclaje al entrar en Constantinopla y 15 a la salida (lo normal eran 30) pero la venta de sus mercancías tributaba íntegro el kommerkion. Poco más se sabe de las sociedades urbanas en aquella época media del Imperio a falta de datos sobre el numeroso artesanado y pueblo urbano, sujetos a menudo a clientela y protección (prostasia) de los poderosos o a sus iniciativas asistenciales y caritativas. Tampoco hay muchos datos sobre las ciudades mismas. Bizancio seguía siendo un imperio de ciudades, aunque lejos ya de las 1.200 que tenía en el siglo VI, y éstas suelen tener algunos elementos comunes: "los edificios esenciales de una ciudad bizantina son: el hipódromo en las principales, que no puede construirse sin liturgia imperial; el baño público, a veces más de uno; el palacio imperial en Constantinopla y Tesalónica, los edificios administrativos en el centro, los militares cerca de las murallas, los almacenes de cereales, un acueducto y depósitos de adía, la o, mejor dicho, las iglesias... Constantinopla, la emperatriz de las ciudades, ciudad imperial, protegida de Dios... fue una metrópoli desmesurada, polo de atracción del mundo civilizado durante toda la Edad Media" (Guillou). Pero la ciudad, que tenía una superficie intramuros de 13 km2, había sido construida en lo esencial durante los siglos IV y V y no experimentó grandes innovaciones después aunque atravesó por diversas situaciones desde los 300.000 habitantes que llegó a tener en época de Justiniano, pasando por la crisis del siglo y medio siguiente, para recuperar su esplendor, que mantuvo hasta el siglo XIII maravillando a todos los viajeros por su riqueza, por el número y volumen de sus monumentos, por su acumulación de testimonios religiosos y culturales, por la vitalidad de sus juegos y el abigarramiento de una población dedicada a los más diversos menesteres que alcanzó los 400 a 500.000 habitantes en el siglo XI. La segunda ciudad del imperio era Tesalónica, acaso con 100.000 habitantes, puerto fluvial, centro mercantil y ferial de primera categoría, pero la vida urbana más característica se desarrollaría igualmente en las pequeñas capitales provinciales como Esparta, en el Peloponeso, o su sucesora en el siglo XIV, Mistra: en general eran centros organizativos de un distrito rural y de ejercicio del poder, y concentraban una gama variada de actividades artesanales, de modo que el equilibrio ciudad-campo contribuyó a la solidez del Imperio durante siglos.
contexto
La vida en Egipto está determinada por las crecidas del Nilo. El aumento del cauce del río provoca la inundación de las zonas adyacentes, permitiendo así el desarrollo de la agricultura. A su alrededor nos encontramos el desierto por lo que el Nilo convierte en un auténtico vergel el territorio que atraviesa. Los egipcios ubican la mayoría de sus ciudades y pueblos en las cercanías del río, o a una distancia considerable o elevadas sobre montículos, intentando en ambos casos evitar los efectos de la inundación. Las principales ciudades eran las elegidas por el faraón como capital - Menfis, Tebas, Tell el-Amarna o Sais - siguiendo en importancia las capitales de los nomos. Todas ellas estaban organizadas de manera algo caótica, tomando como centro los edificios públicos. Las construcciones eran en su mayoría en adobe, material creado con paja y barro, debido a la ausencia de piedras y madera en la zona. Sólo los grandes templos y las construcciones funerarias utilizaban piedra sacada de las canteras de Wadi Hammamat u otras zonas cercanas a las fronteras. Al ser el adobe un producto perecedero, cuando se desmoronaba una parte de la construcción se levantaba sobre esa base el nuevo edificio, aportando una mayor elevación necesaria para controlar el proceso de la inundación. Incluso ese adobe era utilizado posteriormente por los agricultores como abono lo que nos impide contar con un mayor número de restos arqueológicos de los deseados. Las excavaciones realizadas hasta la actualidad confirman que la casa egipcia estaba construida alrededor de un patio, demostrándose que fueron habitadas por un amplio número de personas y que fue creciendo respecto a las necesidades familiares, transformándose incluso en un conjunto de casas. La casa tenía una planta cuadrada con un espacio central precedido por una antecámara. A su alrededor nos encontramos los dormitorios y las habitaciones destinadas a almacén. Esta estructura no varía con relación a la clase social de los habitantes, diferenciándose el número y el tamaño de los habitáculos. Incluso en algunas casas de Tell el-amarna se han encontrado cuartos de baño. Estaban situados junto a la habitación principal y separados de ella por un muro bajo cubierto con caliza. Constaban de una zona de baño y de un retrete consistente en un asiento ubicado sobre una vasija rellena de arena. En una tumba de Tebas se ha encontrado una escena pintada en la que aparece una casa de varios pisos. Las diferentes alturas se conectaban a través de una escalera en la zona central estaban las habitaciones principales, en la superior se ubicaban las cocinas y los graneros mientras que en el sótano se encontraban diferentes estancias para el hilado o moler el grano. Gruesas columnas sirven para sujetar la estructura de estas casas unifamiliares, altas y estrechas cuya puerta estaba elevada respecto al nivel del suelo. En el techo de la casa se situaba la azotea. Algunos miembros de grandes familias tenían amplias casas en las afueras de las ciudades, a modo de las urbanizaciones de alto standing. Las villas estaban rodeadas de árboles y jardines con estanques, cocinas, talleres, establos, graneros y casas para los sirvientes. Los restos de mobiliario que nos han quedado no son muy abundantes y corresponden a las clases sociales más acomodadas. El taburete era el mueble universal egipcio ya que en su uso no se encuentran distinciones sociales. Más elitista es la silla y las camas, realizadas en madera. El ajuar era de lino y utilizaban unos reposacabezas para dormir, algunos incluso de piedra. También se han encontrado algunos pies de lámparas.
contexto
El concepto de clase media, alrededor de 1835, está lejos de expresar todavía una concepción política de clase, como han estudiado Brotel y Bouil. Se trata de un concepto sociológico de capa intermedia nueva en vías de desarrollo que aspira a subir en la escala social: ennoblecerse o aburguesarse al menos en las formas de vida. Unos quince años más tarde, a finales de la década de los cuarenta y principios de los cincuenta, numerosos textos evocan el número creciente de las clases medias (por absorción de otros grupos que mejoran su situación, buena parte de labradores entre ellos) y su pujanza social y política. En todo caso, durante todo el siglo XIX el término clase media conserva el significado de capa intermedia en la jerarquía social entre pueblo y aristocracia. En los años sesenta y siguientes del mismo siglo, y por parte del sector -escaso todavía- del proletariado más consciente y combativo, se utiliza el concepto clase media de una forma igualmente poco precisa en el sentido de clase dominante o, lo que es lo mismo "clase explotadora y poseedora de los medios de producción", identificándola con la burguesía de los negocios (Brotel y Bouil). Esta última simplificación, quizás útil para las contiendas sociales contemporáneas pero empobrecedora para el conocimiento de nuestra historia social, es la que se ha transmitido a parte de la historiografía más reciente. La realidad es que cuando tienen una cierta capacidad de ahorro, como ha señalado Palacio (1978), prefieren comprar bienes inmuebles y sólo escasas veces invierten en actividades productivas y generadoras de riqueza. Su mentalidad económica es muy arcaica, lo que les lleva a considerar la tierra como la propiedad más sólida. Salvo excepciones, el cultivo directo o indirecto de estas tierras es igualmente arcaico. Hay que señalar sin embargo un cambio a medida que avanza el siglo, especialmente a partir de la década de los sesenta, cuando algunos individuos de las clases medias también invierten en nuevas actividades como el ferrocarril, el comercio o la industria o incluso depositan su dinero en las nacientes entidades financieras. En mi opinión, las clases medias engloban parte de la burguesía de los negocios, así, los medianos comerciantes de los núcleos urbanos y los más importantes labradores. Sin embargo, hay otros grupos de clases medias que no se pueden identificar con la burguesía de los negocios. Los funcionarios, profesionales liberales, maestros artesanos con taller abierto, empleados cualificados, profesores, periodistas, escritores, clero, propietarios o rentistas y medianos labradores son grupos diferentes susceptibles de estudios específicos cada uno de ellos con cortes horizontales que representan diversos niveles. Estas clases medias, urbanas y rurales, sin ser mayoría en la población como hemos visto, constituyen el nervio del país y controlan la administración pública, la cultura y la enseñanza, la información, la institución eclesiástica, el ejército, el comercio de distribución de los productos agrícolas y el resto de los bienes de consumo, los talleres y modestas fábricas más próximas al Antiguo Régimen que a la industria contemporánea. Al mismo tiempo que son responsables en buena parte del freno al desarrollo del país, la actitud y actividad de algunos grupos provoca lentos cambios que, en ocasiones, se aceleran (1833-35; 1854-1855; 1868). Por todo ello, el análisis de esta clase social es clave para entender la evolución de la historia española del siglo XIX. La administración pública no sólo experimentó los cambios de organización y estructura que acompañaron a la implantación del sistema liberal, sino que sus funciones aumentaron de tal manera que el Estado fue asumiendo cada vez más parcelas de servicios. Los empleados públicos, en términos absolutos, se multiplicaron por tres entre 1797 y 1877. El Estado actuaba directamente o a través de las diputaciones y ayuntamientos. En 1860, los empleados civiles del gobierno, en su mayoría distribuidos por las delegaciones provinciales, eran unos 30.000. Otro tanto los empleados de los municipios. La administración provincial, a cargo de las diputaciones que se encontraban en fase de expansión, tenía solamente unos 5.000 funcionarios. Ejército y Armada, salvo circunstancias bélicas especiales como las guerras de Independencia y carlistas, estaba formado por unos 150.000 hombres de los que un tercio aproximadamente eran profesionales desde suboficiales a jefes. El número medio de soldados movilizados por el sistema de quintas era de unos 100.000. El sistema se fue modificando hasta que una ley de 1837 generalizó teóricamente a toda la población masculina la entrada en el sorteo. De esta ley se excluían los que tuvieran alguna causa prevista: enfermedad, baja estatura, hijo único de viuda o de padres mayores y otras. El total de mozos restantes eran divididos en cinco series o listas. Los mozos o quintos que integraban la serie agraciada era el contingente de soldados de ese año. Aunque, de hecho, los que tenían medios económicos no llegaban nunca a vestir el uniforme de recluta. Una vez que se había realizado el sorteo, había otros medios de eludir el servicio: la evasión (por la que se pasaba a la categoría de prófugo); la sustitución, acto mediante el cual por escritura pública ante notario, un quinto pagaba de 4.000 a 6.000 reales a otro mozo "voluntario" (de entre las otras cuatro series excluidas en el sorteo) y la redención, por la que se pagaba una cantidad al Estado. Para la mayoría, las quintas eran odiosas. El deseo de suprimirlas se convirtió en una de las peticiones populares de la revolución de 1868. El reciente y concienzudo trabajo de José Jiménez Guerrero demuestra que, en la década de 1860, casi una cuarta parte de los mozos se libraban de su obligación de ir a filas mediante la redención o la sustitución. Las bajas por redenciones se cubrían con voluntarios entre los mozos excluidos del sorteo y los quintos reenganchados que recibían una contribución económica. Entre 1852 y 1867, unos 60.000 mozos se reengancharon por ocho años y otros veintidós mil lo hicieron por un plazo menor. 82.000 soldados que cubrieron a los 75.000 redimidos. Los hijos de las clases altas y medias e incluso parte de los que pertenecían a las medio bajas, especialmente de las ciudades y cabezas de partidos judiciales, no fueron al ejército, como clase de tropa. Esta estaba formada por las clases bajas especialmente rurales mediante sustituciones y reenganches. En contraste, la Milicia Nacional y la oficialidad del ejército estaban compuestas casi exclusivamente por los grupos sociales que tenían capacidad económica para no ser quintos. Los oficiales y jefes, en tiempos de paz constituían una proporción demasiado elevada para las dimensiones y el tipo de ejército. Muchos de ellos se dedicaban a tareas de lo más diversas, entre las que destacaba la política. Un cuerpo especialmente cualificado, como el de ingenieros, llevaría a cabo trabajos técnicos que hubieran correspondido a civiles en una sociedad más evolucionada. Los ingenieros civiles, junto con los arquitectos, se irían incorporando de manera gradual a los trabajos técnicos hasta llegar a ser contabilizados unos 5.500 en 1877. Cabe señalar aquí un grupo especialmente interesante, el de los capitanes de buques de la marina mercante, unos cinco mil, según recoge el Censo de 1860. Los censos no son claros respecto al número de magistrados. La evolución del de abogados, aunque éstos proporcionaban también otros servicios, nos puede servir para medir el peso de la administración de justicia. Redondeando las cifras se puede afirmar que entre 1797 y 1860-1877 los abogados pasan de unos 6.000 a 12.000. Una multiplicación por dos que significa bastante menos en proporción al conjunto de la población. Es muy interesante observar la concentración paulatina de estos profesionales en Madrid, prueba del peso cada vez mayor que la capital va tomando en la actividad política y financiera del país, actividades con la que muchos de los abogados madrileños tenían una estrecha relación. Hay otro conjunto de profesionales liberales entre los que destacan los facultativos: médicos, cirujanos, veterinarios (albéitares) y boticarios. Los veterinarios se multiplican por dos en números absolutos (5.200 en 1797 y 10.200 en 1797). Se trata de una profesión, como casi todas las anteriores, que ejercían exclusivamente los hombres hasta el punto de que el Censo de 1877 lo especifica así: "todos son hombres". La importancia de este incremento radica en la cualificación de aquéllos que atienden especialmente la cabaña ganadera, lo que implica un modo nada desdeñable de intensificación de esta producción especialmente observable en la cornisa cantábrica. Médicos y cirujanos permanecen estables, en torno a los 13.500 y 14.000 en un período tan prolongado de tiempo. Esto significa que descienden paulatinamente en relación con el resto de la población. Cada médico debía atender a un mayor número de pacientes. Sin una estructura sanitaria adecuada a las necesidades del país, asistimos a un estancamiento en uno de los sectores básicos del mundo contemporáneo que nos deja ver un grado escaso de modernización en este aspecto. Los boticarios (3.978 en 1797 y 3.989 en 1860), tras una larga etapa en la que la situación fue semejante a la de los médicos, van a incrementarse rápidamente para superar los 6.300 tan sólo unos años más tarde (1877). La creación de nuevas facultades de Farmacia y las grandes posibilidades del mundo rural, por donde se extendieron los nuevos farmacéuticos, explicarían este crecimiento. Los profesionales de la enseñanza se multiplicaron proporcionalmente a la disminución del analfabetismo. El Censo de 1797 no recoge la profesión de maestro, lo que ya es significativo, mientras que los de 1860 y 1877 dan unas cifras de algo más de 23.000 y cerca de 32.000, respectivamente. En la última fecha aproximadamente un tercio son mujeres. Además de estos maestros que se censan como tales, había otros muchos que compartían otras dedicaciones, como por ejemplo el párroco de un pueblo. El número de profesores de enseñanza secundaria y universitaria era de unos 1.500 en 1797 y cerca de 4.000 en 1860. De ellos, unos 2.600 enseñaban en institutos dependientes de las diputaciones y las universidades del Estado y 1.400 en colegios privados. Los datos de 1877, año en el que aparecen 3.300 profesores sin especificar, posiblemente se refieran a profesores de enseñanza pública, mientras que los de la enseñanza privada se han censado en su mayoría como religiosos. Entre 1797 y 1860, el clero regular ha disminuido notablemente. Las monjas en un tercio y los religiosos han quedado reducidos a casi sólo los escolapios por causa de la exclaustración. La interpretación laxa del Concordato de 1851 no se hizo hasta después de 1875. En 1877, se refleja el crecimiento salvo en unos cuantos miles que se incrementarán rápidamente desde entonces. Respecto al clero secular, que también disminuye, creo que fundamentalmente desaparecen entre los beneficiados, capellanes, etc. que pierden buena parte de sus bienes desde 1798. Sin embargo, permanece un número muy semejante de clero parroquial. El número y la dedicación de los auxiliares eclesiásticos del clero secular en 1797 y 1860 es prácticamente el mismo. Ello a pesar de haber disminuido considerablemente el número de sacerdotes y haber aumentado la población. La gran mayoría de estos asistentes trabajaba en las parroquias y éstas siguieron siendo prácticamente las mismas entre ambas fechas si bien con una media de parroquianos mucho más elevada. El comercio de distribución de los productos agrícolas y el resto de los bienes de consumo estaba en manos de tres grupos que he simplificado en tres epígrafes de los censos comerciantes, arrieros y carreteros y fondas/cafés. Las familias que podríamos agrupar entre las clases medias están fundamentalmente en el primer grupo: comerciantes. En conjunto, el número de comerciantes (unidos a sus familias) se multiplica por tres entre 1797 y 1860 y de nuevo por dos entre esta fecha y 1877. De tal manera que entre 1797 y 1877 los comerciantes son 5,5 veces más. En términos relativos con la población de cada año, los comerciantes se ha triplicado con creces. Los dueños de talleres y modestas fábricas, más próximas al Antiguo Régimen que a la industria contemporánea (maestros artesanos con taller abierto) así como algunos empleados cualificados, formarían parte de las clases medias, si bien en los límites inferiores. Situados dentro de una numerosa población activa del sector secundario, no son fácilmente cuantificables porque salvo en 1797, que señala cerca de 118.000 maestros dentro de los fabricantes, los censos de 1860 y 1877 no diferencian entre propietarios y asalariados. Queda, por último, aludir al grupo más numeroso de las clases medias en el mundo rural: los medianos labradores, que cultivaban tierras en propiedad o arrendamiento. Estos labradores, que denominamos medianos, sembraban extensiones que les proporcionaban excedentes, después de reservar parte del rendimiento para el consumo familiar. Vendían el resto normalmente el mismo año de la cosecha porque no podían esperar más. La diferencia con los labrantines o pequeños propietarios estaba en que la cantidad de tierras cultivadas era suficiente para mantener al labrador y su familia sin necesidad de trabajos accesorios. A diferencia de los grandes labradores no solían emplear mano de obra asalariada, salvo en momentos y circunstancias excepcionales. Son los labradores de "buen pasar", que viven en condiciones bastante duras pero que, salvo accidentes climatológicos, no necesitan préstamos y, por lo tanto, no están expuestos a la pérdida de sus tierras por impago de hipotecas. Sin embargo, en las zonas de arrendamientos cortos, sí tienen periódicamente, en la parte de tierras que arriendan, la espada de Damocles del desahucio. No sabemos con precisión la evolución del número de estos labradores, pero sí que aumentaron mucho entre 1797 y 1877, singularmente durante el período isabelino. Hubo muchos pequeños labradores que por sucesivas acumulaciones de tierras en propiedad pasaron de tener, por ejemplo, de diez a veinte hectáreas en propiedad, lo que les permitió disminuir el número de tierras en arrendamiento con los gastos e inseguridad que ello comportaba. El número de propietarios crece llamativamente entre el Censo de 1797 y 1860. Aun suponiendo que todos los hidalgos, que he considerado que se dedicaban a la labranza en 1797, fueran propietarios y sumados a los que el censo señala expresamente como propietarios (más sus respectivos dependientes) el resultado final sería cerca de 2.250.000 españoles frente a los casi 3.100.000 que recoge el Censo de 1860. Sin embargo, los arrendatarios habrían descendido desde 1.775.000 de 1797 a menos de 1.075.000 en 1860. La suma total en números absolutos es algo menor (100.000 labradores menos en 1860 que en 1797) y sobre todo, disminuye en proporción a la población de cada año, pues pasan del 36,6% en 1797 a poco más del 27% en 1860. Lo significativo es el aumento de propietarios. Obviamente, el hecho de que el censo los identifique como propietarios no significa que no tuvieran tierras en arrendamiento sino que mientras que años antes el grueso de su labranza estaba formada por las que llevaban en arrendamiento, aparcería u otras formas semejantes, ahora, en 1860, lo predominante eran las de su propiedad. No todos ellos pueden considerarse medianos propietarios, pero me atrevo a considerar que sí lo era buena parte de ellos al menos en las regiones de predominio de la mediana explotación. Hay un hecho sobre el que conviene llamar la atención y que afectaba, en la sociedad rural, especialmente a estos labradores: la movilidad social. El sistema liberal, con todos los mecanismos de mercado que introdujo, permitió el ascenso de labradores situados en las clases bajas a una posición más holgada que permite ubicarlos en las clases medias. Así, nos encontramos pequeños labradores que pasaron a labradores acomodados. La compra acumulada de tierras en la desamortización -a través de varias generaciones en un proceso lento- fue una causa decisiva de ello en algunas regiones, especialmente en la España del norte.
contexto
Era proverbial en España la abundancia de funcionarios y, en general, de empleados del Estado. A la cifra de 27.000 que recogen los recuentos de la época, habría que añadir aquellos que dependían del ejército y de la marina, así como los empleados de la administración de justicia y del correo. Durante la última etapa del reinado de Fernando VII se llevó a cabo una importante reforma en la administración pública tendente a la centralización, a la jerarquización y a la profesionalización de los diferentes cuerpos. El cesante, es decir, el funcionario que ha sido destituido, pero que conserva una modesta pensión y que pasa a constituir una reserva utilizable, se convierte ya en esta época en una figura emblemática. Para Alberto Lista, este numeroso grupo de ciudadanos ligados a la administración está situado entre la clase superior y aquella de los jornaleros y de los proletarios. Para los observadores extranjeros seguían siendo dignas de reseñar las costumbres populares de la nobleza en España así como el carácter elevado de las clases populares, las cuales conservaban un sentido de la dignidad y una nobleza natural como no se encontraban en otros países. Poco más de la mitad de la población española se ocupaba en la agricultura, mientras que sólo la décima parte lo hacía en la industria y en la artesanía. Más de un tercio de la población era improductiva y eso escandalizaba al embajador francés, quien afirmaba que "si a eso se le añade la costumbre de la siesta, el cigarro y la gran cantidad de días de fiesta existentes, uno podría convencerse de que España es uno de los paises de Europa donde menos se trabaja". También Sebastián Miñano señalaba que apenas había una semana con menos de tres días en los que exista una excusa para dejar de trabajar. La abolición de los señoríos por las Cortes de Cádiz y la aplicación de esta medida durante el periodo constitucional iniciado en 1820 planteó una serie de conflictos sociales ya que los campesinos se negaron a continuar pagando sus rentas en aquellos lugares en los que los nobles no podían demostrar fehacientemente la propiedad efectiva de la tierra. Muchos nobles reclamaron a las Cortes que sus rentas procedían de contratos libremente pactados con los colonos y que, por consiguiente, si éstos tenían algo que reclamar que lo hiciesen ante los tribunales, pero que debían seguir pagando hasta que no se produjese una sentencia firme por parte de estos. El problema, no resuelto por la caída del régimen constitucional, volvería a plantearse crudamente después de la muerte de Fernando VII. Según los datos disponibles, el numero de artesanos disminuyó considerablemente durante el primer tercio del siglo XIX. El proceso de crisis se había iniciado ya en el siglo XVIII, pero el aumento de las actividades fabriles y la decadencia de los gremios influyó en la progresiva mengua de este sector de la sociedad. En realidad, la desaparición de los gremios fue decretada por primera vez cuando las Cortes gaditanas plantearon en 1813 la libertad de asociación de los trabajadores. En 1814 fueron restablecidos con ciertas limitaciones y durante el Trienio Liberal se les dio un duro golpe cuando se permitieron las iniciativas económicas sin respetar las normas gremiales. Aunque la abolición definitiva de los gremios no se produciría hasta 1834, estas corporaciones se habían ya ido extinguiendo de hecho a lo largo del reinado de Fernando VII. La disminución del número de artesanos fue acompañada por un incremento paulatino de los operarios de fábricas que encontraron su oportunidad en la aparición de los numerosos negocios que surgieron al amparo de las nuevas leyes que garantizaban la libertad industrial. Estos trabajadores carecían de todo tipo de protección, ya que la burguesía que regentaba el comercio y la industria trataba de impedir cualquier tipo de asociación que velase por los intereses de éstos. Comienza a nacer, pues, un proletariado en las grandes ciudades que tomará conciencia en pocos años de su débil situación y mostrará una mentalidad muy alejada ya de la tradicional que había presidido la de los trabajadores gremiales.