Ignoramos cuántas casas etruscas arcaicas pudieron, por sus proporciones y decoración, acceder al nivel de verdaderas obras artísticas; pero una cosa es evidente: la arquitectura doméstica tirrena tuvo el feliz privilegio de convertirse en modelo para lo que constituye, en nuestra opinión, la más vivaz manifestación arquitectónica de este pueblo: sus tumbas. Es éste, además, uno de los campos más originales de todo el arte etrusco. Cuando hablemos en el próximo capítulo de la escultura y la pintura, y repitamos sus íntimos contactos con las obras griegas, acaso nos asaltará la duda de si el arte etrusco fue algo más que arte griego provincial. Haremos entonces bien recordando la independencia de su arquitectura, imaginando cuán distinta debía de ser una ciudad etrusca de una polis helénica, y, sobre todo, evocando lo que es una necrópolis como las de Caere y Orvieto. Quien haya vivido la experiencia de pasearse entre sus tumbas e introducirse al azar en sus curiosas cámaras, siempre distintas, siempre sorprendentes, verdadero muestrario de casas subterráneas, recordará que nada en Grecia, ni siquiera en las necrópolis macedónicas, presenta el más remoto parecido. Cubiertos de vegetación, inmersos en la luz húmeda de un día lluvioso, los túmulos etruscos transmiten sensaciones personales e indefinibles, pero desde luego ajenas a todo lo conocido en el Mediterráneo. Antes del 630 a. C. competían dos conceptos diversos de la tumba: la sala circular con falsa cúpula, y la reproducción de la cabaña o casa primitiva. En un intento de conciliación, se llegaron a crear, como híbrido, esas curiosas tumbas de Populonia donde, para pasar de la planta cuadrada de la casa al techo hemisférico, hubo que inventar nada menos que la pechina. Pero después, en las últimas décadas del siglo, se observa la rápida decadencia de todo lo que no sea la imitación de una casa. En la época arcaica, sólo los pobres se contentarán con una simple fosa para ocultar su cadáver; cualquier familia acomodada dedica buena parte de sus ahorros a encargar una morada confortable donde volver a reunirse tras la muerte. A fines del siglo VII a. C. se construyen ya grandiosas y profundas casas subterráneas, a menudo minuciosamente acabadas, con su techo en relieve y todo su mobiliario tallado en la roca. Pero las habitaciones son aún escasas, y casi parece importar más el inmenso túmulo, con su perfil de sencillas molduras y su abrumadora sensación de poder. Después, a partir del 600 a. C., empieza a decaer el interés por esta estructura superior: bajo túmulos pequeños, o abriendo nuevas entradas en los ya usados por la generación anterior, se tallan en la toba de Caere casas complejas, con múltiples salas, con pilares, con marcos en sus puertas y ventanas interiores, con repisas en los muros. Tablinum, atrio, estancias contiguas, todo sirve para recibir los cuerpos de familias prolíficas. Los hombres reposarán sobre lechos pétreos, las mujeres en una especie de sarcófagos a doble vertiente, también tallados en la roca virgen; en cuanto a los ajuares -armas, adornos, vasijas-, se acumularán en el espacio libre de las habitaciones, dispuestos para ser usados por los difuntos en sus festejos. Nada falta, ni siquiera los escabeles pétreos al lado de los troncos. Estas tumbas, excavadas o construidas bajo un túmulo, no son, sin embargo, el único tipo de enterramiento que puede verse en la Etruria arcaica. Desde mediados del siglo VI, sobre todo, las variantes se multiplican. Así, en Tarquinia advertimos que el túmulo es secundario, limitándose a una acumulación de tierra sin límites arquitectónicos; aquí ni siquiera interesa la talla de la morada subterránea, pues ésta se reduce a una sala con techo a doble vertiente: las familias ricas confían sólo en el trabajo de los pintores para conseguir el efecto final. En otros lugares, se prescinde del propio túmulo para construir la superestructura. Así, hallamos en Populonia, por ejemplo, algún mausoleo en forma de templete, o contemplamos, en alguna necrópolis de la zona de Viterbo, las primeras fachadas esculpidas en las rocas verticales de los acantilados. Pero quizá la solución más peculiar, a fines del siglo VI y principios del V a. C., sean las tumbas a dado, cuyos mejores ejemplos se hallan en Caere y Orvieto: se trata de verdaderas manzanas de casas rectangulares, talladas en la roca o construidas, en cuyas lisas fachadas, adornadas con molduras, se alinean las puertas de las tumbas. Estas son casas sencillas, hechas en serie, como corresponde a la obra de un eficiente promotor urbanístico que construye sus apartamentos para venderlos. No en vano estamos en la mejor época del comercio etrusco.
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Las excavaciones realizadas hasta la actualidad confirman que la casa egipcia estaba construida alrededor de un patio, demostrándose que fueron habitadas por un amplio número de personas y que fue creciendo respecto a las necesidades familiares, transformándose incluso en un conjunto de casas. La casa tenía una planta cuadrada con un espacio central precedido por una antecámara. A su alrededor nos encontramos los dormitorios y las habitaciones destinadas a almacén. Esta estructura no varía con relación a la clase social de los habitantes, diferenciándose el número y el tamaño de los habitáculos. Incluso en algunas casas de Tell el-Amarna se han encontrado cuartos de baño. Estaban situados junto a la habitación principal y separados de ella por un muro bajo cubierto con caliza. Constaban de una zona de baño y de un retrete consistente en un asiento ubicado sobre una vasija rellena de arena. En una tumba de Tebas se ha encontrado una escena pintada en la que aparece una casa de varios pisos. Las diferentes alturas se conectaban a través de una escalera en la zona central estaban las habitaciones principales, en la superior se ubicaban las cocinas y los graneros, mientras que en el sótano se encontraban diferentes estancias para el hilado o moler el grano. Gruesas columnas sirven para sujetar la estructura de estas casas unifamiliares, altas y estrechas cuya puerta estaba elevada respecto al nivel del suelo. En el techo de la casa se situaba la azotea. Algunos miembros de grandes familias tenían amplias casas en las afueras de las ciudades, a modo de las urbanizaciones de alto nivel. Las villas estaban rodeadas de árboles y jardines con estanques, cocinas, talleres, establos, graneros y casas para los sirvientes. Los restos de mobiliario que nos han quedado no son muy abundantes y corresponden a las clases sociales más acomodadas. El taburete era el mueble universal egipcio ya que en su uso no se encuentran distinciones sociales. Más elitista es la silla y las camas, realizadas en madera. El ajuar era de lino y utilizaban unos reposacabezas para dormir, algunos incluso de piedra. También se han encontrado algunos pies de lámparas.
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En el siglo XVII no es posible todavía hablar de sociedad de castas aunque es entonces cuando empieza a utilizarse este término. La categoría conocida como castas fue en realidad un cajón de sastre donde la normativa española encasilló a todos los nuevos tipos raciales que no habían sido imaginados al inicio, o que siendo prohibidos de antemano, no pudieron ser evitados. La mezcla de estos grupos configuraría a la larga un complejo árbol clasificatorio que podría ilustrarse de la forma siguiente: <table> <tr><td>Español e india</td><td>Mestizo</td></tr> <tr><td>Español y mestiza</td><td>Cuarterón de mestizo o castizo</td></tr> <tr><td>Español y cuarterón de mestizo</td><td>Quinterón</td></tr> <tr><td>Español y quinterón</td><td>Español o quinterón de mestizo</td></tr> <tr><td>Español y negro</td><td>Mulato</td></tr> <tr><td>Español y mulato</td><td>Cuarterón de mulato o morisco</td></tr> <tr><td>Español y cuarterón de mulato</td><td>Quinterón de mulato</td></tr> <tr><td>Español y quinterón de mulato</td><td>“Gente blanca”</td></tr> <tr><td>Mestizo e indio</td><td>Cholo, tresalbo o coyote</td></tr> <tr><td>Mulato e indio</td><td>Chino</td></tr> <tr><td>Español y chino</td><td>Cuarterón de chino</td></tr> <tr><td>Negro e indio</td><td>Zambo de indio</td></tr> <tr><td>Negro y mulato</td><td>Zambo</td></tr> <tr><td>Negro y zambo</td><td>Zambo prieto</td></tr> <tr><td>Español y morisco</td><td>albino</td></tr> <tr><td>Albino y blanco</td><td>Salta atrás</td></tr> <tr><td>Español y cholo</td><td>Harnizo</td></tr> <tr><td>Cholo e indio</td><td>Chamizo</td></tr> <tr><td>Chino e indio</td><td>Cambujo</td></tr> <tr><td>Salta atrás y mulato</td><td>Lobo</td></tr> <tr><td>Lobo y chino</td><td>Jíbaro</td></tr> <tr><td>Jíbaro y mulata</td><td>Albarazado</td></tr> <tr><td>Cambujo e india</td><td>Sambaigo </td></tr> <tr><td>Sambaigo y lobo</td><td>Campamulato</td></tr> <tr><td>Campamulato y cambujo</td><td>Tente en el aire</td></tr> <tr><td>Tente en el aire y mulata</td><td>No te entiendo</td></tr> <tr><td>No te entiendo e india</td><td>Torna atrás</td></tr> </table> Gráfico Esta enrevesada categorización podía complicarse aún más o recibir otros nombres según las zonas, como jorocho, lunarejo o rayado. Algunas denominaciones, que podían parecer muy específicas, como la de torna atrás, se referían en realidad a los que, teniendo piel blanca, reflejaban a sus antepasados negros en sus rasgos faciales. Esta catalogación respondía más bien a la inventiva y preocupación de algunos intelectuales, antes que al propio sentimiento del hombre común, pues las denominaciones de uso público y cotidiano se reducían a mulato, chino, coyote (mestizo oscuro) y cholo (castizo o mestizo claro). De otro lado, los libros parroquiales no exigían mayores especificaciones, ya que se dividían en secciones de españoles, indios y castas. Las catalogaciones fueron concebidas inicialmente como denominaciones raciales, pero pronto se convirtieron en indicadores sociales. Al confundirse la raza y la estratificación racial se distorsionó la correspondencia entre las características étnicas y el estatus social. De este modo se podía observar incongruencias en los grupos que debían ocupar posiciones intermedias, pues resultaban ubicados en el nivel más bajo y viceversa. Si bien el hecho de las castas fue un fenómeno generalizado en América, se dio en una proporción mayor en México y Perú, virreinatos donde era fácil encontrarse con cualquier tipo de combinación racial. Por el contrario, en otros lugares, como Venezuela, apenas se dio trato entre negros y chinos. Los españoles se mezclaban más con indias y mestizas que con mulatas, sobre todo de baja condición. En 1654 el gobernador de Chile recompensaba a los soldados españoles de guarnición en Valdivia que casaron con hijas de caciques a los que ascendió militarmente. Sin embargo, fue muy raro que las españolas se casaran con indios o mulatos. Los mestizos legítimos, de holgada situación económica o muy hispanizados, formaban parte de la república de españoles. A las castas pertenecían los bastardos y adulterinos, procedentes de uniones libres. Esta rica variedad multirracial se reflejaba también en la indumentaria. Aunque no se puede decir que hubiera un traje particular para cada tipo racial, había elementos distintivos de cada una, por ejemplo, el huipil era representativo de las indias. El vestido reflejaba también una posición socioeconómica. Los grupos con alto poder adquisitivo tenían acceso al mercado del Parián y ahí compraban telas, piezas y accesorios de moda, pero los de escasos recursos tenían la opción del Baratillo, en donde se ofrecían prendas usadas e incluso robadas. De manera que se conformaron atuendos combinados con piezas de distinta procedencia (francesa, española, oriental e indígena). Entre las mestizas y las mujeres de las demás castas la prenda más usual era la saya o enagua de diversos colores y amplia, seguramente por el uso de diversas sayas interiores y no por ahuecadores, salvo en días festivos o entre las mestizas de familias más pudientes. Era la mujer de los grupos mezclados la que lucía con más garbo el rebozo, generalmente listado sobre fondo blanco y una gran variedad de motivos decorativos. Sus adornos consistían en perlas, corales rojos o negros, cintas rojas o negras alrededor del cuello, chiqueadores en las sienes y a veces cigarreras colgadas de la cintura. La pierna casi siempre lucía desnuda y la zapatilla era de tacón y de distintos colores.
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El sistema de castas, aunque ha sido empleado por diversos pueblos a lo largo de la historia, como los egipcios o los griegos -la casta sacerdotal de los Asclepíades transmitía los conocimientos médicos de manera hereditaria- es en la India donde ha alcanzado mayor trascendencia. Esencialmente, el sistema de castas -del latín castus, "puro"- es un modo de organización social basado en la existencia de diferentes grupos humanos separados en función del grado de pureza religiosa de la actividad que cada uno realiza. Las castas tienen su origen en la época aria (1500-1000 a.C.), creadas como una manera de asegurar su territorio de la India. Las castas quedaron establecidas en cuatro, de las que las tres primeras representaban a los conquistadores arios: - brahmanes, sacerdotes cuya misión es enseñar los Vedas. - Kshatruyas, príncipes y guerreros, propietarios de las tierras y cuya misión es el ejercicio de las armas. - Vaisyas, campesinos libres, pastores, artesanos y comerciantes, y - Sudras, esclavos, que deben servir a las tres castas anteriores. A partir de estas cuatro divisiones principales se establecen un sinnúmero de subcastas, en función de factores como la religión, el lugar de residencia, la tribu o la función social. Solamente a partir de finales siglo X la población india comenzó a ser dividida rígidamente en castas, de las que hay más de dos mil, constituyendo cada una un elemento estable dentro de la compleja estructura social de la vida india. El término indio para designar la casta es jati, es decir, nacimiento, lo que implica que es precisamente este hecho el que determina la pertenencia de un individuo a una casta concreta y, en consecuencia, la actividad que desarrollará durante su vida, sus costumbres alimentarias, sus prácticas religiosas y sus prohibiciones y privilegios. Tradicionalmente la pertenencia a una casta era considerado un privilegio, por lo que estaba rigurosamente prohibido el matrimonio entre miembros de castas diferentes. Quien incumpliese este precepto podía ser castigado con la pérdida de los derechos inherentes a su casta, incurriendo en el rango de los sin casta o parias, los seres despreciados por toda la población. Aunque la Constitución india de 1947 abolió el sistema de castas, actualmente son muchas las zonas, especialmente rurales, en las que sigue activo.
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En España, durante el siglo XVI, se desarrolló un importante proceso constructivo orientado a sustituir las antiguas catedrales medievales -Salamanca, Segovia, Plasencia, Valladolid- y dotar de otras nuevas a aquellas ciudades de los territorios reconquistados que no disponían de edificios adecuados y que venían utilizando para el culto la antigua mezquita -Granada, Málaga, Córdoba, Jaén, Guadix-. Tanto en un caso como en otro este proceso era la continuación de una práctica secular ininterrumpida que tendrá su proyección en la construcción de la serie de las catedrales americanas. En América, el programa de construcción de catedrales obedecía a unas razones similares: dotar de edificios religiosos adecuados y representativos a las nuevas sedes episcopales. Tanto en España como en América la función que desempeñaban no era exclusivamente religiosa. Al establecerse una asociación entre religión y poder, como monumento de representación y prestigio, las catedrales jugaban un importante papel en la configuración e imagen de la ciudad.En Andalucía algunas catedrales -Granada, Guadix, Málaga o Almería- fueron instrumentos fundamentales para establecer la delimitación y la imagen del dominio cristiano de un territorio recién conquistado. Algunas intervenciones en edificios musulmanes como la construcción de una catedral en el centro de la mezquita de Córdoba, de un campanario con la estatua giratoria de la Fe (Giralda) sobre el alminar de la mezquita almohade de Sevilla, o la catedral de Jaén, construida en el emplazamiento de la antigua mezquita, establecieron "una imagen de dominio y una delimitación ideológica de un territorio recuperado". En este sentido, las catedrales americanas constituyeron parte de un mismo proceso como "configuración ideológica de un territorio conquistado".Ahora bien, esta interrelación entre los programas catedralicios americano y español no debe establecerse tan sólo realizando la comparación entre los edificios que han llegado a nosotros de uno y otro lugar. Porque, con frecuencia, en la construcción de algunas catedrales españolas se planteó una determinada solución que después fue abandonada pero que pasó a América. Es el caso del proyecto primitivo para la cabecera de la catedral de Sevilla, muy distinto del resultado actual, y que encontramos en la catedral de Santo Domingo. Comenzada en 1512, el impulso principal de las obras se debe al prelado Alejandro Geraldini (1520-1525) no teniendo lugar su consagración hasta 1541. La catedral de Santo Domingo es un edificio gótico de tres naves -la central el doble de ancha que las laterales estableciendo una modulación por tramo A, AA, A-, cubiertas con bóvedas de crucería. Las naves laterales tienen un testero plano y la central una capilla mayor poligonal a la manera de la solución del proyecto primitivo de la catedral de Sevilla.
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Desde Chartres, las experiencias llevadas a cabo en su iglesia se hacen extensibles a un buen número de las catedrales que se elevan con posterioridad en el norte de Francia: Bourges, que quizás por sus trazos originales se separa más de ella, Reims, Amiens, Beauvais, y también Notre-Dame -de París.La magnífica catedral de Bourges se halla también entre los edificios más sobresalientes del siglo XIII. A pesar de su construcción lenta (se comienza hacia 1172 pero se concluye dentro ya del siglo XVI), el plano previsto inicialmente no se modifica y, por lo tanto, en su estado actual es sin duda, por sus dimensiones, el más ambicioso erigido en Francia durante el gótico. A pesar de sus rasgos originales, que suponen el avance por una vía distinta, depende de las experiencias llevadas a término en Chartres.Combina, junto a caracteres de gran modernidad, otros más arcaizantes. Entre los primeros, destaca su original organización del muro interior que visualmente simula la superposición de cinco niveles, cuando en realidad existen los tres genéricos. Esto sucede merced a la altura de la nave central y de los arcos formeros que la separan de las laterales, pues permite obtener desde ésta una perspectiva inusual. Evidentemente esta particularidad es única en Bourges. También es muy original la solución adoptada en las capillas del deambulatorio, a causa de la existencia de la cripta y, asimismo, ya en el exterior, los arbotantes extraordinariamente inclinados, explicables por el gran desnivel existente entre la altura de la nave mayor y las laterales. Entre los rasgos arcaizantes, quizá el que más sorprende es el tamaño relativamente reducido de las ventanas, en un edificio en el que indudablemente todo se ha pensado y medido muy cuidadosamente.La catedral de Reims tenía, como Saint-Denis, un profundo significado para la monarquía francesa. Si esta segunda era la sede del panteón dinástico y el lugar donde se custodiaban los símbolos del poder, los "Regalia", en la primera se coronaban los reyes.También un incendio, como en Chartres, en Amiens y otras muchas iglesias francesas, cuando corría el año 1210, motivó la reconstrucción de la catedral. Iniciada sólo un año después (en 1211 se coloca la primera piedra), se materializó en cien años. En 1311 parece ser que la fábrica ya estaba concluida. A diferencia de otros edificios contemporáneos, en éste se conocen los nombres de los arquitectos que se sucedieron en la dirección de la obra. Los proporcionó el laberinto que ornó el pavimento de la nave central y que fue destruido al sustituirse el original por otro nuevo en el siglo XVIII. Gracias a un dibujo sabemos que trabajaron en Reims, y en este orden: Jean d'Orbais, Jean le Loup, Gaucher de Reims y Bemard de Soissons. En el laberinto venía especificada la labor ejecutada por cada uno de ellos. Así el primero fue artífice de la planta y de los trabajos iniciales en el ala oriental hasta el transepto, el segundo terminó el coro y edificó los fundamentos del cuerpo principal del edificio, el hastial occidental y las torres; el tercero intervino en las tres puertas abiertas a los pies del edificio y el último construyó varias bóvedas (cinco en total) y el gran rosetón de los pies.La planta de Reims muestra, como rasgo más sobresaliente, la hipertrofia de la cabecera que hemos señalado como una de las particularidades de algunas iglesias francesas del siglo XIII, aunque aquí llega a ocupar la mitad justa de todo el edificio. En el resto de la construcción se siguen las pautas habituales. Tiene tres naves, transepto también de tres naves y, en su alzado, el muro interior presenta los tres niveles canónicos: arco, triforio y ventana.La catedral románica de Amiens fue también pasto de las llamas en 1218 y se procedió a su reconstrucción. Al contrario que otros edificios, en éste, las obras avanzaron desde los pies hacia la cabecera. En 1236 la fachada occidental estaba completamente terminada y en 1269 lo estaba el coro. Un laberinto reproducido en el pavimento de la iglesia, proporciona de nuevo el nombre de los arquitectos que dirigieron los trabajos. Se trata de Robert de Luzarches, Thomas de Cormont y Renaud de Cormont, por este orden.Amiens se dice que es la academia del modelo arquitectónico del norte. Por su planta y otros muchos elementos, tiene bastante en común con Reims, pero si hubiera que señalarse una característica original en el edificio, sería sin duda el vaciado del triforio, en la zona del presbiterio, que hasta entonces había sido un nivel opaco entre las ventanas de las capillas bajas y las vidrieras superiores.La catedral gótica de Beauvais se reconstruye también a causa de un incendio, hacia 1225. Ya nos hemos referido a ella por cuanto supone el punto final en la experimentación que lleva implícita el gótico. El derrumbe de la bóveda mayor que se había elevado hasta los 48 metros en 1284, supuso el fin de las audacias que los arquitectos habían convertido en moneda corriente en este género de edificios.La fábrica actual de Notre-Dame de París, fue comenzada en 1163. Se optó por una estructura simple, en la misma línea que la catedral de Laon, su más directo precedente: cinco naves que en la zona de la cabecera generan doble deambulatorio, y transepto no marcado hacia el exterior. Las obras avanzaron con cierta rapidez y en las proximidades de 1200 se inició la fachada occidental, concluida hacia 1245.En época de san Luis, a mediados del siglo XIII, y de la mano de dos de los arquitectos más reputados del momento: Jean Chelles y Pierre de Montreuil, se realiza en la catedral una reforma importante. Primero, se añade una línea de capillas entre los contrafuertes del lado norte, y, después, se prolongan los dos brazos del transepto hacia el exterior, dotándolos de nuevas portadas y de los espectaculares rosetones.Aunque todas las fábricas que hemos visto, constituyen con Notre-Dame de París y algún otro ejemplo, un grupo muy unitario dentro de la arquitectura del norte de Francia, este modelo irradió, de la mano de determinados arquitectos, también hacia Borgoña y hacia la Francia meridional, donde se desarrollaba, a finales del siglo XIII, una arquitectura muy original, basada en planteamientos radicalmente distintos. La catedral de Auxerre es testimonio de ello, como lo son, en el centro y este de Francia, las de Limoges y Clermont, o, ya en el sur, las de Rodez, Narbona, o Saint-Nazaire de Carcasona. Los arquitectos Jean Deschamps y su hijo Pierre, fueron en parte los artífices de esta expansión, pues intervienen en varias de estas fábricas meridionales.La experimentación arquitectónica condujo, desde mediados del siglo XII, a la elevación de las bóvedas y al vaciado de los muros, merced a la concentración de los empujes en puntos muy concretos de la estructura. Esto permitió evolucionar hacia estructuras diáfanas entre las que son paradigmáticos edificios como la Sainte-Chapelle o Saint-Urban de Troyes. Probablemente, las construcciones de formato medio sirvieron mucho mejor que las monumentales, para desarrollar hasta sus últimas consecuencias esta vía y los dos ejemplos enumerados lo confirman.La capilla del Palacio Real de París fue edificada durante el reinado de san Luis con un fin muy preciso: custodiar en su interior una de las reliquias más preciadas de la cristiandad, la corona de espinas de Jesucristo. Aunque presenta dos niveles, sólo la iglesia alta estaba directamente implicada en este cometido, y es en ella donde se lleva hasta sus máximas consecuencias la estructura diáfana a la que aludíamos. Todos sus elementos están subordinados a la función de relicario que debía ejercer la fábrica. De una sola nave, la zona presbiterial estaba presidida por la sagrada reliquia y a su alrededor se distribuían, como ahora, los vitrales y las figuras de los doce Apóstoles (en alto y apoyados contra los pilares que separan las ventanas) con los símbolos de la Pasión en sus manos. El espacio interior de esta construcción es uno de los que más subyuga de todo el gótico. Los vidrios de colores logran variar radicalmente el ambiente y es acusada la sensación de habitar dentro de un mundo transmutado.
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A pesar de considerar tradicionalmente la época medieval como un momento de crisis, durante la Plena Edad Media se pone de manifiesto en Europa un importante renacimiento agrario, mercantil y urbano. Esta expansión económica se produce de manera paralela a una profunda renovación cultural, renovación que fundamenta la iniciación del estilo gótico, que ha de caracterizar el arte de la Baja Edad Media. Estas importantes transformaciones tendrán, como es lógico, su reflejo en la Península Ibérica, estrechamente vinculada a las grandes corrientes económicas, políticas, sociales y culturales que se viven en el Continente. En la ciudad medieval europea, el edificio que representa la vida y el espíritu urbanos es la catedral. En su construcción va a participar todo el entramado social. La catedral es la iglesia en la que el obispo tiene el asiento, la cátedra, convirtiéndose en la principal iglesia de la ciudad y su entorno. Por esta razón, buena parte de las construcciones catedralicias tienen como principales promotores a los obispos, deseosos de dejar su huella en la Historia con la edificación de un magno lugar dedicado a Dios. El solar en el que se alzaba la catedral ya había sido un lugar de culto, al albergar generalmente un templo anterior. El obispo o el cabildo solicitaban la intervención de un arquitecto, que daba las trazas y calculaba los costes de unos trabajos que habían de durar muchos años, siglos en ocasiones. La belleza de las proporciones, la armonía y el equilibrio iban a definir la perfección de la construcción gótica. El esqueleto arquitectónico de la catedral presenta una notable altura, que se obtiene gracias al empleo de arcos apuntados y bóvedas de crucería. Estos arcos se apoyan en pilares adosados al muro de la nave central, trasladando los empujes generados a los contrafuertes externos. Sobre el contrafuerte se colocan los pináculos, remates puntiagudos que con su peso fijan los contrafuertes, al tiempo que acentúan el perfil ascensional de la construcción. A nivel superior, otros arbotantes hacen de tirantes y anulan la presión del viento sobre los muros de la nave central. Tanto las bóvedas como las paredes exteriores pueden ir calándose, sin mermar la solidez de la fábrica. Los grandes ventanales que horadan los muros, cerrados por amplias y polícromas vidrieras, permiten crear un espacio lumínico que enlaza con las nuevas teorías espirituales. Según éstas, "Dios es luz, con Él no hay oscuridad alguna". De esta manera, la catedral se transforma en un microcosmos cargado de símbolos, en el que la coloreada luminosidad de su interior evoca la Jerusalén celestial del fin de los tiempos. En el exterior, los pináculos y las torres proyectan nuestra mirada hacia el cielo, configurando unos edificios que no dejan todavía de sorprendernos por sus dimensiones y altura. La catedral es el corazón de la vida ciudadana medieval. Emerge del caserío urbano y a su esplendor y trascendencia contribuyen todos los habitantes de su entorno. El ciudadano ha contribuido a su construcción gracias a sus limosnas, al pago de los estipendios de los servicios eclesiásticos, fundando capillas o financiando altares. En los trabajos de ejecución han participado los artesanos de la ciudad, convirtiéndose la catedral en uno de los centros de la actividad laboral. Al mismo tiempo, es el eje de la vida social y espiritual: a los oficios religiosos que en ella se celebran acuden todos los ciudadanos y, gracias a sus amplias dimensiones, los vecinos de la comarca, además de los peregrinos, que dejan su óbolo. La catedral se convierte así en un edificio de devoción colectiva y particular, creándose diferentes zonas de culto que irán siendo decorados paulatinamente. De esta manera, se configura el espacio religioso por excelencia de la ciudad medieval. Apenas finalizadas los trabajos góticos empezaron las intervenciones en las catedrales. Numerosas capillas, costeadas por la Monarquía, la nobleza o los gremios, serán construidas en las naves o las cabeceras, sirviendo de fuente de financiación al cabildo catedralicio. Las obras que tuvieron lugar en el siglo XVIII serán especialmente importantes, intentando adaptar las fábricas medievales a los gustos barrocos. Así, la concepción primitiva se ve claramente alterada, resultando unos conjuntos que se alejan bastante de los conceptos originales que inspiraron a los arquitectos góticos: equilibrio y armonía. La construcción de las principales catedrales peninsulares se irá produciendo a lo largo de los siglos XIII al XVI. En un primer momento, será en las principales ciudades de las coronas de Castilla y Aragón donde se levanten las primeras fábricas catedralicias. Posiblemente sean éstas las más puristas, las que más se acercan al modelo gótico importado de Francia. Se trata de las catedrales de León, Burgos y Toledo, en la corona castellana, y Barcelona, en la aragonesa. A medida que avanza la conquista de los territorios andalusíes, los diferentes monarcas irán patrocinando la construcción de nuevas catedrales, erigidas sobre las antiguas mezquitas. El paradigma será la catedral de Sevilla, que conserva incluso el alminar almohade, la famosa Giralda. En los primeros años del siglo XVI se levantarán las últimas catedrales góticas, apreciándose ya en ellas importantes muestras del nuevo arte que se está implantando en Europa: el Renacimiento. En definitiva, la catedral gótica plasma en su fábrica y en su belleza, cargada de racionalidad, los ideales de la sociedad que la construyó, una sociedad que contribuyó a la ejecución de una obra colmada de simbolismo y que se convertirá en centro espiritual de la ciudad que la vio nacer.
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No sabemos con exactitud cuánto, pero sí sabemos por qué disminuyó la población indígena, aunque tampoco sea posible valorar con precisión lo que cada una de las causas conocidas representa en el fenómeno global. De la amplia gama de causas que usualmente se mencionan, citaremos sólo tres de las más significativas: la violencia española, el "desgano vital" indígena y las epidemias. La violencia o brutalidad de los españoles, tanto en la conquista como en la colonización, ha sido -desde Las Casas- uno de los argumentos más repetidos como explicación del fenómeno, siendo la base de las conocidas teorías homicídicas y del genocidio. Sin duda la conquista fue extremadamente violenta y ocasionó una gran mortandad indígena, aunque no hasta el punto de provocar una contracción tan profunda y duradera en unos pueblos ya de antiguo acostumbrados a guerrear entre sí. Lo mismo cabe decir sobre la explotación laboral (incluyendo malos tratos, trabajos excesivos, desplazamientos de población), que siendo evidente y cierta, no proporciona una explicación suficiente del hundimiento poblacional, sobre todo para los pueblos mesoamericanos y andinos, acostumbrados también a enormes esfuerzos y trabajos. La colonización obligó a los indígenas a un reacondicionamiento económico y social (Nicolás Sánchez Albornoz) que agravó el derrumbe demográfico iniciado por las guerras de conquista. El impacto psicológico causado en los indios por su derrota y dominación (con la consiguiente anulación de todo su sistema de vida y creencias) es un factor muy importante aunque muy difícil de evaluar. Se refleja en el llamado desgano vital, pronto traducido en suicidios -incluso colectivos- y en la reducción de la capacidad reproductiva indígena. A la mortalidad causada por la violencia, desnutrición, agotamiento, se suma la caída de la fertilidad, impidiéndose así una pronta recuperación demográfica. La contraconcepción, el aborto y el infanticidio no son más que prácticas defensivas derivadas de la condición de sometimiento y explotación: "las mujeres, fatigadas de los trabajos, han huido el concebir y el parir, porque siendo preñadas o paridas no tuviesen trabajo sobre trabajo; es tanto que muchas, estando preñadas, han tomado cosas para mover y han movido las criaturas, y otras después de paridos, con sus manos han muerto sus propios hijos, para no dejar bajo de una tan dura servidumbre" (fray Pedro de Córdoba). Sobre esta población anímicamente deprimida y físicamente agotada se cebaron además las enfermedades epidémicas, que resultaron así una de las principales causas de la catástrofe, o la principal causa según muchos autores. El aislamiento americano había mantenido a sus habitantes en condiciones relativamente salubres y también completamente indefensos ante la repentina invasión de gérmenes europeos, que se reprodujeron entre ellos a gran velocidad. Incluso enfermedades benignas para los adultos blancos, como sarampión, tos ferina o gripe, resultaban letales para los indígenas, y más aún lo eran otras como la viruela, el tifus o la peste bubónica que también causaban estragos en Europa; o enfermedades africanas como la fiebre amarilla y la malaria, que se harán endémicas en el Nuevo Mundo. Y si las epidemias fueron un poderoso aliado en la conquista ("costó esta guerra -de México- muchas vidas de indios, que murieron, no a hierro, sino de enfermedad", dice López de Gómara), incluso precediendo a la presencia física de los españoles (el inca Huayna Capac murió de viruela años antes de la llegada de Pizarro), los sucesivos y reiterados brotes a lo largo de los siglos XVI y XVII, frecuentemente asociados a hambrunas, explican la perduración del derrumbe demográfico indígena. El mejor resumen de todo esto lo hizo el virrey de Perú, marqués de Castelfuerte, en 1736: "Las causas de la decadencia de la población de las Indias son varias, y aunque todos los que han tratado y hablan de ellas ponen el principal origen de la ruina en... el trabajo de las minas, y aunque no dudo que este trabajo, el de los obrajes y otros concurren poderosamente al decaimiento, sin embargo, la universal que aun sin estas causas ha ido a extinguir esta nación es la inevitable de su preciso estado, que es la de ser regida por otra dominante, como ha sucedido en todos los ímperios".
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El impacto de la mortalidad fue mucho mayor en las Antillas y las tierras bajas continentales que en las regiones templadas del interior o en los enclaves serranos y altas cotas de los altiplanos. El Padre las Casas, a raíz de su obras, sobre todo la Brevisima Relación de la destrucción de las Indias, fijó la atención en una sola vertiente del problema -brutalidad, esclavitud, trabajos forzados, medios de coacción violentos, matanzas, castigos ejemplares...- que desde luego existió, pero no fue ni la única ni la más importante. Las muertes en batalla no fueron cuantiosas (como en cualquier otra guerra del Viejo Mundo); la conquista fue un proceso rápido; las formas diversas de trabajos forzados que los españoles practicaron en Indias las aprendieron allí y de las culturas indígenas (mita, yanaconaje, naborías...), es decir ya existían y nunca habían producido una catástrofe de este porte. Según Rolando Mellafé, la encomienda no incidió excesivamente en el brutal descendimiento de la población. Los factores de verdadera incidencia fueron tres: los desequilibrios ecológicos; el impacto psicológico; los efectos patológicos. Gráfico Respecto a los factores ecológicos, hay que señalar que este era un aspecto desconocido en el siglo XVI. Al requisar alimentos para sobrevivir, los españoles rompieron el ritmo de las economías de subsistencia que no generaban excedentes; además, el empleo de jóvenes indios hizo descender notablemente la natalidad por las prolongadas ausencias, ya que las mujeres se quedaban solas en las aldeas o asentamientos; aparecieron formas pasivas de resistencia (suicidios, abortos, huídas); la concentración de la población supuso para los indios un cambio excesivamente brusco; la implantación de especies -animales o vegetales- europeas rompió el equilibrio; se usurparon las tierras de los indios, o se deforestaron grandes superficies para cultivar, con las consiguientes alteraciones ecológicas (empobrecimiento del suelo, disminución de la rentabilidad...).Los factores psicológicos tuvieron graves consecuencias. Por un lado, el impacto de la derrota, la colonización de los imaginarios, el hundimiento del mundo conocido, la desaparición de las idiosincrasias indígenas; por otro, lo que Sánchez Albornoz ha llamado la "desgana vital": el abandono a la fatalidad, que conllevó un descenso brutal de la natalidad y un incremento de la mortalidad. Pero hay que considerar que los factores patológicos fueron los más perniciosos. América era un continente aislado, por lo que el desarrollo de la inmunidad había sido escaso; los indios no tenían antígenos ni otras defensas biológicas contra la viruela, el sarampión o la gripe, por lo que sus efectos fueron devastadores. Las epidemias sucesivas esquilmaron la población autóctona. En 1518 hubo una epidemia de viruela en la Española, que se extendió por el Caribe, Nueva España (México), Centroamérica y Perú, donde hubo una crisis de mortalidad terrible cinco años antes de la llegada de los españoles. En 1529 hubo un brote de sarampión en Antillas, Nueva España y Centroamérica. En 1545 el "matlazahuatl" (gripe, tifus, peste bubónica), la malaria, la difteria y la fiebre amarilla cruzaron el Atlántico.
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Es preciso referirse a las causas de la victoria de unos y de la derrota de otros, aunque propiamente fueron todos los derrotados e incluso las generaciones siguientes. La primera reflexión precisa es la que se refiere a las causas militares y sobre el particular hay que recordar que, como dice Carr, la guerra civil española fue "una guerra de pobres", más cercana a la primera que a la segunda guerra mundial, en donde los aprovisionamientos siempre fueron limitados y a ninguno de los dos bandos les era posible emprender dos acciones ofensivas a la vez por carencia de fuerzas de maniobra suficientes. No puede extrañar, en consecuencia, que un observador extranjero, el general Duval, llegara a la conclusión de que en cuanto a técnica militar resultaba decepcionante para quienes habían considerado a los carros o a la aviación como armas del futuro. Rusos y franceses erraron por completo respecto del papel de los blindados; los segundos los utilizaron mal y nadie pudo adivinar su papel en el futuro porque habían sido empleados tan modestamente que su efecto fue imperceptible. Los alemanes pudieron intuir el papel de los carros, pero, en cambio, a pesar de descubrir el papel psicológico de los bombardeos a la población civil, mantuvieron el predominio de los bombardeos ligeros en vez de los pesados con las consiguientes consecuencias durante la guerra mundial. Pero nos interesa, sobre todo, hacer alusión a las causas del desenlace de la guerra española más que a sus consecuencias sobre la mundial. Sobre el particular hay que decir que, sin duda, el Ejército Popular desaprovechó ventajas iniciales, pues con tan sólo haber utilizado oportunamente dos escuadrillas de aviación hubiera hecho imposible el cruce del Estrecho y, aunque aprendió a combatir a la defensiva tras un largo aprendizaje, sus ofensivas fueron siempre de escasa eficacia al menos respecto de la explotación del éxito, principalmente por la modesta calidad de las tropas. El Ejército de Franco tuvo siempre mucha mayor capacidad de maniobra y de ofensiva, pero las virtudes de quien lo dirigía fueron más la tenacidad y la capacidad logística que la audacia o la brillantez de ejecución. No hay que ver un especial maquiavelismo en Franco por la longitud de la guerra, que fue la consecuencia de sus limitaciones. Si el desenlace de la guerra civil no puede explicarse por esas causas de índole técnico-militar tampoco basta con hacer mención a la intervención exterior. Con independencia de que los volúmenes respectivos de la ayuda exterior fueran más semejantes de lo que ha solido decirse, la forma de recibirla, más constante, y sobre todo la de pagarla, a crédito, favorecieron a Franco. Pero la guerra civil española, aun conmocionando la conciencia mundial, no produjo una intervención extranjera semejante a la de otros conflictos históricos, como la Revolución Francesa o la de la Independencia; en consecuencia, aunque contribuya a explicar el desenlace no es la causa decisiva del mismo. Un factor probablemente más importante reside en la peculiar contextura de cada uno de los bandos de sus propósitos y objetivos y de la manera que trataron de llegar a ellos. La parte de España que combatió al lado de quienes resultaron vencedores puso mejor los medios para obtener la victoria que los derrotados. Eso no indica que una causa fuera mejor que otra sino que una guerra civil, como cualquier conflicto bélico, tiene unas exigencias imprescindibles. Los propósitos de ambos bandos eran más negativos que positivos (era, en definitiva, el antifascismo y el anticomunismo), pero esta afirmación resulta especialmente cierta en el caso de los vencedores que actuaron por una especie de reflejo defensivo ante una revolución que, en realidad, no estalló sino después de su sublevación y que dio lugar a toda serie de experimentos revolucionarios. Casi siempre en todas las guerras civiles quienes combaten en el seno de uno y otro bando difieren en aspectos muy importantes entre sí; en la española se dio una excepcional unidad en un bando, provocada por la relevancia de los dirigentes militares y por la inanidad de las fuerzas políticas que les seguían y una no menos excepcional tendencia a la dispersión en el adversario. Es posible que el impulso revolucionario animara a la resistencia, pero también garantizó la derrota porque provocó la falta de unidad política y motivó qué el Ejército Popular no fuera un instrumento eficaz para el combate. La revolución española, espontánea y plural, tuvo, pues, unos efectos contrarios sobre la guerra civil que aquellas otras que, como en China y Rusia, estaban dirigidas y, además, por un solo partido. Algunos protagonistas de este episodio penoso de la vida nacional supieron ver esta realidad. Quien había sido principal inspirador de las operaciones militares del Ejército Popular, el general Rojo, lo dejó escrito: la derrota se produjo porque "fuimos cobardes por inacción política antes de la guerra y durante ella". Franco, en definitiva, no había vencido sino por su superioridad, "una superioridad lograda, tanto más que por su acción directa, por nuestros errores; hemos sido nosotros los que le hemos dado la superioridad en todos los órdenes, económico, diplomático, industrial, orgánico, social, financiero, marítimo, aéreo, humano, material y técnico, estratégico y moral; y se la hemos dado porque no hemos sabido organizarnos, administrarnos y subordinarnos a un fin y a una autoridad" A fin de cuentas, por tanto, la unidad, aunque fuera puramente negativa, jugó un papel fundamental en el resultado de la guerra. Hubo un hombre que a lo largo del conflicto permaneció apagado y en segundo plano y que, probablemente, hubiera podido hacer mucho más para evitar que se produjera. Se llamaba Manuel Azaña y en esa mezcla confusa de fanatismo y lucidez, de barbarie y heroísmo que es toda guerra civil, él pronunció las palabras más dignas de ser recordadas de todas las que se han dicho sobre ella: "La obligación, sobre todo, de los que padecen la guerra... sacar la lección y de la musa del escarmiento el mayor bien posible y cuando la antorcha pase a otras manos, a otros hombres, a otras generaciones... si alguna vez sienten que les hierve la sangre iracunda y otra vez el genio español vuelve a enfurecerse con la intolerancia, con el odio y con el apetito de destrucción, que piensen en los muertos y escuchen su lección: la de esos hombres que han caído embravecidos en la batalla luchando magnánimamente por un ideal grandioso y que ahora, abrigados en la tierra materna, ya no tienen odio, ya no tienen rencor y nos envían con los destellos de su luz, tranquila y remota como la de una estrella, el mensaje de la patria eterna que dice a todos sus hijos: Paz, Piedad y Perdón". Estas bellas palabras tardarían en ser oídas, nada menos que cuatro décadas. Cuando, al fin, fueron tenidas en cuenta se prestó, sobre todo, atención a razones y factores de carácter mucho más pragmático. Pero también Azaña supo, con ese mismo planteamiento, decir en su día que en una guerra civil la victoria es simplemente imposible: "En una guerra civil no se triunfa contra un contrario, aunque éste sea un delincuente. El exterminio del adversario es imposible; por muchos miles de uno y otro lado que se maten, siempre quedarán los suficientes de las dos tendencias para que se les plantee el problema de si es posible o no seguir viviendo juntos". Eso es, en definitiva, lo que sucedió en 1975.