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Pocas son las mujeres que consiguen acceder a la Universidad en los años 20. Gráfico
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Las Cartas de Relación de Hernán Cortés Evidentemente las Cartas de Relación de Hernán Cortés se inscriben de modo pleno en las crónicas de la conquista, integrándose en los condicionamientos de época a los que acabamos de referirnos. Pero de un modo muy peculiar. En primer lugar, por el propio autor. Cada día parece más necesario acometer desde nuevas perspectivas la dimensión cortesiana y lo que constituye su gran obra: la nueva modelación política del México indígena, que produjo el rescate de México de la frontera oriental, para producir su occidentalización. Es importante destacar la radical condición política de Cortés, afirmando la contingencia de su acción militar. Cortés fue un político, aunque no a la manera en lo que estudia Madariaga en su excelente biografía11 como modelo de astucia y habilidad para hacer frente a las situaciones con las que se iba enfrentando, pues ello supone, prácticamente, su caracterización como oportunista. Más bien, sus dotes de político se aprecian en la prudencia, la previsión, el sentido creador de anticipación, la valoración racional de cuantos detalles pudiesen ser importantes para la obtención del éxito, la acuciante preocupación por el bien de la comunidad a su cargo, la defensa de los intereses individuales, la firme voluntad de lealtad a la Corona, el orden como base para la convivencia; en una palabra, la idea de servicio como núcleo fundamental de la capacidad política cortesiana. Las Cartas de Relación presentan una estructura lógica que sigue la línea de la empresa cortesiana, pero que no se quedan en la descripción de la acción, sino que dejan ver, unas veces con mayor claridad, otras mucho más crípticamente, una intención, unos objetivos capaces de otorgar virtualidad a un conjunto estratégico de índole política. Por ello de las Cartas de Relación12 se desprende, en cada una de ellas, temas que constituyen el entramado de la argumentación de Cortés ante el destinario de las Cartas, que es el propio Rey Carlos I, ante el cual expone el conquistador un verdadero proyecto de Estado. Hernán Cortés es un hombre de frontera, desde el punto de vista territorial. Como extremeño, natural de Medellín, Cortés vivió una realidad social y territorial que dejó sobre él una honda huella, pues todavía a finales del siglo XV --él nació en 1485-- perviven en territorio extremeño las condiciones vitales impuestas por la larga tradición guerrera contra los musulmanes13 que otorgó a los hombres de aquel territorio un peculiar espíritu de cruzada, del cual el espíritu caballeresco es un reflejo. Pervive, en segundo lugar, la situación creada por el largo y acalorado antagonismo castellano-portugués14 y el aislacionismo que provenía de la burguesía comercial del litoral portugués y andaluz, que dejaba a Extremadura, como un territorio insularizado; por último, confluyen sobre todo el territorio los efectos de la larga guerra civil castellana desencadenada a la muerte de Enrique IV de Trastamara. De modo que, socialmente, pertenece Cortés a una región de disposición permanente de acceso a las armas y así se aprecia, efectivamente, en ciertas instituciones, como la de los caballeros de cuantía15, como ya antes la caballería villana16. Basta comparar estas instituciones con las que habría de establecer Cortés, modificando profundamente el sentido de la encomienda en el señorío para estar en disposición de apreciar la importancia que en los proyectos cortesianos tuvo la tradición territorial de la que provenía. Siempre se ha hablado de la condición social de Cortés como miembro de una familia de hidalgos pobres. La hacienda patrimonial de Cortés ha sido estudiada por Celestino Vega17, su fortuna mobiliaria obtenida en la conquista18, su sentido de la hacienda y del señorío indiano19 y, a la vista de ello debe modificarse el sentido significativo de aquella calificación. Su padre, Martín Cortés, por quien sentía una noble devoción filial como puede advertirse a cada paso en sus Cartas, era originario de Salamanca; su madre, Doña Catalina, era hija del mayordomo de la condesa de Medellín, Diego Altamirano, y de Leonor Sánchez Pizarro. Comparando la renta familiar, con la renta obtenida en la conquista de México, se aprecia un horizonte social, que cristaliza en la titulación concedida a Cortés de marqués del Valle de Oaxaca, con veintitrés mil vasallos. Existe un hecho evidente que prueba el aserto social al que nos referimos. Cuando los Reyes Católicos deciden nombrar, como funcionario de la Corona, gobernador de la isla Española al comendador de Lares Fray Nicolás de Ovando y éste propuso en aquella región enganche para acompañarle en la empresa, ¿quiénes son los que se apuntan entre los vecinos de Medellín? No los mayorazgos poderosos como los Mexia de Prado, los Calderón, los Contreras; sí, en cambio, los Diego Dolarte, Alonso Portocarrero, Hernán Cortés, Gonzalo Sandoval, Andrés de Tapia, Rodrigo de Paz, Pedro Melgarejo, Juan de Sanabria y tantos más. Son aquéllos que se encuentran en necesidad de ascenso y mejora en su condición social y en sus posibilidades económicas; que son, también, los que se encuentran en mejor disposición de comprender los principios rectores de una concreta y específica situación social en cuanto forman parte de una organización institucional que les otorga una concreta formación. En el caso de Hernán Cortés, además, como consecuencia de sus dos años de estancia en Salamanca, advertimos una formación intelectual universitaria. Los dos años de estancia en esa Universidad que, por entonces, era la luminaria de España, dejaron en Cortés una profunda huella. Cronistas y biógrafos destacan el excelente dominio del latín y el perfecto conocimiento de la técnica jurídica, que revela en sus escritos; la precisión con que cita fórmulas jurídicas, la correcta e inteligente interpretación que hace de ellas, constituyen pruebas evidentes de que aquellos dos años universitarios fueron muy bien aprovechados por su inteligencia despierta y bien formada, su espíritu abierto y sus excepcionales dotes de captación. En tercer lugar, existe otro aspecto importante en la formación de Hernán Cortés: sus años previos a la conquista de México, de estancia en la isla Española y en la de Cuba. En sus escritos insiste con harta razón en establecer las diferencias que era necesario tener en cuenta, en cuantas instancias políticas y pobladores se estableciesen, entre las islas y la Nueva España. Insiste en evitar caer en los mismos males producidos en los ensayos colonizadores insulares. Se trata de una verdadera obsesión por parte de Cortés, que vivió ciertas experiencias --como las del gobierno impuesto por el gobernador de Cuba Diego Velázquez-- que en modo alguno quiso que se reprodujesen en los territorios del Anahuac. La Nueva España, expresa, es cabalmente nueva porque en ella se intenta llevar a cabo una experiencia absolutamente diferente: la convivencia de españoles e indígenas. Por esa razón fue un decidido partidario y defensor de los derechos de los primeros pobladores, educándolos en el sentido de la convivencia con la sociedad indígena. Esta experiencia americana que, con profundo sentido critico, tuvo viabilidad permanente en el ánimo de Cortés, ya fue vista por el gran historiador mexicano Carlos Pereyra20, puede apreciarse en los distintos tratamientos de la realidad geográfica y cristaliza en lo que ha sido denominado la transformación del conquistador al convertirse en poblador21, fuertemente unido a la tierra y al hombre. Sin duda, la experiencia antillana resultó sumamente importante para Cortés y muy fructífera en la aplicación de sus disposiciones de gobierno. Pero existe, una cuarta influencia sobre el ánimo y la formación de Cortés, que fue la propia realidad mexicana. En sus Cartas de relación puede apreciarse la reiteración con que expresa su admiración por la ciudad de Tenochtitlan, capital política de la confederación mexicana, así como por la organización social y política del Estado, del que pudo apreciar la maiestas de Moctezuma Xocoyotzin, y la organización del sistema tributario, que le llevó incluso a solicitar el uso de los libros indígenas de tributación para tomarlo como modelo en su propia idea de dominio. También puede apreciarse la reiteración con que, en las Cartas de relación, insiste acerca del modelo político de integración entre la comunidad indígena y la española. En las Cartas de relación, se encuentra una importante arquitectura de construcción que ofrece un diseño extraordinariamente lógico en relación con el supuesto personal de Hernán Cortés: Carta Primera: es la carta de la Justicia y Regimiento de la Villa de Veracruz, se trata de una carta de Estado, pues va dirigida a la Reina Doña Juana y al Emperador Carlos V, su hijo, fechada el lo de julio de 1519. No deja de extrañar el título de Emperador que se otorga al Rey por parte del Cabildo de la Villa de Veracruz. El contenido de esta carta es informativo y de justificación político-jurídica respecto a la ruptura con el gobernador de Cuba, Diego Velázquez. Pero tiene un carácter muy importante de sentido comunitario, de defensa de la comunidad actora de los hechos que, en efecto, se constituye como un agente común, bajo la fórmula tradicional castellana del municipio. Carta Segunda: fechada en Segura de la Frontera el 30 de octubre de 1520, ya no tiene un significado tan oficial, sino que es, más bien, como ocurre con todas las demás, exposición personal y privada de...muy humilde siervo y vasallo que los muy reales pies y manos de vuestra alteza besa. Fernán Cortés. El contenido de esta carta es enormemente denso, se hace el relato sistemático de la formulación de la base de resistencia costera, primeras alianzas con indígenas, primeros contactos con embajadas enviadas por Moctezuma. Se aprecia el juego de diplomacia respectivamente desplegada por el tlacatecuhtli y el capitán Cortés; se describe toda la ruta hasta la gran recepción en Tenochtitlan y se plantea el primer gran tema político, el problema de la transmisión de la soberanía, revelador de un eminente sentido de modernidad. Carta Tercera: Fechada en Coyoacan --uno de los barrios de Tenochtitlan-- el 15 de mayo de 1522, enviada por Cortés como Capitán y justicia Mayor del Yucatán, llamada la Nueva España del mar Océano al muy alto y potentísimo César e invictísimo Señor don Carlos, Emperador Semper Augusto y Rey de España, nuestro señor y refrendada en posdata por los oficiales reales Julián Alderete, Alonso de Grado y Bernardino Vázquez de Tapia. El relato se refiere a las operaciones militares para la conquista violenta de la ciudad de Tenochtitlan, decidida desde el momento de la expulsión de los españoles de dicha ciudad. Toda la operación de sitio, construcción de bergantines, afianzamiento de relaciones y alianzas con tribus y ciudades indígenas, ataque y la heroica defensa de los indígenas bajo la dirección del nuevo tlacatecuhtli, Cuauhtemoc, convierte esta Carta en una verdadera novela de caballerías, encontrándose, incluso, fórmulas estructurales muy características de tal modelo literario. Carta Cuarta: Fechada en la ciudad de Tenochtitlan el 15 de octubre de 1524. De nuevo conviene resaltar el registro diplomático empleado en ella por Cortés, quien ya en ese momento ha recibido y confirmado sus títulos por parte del Rey pero ello no altera la esencial devoción de relación personal con el monarca. El encabezamiento de la carta es al Muy alto, muy poderoso y excelentísimo príncipe; muy católico invictísimo Emperador, rey y señor; la despedida: De vuestra sacra majestad muy humilde siervo y vasallo, que los reales pies y manos de vuestra majestad besa. El contenido de esta carta es sumamente interesante y se refiere a la organización de la expansión hacia los tres sectores geográficos que constituyen la esencia del territorio de México: Tehuantepec, es decir, el istmo, que integraba, entre otros, los territorios de Guatemala y Honduras; la costa del golfo de México, centrado sobre la región del Pánuco y, por último, los territorios costeros del Mar del Sur, con la primera importante percepción geohistórica del Pacífico en relación con el continente mexicano. El otro gran tema que destaca en esta cuarta Carta, es el diseño de las disposiciones del gobierno, donde, verdaderamente, destaca el genio político de Cortés. Carta Quinta: Fechada también en Tenochtitlan el 3 de septiembre de 1526. Registra, también, variantes el registro de encabezamiento y despedida. Es muy lacónico el primero: Sacra Católica Cesárea Majestad y, en cambio extraordinariamente cálida, dentro del gran respeto, la despedida de Cortés: Invictísimo César, Dios Nuestro Señor la vida y muy poderoso estado de vuestra sacra majestad conserve y aumente por largos tiempos, como vuestra majestad desea. El contenido de esta Carta se refiere fundamentalmente a la descripción del terrible viaje a las Hibueras (Honduras) cuyo motivo es de amargura para Cortés, pues resultó impuesto por la traición y levantamiento contra él del capitán Olid, al que había confiado la expedición. Su amargura se multiplicó cuando tuvo noticias de los graves desórdenes ocurridos en México, como consecuencia de su ausencia y la incapacidad de acuerdo entre Audiencia y oficiales reales, así como consecuencia de la desinformación que en la Corte tenían sobre lo que estaba ocurriendo en México, lo cual fue debidamente aprovechado por los enemigos de Cortés para levantar algunas calumnias. Ello produjo el envío, como juez de residencia, del licenciado Luis Ponce de León.
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El Palacio Imperial y los templos eran los modelos a imitar por los ricos propietarios de las mansiones. El número de recintos era proporcional al nivel económico y social del propietario. El edificio principal se levantaba en un espacio cerrado, orientado hacia el sur y situado en el extremo septentrional del eje norte-sur. El cabeza de familia ocupaba este edificio, mientras que sus parientes vivían en los edificios y las dependencias laterales. En las cercanías de la entrada, en el muro sur, habitaba la servidumbre, mientras que en el lado interior del muro de entrada se alzaba el llamado "muro del espíritu", que servía para asegurar la intimidad de los moradores. Un solo patio con un único edificio orientado hacia el norte era la casa de los menos acomodados, empleando los edificios laterales como talleres. Las viviendas populares varian en función de la región. En la zona sur, las casas son habitualmente de adobe, cubiertas con techumbre de tejas, encontrándose agrupadas. En la región de Shanxi las casas se construyen excavando en la tierra arcillosa, mientras que en las zonas montañosas las viviendas están enjabelgadas, destacando sus aleros decorados. El adobe también se emplea en el Tibet, blanqueado y pintado de ocre. En las regiones rurales el tejado es de madera y liso, por lo que se emplea para almacenar paja y forraje para las bestias, forraje que también sirve como techumbre. En el piso bajo se encuentran los establos, aportando así los animales el calor necesario a los propietarios que viven en la planta superior. En las regiones de Mongolia y Xinjiang, los pastores nómadas emplean tiendas circulares sobre estructuras enrejadas plegables, cubiertas de pieles, forrando también el interior de alfombras.
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Nuestro conocimiento de las casas emporitanas se halla reducido a la existencia de tres grandes domus situadas en el lado este de la ciudad, sobre el puerto. Se trata de grandes mansiones que siguen fielmente el esquema itálico de la casa de atrio complementada con peristilo y hortus. Tienen estas mansiones un origen republicano que remonta a la primera mitad del siglo I a. C., cuando los primeros habitantes recibieron sus lotes de terreno en los que construir sus viviendas, las cuales, ya en época imperial, experimentaron unas importantes ampliaciones, sobre todo en lo referente a los peristilos y a los jardines, acondicionados cuando la desafectación del tramo levantino de la muralla permitió ganar unos espacios suplementarios en el hasta entonces "no man's land" situado entre la aglomeración griega y la ciudad romana propiamente dicha. Todas estas casas han sido bastante pródigas en lo que atañe a la obtención de datos sobre el nivel artístico de la Emporiae romana, por cuanto, al haber conservado sus mosaicos y estucos, así como una relativamente abundante escultura de tipo doméstico, nos permiten una aproximación bastante precisa al respecto. En lo que atañe a la musivaria destacan los pavimentos de opus signinum, correspondientes a la primera fase republicana de estas casas, frecuentemente adornados con un emblema central de opus vermiculatum, entre los que sobresale el llamado Sacrificio de Ifigenia, hallado de forma clandestina en 1849 en una casa situada al noroeste del foro. A la época julio-claudia y flavia pertenece una buena serie de los mosaicos geométricos en blanco y negro, faltando casi completamente hasta ahora los mosaicos policromos posteriores al siglo I, de los que sólo conocemos un ejemplar ubicado en uno de los locales situados al este del foro. La pintura mural, dada la forma como estas casas fueron excavadas, la conocemos muy fragmentariamente, si bien ha sido posible determinar la existencia de unos interesantes conjuntos del Segundo Estilo, fechables en la primera mitad del siglo I a. C., asociados a pavimentos de signinum. A las ampliaciones de época julio-claudia pertenecen algunas pinturas del Tercer Estilo, sitas en estancias pavimentadas con mosaicos en blanco y negro. En cuanto a la escultura, hemos de recordar el retrato en mármol de una anciana en la que ciertos autores creen reconocer a la emperatriz Livia en sus años provectos, así como la magnífica testa en bronce de la antigua Colección Güell que representa a una matrona de época flavia. De menor calidad pero no por ello menos interesantes son, entre otros, el cuerpo de una ninfa acostada, la cabeza de un fauno, dos pilastras en forma de Hermes y varios oscilla, ejemplares todos ellos labrados en mármol.
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El conocimiento de la casa romana emeritense es en la actualidad muy fragmentario. Es verdad que en el conjunto urbano se han podido descubrir restos de mansiones que proporcionaron pavimentos de mosaico, algunos de los cuales se exponen en el Museo, pero no es menos cierto que lo conocido de esas estructuras domésticas es mínimo. No obstante, los ejemplos conservados, sobre todo los de las mansiones suburbanas, nos proporcionan una aceptable panorámica de la evolución de la arquitectura doméstica de la ciudad emeritense desde el siglo I d. C. hasta ya bien entrada la cuarta centuria. En líneas generales, se estructuran en torno a un patio porticado o peristilo, al que se abrían sus más relevantes estancias. Algunas alcanzan dimensiones ciertamente espectaculares, como es el caso de la existente junto al Anfiteatro. Todas proporcionaron considerables muestras de su arquitectura y de las decoraciones que ornaban sus paredes y suelos: pinturas al fresco y mosaicos, fundamentalmente. Además de la existente en el recinto de la Alcazaba, las descubiertas en la calle de Suárez Somonte y en la Huerta de Otero, hoy no visibles, y la del Teatro, las más importantes son la Casa del Anfiteatro y la Casa del Mitreo. La primera, llamada así por su proximidad al monumento, conserva un peristilo ajardinado y una serie de habitaciones distribuidas en torno a él con interesantes pavimentos musivos, entre ellos uno con figuración de Venus y Cupido y escenas de vendimia y otros con motivos ornamentales y cuadros con especies marinas. Su cronología corresponde a finales del siglo III d. C. En cuanto a la del Mitreo, resulta un ejemplo interesante de la arquitectura doméstica de fines del siglo I d. C. o comienzos del siglo II d. C., con dos peristilos y un pequeño atrio (atriolum). En torno a ellos se disponen las distintas dependencias de la mansión. Destaca la habitación (oecus ?) situada en el atrio, con un pavimento musivo de gran interés, el llamado Mosaico Cósmico, con completa representación de los elementos de la Naturaleza a la manera alegórica: El Tiempo, el Cielo, el Caos, los Vientos, las Nubes, la Aurora, los ríos, el Océano, las Estaciones y la figura de Aion entre otras. Toda la representación ofrece un magnífico colorido.
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Pocos son los datos de los que disponemos para hablar de la arquitectura privada tarraconense y de las zonas en las que se levantaban las domos en las que residían los habitantes de la ciudad. Sin duda alguna, éstas se ubicaban en el área intramuros al sur del tramo urbano de la Via Augusta, como lo demuestran los restos excavados por Serra Vilaró junto a la basílica forense. Se trata de muros correspondientes a una casa con un patio porticado y algunas dependencias anexas cuya fachada se abre a una calle de acceso al foro. Esta calle enlosada, decumanus, y otras dos perpendiculares, cardines, constituyen los mejores restos conservados de la red viaria de la ciudad y permiten afirmar que ésta estaba estructurada siguiendo una retícula de tipo ortogonal. En la parte baja de la ciudad, en la zona relativamente cercana al foro, se hallaba un gran conjunto termal, muy mal conocido, cuyos restos -corredores inferiores de servicio, dos grandes salas cubiertas con cúpula rebajada y parte del hipocaustum- se conservan todavía bajo las edificaciones actuales; quizás pueda identificarse este conjunto con las thermae Montanae documentadas en una inscripción procedente de este sector urbano. Cerca de éstas se hallaba la schola del collegium fabrum, la sede de la corporación de los obreros de la construcción, cuyos restos han sido identificados gracias al hallazgo de diversos elementos epigráficos y esculturas (una cabeza de Minerva y un busto thoracado, entre otras), fechables en el siglo II d. C. Las características de éstos y de otros hallazgos esporádicos (epigrafía, mosaicos, escultura) nos permiten deducir que este sector de la ciudad era el ocupado por las viviendas de los tarraconenses acomodados -ya en época republicana-, por las sedes de diversas corporaciones y, también, por los templos, como el de Tutela o el de Minerva, de los que sólo algunas inscripciones nos recuerdan su existencia. El estudio de los mosaicos tarraconenses, la mayor parte de los cuales procede de las domus de este sector de la ciudad, documenta unas fuertes influencias itálicas en los pavimentos de opus signinum con teselas, de época republicana, y en las producciones de época altoimperial. Para la época severiana se observa una mayor variedad temática, reflejo de influencias norteafricanas, orientales y también de las provincias gálicas, mientras que en el siglo IV d. C. se puede hablar de un taller establecido en la ciudad, cuyos mosaicos evidencian fuertes contactos con el oriente mediterráneo. El suministro de agua a este sector residencial estaba garantizado por dos acueductos procedentes de los ríos Francolí y Gaiá. Las aguas del río Francolí llegaban a Tarraco a través de una larga conducción a la que corresponde el llamado Pont del Diable o Acueducto de les Ferreres, obra con dos órdenes de arcos de mampostería levantada para salvar el desnivel de un barranco, llamado dels Arcs, próximo a la ciudad. Esta obra de ingeniería ha sido tradicionalmente fechada en época de Augusto. La conducción procedente del río Gaiá, semienterrada o en superficie, accedía a diversos puntos del núcleo urbano a partir de un castellum acquae, distribuidor, situado a occidente del mismo.
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En su mayor parte las casas sumerias estaban hechas de gruesas paredes de ladrillos de barro, con ventanas muy pequeñas que dejaban pasar poco calor en verano y escapar poco frío en invierno. Las viviendas no seguían un plano determinado, dependiendo su distribución del espacio disponible para edificar. Las casas de los ricos eran mayores y más espaciosas, estando algunas de ellas bien amuebladas, hasta el punto que podían disponer de bañeras y retretes que desaguaban en el río. En todas las viviendas se solían disponer bancos de obra en algunas habitaciones, aunque también podían usarse camas, mesas y sillas de madera. Las ventanas se cubrían de rejas de madera y el paso de una habitación a otra se hacía por unas puertas muy bajas, que obligaban a agacharse. Se ignora si el mobiliario incluía alfombras, mantas o sábanas, pues no se ha conservado ninguna, aunque sí se han hallado elementos de ajuar doméstico como pulseras, espejos, pendientes o barras de labios, en algunas casas urbanas. Las casas, ciertamente pequeñas y mal iluminadas, tenían una estructura endeble y era frecuente que se cayeran. En este sentido, una ley obligó a los constructores a mejorar la factura de las viviendas, haciéndole pagar con su vida si el derrumbe de la casa producía alguna muerte. Cuando una corría peligro de derrumbarse, era demolida para construir otra en su lugar. Por último, era común que los techos de las casas fueran recorridos por serpientes en busca de ratones y ratas.
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La mayoría de la población helénica habitaba en unas casas bastante modestas, construidas con materiales absolutamente perecederos, por lo que apenas conservamos testimonios arqueológicos. Estas casas estaban organizadas alrededor de un pequeño patio donde solía estar el pozo en el que se recogía el agua de la lluvia, patio que servía de punto de partida para el acceso a las diferentes habitaciones, que apenas tenían ventanas. Los techos eran planos y en numerosas ocasiones sirvieron para levantar sobre ellos una segunda planta que sobresalía sobre el eje de la calle, lo que era castigado por la administración pública con tributos. Los suelos de las viviendas eran de barro. Para evitar incendios el fuego era encendido en la calle, aunque no era muy frecuente la existencia de braseros ni chimeneas debido a la carestía de la leña y la práctica inexistencia de conductos de ventilación en los hogares. Cuando el agua del pozo no era suficiente debía acudirse a la fuente pública, trabajo casi siempre reservado a las mujeres. Las casas de los potentados disponían de mucho más lujo, aunque también tenían como eje un patio central con columnas, llamado peristilo. Al fondo de este patio encontramos la sala principal, denominada androceo, y en un lugar más alejado se halla el gineceo, habitación matrimonial. Los primitivos suelos de barro fueron posteriormente cubiertos con mosaicos. Parece ser que el mobiliario utilizado por los griegos no era muy abundante, independientemente del grado de riqueza de los habitantes de las casas. Quizá el elemento más importante fuera la cama, utilizada en variadas funciones, acompañada de mesas, sillas, cofres y almohadones.
Personaje Religioso Político
Hijo de un modesto mercader natural de Tarifa, Bartolomé de las Casas nació en Sevilla en 1472. En la capital hispalense cursó estudios de latín y humanidades antes de partir hacia La Española en la expedición comandada por Nicolás de Ovando en 1502. De esta manera Bartolomé continuaba la tradición familiar ya que su padre había participado en el segundo viaje de Colón. En La Española consiguió un repartimiento, una encomienda de indios, dedicándose desde el primer momento a la labor pastoral ya que sería ordenado sacerdote en 1510, estando considerado como el primer sacerdote ordenado en América. Los postulados dominicos contrarios a la encomienda -debidos a los abusos cometidos contra los indios- no cambiaron la opinión de fray Bartolomé, defendiendo la vigencia de la institución. Junto a Pánfilo de Narváez se trasladó a Cuba donde ostentó el cargo de capellán castrense y recibió un buen repartimiento donde se ocupaba "en mandar sus indios de repartimiento en las minas a sacar oro y hacer sementeras, y aprovechándose de ellos cuanto podía". Paulatinamente fray Bartolomé irá tomando conciencia contraria a la institución de la encomienda, sintiéndose llamado por Dios para predicar la encomienda como injusta. Consideraba que los únicos dueños del Nuevo Mundo eran los indios y que los españoles sólo debían acudir allí para convertir a los indígenas. Esta concienciación motivará que renuncie a todas sus encomiendas e inicie una campaña en la defensa de los indios, mostrando la acción negativa de las encomiendas. Su campaña fue dirigida en primera instancia al rey Fernando y posteriormente al cardenal Cisneros, quien le nombrará "protector de indios" en 1516. La muerte del cardenal motivará que fray Bartolomé continúe su tarea con el nuevo monarca, Carlos I. Los abusos de los funcionarios serán denunciados públicamente lo que le valió la enemistad de numerosos administradores, especialmente de los miembros del Consejo de Indias presidido por el obispo Juan Rodríguez de Fonseca. Las ideas propugnadas por Las Casas se encaminarán a la pacífica colonización de las tierras americanas a través de labradores y misioneros. Con este objetivo se dirigió a América en 1520 donde Carlos I le concedió el territorio venezolano de Cumaná para poner en práctica sus teorías. La nueva fórmula se experimentó con escaso éxito ya que una ausencia de Las Casas será aprovechada por los indios para acabar con un buen número de colonos. El desastre del experimento de Cumaná motivó su ingreso en la orden dominica, iniciando un periodo de retiro que duró 16 años. Este intervalo de tiempo no sirvió para apagar sus encendidas teorías contra la encomienda y la esclavitud de los indios -curiosamente sí estaba a favor de la esclavitud de los negros-, defendiendo que todas las guerras contra los indios eran injustas por lo que se enfrentó con los demás teólogos, especialmente fray Francisco de Vitoria. Solicitó en diversas ocasiones permiso a sus superiores para acudir a argumentar sus ideas ante el consejo de Indias pero el fracaso de Cumaná le desacreditaba y la deseada licencia no llegó en 16 años. En 1535 partió hacia el Perú pero su barco naufragó frente a las costas de Nicaragua donde se enfrentó al gobernador Rodrigo de Contreras al denunciar el envío de esclavos indios al Perú. Al año siguiente se trasladó a Guatemala para continuar su predicación y poner en marcha un proyecto de conquista pacífica denominado de la "Vera Paz". Entre 1537-1538 se logró la cristianización de la zona de manera pacífica, sustituyendo al encomienda por un tributo pagado por los indios. En 1540 regresará a la península al estar convencido de que era en la corte hispana donde se debía vencer la batalla a favor de los indios. Dos años más tarde el Consejo de Indias escucha los planteamientos de Las Casas, opiniones que causaron profunda impresión en Carlos. Posiblemente motivado por el contacto con Las Casas el 20 de noviembre de 1542 se publicaron las "Leyes Nuevas" en las que se restringían las encomiendas y la esclavitud de los indios. A pesar de las innovaciones jurídicas que suponían dichas leyes, Las Casas censuró algunos de sus contenidos al considerarlas contrarias a sus principios. Por estas fechas escribió su obra más importante: la "Brevísima relación de la destrucción de las Indias" en la que acusa a los descubridores del Nuevo Mundo de todo tipo de crímenes, abusos y atropellos. En su momento la obra fue tildada de escandalosa y exagerada por lo que no cumplió su objetivo: evitar la continuación de las conquistas. Sería publicada ilícitamente en 1552, alcanzando gran éxito a lo largo del siglo XVII para convertirse en una de las fuentes utilizadas en el desarrollo de la "Leyenda Negra" contra el Imperio Hispánico. En 1543 Las Casas rechazó el obispado de Cuzco pero sí admitió el de Chiapas donde el monarca español le encomendó la puesta en marcha de sus teorías. En Sevilla fue consagrado al año siguiente, partiendo a Chiapas. Su recibimiento no fue muy acogedor al ser considerado por los colonos como el responsable de la publicación de las "Leyes Nuevas". En tierras americanas escribió un "Confesionario" donde advertía de que, antes de iniciar la confesión, el penitente tenía que poner en libertad a los esclavos que tuviere. Estas medidas motivaron numerosos disturbios por lo que en 1546 tuvo que marchar a México donde continuó con la misma política. Sus doctrinas serían rechazadas por una junta de prelados. Ese rechazo unánime motivó el embarco en Veracruz con destino a la península, retirándose al convento de San Gregorio en Valladolid. En la ciudad castellana tuvieron lugar, a lo largo de los años 1550-1551, las importantes discusiones sobre la legitimidad de la conquista entre Las Casas y Juan de Ginés Sepúlveda, saliendo victorioso el segundo. Fray Bartolomé renunció a su obispado y falleció en Madrid en 1566.
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Ignoramos cuántas casas etruscas arcaicas pudieron, por sus proporciones y decoración, acceder al nivel de verdaderas obras artísticas; pero una cosa es evidente: la arquitectura doméstica tirrena tuvo el feliz privilegio de convertirse en modelo para lo que constituye, en nuestra opinión, la más vivaz manifestación arquitectónica de este pueblo: sus tumbas. Es éste, además, uno de los campos más originales de todo el arte etrusco. Cuando hablemos en el próximo capítulo de la escultura y la pintura, y repitamos sus íntimos contactos con las obras griegas, acaso nos asaltará la duda de si el arte etrusco fue algo más que arte griego provincial. Haremos entonces bien recordando la independencia de su arquitectura, imaginando cuán distinta debía de ser una ciudad etrusca de una polis helénica, y, sobre todo, evocando lo que es una necrópolis como las de Caere y Orvieto. Quien haya vivido la experiencia de pasearse entre sus tumbas e introducirse al azar en sus curiosas cámaras, siempre distintas, siempre sorprendentes, verdadero muestrario de casas subterráneas, recordará que nada en Grecia, ni siquiera en las necrópolis macedónicas, presenta el más remoto parecido. Cubiertos de vegetación, inmersos en la luz húmeda de un día lluvioso, los túmulos etruscos transmiten sensaciones personales e indefinibles, pero desde luego ajenas a todo lo conocido en el Mediterráneo. Antes del 630 a. C. competían dos conceptos diversos de la tumba: la sala circular con falsa cúpula, y la reproducción de la cabaña o casa primitiva. En un intento de conciliación, se llegaron a crear, como híbrido, esas curiosas tumbas de Populonia donde, para pasar de la planta cuadrada de la casa al techo hemisférico, hubo que inventar nada menos que la pechina. Pero después, en las últimas décadas del siglo, se observa la rápida decadencia de todo lo que no sea la imitación de una casa. En la época arcaica, sólo los pobres se contentarán con una simple fosa para ocultar su cadáver; cualquier familia acomodada dedica buena parte de sus ahorros a encargar una morada confortable donde volver a reunirse tras la muerte. A fines del siglo VII a. C. se construyen ya grandiosas y profundas casas subterráneas, a menudo minuciosamente acabadas, con su techo en relieve y todo su mobiliario tallado en la roca. Pero las habitaciones son aún escasas, y casi parece importar más el inmenso túmulo, con su perfil de sencillas molduras y su abrumadora sensación de poder. Después, a partir del 600 a. C., empieza a decaer el interés por esta estructura superior: bajo túmulos pequeños, o abriendo nuevas entradas en los ya usados por la generación anterior, se tallan en la toba de Caere casas complejas, con múltiples salas, con pilares, con marcos en sus puertas y ventanas interiores, con repisas en los muros. Tablinum, atrio, estancias contiguas, todo sirve para recibir los cuerpos de familias prolíficas. Los hombres reposarán sobre lechos pétreos, las mujeres en una especie de sarcófagos a doble vertiente, también tallados en la roca virgen; en cuanto a los ajuares -armas, adornos, vasijas-, se acumularán en el espacio libre de las habitaciones, dispuestos para ser usados por los difuntos en sus festejos. Nada falta, ni siquiera los escabeles pétreos al lado de los troncos. Estas tumbas, excavadas o construidas bajo un túmulo, no son, sin embargo, el único tipo de enterramiento que puede verse en la Etruria arcaica. Desde mediados del siglo VI, sobre todo, las variantes se multiplican. Así, en Tarquinia advertimos que el túmulo es secundario, limitándose a una acumulación de tierra sin límites arquitectónicos; aquí ni siquiera interesa la talla de la morada subterránea, pues ésta se reduce a una sala con techo a doble vertiente: las familias ricas confían sólo en el trabajo de los pintores para conseguir el efecto final. En otros lugares, se prescinde del propio túmulo para construir la superestructura. Así, hallamos en Populonia, por ejemplo, algún mausoleo en forma de templete, o contemplamos, en alguna necrópolis de la zona de Viterbo, las primeras fachadas esculpidas en las rocas verticales de los acantilados. Pero quizá la solución más peculiar, a fines del siglo VI y principios del V a. C., sean las tumbas a dado, cuyos mejores ejemplos se hallan en Caere y Orvieto: se trata de verdaderas manzanas de casas rectangulares, talladas en la roca o construidas, en cuyas lisas fachadas, adornadas con molduras, se alinean las puertas de las tumbas. Estas son casas sencillas, hechas en serie, como corresponde a la obra de un eficiente promotor urbanístico que construye sus apartamentos para venderlos. No en vano estamos en la mejor época del comercio etrusco.