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Alejandro Magno es uno de los grandes genios políticos y militares de todos los tiempos. Genial estratega y arrojado conquistador, supo llevar la civilización griega hasta los confines del mundo conocido. Con Alejandro hace su entrada en el mundo heleno una región hasta entonces apartada, Macedonia, una gran área montañosa que desciende desde los Balcanes meridionales y hacia las costas del Egeo. Su alejamiento físico y cultural había hecho a Macedonia permanecer apartada de las glorias del mundo heleno. Aunque eran griegos, los macedonios, distintos en muchas cosas, estaban considerados como bárbaros o extranjeros. En el resto de Grecia habían ido germinando a lo largo de los siglos logros culturales de gran trascendencia. La democracia tuvo en Atenas su punto de partida. La filosofía y el pensamiento contaron con figuras como Platón, Aristóteles o Pitágoras. El arte heleno, excelso, fue puesto de manifiesto en multitud de templos y obras, como el maravilloso Partenón ateniense. Sin embargo, Grecia no era un país, sino un conjunto de ciudades-estado independientes, a menudo enfrascadas en continuas guerras entre sí. Además, la sombra del poderoso imperio persa era una amenaza constante, en especial desde el siglo V a.C. En este contexto surgirá la figura de un gran conquistador, el rey macedonio Filipo II. Éste intervino en las luchas entre las polis griegas, consiguiendo triplicar el territorio de Macedonia en apenas 20 años. Su gran victoria se produce en Queronea, en el año 338 a.C., en la que tiene un papel destacado su hijo, Alejandro. Filipo murió cuando planeaba unir a todas las ciudades griegas para luchar contra los persas. Entonces Alejandro, como jefe de las ciudades griegas y rey de Macedonia, fue el encargado de llevar a su ejército contra Persia. Pero, ¿cómo era Alejandro? Alejandro tenía tan solo 20 años cuando se puso al frente de sus tropas. No sabemos con exactitud cómo era, aunque las fuentes afirman que era un jefe excelente para sus soldados. Precisamente la composición de su ejército, unida a su indiscutible talento como estratega y a la hábil elección de sus generales fue la clave de sus victorias. Su ejército era un conjunto equilibrado de efectivos con armas diferentes, algunas muy novedosas: la infantería pesada; la falange macedonia de armamento pesado, con la característica lanza larga o sárissa; la infantería ligera; los arqueros cretenses y, por encima de todos, la caballería pesada, principal cuerpo de choque, apoyada por la caballería ligera. Con estas armas, Alejandro conquistará el mundo. Cuando Alejandro consigue imponer la paz en Grecia emprende la conquista de Asia. Con un ejército de unos 40.000 hombres, Alejandro atravesó el Helesponto en la primavera del año 334 a.C. El primer objetivo es liberar a las ciudades griegas de Asia Menor, pero antes deberá enfrentarse a las tropas persas junto al río Gránico. Frente a frente, a ambos lados del Gránico se dispusieron ambos ejércitos. El ejército persa, unos 20.000 hombres, ocupaba un frente de unos 1.500 metros a lo largo de la ribera del río, colocando su caballería en primera línea. La falange griega mercenaria fue situada más atrás, en reserva. Alejandro, por su parte, puso en su ala izquierda a la caballería, dirigida por Parmenio; a sus falanges en el centro y a la infantería, la caballería pesada y arqueros e infantes ligeros en la derecha. En total sumaban unos 18.000 hombres. El ataque comenzó por el flanco derecho macedonio. Unos 3.000 hombres se lanzaron al río y atacaron el centro-izquierda persa, desordenando las líneas enemigas a costa de numerosas bajas. En ese momento Alejandro lanzó su golpe de martillo: junto con el grueso de la caballería pesada, los Compañeros, avanzó en oblicuo hacia su derecha, rechazando a la caballería persa, hasta que toda el ala derecha macedonia se asentó solidamente al otro lado del río. Fue entonces cuando la falange macedonia comenzó a avanzar sobre el centro persa, como un inmenso erizo lleno de puntas. La presión por ambos lados fue suficiente para que la caballería persa se retirara en desorden. Sólo quedaban los mercenarios griegos, quienes se vieron rodeados por los macedonios, con la falange al frente y la caballería a sus espaldas. En muy poco tiempo fueron masacrados. Alejandro había logrado su primera victoria. La victoria en el Gránico permitió a Alejandro continuar su avance, conquistando ciudades como Mileto o Halicarnaso. Desde Gordion, donde cortará el famoso nudo, sus tropas se pondrán en marcha hacia la costa fenicia, como paso previo hacia el corazón del Imperio persa. A través de Capadocia dirigió su ejército hacia Siria, alcanzando la región en de Cilicia la ciudad de Tarso, donde se vio retenido por una enfermedad. En el otoño del año 333 a.C. Alejandro se encaminó hacia el norte de Siria, donde un formidable ejército persa al mando de su rey Darío le está esperando. El crucial choque se producirá en Issos. Darío asentó a su ejército de 100.000 hombres en la orilla norte del río Píramo. El centro persa estaba formado por la falange de mercenarios griegos, con la infantería pesada, los cardaces, en sus alas. A ambos lados se situaba la caballería pesada, con una reserva de infantería por detrás. Alejandro, con unos 40.000 efectivos, dispuso una primera línea de infantería ligera, con la caballería a ambos lados. Por detrás, una segunda línea de infantes precedía a los escuadrones de falanges y a la caballería. Esta vez serían los persas quienes tomaran la iniciativa. Estos realizaron un rápido trasvase de la caballería del flanco izquierdo al derecho, para atacar el ala izquierda macedonia. Pero Alejandro se dio cuenta de la estratagema y realizó una contramaniobra, reforzando con la caballería tesaliana su flanco izquierdo. La lucha se torna encarnizada. Alejandro en persona ataca el ala izquierda persa y consigue ponerse frente a frente con Darío. El ala izquierda de la falange cruza el río, mientras que la infantería ligera se despliega para proteger su retaguardia y su flanco. Al poco, la caballería macedonia derrota a la enemiga, mientras que las líneas persas se quiebran sin remisión. El empuje macedonio en los tres frentes obliga a Darío a huir, lo que provoca la desbandada de las tropas persas. La caballería macedonia ataca a los fugitivos, mientras la falange se recompone. Alejandro ha logrado su mayor victoria. Tras la importante victoria de Issos, Alejandro tendrá todo a favor para continuar su avance. Alejandro se encuentra en la cima de su poder. Palestina y Egipto se perfilan como los próximos objetivos, pues ya no encontrará apenas oposición. En su ya larga expedición, Alejandro hará caer a Tiro, Samaria y Gaza bajo sus pies. Pronto se dirige hacia Egipto. Tras fundar Alejandría marcha al oasis de Siwa, donde es proclamado por los sacerdotes como "hijo de Amón". Alejandro no se demoró mucho en Egipto, sino que retrocedió sobre sus pasos para llegar a las costas fenicias, desde donde partió hacia Mesopotamia en el verano del año 331 a.C. Habiendo dejado atrás el Éufrates y después de atravesar el río Tigris, se encontró en Gaugamela con el ejército de Darío, en la que sería la batalla definitiva. Esta vez Darío no quiere sorpresas, así que llega al escenario de la batalla con antelación. Como siempre, dispone a su caballería en los flancos, con la infantería pesada en el centro y la retaguardia. Además cuenta con más de 50 carros de guerra con hoces en las ruedas y unos 15 elefantes. Darío sigue la costumbre persa y vuelve a colocarse en el centro de su ejército. Los macedonios forman de manera habitual. Como es norma, Alejandro se coloca en el ala derecha, comandando la caballería y cerca de la infantería ligera, dejando el grueso de la infantería pesada en la izquierda. Alejandro se lanza al ataque en diagonal y el ala izquierda persa se defiende como puede. Simultáneamente los carros persas se lanzan velozmente sobre los macedonios. Muchos de los conductores perecen por las flechas de los arqueros; el resto pasa de largo al abrirse la infantería macedonia. Esta estrategia se complementa con una segunda línea de infantería pesada que recibe a los carros, a la vez que la primera línea da media vuelta y los ataca por la retaguardia rodeándolos. Abriendo brecha entre las líneas persas, la caballería de Alejandro consigue introducirse en cuña en busca de Darío. Como en Issos, el rey persa se encuentra atascado y sin posibilidad de maniobrar. También como en Issos, no le queda más remedio que huir, produciendo la desbandada de los suyos. La victoria macedonia en Gaugamela es definitiva. Alejandro se encuentra en la cumbre de su poder. Ahora tiene el camino expedito para avanzar hacia el corazón mismo de su enemigo, el debilitado imperio persa. Tras Gaugamela, Babilonia fue fácilmente sometida. En Persia sucumbieron una tras otra las ciudades de Susa, Persépolis, donde Alejandro incendió el Palacio Real, y Pasargada. En la primavera del año 330 a.C., Alejandro reemprendió la marcha en pos de Darío hacia Media. Al llegar a Ecbatana, Darío se había escabullido de nuevo, refugiándose en Bactriana. Los territorios más septentrionales del Imperio Persa eran ocupados en el año 328 y desde allí Alejandro descendió hasta la India, alcanzando el Indo. Pero, tras ocho años alejadas de Grecia, las tropas presentan sus primeras muestras de cansancio, por lo que se impone el regreso desde Patala. Alejandro dirigía el cuerpo de ejército por tierra mientras Nearco costeaba con una flota hasta llegar al golfo Pérsico. El rey macedonio llegó otra vez a Persépolis y a Babilonia, donde falleció el 30 de junio de 323 a.C. antes de cumplir los 33 años. Alejandro había creado un imperio universal que, sin embargo, no le sobreviviría. Sus generales, llamados Diadocos, se repartirán su imperio y crearán dinastías que subsistirán hasta la época romana. La precoz muerte de Alejandro, no obstante, no impidió que por vez primera se introdujera en la historia occidental la idea de una monarquía universal, de naturaleza casi divina. La expedición de Alejandro extendió el maravilloso legado helénico, hizo de la riquísima cultura griega un patrimonio de todos los pueblos con los que se encontró.
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La subida al poder de Almanzor, durante la última etapa del califato, supuso una reactivación del poder de Córdoba frente a los reinos cristianos. En total, durante sus veintidós años de gobierno, hay constancia de que se realizaron más de 55 expediciones, algunas de ellas con notable éxito. En el año 981, las tropas de Almanzor partieron de Córdoba para penetrar en el territorio del reino de León. Tras vencer en Rueda a los ejércitos aliados de León, Castilla y Navarra, asolarán Zamora, Simancas y la misma León. Cuatro años más tarde, en el 985, el objetivo fue Barcelona, ciudad que fue tomada al asalto el 6 de julio de ese año. En el 988, el objetivo será de nuevo el reino de León, tomando Zamora, Sahagún y León, y asolando los territorios que encontraba a su paso durante su regreso a Córdoba. Pero, de entre todos los ataques, el más sonado tuvo lugar en el año 997. Esta vez el objetivo fueron las tierras del oeste peninsular y, principalmente, Santiago de Compostela, símbolo de la Cristiandad. El 3 de julio del 997 partió de Córdoba al frente de su caballería. La expedición se reforzó en Viseo, recibiendo el aporte de muchos condes vasallos. En Oporto se le unió la infantería, que había hecho el viaje por mar. Finalmente, tras arrasar Padrón, llegó a Santiago, que pudo tomar gracias a estar despoblada. La última gran campaña de Almanzor se produjo en la primavera del año 1002, y su objetivo fue la Rioja. Al frente de sus tropas, penetró hasta Calatañazor e incendió el monasterio de San Milán de la Cogolla. A su regreso a Córdoba, ya enfermo, falleció cerca de Medinaceli en la noche del 10 al 11 de agosto de ese mismo año.
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El día 13 de julio del año 100 a.C., hace 21 siglos, nacía Cayo Julio César. Su trayectoria vital y política marcó un hito tan trascendental en la historia de Occidente que todavía conocemos por su nombre, Julio, el mes de su nacimiento. En el siglo II a.C., Roma se había convertido en la gran potencia dominadora del Mediterráneo. Cuando nació César, la República romana tiene como provincias en el Mediterráneo Occidental la Hispania Ulterior y la Citerior, la Galia Narbonense y la Cisalpina, Cerdeña, Africa y Sicilia. En el Mediterráneo Oriental, la Iliria, Macedonia, Acaya, Asia y Cilicia han sido sojuzgadas por las poderosas legiones de Roma. Gracias a una potente armada y organización militar, Roma ha logrado extender su control alrededor de un mar que considera propio, el Mare Nostrum o Mediterráneo. Sus legiones y barcos, además, llevan la cultura y el estilo de vida romanos por buena parte del mundo conocido. Mediante las guerras de conquista, Roma podía mantener contentos a sus ciudadanos, además de ofrecerles un medio de ganarse la vida. Julio César pertenecía a una familia patricia que hacía llegar su ascendencia hasta la propia diosa Venus. Sobrino político de Cayo Mario, le tocó vivir la turbulenta dictadura de Sila, de cuya represión alcanzó a escapar. En el año 60 a.C. César logró su primer gran triunfo político, al asociarse con Pompeyo y Craso para formar el primer triunvirato. Un año más tarde, César obtiene por cinco años el gobierno de las Galias Cisalpina y Narbonense, además de la Iliria. Como procónsul, al mando de cuatro legiones, César emprendió su gran labor desde el punto de vista militar, la conquista de toda la Galia. La conquista de las Galias llevó ocho años de guerra ininterrumpida. En el año 58 a.C., César, tras vencer en Lugdunum, derrotó a los helvecios en Bribacte, dirigiéndose hacia el Rin. En el 57 somete a las tribus belgas, fundamentalmente a los nervios. Un año después marcha sobre Bretaña y derrota a los vénetos, aplastando más tarde a los aquitanos. En el año 55 cruza el Rin por vez primera, desembarcando algo después en Britania. En el 52 los galos, acaudillados por Vercingétorix, vencen en Gergovia, aunque son derrotados en Avaricum. No obstante, el último obstáculo para César estaba en la ciudad de Alesia. Alesia estaba construida en un lugar elevado y protegida por un muro. En su interior se instalaron Vercingetórix y sus 80.000 guerreros, mientras esperaba la ayuda de otros pueblos. Entre tanto, César estableció un sistema de asedio mediante fortificaciones en una doble línea: una exterior, impidiendo la salida de los asediados, y otra exterior, protegiendo las espaldas romanas. 70.000 hombres formaban su tropas, quienes tardaron cinco semanas en construir muros, fosos y fuertes. A los sesenta días de asedio aparecen los refuerzos galos. 240.000 guerreros y 8.000 hombres a caballo atacan a los romanos, pero son rechazados. Una tentativa nocturna de los sitiados para salvar las defensas romanas terminó en fracaso. Más adelante, los galos atacaron en tres puntos al mismo tiempo, pero la resistencia romana acabó por forzar su dispersión. Finalmente, Vercingetórix decidió rendirse para salvar su ejército. La caída de Alesia en el año 52 a.C. dejó a César expedito el camino de las Galias, finalmente conquistadas un año más tarde. César anexionó un territorio de más de medio millón de kilómetros cuadrados, con un escalofriante balance: 800 pueblos saqueados, un tercio de la población masculina muerta, otro tercio esclavizado y un gigantesco tributo de más de cuarenta millones de sestercios. Tras su triunfo en las Galias, César se encontraba en la cumbre de su poder e influencia. Pero, entretanto, Roma se ahogaba con un lucha política irrespirable, con cruentas reyertas por el poder. En un intento de frenar la anarquía, el Senado elige a Pompeyo como único cónsul. Asustado por su creciente poder, el Senado conminó a César a licenciar sus legiones y a renunciar a su gobierno de las Galias. La negativa de César significaba el comienzo de la guerra con Pompeyo. El 9 de enero del 49 César, procedente de las Galias, tomaba la grave decisión de cruzar el Rubicón, riachuelo que marcaba el límite de su jurisdicción. En poco tiempo conquista Roma y toda la península itálica. Pompeyo y parte de los senadores huyen a Grecia. César se dirige entonces a Hispania, venciendo a los partidarios de Pompeyo en Ilerda. Tras regresar a Roma, se encamina a Epiro donde, después de un primer revés en Dyrrhachium, se encaminó hacia Farsalia. Allí se producirá la gran batalla entre Pompeyo y César. Pompeyo erigió su campamento entre el monte Dogandzis y el río Eunipeo. Formó después una línea de once legiones bastante completas, además de siete cohortes que dejó en el campamento y en la línea fortificada que iba de éste al río. A los flancos situó a las tropas auxiliares y, en su izquierda, a su impresionante caballería. En total, eran unos 66.000 hombres. César contaba con la mitad de efectivos, divididos en nueve legiones incompletas. A la izquierda situó a los auxiliares, mientras que en la derecha dejó a la caballería y a ocho cohortes ocultas. La caballería de Pompeyo se lanzó sobre la de César. Éste respondió enviando a sus legiones hacia delante. Astutamente, la caballería cesariana se replegó a través de la línea de ocho cohortes, quienes cierran después filas formando una sola línea de combate. Detrás de ella se reagrupó la caballería de César. Mientras las ocho cohortes atacan a la caballería de Pompeyo, la de César toma posiciones en el flanco. El empuje de las cohortes de César obliga a la caballería enemiga a huir, atropellando a su propia infantería ligera. Simultáneamente, se produce el colapso de las legiones pompeyanas, que huyen hacia su campamento en completo desorden. En tan sólo dos horas, César ha ganado la batalla y capturado a 20.000 prisioneros. Pompeyo huye a Egipto, adonde se dirige César en una persecución implacable. Asesinado Pompeyo, prosiguen la contienda sus descendientes, siendo derrotados por César en Alejandría, Zela y Tapso. De vuelta a Roma, es nombrado dictador por diez años. Aunque derrotados, los pompeyanos, llevados por los hijos de Pompeyo, aún tendrán fuerzas para plantear un último combate, esta vez en Hispania, donde eran más fuertes. El mismo César llegó a Hispania en el año 46 a.C. La batalla definitiva se produjo en los campos de Munda. Los pompeyanos, dirigidos por Labieno, formaron a sus trece legiones con las espaldas protegidas por Munda y por su propio campamento. En total, disponían de 73.000 hombres, con las legiones en el centro y los auxiliares y la caballería a los lados. Enfrente, tras el arroyo de Cacherna, César dispuso a sus 41.000 hombres, con los flancos cubiertos por la infantería auxiliar y la caballería. Cuando las tropas de César cruzaron el arroyo, ambas caballerías se enfrascaron en la batalla, mientras que las legiones V y III de César aguantaban a la desesperada. Entonces llegó el turno de la X, la mejor legión cesariana, quien amenazó con romper el ala derecha pompeyana. Labieno ordenó entonces a la última legión de su flanco derecho acudir en ayuda del izquierdo. Para cubrir el hueco, los auxiliares pompeyanos se desplazaron a su izquierda, dejando un espacio que fue aprovechado por la caballería de César para avanzar y atacar a la pompeyana, poniéndola en desbandada. La línea de los pompeyanos se había roto y la batalla estaba ya decidida. Los legionarios de César masacraron al enemigo, atrapado entre sus espadas y las lanzas de la caballería. Unos 30.000 pompeyanos murieron en Munda. Los que pudieron huir se refugiaron en la misma Munda o en Córdoba, entre otras ciudades pompeyanas. César no tardó en tomarlas. Era el año 45 a.C. y César volvía nuevamente a Roma como vencedor de una guerra civil que había durado tres años. Con César dueño de Roma, ahora debía enfrentarse a la difícil tarea de reordenar el Estado, un Estado que se debatía entre la república oligárquica y el gobierno totalitario. Tras ser investido con el título de dictador perpetuo, imperator y sumo sacerdote, emprendió diversas reformas políticas. En el año 44 a.C. Roma había acrecentado su hegemonía en el Mediterráneo gracias al control sobre las nuevas provincias incorporadas: la Galia, Africa Nova, Cirene, Creta, Bithinia-Pontus, Chipre y Siria. En la cumbre de su poder, Marco Antonio le ofreció la diadema real, que César rechazó. Sin embargo, no dejó de gobernar como un soberano absoluto en un marco legalmente republicano, mostrando abiertamente su hostilidad hacia el Senado. Esta oposición, finalmente, le costaría la vida. El 15 de marzo del año 44 a.C., César es asesinado de 23 puñaladas por un grupo de senadores nobles, entre los que estaba su hijo adoptivo Bruto. Con la muerte del personaje comienza la leyenda, una leyenda que habla de un magnífico estratega en el campo de batalla, el verdadero creador del ejército de época imperial y un excelente escritor. Además, sienta las bases del posterior Imperio romano, establecido por Augusto. La controversia rodea, sin embargo, a su obra política, aunque eso no empaña, desde luego, el aura de una de las más fascinantes personalidades de todos los tiempos.
contexto
<p>Hijo de la Revolución Francesa, el corso Napoleón Bonaparte es uno de los mayores genios militares de la Historia. Sus deseos de alcanzar un vasto imperio llevaron a las tropas galas a intentar la conquista de buena parte de Europa, del Mediterráneo al Mar del Norte y desde la Península Ibérica hasta las estepas rusas.&nbsp;</p><p>&nbsp;</p><p>ÉPOCA 1.</p><p>El Imperio Napoleónico.&nbsp;</p><p>El Consulado.</p><p>Del Consulado al Imperio.</p><p>La expansión imperial.</p><p>El bloqueo continental.</p><p>Napoleón y España.&nbsp;</p><p>La ocupación francesa.</p><p>La primera fase de la guerra.</p><p>La guerrilla.</p><p>La derrota napoleónica.</p><p>La caída del Imperio.&nbsp;</p><p>&nbsp;</p><p>BATALLAS&nbsp;</p><p>1.La campaña de Egipto.</p><p>El Egipto mameluco.&nbsp;</p><p>Napoleón, señor del Nilo.&nbsp;</p><p>La batalla de las Pirámides.</p><p>Al asalto de Oriente Medio.</p><p>La batalla de Abukir.&nbsp;</p><p>Adiós al sueño oriental.&nbsp;</p><p>2.Asalto británico a El Ferrol.&nbsp;</p><p>3.La recuperación de Menorca.&nbsp;</p><p>4.La batalla de Copenhague.</p><p>Hacia la batalla.&nbsp;</p><p>A más riesgo, mayor éxito.</p><p>El órdago del Almirante.</p><p>El fin de la Liga.&nbsp;</p><p>5.Austerlitz, la batalla de los tres emperadores.</p><p>La marcha sobre Viena.</p><p>La trampa del genio.</p><p>Envueltos por la niebla.&nbsp;</p><p>Contra el lago helado.&nbsp;</p><p>6.Castaños, la gloria de Bailén.&nbsp;</p><p>7.La batalla de Waterloo.</p><p>Luchando contra el barro.&nbsp;</p><p>Una batalla de gigantes.&nbsp;</p><p>Una doble batalla.</p><p>Ataque en columna.</p><p>Napoleón a tiro.&nbsp;</p><p>El final de la batalla.&nbsp;</p><p>8.Los cañones de Napoleón.&nbsp;</p><p>9.Las pistolas en la Edad Moderna.&nbsp;</p><p>10.Cañones navales.&nbsp;</p><p>La carronada.</p><p>Potencia de fuego.&nbsp;</p><p>11.El asesinato de Napoleón.</p><p>Oficialmente, un cáncer.</p>
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La Revolución Francesa, uno de los acontecimientos más importantes de la historia de la Humanidad, marca el comienzo de la Historia Contemporánea. Los sucesos que comenzaron en 1789 suponen el principio del fin de la monarquía absoluta, que había prevalecido durante siglos en muchos países del mundo occidental. Pero la Revolución tiene muchos enemigos. Las viejas monarquías europeas ven el ejemplo francés como un mal a combatir. La guerra, una vez más, invade los campos de Europa, una guerra en la que el ejército francés se hace invencible. En este contexto surge la mayor figura de la época: Napoleón Bonaparte. Hijo de la Revolución, Napoleón se adhiere a ella influido por la lectura de los filósofos racionalistas. Muy pronto, en 1793, es ascendido a general, el más joven del ejército revolucionario. Sus triunfos en las campañas de Italia, entre 1796 y 1797, y la de Egipto, en los dos años siguientes, le encumbraron cuando aún no había cumplido los treinta años. Su mayor mérito consistió en reorganizar y disciplinar a un ejército mal dotado, aportándole la coherencia y la rapidez de acción necesarias para llevar siempre la iniciativa, así como saber cómo y cuándo tenía que actuar en el campo de batalla. Pero el salto definitivo en la vida de Napoleón se produjo en 1799. Ese año, la Francia revolucionaria se ve acosada por la Segunda Coalición, integrada por Austria, Rusia, Nápoles, Portugal y Gran Bretaña. Napoleón deja a su ejército en Egipto y se desplaza a Francia para establecer una dictadura militar. En 1800 derrota al ejército austriaco en Marengo y Hohenlinden. Sus victorias le dan el control sobre buena parte de la península italiana. En la cumbre de su poder, Napoleón se hace coronar emperador en 1804. Procedió entonces a reorganizar la administración, simplificó el sistema judicial y sometió a todas las escuelas a un control centralizado. La legislación civil francesa quedó tipificada en el Código de Napoleón y en otros seis códigos que garantizaban los derechos y libertades conquistados durante el periodo revolucionario, incluida la igualdad ante la ley y la libertad de culto. En 1805 comienza la tercera guerra de coalición. Francia, tiene como aliados a España, Baviera, Baden y Wurttemberg, mientras que junto a Gran Bretaña combaten Suecia, Rusia, Austria y Nápoles. 200.000 soldados franceses cruzan el Rhin y vencen a los austriacos en Ulm, ocupando Viena. Sin embargo, en Trafalgar la marina franco-española sufrirá un gran descalabro. Con las espadas en alto, el combate decisivo se producirá en Austerlitz. Las tropas francesas se dispusieron en línea frente a Austerlitz. La Guardia Imperial, con Napoleón, se dispuso algo más retrasada, protegida por la caballería de Murat. A su derecha e izquierda se ubicaron las divisiones de infantería francesa. Eran en total unos 60.000 hombres. Frente a los franceses, el zar Alejandro contaba con la Guardia Rusa y, en primera línea, las unidades de caballería e infantería. Contabilizaban cerca de 90.000 hombres. La batalla empezó con un ataque ruso sobre la izquierda francesa, lo que obligó a la infantería de Soult a acudir en su apoyo. A su vez, Bernadotte ocupó el centro francés y Murat mandó avanzar a su caballería, rompiendo el centro ruso. Los desesperados contraataques rusos no lograron hacer mella entre los franceses. Finalmente, la Guardia Rusa se lanzó contra el centro francés, ataque que fue respondido por la Guardia Imperial gala. El empuje de éstos en todas sus líneas puso en fuga al enemigo mientras que el ala derecha rusa quedaba cercada y era diezmada. La batalla de Austerlitz marcó la cumbre del genio táctico de Napoleón. En 1806 conquistó el reino de Nápoles y nombró rey a su hermano mayor, José. Posteriormente desintegró las antiguas Provincias Unidas -hoy Países Bajos-, y fundó el reino de Holanda, al frente del cual situó a su hermano Luis. Además, estableció la Confederación del Rhin -que agrupaba a la mayoría de los estados alemanes- que quedó bajo su protección. En 1806 Prusia y Rusia forjaron una nueva alianza contra Francia e iniciaron el ataque. En respuesta, Napoleón aniquiló al ejército prusiano en Jena y Auerstedt. Contra Gran Bretaña, Napoleón impuso un bloqueo marítimo que pretendía asfixiarla económicamente. Con la excusa de invadir Portugal, las tropas francesas penetran en España y, en 1808, Napoleón nombra rey a su hermano José, tras lograr la abdicación de Fernando VII. La resistencia española al invasor, con ayuda de Gran Bretaña, enciende la guerra de Independencia, con episodios como el sitio de Zaragoza o la derrota francesa en Bailén. En 1812 se produce la decisiva batalla de Arapiles. Las tropas anglo-portuguesas de Wellington se dispusieron en torno a Arapiles, con la infantería en primera línea y la caballería en los flancos. El ejército francés, preocupado en alcanzar al enemigo, se dispuso demasiado extendido. Wellington ordenó volcar el ataque sobre la izquierda francesa, desplazando allí un buen número de tropas de infantería y caballería, mientras intentaba simultáneamente romper el centro francés. El frente galo se quebró, lo que aprovecharon los ingleses para cargar contra la infantería enemiga en desbandada. El flanco izquierdo y el centro francés fueron arrasados, pudiendo escapar tan sólo el ala derecha. La estrategia maestra de Wellington había destruido al ejército francés. Francia no volvió a recuperar su poderío en España, lo que quedará de manifiesto en las decisivas victorias anglo-españolas de Vitoria y San Marcial. Al mismo tiempo que se estaba luchando en España, contra Francia se formó una nueva coalición, integrada por Gran Bretaña y Austria. Bonaparte logró vencer a los austriacos en Wagram en 1809, convirtiendo los territorios conquistados en las Provincias Ilirias, además de anexionar los Estados Pontificios. El Imperio alcanzó su máxima amplitud en 1810 con la incorporación de Bremen, Lübeck y otros territorios del norte de Alemania, así como con el reino de Holanda. Aunque muy pronto habría de cambiar todo. La alianza de Bonaparte con el zar Alejandro I quedó anulada en 1812 y Napoleón emprendió una campaña contra Rusia que terminó con la trágica retirada de Moscú. La cruda derrota sufrida por los ejércitos napoleónicos en las estepas rusas en 1814, provocó la abdicación del otrora dueño de la Europa Occidental y su confinamiento en la isla de Elba. Cuatro meses más tarde escapó de su exilio y regresó a París; en consecuencia, los antiguos aliados -Rusia, Austria, Prusia y Gran Bretaña-, volvieron a reunirse para intentar derrotarlo. La batalla decisiva se producirá en Waterloo. Los aliados anglo-holandeses destacaron 15.000 hombres en Halle y fortificaron algunos puntos como el castillo de Hougomount y la granja de La Haye-Sainte. Por su parte, Napoleón, atrincherado tras su flanco derecho, situó a su artillería en primera línea y envió un ataque sobre las posiciones fortificadas, esperando atraer algunos efectivos del centro aliado. Sin embargo, Wellington astutamente apenas reforzó el sitio de Hougomount, manteniendo el orden de sus posiciones. Con las primeras descargas de artillería, por el este apareció una avanzadilla de las tropas prusianas, lo que obligó a Napoleón a desplazar un cuerpo de la reserva para contenerlos. Para protegerse de la artillería francesa, Wellington ordenó a sus hombres simular un repliegue. Al creer que se retiraban, 5.000 jinetes franceses cargaron sin ayuda de infantería ni artillería. Entonces la infantería inglesa se dispuso en cuadros con tres filas de bayonetas, rechazando el ataque francés y obligando a la caballería a huir en desbandada. Napoleón ordenó entonces un ataque entre Hougoumont y La-Haye-Sainte, un intento fracasado. La infantería francesa fue aniquilada, mientras que la Guardia y la caballería hubieron de replegarse. El fracaso de Waterloo significó el ocaso del Imperio napoleónico. Bonaparte fue recluido en la remota Santa Elena, una isla en el sur del océano Atlántico. El otrora todopoderoso emperador falleció, tal vez envenenado, el 5 de mayo de 1821. Después de la caída de Napoleón, los países europeos que habían contribuido a la derrota francesa acordaron reunirse en Viena para dibujar un nuevo mapa de Europa regido por el equilibrio entre potencias. Así, del Congreso de Viena de 1815 surge una Europa dominada por cinco grandes naciones: Francia, Gran Bretaña, Rusia, Austria y Prusia. A partir de ese mismo año, y bajo el influjo de las ideas de Metternich, se crea la Confederación Alemana, que integra al Imperio austriaco y a los reinos de Prusia, Baviera, Wurttemberg, Sajonia y Hannover. En este Congreso, decidieron también que los gobernantes europeos deberían ser miembros de las monarquías tradicionales, evitando así el peligro que suponía la aparición de nuevos líderes como Napoleón. En Francia, en nombre de este principio de legitimidad, acordaron restaurar la monarquía en la persona de Luis XVIII. A pesar de tanta guerra y violencia, el legado de Napoléon tuvo una importancia decisiva. La influencia de Bonaparte sobre Francia puede apreciarse incluso hoy en día. Por todo París pueden hallarse monumentos en su honor, como el Arco del Triunfo, erigido para conmemorar sus victoriosas campañas. En el resto de Europa, las reformas radicales que aplicó Napoleón en algunos lugares alentaron las sucesivas revoluciones del siglo XIX de carácter liberal y nacionalista, acelerando el final del Antiguo Régimen señorial.
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Galería de imágenes de la época. Napoleón I en su trono. Napoleón en su estudio. Napoleón en el campo de batalla de Eylau, el 9 de febrero de 1807. Ejército de Napoleón en el sitio de Toulon. Soldados napoleónicos en la batalla de las Pirámides. Napoleón en la batalla de Rívoli, detalle de pintura de H. Philippoteaux. Napoleón atraviesa los Alpes en 1796. Batalla de Copenhague. Napoleón en 1815. Napoleón parte hacia Inglaterra en el Bellerophon. Traslado de los restos de Napoleón a Francia en 1840.
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Napoleón Bonaparte es uno de los mayores genios militares de todos los tiempos. De origen modesto, debió su vertiginoso ascenso a su carrera militar y al talento derrochado en ella durante las guerras de la Revolución Francesa. A los 28 años ya era el más famoso general del momento tras sus victoriosas campañas en Italia. En las turbulencias del final de la Revolución se alzó con consulado, desde el que organizaría una auténtica dictadura militar. En 1804 se hizo proclamar emperador. Los campos de media Europa están jalonados por un conjunto inigualable de victorias: Arcole, Lodi, Rivoli, Marengo, Jena, Wagram, Austerlitz... Aunque también han quedado marcadas a fugo grandes derrotas, como Beresina, Las Naciones y, sobre todo Waterloo. Hombre reverenciado y temido al mismo tiempo, su figura corresponde no sólo a la de un inteligente estratega y general minucioso, sino además a la de un gran estadista y legislador. Napoleón es, sin duda, una de las figuras más determinantes de la Historia Universal.
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Según J. Boussard, "las familias y los grupos de familias carolingias por un lado y la base territorial de su influencia por otro, se van a convertir en elementos esenciales de la estructura de la sociedad". Los lazos de dependencia feudovasallática, podemos añadir, harán el resto. a) La aristocracia carolingia y las fuentes de poder: Los cuadros de la alta administración civil (condes, margraves) y eclesiástica (obispos) eran provistos por las grandes familias que eran francas por nacimiento o por adopción. En efecto, si austrasianos y neustrianos facilitaban los más importantes contingentes, otras nacionalidades del Estado carolingio también colaboraron con aportes no desdeñables. Serán, por ejemplo, los Pandolfos y Sinocolfos de ascendencia lombarda o los Suniario, Sunifredo, Wilfredo en las marcas pirenaicas. Incluso, pueblos vencidos tras una larga resistencia -caso de los alamanos o sajones- facilitarán en la segunda o tercera generación, fieles vasallos al Estado franco. De entre las grandes familias surgirán, precisamente, algunas de las fuerzas regeneradoras una vez agotado el linaje de los carolingios: el caso de los Capetos, condes de París, o de los otónidas, duques de Sajonia, son los más ilustrativos aunque no los únicos. Se ha discutido ampliamente si bajo los carolingios -a diferencia del periodo merovingio- las grandes familias integraron una verdadera nobleza en el sentido actual del término, es decir, nobleza de sangre. Siguiendo distintas pistas puede verificarse la existencia de familias poseedoras de grandes riquezas territoriales que transmiten de generación en generación. A la cabeza figuran, desde luego, los mayordomos de palacio, especialmente los de la dinastía pipínida. Pero se encuentran también otros poderosos linajes: los Welf de Baviera, los Bosón, Unroh, Rorgon, etc. La fortuna territorial constituye la base de su poder. A pesar de buscar bienes fundiarios en todos los lugares del Imperio a fin de disponer de una economía equilibrada, los grandes linajes suelen tener una fuerza mayor en algunas zonas. Los carolingios la tendrían en el valle del Mosa en donde, precisamente, se encontraban algunas de las más importantes residencias reales. Los duques de Baviera, alrededor de Weingart y Altdorf... A los bienes raíces -en forma de villas, fundamentalmente- se añaden con frecuencia los procedentes de las abadías cuyas rentas percibe con frecuencia un señor (el abad laico) como premio a los servicios prestados a la familia real. Este poder económico que las grandes familias tienen para servir a la monarquía carolingia acaba volviéndose contra ella. En efecto, por concesión real, el gran propietario dispone con frecuencia de un medio para sustraerse a la actuación del poder central: la inmunidad. Por ella se prohibía a los agentes de la autoridad real entrar en tierras inmunes a recaudar impuestos o a ejercer funciones coactivas. De hecho, el señor provisto de privilegio de inmunidad ejerce sobre sus tierras las funciones asignadas al conde en su distrito. Aunque el inmunista se comprometiera a guardar fidelidad al rey éste acaba siendo un poder demasiado lejano y, desde la disolución del Imperio carolingio, extremadamente debilitado como para imponer su autoridad a la multitud de poderes locales. b) El estrechamiento de lazos: El trasiego de miembros de la aristocracia carolingia entre las distintas zonas del imperio a fin de ejercer funciones de gobierno facilitó el contacto entre las grandes familias y su franquización. Personas de la alta aristocracia regional entroncaron con la familia real: Hildegarda, descendiente de los duques nacionales de los alamanes casó con Carlomagno; Judith, de la familia de los Welf de Baviera, con Luis el Piadoso... Pero los enlaces familiares no eran el único medio de potenciar la solidaridad de las capas aristocráticas. Contaban -o al menos se pretendía que contaran- los lazos de fidelidad feudovasallática. Se acostumbra a responsabilizar a Carlos Martel de la multiplicación del número de vasallos en la Galia Franca. Al distribuirles tierras -procedentes muchas veces de bienes eclesiásticos- el Mayordomo de Palacio pretendía garantizar su fidelidad y, a su vez, proveerles de medios para que se dotaran de un equipo de guerra completo. Esta política de reparto de beneficios entre los vasallos se prosiguió bajo los monarcas carolingios haciéndose más intensa a medida que avanzaba el siglo IX. En las filas del vasallaje se fueron integrando tanto los agentes de la autoridad real (condes, duques, marqueses) como gran número de hombres libres que, ante la inseguridad de los tiempos, encontraron, como mejor solución el subordinarse vasalláticamente al monarca o a un gran señor. Entrar en la casta de los guerreros acaba convirtiéndose en el objetivo de muchos. El propio Carlomagno potenció una clase especial, la de los vasallos reales (vassi dominici) a fin de tener un amortiguante entre el poder central y los grandes señores. A lo largo de los siglos IX y X los vasallos reales apoyaron a los reyes contra los potentados locales aunque también fueron en más de una ocasión neutralizados por éstos. Desde los tiempos de Luis el Piadoso, en efecto, las grandes familias, a imitación de los monarcas, aspiran a crear sus propios sistemas de vasallaje. A fines del siglo IX nos encontramos, así, con una pluralidad y multiplicidad de compromisos vasalláticos que tejen sobre Europa una tupida y a veces contradictoria red de fidelidades. El juramento de fidelidad y los mecanismos feudovasalláticos fueron utilizados por Carlomagno como medios para suplir la debilidad del aparato administrativo. Demostraron a la postre su insuficiencia para contener la desintegración del Estado franco legado por el restaurador del Imperio. En el 877, por un capitular promulgado por Carlos el Calvo en Quierzy-sur-Oise, se daba conformidad cuasi-oficial a una costumbre ya muy extendida: el carácter hereditario que los vasallos daban a sus beneficios. Los lazos de vasallaje, sin embargo, tal y como se desarrollaron bajo los carolingios y sus epígonos, tuvieron dos importantes virtualidades. Por un lado, reforzaron la solidaridad entre los miembros de las capas dirigentes frente a los no privilegiados que quedaban fuera de sus mecanismos. Por otro, los vínculos de vasallaje, pese al carácter anárquico que en ocasiones podían adquirir (pluralidad de compromisos encontrados, frecuente quebrantamiento de la fidelidad jurada, etc.) sirvieron en más de una ocasión para impedir que el Estado se disolviera por completo. F. L. Ganshof ha recordado a este respecto cómo Otón I restauró la autoridad real en Germania precisamente convirtiendo en sus vasallos a los grandes señores que hasta entonces se habían portado como poderes prácticamente independientes.
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El mayor número de datos en torno a la triple labor musical -compositiva, docente y de intérprete-que ejercieron de una manera institucionalizada las mujeres desde el siglo XVI, nos vienen dados desde los conventos españoles, donde los datos musicales que se recogen en fuentes secundarias como actas capitulares, libros de fábrica, libros de profesiones y defunciones, calendarios, etc., son abundantes y prolijos en detalles. A pesar de esta abundante información, no ha habido una consideración del trabajo desarrollado por estas músicas profesionales en los estudios generales de la música española renacentista y barroca, donde ni siquiera se menciona la cooperación que la mujer pudo haber prestado a la actividad musical de los centros productores más prestigiosos: catedrales, colegiatas, conventos, etc. Se habla de los maestros de capilla, pero no de sus discípulas, ni de la música específica que éstos les componían; se describen las enseñanzas de los niños de coro, pero nunca se nombra la actividad musical de las capillas de conventos femeninos; éste es un aspecto apenas estudiado en la historiografía musical española, salvo alguna excepción (203), y que, además, dada su originalidad es de especial interés para completar la panorámica de la historia social española de la época moderna, tanto en lo que respecta a la práctica musical como a la composición. La clausura femenina, desde el punto de vista sociológico, se nos presenta como un centro de activa vida profesional en cuanto a la música: con su propia capilla, dirigida por una persona cualificada, que cobra un sueldo por su trabajo y en la que se interpretan repertorios contemporáneos estilísticamente y adaptables a las características específicas de las cantantes, como veremos más adelante. Por tanto, el convento, dentro de la esfera musical, puede ser considerado como uno de los focos de la cultura barroca española, y en la que se interpretan repertorios novedosos y adaptables a las características específicas de las cantantes. Y la capilla musical del convento femenino, puede ser considerada como uno de los centros musicales más importantes de su entorno. Las mujeres que optaban a una plaza de música profesional en un convento femenino recibían de sus maestros una formación musical semejante a la de un niño de coro: voz, instrumentos y composición. Las fuentes de documentación encontradas al respecto secundarias; por una parte, son la correspondencia entre maestros, o maestros y abadesas, las cuales acuden a los maestros requiriendo los servicios de alguna discípula por estar la plaza vacante en su convento; en dicha correspondencia hay una descripción directa de las cualidades que debían tener las futuras músicas y, por lo tanto, una relación de los estudios musicales que su maestro les proporcionaba. Y pro otra parte, son las informaciones que se conservan en las carpetas de oposiciones de los conventos, con diversa documentación que va desde la fe de bautismo de la candidata a las cartas de recomendación que se piden a su parroquia, o a las actas de los exámenes que se mandan desde el obispado correspondiente. Las candidatas a monjas músicas, en primer lugar, habrían de tener una voz educada, no necesariamente de solistas, pero sí lo suficientemente buena como para dirigir el coro de la capilla o para cantar y acompañar las partituras con el órgano. En un segundo plano, estaba la enseñanza y la práctica del acompañamiento, tanto en el órgano como en el arpa, según la práctica musical del momento, que era imprescindible para poder tocar con el coro de la capilla. Este cometido exigía leer bien la partitura a primera vista y saber improvisar un acompañamiento que aunara a un coro de varias voces o pudiera rellenar las armonías de una voz a solo; además, las monjas músicas tendrían que saber ejecutar muy bien un repertorio amplio de piezas como partidos, fugas, fantasías, o conciertos a varias voces, en un instrumento específico (204), tanto de música religiosa como de música profana. No olvidemos, en este sentido, que en los conventos solían -y suelen aún- interpretarse cantos profanos "vueltos a lo divino" en los momentos de mayor recreación y solaz. Gráfico Sobre la ejecución y práctica de instrumentos, en la actualidad aunque nos encontramos con numerosos ejemplos de instrumentos de tecla en distintos conventos y monasterios femeninos de diferentes órdenes religiosas, no han corrido la misma suerte los instrumentos de madera o viento, por su dificultad de conservación; lo que demostrarían la importancia y necesidad que representaba, para la vida del convento, el uso diario de la música instrumental y el acompañamiento para las voces. Si seguimos el registro de Patrimonio Musical y de los instrumentos dependientes de esa institución, nos encontramos con armonios, órganos y diferentes pianos en el Monasterio de las Huelgas de Burgos, en el Convento de las Descalzas Reales de Madrid, en la Iglesia y Colegio de Santa Isabel de Madrid, en la Iglesia y Convento de la Encarnación de Madrid, o en el Convento de Santa Clara de Tordesillas (205). Así mismo, en los principales conventos de Castilla y León, como el Carmelo de Ávila, el de Carrizo de la Ribera en León, las Agustinas de Monterrey de Salamanca o Loreto de Peñaranda de Bracamonte, importantes fundaciones, conservan muchos instrumentos no sólo de uso litúrgico sino para momentos de entretenimiento de la comunidad de religiosas como eran las recreaciones (206). Hay muchos datos de fuentes secundarias sobre cómo era el trabajo de las monjas músicas para las diferentes capillas musicales donde trabajaban; transcribimos algunos muy interesantes, como son los que proceden de los epistolarios de los maestros de las distintas novicias, o de los libros de profesiones y defunciones. En cuanto a la ejecución de instrumentos, en una carta de recomendación del maestro de capilla de una futura monja música a la abadesa del convento donde va a opositar, se describe así su maestría: "Sabe doce o trece obras de partidos altos y bajos, y de lleno con sus versos de todos los tonos; entiende la cifra; de música echa sus contrapuntos, conciertos a tres y a cuatro sobre bajo, a sobre triple sobre el canto llano, lo mismo a tres y a cuatro; y tiene muy linda voz, que canta sus tonos al arpa y se los acompaña" (207). O este otro ejemplo, del convento de Loreto, fundación del conde de Bracamonte: Está sepultada esta venerable religiosa (Ana de San Gregorio) al número tercero 3?. Aunque todos los oficios ejercitó con grande acierto, para el de maestra de Novicias parece se nació (...), y para recrear y entretener a sus hermanas gastó muchas en hacer autos sacramentales y coloquios espirituales en que no era menos diestra que tierna y devota cuidaba de sus novicias como si fuera madre de cada una (208) En cuanto a la composición, todos los maestros de capilla tenían la obligación enseñar a componer una pieza a varias voces, bien dando la voz de arriba como referencia y construyendo el resto de las voces sobre ésta (que es lo que llaman "contrapuntos sobre una voz triple") o bien sobre el bajo. Y estas eran las enseñanzas que se transmitían a las futuras músicas, ya que las principales cualidades que debía tener una mujer que quisiera acceder a un trabajo de dirección de una capilla musical eran una buena interpretación de obras y acompañar a primera vista, en órgano y arpa, la composición de piezas según los cánones de los teóricos del momento, y el cantar su voz correspondiente en el coro. Cualquier joven que fuera discípula de un maestro de capilla y estuviera ya preparada tenía la cualificación necesaria para poder entrar a trabajar de música en una capilla, por lo que se encontraba en igualdad de condiciones, a su edad, con cualquier muchacho perteneciente al coro de otro centro musical. Como uno de los muchos ejemplos, tenemos el caso de una discípula del maestro Barasoáin (de la catedral de Pamplona), de la 2? mitad del s. XVII: "La niña tañe sus obras de partidas altos y bajos, así bien de lleno versos de todos los tonos; acompaña cualquiera cosa en pasadondos el papel unas cuantas veces; así bien tañe sus pasitos de fantasía, que los saca de un día para otro, que con el ejercicio y tiempo se adquiere esto; en la arpa tañe los sones de palacio y algunas otras cosas curiosas; acompaña, como en el órgano de música; canta su parte, echa sus contrapuntos, conciertos a tres y a cuatro a sobre bajo y sobre triple, y compone a cinco suelto, que es lo que basta para que ella sea buena tañedora" (209). Lo más destacado de este trabajo de dirección musical es el hecho de lo que representaba, para una mujer de los siglos XVI y XVII, la posibilidad de poder trabajar y de tener una independencia económica con respecto a su familia. De los datos conocidos hasta el momento se puede deducir que el único sitio donde las mujeres podían ejercer una enseñanza musical retribuída económicamente era en los conventos femeninos; en todas las capillas nobiliarias las referencias son de maestros, siendo todos sus integrantes varones. Cualquier muchacha que pudiera servir para dirigir musicalmente una capilla, o formar parte de ella, tenía el privilegio de ser eximida de pagar la dote al entrar en el convento (210) ; e incluso recibía un pequeño salario por estos trabajos, como le sucedía a cualquier maestro de capilla. Por tanto, toda muchacha que tuviera aptitudes musicales y quisiera entrar en religión sabía que no estaría condicionada por falta de recursos, ya que ejercía una profesión considerada y con un sueldo. Y de la misma manera, algunos maestros podían recomendar la enseñanza musical a jóvenes que, queriendo ser religiosas, se veían imposibilitadas por la insolvencia económica de sus familias para pagar la dote. Este es el caso de un maestro de capilla de la catedral de Pamplona, Mateo Calvete; por su correspondencia con otros músicos contemporáneos suyos se sabe que tiene una sobrina a quien "le enseña canto, porque está destinada a monja y de otra suerte no podría entrar en religión por falta de dote" (211). La profesión retribuida de la enseñanza musical en un convento femenino es un hecho constatable desde el siglo XVI. Esta práctica musical afecta tanto a la Orden de las Carmelitas como a las Benedictinas o a la de Santa Clara (212). Ello significa que se valora el trabajo musical en general, y en particular el trabajo musical de la mujer. El hecho de no tener que pagar la dote es un ejemplo muy claro: como aparece en todos los documentos de las fundaciones de los conventos, la dote era necesaria para la subsistencia del propio convento (213) y solamente los fundadores o patronos de los conventos se reservaban el derecho a poder meter a familiares suyos sin tener que pagarla (214). Por tanto, al valorarse socialmente el trabajo de la monja música se convierte en una situación socialmente privilegiada. Además, en toda la documentación consultada sobre la vida musical de la clausura femenina se constata su permanente contacto con otros centros musicales (tanto capillas de catedrales o colegiatas como otros conventos de mujeres) para encontrarse, así, totalmente "al día" de nuevas tendencias y gustos populares.
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La reforma augustea supuso la división en tres provincias: Bética, con capital en Corduba, Tarraconense con capital en Tarraco, y Lusitania, recién creada, con Augusta Emerita (Mérida) como capital. La investigación arqueológica de los últimos años ha revelado que entre Augusto y los Flavios estas tres ciudades alcanzaron un alto nivel de monumentalización. Del urbanismo de Corduba quedan pocos restos, pues la mayor parte de la ciudad romana se ha visto sepultada bajo el peso de su propia trayectoria históricourbanística. Se fundó, según Stylow, como colonia latina, y tras los avatares sufridos por su destrucción en las guerras entre César y Pompeyo, recibirá del propio César, o de Augusto, el status de colonia romana. La refundación augustea de la ciudad trajo aparejada la remodelación de su urbanismo. Con una extensión aproximada de 60 Ha., Corduba estaba rodeada, desde su fundación, con una muralla que sufrió sucesivas ampliaciones. Presentaba una planta alargada con tendencia cuadrangular en la parte norte sin que se pueda precisar su forma exacta en el flanco Sur. El trazado del decumanus maximus coincidía con la Vía Augusta, pero poco más se puede decir de sus calles. Parece que eran de diseño ortogonal, paralelas a la línea de la muralla creando insulae rectangulares. La ciudad contaba con dos foros, el colonial y el provincial. El primero, al que se accedía a través de un arco cuyos restos se han detectado en la calle del Osario, debió existir desde su fundación pero sólo se conoce su fase augustea de acuerdo con los restos decorativos hallados. El foro provincial se ubicaba en la actual calle de Jesús y María a juzgar por las losas de pavimentación y los hallazgos epigráficos allí localizados. Nada se puede decir, por ahora, del aspecto físico de estos espacios. Mucho mejor informados estamos sobre Tarraco gracias a los recientes estudios del TED'A. El asentamiento romano, de carácter militar, surge en la parte alta de una colina que desciende de norte a sur hacia la vaguada del puerto formada por el río Francolí. En esta zona baja se han detectado restos de ocupación ibérica, lo que hace suponer que, al igual que en Emporiae, se daría en Tarraco la fórmula de la dípolis hasta la fusión en una comunidad única. La fase menos conocida de la historia urbana de Tarraco es la republicana. Las reformas de César y, sobre todo de Augusto hasta época flavia, dieron a esta ciudad el aspecto de gran urbe, organizada en terrazas, de claras resonancias helenísticas. La capital tarraconense abarcaba unas 60 Ha. Se hallaba rodeada de una potente muralla construida bien tras la ocupación romana primitiva o bien en el 197 a. C. La fortificación sufrió reformas y ampliaciones en diversos momentos, manteniéndose vigente hasta el fin de la romanidad. El urbanismo de Tarraco se vio condicionado por la topografía del lugar, de manera que se crearon una serie de terrazas en las que se fueron articulando tanto los espacios públicos como los privados. El caserío se ordenó siguiendo trazas ortogonales, pero no se han podido determinar las dimensiones completas de las insulae aunque se han documentado restos de domus o grandes mansiones unifamiliares. Disponía la ciudad de un foro local o colonial situado en la parte baja del que quedan restos de una plaza y de una basílica de tres naves construida en época augustea. El conjunto público mejor documentado es el formado por el circo y el foro provincial ubicados en las terrazas superiores de la colina. El foro, cuya construcción se fecha en época de Vespasiano, constaba de dos grandes plazas situadas a diferentes cotas según un eje de simetría. En la superior se encontraba el recinto de culto rodeado por un pórtico con ventanas presidido por el templo de culto imperial del que sólo se conocen elementos arquitectónicos sueltos. La segunda terraza era una compleja estructura rodeada de pórticos, al menos en tres de sus lados, con una plaza central destinada quizá a estatuas de la elite provincial. Adosado al muro de aterrazamiento de la plaza forense se ubicaba la gradería del circo que ocupaba la parte inferior de todo el conjunto. El circo era de dimensiones reducidas (325 x 110 m) quizá por su ubicación dentro del recinto urbano. Su fecha de construcción se sitúa en época de Domiciano. Fuera del recinto amurallado se encontraban el teatro y el anfiteatro construido en el siglo I d. C. La tercera capital augustea, Emerita, fue creada hacia los años 16-15 a. C. por deductio de veteranos de las guerras cántabras, pero su urbanización se completó en época flavia y durante el siglo II d. C. El emplazamiento de Emerita se realizó en una zona donde era más fácil vadear el río Guadiana que contaba, además, con una isleta en el centro de su cauce. Fueron, por tanto, razones topográficas las que motivaron la elección concreta del lugar además de los motivos estratégicos y administrativos. A partir del primer recinto fundacional, de proporciones reducidas y forma rectangular, se pasó a la configuración de una ciudad de 25 Ha., rodeada por una muralla de la que sólo se ha podido documentar, hasta ahora, una puerta. El tejido urbano, de carácter más o menos ortogonal, se ha determinado a partir de las líneas de desagües y alcantarillas. Las insulae medían de 110 x 60 m a 80 x 75 m. Estudios arqueológicos recientes han permitido documentar la existencia de dos foros, uno colonial y otro provincial. El primero contaba con un gran templo de culto imperial (el llamado Templo de Diana), una basílica, unas termas y un pórtico. El foro de la provincia, todavía poco conocido, se ubicaba en el área noroeste de la ciudad según el hallazgo de restos de grandes edificios e inscripciones. Augusta Emerita contaba también con teatro y anfiteatro, y fuera del recinto, con un edificio circense.