<p>Algunas obras costumbristas holandesas del Barroco presentan a las criadas holgando, desatendiendo sus quehaceres, como La criada holgazana de Nicolaes Maes. Sin embargo, en algunos trabajos de Vermeer las criadas se afanan en sus labores -véase la Lechera- o colaboran estrechamente con sus señoras en los amoríos clandestinos de éstas, como podemos observar en Mujer escribiendo una carta y criada o esta escena que contemplamos. En primer plano apreciamos el estrecho corredor que conduce a la sala en la que la dueña de la casa interpreta alguna canción con la mandolina. En la pared izquierda del corredor se vislumbra ligeramente un mapa mientras en la derecha observamos una cortina que nos permite contemplar una silla en la que se depositan partituras, aludiendo una vez más a la música como vehículo para el amor. Ya en la estancia principal, en primer plano, se sitúan dos zuecos y una escoba, posiblemente de la sirvienta. La dama se sienta junto a la chimenea y dirige su interrogante mirada hacia la criada, quien acaba de entregarle una carta, mirando a su señora de manera cómplice, indicando que está al corriente de sus pasiones secretas. Algunas claves de la obra refuerzan la idea de la pasión amorosa como la chimenea o la marina que cuelga en la pared mientras que la escoba, el cojín para hacer bordados, el cesto de la ropa o la labor indican que las tareas del hogar han sido abandonadas por la mujer para refugiarse en sus pensamientos amorosos. Los diferentes elementos se sitúan de manera paralela al espectador, utilizando también Vermeer la bicromía de las baldosas para crear el efecto de perspectiva. La iluminación es verista y se extiende por igual y lógicamente, sin producir efectos llamativos, considerándose adecuada para una mejor percepción de cada uno de los motivos. Al mismo tiempo, la potente luz crea un sensacional efecto atmosférico y resalta las brillantes tonalidades, especialmente el amarillo de los vestidos de la dama y el azul de los de la criada.</p>
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La Carta de Colón Aunque los textos originales de Colón se han perdido, sabemos que el Almirante escribió en castellano varias cartas anunciando el descubrimiento de las Indias. Una se la envió al escribano de ración del reino aragonés, Luis de Santángel; otra al tesorero, también de Aragón, Gabriel Sánchez; ambas son epístolas diferentes, aunque de texto similar; y es probable que una tercera tuviera como destinatarios a los mismos monarcas. Las dos primeras se conocen; la de los reyes no ha llegado a nosotros. Existe también una copia coetánea que se guarda en el Archivo de Simancas. El texto que ofrecemos aquí corresponde a la trascripción y publicación hecha por Carlos Sanz del original impreso en Barcelona en los talleres de Pedro Posa, a primeros de abril de 1493. La citada carta lleva fecha de 15 de febrero y termina con un anima o postcríptum añadido a la carta y fechado el 14 de marzo de 1493. Si grande es el hecho del descubrimiento, mayor --si cabe-- es el momento en que se divulgó la noticia, y toda la Cristiandad tomó conciencia del suceso. Un suceso --convenía pregonarlo a los cuatro vientos-- que tuvo a los reyes de Castilla como impulsores máximos, y a don Cristóbal Colón como ejecutor en su nombre. Los documentos colombinos debieron tomar rumbo a la corte el mismo día de desembarcar en Palos (15 de marzo de 1493) o poco más. El 22 hay constancia de que ya se conocían en el cabildo de Córdoba, y el 30 los Reyes, desde Barcelona, escribían al Almirante y le rogaban que fuera pronto a encontrarse con ellos. Pocos días después, probablemente a primeros de abril, la Carta de Colón se imprimía ya en la ciudad condal. El texto original colombino estaba escrito en castellano y en dicho idioma se hizo la primera edición. Poco después Leander del Cosco traducía al latín la carta de Gabriel Sánchez, conociéndose nueve ediciones de la misma. Dati la tradujo al italiano y se conocen cinco ediciones. Una segunda edición castellana data de 1497 y fue impresa en Valladolid; de ésta sólo se conserva el ejemplar de la Biblioteca Ambrosiana de Milán. No faltaron ediciones en catalán, alemán, francés e inglés. Se ha dicho de la Carta de Colón que es el primer noticiario en lengua castellana que recorre el mundo; el primer documento impreso referente a la Historia de América; es, en suma, una llamada a la Cristiandad para que celebre con alegría y grandes fiestas el acto portentoso que acaba de cumplirse, con la esperanza de que no sólo España sino toda la Cristiandad tendrá en el Nuevo Mundo refrigerio y ganancia. Luis Arranz Márquez La Aguilera, Burgos, marzo de 1985
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En el año 1500 Juan de la Cosa concluye su famoso mapa, en el que representa todas las tierras descubiertas hasta entonces tanto por españoles y portugueses como por Sebastián Caboto, al servicio de Inglaterra. La zona central la preside una gran rosa de los vientos, con una representación de la Virgen María, referencia religiosa del autor, nacido en Santa María del Puerto, Santoña. Por el lado superior del mapa, el autor muestra con detalle el Atlántico norte, en sus fachadas europea y americana. También aparecen las Azores y la costa del actual Canadá, explorada muy poco antes por Caboto. Las islas del Caribe -Bahama, Cuba, Jamaica y Santo Domingo- están por primera vez representadas. Cuba aparece separada del continente, contrariamente a lo defendido por Colón. Africa está magníficamente representada. En el dibujo, se aprecia el gran conocimiento que tenían los europeos de sus costas, pero también lo poco que sabían de su interior. En su lugar, el autor representa símbolos alusivos a los mitos y noticias traídas por los viajeros medievales. También aparece la India, recientemente alcanzada por Vasco de Gama. Se adorna con tres carabelas portuguesas y un barco autóctono, posiblemente un junco. La carabela portuguesa, más pequeñas que las castellanas, eran también más maniobrables y veleras. El sector oriental de la costa americana fue explorado por el mismo Juan de la Cosa, junto a Alonso de Ojeda y Américo Vespuccio. Aquí, el autor representa a dos naos castellanas, que integraban la expedición y que serán las naves que permitan explorar las regiones oceánicas hasta entonces desconocidas. Por último, el autor inserta una imagen de San Cristóbal junto a la inscripción "Juan de la Cosa la fizo, en el puerto de Santa María en año de 1500".
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En el siglo XIX, al abrigo de la industrialización, la burguesía comercial y financiera se impone como clase dominante. Al mismo tiempo, las ciudades, cada vez más pobladas gracias a la inmigración y la mejora de las condiciones de vida, se ensanchan con el surgimiento de nuevos barrios y modernas edificaciones. La burguesía, clase fundamentalmente urbana, intentará reflejar en los barrios que habita y en sus viviendas su forma de vida característica, su nueva situación de privilegio. La casa es, de alguna manera, reflejo del orden vertical en que se organiza la sociedad. Habitualmente, la planta baja es un espacio dedicado a las tiendas, los almacenes o los talleres. También se halla en este nivel la portería. La vivienda del propietario se halla en el primer piso, pudiendo ocupar toda la planta. Los dueños de los edificios eligen las primeras plantas para vivir, antes de la invención de los ascensores. Es éste el piso mejor ventilado y más luminoso, con amplios salones para recibir a las visitas. En ellos, la rica decoración habla de la reputación del propietario. El segundo y el tercer piso se dividen en varias viviendas. Estas son más modestas, y en ellas suelen vivir en régimen de alquiler familiares o conocidos del dueño del edificio. Personajes de un segundo nivel económico se afanan por aparentar una mejor situación. El último piso, bajo la cubierta del edificio, lo ocupan las buhardillas, viviendas peor iluminadas y mucho más pequeñas e incómodas. En ellas, se aloja el servicio del dueño de la casa, o bien son alquiladas a personas de escasos recursos económicos. Algunos de sus ocupantes, como modistillas o emigrantes del campo, han de trabajar en casa para complementar su salario en la fábrica.
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La casa campesina, unidad de residencia y producción, es la auténtica domus, término con que se designa a un tiempo el hogar y el conjunto de bienes privados familiares. Ella cobija a la familia, los animales, las reservas de alimentos, las cosechas y los aperos de labranza. Sus dimensiones son variables, encontrándose modificadas en razón de la estructura familiar dominante, por motivos económicos, demográficos, de estrategias matrimoniales, fórmulas de sucesión y reparto de la riqueza, etc. Se suelen construir, indistintamente, de tierra, madera o piedra, dependiendo siempre del material más común y abundante en cada zona. Durante el siglo XVIII, las otras veces abundantes casas de una sola habitación, se van reduciendo, sobre todo en las áreas europeas de economía agraria más desarrollada, a los sectores humildes de la sociedad rural, siempre que se trate de viuda o una pareja con hijos pequeños, y a los mendigos, constructores también de chozas. Entre los labradores y los artesanos rurales aumentan las casas con, al menos, dos habitaciones, establos y lagares independientes. En ellas, la importancia del mobiliario aumenta. La cama principal es para el matrimonio cabeza de familia, a quien le corresponde el privilegio de ocupar la sala o, si lo hay, el dormitorio, lo que se considera signo de burguesía. Aún en este caso, la práctica del aislamiento nocturno de la pareja no ha llegado todavía. Cuando, en el peor y más normal de los casos, sólo existe un lecho, en él duermen también los hijos. Los armarios, que se cerraban con llave, eran muebles muy importantes dentro de las casas, pero a partir de ahora se van a sustituir por el arca que suponía una buena parte de la dote aportada por la novia.
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Los primeros años del siglo XVI significaron también un reajuste de la organización colonial. En 1501 se nombró gobernador de la Española a Nicolás de Ovando, al año siguiente se inició la instalación de colonias en Tierra Firme y en 1503 se creó la Casa de la Contratación. Fray Nicolás de Ovando fue nombrado gobernador de la colonia fundada por Colón para organizarla convenientemente. Llegó a Santo Domingo en 1502 con una enorme flota de 32 buques y 2.500 hombres e inició una administración en la que se perfiló ya nítidamente lo que sería el futuro régimen colonial español. Remodeló totalmente la ciudad de Santo Domingo, a la que dotó de buenos edificios y de un hospital; emprendió unas campañas sistemáticas contra todos los indios rebeldes hasta dominar totalmente la isla; fundó luego numerosas poblaciones (Puerto Plata, Salvaleón, Santa Cruz, Puerto Real, Lares de Guahabá, Santa María de la Vera Paz, etc.); incrementó la agricultura (introdujo muchos cultivos europeos) y la ganadería (se desarrollaron los ganados porcino, bovino, caballar y mular); y además organizó la minería, para lo cual creó las fundiciones reales de oro. Ovando implantó el sistema de explotación indígena mediante el famoso repartimiento, que se impuso por cédula del 20 de diciembre de 1503: "cada cacique acuda con el número de indios que vos (el gobernador) le señaláredes a la persona o personas que vos nombráredes, para que trabajen en lo que las tales personas les mandaren, pagándoles el jornal que por vos fuere tasado; lo cual cumplan como personas libres". El repartimiento originó una gran mortandad indígena, ya que los naturales no estaban acostumbrados a un sistema laboral intensivo. Se recurrió entonces a traer indios de las Lucayas, con idéntico resultado. El Gobernador ordenó también en 1503 el traslado de los indios a poblados, con objeto de facilitar su evangelización y policía (cuidado), además de facilitar su utilización como mano de obra. Otras de sus realizaciones fueron mandar circunnavegar las islas de Santo Domingo y Cuba, y autorizar en 1508 a Ponce de León la conquista de Puerto Rico. El intento de establecer dos colonias en Tierra Firme se hizo con Ojeda y Vicente Yáñez Pinzón. Al primero se le nombró gobernador de Coquibacoa, zona que correspondía a lo que hoy es la península de la Guajira y al segundo de un territorio que iba "desde la dicha punta de Santa María de la Consolación, siguiendo la costa fasta Rostro Hermoso, e de allí toda la costa que se corre al norueste hasta el dicho río que vos posísteis nombre Santa María del Mar Dulce", es decir, parte de Brasil. Pinzón no pudo salir a su gobernación por varias razones, pero sí Ojeda, que fundó en 1502 un fuerte llamado Santa Cruz, en la península de la Guajira. Resultó un fracaso -el territorio era desértico- y sus socios le hicieron prisionero, despoblando el lugar. De esto vino a resultar un largo juicio en el que Ojeda salió reivindicado. La creación de la Casa de la Contratación, en 1503, fue la tercera pieza administrativa. Se trataba de un organismo estatal encargado del comercio, "trato y contrato" se decía, con las nuevas tierras descubiertas (además de América incluía Canarias y Berbería), que pretendía monopolizar para la Corona. Se estableció en Sevilla porque era un puerto interior salvaguardado de los ataques marítimos, donde se podían alistar con comodidad las flotas. La Casa recogía cuanto venía o iba a Indias; oro, algodón y algunos alimentos indígenas al principio, y luego azúcar, plata, cacao, plantas medicinales, colorantes, etc. que transformaba en monetario para la Real Hacienda. Enviaba a Indias alimentos, semillas y plantas cultivables, ganado e instrumentos de labranza, y luego azogue, aceite, vino, telas costosas, hilados y artículos de lujo. También se ocupó de los pasajeros que iban a Indias; desde los altos funcionarios hasta los emigrantes debían obtener el oportuno permiso, quedando así registrados. Para su actividad de control de la llamada Carrera de Indias o comercio marítimo con América, debía buscar los barcos adecuados, los pilotos más expertos y las tripulaciones idóneas. Por eso se vinculó a ella el cargo de Piloto Mayor, un funcionario encargado de examinar a los nuevos pilotos para dar fe de su profesionalidad. Además de estas funciones, la Casa tuvo otras de carácter científico y jurídico. Cuando la realidad americana demostró que la Corona no podía monopolizar el comercio americano, la Casa se convirtió en la gran institución del Estado que fiscalizaba dicho aspecto.
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Gran organismo metropolitano para los asuntos de Indias, creado veinte años antes que el Consejo de Indias, fue la Casa de la Contratación, cuya primera sede se estableció en un almacén de las atarazanas de Sevilla (pues al principio la Casa era poco más que un almacén para depositar el dinero y bienes que llegaban de las Indias), pasando luego a unas dependencias contiguas a los Reales Alcázares, donde radicará hasta su traslado a Cádiz en 1717. Concebida inicialmente como agencia comercial de la Corona, a imitación de la Casa da India de Lisboa, perderá pronto este carácter para convertirse en el organismo rector y fiscalizador del comercio y navegación con las Indias. Sus funciones fueron aumentando paulatinamente, de manera que además de aduana, acabó siendo una especie de ministerio de comercio y una escuela de navegación (Haring). Organizó y controló el tráfico entre España y América, correspondiéndole hacer la inspección de los buques y autorizar la travesía, recaudar los impuestos de importación y exportación, conceder las licencias de pasajeros a Indias, preparar a los pilotos, levantar mapas y cartas náuticas, resolver pleitos relacionados con el comercio indiano, actuar como albacea de los bienes de personas fallecidas en Indias... La ampliación de funciones motivó un paralelo aumento del número de empleados, de manera que a los tres funcionarios originales (contador, tesorero y factor), se añadirán muchos más, entre ellos un presidente (1579); algunos letrados asignados para los asuntos judiciales hasta que se crea en 1583 la Audiencia de la Casa; un piloto mayor para enseñar y examinar a los interesados en navegar a Indias (cargo que desempeñaron marinos ilustres como Américo Vespucio y Juan Díaz de Solís) y un cosmógrafo mayor para elaborar instrumentos náuticos. En 1552 se creó una cátedra de cosmografía y náutica, núcleo de una moderna escuela de navegación. En 1687 la Casa contaba con 110 empleados, pues las funciones se fueron ampliando y diversificando a medida que aumentaba la intervención del Consulado de Sevilla en los asuntos estrictamente comerciales. En el siglo XVIII, en un proceso paralelo al del Consejo, perderá autonomía y funciones, que pasan a un intendente general marítimo, hasta que en 1790 se disuelve la Casa de la Contratación, sustituida por aduanas (juzgados de arribadas) en los diferentes puertos autorizados a comerciar con las Indias.