En 1872 Monet se instala en Argenteuil por mediación de Manet, quien había conseguido que la familia Aubry le proporcionara una casa para alquilar. En esta ciudad, cercana a París -desde la estación de Saint-Lazare salía cada hora un tren en dirección a la villa- realizará su etapa más fructífera en la que el Impresionismo alcanza su máximo auge, convirtiéndose en el líder del movimiento. La felicidad del pintor también se extiende a su esposa, Camille, la protagonista de esta intimista escena que contemplamos. A través de una amplia puerta acristalada se puede apreciar la delicada figura de Camille, cubierta con una capa roja y con un grueso abrigo para hacer frente al frío reinante en el exterior, donde la nieve cubre el suelo y las ramas de los árboles. Los contornos se diluyen a través del cristal, empleando una rápido trazo que elude detalles y calidades táctiles para interesarse por la impresión. Esta rapidez a la hora de trabajar también la apreciamos en los visillos que permiten contemplar el jardín, realizados en tonalidades grisáceas al recoger la sensación invernal del instante. Luces, atmósferas y colores vienen determinados por un determinado momento que el artista capta directamente del natural, sentando las bases del Impresionismo.
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En la via Larga de Florencia se levanta, majestuoso, el Palazzo Médici, construido a mediados del siglo XV por Michelozzo por encargo de Cosme el Viejo. Una de sus piezas capitales es la Capilla, pintada al fresco por Benozzo Gozzoli. El eje de la estancia es la Adoración del Niño, cuadro pintado por Filippo Lippi, hacia el que se dirige el amplio cortejo de los Reyes Magos para adorarle. En la pared oriental se representa a Gaspar y su cortejo. Procedentes de Asia, el rey, símbolo de la juventud, porta incienso como regalo al Niño, incienso que se identifica con la fe y el color blanco que viste Gaspar. Baltasar y su cortejo se representan en la pared del mediodía, ya que proceden de Africa, razón por la que el rey es negro. Vestido de verde, el color de la esperanza, Gozoli ha representado al rey en plena madurez. Su ofrenda es la mirra, utilizada para embalsamar los cuerpos, recuerdo de lo mortal. El rey Melchor viene de occidente, el lugar donde se pone el sol, y se representa en la pared oeste. Lleva como ofrenda al Niño Jesús el presente del oro, regalo digno de un rey que se identifica con la caridad, por lo que Melchor viste de rojo. El rey representa la sabiduría y la experiencia de la edad avanzada. A ambos lados del cortejo se han pintado grupos de ángeles, querubines y serafines cantando al Niño. Cosme el Viejo, su hijo Piero y su nieto Lorenzo acompañan el cortejo de los Reyes, junto a sus invitados de otras cortes, entre los que destaca Galeazzo María Sforza, hijo del duque de Milán, sobre un caballo blanco. Los miembros de las grandes familias florentinas y los representantes de la Banca Médici en Brujas, Lyon o Roma esperan la llegada del cortejo. Las escenas de caza que se desarrollan en el paisaje, con perros y leopardos adiestrados, completan una imagen cortesana que refleja cómo la caza era un ejercicio propio de la nobleza. Como si de una representación teatral se tratara, unos primeros planos sirven de escenario a los protagonistas de la historia, mientras en los fondos la línea serpenteante del cortejo marca la profundidad espacial en unos paisajes de rocas, vegetación, ciudades y castillos diseñadas con un orden geométrico. La obra de Gozzoli se caracteriza por la presencia de reminiscencias góticas -el empleo del oro-, la recuperación de la Antigüedad clásica - los caballos o los retratos de perfil- y la admiración por la pintura flamenca -el detallismo y el gusto por la anécdota-. Entre las tonalidades destacan los azules de lapislázuli, los rojos y los verdes, colores identificativos de la familia Médici.
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Con este nombre se conocía una iglesia antiquísima, inmediata a la cluniacense de Sahagún, alabada por su fábrica de piedra y bóvedas, sobre columnas llenas de molduras, que indican mucha antigüedad. Desapareció como todo el famoso monasterio, tras la desamortización eclesiástica, pero es lógico atribuirle un conjunto de capiteles dispersos por Santiago y Santa Cruz de Sahagún, San Pedro de Dueñas, y los Museos de Palencia y León. En los documentos de la fundación medieval se indica que existía allí una basílica antigua arruinada, consagrada a los santos Facundo y Primitivo, cuya advocación se mantuvo; de San Facundo vienen Sanfagund y Sahagún, según se rastrea en los documentos. Aparte de varios fustes de mármol y algún cimacio, los restos más apreciables de la iglesia primitiva son los capiteles; el de San Pedro de Dueñas es de tipo visigodo, con hojas lisas y caulículos con volutas iguales; hay varios de hojas de acanto rizado y picudo, con hojas muy grandes en las esquinas para soportar pequeñas volutas, según el modelo de los de Santa María de Lebeña; destaca el grupo utilizado como pila de agua bendita en la iglesia de Sahagún, casi tan voluminosos como los de Hornija y de calidad semejante, y otro del Museo de León, con tres filas de hojas, caulículos bien desarrollados y unas esquematizaciones de ángulos paralelos entre las volutas, que son bien conocidas en capiteles visigodos de Andalucía. Aunque pueden considerarse pobres estos vestigios para la gran iglesia en que estuvieron colocados, su conservación demuestra que las piezas de primera calidad sobreviven a sus ruinas y se reutilizan habitualmente, por lo que la falta de capiteles leoneses en las grandes edificaciones monacales del siglo X y en las construcciones palatinas de León, no puede achacarse a una pérdida generalizada, sino a que son propios de un número limitado de iglesias visigodas, y sólo se han mantenido en los monasterios mozárabes, a veces pobres y sin importancia, que las sucedieron.
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Hemos hecho referencia antes al valor carismático que tenía la figura de Carlomagno y todo lo que se relacionaba con él. La más famosa de sus capillas palatinas, la de Aquisgrán, se había convertido en el símbolo de una época y en un ideal imperial. Ludovico Pío inició la construcción en Thionville, hacia el 830-840, de una capilla que la imitaba (capellam ad instar Aquensis inceptam). Carlos el Calvo también tuvo la necesidad de fortalecer su imagen imperial creando un palacio a imitación del que se había construido el más grande de los monarcas carolingios, el conjunto palatino de Compiegne, hoy por desgracia totalmente destruido, donde el oratorio, dedicado a la Virgen, seguía muy de cerca el modelo de Aquisgrán según consta en una carta del propio monarca (5, mayo, 887). Copias, algo más tardías, serían la capilla de Valkhof de Nimega, atribuida al rey Swentibold, y Santa Walpurgis de Groninge, destinada a capilla episcopal. Aún podemos rastrear esta tipología en San Donato de Brujas.Si los herederos inmediatos de Carlomagno tomaron su capilla como modelo de oratorio privado, Aquisgrán fue para las gentes del período otoniano un fascinante edificio, mito de una época, que no sólo debía ser imitado para una función concreta, sino que era todo un paradigma arquitectónico.La forma centralizada y su advocación a la Virgen influyeron en construcciones con un claro sentido funerario. El mismo enterramiento de Carlomagno en su capilla no dejaría de tener su importación. Mettlach, en el Sarre, cerca de Tréveris, conserva una vieja torre de estructura octogonal con un piso de tribunas de triple arcada. Formaba parte de un monasterio benedictino fundado en el siglo VIII por Liiutwin. El abad Leofsinus construyó esta torre como conjunto funerario en honor del fundador. El obispo Notger mandó construir para su sepultura la capilla de San Juan de Lieja, de la que sólo se conserva el cuerpo occidental. Era un importante edificio con un núcleo central hexagonal y un muro envolvente de dieciséis lados. También se relaciona con el mismo Notger otro edificio de estructura centralizada como la iglesia de Muisne, cerca de Malinas.Será uno de los edificios más preciosos y mejor conservados de esta época, la Iglesia de Ottamarsheim, en Alsacia, el que permita conocer una buena imitación otoniana. Correspondía un monasterio de monjas, fundado por Rodolfo de Altenburg, hermano del obispo Werner de Estanburgo. Recibió una consagración solemne en 1049, cuando León IX emprendió su famoso viaje de consagraciones. Es una construcción compuesta por un octógono central envuelto por otro; sobre el ambulatorio, se dispone una piso de tribunas que, como en Aquisgrán, se abrían hacia el espacio central. Un ábside cuadrado y una torre-pórtico se colocaban en el eje del conjunto. Ha perdido, con respecto al modelo, la esbelta proporción, su longitud es casi igual a la altura; también su decoración monumental queda reducida a los característicos capiteles otonianos, cúbicos y lisos.Donde mejor percibimos que se está realizando un monumental homenaje del edificio carolingio es en el cuerpo occidental que cierra la catedral de Esen (iglesia de la Santísima Trinidad). Sólo un arquitecto con sensibilidad podía pensar en combinar parte de un edificio centralizado con una planta basilical, consiguiendo una perfecta articulación de ambas partes, aunque no tengamos la suerte de conservar las naves originales del proyecto. Parece como si tres paños del octógono central de Aquisgrán hubiesen sido transplantados a la catedral otoniana para configurar su ábside occidental, destinado a albergar una tribuna señorial que, de esta manera, alcanzaba un aspecto digno de un emperador. Esta parte del templo quedaba incluida en un cuerpo torreado poligonal, cuyo volumen se aprecia nítidamente al exterior enmarcado por dos torrecillas para escaleras. Fue una fundación carolingia, reconstruida por una nieta de Otón, Matilde, antes de 1011, y por la abadesa Teófanu, antes de 1058.
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Cuando Julio II accedió al trono papal en 1503 decidió enriquecer la decoración de la bóveda de la Capilla Sixtina, encargando seis años más tarde los trabajos a Miguel Angel, quien empleó tres años en su realización, entre enero de 1509 y agosto de 1511. La bóveda fue dividida en nueve compartimentos que narran una escena bíblica cada uno, alternando grandes espacios con otros más menudos. La Creación de la Luz es la escena que inicia la serie, acompañado a la izquierda por el Profeta Jeremías y a la derecha por la Sibilia Líbica. A continuación se halla la Creación de las plantas y los astros, apreciándose a la izquierda el luneto con las figuras de Salmón, Booz y Obed y en la derecha Jesé, David y Salomón. La tercera escena es la Creación del mundo, con la Sibila Pérsica a la izquierda y el Profeta Daniel a la derecha. La famosa Creación de Adán es el cuarto episodio, acompañado de dos lunetos: a la izquierda el que muestra a Roboam y Abías y a la derecha en el que se hallan Asa, Josafat y Joram. La Creación de Eva ocupa el quinto espacio, representándose en la izquierda el Profeta Ezequiel y en la derecha la Sibila de Cumas. La sexta escena nos muestra el Pecado Original y la Expulsión del Paraíso mientras que en el luneto de la izquierda encontramos a Ozías, Joatam y Acaz; en la derecha se hallan Exequias, Manasés y Amón. El Sacrificio de Noé es el séptimo episodio acompañado en la izquierda por la Sibila de Eritrea y en la derecha el Profeta Isaías. El Diluvio Universal se muestra en octavo lugar, apreciándose en el luneto de la izquierda las figuras de Zorobabel, Abibud y Eliacim mientras que en la derecha se hallan Josías, Joaquín y Salatiel. La Embriaguez de Noé es el episodio que cierra la serie, mostrándose en la izquierda el Profeta Joel y en la derecha la Sibila Délfica. La bóveda se completa en su parte final con el Profeta Zacarías y en las pechinas escenas de la historia de David y Goliat en la izquierda y de Judit y Holofernes en la derecha.
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El nuevo jefe de gobierno, Dönitz, carecía de capacidad de maniobra para intentar una política coherente de rendición. Por eso se dejó llevar por la corriente suponiendo que cada comandante militar haría lo imposible por salvar los restos de sus tropas entregándolas a los aliados occidentales, tal como de hecho sucedió. Pero el día 3 hubo de adoptar una política oficial y envió al almirante von Friedesburg a iniciar negociaciones con el enemigo que hasta el momento había sido más comprensivo, Montgomery. El tres de mayo se entrevistaron ambos militares y el británico se mostró dispuesto a aceptar la rendición de todas las fuerzas de su sector, así como las de Holanda, Dinamarca e islas de la zona y los de la marina, pero se negaban a recoger la capitulación de las fuerzas de Alemania del Norte, pues esencialmente se habían enfrentado a los soviéticos y era a éstos a quienes debían rendirse (8). El Gobierno Dönitz quedó bastante decepcionado con la respuesta británica, sobre todo porque al rendir a la Marina y al entregar Dinamarca se perdería el medio para transportar a las guarniciones alemanas dispersas por el mar Báltico y se carecería de un lugar al que conducirlas. Sin embargo, cedió, mientras la Marina hacía un desesperado esfuerzo para evacuar Hela, Carisia y cuanto se pudiera del ejército de Curlandia. El día 4 de mayo, a las 18,20 horas, se firmó en el cuartel general de Montgomery la primera de las rendiciones oficiales alemanas, aunque sólo comprendiera a las fuerzas armadas del norte de Alemania, Holanda y Dinamarca. La víspera, en Flensburgo, capital de lo que quedaba del III Reich, se había producido una patética reunión con los representantes de los núcleos más grandes de tropas que aún se mantenían en combate: los grupos de ejércitos de Curlandia y de Checoslovaquia. Estudiaron la forma de retirarse para capitular ante los occidentales y no se halló solución alguna. Para los de Curlandia, únicamente cabía evacuar los heridos y algunos millares de hombres de cada división. Para los de Checoslovaquia, a las órdenes de Schoerner, la retirada escalonada hasta alcanzar las líneas occidentales era igualmente desesperada. Un cálculo apresurado estimó que esas tropas, cerca de un millón de hombres, necesitaría 15 días como mínimo para alcanzar las líneas americanas... A todos los reunidos les pareció improbable que los aliados permanecieran tanto tiempo inactivos, pero se acordó intentar el repliegue. Los temores del almirante Dönitz se convirtieron en realidad horas después. Desde el sur de Alemania le llegaba la información de Kesselring según la cual el generalísimo de los ejércitos aliados occidentales, Eisenhower rechazaba la capitulación de sus tropas, exigiendo la rendición incondicional de todos los ejércitos alemanes. Pese a conocer las estipulaciones de Yalta, Dönitz no podía entender la intransigencia del general norteamericano. Supuso que Kesselring no habría negociado convenientemente o que Eisenhower no quería tratar con un general enemigo, prefiriendo hacerlo con un gobierno. Así envió al cuartel aliado, en Reims, al almirante von Friedesburg. El 5 de mayo, por la tarde fue recibido por el general Bedel-Smith, jefe del Estado mayor de Eisenhower. El almirante no tuvo ocasión de abrir la boca para exponer sus pretensiones, porque Smith le entregó un pliego de condiciones exigidas por su jefe: "capitulación incondicional ante todos los aliados de todas las fuerzas armadas alemanas aún combatientes". Las argumentaciones de von Friedesburg sobre las brutalidades de los ejércitos soviéticos, sobre los peligros que correrían fuerzas desarmadas en los países que habían ocupado a merced de la furia popular o de los partisanos, fueron inútiles. Bedel Smith le puso ante la única alternativa existente: decir sí o no al pliego de condiciones... Aún insistió el almirante, poniendo ante el norteamericano los acuerdos logrados 24 horas antes con Montgomery... Todo fue en vano. Smith resolvió la cuestión preguntando si von Friedesburg tenía poderes para firmar o rechazar las condiciones expuestas. Friedesburg no era un negociador plenipotenciario, de modo que hubo de informar a Dönitz de la situación. El jefe de estado alemán, lleno de amargura, envió a Reims al general Jodl. Fue, probablemente, un mal representante para los intereses alemanes. Aquel militar distante y frío no era consciente de los sufrimientos de los soldados y civiles del Este. Tras haber vivido a la sombra de Hitler durante toda la guerra, estaba imbuido en la terrible idea de que la derrota era consecuencia de la falta de valor y de sacrificio del pueblo alemán, que bien merecido se tenía su desastrosa situación; por los mismos motivos, creía inminente la ruptura entre los aliados del este y del oeste y fue a Reims con la intención de ganar un poco de tiempo. Evidentemente fracasó. Hubiera sido dificilísimo mover a Eisenhower de sus posiciones, pero sólo acudiendo a los horrores que estaba padeciendo una población inocente se hubiera podido lograr algo de él. Su juego fue tan claro que Smith, poniéndole ante las consabidas condiciones, le dijo que no iniciara maniobras dilatorias, porque no iban a romperse los acuerdos establecidos por los aliados. Jodl se retiró a deliberar con sus consejeros y regresó poco después con una contrapropuesta, que aceptaba los planteamientos norteamericanos, pero que posponía la firma de la capitulación hasta el día 10-11; entre tanto se suspendían las hostilidades. Bedel Smith trató de echar una mano a los negociadores alemanes y no se negó a la transacción, sino que acudió a consultar con Eisenhower. La delegación alemana comenzó a tener esperanzas. Ganar cuatro días no era mucho, pero hubiera permitido repatriar a muchos millares de soldados desde los Balcanes, el Báltico y Checoslovaquia... Su alegría duró poco. Eisenhower rechazaba la contrapropuesta alemana. La capitulación debería firmarse allí mismo y entraría en vigor a las 0 horas del día 9 como fecha tope. Si los alemanes no firmaban, los aliados reanudarían los bombardeos y cerrarían sus líneas civiles y militares, obligándoles a tratar sólo con los soviéticos. Jodl hubo de solicitar permiso al gobierno de Flensburgo. Horas después a las 1,30 horas del 7 de mayo, llegó la respuesta: "Plenos poderes para la firma según las condiciones comunicadas, concedidos por el gran almirante Dönitz. Firmado Keitel". Una hora más tarde tuvo lugar la ceremonia de la capitulación. En una sencilla habitación, cuyas paredes estaban cubiertas de mapas militares, aguardaban a los alemanes representantes de las potencias vencedoras, con el general Eisenhower a la cabeza. El general en jefe de las fuerzas aliadas occidentales preguntó a Jodl por medio de un interprete si había leído las condiciones y si estaba de acuerdo. A las 2,41 horas de aquella madrugada firmaron la capitulación por parte de Alemania el coronel-general Jodl, el almirante von Friedesburg y el mayor Oxenius, representando respectivamente a la Wehrmacht, la Kriegsmarine y la Luftwaffe. Eisenhower, serio y con un gesto de desprecio que no borró ni un instante durante todo el acto, se limitó a decir a Jodl por medio del intérprete: "Queda usted ligado oficial y personalmente a la responsabilidad de que no se contravengan los puntos de este documento de capitulación, así como por lo que se refiere a la entrega oficial a Rusia, para lo cual deberá comparecer en Berlín el comandante en jefe alemán en el momento en que lo determine el mando supremo soviético". Concluidas las firmas, Jodl se levantó y, dirigiéndose a Eisenhower, dijo: "General, con esta firma el pueblo alemán y las fuerzas alemanas han sido entregadas al vencedor, para su provecho o para su perdición. En esta guerra que ha durado cinco años, ambos han padecido y sufrido más que ningún otro pueblo en el mundo; en esta hora no me queda más que confiar en la magnanimidad del vencedor". Nadie le respondió. Recorrió con sus ojos el grupo de rostros severos distantes o abiertamente hostiles y, como nadie dijera nada, abandonó la habitación. Cuando la comisión firmante en Reims regreso a Flensburgo, aquel "gobierno de opereta", como le calificó AIbert Speer, uno de sus ministros, se sintió por algunas horas agobiado de trabajo. Hubo que mandar cientos de telegramas, de enlaces, de mensajes, de órdenes... Por un momento aún se sintió el régimen de Dönitz pleno de autoridad y actividad. Había que explicar lo firmado y enseñar cómo aprovechar los resquicios que concedía la capitulación incondicional para seguir marchando hacia el oeste y rendirse a los occidentales. También hubieron de reunir la delegación que firmaría la capitulación definitiva en Berlín: el mariscal Keitel, al almirante von Friedesburg y el general de la fuerza aérea Stumpff. El ocho de mayo recibió Dönitz una de las escasísimas muestras de que los aliados le reconocían como autoridad suprema del pueblo alemán: se le avisó de que la delegación plenipotenciaria para dar fin a la guerra debería estar en Berlín con toda urgencia. La delegación hizo el viaje por vía aérea. Al sobrevolar Berlín pudieron contemplar aterrados la inmensa destrucción de la ciudad, aún plagada de incendios y sobre la que se elevaban densas columnas de humo. Fueron conducidos en automóvil hasta el distrito de Karlshotst, donde firmaron los tres jefes representando a sus armas respectivas y en conjunto por el mando supremo de las fuerzas armadas alemanas. Eran las 0,15 horas del 9 de mayo. Por parte aliada estuvieron presentes el mariscal soviético Zhukov, el británico Tedder y los generales Spaatz y De Lattre de Tassigny de los EE.UU. y de Francia respectivamente (9). Había llegado la paz. Una paz militar porque los aliados no se molestaron en una capitulación política, de gobierno.
Personaje
Actriz cómica y tonadillera. La Caramba fue una de esas artistas que la gente siempre recuerda, y es que el pueblo de Madrid del Siglo de las Luces la colocó en el parnaso de las leyendas románticas españolas, al lado de toreros, bandoleros y gitanos célebres. Su vida, intensa, como su gracia y su arte, estuvo plagada de tardes de éxitos en los coliseos madrileños. Nacida en Motril, abandonó la casa de sus padres porque le apasionaba actuar y quería dedicarse a la diversión pública. María llegó a la corte en 1776 en un momento en que chocaban dos tendencias contrapuestas en el espectáculo: la primera, continuación del teatro del Siglo de Oro y la segunda, la corriente del teatro moderno necoclasicista, importada desde Francia por los nuevos personajes ilustrados de la corte. María Antonia se mostró como una apasionada defensora del teatro nacional. Fueron famosas sus interpretaciones cómicas en las que ridiculizaba de forma irónica los gorgoritos de la ópera italiana y el amaneramiento de los afrancesados. La Caramba fue una excelente intérprete de coplas populares, arias italianas, zarzuelas y óperas. También interpretó el fandango, uno de los bailes más divulgados del momento. La actriz alcanzó su cenit profesional en 1779, fecha en que ascendió a graciosa de música. En ese mismo año, las comedias a representar debían pasar el visto bueno de la censura inquisitorial, aunque era el propio pueblo quien mantenía en cartel las obras en función de su aceptación. En 1780, La Caramba fue denunciada por la Duquesa de Benavente y la Duquesa de Alba, protectora habitual de gentes de la farándula y el mundo de los toros, por una tonadilla en que imitaba a las dos damas insinuando ciertos amoríos de estas con hombres afamados de Madrid. En 1781, de manera sorprendente, la actriz contrajo matrimonio. Aquella nueva situación no se adecuó a las expectativas de la actriz, que volvió de nuevo a los escenarios al cabo de un mes. En 1784, también de manera sorprendentemente, cuando contaba 35 años y estaba en la cumbre profesional, una decisión visceral la llevó a retirarse del escenario y de la vida pública. Su voz se apagó de repente, y con la misma intensidad que había sido notoria y pública pasó a una vida retirada. Murió en 1787 y, aún después de muerta, siguió siendo una de las mujeres más admiradas por el pueblo de Madrid. En 1942, una Zarzuela titulada La Caramba incluía una tonadilla "¡Viva el salero; que viva! ¡Viva la Alhambra! Y vivan los ojos negros, negros, negritos, de la Caramba!".
obra
Conocido como La carga, este cuadro es una de las obras más significativas del realismo social en España, ya que representa con toda crudeza la represión por parte de la Guardia Civil a caballo de una manifestación obrera en Barcelona, concretamente la que con motivo de la huelga general paralizó la Ciudad Condal el 17 de febrero de 1902. Hay que destacar el realismo del marco donde se desarrolla la escena, que tiene como telón de fondo el paisaje fabril de la ciudad presidido por la silueta de Santa María del Mar, y también lo audaz de la composición, con un manifestante caído en primer término y un gran espacio vacío que le separa de las masas que huyen despavoridas entre la represión. Premiado en la Exposición Nacional de 1904, es considerado como una de las obras maestras de este pintor.
contexto
Los carros cumplieron con gran celeridad su misión, a partir de un nuevo repliegue hasta posiciones situadas al norte de Florencia, sobre las ciudades de Lucca y Pistoia. Sin embargo, los aliados atacaban de nuevo con el VIII Ejército, y el día 20 la brigada griega de montaña liberaba la importante ciudad portuaria de Rímini. Una semana antes, el V Ejército comandado por el general Clark lanzaba en el oeste una ofensiva paralela. El 17, sus fuerzas habían ocupado un tramo de once kilómetros de longitud de la misma Línea Gótica. Esta progresión se vería momentáneamente detenida ante la presencia de cuatro divisiones alemanas, pero llegados los últimos días del mes de septiembre, las fuerzas de la Wehrmacht continuaban retirándose hacia el norte. Su principal preocupación estribaba en cortar el paso del enemigo hacia la ciudad de Bolonia, principal nudo de comunicaciones del país. Pero para entonces un nuevo elemento dificultó las operaciones: el mal tiempo otoñal favorecía la aparición del barro e impedía el avance de hombres y máquinas. A principios de octubre, los alemanes demostraron su voluntad de negarse a proseguir los sucesivos repliegues realizados. Mientras, la mejoría de las condiciones climatológicas había permitido a los aliados la utilización masiva de su aviación y artillería. Con todo, la situación no era buena para los angloamericanos, ya que se estaba poniendo de manifiesto de forma clara el hecho de que los alemanes habían tomado la decisión de resistir a toda costa en las posiciones en que se encontraban. Esto había quedado demostrado al observar el fuerte incremento en el volumen de su artillería, que ahora respondía eficazmente a los ataques del adversario. La ofensiva aliada quedaría de esta forma detenida a una distancia de solamente dieciséis kilómetros de la ciudad de Bolonia. Los atacantes ya no podían utilizar la aviación debido al mal tiempo reinante, por lo que sus posiciones se vieron debilitadas en gran medida. Además, las continuas peticiones hechas por los generales Alexander y Clark de nuevos refuerzos de tropas no fueron escuchadas por sus superiores, que tenían puesto todo su interés en las operaciones realizadas en el norte de Francia. Por el contrario, Kesselring se veía fuertemente reforzado en estos momentos con el envío de nuevos efectivos. Firme en su idea de contener en lo posible el avance soviético, Churchill insistía en la necesidad de efectuar un desembarco anfibio en la península adriática de Istria para alcanzar Viena lo antes posible. Mientras, un total estancamiento se demostraba en el escenario bélico italiano, que si animaba el optimismo de los alemanes actuaba en sentido contrario sobre los aliados. Para éstos resultaba ya evidente que era imposible una conclusión victoriosa del conflicto dentro de aquel mismo año de 1944. El aplazamiento de la ofensiva iniciada en el verano tenía varias causas diferentes y complementarias entre sí. Primeramente, la inesperada resistencia opuesta por los alemanes, que no se había previsto en absoluto. En segundo lugar, la necesidad de retirar tropas de este frente para enviarlas a territorio francés. Y, por fin, la necesidad del traslado de tropas británicas para pacificar a la ya liberada Grecia, donde se había iniciado un cruento enfrentamiento civil entre los sectores opuestos que habían integrado la resistencia antialemana. Todos estos motivos harían que, llegado ya el invierno, quedase olvidada ya toda posibilidad de adelantarse al avance soviético en Centroeuropa a través del norte de Italia. Para los meses siguientes, la conferencia de jefes de Estado Mayor reunida en Yalta había decidido que, dada la imposibilidad de lanzar un ofensiva a gran escala en la península, deberían realizarse de forma continua operaciones de desgaste del enemigo, manteniéndole siempre en jaque permanente. Mientras, la retirada de tropas con destino al frente occidental proseguía, y no se vio detenida hasta los últimos días de marzo de 1945. Pero para entonces, también los alemanes habían visto reducidas sus fuerzas. Parte de ellas había sido trasladada a la ya acosada Alemania, mientras que otras habían sido empleadas en las operaciones de ocupación del territorio húngaro, que habían sido realizadas ante los deseos de Budapest de pactar con la amenazadora Unión Soviética. Gran parte de la actividad de las fuerzas aliadas durante el inicio de la primavera de 1945 estuvo dedicada a la construcción de los denominados puentes Bailey, hasta un total de más de 2.500. Estos servirían tanto para suplir los volados por el enemigo como para facilitar los movimientos de las fuerzas en todos los posibles frentes. Al mismo tiempo, el escenario bélico se veía equipado por una serie de armas y pertrechos cada vez más perfeccionados en todos los aspectos. La obligada tregua había permitido además llevar a cabo un vasto plan de adiestramiento general de las tropas, en previsión de las actividades a realizar tras la reanudación de la ofensiva.
obra
Este dibujo, que procede de la colección del Cardenal Massimi, fue realizado por Poussin para el Cardenal Rospigliosi, otro de sus mecenas habituales, para quien realizó otra escena de tipo alegórico, La danza de la Vida humana. El lienzo, con todo, se ha perdido, y sólo se conoce su existencia por un grabado de Dughet. El tema, como era costumbre en él, había sido elegido por el propio prelado. Representa a la Caridad, una de las virtudes teologales, opuesta a la envidia, representada habitualmente como una mujer dando limosna o, como en este caso, a una mujer alimentando a unos niños. A pesar de tratarse de un tema específicamente cristiano, la representación no puede ser más clásica, más cercana a los modelos griegos y romanos.