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Las manifestaciones artísticas, que en otras culturas o momentos corresponderían al modelo de esculturillas, en el Calcolítico se sustituyen por los denominados ídolos. Salvó contadas excepciones, estos objetos proceden de contextos funerarios y dada la reiteración de sus atributos y del sexo femenino, tienden a identificarse con la divinidad megalítica, especie de diosa, protectora del muerto, o regeneradora y omnividente, caracterizada por sus grandes ojos a manera de soles, arcos superciliares muy marcados, tatuajes faciales, cabellera en series verticales de zigzags y, en muchos casos, representación esquemática de los adornos o el ropaje a base de esquemas geométricos. Este es el denominador común plasmado en multitud de siluetas, que oscilan desde la delimitación del contorno correspondiente a la cabeza, diferenciada del tronco, con o sin representación de los brazos, hasta simples placas rectangulares u objetos cilíndricos, pasando por morfologías más extrañas, que en no pocas ocasiones carecen de cualquier referencia corpórea o decorativa que rebase la estrangulación de la silueta.
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Desde 1891 Gauguin está en Tahití, concretamente en Papeete, interesándose por el exótico mundo tahitiano que le rodea, tal y como refleja en sus pinturas. Pero también se interesará por las esculturas, como podemos observar en este Ídolo, una pequeña escultura realizada en madera para la que empleó nácar en la aureola y trozos de hueso en los dientes. Este dios aterrador presenta la misma pose del Buda de Borobudur, una muestra más de la admiración de Gauguin por la escultura primitiva. El propio artista la denominó "baratija salvaje", ironizando sobre su situación personal en unos momentos cercanos a su regreso a París en septiembre de 1893. La figura que contemplamos tiene un gran parecido al ídolo que Gauguin pintó en el fondo de Arearea.
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En la concavidad de un peñón cuarcítico aislado y muy visible, comúnmente denominado el "Peñatu", existe una curiosa manifestación de arte rupestre. La figura oculada (1,12 m de altura por 64 cm) y el puñal están grabados y pintados en rojo. Figuras humanas esquemáticas y puntuaciones agrupadas en el mismo color completan la decoración.La figura antropomorfa se asemeja a los ídolos placas y el resto de manifestaciones comparte la ideología común al arte Calcolítico, aunque el puñal (¿representación añadida?), a juzgar por los remaches simulados por puntos pintados rojos, es más evolucionado que el modelo campaniforme. La proximidad a una necrópolis tumular y el aspecto de la figura contribuyen a valorar este conjunto como una auténtica estela o marcador funerario.
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Esta variante de ídolo-placa, tipo Idanha-a-Nova, es un modelo bastante realista. En el contorno recortado se identifica la parte correspondiente a la cabeza con el típico orificio para colgar, en el centro de los ojos. Los hombros y los brazos con manos muestran sin ambigüedad que las líneas grabadas y prolongadas por la espalda representan una especie de manto. El detalle de los brazos tiene su equivalente en otros ejemplos de idéntica silueta que recortan el tronco y diferencian los brazos a manera de los tipos antropomorfos en asa o idoliformes en phi propios de la pintura rupestre esquemática.
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Son abundantes los ídolos micénicos encontrados en tumbas y santuarios. Reciben su nombre por el parecido que muestran con las letras griegas, en función de la disposición de sus brazos. Son figuras muy esquematizadas, especialmente en la zona del cuerpo que se representa por medio de un simple cilindro. El rostro, sin embargo, es más detallado con grandes ojos pintados y nariz pronunciada.
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El trabajo en orfebrería alcanzó sus mayores cotas en las culturas prehispánicas de Colombia, especialmente entre muiscas y taironas, tradición que luego será recogida por la cultura inca. El mejor ejemplo lo encontramos en el tesoro de los Quimbaya que se puede apreciar en el Museo de América de Madrid, así como una excelente colección que se halla en el Museo del Oro de Colombia. La orfebrería colombiana combinaba una técnica maestra del fundido con un cuidado exquisito por la fineza de los pequeños elementos decorativos, dando lugar a un estilo perfectamente identificable. Las representaciones parecen referirse a un mundo mítico, con seres que combinan características humanas con las de águila o murciélago y otras muchas figuraciones de animales. Es también frecuente toda una gran variedad de adornos de formas absolutamente propias y originales.