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acepcion
Es el día del Perdón para el pueblo de Israel. Según manda la tradición hebrea y por indicación de la Torá, el día diez de Tishrei se realizará un acto de contrición para buscar la misericordia de H'.
Personaje Pintor
Pintor japonés y grabador en madera, nacido en Edo (actual Tokio) es considerado una de las principales figuras de la escuela de impresores Ukiyo-e, "pinturas del mundo flotante". Entró en el estudio de su paisano Katsukawa Shunsho a los quince años, tomando contacto con la novedosa técnica de la xilografía. Entre 1796 y 1802 produjo un gran número de ilustraciones para libros y estampados en color, hasta un número de 30.000, consiguiendo su inspiración en las leyendas, tradiciones y vidas del pueblo japonés. Las estampaciones más típicas fueron realizadas entre 1830-40. Las líneas libres y curvadas que caracterizan su estilo fueron transformándose gradualmente en una serie de espirales que confieren una gran libertad y gracia a su trabajo. En sus últimas obras emplea largas y quebradas pinceladas y un método de coloreado que da un tono más sombrío a su producción. Entre sus obras más conocidas se encuentran trece volúmenes de bocetos llamados "Hokusai manga" y una serie de grabados conocidos como las "Treintaseis vistas del monte Fuji". Hokusai es más admirado en occidente que en Japón. Algunas de sus obras serán importadas a París a mediados del siglo XIX, siendo coleccionadas con entusiasmo por los impresionistas como Monet, Degas y Toulouse-Lautrec, influyéndoles profundamente.
Personaje Arquitecto
Este prestigioso arquitecto de la Escuela de Chicago se formó en el estudio de Le Baron Jenney donde trabajó como deliniante, pasando después a la firma más prestigiosa de Chicago, el gabinete de Burnham & Root. En 1881 se unió a Martin Roche para establecer una importante firma especializada en arquitectura comercial. En 1889 construyeron el Tacoma Building, técnicamente impecable ya que por vez primera se emplea el esqueleto de acero como elemento exclusivo de sustentación.
contexto
Desde fines del siglo XVI hasta los años setenta del XVII la República de Holanda destacó como la primera potencia mercantil de Europa. Su papel no se limitó, ni mucho menos, a intervenir indirectamente en el monopolio comercial español de América. Por el contrario, desarrolló un activo comercio continental y extraeuropeo y erigió a su capital, Amsterdam, como el principal centro mercantil y financiero mundial. El potencial naval holandés tuvo mucho que ver con este estado de cosas. Los astilleros de la República trabajaron incansablemente, dotándola de una impresionante flota. Los holandeses desarrollaron un nuevo tipo de barco mercante con una gran capacidad de carga, el "fluit", que les permitió abaratar costos y bajar el precio de los fletes, toda vez que estaba fabricado con maderas ligeras y que requería una tripulación más reducida que los mercantes convencionales de la época. Al mismo tiempo, desarrollaron sistemas de participación en empresas mercantiles que les permitió obtener capitales procedentes de multitud de pequeños inversionistas, empleados en la explotación comercial de los barcos. Con estas bases, Holanda se convirtió en la gran intermediaria del comercio internacional. Los buques holandeses predominaban por su número en los principales puertos mercantiles de Europa. Ello explica la defensa que Holanda realizó de la política de libertad de mares frente al proteccionismo de otras potencias, que tuvo su máximo exponente en las famosas "Actas de Navegación" inglesas. El comercio holandés tuvo, durante este período de auge, dos vertientes claramente definidas: una europea y otra extraeuropea. En el Continente, Holanda jugó desde fines del XVI un activo papel en el aprovisionamiento de grano a los países mediterráneos afectados por las duras crisis frumentarias del momento, papel que aprovechó para abrirse mercados en la zona. Los contactos comerciales con Francia e Inglaterra resultaron igualmente intensos. Holanda también abrió para sus productos el mercado ruso: a partir de 1630 la navegación hacia el puerto de Arkángelsk se convirtió en una ruta regular. Muy importante fue, asimismo, el circuito triangular que los comerciantes holandeses establecieron entre sus puertos mercantiles, los del Báltico (en especial Danzig) y los del golfo de Vizcaya. Hasta la Península ibérica Holanda hacía llegar sus manufacturas, a cambio de las cuales obtenía vino, sal y especias portuguesas. La obtención de plata española era otro de los objetivos de este comercio, ya que servía como medio de pago del grano importado desde el Báltico. Más tarde, Holanda logró equilibrar en parte su déficit con el área báltica mediante exportaciones de mercancías, entre ellas productos coloniales. De esta manera consiguió liberarse de la necesidad de transferir plata española. Pero, si en Europa la República de Holanda hizo valer su supremacía comercial, el papel jugado por este país en el comercio extraeuropeo fue primordial. La penetración que llevó a cabo en el ámbito asiático se aprovechó de la debilidad del imperio portugués, subordinado por entonces a los dictados políticos de España. Holanda consiguió importantes bases en la ruta de las especias abierta un siglo antes por Portugal. En 1619 los holandeses estaban ya asentados en Batavia, en la isla de Java. Unos años después, en 1624, controlaban Formosa. En 1641, Deshima, en Japón. Y a mediados de siglo, Ceilán. En África obtuvieron dos puntos estratégicos, Mauricio (1638) y Ciudad del Cabo (1652), de gran valor como nudos de enlace del periplo marítimo del Continente africano. La explotación del área comercial extremo-oriental superaba las posibilidades de las antiguas sociedades mercantiles, muchas de ellas de carácter familiar. Requería importantes inversiones y una considerable disponibilidad de capital. Ello condujo a las compañías por acciones, que representaron un paso adelante en la configuración de la economía capitalista europea. Fue así como, a iniciativa de Jan van Oldenvarnevelt y a imitación del modelo de grandes sociedades monopolistas privilegiadas puesto a punto por Inglaterra, se creó en 1602, con un capital inicial de 6.500.000 florines, la "Verenidge Oostindische Compagnie" (Compañía Unida de las Indias Orientales), cuyas acciones pronto se cotizaron en la bolsa de valores de Amsterdam. Esta institución bursátil se convirtió en un activo centro de especulaciones, que, como novedad, se extendieron al mercado de futuros. El objetivo primordial de la Compañía fue el comercio de la pimienta, adquirida en Asia a cambio de metales preciosos. La rivalidad con otras compañías similares de otros países condujo hacia mediados de siglo a una saturación del mercado europeo de la pimienta y al consecuente derrumbe de los precios de esta exótica especia. Los holandeses paliaron los efectos de esta situación mediante una diversificación del tráfico. A las importaciones de pimienta se unieron desde entonces las de té, café, cobre, seda y tejidos de algodón. Al mismo tiempo obtuvieron ventajas de su participación en el tráfico intra-asiático, que les permitió liberarse parcialmente de la dependencia de exportar grandes cantidades de metales preciosos. El ámbito americano resultaba también interesante para el comercio holandés. La crisis del Imperio hispánico ofrecía algunas facilidades para el establecimiento de intercambios regulares al margen del monopolio español. El área caribeña resultó, en este sentido, especialmente atractiva. Surgió así la Compañía Holandesa de las Indias Occidentales, réplica para el comercio con América de la Compañía de las Indias Orientales. Ambas dispusieron de un enorme potencial económico y político. Los intereses mercantiles estuvieron ligados a los objetivos de Estado, hasta el punto de que resulta difícil distinguir entre los respectivos ámbitos de acción. El propio Gobierno participó con el aporte de 1.000.000 de florines en la fundación de la Compañía. Así como la Compañía de las Indias Orientales incluyó las operaciones militares en sus estrategias de conquista de mercados y de eliminación de rivales comerciales, la de las Indias Occidentales, en actitud agresiva contra los portugueses, se apoderó en 1637 del noroeste de Brasil y de los principales puertos negreros de la Costa de Oro africana. Cuando, unos años más tarde, abandonaron gran parte de sus conquistas brasileñas, los holandeses se hicieron con una estratégica base en Curaçao. La Compañía Holandesa de las Indias Occidentales contribuyó decisivamente a implantar en América un modelo de economía colonial distinta de la española, que se había basado en la extracción de metales preciosos y en el comercio desigual. Los holandeses iniciaron una economía de plantaciones, basada fundamentalmente en la producción de azúcar y tabaco. Para rentabilizar esta forma de producción necesitaron de una mano de obra abundante y barata, que hallaron en los esclavos negros africanos, cuyo tráfico había estado hasta entonces controlado por Portugal. Los holandeses llevaron a cabo el diseño de un circuito triangular que potenciaba enormemente las posibilidades de obtener beneficios de su economía colonial. Los barcos que partían de Holanda se dirigían en primera instancia hacia la costa atlántica del África negra, donde obtenían esclavos a cambio de telas, armas, pólvora y licores. Cargados de negros y de manufacturas holandesas llegaban a sus posesiones americanas, donde se ubicaban las plantaciones de azúcar. Este producto, junto a otros (especialmente tabaco) era luego transportado a Holanda, donde se refinaba. Los puertos holandeses actuaban, más tarde, como puntos de reexportación. Este productivo comercio triangular sería también practicado por Inglaterra. La supremacía comercial holandesa decayó como consecuencia de los efectos de las guerras navales que mantuvo con Inglaterra en la segunda mitad del siglo XVII, cuyos móviles fueron claramente económicos. La de 1672, que vino acompañada de una invasión francesa, resultó especialmente negativa para Holanda, cuya burguesía mercantil se retrajo parcialmente de los negocios y buscó inversiones más seguras. La animosidad que despertó un país de sólo 2.000.000 de habitantes tan activo en el ámbito mercantil en sus poderosos rivales le resultó a la larga nefasta. La talasocracia holandesa entraba en momentos bajos. La hora de Inglaterra había sonado.
lugar
contexto
En el transcurso del siglo XVII las Provincias Unidas habían alcanzado un notable nivel de desarrollo económico, social, político y cultural, a pesar de que las duras condiciones naturales de su pequeño ámbito territorial y su escasa población suponían importantes inconvenientes para lograr constituirse, como lo hicieron, en una de las principales potencias europeas de la época, situación dominante que supieron consolidar a lo largo de casi toda la centuria, hasta que se produjo la crisis entre 1672 y 1674 que debilitaría algo el poderío hasta entonces conseguido. Y este destacado florecimiento vino aun contando con las divisiones internas, políticas y religiosas, que alteraron en bastantes ocasiones la vida normal de la República, y con la larga guerra por su independencia completa del Imperio español. Pero el esfuerzo, laboriosidad y saber hacer de sus ciudadanos, su capacitación técnica y su espectacular crecimiento económico sentaron las bases para que una serie de pragmáticos estadistas y líderes políticos dirigieran los destinos de la joven República, hasta hacer de ella una pieza de capital importancia dentro del complicado mecanismo de las relaciones internacionales. Por todo ello, el siglo XVII fue la época dorada, en lo económico, en lo social, en lo artístico y cultural, de la federación formada por las Provincias Unidas, con Holanda a la cabeza, símbolo visible y sobresaliente de este esplendor. Constituida por la asociación de los siete territorios de Frisia, Groninga, Güeldres, Holanda, Overijssel, Utrecht y Zelanda, la federación presentaba desde los inicios de su creación una complicada estructura de gobierno. Cada uno de ellos tenía sus propios Estados provinciales, con una composición que difería según los casos, aunque lo más frecuente era la existencia destacada de los representantes de la nobleza y de las poderosas oligarquías urbanas, con la inclusión a veces de sectores campesinos que equilibraban algo el peso excesivo de los privilegiados. Un funcionario destacado, el pensionario, que hacía las veces de secretario del órgano legislativo y que se responsabilizaba del buen funcionamiento burocrático, siendo remunerado por ello, y un encargado de dirigir la milicia, el estatúder, que tenía además poderes delegados para el nombramiento de cargos y cierta capacidad ejecutiva, completaban la administración provincial dentro de la cual las ciudades tenían una clara autonomía, correspondiendo a sus influyentes sectores adinerados la designación de las autoridades locales (burgomaestre y magistrados). Los representantes provinciales se reunían en La Haya para constituir los Estados Generales, teórico órgano central de la formación estatal federativa junto a los ministros y consejos existentes a nivel de toda la República. No obstante, la capacidad de actuación de esta asamblea era muy reducida al no poder contar con la iniciativa suficiente para tomar decisiones propias sin el previo consentimiento de los poderes locales y regionales. Quienes sí lograron tener un protagonismo cada vez más grande, y alcanzar altas cotas de poder efectivo dentro de la federación fueron, por un lado, el pensionario de Holanda, encumbrado por su designación como gran pensionario, responsable entre otras importantes misiones de la política exterior de la República; por otro, el estatúder en el marco del Estado, jefe militar como almirante y capitán general, cargo desde el cual tendría una destacada posición a la hora de regir los destinos de la nación. La rivalidad entre estos dos sobresalientes dignatarios fue manifiesta durante buena parte de la centuria, tanto más cuanto ambos representaban, contando con su apoyo, a sectores sociales distintos, teniendo además diferentes estrategias de gobierno y de cómo plantear las relaciones exteriores. Simplificando al máximo, y a modo de orientación, se puede decir que el estatúder, cargo que venían ocupando y lo seguirían haciendo miembros de la aristocrática familia de los Orange, simbolizaba la fracción belicista, la de aquellos que apostaban por la guerra como medio de engrandecimiento del Estado, línea de actuación que refrendaban la nobleza y los sectores humildes, campesinos y urbanos, que arrastrados por el mensaje populista y de exaltación patriótica integrarían, llegada la ocasión, el grueso del ejército y la marina. Por su parte, el gran pensionario podía ser considerado portavoz de los grupos urbanos acomodados, de los sectores mercantiles y manufactureros, que deseaban una política menos agresiva y más pacífica, que potenciara la normalidad de los intercambios comerciales y el orden necesario para mantener el gran desarrollo de sus negocios. La estructuración política del Estado también fue objeto de disputa entre ambas corrientes. De nuevo, de forma un tanto esquemática en los planteamientos, los Orange aspiraban a conseguir un poder fuerte, centralizado y detentado por ellos, de corte aristocrático y autónomo (en suma, su tendencia monárquica y absolutista era clara), mientras que el gran pensionario, defendiendo con ello los intereses particulares de la provincia de Holanda, la más poblada y rica de la federación, se orientaba hacia la forma republicana y a un gobierno descentralizado que evitase la preeminencia que quería imponer en la cúspide del poder la familia Orange. Los períodos de dominio de una u otra opción se sucedieron, dependiendo mucho de las personalidades concretas que ocuparon dichos altos cargos y de las circunstancias, interiores y exteriores, que condicionaron la política a seguir y el tipo de organización estatal que más convenía en cada ocasión. De esta manera, la lucha por el poder de la federación y las disputas internas estuvieron muy presentes en la evolución de las Provincias Unidas durante la mayor parte del siglo, incidiendo también en los enfrentamientos de bandos la cuestión religiosa, la tensión entre gomaristas y arminianos, que en ocasiones fue utilizada como instrumento político para acabar con los peligrosos rivales. No obstante, como ya quedó señalado, estas luchas y conflictos no impidieron que la República liderada por Holanda alcanzase el rango de gran potencia de la época y que, pasados los primeros momentos de fuerte radicalismo en las posturas religiosas, se lograse disfrutar de un clima de tolerancia y de libertad creativa que contrastaba con el fanatismo y cerrazón que imperaban en la mayor parte de la Europa de entonces. Las dos primeras décadas del siglo presenciaron el duro enfrentamiento entre Jan van Oldenbarnevelt, gran pensionario desde 1586 hasta su caída y posterior ejecución en 1619, tras ser condenado por arminiano, y su amenazante contrincante el estatúder Mauricio de Orange, quien con la desaparición de su rival asumiría la dirección única del Estado con una decidida inclinación monárquica, dando además un notable cambio en las directrices exteriores al poner punto final a la tregua de los Doce Años, que había sido firmada con España en 1609, volviéndose pues a las hostilidades en 1621. Esta política belicista y de poder centralizado en la figura del estatúder fue continuada a partir de 1625 por Federico Enrique, sucesor en el cargo del fallecido Mauricio de Orange. Su mandato se interrumpiría con su muerte en 1647, en vísperas de la paz con España, que traería consigo la afirmación definitiva de la independencia de la federación, la cual mantendría su característica republicana a pesar de los afanes en contra del pro-monárquico Guillermo II, inspirador de un auténtico golpe de Estado para instaurar la realeza que no conseguiría finalmente su objetivo. Es más, con la muerte del estatúder en 1650 se iba a abrir un nueva fase de dominio republicano y de engrandecimiento de Holanda, desde cuyos Estados provinciales y altos funcionarios se tomaría el relevo en la dirección del Estado. El hombre fuerte a partir de este momento fue Jan de Witt, pensionario holandés, quien hasta la crisis de 1672 tendría una autoridad indiscutida, siendo el verdadero responsable de la política llevada a cabo por el gobierno de las Provincias Unidas. Su mandato supuso la continuidad de la fortaleza y potencialidad de Holanda, pero no pudo evitar que se produjeran los graves acontecimientos que culminaron con la invasión de la República por las tropas de Luis XIV de Francia en 1672, hecho que acarrearía su destitución seguida de su asesinato. Para entonces destacaba ya la figura salvadora para muchos de Guillermo III de Orange, reconocido como nuevo estatúder, para lo que se tuvo que revocar o dejar sin vigor una serie de disposiciones que se habían tomado años antes pretendiendo evitar lo que en aquel presente estaba ocurriendo, a saber, la vuelta de los Orange al poder y la formación de un poder de tendencia monárquico-absolutista como el que encarnaba Guillermo III.
contexto
Los principios del holandés Hendrik Petrus Berlage (1856-1934) están lejos de ese estilo cosmopolita que reflejaba los gustos de una clase media en ascenso. La clase media en Holanda tenía otras preocupaciones que le hacían estar más integrada en lo social. Berlage trabajaba en un contexto urbano y en general en el cuerpo de lo político-social. Responsable en 1901 de un plano para Amsterdam sur y preocupado por los valores de la ciudad, primó la calle, la continuidad física del entorno urbano y los monumentos representativos. En el corazón de la ciudad histórica, pretendiendo erigir un monumento moderno en sentido propio, proyecta la Bolsa de Amsterdam (1897-1903). El edificio se resuelve en una rigurosa articulación volumétrica: es una estructura exhibida de ladrillos, neorrománica, que expresa la exigencia de seguridad. La obra de ladrillo -"la pared, debe ser mostrada desnuda, con toda su prístina belleza y todo lo que se fije en ella debe ser eliminado como estorbo- contrasta con el resto de materiales -ladrillos esmaltados y normales, piedra cortada, hierro para la estructura de las bóvedas-. Reyner Banham resume sus principios: la primacía del espacio, la importancia de las paredes como creadoras de forma y la necesidad de una proporción sistemática. Las nuevas técnicas, al superar la relación estática tradicional, permiten que lo vacío domine sobre lo lleno. La lógica de Viollet-le-Duc está presente como en ninguna otra estructura del siglo XIX.