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Datos principales


Rango

Eco-soc XVII

Desarrollo


Desde fines del siglo XVI hasta los años setenta del XVII la República de Holanda destacó como la primera potencia mercantil de Europa. Su papel no se limitó, ni mucho menos, a intervenir indirectamente en el monopolio comercial español de América. Por el contrario, desarrolló un activo comercio continental y extraeuropeo y erigió a su capital, Amsterdam, como el principal centro mercantil y financiero mundial. El potencial naval holandés tuvo mucho que ver con este estado de cosas. Los astilleros de la República trabajaron incansablemente, dotándola de una impresionante flota. Los holandeses desarrollaron un nuevo tipo de barco mercante con una gran capacidad de carga, el "fluit", que les permitió abaratar costos y bajar el precio de los fletes, toda vez que estaba fabricado con maderas ligeras y que requería una tripulación más reducida que los mercantes convencionales de la época. Al mismo tiempo, desarrollaron sistemas de participación en empresas mercantiles que les permitió obtener capitales procedentes de multitud de pequeños inversionistas, empleados en la explotación comercial de los barcos. Con estas bases, Holanda se convirtió en la gran intermediaria del comercio internacional. Los buques holandeses predominaban por su número en los principales puertos mercantiles de Europa. Ello explica la defensa que Holanda realizó de la política de libertad de mares frente al proteccionismo de otras potencias, que tuvo su máximo exponente en las famosas "Actas de Navegación" inglesas.

El comercio holandés tuvo, durante este período de auge, dos vertientes claramente definidas: una europea y otra extraeuropea. En el Continente, Holanda jugó desde fines del XVI un activo papel en el aprovisionamiento de grano a los países mediterráneos afectados por las duras crisis frumentarias del momento, papel que aprovechó para abrirse mercados en la zona. Los contactos comerciales con Francia e Inglaterra resultaron igualmente intensos. Holanda también abrió para sus productos el mercado ruso: a partir de 1630 la navegación hacia el puerto de Arkángelsk se convirtió en una ruta regular. Muy importante fue, asimismo, el circuito triangular que los comerciantes holandeses establecieron entre sus puertos mercantiles, los del Báltico (en especial Danzig) y los del golfo de Vizcaya. Hasta la Península ibérica Holanda hacía llegar sus manufacturas, a cambio de las cuales obtenía vino, sal y especias portuguesas. La obtención de plata española era otro de los objetivos de este comercio, ya que servía como medio de pago del grano importado desde el Báltico. Más tarde, Holanda logró equilibrar en parte su déficit con el área báltica mediante exportaciones de mercancías, entre ellas productos coloniales. De esta manera consiguió liberarse de la necesidad de transferir plata española. Pero, si en Europa la República de Holanda hizo valer su supremacía comercial, el papel jugado por este país en el comercio extraeuropeo fue primordial.

La penetración que llevó a cabo en el ámbito asiático se aprovechó de la debilidad del imperio portugués, subordinado por entonces a los dictados políticos de España. Holanda consiguió importantes bases en la ruta de las especias abierta un siglo antes por Portugal. En 1619 los holandeses estaban ya asentados en Batavia, en la isla de Java. Unos años después, en 1624, controlaban Formosa. En 1641, Deshima, en Japón. Y a mediados de siglo, Ceilán. En África obtuvieron dos puntos estratégicos, Mauricio (1638) y Ciudad del Cabo (1652), de gran valor como nudos de enlace del periplo marítimo del Continente africano. La explotación del área comercial extremo-oriental superaba las posibilidades de las antiguas sociedades mercantiles, muchas de ellas de carácter familiar. Requería importantes inversiones y una considerable disponibilidad de capital. Ello condujo a las compañías por acciones, que representaron un paso adelante en la configuración de la economía capitalista europea. Fue así como, a iniciativa de Jan van Oldenvarnevelt y a imitación del modelo de grandes sociedades monopolistas privilegiadas puesto a punto por Inglaterra, se creó en 1602, con un capital inicial de 6.500.000 florines, la "Verenidge Oostindische Compagnie" (Compañía Unida de las Indias Orientales), cuyas acciones pronto se cotizaron en la bolsa de valores de Amsterdam. Esta institución bursátil se convirtió en un activo centro de especulaciones, que, como novedad, se extendieron al mercado de futuros.

El objetivo primordial de la Compañía fue el comercio de la pimienta, adquirida en Asia a cambio de metales preciosos. La rivalidad con otras compañías similares de otros países condujo hacia mediados de siglo a una saturación del mercado europeo de la pimienta y al consecuente derrumbe de los precios de esta exótica especia. Los holandeses paliaron los efectos de esta situación mediante una diversificación del tráfico. A las importaciones de pimienta se unieron desde entonces las de té, café, cobre, seda y tejidos de algodón. Al mismo tiempo obtuvieron ventajas de su participación en el tráfico intra-asiático, que les permitió liberarse parcialmente de la dependencia de exportar grandes cantidades de metales preciosos. El ámbito americano resultaba también interesante para el comercio holandés. La crisis del Imperio hispánico ofrecía algunas facilidades para el establecimiento de intercambios regulares al margen del monopolio español. El área caribeña resultó, en este sentido, especialmente atractiva. Surgió así la Compañía Holandesa de las Indias Occidentales, réplica para el comercio con América de la Compañía de las Indias Orientales. Ambas dispusieron de un enorme potencial económico y político. Los intereses mercantiles estuvieron ligados a los objetivos de Estado, hasta el punto de que resulta difícil distinguir entre los respectivos ámbitos de acción. El propio Gobierno participó con el aporte de 1.000.

000 de florines en la fundación de la Compañía. Así como la Compañía de las Indias Orientales incluyó las operaciones militares en sus estrategias de conquista de mercados y de eliminación de rivales comerciales, la de las Indias Occidentales, en actitud agresiva contra los portugueses, se apoderó en 1637 del noroeste de Brasil y de los principales puertos negreros de la Costa de Oro africana. Cuando, unos años más tarde, abandonaron gran parte de sus conquistas brasileñas, los holandeses se hicieron con una estratégica base en Curaçao. La Compañía Holandesa de las Indias Occidentales contribuyó decisivamente a implantar en América un modelo de economía colonial distinta de la española, que se había basado en la extracción de metales preciosos y en el comercio desigual. Los holandeses iniciaron una economía de plantaciones, basada fundamentalmente en la producción de azúcar y tabaco. Para rentabilizar esta forma de producción necesitaron de una mano de obra abundante y barata, que hallaron en los esclavos negros africanos, cuyo tráfico había estado hasta entonces controlado por Portugal. Los holandeses llevaron a cabo el diseño de un circuito triangular que potenciaba enormemente las posibilidades de obtener beneficios de su economía colonial. Los barcos que partían de Holanda se dirigían en primera instancia hacia la costa atlántica del África negra, donde obtenían esclavos a cambio de telas, armas, pólvora y licores. Cargados de negros y de manufacturas holandesas llegaban a sus posesiones americanas, donde se ubicaban las plantaciones de azúcar.

Este producto, junto a otros (especialmente tabaco) era luego transportado a Holanda, donde se refinaba. Los puertos holandeses actuaban, más tarde, como puntos de reexportación. Este productivo comercio triangular sería también practicado por Inglaterra. La supremacía comercial holandesa decayó como consecuencia de los efectos de las guerras navales que mantuvo con Inglaterra en la segunda mitad del siglo XVII, cuyos móviles fueron claramente económicos. La de 1672, que vino acompañada de una invasión francesa, resultó especialmente negativa para Holanda, cuya burguesía mercantil se retrajo parcialmente de los negocios y buscó inversiones más seguras. La animosidad que despertó un país de sólo 2.000.000 de habitantes tan activo en el ámbito mercantil en sus poderosos rivales le resultó a la larga nefasta. La talasocracia holandesa entraba en momentos bajos. La hora de Inglaterra había sonado.

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