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Siglo XVII: grandes

Desarrollo


En el transcurso del siglo XVII las Provincias Unidas habían alcanzado un notable nivel de desarrollo económico, social, político y cultural, a pesar de que las duras condiciones naturales de su pequeño ámbito territorial y su escasa población suponían importantes inconvenientes para lograr constituirse, como lo hicieron, en una de las principales potencias europeas de la época, situación dominante que supieron consolidar a lo largo de casi toda la centuria, hasta que se produjo la crisis entre 1672 y 1674 que debilitaría algo el poderío hasta entonces conseguido. Y este destacado florecimiento vino aun contando con las divisiones internas, políticas y religiosas, que alteraron en bastantes ocasiones la vida normal de la República, y con la larga guerra por su independencia completa del Imperio español. Pero el esfuerzo, laboriosidad y saber hacer de sus ciudadanos, su capacitación técnica y su espectacular crecimiento económico sentaron las bases para que una serie de pragmáticos estadistas y líderes políticos dirigieran los destinos de la joven República, hasta hacer de ella una pieza de capital importancia dentro del complicado mecanismo de las relaciones internacionales. Por todo ello, el siglo XVII fue la época dorada, en lo económico, en lo social, en lo artístico y cultural, de la federación formada por las Provincias Unidas, con Holanda a la cabeza, símbolo visible y sobresaliente de este esplendor. Constituida por la asociación de los siete territorios de Frisia, Groninga, Güeldres, Holanda, Overijssel, Utrecht y Zelanda, la federación presentaba desde los inicios de su creación una complicada estructura de gobierno.

Cada uno de ellos tenía sus propios Estados provinciales, con una composición que difería según los casos, aunque lo más frecuente era la existencia destacada de los representantes de la nobleza y de las poderosas oligarquías urbanas, con la inclusión a veces de sectores campesinos que equilibraban algo el peso excesivo de los privilegiados. Un funcionario destacado, el pensionario, que hacía las veces de secretario del órgano legislativo y que se responsabilizaba del buen funcionamiento burocrático, siendo remunerado por ello, y un encargado de dirigir la milicia, el estatúder, que tenía además poderes delegados para el nombramiento de cargos y cierta capacidad ejecutiva, completaban la administración provincial dentro de la cual las ciudades tenían una clara autonomía, correspondiendo a sus influyentes sectores adinerados la designación de las autoridades locales (burgomaestre y magistrados). Los representantes provinciales se reunían en La Haya para constituir los Estados Generales, teórico órgano central de la formación estatal federativa junto a los ministros y consejos existentes a nivel de toda la República. No obstante, la capacidad de actuación de esta asamblea era muy reducida al no poder contar con la iniciativa suficiente para tomar decisiones propias sin el previo consentimiento de los poderes locales y regionales. Quienes sí lograron tener un protagonismo cada vez más grande, y alcanzar altas cotas de poder efectivo dentro de la federación fueron, por un lado, el pensionario de Holanda, encumbrado por su designación como gran pensionario, responsable entre otras importantes misiones de la política exterior de la República; por otro, el estatúder en el marco del Estado, jefe militar como almirante y capitán general, cargo desde el cual tendría una destacada posición a la hora de regir los destinos de la nación.

La rivalidad entre estos dos sobresalientes dignatarios fue manifiesta durante buena parte de la centuria, tanto más cuanto ambos representaban, contando con su apoyo, a sectores sociales distintos, teniendo además diferentes estrategias de gobierno y de cómo plantear las relaciones exteriores. Simplificando al máximo, y a modo de orientación, se puede decir que el estatúder, cargo que venían ocupando y lo seguirían haciendo miembros de la aristocrática familia de los Orange, simbolizaba la fracción belicista, la de aquellos que apostaban por la guerra como medio de engrandecimiento del Estado, línea de actuación que refrendaban la nobleza y los sectores humildes, campesinos y urbanos, que arrastrados por el mensaje populista y de exaltación patriótica integrarían, llegada la ocasión, el grueso del ejército y la marina. Por su parte, el gran pensionario podía ser considerado portavoz de los grupos urbanos acomodados, de los sectores mercantiles y manufactureros, que deseaban una política menos agresiva y más pacífica, que potenciara la normalidad de los intercambios comerciales y el orden necesario para mantener el gran desarrollo de sus negocios. La estructuración política del Estado también fue objeto de disputa entre ambas corrientes. De nuevo, de forma un tanto esquemática en los planteamientos, los Orange aspiraban a conseguir un poder fuerte, centralizado y detentado por ellos, de corte aristocrático y autónomo (en suma, su tendencia monárquica y absolutista era clara), mientras que el gran pensionario, defendiendo con ello los intereses particulares de la provincia de Holanda, la más poblada y rica de la federación, se orientaba hacia la forma republicana y a un gobierno descentralizado que evitase la preeminencia que quería imponer en la cúspide del poder la familia Orange.

Los períodos de dominio de una u otra opción se sucedieron, dependiendo mucho de las personalidades concretas que ocuparon dichos altos cargos y de las circunstancias, interiores y exteriores, que condicionaron la política a seguir y el tipo de organización estatal que más convenía en cada ocasión. De esta manera, la lucha por el poder de la federación y las disputas internas estuvieron muy presentes en la evolución de las Provincias Unidas durante la mayor parte del siglo, incidiendo también en los enfrentamientos de bandos la cuestión religiosa, la tensión entre gomaristas y arminianos, que en ocasiones fue utilizada como instrumento político para acabar con los peligrosos rivales. No obstante, como ya quedó señalado, estas luchas y conflictos no impidieron que la República liderada por Holanda alcanzase el rango de gran potencia de la época y que, pasados los primeros momentos de fuerte radicalismo en las posturas religiosas, se lograse disfrutar de un clima de tolerancia y de libertad creativa que contrastaba con el fanatismo y cerrazón que imperaban en la mayor parte de la Europa de entonces. Las dos primeras décadas del siglo presenciaron el duro enfrentamiento entre Jan van Oldenbarnevelt, gran pensionario desde 1586 hasta su caída y posterior ejecución en 1619, tras ser condenado por arminiano, y su amenazante contrincante el estatúder Mauricio de Orange, quien con la desaparición de su rival asumiría la dirección única del Estado con una decidida inclinación monárquica, dando además un notable cambio en las directrices exteriores al poner punto final a la tregua de los Doce Años, que había sido firmada con España en 1609, volviéndose pues a las hostilidades en 1621.

Esta política belicista y de poder centralizado en la figura del estatúder fue continuada a partir de 1625 por Federico Enrique, sucesor en el cargo del fallecido Mauricio de Orange. Su mandato se interrumpiría con su muerte en 1647, en vísperas de la paz con España, que traería consigo la afirmación definitiva de la independencia de la federación, la cual mantendría su característica republicana a pesar de los afanes en contra del pro-monárquico Guillermo II, inspirador de un auténtico golpe de Estado para instaurar la realeza que no conseguiría finalmente su objetivo. Es más, con la muerte del estatúder en 1650 se iba a abrir un nueva fase de dominio republicano y de engrandecimiento de Holanda, desde cuyos Estados provinciales y altos funcionarios se tomaría el relevo en la dirección del Estado. El hombre fuerte a partir de este momento fue Jan de Witt, pensionario holandés, quien hasta la crisis de 1672 tendría una autoridad indiscutida, siendo el verdadero responsable de la política llevada a cabo por el gobierno de las Provincias Unidas. Su mandato supuso la continuidad de la fortaleza y potencialidad de Holanda, pero no pudo evitar que se produjeran los graves acontecimientos que culminaron con la invasión de la República por las tropas de Luis XIV de Francia en 1672, hecho que acarrearía su destitución seguida de su asesinato. Para entonces destacaba ya la figura salvadora para muchos de Guillermo III de Orange, reconocido como nuevo estatúder, para lo que se tuvo que revocar o dejar sin vigor una serie de disposiciones que se habían tomado años antes pretendiendo evitar lo que en aquel presente estaba ocurriendo, a saber, la vuelta de los Orange al poder y la formación de un poder de tendencia monárquico-absolutista como el que encarnaba Guillermo III.

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