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INTRODUCCIÓN Ocho años después de la conquista de México-Tenochtitlan (1521) desembarcaba en la costa oriental de lo que entonces se llamó Nueva España un grupo de diecinueve misioneros franciscanos bajo la dirección de fray Antonio de Ciudad Rodrigo, entre los que se encontraba fray Bernardino de Sahagún. No fue ésta la primera expedición de franciscanos; cinco años antes (1524), y al cargo de fray Martín de Valencia, había llegado el famoso grupo de los "doce apóstoles" como consecuencia de las decisiones del Emperador con respecto a una de las peticiones que Cortés había incluido en sus Cartas de Relación. El mismo Sahagún, entre otros, dejó constancia de ello: Pues haviendo este gran capitán Cortés conquistado y pacificado esta tierra llena de gente de gran policía y muy sabia en el regimiento de su república, y muy exercitada y diestra en el arte militar (que ellos usavan) y muy servidora y reverenciadora de sus ídolos, dio luego noticia al muy cristianíssimo Emperador Carlo, quinto de este nombre, Rey de las Españas, el cual, como cristianíssimo, luego dio relación al Sumo Pontífice, León 10, de todo lo que pasava y le suplicó proveyese de personas idóneas que entendiesen en la conversión de aquellos gentiles idólatras (Coloquios y Doctrina Cristiana, fol. 26v, reproducción facsimilar en Vicente Castro y Rodríguez Molinero 1986: 260). La muerte de León X hizo que la decisión recayese en su sucesor Adriano Sexto. Otros franciscanos llegaron antes o entre estas dos expediciones, ya que en un documento citado por Chavero (1948: 8), uno de los principales biógrafos de Sahagún, aparece éste ocupando el número 43 entre los frailes de la misma orden que habían llegado a México. Por su parte fray Gerónimo de Mendieta en su Historia eclesiástica indiana (1971: 187) nos informa que, incluso con anterioridad a los "doce", habían ya llegado los flamencos Juan de Tecto, Juan de Aora, Pedro de Gante y Joan Clapion, y el español Francisco de los Ángeles. Poco es lo que se sabe de la vida de fray Bernandino antes de su llegada al Nuevo Mundo. Se desconoce con exactitud la fecha de su nacimiento, si bien se supone que tuvo lugar en 1499 o 1500, en Sahagún de Campos, León. La datación está basada exclusivamente en la información, indirecta al caso, que se encuentra en el prólogo a la Historia general de las cosas de Nueva España (en adelante HGCNE) y en el del Libro II, donde se dice que: "Estos doze libros ... se acabaron de sacar en blanco este año de mil e quinientos y sesenta y nueve" (Prólogo), y que en ese año él "era mayor de setenta años" (Prólogo al Libro II). El historiador ya mencionado, hermano de orden y casi contemporáneo de Sahagún, afirma que acabó "sus días en venerable vejez, de edad de más de noventa años ... el año de mil y quinientos y noventa ..." (1971: 664). En cuanto al lugar de nacimiento y orden profesada, la declaración del propio Sahagún constituye la biografía más exacta, si bien escueta, del periodo anterior a su paso a las Indias: "yo, fray Bernardino de Sahagún, fraile professo de la Orden de Nuestro Seráphico Padre San Francisco, de la observancia, natural de la Villa de Sahagún, en Campos..." (Prólogo). Chavero (1948: 7) menciona en su obra, originalmente publicada en 1877, que el patronímico de fray Bernardino fue "Ribeira", sin ofrecer prueba alguna. Desde entonces, con algunas reservas, se ha venido aceptando, a pesar de no haberse descubierto ningún documento que lo confirme. El padre Ángel María Garibay es el primero, que yo sepa, que alude al posible origen converso de la familia de Sahagún: "Hay vehementes sospechas de que fuera de una familia de judíos conversos." Y añade: "Es uno de los puntos que deben aclararse." (1975: 12). Munro S. Edmonson parece retomar esta alusión para indicar que: "Without ... documentation, even informed guesses -such as speculation that he may have come from a converso Jewish family- have no utility for appraising the preparation he brought to his work in the New World." (1974: 2). No obstante, en uno de los últimos escritos monográficos dedicados a Sahagún, sus autores (Vicente Castro y Rodríguez Molinero 1986: 23) indican que: "Quizás Garibay lo haya estrapolado un poco al encontrar en el prólogo del Vocabulario Trilingüe estas palabras: 'Va en romance toda esta gramática histórica: Ne dedisse videamur ansam rabinis, qui saepe expugnaverunt me a juventute mea'." Y añaden a pie de página su traducción de la cita latina: "No parezcamos dar ocasión a los Rabinos, que con frecuencia me atacaron desde mi juventud." Más adelante los mismos autores vuelven a insistir en este aspecto, al tratar de establecer un paralelo con San Francisco de Asís. En una nota para aclarar su opinión de que Sahagún provenía de una familia acomodada dicen: "No sabemos ciertamente si a familia de judíos poderosos, o a comerciantes adinerados. En todo caso el paralelismo con San Francisco de Asís que también insistentemente fue perseguido por su padre es claro cuando nos dice que los rabinos le persiguieron desde su juventud." (ibid., 49-50). No sé si Vicente Castro y Rodríguez Molinero tendrán razón al sugerir que Garibay se basase para su declaración en la cita latina ofrecida del Vocabulario Trilingüe. De lo que no tengo duda es que dicha referencia no puede ni debe ofrecerse como dato para especular sobre el origen de Sahagún y su familia. En primer lugar la cita aparece recogida sólo por Torquemada (1943: XX, xlvi); la obra, una de las últimas de Sahagún, en que se supone estuviese la cita, no nos ha llegado; y, sobre todo, a la palabra rabinis de ninguna forma se le puede atribuir el significado de "rabinos" que se le ha dado, sino más bien, como indica Covarrubias, el de "maestros". Esta interpretación tendría perfecto sentido, pues los ataques que recibió en su juventud, a que alude Sahagún desde su vejez, se debe referir, como también cree Nicolau D'Olwer (1952: 50), a las críticas que se le hicieron por haber redactado en lengua náhuatl, en los años de 1547 y 1555, las obras que habrían de constituir los libros sexto y duodécimo respectivamente de la HGCNE al no tener nada que ver directamente con el propósito evangelizador. De esto se hablará más adelante. Me he detenido tal vez demasiado en este punto, porque creo que, a menos de encontrarse pruebas concluyentes, la mención del posible origen converso de Sahagún debe ser totalmente abandonada. Según Mendieta, Sahagún "siendo estudiante en Salamanca, tomó el hábito de religión en el convento de S. Francisco de aquella ciudad." (1971: 663). Nada se sabe tampoco sobre las fechas de entrada en la Universidad o en la Orden, ni cuáles pudieron ser sus estudios. Garibay (1975: 12) sugiere que lo haría entre los doce y catorce años en la Universidad, y entre los dieciséis y dieciocho en la Orden; por su parte Ballesteros Gaibrois (1973: 34-35) da la edad de veinte años para la entrada en la Orden, y cree que Sahagún estudiaría en la Universidad "humanidades latinas" y el "saber teológico-escriturístico". Los esfuerzos de investigación de Vicente Castro y Rodríguez Molinero, entre otros, en la Universidad de Salamanca, desgraciadamente, no han dado fruto alguno respecto a esta cuestión. Queda todavía la posibilidad de encontrar algún documento importante en los archivos de la orden franciscana, si algún día se pueden consultar. Bien parca es, pues, la información que se conoce hoy sobre Sahagún antes de su paso a la Nueva España, donde residiría el resto de su vida.
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INTRODUCCIÓN Hace mucho tiempo que deseaba hacer una nueva edición de la Historia General del Perú, del mercedario Fr. Martín de Murúa, pues estaba convencido de que la edición que preparé y se editó en la colección de Joyas Bibliográficas, que dirige el eminente académico Carlos Romero de Lecea, hecha en Madrid entre los años 1962 y 1964 -verdadera edición príncipe, pues las anteriores, como se dirá, eran fragmentarias- de sólo 500 ejemplares, no se había difundido, por esta razón, suficientemente y no había llegado a manos de muchos investigadores interesados en el tema. La ocasión de esta colección de Crónicas de América brinda la oportunidad de que salga la primera edición crítica, aunque el estudio preliminar sea menos extenso que en la primera edición. La conquista del Perú por los españoles abrió un campo inmenso de curiosidades. Pese a la magnitud de lo que se había visto en México y Yucatán, admirando el esplendor bárbaro de aquellas civilizaciones, lo incaico les asombró por su orden, su disciplina y sus enormes realizaciones materiales. Dentro del aspecto bárbaro que ofrecía a los ojos del europeo todo lo indígena, el caso peruano mostraba algunos aspectos que recordaban las estructuras civilizadas del Viejo Mundo. Esta misma severa y jerárquica organización peruana había permitido la conservación oral de gran número de tradiciones y una verdadera historia, que se explicaba en las escuelas para funcionarios y mandos del Tahuantinsuyu. Esta abundancia de informaciones tuvo unas consecuencias extraordinarias para la historiografía: que muchos escritores improvisados se convirtieran en historiadores y desearan dejar para el futuro memoria de lo que ellos habían sabido de boca de los indios, o encontrado en manuscritos de los primeros llegados a la tierra. La lista de la producción historiográfica peruanista es verdaderamente asombrosa y no es ahora la ocasión de repetirla1, sino sólo de mencionarla. Arranca del momento mismo de la Conquista y dura hasta bien entrado el siglo XVII En medio de esta lista se halla la obra de Fray Martín de Murúa, mercedario, que residió muchísimos años en las tierras del virreinato del Perú y recogió una documentación fidedigna del más alto valor, como proclaman los informes y censuras que recoge una vez terminado su libro, y que lo señala como un profundo experto en materias indígenas. Él mismo nos lo dice (entre 1600 y 1611, fecha en que conjeturamos, como se verá, que escribía o daba los últimos toques a su obra) cuando asegura, refiriéndose a las cosas del Perú, que ha más de cinquenta años que trato dellas. El autor Las líneas generales de la biografía de Fray Martín de Murúa las conocemos, por datos que él mismo da en su obra y por las investigaciones de los estudiosos. Detalles carecemos casi por completo. Él mismo nos dice que era natural de donde era el santísimo patriarca Ignacio de Loyola... y que era hijo de la famosa invicta provincia de Guipúzcoa, madre de divinos ingenios y animosos guerreros, rincón seguro do la fe santa se conserva y el real servicio... tiene sempiterno asiento. Pero esto no nos aclara mucho, porque abarca toda Guipúzcoa, en la que no se halla precisamente el alavés pueblo de Murúa, de apenas unos cientos de habitantes, aunque no falta quien -sin probarlo- diga que era de Guernica2, y que tomó el hábito en Burceña, en la actual provincia de Burgos, cerca de Villarcayo3. La edad que tenía entonces no la sabemos, aunque sí podemos colegir que anduviera entre los 20 y los 25 años, lo que nos lleva a pensar que naciera entre 1525 y 1535, y que era muy viejo cuando terminó su obra. Sus historiadores, de la misma orden, aseguran que fue uno de los misioneros más ilustres del Perú, y en verdad en su tiempo debió gozar de respeto y confianza, ya que fue Elector General del Capítulo de la orden de la Merced en el Perú, Elector de la Orden de la Merced, en Castilla, por la Provincia del Perú. Comendador del convento de Huerta, cura doctrinero en Capachica, cura de Huata y vicario de Aymaraes y comendador de Yanaoca. Esto es todo lo sabido del P. Murúa en el Perú, de lo cual se deduce mucho, amén de su aserto de que estuvo allí medio siglo, cifra quizá equivocada. La Orden de la Merced ejerció una gran influencia en el Perú, sobre todo en el primer siglo de la Colonia, desempeñando sus padres funciones parroquiales, por lo cual no debe extrañarnos que Fr. Martín desempeñara curatos y vicariatos. Lo que nos parece menos probable, aunque lo afirme Marcos Jiménez de la Espada, es que llegara a ser arcediano de la Catedral de Cuzco, aunque sabemos que residió mucho en Cuzco, donde fue conventual, y también en Arequipa. Su actividad principal, sin embargo, se desarrolló en la inmediata cercanía del lago Titicaca.Un detalle sobre su actuación nos lo da Huamán Poma de Ayala, el autor de la Nueva Crónica y buen gobierno, escrita casi simultáneamente a la actividad como escritor de Fray Martín, como veremos luego, Huamán Poma nos dice: Mira cristiano todo a mí se me ha hecho, hasta quererme quitar mi mujer un fraile mercedario llamado Murúa, en el pueblo de Yanaoca... No tenía buen concepto Huamán Poma del P. Murúa, al que llama Morúa, pues lo presenta en su libro apaleando a una india, con una leyenda que dice: FRAILE MERCEDARIO MORVUA Son tan bravos y justicieros y mal trata a los yndios y haze trauajar con un palo en este reyno en las dotrinas no ay rremedio. Narra muchos abusos del fraile, pero nos informa de datos de su biografía, como que cura dotrinante del pueblo de Poco Uanca, Pacica, Pichiua, ponderando la omnímoda autoridad que ejercía, compiliendo al propio Corregidor a que ejecutase sus órdenes. Estas frases han dado pie a diversas interpretaciones, malévolas unas y comprensivas otras. Dicho como lo dice Huamán Poma, interpretado malévolamente, como lo hizo Raúl Porras Barrenechea, que se gozaba en picantes historias, parece que Fr. Martín fuera un Don Juan con hábitos blancos, pero las palabras pueden ser engañosas. Sabemos que Huamán Poma era un mistificador, que se decía tan pronto orejón como se probaba que era yanacona, y dejó para la posteridad esa frase confusa. Es muy posible que podamos, por el contrario, creer que en su función de vicario de Yanaoca, Fr. Martín quisiera deshacer una unión concubinaria, y obligara al mestizo historiador a elegir entre el sacramento matrimonial y la separación. Y esto último sería quitarle la mujer, aunque no fuera, naturalmente, apropiándose de ella. Hacia 1606 sabemos que Fr. Martín estaba ya en Cuzco -esa maravillosa y silente ciudad de la sierra- y no podemos dudar que se dedicaba de lleno a redactar su libro, que debería tener ya terminado hacia 1611. Está viejo y cansado, lleva medio siglo en América y desea volver a la patria, pero trayendo algo de las Indias: nada menos que su obra que, como veremos, no es grano de anís, sino el resultado de una paciente labor, con varios borradores, con dinero gastado en copistas y en ilustrador. Quiere imprimirla en España, donde puede parecer una novela de fantasía, y desea, para que esto no suceda, documentarla debidamente con informes de diversas personas de relieve oficial, y las busca en el camino de regreso a la tierra natal. Es muy posible que pensara en bajar a Lima y allí embarcarse para Panamá, atravesar el istmo, reembarcar para Santo Domingo y La Habana y seguir viaje a la Península, pero esto es mucho para él, pues implicaba tres viajes por mar, amén de lo recorrido por tierra. Está en el Alto Perú, y tiene una salida natural desde allí a Buenos Aires, con un largo viaje por tierra y otro largo por mar, pero sólo dos, y él conoce muy bien -porque las ha recorrido muchas veces en sus averiguaciones y ministerio sacerdotal- aquellas comarcas. Decide (y la deducción no es forzada, pues se saca de su itinerario, elegido libremente) ir a La Plata, pero sin perder ocasión de dar a leer su libro a quienes sean personas de autoridad. El año 1611 es el de esta actividad viajera y de refrendos documentales. Se dirige a Ylabaya y allí, el 25 de agosto, consigue que el cura, que es también del Santo Oficio y de la Santa Cruzada, y que se llamaba Martín Domínguez Jara, por orden del obispo de La Plata, le firme un informe favorable. Este anciano, de más de 75 años, caso de que hubiera nacido en 1535, o de más años, si nació antes, es incansable, y se traslada a La Plata, donde el 6 de septiembre consigue una nueva firma e informe de Fr. Pedro González, Visitador General del obispado, por orden del obispo Centeno, y de su misma orden, a la que añade, dos días después4, la del cura de Nuestra Señora de la Paz de Chuquiaco, Fr. Diego Guzmán. No le arredra, ni le produce soroche5, pues ha vivido siempre en lugares más altos, la estancia en los 2.500 sobre el nivel del mar, que disfruta La Plata, pues sigue allí en 1612, para conseguir que el Dr. D. Alejo de Benavente Solís, por orden del Obispo de la Barranca, D. Antonio Calderón, y en 14 de mayo del mismo año consigue la de D. Gutierre Fernández Hidalgo, maestre de capilla de la catedral de Charcas, en la misma ciudad6. También le da una aprobación al libro el Arzobispo de La Plata, D. Alonso de Peralta, ya en el mes de septiembre de 1612. A comienzos de 1613 -pues en marzo ya está en Potosí- hace que le dibujen la portada de su obra, en la que se dice textualmente En La Plata por N? Año de 1613. Y emprende el penoso camino, por sierras, quebradas y barrancos, hacia los pagos altísimos de Potosí, donde desea aún conseguir nuevos avales de su obra, a la que ya se figura impresa en las modernas imprentas peninsulares. Si estaba por año nuevo en La Plata, para febrero llegaría a Potosí, ya que el libro había que leerlo para dar opinión sobre él, y el 3 de marzo7 el Comendador Fr. Luis Carrillo hace un informe al Provincial de La Merced, favorable a la publicación del libro, lo que mueve a éste, que era Fr. Pedro de Arce, a firmar su aprobación al día siguiente8. Veinte días después Fr. Baltasar de los Reyes informa a favor. Ya nada le queda por hacer a Fr. Martín en el Alto Perú, e inicia su viaje hacia la lejana patria, entrando en la Tucma incaica, el Tucumán de los españoles. El viaje le ha llevado más de un año. Debemos figurárnoslo por trochas y caminos de llamas y mulas, con algún lego que le acompañe, llevando unos almofrexes de cuero o de paja trenzada, en los cuales, en medio de recuerdos y prendas personales, iría también el preciado manuscrito. El Gobernador de Tucumán, D. Luis de Quiñones y Ossorio, más por cortesía que por competencia en el asunto, le da en Córdoba un informe laudatorio, en 28 de septiembre de 1614. La entrada en Buenos Aires es más rápida, ya que en diciembre de aquel año se halla en la capital del Río de la Plata, donde el 17 del mismo mes le da su informe el Licenciado Francisco de Trujo, Comisario del Santo oficio en la ciudad. Ya nada le queda por hacer en el Nuevo Continente, que abandona probablemente en los primeros meses de 1615. No es hora de hacer crónica sentimental, pero sí es lícito reconstruir en nuestra imaginación las emociones del viejo mercedario, que abandona una tierra que, si no le vio nacer, fue donde vivió la mayor parte de su vida, y donde se desarrolló la vocación que le había llamado al seno de la Orden Redentora de Cautivos. Estas emociones iban paliadas, a buen seguro, por aquel manuscrito que llevaba en su equipaje, y que constituía la incansable ilusión de todo el último período de su vida. Esto último no es ya mera conjetura, sino algo seguro y probado por su actuación en Madrid. Llegaría en 1615, y se debió poner con entusiasmo a dar a leer su obra a las personas cuya opinión le interesara, ya que en 22 de octubre de este año conseguía la firma de una aprobación del Reverendo Fray Francisco de Ribera, General de la Orden de la Merced, que además ponía sello y rúbrica en el mismo día a otro documento. El 28 de abril, también en Madrid, un D. Pedro de Valencia le entregaba un nuevo parecer y el 26 de mayo, el propio rey firmaba la autorización para imprimir, refrendada por Pedro de Contreras. Todos ello en 1616. Ya estaba todo listo, tras tantas gestiones realizadas, con la aprobación, nada menos, que del General de su Orden. Fray Martín parecía haber llegado a buen puerto, y que su Historia General del Perú iba a emular los libros de Cieza u Ondegardo. ¿Qué pasó entonces? No lo sabemos, conjeturémoslo simplemente. El primer hecho cierto es que no se imprime. La razón puede ser múltiple, que muriera el autor, y ya nadie se interesara por el original, o que en último momento faltara el dinero o el editor. El original, como tantas otras obras en el curso del gran siglo intelectual, que fue el XVII, fue archivado en un anaquel, yendo a parar al Colegio Menor de Cuenca, en Salamanca. Pero ahí comienza otra historia, que habrá de exponerse a su tiempo. A pesar de que no se imprimiera, las gestiones de Fr. Martín debieron hacer famosa su obra, ya que Nicolás Antonio, en su Bibliotheca Hispana Nova9, la menciona, como Historia General de los Ingas del Perú, lo que muestra a las claras que no cita por haberla tenido en sus manos -ya que el título exacto es diferente- sino por noticias o la fama que de ella había. Sin embargo, la fecha -equivocada- que da para el libro, año de 1618, puede ser el dato de la muerte del laborioso e itinerante mercedario, que habría dejado este mundo más allá de sus noventa años. El resumen vital de Fr. Martín sería, pues, el siguiente: nacido en el País Vasco, unos lustros antes de mediado el siglo XVI. Cursa estudios en los centros de la orden mercedaria y siente la vocación misionera, pasan o entre 1550 y 1560 a las Indias, incardinándose en la provincia mercedaria del Cuzco, en la que va a dedicarse a trabajos misionales y parroquiales, entre Cuzco y el lago Titicaca, en las doctrinas de Huata, Capachica y Guarina. Largos años de trato con los indios, de contacto con los supervivientes de las antiguas formas incaicas, en terreno de lengua aymara y de lengua quechua. Es entonces cuando tuvo relación con un hombre curioso de las antigüedades de su tierra: Huamán Poma de Ayala10. Huamán Poma estaba recogiendo datos y seguramente el P. Mutua también, y esto debió unirlos, aunque el indio se quejara por escrito de la intromisión del mercedario, como hemos visto. La relación que pudiéramos llamar científica, la estimaremos más adelante. Los años de la puna debieron ser fatigosos, pero la fortaleza de Fr. Martín debió resistirlo bien, aunque quizá la longitud de sus servicios misionales debió hacer pensar a sus superiores que bien merecía pasar a lugares más reposados. A fines de siglo -entre 1590 y 1600- sabemos que distribuía su tiempo entre los conventos de Arequipa y de Cuzco, donde dejó constancia de ello con firmas en papeles conventuales. El resto de su vida ya lo conocemos, con una última recalada en el Madrid de los Austrias.
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HISTORIA NATURAL Y MORAL DE LAS INDIAS EL REY Por cuanto por parte de vos Joseph de Acosta de la Compañía de Jesús nos fue hecha relación diciendo, que vos habíades compuesto un libro intitulado Historia natural y moral de las Indias en lengua castellana, en el cual habíades puesto mucho trabajo y cuidado, y nos pedistes y suplicastes, os mandásemos dar licencia, para le poder imprimir en estos Nuestros Reinos con privilegio por diez años, o por el tiempo que fuésemos servido, o como la nuestra merced fuese. Lo cual visto por los del nuestro Consejo, y como por su mandado se hicieron en el dicho libro las diligencias, que la Pregmática por nos últimamente hecha sobre la impresión de los dichos libros dispone, fue acordado, que debíamos mandar dar esta nuestra cédula en la dicha razón, y yo túvelo por bien. Por la cual vos damos licencia y facultad, para que por tiempo de diez años cumplidos, que corran, y se cuenten desde el día de la fecha de ella, podaís imprimir, y vender en estos Nuestros Reinos el dicho libro que de suso se hace mención, por el original que en el nuestro Consejo se vio, que van rubricadas las hojas, y firmado al fin de él, de Cristóbal de León nuestro escribano de Cámara, de los que residen en el nuestro Consejo, y con que antes que se venda, lo traigaís ante ellos juntamente con el original que ante ellos presentastes, para que se vea si la dicha impresión está conforme a él, o traigaís fe en pública forma, en cómo por corrector nombrado por nuestro mandado se vio y corrigió la dicha impresión por el original, y quedan asimismo impresas las erratas por él apuntadas para cada un libro de los que así fueren impresos, y se os tase el precio que por cada volumen habéis de haber y llevar. Y mandamos que durante el dicho tiempo, persona alguna no le pueda imprimir sin licencia vuestra, so pena que el que lo imprimiere o vendiere haya perdido todos y cualesquier moldes y aparejos que de él tuviere, y los libros que vendiere en estos Nuestros Reinos, e incurra mas en pena de cincuenta mil maravedíes por cada vez que lo contrario hiciere. La cual dicha pena sea la tercia parte para la nuestra Cámara, y la otra tercia parte para el denunciador, y la otra tercia parte para el juez que lo setenciare. Y mandamos a los del nuestro Consejo, Presidente y Oidores de las nuestras Audiencias, Alcaldes, Alguaziles de la nuestra casa y Corte, y Chancillerías, y a todos los Corregidores, Asistentes, Gobernadores, Alcaldes Mayores y Ordinarios, y otros jueces y justicias cualesquier de todas las ciudades, villas y lugares de los Nuestros Reinos y Señoríos, así a los que ahora son como los que serán de aquí adelante, que guarden y cumplan esta nuestra cédula y merced que así vos hacemos, y contra el tenor y forma de ello, y de lo en ella contenido no vayan, ni pasen, ni consientan ir ni pasar en manera alguna, so pena de la nuestra merced y de diez mil maravedíes para la nuestra Cámara. Dada en San Lorenzo a veinte y cuatro días del mes de Mayo, de mil quinientos y ochenta y nueve años. YO EL REY Por mandado del Rey Nuestro Señor. Juan Vázquez. YO GONZALO DÁVILA, Provincial de la Compañía de Jesús en la provincia de Toledo, por particular comisión que para ello tengo del padre Claudio Acquaviva, nuestro Prepósito General, doy licencia para que se pueda imprimir el libro de la Historia Natural y Moral de las Indias, que el padre Joseph de Acosta, religioso de la misma Compañía, ha compuesto, y ha sido examinado y aprobado por personas doctas y graves de nuestra Compañía. En testimonio de lo cual, di ésta firmada de mi nombre, y sellada con el sello de mi oficio. En Alcalá, once de abril de 1589. GONZALO DÁVILA, Provincial. APROBACIÓN HE VISTO esta Historia Natural y Moral de las Indias que escribe el padre Joseph de Acosta, de la Compañía de Jesús, y en lo que toca a la doctrina de la fe, es católica, y en lo demás, digna de las muchas letras y prudencia del autor, y de que todos la lean para que alaben a Dios, que tan maravilloso es en sus obras. En San Phelipe de Madrid, a cuatro de mayo de 1589. FRAY LUIS DE LEÓN A LA SERENÍSIMA INFANTA DOÑA ISABEL CLARA EUGENIA DE AUSTRIA SEÑORA: HABIÉNDOME la Majestad del Rey nuestro señor, dado licencia de ofrecer a V. A. esta pequeña obra intitulada Historia Natural y Moral de las Indias, no se me podrá atribuir a falta de consideración, querer ocupar el tiempo que en cosas de importancia V. A. tan santamente gasta, divirtiéndola a materias que por tocar en filosofía son algo oscuras, y por ser de gentes bárbaras no parecen a propósito. Mas porque el conocimiento y especulación de cosas naturales, mayormente si son notables y raras, causa natural gusto y deleite en entendimientos delicados, y la noticia de costumbres y hechos extraños también con su novedad aplace, tengo para mí, que para V. A. podrá servir de un honesto y útil entretenimiento, darle ocasión de considerar en obras que el Altísimo ha fabricado en la máquina de este mundo, especialmente en aquellas partes que llamamos Indias, que por ser nuevas tierras, dan más que considerar, y por ser de nuevos vasallos que el sumo Dios dio a la Corona de España, no es del todo ajeno ni extraño su conocimiento. Mi deseo es que V. A., algunos ratos de tiempo se entretenga con esta lectura, que por eso va en vulgar, y si no me engaño, no es para entendimientos vulgares, y podrá ser que como en otras cosas, así en ésta, mostrando gusto V. A., sea favorecida esta obrilla, para que por tal medio también el Rey nuestro señor huelgue de entretener alguna vez el tiempo con la relación y consideración de cosa y gentes que a su Real Corona tanto tocan, a cuya Majestad dediqué otro libro que, de la predicación Evangélica de aquellas Indias, compuse en Latín. Y todo ello deseo que sirva para que con la noticia de lo que Dios Nuestro Señor repartió y depositó de sus tesoros en aquellos reinos; sean las gentes de ellos más ayudadas y favorecidas de estas de acá, a quien su divina y alta Providencia las tiene encomendadas. Suplico a V. A. que si en algunas partes esta obrilla no pareciere tan apacible, no deje de pasar los ojos por las demás, que podrá ser que unas u otras sean de gusto; y siéndolo, no podrán dejar de ser de provecho y muy grande, pues este favor será en bien de gentes y tierras tan necesitadas de él. Dios Nuestro Señor guarde y prospere a V. A. muchos años, como sus siervos cotidiana y afectuosamente lo suplicamos a su Divina Majestad. Amén. En Sevilla, primero de marzo de 1590 años. JOSEPH DE ACOSTA YO CHRISTÓBAL DE LEÓN, escribano de Cámara del Rey Nuestro Señor de los que residen en su Consejo, doy fe, que habiéndose visto por los señor de él, un libro intitulado Historia natural y moral de las Indias, que con su licencia hizo imprimir el Padre Joseph de Acosta de la Compañía de Jesús, tasaron cada pliego de los del dicho libro en papel a tres maravedíes, y mandaron que antes que se venda se imprima en la primera hoja de cada uno de ellos este testimonio de tasa, y para que de ello conste, de mandamiento de los dichos señores del Consejo y de pedimento del Padre Diego de Lugo, Procurador General de la dicha Compañía de Jesús, di esta fe, que es hecha en la Villa de Madrid a treinta días del mes de abril de mil y quinientos y noventa años. CHRISTÓBAL DE LEÓN
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INTRODUCCIÓN La Historia Natural y Moral de las Indias del P. José de Acosta sale a la luz pública, una vez más, a los casi cuatrocientos años de haber sido publicada por primera vez, y ello no es por casualidad. Porque ésta, que fue la obra de más éxito de su autor, traducida al italiano, francés, alemán, inglés, holandés y latín, es verdaderamente un libro capital para la comprensión e ideación de América desde Europa, obra de un racionalismo prematuro, que abrió cauces nuevos a la lógica y a la explicación de los fenómenos nuevos que ofrecía el recién descubierto continente, con puntos de vista igualmente novedosos y certeros, lo que contribuiría, en definitiva, al perfilamiento y avance de la ciencia moderna, pese a los resabios añejos, que aún perduran en las páginas de este libro admirable. En la presentación de esta nueva edición de la Historia Natural y Moral de las Indias no vamos a intentar una investigación original sobre Acosta o su obra: muchos e importantes autores se han ocupado de uno y otra y de ellos tomaremos lo mejor para ofrecer al lector una renovada valoración de una tan destacada aportación del genio español del XVI. En las páginas que siguen no podrá faltar la alusión resumida al tan famoso pretendido plagio de nuestro autor, siguiendo el magistral análisis realizado por el maestro O'Gorman en su última edición de la Historia; pero destacaremos algunos otros aspectos menos divulgados, como es, por ejemplo, su original planteamiento acerca de los orígenes americanos --culturales y biológicos--, mediante la consideración lógica de la existencia de Beringia, cuando esta región aún no había sido descubierta; o la manifestación de un planteamiento típicamente evolucionista en el tratamiento de la realidad americana tanto biológica como, sobre todo, cultural o moralmente; asimismo destacaremos el carácter novedoso de su análisis comparativo, semejante en cierto modo al de Bartolomé de Las Casas en su Apologética, cuando trata de manera paralela a las culturas de la Nueva España y el Perú, con lo que se acerca a un estudio verdaderamente etnológico de la realidad americana; o sus atisbos indigenistas, cuando alcanza a esos planteamientos como consecuencias precisamente del estudio comparativo previo. La meta final que perseguimos al presentar esta nueva edición, de carácter popular, de la Historia de Acosta, es divulgar uno de los libros más señeros de cuantos se escribieron en el siglo XVI, para entender y hacer entender a los europeos contemporáneos el mundo nuevo que se abría por primera vez al conocimiento del mundo. BIOGRAFÍA Los primeros años El P. José de Acosta (1540-1600) había nacido a fines de septiembre o principios de octubre del año 1540 en el seno de una familia de comerciantes en la ciudad de Medina del Campo. Sus padres eran Antonio de Acosta y Ana de Porres y José era uno de los nueve hijos del matrimonio: seis varones y tres mujeres. Todos, salvo una hermana y su hermano Hernando, dedicado al ejercicio de las armas, fueron religiosos: Bernardino, misionero en México; Jerónimo y Diego, dedicados a la enseñanza, y Cristóbal, coadjutor temporal. Sin embargo, la familia era de ascendencia judía y, por lo tanto, se trataba de cristianos nuevos, con todo lo que esto significaba en la época. Sabemos que José de Acosta ingresó en 1551 en el Colegio de la Compañía de Jesús en Medina del Campo y un año después, el 10 de septiembre de 1552, entraba en el noviciado de la Compañía en Salamanca, donde residió durante un mes, pasando luego de nuevo al Colegio de Medina del Campo. Es allí donde, el 1 de noviembre de 1554, hace los primeros votos religiosos, residiendo hasta 1557. Ya en esa época el joven José demostraba una gran imaginación y éxito literarios no sólo en los escritos que habitualmente hacía en forma epistolar, informando a Ignacio de Loyola, sino en sus primeros ensayos estrictamente literarios, como fueron varias comedias y autos de tema bíblico, que principalmente eran representados en el colegio; así se recuerda un auto sobre la historia de José y la tragedia de Jefté que se representó cuando sólo contaba quince años. También en esa época se empleó en enseñar gramática a los niños, entre los que se encontraría muy probablemente San Juan de la Cruz. En 1557 emprendió una serie de viajes por España que le llevarían a Plasencia, donde residió durante un mes; a Lisboa y Coimbra, donde residió desde fines de 1557 durante nueve meses; a Valladolid, donde vivió durante un año (1558 59), y finalmente a Segovia, donde fue fundador del Colegio de los Jesuitas, residiendo desde febrero a octubre de 1559. Ese mismo año pasa a Alcalá de Henares, en cuya Universidad iba a realizar brillantísimos estudios en el campo de la Teología, las Sagradas Escrituras y el Derecho Canónico, así como en ciencias profanas tales como el Derecho civil, las Ciencias Naturales y la Historia. En el año de 1562, a los veintidós de edad, recibiría las sagradas órdenes, residiendo desde entonces hasta 1565 en Roma. Desde el verano de 1567 hasta septiembre de 1569 fue profesor de teología en el Colegio de Ocaña y desde esa fecha, hasta principios de 1571, hizo lo propio en el Colegio de Plasencia. La vocación misionera y americana de José de Acosta se manifestó ya en fecha temprana, en 1561, con ocasión de la visita del P. Nadal a España en nombre del segundo general de la Compañía P. Diego Lainez; pero para esa época todavía no había salido ninguna expedición jesuítica al Nuevo Mundo. En efecto, admitida la Compañía de Jesús por Felipe II para las misiones en América, no partieron las primeras expediciones hasta 1566 y 1567 a la Florida y al Perú. El P. Acosta escribió a Francisco de Borja, tercer general de la Compañía, en 1568 y 1569, expresando su deseo de trasladarse a América. Este ruego sería finalmente atendido en 1571, destinándosele a las misiones de los Andes. Acosta en el Perú Hasta aquel momento los jesuitas solamente habían enviado dos grupos al Perú: la primera expedición la formaron ocho sacerdotes y al año siguiente, acompañando al Virrey don Francisco de Toledo, se envió otra mucho más numerosa. Los problemas planteados a aquellos primeros jesuitas en tierras andinas hicieron ser más cauteloso y prudente a Francisco de Borja en la expedición siguiente; iban a ser menos pero más seleccionados los sacerdotes enviados. Es así como el P. Acosta fue elegido por el general de la Compañía, teniendo en cuenta sus extraordinarias cualidades como predicador y teólogo, y ya que en el verano de 1570 se le había concedido la profesión solemne de cuatro votos en Alcalá de Henares, regresando luego a Plasencia, allí recibió la orden de San Francisco de Borja para salir hacia Sevilla y alcanzar la flota de ese año, que le llevaría hasta Lima. El 29 de marzo de 1571 el P. José de Acosta se hallaba en Sevilla y el 6 de abril salía en dirección a Sanlúcar de Barrameda, donde embarcó finalmente, el 8 de junio, en la armada de don Pedro Menéndez de Avilés. En esa ocasión la expedición jesuítica sería la más corta de cuantas habían salido hasta entonces con dirección a América: la componía el propio P. José de Acosta, el P. Andrés López y el H. Diego Martínez, estudiante de teología. El mismo Acosta hace una breve alusión a esta su primera travesía del Atlántico al decir: A mí me acaeció pasando a Indias, verme en la primera tierra poblada de españoles, en quince días después de salidos de las Canarias, y sin duda fuera más breve el viaje, si le dieran velas a la brisa fresca, que corría (Acosta, 1962: 53: 1 19). El 13 de septiembre de 1571 se hallaba en Santo Domingo, a juzgar por el Memorial escrito en esa ciudad y dirigido al P. General de la Compañía, refiriendo lo que le sucedió con el Arzobispo a propósito del conflictivo tema de la Compañía de Jesús. Sabemos, sin embargo, que el 28 de abril de 1572 el P. José de Acosta llegaba finalmente a Lima. La actividad del P. Acosta en el primer año de su estancia en Lima se desenvolvió en los mismos ámbitos que en España --la cátedra y el púlpito-- y en ambos alcanzó la misma brillantez y fama que tuviese en la península. Sin embargo, su estancia en la capital del Virreinato en aquella ocasión fue breve porque el provincial del Perú, P. Jerónimo Ruiz del Portillo, le envió muy pronto a una misión de larga duración por el interior del país. En ese viaje visitaría en primer lugar, y en nombre del P. Provincial, el recién fundado Colegio del Cuzco, y después pasaría temporadas más o menos largas en las ciudades de Arequipa, La Paz o Chuquiabo, Potosí y Chuquisaca. Además de su tarea como predicador en esas ciudades, llevaba como misión conocer los problemas misionales y de otro género que se planteaban a los primeros jesuitas en esas regiones, y debía tantear también las posibilidades para las nuevas fundaciones que se harían realidad en los próximos años. En esas visitas le acompañaron algunos de los mejores hermanos de la orden: el P. Antonio González de Ocampo, el H. Juan de Casasola, el P. Luis López y el H. Gonzalo Ruiz, buen conocedor del quéchua, como mestizo que era, y de quien aprendió las primeras nociones del idioma el P. Acosta. Su primer encuentro con el Virrey Toledo se produjo en ese viaje, cuando el gran gobernante le llamó a la ciudad de Chuquisaca para conocerle. Es entonces cuando toma contacto con Polo de Ondegardo y manejó sus escritos, especialmente su información acerca de la religión y gobierno de los Incas, a la que cita abundantemente en su Historia natural. El viaje, que duraría más de un año, le sirvió a José de Acosta para informarse del país de una manera seria y profunda. Ese conocimiento le serviría de experiencia inestimable, no sólo para toda su acción posterior en aquella tierra, sino a la hora de escribir la obra que hoy reeditamos. En octubre de 1574 el P. Provincial llamó a Acosta para que se hiciese cargo de un importante proceso que por aquel entonces llevaba adelante el Santo Oficio de la Inquisición contra fray Francisco de la Cruz y tres frailes dominicos más. Tiene importancia en los escritos de Acosta este proceso por los errores acerca de los indios y la fe que era posible o conveniente predicarles y otros pormenores sobre sacramentos y métodos de evangelización que mantenía tercamente el fraile, tanto más peligrosos como que había sido tenido antes por hombre santo y oráculo del Perú (Mateos, 1954: XII). El proceso, que culminaría en un auto de fe celebrado en Lima el 13 de abril de 1578, en que fray Francisco de la Cruz fue quemado en persona, serviría al P. José de Acosta para reflexionar sobre los métodos misionales, reflexiones que volcaría por aquellos años en otra de sus grandes contribuciones: el De Procuranda Indorum Salute. El 1 de octubre de 1572 había muerto el tercer general de la Compañía de Jesús, San Francisco de Borja; es su sucesor el P. Everardo Mercuriano, quien muy pronto envió como visitador al Perú al P. Juan de la Plaza. Al llegar éste a Lima el 31 de mayo de 1575, llevaba como misión entrevistarse con el P. Acosta, para consultarle algunos graves problemas de las misiones jesuíticas en Indias. La impresión que José de Acosta causó al visitador fue tan grande que el 1 de septiembre de ese mismo año lo nombraba rector del Colegio de Lima y el 1 de enero del año siguiente lo elevaría al cargo de Provincial del Perú, con gran contento del Virrey Toledo y en general de toda la población limeña, entre quienes Acosta tenía un gran predicamento. Su primer acto de gobierno como P. Provincial fue convocar una Congregación --la primera que se reunía en el Perú-- y que se celebró en Lima (16 27 de enero de 1576) y en el Cuzco (8 16 de octubre del mismo año). Entre los sacerdotes más eminentes que tenía entonces la Compañía en el Perú, el P. Acosta fue el alma de todas las reuniones, aportando a ellas no sólo su sabiduría en las ciencias teológicas, sino su profundo conocimiento del mundo andino, adquirido a raíz de su primer viaje por el interior del Perú. En muchas partes de las Actas de esa Congregación se advierten intervenciones de Acosta en las que hay esbozados algunos puntos de su libro De Procuranda Indorum Salute. En 1578 se fecha un tercer viaje del P. Acosta por el interior, esta vez para visitar las nuevas fundaciones de la Compañía en Juli, Potosí, Arequipa y La Paz. En Juli, donde se iba a iniciar un notable ensayo misional, habían entrado los primeros jesuitas en noviembre de 1576. Allí llegaría Acosta el 21 de diciembre, permaneciendo en la nueva fundación ocho días. En Potosí había entrado el P. Portillo acompañado de varios compañeros el 6 de enero de 1577, mientras el P. Acosta, que había estado en Arequipa, el 5 de enero baja a la costa y llega por mar a Lima el 6 de febrero. También el año 1576 dio comienzo en Lima el P. Acosta a un Internado para jóvenes del interior y aun de Chile, Quito y Nuevo Reino de Granada, que venían a estudiar al colegio de la Compañía en Lima, poniéndolo al cuidado de un clérigo secular en una casa cercana. Este internado fue el origen de un célebre colegio mayor llamado de San Martín, del nombre del virrey don Martín Enríquez (Mateos, 1954: XIII). En 1578 parece que se iniciaron las dificultades con el Virrey Francisco de Toledo en relación con la fundación del Colegio de Arequipa. En agosto de ese mismo año el P. Acosta estaba en el Cuzco y los últimos meses de ese año los pasó en La Paz, regresando a Arequipa en enero del año siguiente y llegando finalmente a Lima en febrero de 1579. Las dificultades con el Virrey se recrudecen poco después, hasta el punto de que éste mandó clausurar los colegios de Arequipa y Potosí, negando el permiso para abrir el de La Paz y echando contra los Jesuitas a la Inquisición, a propósito de ciertas irregularidades en el proceso de fray Francisco de la Cruz. Este proceso de la Inquisición fue un torcedor para el espíritu por extremo sensible de Acosta, porque dado el secreto riguroso que era de estilo en el Santo Oficio, él, como calificador y amigo personal de los inquisidores, conoció con todos sus pormenores las acusaciones que se hicieron contra Luis López, preso por diciembre de 1578 a su vuelta de Arequipa, donde era rector; cuando Toledo cerró el colegio de la Compañía. Cuatro meses más tarde fue también preso el P. Miguel de Fuentes, y aun contra el P. Jerónimo Ruiz de Portillo hubo sus dichos, aunque no llegó a ser preso. Pero estos datos que sabía el P. Acosta eran secretos e ignorados por los demás jesuitas, los cuales atribuyeron la prisión de López a manejos o, al menos, negligencia de Acosta, por haber sido López secretario y persona de toda la confianza del visitador P. Plaza, y su oposición a que Portillo fuese nombrado rector del colegio de Cuzco, a razones parecidas, cuando el motivo verdadero, pero no comunicable que le movía, era mantener a Portillo en la penumbra mientras se dilucidaban las acusaciones que contra él había. Se creó, pues, la sospecha de que Acosta había faltado a la fidelidad de la Compañía en estos negocios de Inquisición y que abusaba de la injerencia o presión extraña de ella, para el gobierno interno de la Compañía (Mateos, 1954: XV). Las dificultades de la Compañía y del propio Acosta con el Virrey, cuando en 1581 vino a sustituir a don Francisco de Toledo, don Martín Enríquez de Almansa, cesaron; pero de aquella turbia historia algo quedó en el ánimo del P. José de Acosta porque, al cabo de poco tiempo, pidió regresar a España aquejado de congojas del corazón y humor de melancolía. También en ese año terminó su provincialato y fue sustituido el 25 de mayo por el P. Baltasar Piñas. El 20 de mayo de 1581 había llegado a Lima Toribio de Mogrovejo y el 15 de agosto de aquel mismo año convocaba el III Concilio Limense, que iba a celebrarse un año después. Con independencia de la participación de numerosos obispos y sacerdotes eminentes, ésta fue quizás la última actividad importante del P. Acosta en el Virreinato del Perú, porque puede decirse que él fue en esta ocasión, como lo había sido en la Congregación provincial de 1576, el alma de la asamblea. Él fue autor del texto castellano de los catecismos y tuvo un papel importante en la redacción del confesionario y los sermones. La traducción al quéchua y aymara fueron obra de los Padres Alonso de Barzana, Blas Valera y Bartolomé de Santiago, cuyos textos se imprimieron en 1584 y 1585, siendo los primeros impresos de América del Sur. El P. Alonso de Barzana preparó también gramáticas y vocabularios en los que venía trabajando desde la Congregación provincial de 1576. Fue por esas fechas --1581 y 1582-- cuando el P. Acosta pidió su traslado a España aquejado de enfermedades y tristezas: las enfermedades podían ser las derivadas del mal de altura, que para una persona de gran peso y complexión más que robusta, según lo retrataron sus contemporáneos, podía hacerle insufribles sus desplazamientos a la sierra, pero la tristeza la debemos atribuir en parte a los sinsabores derivados de su actuación en el Santo Oficio y del pleito entre la Compañía y el Virrey Toledo, y en parte a una cierta melancolía que le hacía recordar con añoranza su tierra natal. La buena disposición del nuevo general de la Compañía, P. Claudio Acquaviva, y del Provincial, P. Baltasar Piñas, hicieron que su traslado a España fuese en las mejores condiciones posibles, evitándole viajar con el P. Luis López, condenado a destierro perpetuo por la Inquisición de Lima, o con el P. Miguel de Fuentes, también víctima como aquél del mismo proceso en el que había intervenido el P. Acosta. Por esto el regreso de Acosta no se hizo directamente, sino pasando una temporada en la Nueva España.
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<p>&nbsp;</p><img data-entity-uuid="eaab67e5-146f-4a43-8988-dcd7a820c4e0" data-entity-type="file" src="/sites/default/files/inline-images/Mapa1.H%C2%AAV.Conq%20N.Esp_.1jpg.jpg"><p>&nbsp;</p><p>Entre 1519 y 1521 Hernán Cortés, al frente de un escaso grupo de soldados, lleva a cabo la conquista de México, una de las epopeyas más importantes de la presencia española en el Nuevo Mundo. Sobre este acontecimiento contamos con varios testimonios, tanto de cronistas españoles como de los autores de códices y relaciones indígenas. Ninguno, sin embargo, tan apasionante, directo y de fácil lectura como esta Historia verdadera de la conquista de la Nueva España, de Bernal Díaz del Castillo. Sea cual fuera la razón última por la que Bernal escribió su Historia, su largo memorial y sus recuerdos de conquistador, escritos y corregidos pacientemente a lo largo de treinta años, constituyen todavía hoy uno de los relatos más apasionantes e increíbles sobre el encuentro entre dos mundos y dos culturas: la española y la americana. De ahí las numerosas ediciones que la obra de Bernal ha tenido en las más diversas lenguas. Cuando se cumplen justamente los cuatro siglos de la muerte de Bernal Díaz del Cas-tillo en Guatemala, esta colección que ahora inicia su andadura quiere rendir justo homenaje al genial cronista y valeroso soldado cuya vida transcurrió de batalla en batalla, primero con los indios, después con los oficiales reales que le negaban o regateaban lo que él creía merecer. Nuestra edición reúne, además, dos alicien-tes importantes: primero, el texto que aquí se publica es el definitivamente fijado des-pués de no pocos años de trabajo, por Car-melo Sáenz de Santa María, máximo experto en la obra bernaldiana; segundo, la edición ha corrido a cargo del prestigioso historiador mexicano Miguel León-Portilla. México y España vuelven a coincidir, ahora sobre una obra que ya es historia de ambos países.</p>
contexto
Entre 1519 y 1521 Hernán Cortés, al frente de un escaso grupo de soldados, lleva a cabo la conquista de México, una de las epopeyas más importantes de la presencia española en el Nuevo Mundo. Sobre este acontecimiento contamos con varios testimonios, tanto de cronistas españoles como de los autores de códices y relaciones indígenas. Ninguno, sin embargo, tan apasionante, directo y de fácil lectura como esta Historia verdadera de la conquista de la Nueva España, de Bernal Díaz del Castillo. Sea cual fuera la razón última por la que Bernal escribió su Historia, su largo memorial y sus recuerdos de conquistador, escritos y corregidos pacientemente a lo largo de treinta años, constituyen todavía hoy uno de los relatos más apasionantes e increíbles sobre el encuentro entre dos mundos y dos culturas: la española y la americana. De ahí las numerosas ediciones que la obra de Bernal ha tenido en las más diversas lenguas. Cuando se cumplen justamente los cuatro siglos de la muerte de Bernal Díaz del Cas-tillo en Guatemala, esta colección que ahora inicia su andadura quiere rendir justo homenaje al genial cronista y valeroso soldado cuya vida transcurrió de batalla en batalla, primero con los indios, después con los oficiales reales que le negaban o regateaban lo que él creía merecer. Nuestra edición reúne, además, dos alicien-tes importantes: primero, el texto que aquí se publica es el definitivamente fijado des-pués de no pocos años de trabajo, por Car-melo Sáenz de Santa María, máximo experto en la obra bernaldiana; segundo, la edición ha corrido a cargo del prestigioso historiador mexicano Miguel León-Portilla. México y España vuelven a coincidir, ahora sobre una obra que ya es historia de ambos países.
obra
La tabla que aquí observamos formaría parte de la tarima del Políptico de Pisa, junto a la Adoración de los Magos y la Crucifixión de San Pedro y decapitación del Bautista. En la izquierda hallamos a san Julián asesinando a sus padres mientras dormían y su posterior arrepentimiento ante una construcción típicamente florentina; en la derecha contemplamos a san Nicolás introduciendo por la ventana de la casa de las tres muchachas pobres las manzanas de oro. Aunque separadas por un listón dorado, Masaccio ha introducido elementos de continuidad y simetría como son las edificaciones y las estancias en los laterales. Los críticos consideran que las escenas no son enteramente de la mano del maestro apuntándose a algún ayudante debido al arcaísmo en determinados momentos. Las posturas de las figuras y la somera perspectiva creada son de gran calidad aunque los personajes no gocen de la monumentalidad que acostumbra Masaccio.
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Entre algunas de las ideas que han sido sometidas a las más diferentes y radicales críticas durante los años centrales del siglo XVIII, no cabe duda de que las más relevantes son las que afectan al concepto de Historia, al de Razón y al de Naturaleza. Al proceso general de secularización de esta época fray que añadir la existencia de una crisis de los símbolos y mitos de la tradición clásica. El coloquio con el pasado ya no puede ser ambiguo. Cada mirada hacia atrás tiene que soportar el peso de la Razón. La Historia asume un papel ideológico que se opone a la idea de una recuperación acrítica de las formas y figuras de la Antigüedad. La Naturaleza se convierte, por último, en el verdadero campo de pruebas tanto del empirismo como del racionalismo. La Ilustración aparece, al final, como un proyecto en el que la idea de programa de reformas sociales, políticas y cívicas parece encontrar acomodo en la vocación clasicista del racionalismo. Pero es, precisamente, cuando parece convertirse en una certeza, el momento en el que esa vocación tiende a adoptar las formas de la apariencia. De ahí que sea frecuente encontrar durante los años anteriores a la Revolución Francesa las más contradictorias versiones de lo clásico y, a la vez, las críticas más realistas a la historicidad de la tradición.Esas paradojas, que afectan no sólo a los lenguajes o a las tipologías, sino también a los contenidos ideológicos que pretenden secundar, serán algunas de las características más definidoras de este complejo período en el que la Ilustración ha cumplido un papel tan decisivo. El supuesto neoclasicismo de muchas propuestas o el carácter revolucionario de otras, pueden ser entendidos, en ocasiones, como la última oportunidad de supervivencia de una tradición camuflada. Las nuevas funciones sociales y políticas atribuidas al arte y a la arquitectura serán un termómetro fundamental que explique la crisis definitiva de los lenguajes codificados. Sus formas son sólo datos manipulables, al servicio de nuevos programas y exigencias. Es en su articulación, en el método que las hace posibles, donde se encuentra su verdadera significación, la de atenerse a los hábitos del Antiguo Régimen o anticipar el arte moderno.