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HISTORIA DE LA NACIÓN CHICHIMECA, SU POBLACIÓN Y ESTABLECIMIENTO EN EL PAÍS DE ANÁHUAC CONOCIDO HOY POR EL REINO DE NUEVA ESPAÑA. PRINCIPIO Y PROGRESOS DEL PODEROSO IMPERIO TEZCUCANO Y SUCESIÓN DE SUS MONARCAS, HASTA SU DESTRUCCIÓN POR EL INGRESO DE LOS ESPAÑOLES QUE LE CONQUISTARON. CAPÍTULO PRIMERO Que trata de la creación del mundo y sus cuatro edades, que los históricos de esta Nueva España dieron, y fin de cada una de ellas Los más graves autores históricos que hubo en la infidelidad de los más antiguos, se halla haber sido Quetzalcóatl el primero; y de los modernos Nezahualcoyotzin, rey de Tetzcuco, y los dos infantes de México, Itzcoatzin y Xiuhcozcatzin, hijos del rey Huitzilihuitzin, sin otros muchos que hubo (que en donde fuere necesario los citaré), declaran por sus historias que el dios Teotloquenahuaque Tlachihualcípal Nemoani Ilhuicahua Tlalticpaque, que quiere decir conforme al verdadero sentido, el dios universal de todas las cosas, creador de ellas y a cuya voluntad viven todas las criaturas, señor del cielo y de la tierra, etcétera, el cual después de haber creado todas las cosas visibles e invisibles, creó a los primeros padres de los hombres, de donde procedieron todos los demás; y la morada y habitación que les dio fue el mundo, el cual dicen tener cuatro edades. La primera que fue desde su origen, llamada por ellos Atonatiuh, que significa sol de agua; que con sentido alegórico significan con este vocablo, aquella primera edad del mundo haber sido acabada con el diluvio e inundación de las aguas, con que se ahogaron todos los hombres y perecieron todas las cosas creadas. La segunda edad llamaron Tlalchitonatiuh, que significa sol de tierra, por haberse acabado con terremotos, abriéndose la tierra por muchas partes, sumiéndose y derrocándose sierras y peñascos, de tal manera que perecieron casi todos los hombres, con cuya edad y tiempo fueron los gigantes que llamaron quinametintzocuilhicxime. La tercera edad llamaron Ecatonatiuh, que quiere decir sol de aire, porque feneció esta edad con aire, que fue tanto y tan recio el viento que hizo entonces, que derrocó todos los edificios y árboles y aun deshizo las peñas, y pereció la mayor parte de los hombres; y porque los que escaparon de esta calamidad hallaron cantidad de monas que el viento debió traer de otras partes, dijeron haberse convertido los hombres en esta especie de animales, de donde nació esta fábula tan mentada de las monas. Los que poseían este nuevo mundo en esta tercera edad fueron los ulmecas y xicalancas y según por sus historias se halla, vinieron en navíos o barcas de la parte de oriente hasta la tierra de Potonchan, desde donde comenzaron a poblarle; y en las orillas del río Atoyac que es el que pasa entre la ciudad de los ángeles y Cholula, hallaron algunos de los gigantes de los que habían escapado de la calamidad y consumición de la segunda edad; los cuales siendo gente robusta y confiados en sus fuerzas y mayoría de cuerpo, se señorearon de los nuevos pobladores de tal manera, que los tenían tan oprimidos como si fueran sus esclavos; por cuya causa los caudillos y gente principal buscaron modos para poderse librar de esta servidumbre, y fue en un convite que les hicieron muy solemne: después de repletos y embriagados, con sus mismas armas los acabaron y consumieron, con cuya hazaña quedaron libres y exentos de esta sujeción y fue en aumento su señorío y mando. Y estando en la mayor prosperidad de él, llegó a esta tierra un hombre a quien llamaron Quetzalcóatl y otros Huémac por sus grandes virtudes, teniéndolo por justo, santo y bueno; enseñándoles por obras y palabras el camino de la virtud y evitándoles los vicios y pecados, dando leyes y buena doctrina; y para refrenarles de sus deleites y deshonestidades les constituyó el ayuno, y el primero que adoró y colocó la cruz que llamaron Quiahutzteotlchicahualiztéotl y otros Tonacaquáhuitl, que quiere decir: dios de las lluvias y de la salud y árbol del sustento o de la vida. El cual habiendo predicado las cosas referidas en todas las más de las ciudades de los ulmecas y xicalancas, y en especial en la de Cholula, en donde asistió más, y viendo el poco fruto que hacía con su doctrina, se volvió por la misma parte de donde había venido, que fue por la de oriente, desapareciéndose por la costa de Coatzacoalco; y al tiempo que se iba despidiendo de estas gentes les dijo, que en los tiempos venideros, en un año que se llamaría ce ácatl, volvería, y entonces su doctrina sería recibida y sus hijos serían señores y poseerían la tierra, y que ellos y sus descendientes pasarían muchas calamidades y persecuciones; y otras muchas profecías que después muy a las claras se vieron. Quetzalcóatl por interpretación literal, significa sierpe de plumas preciosas; por sentido alegórico varón sapientísimo; y Huémac, dicen unos que le pusieron este nombre porque imprimió y estampó sobre una peña sus manos, como si fuera en cera muy blanda, en testimonio de que se cumpliría todo lo que les dejó dicho. Otros quieren decir que significa el de la mano grande o poderosa. El cual ido que fue, de allí a pocos días sucedió la destrucción y asolamiento referido de la tercera edad del mundo; y entonces, se destruyó aquel edificio y torre tan memorable y suntuosa de la ciudad de Cholula, que era como otra segunda torre de Babel, que estas gentes edificaban casi con los mismos designios, deshaciéndola el viento. Y después los que escaparon de la consumición de la tercera edad, en las ruinas de ella edificaron un templo a Quetzalcóatl a quien colocaron por dios del aire, por haber sido causa de su destrucción el aire, entendiendo ellos que fue enviada de su mano esta calamidad; y le llamaron asimismo ce ácatl que fue el nombre del año de su venida. Y según parece por las historias referidas y por los anales, sucedió lo suso referido algunos años después de la encarnación de Cristo señor nuestro; y desde este tiempo acá entró la cuarta edad que dijeron llamarse Tletonátiuc, que significa sol de fuego, porque dijeron que esta cuarta y última edad del mundo se ha de acabar con fuego. Era Quetzalcóatl hombre bien dispuesto, de aspecto grave, blanco y barbado. Su vestuario era una túnica larga.
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La obra más monumental de Delaroche es esta alegoría de las artes para la que se sirve de un fondo arquitectónico a modo de un panteón clásico, como espacio diáfano en el que se congregan los más notables artistas de la historia, como en la Escuela de Atenas de Rafael en el Vaticano ocurría con los pensadores. Sólo que aquí la representación, lejos de detentar calidades pictóricas, busca el atractivo de las simulaciones de los dioramas al que agrega los compromisos historicistas de un teatro académico en el atrezzo de sus actores.
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El primer estudio de carácter general sobre los pueblos de la Península Ibérica se lo debemos a A. Schulten, quien, desde un punto de vista etnológico y basándose esencialmente en las fuentes literarias, considera que sobre una población indígena ligur se establecen los iberos (procedentes del norte de Africa) y los indoeuropeos (celtas del centro de Europa), surgiendo de la mezcla el complejo celtibérico con un predominio de los iberos. Estudios posteriores (R. Menéndez Pidal, 1918), excavaciones de necrópolis que se creían en zona geográfica de los iberos, pero que correspondían a una etapa anterior (para Schulten etapa precéltica o preibérica), y las excavaciones en el supuesto asentamiento ibérico de Numancia (realizadas por Blas Taracena y donde el elemento ibérico es minoritario) hicieron desechar las teorías contenidas en el meritorio trabajo de Schulten. P. Bosch Gimpera (1932) da un importante paso adelante al utilizar conjuntamente y comparar la información que nos ofrecen las fuentes literarias y las obtenidas a partir de las actuaciones arqueológicas. El uso de los datos ofrecidos por la arqueología supone un gran avance con respecto a la obra de A. Schulten. Para P. Bosch Gimpera el carácter dominante en la España prerromana es del elemento "céltico", aunque actualmente las investigaciones recientes han llegado a formular la incorrección de hablar de elemento céltico y, más bien, debe hablarse de elementos indoeuropeos en general, dejando el término céltico únicamente para una parte de este área. A partir de 1943 y en años siguientes aparece la importante obra de J. Caro Baroja (Los pueblos del Norte de la Península Ibérica, Los pueblos de España y España primitiva y romana), quien, a partir del análisis de las fuentes literarias y los datos de la arqueología y la etnografía, realiza un estudio étnico-geográfico, no propiamente histórico, y establece diferentes áreas geográficas en las que incluye a los distintos pueblos prerromanos. Esta obra de J. Caro Baroja aún hoy no ha sido superada en conjunto y sigue constituyendo un punto de partida obligado para cualquier estudioso del tema, aunque estudios monográficos sobre pueblos prerromanos concretos han revisado y superado algunos de sus planteamientos. En la actualidad la investigación tiende a valorar y estudiar concretamente las zonas ibera o ibérica e indoeuropea de la Península Ibérica, se realizan excavaciones con una metodología establecida y criterios científicos, tomando como base de información las fuentes escritas. Por lo que se refiere a los estudios históricos, una vez comprobado hasta dónde se puede llegar con los estudios étnico-geográficos, el objetivo principal de conocimiento se centra en descubrir la organización política, social, económica, religiosa, etc... de cada uno de estos pueblos o de varios en conjunto. En esta línea han sido definitivos los trabajos de M. Vigil, quien realizó un planteamiento de estos temas por primera vez de forma correcta entre nosotros en un artículo ya un poco antiguo, aunque no suficientemente ponderado, en el Boletín de la Real Academia de la Historia, n° 152, 1963. Este interesante artículo ha constituido el arranque de toda una serie de trabajos posteriores que han invertido la tendencia historiográfica de prestar sobre todo atención a las zonas que se integraron más pronto en la formación social romana, pasando a primer término la investigación sobre áreas marginales y el análisis del elemento indígena. Se descubre de esta forma cómo las diferencias estructurales existentes entre los distintos pueblos de España antes de la conquista romana se siguen manteniendo en la supervivencia en algunas zonas de elementos estructurales indígenas.
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A partir del Renacimiento, los avances de las ciencias naturales y de los conocimientos geográficos fueron fijando de manera progresiva la existencia de un lejano y primitivo estadio cultural de la humanidad. Pero la Prehistoria como ciencia no empezó a configurarse hasta las décadas centrales del siglo XIX, en relación con las teorías del evolucionismo biológico y en conflicto con las tradiciones bíblicas de las que se quería deducir una corta cronología absoluta (Hegel, Lamarck, Geoffroy de Saint-Hilaire, Darwin, Lyell, etcétera). De las polémicas resultantes y de los titubeos propios de los comienzos de una actividad científica, la Prehistoria no salió hasta los últimos años del siglo XIX y los primeros del siglo XX. En dicho ambiente, y condicionado por él, se insertó la discusión acerca de la posible actividad artística del hombre prehistórico que muchos se resistían a admitir. A la solución del problema tenían que contribuir los hallazgos realizados por los prehistoriadores en diferentes lugares de Europa. Los nombres de los franceses Boucher de Perthes, Lartet, Piette, Mortillet, etc., como los de los españoles Casiano del Prado, Sautuola, Vilanova y Piera, etcétera, ilustran la historia de estas luchas para hacer de la Prehistoria una ciencia que ha proporcionado a la Humanidad actual una conciencia exacta de sus remotos y primitivos orígenes. De los hombres que consiguieron fijar la existencia y caracteres de aquella antiquísima actividad artística se hablará en el presente apartado. La moderna erudición ha descubierto que ya en obras de los siglos XVI y XVII existen vagas referencias al arte rupestre, pero sólo constituyen curiosidades literarias, ya que los autores de las mismas no tenían ninguna idea de su atribución cultural, ni mucho menos de su fecha. Será suficiente recordar que la cita más antigua es la de François de Belleforest, quien, en su "Cosmographie", impresa en 1575 (hay ediciones posteriores), se refiere a los animales pintados en la caverna de Rouffignac (Dordoña). Cuando en el año 1835; André Brouifet, notario en Civray, halló en una cueva de Chaffaud-á-Sevigné (Vienne) un hueso grabado con figuras de ciervas, se reconoció el interés de la pieza, pero fue atribuida a la época céltica. En 1851 el hueso ingresó en el Museo de Cluny y dos años después fue dibujado allí por Próspero de Merimée, quien, intrigado, remitió copia de su dibujo al arqueólogo danés J. J. Worsae, que tampoco hizo un diagnóstico preciso. Actualmente se conserva en el Museo de Antigüedades Nacionales de Saint-Germain-en-Laye y lleva el número de inventario 30.361. Se trataba del primer ejemplo conocido de arte mueble paleolítico (también llamado mobiliar en la jerga de los prehistoriadores). Un caso parecido ocurrió con el bastón perforado hallado en Veyrier (Alta Saboya), con un cáprido y una rama vegetal grabados, que se conserva ahora en el Museo de Historia del Arte de Ginebra. Luego, a partir de 1860, paralelamente al nacimiento y formación inicial de la ciencia prehistórica, se produjo un rápido avance en el conocimiento de este arte mueble, ya correctamente atribuido al Paleolítico superior. En su investigación, durante el resto del siglo XIX, destacan los nombres del Marqués de Vibraye, E. Massénat, E. Piette, E. Lartet y H. Christy. En 1875 apareció la voluminosa obra de los dos últimos titulada "Reliquiae aquitanicae", verdadero corpus del arte mueble conocido hasta aquella fecha. Al propio tiempo se iba sabiendo de la existencia de un arte rupestre al aire libre en diversos lugares de la Península Ibérica, el de ciertos primitivos contemporáneos e incluso el de los hombres prehistóricos norteafricanos. Pero quien, el primero, iba a identificar el arte parietal paleolítico, era el español Sautuola que, el mismo año de la publicación de aquella gran obra, visitaba por primera vez la cueva de Altamira.
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El 13 de mayo de 1524, un grupo de franciscanos, los llamados doce, encabezados por fray Martín de Valencia, arribó al puerto de San Juan de Ulúa, y cinco semanas después alcanzó la ciudad de México. A partir de entonces, Motolinia ejerció de misionero en diferentes partes de la Nueva España. Aprendió lenguas indígenas para predicar directamente a las audiencias nativas, y así dos años después dichos franciscanos ya pudieron difundir directamente el Evangelio cristiano y conversar con los indios en sus mismos idiomas. Durante estos primeros tiempos Motolinia y sus compañeros pasaron por graves dificultades, incluso con exposición de sus vidas. Motolinia recorrió los valles centrales de México, y el sur de la Nueva España. Escribió esta Historia cuando comenzaba la segunda mitad del siglo XVI, y se consolidaba la construcción de una nueva sociedad, la Nueva España. Junto con los Memoriales o Libro de las cosas de la Nueva España y de los naturales de ella, esta Historia constituye un documento histórico del mayor valor para saber cómo eran los indígenas en su época prehispánica y su reacción ante la penetración española y las predicaciones franciscanas. Puede considerarse más que un texto histórico. Es también un compendio de cómo se transformaron las sociedades indígenas, y tiene por protagonistas a un conjunto turbulento de personajes de toda índole: misioneros, sacerdotes indígenas, conquistadores, pobladores y pueblo indígena en general. Como documento histórico es una de las fuentes más importantes para el conocimiento de esta época del siglo XVI.
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INTRODUCCIÓN No sabemos cuál sería la edad exacta de fray Toribio de Benavente cuando el 13 de mayo de 1524, en compañía de otros franciscanos, los llamados #doce# por su número, desembarcó en San Juan de Ulúa, en una expedición de frailes dirigida por fray Martín de Valencia. Por esta razón, ignoramos las circunstancias y fecha de su nacimiento, aunque sabemos que este hecho ocurrió en Benavente, Zamora. El historiador mexicano Edmundo O#Gorman1 sitúa el nacimiento de fray Toribio entre 1482 y 1491. Siendo costumbre que los frailes dedicados a la evangelización debían ser personas sanas y vigorosas, capaces de resistir las vicisitudes y penalidades que acompañaban a sus misiones, nos inclinamos a pensar que, en llegando a México, fray Toribio tendría una edad inferior a los treinta años. Esta edad hacía posible no sólo cumplir con actividades de desplazamientos por regiones que sabemos difíciles, sobre todo a causa de los terrenos y de las situaciones peligrosas que resultaban de la frecuente hostilidad de los indígenas hacia extraños que ocupaban sus territorios, sino también porque, al mismo tiempo, se requería ser lo suficientemente joven para de este modo realizar adaptaciones fisiológicas a los diferentes climas y altitudes, tanto como también facilitaba la recepción y aprendizaje de idiomas nativos, condición indispensable para efectuar la penetración espiritual en el mundo indígena. En este caso, y por lo menos durante el período inicial, lo conveniente era que los misioneros que trabajaban en México aprendieran el náhuatl, idioma que con el maya en Mesoamérica2 constituía el medio de comunicación verbal entre las diferentes naciones, tribus y etnias que vivían en el seno de esta gran región, con independencia de las lenguas locales que en número considerable representaban el mosaico lingüístico de las poblaciones mesoamericanas3. Desde luego, aun cuando podamos especular acerca de la edad como factor adaptativo, que en las edades mas jóvenes implica plasticidad social y receptividad cultural más variada, es indudable que en el caso de fray Toribio carecemos de documentos que precisen todo cuanto hace referencia a quienes fueron sus familiares, formación social y educación recibida, para de este modo poder ocuparnos de su contexto intelectual, tanto como de su ambiente social. Así, no sabemos la fecha en que había nacido. Sí, en cambio, tenemos certeza de cuándo fue su muerte. Este hecho ocurrió en la ciudad de México, el 9 de agosto de 1569, y es probable que para entonces tuviera más de ochenta años. Su residencia en México tuvo, pues, una duración de cuarenta y cinco años, suficientes por su incansable trabajo y dedicación a los indígenas, para que haya podido conocerlos a fondo y hablar, por lo menos, el nahuatl. En lo fundamental, fray Toribio, fraile menor como se designaba a sí mismo, viajó por todo el ámbito mesoamericano. Sin embargo, el material etnográfico que mayormente nos comunica en su Historia, así como sus frecuentes alusiones a Tlaxcala y a la ciudad de México, nos permiten pensar que sus principales conocimientos los obtuvo de gente de habla nahuatl, especialmente tlaxcalteca y azteca, con frecuentes incursiones etnográficas referidas a texcocanos, tepaneca, huexotzinca, cholulteca, y grupos que aun no siendo nahuas, como tarascos y otomíes, no obstante, figuraban en el contexto del área de que se ocupaba, incluidos chichimecas y pueblos de la costa atlántica y del sur. De modo especial, los mayas no figuran entre los intereses etnográficos de fray Toribio, precisamente porque no acostumbró tratarlos con la frecuencia con que lo hizo con los primeros. Aunque parece difícil aceptar que un hombre culto, como fray Toribio, cometiera errores de transcripción de topónimos y nombres nahuas, pues se supone que después de veinte años de estancia en México debía dominar este idioma, sin embargo, su relación permite afirmar que se basa en experiencias vividas, aun cuando se piense que esta Historia no fuese escrita directamente por Fray Toribio, sino por otra persona que tuvo acceso a la obra si redactada por nuestro autor. Inclusive tratándose de una obra transcrita y resumida de otra original, perdida según O#Gorman4, que pudiera haber sido la que escribió realmente Motolinia, lo cierto es que resulta difícil imaginar la comisión de esta clase de errores cuando se supone que la redacción original debió ser básicamente correcta. De hecho podría pensarse que la existencia de un manuscrito diferente no supone necesariamente que los datos sean incorrectos, pues de la comparación con otros de la época, por ejemplo, los que nos dieron Sahagún y Torquemada, concuerdan, con independencia de su relativa distinta prolijidad descriptiva. Lo cierto es que las informaciones básicas relacionadas con la etnografía de las poblaciones mencionadas coinciden sobremanera, con la sola diferencia de que los énfasis varían, pues mientras los dos últimos autores fueron más intensivos en lo referente a lo prehispánico, y si se quiere más completos, en cambio, lo fueron menos en sus informaciones sobre el proceso de la aculturación experimentado por los indígenas a partir de sus relaciones con los españoles. Desde luego, fray Toribio de Benavente cuando adoptó el sobrenombre de #Motolinia#, palabra indígena compuesta que significaba presentarse como #el humilde por pobre#, asumía con ello, y desde este momento, el proyecto de la evangelización al modo peculiar franciscano; esto es, consistente en vivir sobre el terreno y dentro de las penurias que pudieran resultar de la escasez, pero permitiendo todo ello profundizar sobre las culturas indígenas en forma ciertamente amorosa: sin condenarlas, y pensando que el Evangelio constituía un mensaje de humildad cuya más importante grandeza se expresaba en la misma exaltación del poder espiritual y en la superioridad moral de éste sobre las temporalidades materiales. Por otra parte, esta Historia no es sólo el relato de cómo eran los pueblos indígenas durante la inmediata época prehispánica. Es también la historia de las vicisitudes ocurridas durante su conversión y, por ende, designa el proceso que siguieron los acontecimientos de la evangelización desde la llegada a México, sobre todo, de los doce #Apóstoles de la Nueva España#. El libro que aquí presentamos comienza con una #Epístola Proemial#, dirigida al que fuera su protector don Antonio de Pimentel, en su tiempo sexto conde de Benavente, villa de la que era oriundo nuestro autor. Después, y formando el grueso de la obra, se describe la Historia, para terminar con una #Carta# al emperador Carlos V en la que Motolinia se constituye en crítico directo de los escritos de Las Casas. En dicha carta, fray Toribio se muestra interesado en desmentir las exageradas ligerezas a que se entregó Las Casas cuando describía los comportamientos de los españoles. La #Carta# es, fundamentalmente, un alegato contra lo que podríamos llamar demagogia lascasiana, tratando de restablecer en su justa medida los comportamientos de los españoles. En ella resulta evidente que Motolinia no sólo era un hombre que conocía la realidad americana, sino que introducía en sus afirmaciones un sentido de equilibrio, sobre todo en materia de cifras relativas a los números de esclavos indios, y a las circunstancias catastróficas por las que pasaban estas poblaciones al tener que sufrir enfermedades y epidemias para las que no estaban preparadas. Dentro de esta perspectiva, la Historia de Motolinia abunda en noticias referentes al pasado indígena, pero también asume el relato de lo que estaba aconteciendo con las nuevas experiencias religiosas de los nativos. El mundo indígena parecía estremecerse sobre sus cimientos cuando llegaron los españoles. Sobre aquél no sólo actuaban los misioneros, sino que, además, en la dialéctica de aquel momento aparecían factores de desorganización y de entropía que mientras efectuaban el estrangulamiento progresivo de las estructuras sociales indígenas, aceleraban, por medios guerreros, políticos y económicos, la aparición de nuevas categorías culturales y el desarrollo de una nueva y única sociedad: la que tomaba el nombre de Nueva España. Mientras que el imperio azteca extendía su poder político y militar por los territorios cercanos, y mientras en éstos su poder se distribuía de manera discontinua o en forma de archipiélago internos, o sea constituyendo islas salteadas porque no todas sus naciones internas le permanecían absolutamente sometidas, y por cuanto cada una de éstas resistía al aparato disuasorio de Tenochtitlán por medio de acciones que, en casos, aseguraban su independencia, como ocurría, por ejemplo, con tarascos y tlaxcaltecas, y en menor medida con grupos como totonaco, otomíe, huexotzinca, cholulteca, mixteca, huasteca, zapoteca, maya, chichimeca, y otros de inferior entidad y desarrollo político, en todo caso se adoptaban estrategias que oscilaban, en sus compromisos, entre obedecer a las exigencias mexicanas y rechazar, por otra parte, el someterse a su dominio. Esta misma situación fue heredada por los españoles, con la diferencia de que los enemigos tradicionales del imperio azteca adoptaron en seguida la estrategia de vincularse a la amistad con aquéllos frente a este último; y al contrario, los amigos del poder mexica fueron inevitablemente asumidos como los primeros enemigos del poder español. El transcurso de los sucesos derivados de la Conquista implicaron deserciones importantes de naciones indígenas que, poco a poco, asumían el dominio español en lugar del propiamente azteca. En cualquier caso, y en el contexto de una primera confrontación, amigos y enemigos invirtieron sus opciones políticas y entraron en un juego de alianzas que Hernán Cortés supo aprovechar sutilmente en su favor, convirtiéndole de hecho en uno de los más brillantes tácticos de la época, pues mientras consolidaba militarmente la derrota de los aztecas, destruía al mismo tiempo el aparato de poder de éstos en lo que podía considerarse capacidad de dominio sobre otras naciones. Prácticamente, además, cada grado de poder conquistado por Cortés a los aztecas representaba un grado de poder menos de éstos sobre Mesoamérica, y a la larga sobre sí mismos. Por lo tanto, a medida que los aztecas se debilitaban, se reforzaban los españoles. La consecuencia inmediata de este progresivo avance consistía no sólo en ampliar el territorio de dominio militar, sino también permitía asegurar para los misioneros el acceso a una mayor cantidad de naciones para su conversión. Asimismo, y por este medio, aumentaban las necesidades de control espiritual por los misioneros de estas poblaciones. Cabalmente, cada conversión de un indígena al Cristianismo significaba la retirada, real o potencial, de un enemigo de los españoles. En este punto es indudable que la obra misionera era intrínsecamente decisiva en lo espiritual y estratégica en lo político, de manera que los evangelizadores pronto pudieron ser considerados por los sagaces capitanes españoles, Hernán Cortés el primero, como los agentes más eficaces para el éxito de sus conquistas, pues las conversiones de indígenas conseguían transformar la hostilidad guerrera en pérdida de voluntad progresiva para seguir enfrentándose contra un poder, el español, que aparecía secundado y favorecido por otro, el de los frailes, a sus ojos más permanente y trascendente. Para pueblos tan profundamente religiosos como los indígenas, el poder espiritual de los misioneros, actuando a través de la predicación, llegó a restar más combatientes para la causa contra los españoles que podían conseguirlo los ejércitos de estos últimos. Incluso cabe añadir que sin los religiosos, las conquistas habrían sido más lentas y penosas y, desde luego, habrían impuesto la necesidad de emplear más recursos económicos y mayores contingentes humanos. Esto lo advertimos claramente cuando pensamos en las tendencias de los españoles a enfrentarse entre sí y a debilitar, por eso, sus capacidades de lucha, como ocurriera con Cortés y Narváez en México, y con Pizarro y Almagro en Perú. Y también es cierto que si no hubiera sido por el progreso de la evangelización, las fundaciones y poblamientos españoles hubieran pasado por pruebas más terribles de precariedad en lo que hace al mantenimiento de la estabilidad de su dominio. Sin los trabajos misioneros, los españoles habrían tenido, por lo menos, que luchar más y con más medios, sobre todo a partir de las primeras sorpresas y desorganizaciones que siguieron a los fulgurantes avances militares de Cortés. Y asimismo, es muy probable que de haber persistido en su resistencia militar organizada los indígenas, otras naciones europeas, tan ávidas como lo fuera la española, habrían intervenido de manera oportunista en el escenario de Mesoamérica, por lo menos dilatando el proceso de consolidación de la nueva sociedad española en estos territorios. Los frailes fueron, por lo tanto, el recurso humano más profundamente estabilizador de la conquista española, y en cierto modo, y metafóricamente, causaron más bajas a la resistencia indígena que podían lograr las fuerzas militares. El éxito en la guerra ideológica constituyó, así, el medio principal de la victoria militar, precisamente porque socavo las convicciones que permitían justificar las resistencias indígenas a los españoles. En gran manera, además, la profundización ideológica emprendida por los españoles en lo religioso, asumía que los indígenas eran más vulnerables en este punto que en la crisis que podía darse en su identidad étnica. Culturalmente, los misioneros escribieron la historia decisiva porque, al absorber los indígenas el cristianismo, transformaban su ética de resistencia en ética de reconciliación y en signo de integración social con la estructura institucional española. Dentro de estos particulares, la Historia de Motolinia representa un despliegue de informaciones sobre los indígenas, en dos tiempos: uno, el prehispánico; otro, el hispánico. Debido quizá al hecho de no haber estado presente en el proceso del descubrimiento y conquista de México, sus informaciones al respecto de este período mantienen la austeridad de la ausencia. Por eso, en este sentido cabe señalar que sus referencias a la Conquista de Tenochtitlán, corazón del imperio azteca, queda muy lejos en intensidad y memoria a las que hicieron Hernán Cortés y Bernal Díaz del Castillo5 en sus descripciones sobre estos acontecimientos. Y tampoco igualan en crédito y memoria directa a las que redactaron, respectivamente, fray Francisco de Aguilar, con su Relación breve de la conquista de la Nueva España6, o el indígena Fernando de Alva Ixtlilxóchitl7, o las mismas versiones de H. Alvarado Tezozomoc, con su Crónica Mexicana8, incluso la del dominico fray Diego Durán9 que en el mismo siglo XVI escribió con especial interés sobre los acontecimientos políticos y propiamente militares de la Conquista en las partes finales de su obra. Cabe, pues, afirmar que la Historia de Motolinia debemos contemplarla desde la óptica de otros ángulos y facetas, en este caso de las que miran al discurrir de la obra misionera sobre los indígenas y del deseo de saber mayormente acerca de los fundamentos históricos de su religión, de las cualidades de sus dioses, del sacerdocio y de las funciones de las creencias en sus diversas manifestaciones morales e intelectuales. El hiato descriptivo que correspondería al período de la conquista española, parece dar a entender que para Motolinia estos sucesos tenían un valor secundario en sus intereses históricos, pues lo importante permanecería integrado en lo que constituía la razón de su presencia en México y en el resto de Mesoamérica: la conversión del indio al Cristianismo y su correspondiente bautismo en el seno del Cristianismo. En estas condiciones, los hechos militares y los sucesos políticos ocupan espacios reducidos en su contexto intelectual, básicamente conducido por la preocupación en dar primacía al triunfo de la consciencia moral sobre cualquier valor de situación. En la realidad, esto sería, como dijimos, cuestión de énfasis, v también resultaba ser la traducción de un actitud intelectual entregada a describir el proceso de transformación que experimentaba el indígena al pasar de vivir una fe #equivocada# por estar basada en la influencia del demonio, a otra de acceso paulatino a la fe correcta y revelada del Cristianismo. Los hechos que configuran este proceso son fundamentales en la obra de Motolinia, y si ésta es importante para los historiadores, lo es también, desde luego, para los etnólogos y para toda persona proclive a descubrir en la memoria de este pasado, quizá, sus propios entusiasmos literarios. En tal extremo, lo que se nota en estas descripciones es el vigor de un estilo existencial, el de la época, y lo que es más relevante, a nosotros nos invade el placer que sigue a la noción de que estamos viviendo a distancia un mundo que si era difícil en sí mismo, no lo era tanto porque a sus protagonistas les persiguieran el drama y la tragedia, sino porque su fe mesiánica les llevaba a conquistar el corazón de los indígenas antes de que consiguieran también su alma en el acto final. Lo que nos parece singular de Motolinia es su fe austera y su inteligencia para percibir el sentido de la vida indígena, y también, a veces, su capacidad para encapsular el pensamiento y los actos de este modo de ser en el contexto de peligros y de avatares que, mientras bordeaban continuamente la catástrofe, al mismo tiempo existían convicciones definitivas suficientes como para proveernos de la sensación de que todo es verosímil a cuenta de la sencillez descriptiva que despliega. Por eso, los sucesos que se narran adquieren un sentido de autenticidad y de confianza en la inevitabilidad del resultado final de este ingente trabajo misionero: la conversión y bautismo de los indígenas. Así, esta Historia constituye un documento inestimable en lo que concierne al conocimiento de los procesos de aculturación10 que siguieron a las predicaciones franciscanas en México. Por lo demás, el método es sencillo: consiste en describir costumbres y reacciones que se producían conforme iban asentándose los frailes y los españoles en general. No intenta formular una teoría de la evangelización, ni persigue elucidar las contradicciones que se iban produciendo a medida que se conseguían éxitos en la conversión de los indígenas al Cristianismo. De hecho, destaca los problemas ideológicos que resultaban de las confrontaciones entre dos sistemas de pensar, el de los sacerdotes indígenas y el de los misioneros españoles, en este caso franciscanos. En este contexto, se revela el papel de la praxis, la política misma de los franciscanos y las posibilidades que se iban dando a medida que se ampliaban las bases operativas de la predicación y la institucionalización de la Iglesia católica en el mundo americano. Siendo así, se trata de una historia religiosa singular, un período en cuyo transcurso se organizaba una nueva vida espiritual mientras aparecían en el seno de las sociedades indígenas las tramas de una transformación de su semántica cultural. Desde entonces, los significados de la vida comenzaban a ser distintos para los indígenas, pero desde luego también incorporaban nuevas realidades cognitivas y adaptativas entre los mismos españoles. Llevados por Motolinia, debemos advertir que los modos peculiares de discutir los franciscanos materias religiosas con los indígenas representan, además de un convencimiento ideológico, la manifestación de una fuerza ética, intelectualmente expresada, que estos frailes afrontaron con impar valentía y serenidad. Pero también es obvio que esta serenidad tuvo sus nubes pasionales, aquellas a las que eran empujados por su fe. En todo caso, el relato es llevado con firmeza, destaca por su estilo directo, y aparece como determinado por recuerdos fáciles de contar porque eran propios de la persona de Motolinia. Se trata, pues, de una fuente de primera mano que, mientras conservaba su celo misionero, también podía reflexionar sobre los resultados de su experiencia.
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Lucrecia era una noble romana casada con Colatino de la que se prendó el hijo del rey Tarquino; ante el rechazo de la joven a las solicitudes amorosas, el hijo del rey violó a Lucrecia. La patricia reunió a su padre, Lucrecio, a su esposo y a sus familiares para contarles lo que había ocurrido, acabando inmediatamente con su vida para lavar la afrenta. Bruto, presente en el suicidio, arrancó el puñal que Lucrecia había clavado en su corazón y juró venganza, en lo que sería el fin de la monarquía en Roma y la proclamación de la república en el año 510 a.C. Botticelli presenta la historia dividida en tres zonas, tomando edificios romanos como decorado. En la izquierda, la afrenta sufrida por Lucrecia, en la derecha el suicidio y en el centro a Bruto arengando a las tropas para derribar la Monarquía ante el cadáver de la patricia. Un arco de triunfo enmarca esa escena central, apreciándose la estatua del David de Donatello, la victoria de la república sobre la tiranía. Botticelli ha empleado una historia de la Roma antigua para representar la situación política de Florencia a finales del Quattrocento, cuando la familia Médici fue desterrada ocupando el poder una república popular. Con esta obra y la Historia de Virginia, el artista demostraba su habilidad para representar los deseos de su clientela. La composición goza de una tremenda expresividad dramática, empleando una sucesión de escenas de marcado carácter medieval que recuerda a los episodios pintados al fresco para la Capilla Sixtina. Las construcciones clásicas se relacionan con los que estaban haciendo otros pintores en ese tiempo como Filippino Lippi o Francesco di Giorgio Martini.
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Botticelli, en un período de madurez artística, se inspiró en la inmortal obra de Bocaccio, el Decamerón, para narrar esta trágica historia de amor y muerte. Concretamente, el episodio que elige es la Historia de Nastagio degli Onesti. El modo de contarlo es, sin embargo, algo arcaico, puesto que utiliza la presencia simultánea del mismo personaje varias veces en el mismo cuadro; además, cada cuadro actúa como una viñeta de cómic, que muestra la evolución de la historia. Estos recursos fueron muy frecuentes en el Gótico italiano, pero en el Quattrocento, cuando se realiza esta serie, ya habían sido desechados por los artistas más avanzados. El tema es el que sigue: Nastagio, joven noble, ha sido rechazado en sus pretensiones matrimoniales por Paola Traversari, de quien está enamorado. Triste, pasea sus penas a solas por el bosque cuando, de repente, presencia la aparición fantasmal de una mujer desnuda que huye desesperadamente de un jinete y su jauría. Estas acciones se recogen en el primer cuadro y se encuentran separadas por momentos gracias a los enmarques de los troncos de los árboles del bosque. El joven Nastagio aparece de tal modo dos veces. En el siguiente cuadro, Nastagio contempla horrorizado cómo los perros dan alcance a la mujer, a la cual el caballero mata y destripa, ofreciendo sus entrañas a los animales. Finalizado el suplicio, la mujer se levanta y la persecución se reanuda, como se observa en las figuritas del último plano del bosque. El caballero cuenta a Nastagio que la crueldad de ella ante sus peticiones amorosas provocó su suicidio y el tormento eterno de ambos. En el tercer cuadro, Nastagio, notablemente impresionado, convoca a sus familiares y a su amada para un banquete en el mismo bosque donde apareció la terrible caza. Para ello, los árboles son talados y se crea un espacio, adornado con ricos doseles, que dan cobijo al ágape. En pleno banquete, la persecución se materializa de nuevo, espantando a los presentes. Cuando Nastagio explica la historia a Paola, ésta se conmueve y acepta ser su esposa. Los desposorios y el final feliz se relatan en un cuarto cuadro, que no está en el Museo del Prado sino en una colección particular suiza.
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La obra de Villagrá que incorporamos a nuestra colección Crónicas de América es actualmente un libro rarísimo. Publicado por vez primera en Alcalá de Henares en 1610, no volvería a ser reimpreso hasta que el Museo Nacional de México hizo una edición en 1900. Esta es, por tanto, la primera edición española desde 1610. Prácticamente desconocida en España, la Historia de Nuevo México de Gaspar de Villagrá es considerada en Estados Unidos como una fuente imprescindible para reconstruir su historia en toda la zona de suroeste americano. Villagrá, en efecto, aporta en su poema largas listas de personajes indígenas que de otra manera hubieran quedado anónimos. La riqueza de detalles, costumbres indígenas, organización político-social de los indios pueblos quedan aquí descritas con minuciosidad y convierten a la obra de Villagrá en una fuente inestimable para etnólogos y antropólogos. Entrar ahora en la calidad poética de la obra de Villagrá parece cuestión accidental. Valoraciones al margen, es evidente que su inclusión en nuestra colección obedece al indiscutible valor de sus aportaciones desde el punto de vista de soldado testigo de los hechos que describe. Las recientes excavaciones realizadas en los lugares que Villagrá describe en su canto épico han demostrado que, pese a su narración en verso, sus palabras se atenían con increíble exactitud a la realidad de los hechos.
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HISTORIA DE NUEVO MÉXICO del Capitán Gaspar de Villagrá CANTO PRIMERO Que declara el argumento de la historia y sitio de la nueva Mexico, y noticia que della se tuvo, en quanto la antigualla de los Indios, y de la salida y decendencia de los verdaderos Mexicanos Las armas y el varon heroico canto, El ser, valor, prudencia, y alto esfuerço, De aquel cuya paciencia no rendida, Por vn mar de disgustos arrojada, A pesar de la inuidia ponçoñosa, Los hechos y prohezas va encumbrando, De aquellos Españoles valerosos, Que en la Occidental india remontados, Descubriendo del mundo lo que esconde, Plus vltra con braueza van diziendo, A fuerça de valor y braços fuertes, En armas y quebrantos tan sufridos, Quanto de tosca pluma celebrados: Suplicoos Christianissimo Filipo, Que pues de nueua Mexico soys fenix, Nueuamente salido y producido, De aquellas viuas llamas y cenizas, De ardentissima fee, en cuyas brasas, A vuestro sacro Padre y señor nuestro, Todo deshecho y abrasado vimos Suspendais algun tanto de los hombres, El grande y graue peso que os impide, De aquese inmenso globo que en justicia, Por solo vuestro braço se sustenta, Y prestando gran Rey atento oido, Vereis aqui la fuerça de trabajos, Calumnias y aflicciones con que planta, El euangelio santo y Fé de Christo, Aquel Christiano Achiles que quisistes, Que en obra tan heroica se ocupase, Y si por qual que buena suerte alcanço, A teneros Monarca por oiente, Quien duda que con admirable espanto, La redondez del mundo todo escuche, Lo que a tan alto Rey, atento tiene, Pues siendo assi de vos fauorecido, No siendo menos escreuir los hechos, Dignos de que la pluma los leuante, Que emprender los que no son menos dignos, De que la misma pluma los escriua, Solo resta que aquellos valerosos, Por quien este cuydado yo he tomado, Alienten con su gran valor heroico, El atreuido huelo de mi pluma, Porque desta vez pienso que veremos, Yguales las palabras con las obras, Escuchadme gran Rey que soi testigo, De todo quanto aqui señor os digo. Debajo el polo Artico en altura, De los treinta y tres grados que a la santa, Ierusalem sabemos que responden, No sin grande misterio y marauilla, Se esparcen, tienden, siembran y derraman, Vnas naciones barbaras remotas, Del gremio de la Iglesia donde el dia Mayor de todo el año abraça y tiene, Catorze oras y media quando llega, Al principio de Cancro el Sol furioso, Por cuyo Zenith, passa de ordinario, De Andromeda la imagen y Perseo, Cuya constelacion influye siempre, La calidad de Venus y Mercurio, Y en longitud nos muestra su districto, Segun que nos enseña y nos pratica, El meridiano fixo mas moderno, Dozientos y setenta grados justos, En la templada zona, y quarto clima, Dozientas leguas largas por la parte Que el mar del Norte, y golfo Mexicano, Acerca y auecina mas la costa, Por el viento sueste, y por la parte, Del brauo Californio y mar de perlas, Casi otro tanto dista por el rumbo, Que sopla el sudueste la marina, Y de la Zona elada dista y tiene, Quinientas leguas largas bien tendidas, Y en circulo redondo vemos ciñe, Debajo el paralello si tomamos, Los treinta y siete grados lebantados, Cinco mil leguas buenas Españolas, Cuya grandeza es lastima la ocupen, Tanta fuma de gentes ignorantes, De la sangre de Christo cuia alteça, Causa dolor la ignoren tantas almas: Destas nueuas Regiones es notorio, Publica voz y fama que decienden, Aquellos mas antiguos Mexicanos, Que a la Ciudad de Mexico famosa, El nombre le pusieron porque fuesse, Eterna su memoria perdurable, Imitando aquel Romulo prudente, Que a los Romanos muros puso tassa, Cuya verdad se saca y verifica, Por aquella antiquissima pintura, Y modo hierogliphico que tienen, Por el qual tratan, hablan s, se entienden, Aunque no con la perfeccion insigne, Del gracioso coloquio que se ofrece, Quando al amigo ausente conuersamos, Mediante la grande y excelencia, Del esercuir illustre que tenemos, Y fuerça y corrobora esta antigualla, Aquel prodigio inmenso que hallamos, Quando el camino incierto no sabido, De aquella nueua Mexico tomamos, Y fue que en las postreras poblaciones, De todo lo que llaman nueua España, Y a los fines del Reyno de Vizcaia, Estando todo el campo leuantado, Para romper marchando la derrota, Bronca, aspera, dificil y encubierta, Supimos vna cosa por muy cierta, Y de inmortal memoria platicada, Y que de mano en mano auia venido, Qual por nosotros la venida a España, De aquellos valerosos que primero, Vinieron a poblarla y conquistarla, Dixeron pues aquellos naturales, Vinanimes conformes y de vn voto, Que de la tierra adentro señalando, Aquella parte donde el norte esconde, Del presuroso Boreas esforçado, La concaua cauerna desabrida, Salieron dos briosissimos hermanos, De altos y nobles Reyes descendientes, Hijos de Rey, y Rey de suma alteza, Ganosos de estimarse y leuantarse, Descubriendo del mundo la excelencia, Y a sus illustres Reyes y señores, Con triumpho noble, y celebre trofeo, Por viua fuerça de armas, o sin ellas, Quales corderos simples al aprisco, Reduzir los fugetos y obedientes, Al duro iugo de su inmenso impero, Soberbio señorio y brauo estado, Y que llegando alli con grande fuerça, De mucha soldadesca bien armada, En dos grandiosos campos diuididos, De gruessos esquadrones bien formados, El maior de los dos venia cerrando, Con gran suma de esquadras la banguardia, Y de otras tantas brabas reforçaua, La retaguarda en orden bien compuesta, El menor con grandissima destreza, Y por el medio cuerpo de batalla, Gran suma de bagage y aparato, Tiendas y pauellones bien luzidos, Con que sus Reales fuertes affentauan, Y como sueltos tiernos ceruatillos, Infinidad de niños y muchachos, Por vna y otra parte retoçando, Embueltos en juguetes muy donosos, De simples infanticos inocentes, Sin genero de traça ni concierto: Y tambien por aquel soberuio campo: Entre las fieras armas se mostrauan, Assi como entre espinas bellas flores, Vizarras damas, dueñas y donzellas, Tan compuestas discretas y gallardas, Quanto nobles hermosas y auisadas: Y en fresca flor de jubentud mancebos, Gentiles hombres, todos bien compuestos, Compitiendo los vnos con los otros, Tanta suma de galas y libreas, Quanto en la mas pintada y alta Corte, En grandes fiestas suelen señalarse, Los que son mas curiosos cortesanos: Y assi mismo los gruesos esquadrones, Mostrauan entre tanta vizarria, Vn numero terrible y espantoso, De notables transformaciones fieras, Qual piel de vedegoso Leon cubria, Con que el feroz semblante y la figura, Del soberuio animal representaua, Qual la manchada fiera tigre hircana, Presta onza, astuto gimio, y suelto pardo, Qual al hambriento lobo carnicero, Raposo, liebre, y timido conejo, Los grandes pezes, y aguilas caudales, Con todo el resto de animales brutos, Que el ayre, y tierra, y ancho mar ocupan: Alli muy naturales, parecian, Inuencion propia antigua, y que es vsada, Entre todas las gentes y naciones, Que vemos descubiertas de las Indias, Auia de armas fuertes belicosas, Vna luzida bella y grande copia, Turquescos arcos, corbos, bien fornidos, Anchos carcages, gruessos y espaciosos, De muy liuianas flechas atestados, Ligeras picas, y pesadas macas, Fuertes rodelas con sus fuertes petos, De apretado nudillo bien obrados, Rebueltas hondas, prestas por el ayre, Gruessos bastones con pesados cantos, En sus fuertes bejucos engastados, Y sembradas de agudos pedernales, Fortissimas macanas bien labradas, Y tendidas al aire tremoauan, Con vizarro donaire y gallardia, Cantidad de vanderas y estardartes, De colores diuersos matizados, Y las diestras hileras de soldados, Cada qual empuñando bien sus armas, Con gran descuydo y con vizarros passos, Por el tendido campo yuan marchando, Y de las muchas plantas açotado, El duro suelo en alto leuantauan, Vna tiniebla densa tan cerrada, Que resoluerse el mundo parecia, En cegajoso poluo arrebatado, De vn ligero y presto terremoto, Que por el ancho concauo del aire, En altos remolinos va esparciendo, Pues yendo assi marchando con descuido, Delante se les puso con cuydado, En figura de vieja desembuelta, Vn valiente demonio resabido, Cuyo feroz semblante no me atreuo, Si con algun cuydado he de pintarlo, Sin otro nueuo aliento a retratarlo.