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Término griego que significa dominador. Puede tener carácter institucional.
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En la segunda mitad del siglo XVI se produjo un cambio de orientación en las relaciones internacionales: el fin de las aspiraciones de unidad de la Europa cristiana y el surgimiento de los particularismos. La separación de la Casa de Habsburgo en dos ramas significó la formación de una política exterior específica de la Monarquía española y el sometimiento a aquélla de todos los Estados que la componían. En el Imperio, por la paz de Augsburgo de 1555 el emperador reconoció a los príncipes luteranos el derecho a su religión, con la obligación de los súbditos de acatar la de su soberano (cuius regio, eius religio), y la secularización de las propiedades eclesiásticas llevada a efecto por los príncipes hasta ese momento, pero vetándola para el futuro. Este acuerdo no sólo significó la aceptación de la división religiosa del Imperio, sino la del particularismo de sus Estados; y, por tanto, los Habsburgo de Viena se centrarán también en los intereses de sus Estados patrimoniales. Por otro lado, se produjo un cambio en las relaciones de las principales Monarquías. Los largos años de lucha entre Francia y los Habsburgo darán paso a un respiro. Desde la paz de Cateau-Cambrésis de 1559, se inició un período de paz entre los viejos contendientes, que no reanudarán sus hostilidades hasta finales de siglo. Por el contrario, a la tradicional amistad anglo-española sucedió una enemistad irreconciliable en el terreno político, religioso y colonial, que no cesará hasta la desaparición del Imperio colonial español, ya en el siglo XIX. Cada vez con más fuerza, los antagonismos religiosos no sólo eran un factor de desorden interno sino que estarán presentes en todos los conflictos internacionales, entremezclando de forma inseparable las razones políticas y religiosas. No sólo se percibían en el tradicional enfrentamiento entre cristianos y musulmanes, sino en la rebelión de los Países Bajos, la oposición de Felipe II a Enrique de Navarra y hasta en las rivalidades coloniales, que aparecieron como un nuevo factor conflictivo.
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Hacía tiempo que gentes procedentes de Libia se habían asentado en Egipto, formando colonias. Estos contingentes eran utilizados como tropas mercenarias, pero mantenían un liderazgo interno, de manera que sus caudillos lograron una posición destacada en la estructura política, como jefes de los Ma y entre ellos, Sheshonq había sido distinguido con el cargo de consejero de Psusenes. El poder militar del fundador de la Dinastía XXII evitó cualquier síntoma de oposición; ni siquiera Tebas ofreció seria resistencia, lo que no deja de producir cierta perplejidad. Es más, designa a su propio hijo como gran sacerdote de Amón, recomponiendo así la doble línea emparentada. Tras haber logrado su consolidación en el interior, organizó una campaña contra Israel, aprovechando la división del reino que se produce a la muerte de Salomón. De este modo, el instaurador de la dinastía libia tomaba como política propia la de la agresividad contra los vecinos asiáticos. Por el contrario, las relaciones con los fenicios se mantuvieron pacíficas, lo que permitió incrementar el volumen de los intercambios. De esta manera se constata una ligera recuperación económica que se traduce en donaciones especiales a los templos. A su muerte las fuentes documentales se reducen drásticamente. A pesar de ello, atisbamos el deseo de conexión con la dinastía precedente, que se expresa no sólo a través de la onomástica real, sino también por el matrimonio de Osorcón, el heredero, con una hija de Psusenes. Por otra parte, continúan las donaciones regias a los templos y mantiene la política general de su padre. Es bajo su reinado probablemente cuando el nubio Zerah atacó al rey Aza de Judá, quizá por encargo del propio faraón. A su muerte es sucedido por su hijo Takelot I, del que apenas poseemos noticias. Este dejó el trono en manos de su hijo Osorcón II, con el que comienza una etapa de cierto esplendor. En el exterior participa livianamente en una alianza sirio-palestina destinada a contener la política expansionista de Assurnasirpal II y Salmanasar III, que se enfrenta con las tropas coaligadas en la batalla de Qarqar, de ambiguo resultado, pues si bien aseguró la independencia a los aliados, el rey asirio pudo continuar su política de ataques continuos contra los estados vecinos; pero desde el punto de vista egipcio, lo importante era que se abría una nueva etapa en las relaciones con los estados del corredor sirio-palestino, consistente en el apoyo diplomático, económico e incluso militar necesario para impedir la progresión asiria. En el orden interno, logró, no sin esfuerzo, situar a sus hijos como grandes sacerdotes de los principales dominios divinos y en tales circunstancias de estabilidad pudo afrontar una política constructiva insólita en la época. Y a pesar de la relativa prosperidad, a su muerte las fuentes documentales disminuyen hasta el silencio casi total. Su hijo Takelot II reinó unos veinticinco años, pero no sabíamos prácticamente nada de él si no fuera por la inscripción que su hijo Osorcón, sacerdote de Amón, hizo grabar en Tebas. Gracias a ella sabemos que en el año décimo primero el faraón y su hijo hubieron de hacer frente a una guerra civil mediante la cual Tebas pretendía evitar el nombramiento de Osorcón. La guerra duró hasta el año 24 de Takelot II, pero un año después Osorcón pierde nuevamente el mando en Tebas y antes de recuperarlo fallece el faraón. La circunstancia es aprovechada por un hermano menor que no respeta el tradicional orden sucesorio y arrebata a Osorcón la herencia anhelada. El nuevo faraón, Sheshonq III, había causado un nuevo conflicto sucesorio. Tal vez por la escasa habilidad demostrada durante su sacerdocio, Osorcón no obtuvo el apoyo tebano. El clero amonita, enemistado con Osorcón reconoce inmediatamente a Sheshonq III que, a su vez, permite la libre designación del nuevo gran sacerdote. No obstante, Osorcón vuelve a ser, veinte años más tarde, gran sacerdote de Amón. Entretanto se había producido otra escisión en el norte, pues un personaje, del que se ignora incluso si pertenecía a la familia real, llamado Pedubast se proclamó rey en Leontópolis. Pronto fue aceptado en casi todo el país y en Tanis, donde reinaba Sheshonq III, se reconoció la doble monarquía. Así da comienzo la dinastía XXIII de Manetón que discurre en paralelo a la anterior. Pedubast es sucedido por Iuput I y Sheshonq IV, todos ellos contemporáneos de Sheshonq III, que aun controla parcialmente el Delta. Su hijo Pimay hereda el trono, pero comparte el territorio con Osorcón III, sucesor a su vez de Sheshonq IV. Este miembro de la dinastía XXIII logra imponer su autoridad en detrimento de Tanis, donde el nuevo monarca, Sheshonq V, se ve superado por los estallidos independentistas de diferentes jefes de los ma. Osorcón III es, además, reconocido en Tebas, con lo que su poder, favorecido por un largo reinado de más de veinticinco años, adquiere una proyección poco habitual en esta época de anarquía militar. Osorcón III será sucedido por su hijo Takelot III, que había sido previamente gran sacerdote de Amón y gran sacerdote en Heliópolis; con ese bagaje y la herencia militar del padre dispuso de las condiciones óptimas para asegurar su gobierno, que se prolonga mas de veinte años. Los prolongados reinados de algunos monarcas no deben desdibujar la situación real en la que progresivamente jefes locales, envalentonados por su mando militar, se negaban a aceptar cualquier autoridad. De este modo, el conflicto político, expresado mediante la usurpación de las prerrogativas del poder central y caracterizado por la consolidación de fuerzas centrífugas de origen mercenario, absorbía todos los esfuerzos productivos, de suerte que se habían alterado y destruido los sistemas redistributivos propios del sistema faraónico. El proceso de desestructuración aún no había tocado fondo y en consecuencia, la restauración tardará en llegar.
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A comienzos del siglo XVI, la unión del Reino de Polonia y el Gran Ducado de Lituania abarcaba las desembocaduras de los ríos Vístula, Niemen y Dniéster en el Báltico, llegaba por el Sur hasta los Cárpatos y el Mar Negro, por el Este hasta Smolensk y por el Oeste hasta Silesia. La dinastía Jagellón reinaba en uno de los Estados más poderosos del momento, y además uno de sus miembros, Ladislao, ocupaba el trono de Bohemia y Hungría. Los polaco-lituanos habían hecho retroceder a la Orden Teutónica en el sureste del Báltico. Sin embargo, no fueron capaces de organizar un gran Imperio en el oriente europeo, y la debilidad interna provocada por la rivalidad entre polacos y lituanos y entre católicos y ortodoxos y por las excesivas prerrogativas de la nobleza, dejó expuesta a la Unión al fuerte impulso expansionista del principado moscovita y el imperio otomano, que crecieron a sus expensas. Aunque Polonia-Lituania constituían un Estado fundamentalmente continental, la necesidad de asegurar las exportaciones de sus granos al occidente europeo la implicó en la pugna por el control del Báltico. En su deseo de conseguir un lugar en el área báltica, buscó la alianza de Suecia, que se encontraba en la misma situación y también pretendía forzar el control que sobre el Sund mantenía Dinamarca. Una nueva potencia se abrirá paso en estas costas desde fines del siglo XV, cuando el Principado de Moscú inicie la expansión. A comienzos del siglo XVI, Rusia no era para los europeos más que un territorio lejano, extraño, de bárbaros asiáticos. Los contactos con Occidente eran casi nulos, permaneciendo el principado de Moscú encerrado en el corazón del Continente, sin posibilidad de acceso al mar y con unas casi inexistentes comunicaciones terrestres. El lento avance hacia las orillas del Báltico y del Mar Negro será una constante de la política exterior rusa en este siglo y en los siglos siguientes, muestra del empeño del nuevo Estado de abrirse a Europa y ser considerado uno más de entre los miembros de la comunidad europea. Iván III el Grande será quien inicie este camino, imponiendo su soberanía sobre los Estados y principados independientes que rodean Moscovia: Yaroslav (1463), Novgorod (1478), Pskov y Tver (1485) y Viatka (1489). Por el Este y el Sur la expansión se producirá sobre los mogoles de la Horda de Oro, dividida en varios kanatos y ya en retroceso. En 1481 destruyó el kanato de Kriptchak y, en una expedición sobre el de Kazán, consiguió liberarse del tributo anual al kan. El avance hacia el Norte enfrentará a Iván III con las potencias dominantes en esta zona, Polonia, Lituania y Suecia especialmente, y, desde entonces, todos los avances para llegar a la costa supondrán la guerra con ellas. Así ocurrirá cuando en 1492 construya el fuerte de Ivangorod, en la margen derecha del río Narva, que será destruido en 1496 por los suecos. Si este fue un paso fallido, tendrá éxito en la conquista en 1503 de parte de Ucrania, la región de Chernigov junto a Kiev, tras una guerra victoriosa contra Lituania. El considerable aumento territorial se vio coronado con el título de zar (contracción de césar), que Iván III se adjudicó por su matrimonio en 1472 con Sofía Paleólogo, sobrina del último emperador de Constantinopla, considerada en el oriente europeo la heredera legítima del destruido Imperio bizantino. El enlace lo introducía en Europa, y su voluntad al respecto se tradujo en relaciones diplomáticas con diversos Estados italianos, a quienes interesaba como posible aliado contra los turcos, y con Viena, a causa de la enemistad común con los Jagellones. Su hijo Basilio III (1505-1533) continuó la tarea de su padre y emprendió por dos veces la guerra contra Lituania, en 1507 y 1512. Salvo la obtención definitiva de Smolensk (1518), Basilio no pudo hacer ningún avance en su frontera occidental, ya que la invasión por el sur del kan de Kazán y del antes aliado kan de Crimea hicieron peligrar la supervivencia del propio Imperio. En 1521 consiguieron llegar a las puertas de Moscú, aunque el zar, auxiliado por el kanato de Astrakán, consiguió rechazar la ofensiva. Cuando más adelante, en 1531, se consideró fuerte, tomó Kazán.
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El fin del siglo XVI contempló el retroceso de dos de los participantes en los conflictos marítimos. Por un lado, la Hansa, otrora potencia mercantil dominante, se vio relegada en todos los frentes. Así, el desarrollo del comercio inglés y las prácticas mercantilistas del reinado de Isabel I terminaron con el desalojo de su factoría de Londres en 1598, en respuesta a la expulsión de los "Merchants Adventurers" de los puertos del imperio. En 1584, España había arrojado a éstos de Amberes, y en 1590 lo hará a su vez Dinamarca. Por otra parte, se puso un freno a los avances de Iván IV, que acabó encontrándose con la hostilidad conjunta de Polonia y Suecia, que habían reafirmado su posición tras los acuerdos de Stettin. Tras una tregua de siete años, en 1576 le obligaron a desalojar Polotsk, y tras el tratado de 1582 con Polonia y de 1583 con Suecia debió renunciar a sus proyectos en Livonia, que habrán de esperar un siglo para llevarse a efecto con Pedro el Grande. Mientras, Polonia había aumentado su importancia en el comercio a causa de sus exportaciones de granos, que alimentaban a Europa occidental y que transportaban navíos ingleses y holandeses, ahora dominantes en el área. Le interesaba reforzar su posición con una amistad permanente con Suecia, que, como ella, pretendía mejorar su posición en la zona. Su amistad se encontraba en un buen momento tras la paz de Stettin, y las uniones matrimoniales entre Vasas y Jagellones darán como resultado un heredero común, que, de haberse consolidado, hubiese sido el origen de una fuerte potencia hegemónica en el Báltico. Tras los breves reinados de Enrique de Valois (1573-1574), que abandonó el trono para convertirse en rey de Francia, y de Esteban Bathory (1576-1586), voivoda de Transilvania, en 1587 es elegido como rey de Polonia un hijo de Juan III de Suecia, a su vez sobrino del último Jagellón, Segismundo Augusto. Segismundo III Vasa (1587-1631) heredó a su vez, en 1592, la Corona sueca. La unión no llegó a buen término por la actitud fervorosamente contrarreformista de Segismundo, que chocó con los luteranos suecos, que terminaron por declararse en abierta rebeldía. La victoria luterana en Stangebro (1598) dio la Corona sueca a Carlos IX (1604-1611), tío de Segismundo, que inició una Monarquía fuerte por el apoyo de la nobleza, la burguesía y el campesinado, con la clara vocación de alzarse con la hegemonía en esta zona de Europa, lo que conseguirá un siglo más tarde.
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Una de las medidas que habían apoyado los espartanos en la firma de la paz de Antálcidas había sido la de la disolución de todas las ligas, lo que afectaba especialmente a la confederación beocia que, si bien desde mediados del siglo V se había mostrado fundamentalmente contraria al imperio ateniense, después de la guerra del Peloponeso había pasado a participar en las coaliciones antiespartanas. En tales circunstancias, los espartanos aprovecharon la protección del rey para tomar represalias contra aquellas ciudades que, aun considerándose sus aliadas, no habían actuado en consecuencia. Así, entre 385 y 379, los espartanos disolvieron la polis de Mantinea y obligaron a su población a dispersarse. Con ello, comenta Jenofonte, se alegraron los oligarcas, pues estaban así más cerca de sus propiedades y se liberaban de la acción política de los demagogos. Igualmente actuaron contra la ciudad de Fliunte en favor de los exiliados oligarcas. Las represalias eran al mismo tiempo un modo de intervenir en los asuntos de la ciudad para orientar en un sentido oligárquico su organización interna. La intervención más importante fue la que se planeó en la confederación Calcídica, para evitar su expansión a costa de la independencia de algunas ciudades de la zona, en concreto de Acanto y Apolonia. Las tropas que se dirigían a la península Calcídica, en una expedición lejana que volvía a alterar los presupuestos militares de la organización social espartana, se encontraron en el camino con la posibilidad de intervenir en Tebas, en favor de Leontiadas frente al grupo encabezado por Ismenias, favorable a la alianza con Atenas. Los espartanos ocuparon la Cadmea, la acrópolis de la ciudad de Tebas, y llevaron a cabo una feroz represión contra el grupo derrotado, que buscó apoyo en Atenas. De este modo, en el año 379, los tebanos consiguieron liberarse de la presencia espartana y recuperar su autonomía. Los protagonistas habían sido Pelópidas y Epaminondas, que estaban exiliados en Atenas y restauraron la Confederación Beocia apoyada en la reconstitución de la Confederación Ateniense. Desde el punto de vista militar, la hegemonía tebana se fundamenta en la instauración de una nueva táctica para el combate de los ejércitos hoplíticos, según la cual, en lugar de atacar hacia la izquierda, dado que la derecha era el flanco desprotegido, los soldados atacan hacia la derecha, con lo que, según Jenofonte, de entrada se consigue al menos un importante efecto de sorpresa. Ello alteraba profundamente toda la tradición de las batallas en campo abierto, herederas del sistema de lucha arcaico. Era un síntoma más de los efectos militares de las transformaciones de la polis. Ésta fue la táctica empleada por los tebanos frente a los espartanos en la importante batalla de Leuctra del año 371, coincidente con la paz que hacía desaparecer a los harmostas del Egeo y consolidaba el segundo imperio ateniense, basado en la agresividad y en el control de la paz por personajes como Timoteo. Ahora Tebas se hace fuerte en la península helénica y realiza una serie de intervenciones en el Peloponeso, en favor de los mesenios, para los que fundan la ciudad de Mesene, símbolo de la nueva libertad de los antiguos hilotas, y de los arcadios, agrupados ahora en la Confederación Arcadia, de tendencia democrática. Los tebanos también intervinieron en Tesalia, región que se hallaba en conflicto, debido al movimiento expansivo que surgió en Feras bajo la conducción del tirano Jasón. En apoyo a las otras localidades, regidas por aristocracias tradicionales, los tebanos reforzaban sus posiciones. Parecía que ahora la hegemonía marítima ateniense tenía como contrapartida continental la hegemonía tebana, en un cierto equilibrio antiespartano. Sin embargo, los temores parece que llevaron a los primeros a aceptar las conversaciones de paz con Esparta en el año 369, en una situación complicada por diversas combinaciones de alianzas entre ciudades, con la intervención del sátrapa Ariobarzanes. Por fin, en el año 362 los tebanos entraron una vez más en el Peloponeso y se enfrentaron a los espartanos y a sus aliados en Mantinea. Allí murió Epaminondas y la victoria, según Jenofonte, no sirvió para que se aclarara el panorama hegemónico de las ciudades griegas. Sin haber sido derrotada, Tebas comienza un proceso de decadencia que elimina un nuevo candidato para poner de relieve que la solución de cada polis no podía encontrarse en el dominio sobre las demás. Tampoco podían encontrar aquí la solución de sus problemas internos.
obra
No hay como la estela de Hegeso para aquilatar el valor de las estelas funerarias áticas, tanto por la hondura de su contenido como por su plasticidad insuperable. Difícilmente se encontrarán más belleza y poesía en la expresión de la melancolía; ni se hará con más elegancia; ni resultará más armonioso el contraste entre mundos diferentes, la joven señora -Hegeso- y la esclava. En aquélla quedan aún resonancias del más depurado estilo partenónico, en ésta late el influjo de la Afrodita de Fréjus. Una auténtica obra maestra.
termino
acepcion
Corona de color blanco que representa el poder sobre el Alto Egipto.
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