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Ingres utilizó para este esbozo un papel marrón sobre el que dibujó con lápiz y tiza blanca. El boceto es un estudio preparatorio para un gran lienzo de temática clásica, Virgilio leyendo la Eneida. La cabeza corresponde a Octavia, madre del emperador, que acaba de escuchar cómo el poeta profetiza la muerte de su hijo. Ingres realiza un bonito estudio de la cabeza de la mujer desvanecida.
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Ingres pintó este estudio un año antes de terminar su lienzoRoger liberando a Angelica. En el lienzo original predominan el amaneramiento artificioso, pero en el estudio la sencillez y la frescura de la modelo se imponen. Ingres coloca la figura en una pose arabesca, e idealiza el cuerpo para conseguir el efecto fantástico del lienzo. Sin embargo, la cabeza de la modelo proporciona un toque de juventud y naturalidad que nos conduce directamente a la modelo viva y no a la figura acartonada del lienzo final.
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Igual que podíamos observar la preparación del cuadro definitivo en el Estudio para Angélica, en esta ocasión encontramos un dibujo preparatorio centrado solamente en la figura del héroe. Ingres demuestra su absoluto dominio del dibujo en este personaje, dibujado en tiza negra y blanca. Sobre una cuadrícula geométrica para no perder las proporciones, Ingres esboza la figura prácticamente igual a la que observamos en el lienzo definitivo. La precisión del maestro no puede sino asombrarnos.
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El mal estado del fresco de Leonardo titulado la Ultima Cena no nos ha impedido reconstruir el aspecto general del mismo gracias a los dibujos previos que se han conservado. En uno de ellos podemos ver a todos los discípulos en los estudios individuales de sus actitudes y colocación, en el llamado Estudio de la Ultima Cena. En este caso, lo que tenemos es un boceto singular de la cabeza de San Felipe. Es indudable que en los rasgos del joven apóstol encontramos el canon de belleza leonardesco, el mismo que empleó en sus ángeles y sus madonas, con los largos y sedosos cabellos a los lados de un rostro suavemente difuminado por la particular técnica del italiano: el sfumatto.
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La primera exposición de Salvador Dalí en la Galería Julien Levy motivó serias dudas respecto al verdadero estado de salud mental del pintor. Un periodista norteamericano afirmaba: "El español loco ha vuelto a la calle 57, donde causa la intriga de nuestros ciudadanos de espíritu sano que se preguntan circunspectos: '¿Dalí es un loco o un avezado hombre de negocios?'...". Desde luego que la respuesta a esas preguntas es negativa en ambos casos. Ni lo uno ni sólo lo otro. Cuando se le encomendó que realizara la escenografía del ballet "Tristán loco" sabía perfectamente que su arte debía adecuarse de forma precisa al libreto. El mito de Tristán e Isolda había sido revitalizado por una ópera de Richard Wagner en pleno Romanticismo. Salvador Dalí, excelente conocedor de la historia del arte, sabía que la pintura y la poesía románticas habían estado dominadas por una categoría estética principal: el sentimiento de lo sublime. La teoría sobre lo sublime había sido formulada hacía muchos siglos pero sería en el siglo XVIII cuando el británico Edmund Burke la redefiniera y la pusiera a disposición del arte. Burke definía lo sublime como aquello que se encuentra en la naturaleza y que provoca en el espectador un sentimiento de terror o desagrado. Entre los medios empleados por la naturaleza para provocar esos sentimientos estaban la oscuridad, la noche, el ruido y la grandiosidad de las escalas, de las dimensiones. El terror produce placer porque excita el espíritu del espectador, impidiendo así toda actitud pasiva o perezosa. En el decorado propuesto por Dalí para esa ópera vemos, precisamente, esas características que definen lo sublime. La presencia misteriosa de la noche es evidente, por ejemplo. Además, la escala fantasmal de la cabeza del caballo, inmensa en comparación con la isla de la que surge, contribuye de forma definitiva a crear esos efectos. Por la presencia de cipreses y de la misma isla que ocupa el centro del escenario, de nuevo aparece el recuerdo al cuadro del pintor simbolista Arnold Böcklin, La Isla de los muertos, uno de los modelos más repetidos por el artista catalán.
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El Museo Ingres, en la ciudad natal del autor, expone algunas de las obras más importantes de este artista, pero además las acompaña con aquellos dibujos preparatorios de las mismas que se han conservado. Esto posibilita al espectador contemporáneo observar cómo preparaba el artista su obra final, y cuáles son las variaciones que se han introducido. Es poner al desnudo su obra y su método de trabajo, que en el caso de Ingres siempre era muy minucioso.En este caso, el dibujo tendríamos que compararlo con el resultado final, la bonita Venus Anadiomena del Museo Condé. En el dibujo el formato no es ovalado, sino rectangular enmarcado en un arco de medio punto, como si se tratara de una escultura renacentista en un nicho que adorne un palacio o una fuente. Esta similitud se explica por la admiración que sentía Ingres por este período de la historia del arte. La pose de la Venus es también algo diferente a la final, con el rostro hacia un lado y el gesto de la "Venus puditicia" de la antigüedad, que aunque parezca que se están cubriendo en realidad señalan a sus órganos sexuales en alusión a la fertilidad. Ingres opta en el resultado final por eliminar esta pose por otra más abiertamente sensual.
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Esta obra representa la expresión atormentada de un papa salpicado de sangre, y que se encuentra prisionero en una construcción tubular, que da la sensación de ser una especie de trono desguarnecido.El fondo está pintado con espectaculares pinceladas verticales, que desdibujan con crueldad la figura sentada, que grita con los puños cerrados.Las fuentes de Bacon suelen ser imágenes reales o tradicionales, como por ejemplo, las obras de los viejos maestros, fotografías de prensa, fotogramas o placas de rayos X.Bacon suele representar a las figuras retorciéndose de angustia, expresando un gran dolor y mostrándonos de esta manera la mente humana.