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monumento
El Estadio Panatenaico fue construido durante el gobierno de Licurgo, en el año 330 a.C. Estaba empotrado en un barranco y las terrazas excavadas en el suelo ofrecían asiento a los espectadores. Herodes Ático será el responsable de la construcción del nuevo estadio en el año 140 de nuestra era, realizado en mármol del Pentélico. En 1869 se realizaron las excavaciones que sacaron el estadio de nuevo a la luz, restaurándose para las Olimpiadas de 1896.
contexto
Convertida oficialmente al cristianismo ortodoxo en el 988 por Vladímir I (980-1015), Rusia quedó integrada en la órbita de la civilización bizantina. Organizó su iglesia bajo el mismo modelo y dependió en un primer momento de la jurisdicción del patriarca de Constantinopla. Un hecho de trascendentales consecuencias para el futuro cultural del mundo eslavo-oriental. Para explicar dicha conversión, acontecimiento clave de su historia, se han barajado diversos argumentos. Algunos de débil consistencia, como la labor realizado por eclesiásticos procedentes de Escandinavia, o la voluntad de Roma por extender hacia el este su labor evangelizadora, a través de una misión impulsada por la viuda del emperador Otón II. Desde luego, ambas hipótesis nos indican la complejidad del hecho. La primera crónica rusa, o "Crónica de Néstor", relata cómo el príncipe Vladímir-que había unido bajo su mando el eje Kiev-Nóvgorod- tras haber sido visitado por musulmanes del Volga, por judíos jázaros y por legaciones de germanos y griegos, decidió enviar diferentes embajadores a los distintos centros religiosos para que le informasen acerca de la verdad. Entre los informes de estos observadores, al príncipe le llamó la atención la descripción de las prácticas culturales y rica liturgia de los bizantinos, por su esplendor y belleza, inclinándose sin dudar por ella. De manera que, una vez efectuado su bautismo personal, instó a todo el pueblo de Kíev a que también abrazara la nueva fe en las aguas del río Dniéper. El bautismo de Vladímir y de su pueblo era la condición que el emperador de Bizancio le había impuesto para que pudiera casarse con su hermana Ana Porfirogénita. Una concesión que la nobilísima dinastía griega nunca había hecho, hasta entonces, a un monarca extranjero. La necesidad de ayuda militar en la larga y dura lucha que mantenían contra los búlgaros y contra las numerosas insurrecciones internas había permitido que Basilio II formulase tal promesa, en el momento en que Kíev le proporcionó un contingente de 6.000 hombres armados (varegos). Ahora bien, una vez pasado el peligro, y como la boda se fue retrasando, Vladímir invadió Jersón y las posesiones bizantinas en Crimea, consiguiendo que le enviaran la princesa en el verano del 989. Poco después, devolvería dichas conquistas a su antiguo dueño en prenda de amistad. Con esta unión, la dinastía de los Rurik alcanzó gran prestigio entre los monarcas europeos, pero mucho más decisivo que el enlace fue lo que llevaba aparejado: la aceptación del cristianismo ortodoxo. La cristianización del Estado de Kíev fue el comienzo de una nueva etapa para Rusia, que quedó sometida a la dirección espiritual y al desarrollo cultural de Bizancio. Para éste, fue un inmenso triunfo, pues extendía su influencia de forma insospechada, al tiempo que apaciguaba a su indómito vecino, cuya extensión sobrepasaba con creces la suya. A la difusión de la fe cristiana por todo el territorio ruso contribuyeron presbíteros griegos y búlgaros. Estos últimos jugaron un papel destacado en la introducción de la liturgia eslava y también en la eslavización de la minoría rectora, de origen normando, en un proceso parecido al ocurrido con anterioridad en Bulgaria. De forma que la iglesia rusa fue una copia de la ortodoxa en lo relativo al dogma, culto, derecho y organización. A estas notas, habría que añadir pronto su estatus de privilegio, ya que para los príncipes la cristianización representó, en buena medida, un vehículo de acción política al disponer de una jerarquía y unas instituciones eclesiásticas que los apoyaban en sus empresas. De ahí que a la Iglesia, además de los deberes propios, se le encomendaran ciertos asuntos de la vida jurídica y de la administración pública. Vladímir mandó construir un templo dedicado a Maria, madre de Dios, al que dotó con la décima parte de sus ingresos; aceptó al griego Anastasio como obispo de Kíev, y mantuvo estrechas relaciones con Constantinopla. Durante los últimos años de gobierno se dedicó a fortificar la frontera sudoriental de su reino, en peligro a causa de los ataques pechenegos, un nuevo pueblo de las estepas que había venido a llenar el vacío provocado por la imprudente destrucción del Estado jázaro. La obra de Vladímir I, en definitiva, puede considerarse como el triunfo de la unificación política y espiritual. Pero a su muerte, durante el periodo que transcurre entre 1015 y 1035, los enfrentamientos entre sus hijos amenazarían su labor. Las luchas fratricidas, salvo escasas excepciones, serán en adelante una característica dominante del primer Estado ruso. Otros rasgos distintivos serán la expansión hacia el nordeste y la creciente influencia de Bizancio. Hasta conseguir consolidarse en el trono, Yaroslav (1019-1054), uno de sus hijos, tendrá que sostener una serie de guerras contra sus numerosos hermanos, enfrentados a su vez entre sí. En relación con estas luchas, cuenta la tradición cómo dos de ellos, Boris y Gleb, fueron asesinados por su cruel hermano Sviatopolk. Víctimas piadosas e inocentes, pronto gozaron de gran devoción popular. Su canonización jugó un importante papel desde el ángulo político ya que "al ser inmolados por la paz", su sacrificio se convirtió en una especie de grito de conciencia para los demás príncipes, que en el futuro recurrirán a la lucha armada para defender sus derechos. Por otro lado, la guerra civil representó para Rusia una repetición de la historia de los varegos y de los príncipes paganos del siglo X, por cuanto Yaroslav sólo pudo triunfar con el apoyo masivo sueco. Efectivamente, al igual que su padre, también contrató guerreros escandinavos para luchar contra sus hermanos. Gracias a ellos consiguió el poder sobre todo el país en el año 1036, convirtiéndose en el único gobernante y en el príncipe más importante de este primer Estado ruso. Con el apoyo normando, siguiendo su antigua trayectoria, Yaroslav emprendería la última gran expedición contra Constantinopla en 1043. A partir de esta fecha, el enfrentamiento con el Imperio de Oriente tocará a su fin y el proceso de bizantinización de la Rusia de Kíev será cada vez más intenso. En este tiempo, Kíev había llegado a ser uno de los centros comerciales más importantes de Europa. Asimismo, la transformación se observa en que sus antiguas estructuras tribales han cedido el paso a los principados, que toman el nombre de sus respectivos centros urbanos. Los campesinos libres (smerdy) se han articulado en torno a los titulares de las tierras de cultivo. La aristocracia escandinava y eslava que integraba la comitiva del príncipe (druzhina) ha configurado el estamento nobiliario (boyardos). Este detenta el dominio rural y nutre los cuadros rectores. Los habitantes de las ciudades comienzan a desarrollar instituciones en los grandes centros, como la asamblea local (vietche), que colaboraría con el príncipe en las decisiones políticas importantes. El vietche se desarrollará especialmente en Nóvgorod. La Iglesia está organizada en siete diócesis. Cinco de ellas están situadas en Ucrania: Kíev, Vladímir-Volynski, Túrov, Chernígov y Belgorod; una al norte, en Nóvgorod y la séptima al nordeste, en Rostov. De ellas, Kíev se ha convertido en metropolitana, estableciendo un acuerdo con Bizancio por el que sus titulares griegos y rusos deben alternarse en la prelatura. El primer metropolitano ruso, elegido en 1051, seria Hilarión, autor del "Sermón sobre la Ley" y "Sermón sobre la Gracia". Obra que demuestra el importante grado de influencia de la cultura bizantina, adaptada a la lengua eslava. Yaroslav, apodado el Sabio, se preocupó extraordinariamente por el desarrollo cultural de su país. La política de construcciones al estilo bizantino queda reflejada con claridad en las catedrales de Kíev (1037) y Nóvgorod (1045). Iglesias que serian consagradas bajo la advocación de Santa Sofía, imitando a su modelo de Constantinopla. Este gran príncipe se preocupó también de fundar monasterios, entre los que destacamos el Monasterio de las Cuevas. Asimismo, impulsó la educación promoviendo la traducción de obras griegas al eslavo. A él, se atribuyen dos importantes obras de carácter jurídico: la denominada "Ordenación eclesiástica" y la "Rússkaia Pravda", primer código de Derecho ruso, elaborado bajo la atenta mirada de expertos bizantinos. De forma que, a nivel religioso y cultural, Rusia se preparaba para asumir su papel de heredera del Imperio bizantino, aunque a costa de su aislamiento del occidente europeo. Respecto a esta última afirmación, se ha especulado con el hecho de que los metropolitanos de Kíev, al ser indígenas desde mediados del siglo XI, recortaron sensiblemente la dependencia incondicional a Bizancio. Por otra parte, también se ha dicho que la conexión con los griegos no significó hostilidad hacia Occidente, al menos hasta bien avanzado el siglo XII. Es más, Yaroslav demostró con su política matrimonial que las relaciones con los Estados occidentales no se habían interrumpido y que, por el contrario, estaba muy interesado en que dichos contactos fueran más estrechos. En efecto, Yaroslav ejerció una intense política de acercamiento a Occidente, a través de su matrimonio y el de sus hijos. El desposó con la hija de Olaf de Suecia. Su hijo Iziaslav se unió a la hermana del rey polaco Casimiro I, emparentándose también otros miembros colaterales de ambas dinastías reinantes. Otros de sus hijos, Vsévolod, casó con una princesa bizantina. Intentó unir, aunque no lo consiguió, a su hija Ana con el futuro emperador Enrique III. Más tarde, Ana llegaría a ser la esposa de Enrique I de Francia. Otras hijas, igualmente, se sentaron en los tronos de Hungría y Noruega. Esta política matrimonial refleja sus ambiciosas aspiraciones, porque al entrar de lleno a formar parte de las familias reales europeas, aumentaba el prestigio del principado de Kíev de modo considerable. Junto a esta política de engrandecimiento de cara al exterior, Yaroslav frenó los avances de las tribus finesas y bálticas, fundando la ciudad de Iúriev, y efectuó, junto con los polacos, una campaña contra los lituanos. Este interés por el norte presagia, en gran medida, la ocupación de la Rusia meridional por otro gran pueblo estepario, los cumanos. Estos, como nueva potencia nómada, desalojarán a los pechenegos de las estepas y cerrarán definitivamente el mar Negro a los rusos. Para prevenir las clásicas y tradicionales rivalidades entre sus hijos, Yaroslav estableció un sistema de "sucesión lateral por antigüedad". Cada uno de sus herederos recibiría la dotación de un principado, que estaría bajo la preeminencia del primogénito, fijando el orden sucesorio, no de padre a hijo, sino de hermano mayor a hermano menor, que serían sustituidos por el primogénito de los sobrinos. A pesar del plan, el momento de esplendor para este primer Estado ruso había llegado a su fin. La muerte del gran príncipe, en 1054, marca el momento de la decadencia y desintegración posterior. Teóricamente, la primacía de Kíev continuó y el poder siguió concentrado en la familia de Yaroslav. Pero en la realidad, Kíev fue perdiendo significado y el poder llegó a estar tan dividido que desembocaría inexorablemente en interminables luchas internas.
fuente
En una guerra en la contienden alianzas entre países, ¿quién lleva la dirección de las operaciones? ¿cómo se coordinan los esfuerzos de los diferentes Ejércitos nacionales para lograr una mayor eficacia? Este problema, no muy bien resuelto durante la I Guerra Mundial, dará lugar, a partir de la entrada de los Estados Unidos en la II Guerra al lado del Reino Unido, a la creación, por parte de Churchill y Roosevelt, de la figura de los jefes de Estado Mayor combinado y, también, a la de los Estados Mayores combinados e integrados, específicos para cada teatro de operaciones. En un Estado Mayor combinado se hallan representadas las tres Armas de un Ejército, es decir, Tierra, Mar y Aire, y se encarga de dirigir y coordinar las operaciones, llamadas también combinadas, en las que intervienen estos tres elementos, haciendo de la coordinación de fuerzas su mayor virtud. De similar manera, un Estado Mayor integrado es un organismo interaliado creado con un fines y un ámbito de acción específico, en el que se prima la eficacia y la operatividad por encima de la nacionalidad de sus integrantes, no ateniéndose el reparto de poder a ningún sistema de cuotas. Quizás el ejemplo más característico de este sistema de organización aliado sea el dispuesto para el desembarco de Normandía, operación mayúscula que requirió de un inmenso despliegue de medios. En dicha operación, Eisenhower desempeñó el cargo de comandante en jefe en Europa Occidental de todas las fuerzas de tierra, mar y aire. A su cargo, como segundo, se encontraba el británico Tedder. El Cuartel general de las Fuerzas Expedicionarias Aliadas se encontraba dirigido por el norteamericano Bedell-Smith, formando un Estado Mayor al mismo tiempo combinado e integrado. Por último, cada Oficina albergaba a oficiales de ambos países, sin duda ayudados por el hecho de compartir idioma. La fuerzas navales aliadas en Europa occidental eran comandadas por el británico Ramsey, mientras que Leigh-Mallory dirigía las operaciones tácticas aéreas.
contexto
A la muerte de Luis de Hungría surgieron disensiones a la hora de elegir un sucesor. Se formaron dos partidos en torno a las dos hijas del monarca fallecido: María, casada con Segismundo de Luxemburgo, y Eduvigis, prometida con Guillermo de Austria. La Confederación de Radom, que aglutinaba a la nobleza de la Gran Polonia, propuso otorgar la Corona a aquella de las dos princesas que garantizara el establecimiento de su residencia en Polonia. La Asamblea de Wislica, que reunió a la nobleza y a los representantes de las ciudades de la Pequeña Polonia, se adhirió a la citada propuesta. La facción que apoyaba a María terminó por perder el pulso y, así, Segismundo abandonó el país junto a sus tropas. Eduvigis (1384-1399) fue coronada en Cracovia el 15 de octubre de 1384, no sin antes ser anuladas las disposiciones de la Dieta de Sieradz, que había planteado la posibilidad de elegir como rey a un tercer candidato independiente, Ziemowit de Masovia. Eduvigis, forzada por las presiones de la alta nobleza, rompió el compromiso matrimonial con el príncipe Habsburgo. Los magnates (alta nobleza) consideraban más apetecible para Polonia un enlace con algún príncipe lituano: la alianza con Lituania, único enclave capaz de plantear batalla a los tártaros en Europa oriental, suponía la adhesión de nuevas fuerzas para enfrentarse a la Orden Teutónica y la apertura a los intereses polacos de nuevas regiones como el Mar Negro. En 1384 una embajada lituana solicitó la mano de la princesa en nombre del príncipe Jaguellón, hijo de Olegardo de Lituania. Polonia y Lituania llegaron a un acuerdo (Convenio de Krewo), mediante el cual Jaguellón, todavía pagano, se convertiría a la fe cristiana, se comprometería a recuperar los territorios irredentos y liberaría a los prisioneros polacos de las campañas de Casimiro III; a su vez, el Tesoro polaco pagaría a Guillermo de Austria en compensación 200.000 florines. De esta forma quedaron unidos a Polonia los territorios lituanos y rusos pertenecientes al príncipe Jaguellón (Lituania, Rusia Blanca, Rusia Negra, Polesia, Wolhynia y Podolia). Jaguellón de Lituania (1386-1434) se convirtió en rey de Polonia con el nombre de Ladislao II, tras la celebración de su bautismo, matrimonio y coronación en Cracovia entre los meses de febrero y marzo de 1386. Jaguellón y su dinastía condujeron a la Monarquía polaca a su periodo de máximo apogeo. La Orden Teutónica, encargada de la evangelización de Lituania por parte del Papado desde 1339, perdió parte de sus apoyos al convertirse el país al Cristianismo y quedar suprimido el culto pagano al dios Perun en 1387; numerosos príncipes locales del norte de Rusia y de la Rusia Roja, así como los hospadares de Moldavia (1387) y Valaquia (1389) y los voivodas de Besarabia (1396) y Transilvania, se reconocieron vasallos del rey de Polonia. Sin embargo, el primero de los Jaguellones tuvo que hacer frente a importantes problemas en la misma Lituania, país en el que convivían católicos, ortodoxos y paganos. Un primo segundo del nuevo rey, el príncipe de Grodno, Witoldo (1382-1430), se levantó en armas y reclamó sus derechos sobre el principado lituano. Tras la entrevista de Ostrow (1392), Witoldo se convirtió en gobernador de Lituania, pero la tregua entre los dos primos quedó rota al proclamarse el de Grodno gran príncipe en 1398. En Vilna (1401) se firmó un nuevo tratado, mediante el cual Witoldo se convertía en príncipe vitalicio y reconocía su condición de vasallo de Polonia. El acuerdo se consolidó con las disposiciones de la Asamblea de Radom del mismo año, en las que la nobleza polaca se comprometía a hacer partícipes a los lituanos de los asuntos relacionados con la Monarquía polaca. La unión de las fuerzas polacas y lituanas contra la Orden Teutónica ofreció al Reino de Polonia una gran oportunidad para iniciar una ofensiva final contra la misma. Witoldo ya había iniciado entre 1390 y 1392 una serie de campañas contra la Orden, que había respondido a los empujes lituanos con la belicosidad del gran maestre Ulrico de Jugingen. En 1409 se desataron los primeros enfrentamientos directos entre polacos y caballeros teutónicos, que fueron bloqueados gracias a la intervención y mediación de Wenceslao IV de Bohemia. Pese a todo, el 15 de julio de 1410 se produjo el choque de Tannenberg, en el que el maestre de la Orden encontró la muerte y los caballeros teutónicos fueron aplastados por las tropas polacas, apoyadas por husitas, rusos y tártaros. Tras el sitio polaco de Marienburg, principal sede de la Orden, los dos contendientes firmaron un armisticio en septiembre del mismo año, que desembocaría en la I Paz de Thorn (1411). La Orden renunció a Dobrin y Polonia obtuvo la libre posesión de Samogitia; también se fijaron las cuantías de los rescates de algunos caballeros alemanes prisioneros, como los duques de Stettin y Ols. El maestre Miguel Küchenmeister inició un tímido contraataque, que fue anulado con la firma de un nuevo armisticio en Strasburg (1414). Después de varios años de treguas, la guerra se reinició en 1422, tras el fracaso del arbitraje entre ambas partes de Segismundo de Luxemburgo. La victoria final fue para los polacos, que con la paz del lago Melno obtenían definitivamente el dominio sobre Samogitia. La unión con Lituania, confirmada por el Tratado de Horodlo (1413), trajo consigo una serie de problemas de carácter religioso. En 1415 el Sínodo de Nowohorodok promulgó la independencia de la Iglesia lituana ortodoxa, surgida en las comarcas orientales de Lituania que limitaban con los principados rusos y a la que pertenecían algunos miembros de la familia real, como el príncipe Skirgillo, gobernador de Lituania y hermano de Jaguellón. Sin embargo, el Concilio de Constanza propuso en 1418 la necesidad de someter esta institución a los dictados de Roma, a cambio del mantenimiento de su culto y liturgia particulares. Los católicos lituanos terminaron por acaparar el protagonismo político del país, a pesar de que el nuevo Tratado de Unión de Grodno (1432) equiparara los derechos políticos de cristianos ortodoxos y romanos. La actuación política del primero de los Jaguellones estuvo capitalizada por la concesión de nuevos privilegios a la alta nobleza. Los Privilegios de Czerwinsky (1422) y su cláusula "Neminem Captivabimus" aumentaron el poder de los magnates. Durante su reinado las ciudades, en las que predominaba la cultura germana, sufrieron un proceso de polinización de sus estructuras. En 1400 el antiguo Studium de Cracovia se transformó en universidad, bajo la rectoría del obispo de la ciudad, Zbigniew Olesnicki. Ladislao III (1434-1444) sucedió a su padre Jaguellón a la edad de diez años, por lo que sus primeros años de reinado estuvieron capitalizados por los dos regentes, Teczinski y Olesnicki. Al morir Alberto II de Hungría, el joven rey también ciñó la corona de San Esteban. Este nuevo compromiso le hizo embarcarse en la aventura cruzadista contra los turcos, que por aquel entonces amenazaban Hungría, perdiendo la vida en la batalla de Varna (1114). Tras un interregno de tres años, en los que la unión con Lituania estuvo a punto de desintegrarse, subió al trono polaco otro higo de Jaguellón, Casimiro IV Jaguellonczyk (1447-1492), cuya candidatura contó con la aprobación de las asambleas de Brzesc y Parczow. Sus primeros años de gobierno estuvieron marcados por el desarrollo de la guerra de los Trece Años (1454-1466) contra la debilitada Orden Teutónica. Polonia participó en la contienda como aliada de la Liga Prusiana, fundada en 1440 por los nobles y las ciudades prusianas. Esta había sido disuelta por el emperador Federico III en 1453 ante las presiones de los caballeros teutónicos, acontecimiento que provocó el estallido de la revuelta generalizada el 4 de febrero de 1454, capitaneada por Juan de Baysen. Tras la confirmación del auxilio polaco y la firma del Privilegio de Incorporación, mediante el cual los prusianos se adhieren a la unión polaco-lituana, Casimiro inició una ofensiva sobre Marienburg y Konitz. Para conseguir apoyos en la guerra, el rey tuvo que conceder una serie de privilegios a la nobleza (Privilegios de Zirkwitz y Nessau, 1454), que supusieron el triunfo de la baja nobleza y el recorte de las competencias reales. En 1455 estalló una revuelta anti-polaca en la ciudad de Konisberg, motivada por la fuerte presión fiscal de los agentes reales sobre la población prusiana. A partir de ese momento, Polonia participó en el conflicto a través de la entrega de subsidios a las ciudades prusianas. Tras la caída de Konitz, los contendientes firmaron la II Paz de Thorn, por la que Casimiro recibió los territorios de Kulma, Michelauer, Pomerelia, Marienburg, Elbing y Christburg; por su parte el gran maestre de la Orden, Luis de Erlichshausen, reconoció su condición de vasallo del rey de Polonia, aunque bajo la autoridad del Papa. Este tratado dio origen al llamado corredor polaco de Dantzig. Casimiro IV mantuvo también un pulso con el principado de Moscú por los territorios de la Pequeña Rusia, que finalizó con la victoria del príncipe Iván III (1462-1505) en la batalla del río Schelona (1471) y la definitiva expansión del Cristianismo ortodoxo en la región. Con Casimiro IV, Polonia entró definitivamente en el teatro político europeo. Así, su hijo mayor Ladislao fue elegido rey de Bohemia en 1471 y monarca de Hungría en 1490. Juan I Alberto (1492-1501) heredó de su padre Casimiro tan sólo los territorios polacos, ya que Lituania abandonó temporalmente la unión al elegir como gran príncipe a otro hijo del monarca fallecido, Alejandro. Durante su reinado trató de apoyarse en la "szlatcha" (baja nobleza) para gobernar el país. Fruto de dicha inquietud fue la promulgación del Estatuto de Petrikau (1496), que otorgaba a la pequeña aristocracia un mayor protagonismo en las asambleas generales (seymiki) y, a la vez, empeoraba la situación de campesinos y burgueses. El rey emprendió una campana de castigo contra el hospadar Esteban Bogdanowicht de Moldavia, que finalizó con la derrota de los polacos en las selvas de Bucovina (1497) y que facilitó la penetración turca en la región un año más tarde. Alejandro de Lituania (1501-1506) sucedió a su hermano y consiguió unir nuevamente Polonia y Lituania. Presionado por los magnates y por el desprestigio de sus derrotas ante los moscovitas, promulgó el Privilegio de Mielnik, que frenaba el ascenso de la baja nobleza; la Constitución de Radom (1505) y su cláusula "Nihil Novi" sellaron el triunfo de los grandes de Polonia. La preponderancia de la nobleza llegará hasta el extremo de que, durante el siglo XVI, el concepto de Estado sea expresado con la palabra "Panstwo", derivada de los términos "pan" (noble) y "pany" (alta nobleza). En 1.506 el rey murió en un ataque de epilepsia, dejando el trono en manos de su hermano menor Segismundo Stary (1506-1548). La vida económica polaca estuvo marcada durante los siglos bajomedievales por la importancia de la producción cerealista, comercializada por los mercaderes de la Hansa desde Polonia hacia los mercados de Flandes, Inglaterra y Francia. Otro importante recurso era la ganadería, capitalizada por la cría de bueyes, destinados al mercado internacional de Colonia. La población campesina sujeta a servidumbre vio empeorar su condición tras la firma de tratados como el de 1436, que garantizaba el trueque de siervos fugitivos entre los magnates polacos y los príncipes alemanes. En el campo polaco convivían los siervos con numerosos nobles empobrecidos, que mantenían el nombre del linaje, pese a ejercer humildes oficios o cultivar pequeñas parcelas de tierra. La actividad comercial no era un monopolio de la Hansa, ya que a las ferias de Lemberg y Cracovia se desplazaban mercaderes holandeses y en Dantzig los comerciantes ingleses traficaban con estaño, paños, sal, vinos, higos y uvas pasas. Desde Cracovia, los mercaderes florentinos, recaudadores del diezmo para la Curia pontificia de Aviñón, gestionaban las aduanas y las minas de sal del país.
contexto
El siglo XVI fue una centuria clave para el Papado si tenemos en cuenta los graves acontecimientos que le iban a impactar y las difíciles circunstancias que tendría que afrontar, especialmente las motivadas por la ruptura protestante. No obstante, tras una fase crítica de desconcierto y debilidad, lograría salir adelante con renovadas fuerzas hasta alcanzar, desde la perspectiva de su poder temporal como titular de la soberanía del Estado pontificio, un claro auge en la segunda mitad del Quinientos. Si del primer Papa elegido ya iniciada la nueva andadura secular (Pío III en 1503) no se puede resaltar nada, dado su brevísimo mandato, el siguiente, por contra, no pasaría precisamente desapercibido, ya que por su personalidad y sus acciones de gobierno alcanzaría a ser una figura clave en los años de la primera década del siglo XVI, tanto en el marco de la política italiana como fuera de sus fronteras. Julián Della Rovere, el papa Julio II (1503-1513), fue un típico soberano belicoso, audaz e intrigante. Al igual que de sus predecesores inmediatos, casi nada podría resaltarse en él desde el punto de vista espiritual, como máximo pastor del rebaño de los fieles cristianos; sin embargo, si analizamos su mandato como monarca del Estado pontificio, su figura se destaca sobremanera. Supo consolidar de una forma bastante definitiva el poder temporal de la Santa Sede: controló de nuevo a los inquietos señores feudales que de continuo desobedecían la autoridad soberana del Pontífice; expulsó de su ámbito de poder al peligroso César Borja; recuperó Bolonia y Perusa, se apoderó de Ravena, que había sido tomada por Venecia, logrando incluso anexionarse las posesiones milanesas de Parma y Piacenza. El Estado de la Iglesia quedó así fortalecido territorialmente y robustecido por el autoritarismo papal. Julio II no dudó en empuñar personalmente la espada y en dirigir sus ejércitos, mostrándose públicamente en su faceta de Papa guerrero, osado y belicoso. Tampoco desperdició su capacidad de intrigar, cambiando de bando en las alianzas interestatales cuando la ocasión lo requería, como lo demostró al organizar la lucha contra Venecia atrayendo a su causa al rey francés para poco tiempo después aliarse con los venecianos contra los franceses, tan presentes aún en los acontecimientos italianos. Por esta rivalidad política, los últimos años del pontificado de Julio II estuvieron marcados por el tenso pulso que se planteó entre él y el monarca francés Luis XII. Éste, reanimando y utilizando en su propio beneficio las tesis conciliaristas, promovió en 1511 una asamblea eclesiástica en Pisa, contando con cardenales adictos, con el claro propósito de minar la autoridad papal y de contrarrestar la política exterior de la Santa Sede, que estaba resultando bastante perjudicial para la Corona gala. Julio II contraatacó de inmediato convocando a su vez otro Concilio general en Letrán (1512), donde reunió a la mayor parte de los prelados, dictándose a continuación fuertes penas de orden espiritual para castigo del rey francés y de sus partidarios. La victoria de la Monarquía papal resultó completa, gozando Julio II en el último año de su existencia de un amplio reconocimiento en Italia, al aparecer como abanderado de la lucha contra los bárbaros extranjeros. A ello se unió el merecido prestigio como mecenas que obtuvo por su apoyo a figuras tan sobresalientes como Bramante, Miguel Ángel y Rafael, por la creación del Museo Vaticano, o por ser el iniciador de la construcción de la basílica de San Pedro. Sin duda aluna fue una personalidad extraordinaria, más apta para la lucha política, para los conflictos bélicos y para el desarrollo de la cultura renacentista que para asumir la difícil y problemática tarea de ser la cabeza visible de la Cristiandad v de actuar en consecuencia en pro de una religiosidad auténtica y de una Iglesia menos corrompida. Como jefe espiritual resultó un total fracaso; como soberano temporal y protector de las artes, un triunfador.
contexto
Las consecuencias de la aparición de las masas se extendieron, lógicamente, al ámbito de la política y al funcionamiento del Estado. Ya se verá más adelante cómo la necesidad de responder a las nuevas exigencias sociales cambió la política: desde mediados del siglo XIX, los viejos partidos de notables irían dejando paso a partidos de masas, que apelaban al voto de electorados cada vez más amplios; ideologías de masas, mitos colectivos, "ilusiones universales", como las llamó Mosca (nacionalismo, socialismo), tendrían difusión extraordinaria, tal vez como nuevos factores de cohesión social. La estructura del Estado se transformó. Primero, el Estado fue asumiendo en toda Europa responsabilidades cada vez mayores en materias sociales y económicas. Segundo, el tamaño mismo de la maquinaria del Estado creció espectacularmente, como consecuencia de sus nuevas y crecientes funciones. El Estado intervino decididamente en el ámbito de la educación. Lo venía haciendo a lo largo de todo el siglo, con la excepción de Gran Bretaña, donde los poderes públicos apenas si prestaron atención a la cuestión hasta 1867. En Francia, por ejemplo, el sistema estatal de educación (escuelas primarias, bachillerato, universidad, expedición de títulos, formación y selección de profesores) fue creado por Napoleón en 1808. Pero fue en el último tercio del siglo XIX cuando, como respuesta a las nuevas demandas de la sociedad, la mayoría de los países europeos, y algunos no europeos, como Japón, crearon sistemas más o menos eficaces y amplios de educación pública. En Francia, ello fue consecuencia de la derrota ante Prusia en septiembre de 1870, que muchos dirigentes del régimen nacido de aquella derrota, la III República (1871-1940), atribuyeron al excesivo peso que la educación católica tenía en el país. Las medidas de Jules Ferry, ministro de Instrucción Pública, entre 1879 y 1884 y jefe del Gobierno en 1880-81 y 1883-85, hicieron la educación primaria gratuita, laica y obligatoria para todos los comprendidos entre 6 y 13 años. La enseñanza de la religión quedó prohibida en las escuelas públicas y se secularizaron las Escuelas Normales para la formación de maestros. Paralelamente, el Estado inició una activa política de construcción de nuevas escuelas, continuada durante años. El maestro -120.000 en 1914- vino a ser el símbolo de la República; la escuela, la base de una educación científica, secular y patriótica. El nuevo sistema seguía teniendo obvias limitaciones. El bachillerato, voluntario y controlado por el sector privado, continuaba siendo un factor de discriminación social en favor de las clases medias y acomodadas: en 1900, por ejemplo, había sólo 98.700 estudiantes de bachillerato frente a los 5,5 millones de niños en la enseñanza primaria. La enseñanza, e incluso el acceso a la universidad, continuaron primando el estudio del griego y del latín (al menos hasta las reformas de 1898-1902). La República promovió la educación femenina para impedir la influencia de la Iglesia en ese ámbito, pero la formación de las mujeres tendía a ser breve, terminaba en general hacia los 15 años, y se orientaba a la preparación de la mujer para el matrimonio y la maternidad, y en todo caso, la excluía de hecho de cualquier aspiración profesional y universitaria: sólo 28.200 alumnas estudiaban el bachillerato en 1913. Pero, con todo, lo hecho fue notable. La escolarización de alumnos de primaria fue casi total. El número de alumnos en enseñanza secundaria pasó de 98.700 en 1900 a 133.000 en 1913; el de estudiantes universitarios de 29.900 a 42.000 en el mismo tiempo. El indudable prestigio social que alcanzaron algunas escuelas técnicas -ingenieros, minas, Politécnica, Ciencias Políticas, comercio, ciencias- y ciertas facultades, como los centros para la formación de los cuerpos especiales de la Administración, evidenciaba el cambio que se había operado. El caso francés no fue, además, excepcional. En Alemania, dotada de un eficiente sistema educativo desde las reformas de Humboldt a principios del siglo XIX, la escolarización en la enseñanza primaria era tan alta como en Francia (alcanzaba a 10,3 millones de niños en 1910) y muy superior, en enseñanza secundaria (1 millón de estudiantes en 1910) y universitaria (unos 70.000 estudiantes en el mismo año). También era superior el prestigio de sus universidades y escuelas técnicas superiores -Berlín, Leipzig, Heidelberg, Friburgo, Marburgo y otras, hasta un total de veintiuno-, cuyos sistemas de enseñanza a base de doctorados, seminarios, institutos, laboratorios de investigación y publicaciones científicas se convirtieron en el modelo que pronto se imitaría en todo el mundo (entre otras razones porque se creyó, con razón, que la pujanza de sus universidades era una de las razones del desarrollo económico e industrial de Alemania). Ni siquiera Gran Bretaña fue excepción, a pesar de que allí la educación había sido tradicionalmente iniciativa y responsabilidad o privada o local. También en ese país el esfuerzo educativo del Estado fue evidente. El gasto en educación se cuadruplicó entre 1880 y 1910. Una ley de 1880 hizo obligatoria la enseñanza para todos los niños comprendidos entre 5 y 10 años: en 1901, la escolarización para esas edades era del 89,3 por 100. Incluso se atendió, por ley de 1893, a sectores, como los niños ciegos y sordos, secularmente abandonados en aquél y en otros países. La Ley General de Educación de 1902 -aprobada por el gobierno conservador de Balfour con la fuerte oposición de muchos grupos religiosos- reguló la enseñanza secundaria, caótica e "ineficaz", según el propio primer ministro, y la puso bajo el control de las autoridades locales (aunque no se unificaron los planes de estudio en un solo tipo de enseñanza secundaria y no se alteró la ascendencia del sector privado: las clases altas continuaron educando a sus hijos en Eton, Harrow, Winchester, Westminster, Rugby y otras de las llamadas paradójicamente "escuelas públicas"). Así, el número de estudiantes de enseñanza secundaria se duplicó entre 1905 y 1914. En 1911, el 57,5 por 100 de los niños entre 12 y 14 años estaba escolarizado. Se crearon, igualmente, nuevas universidades en Birmingham (1900), Manchester, Liverpool y Leeds (1903-04), y centros de estudios superiores, como la Escuela de Economía de Londres (1895). Pero sólo el 1,5 por 100 de los jóvenes de entre 15-18 años estaba escolarizado en 1911, y la Universidad seguía siendo privada -aunque existiesen sistemas de becas y subvenciones-, y altamente minoritaria y selectiva: Oxford tenía 4.025 estudiantes en 1913-14; Londres, 4.026; Cambridge, 3.679. En la Universidad estudiaban (1913-14) sólo 19.458 estudiantes; en todas las formas de enseñanza superior, 59.000 (1922). Los países atrasados hicieron también un esfuerzo considerable. En Italia, donde desde 1859 los ayuntamientos debían mantener al menos una escuela pública, la educación primaria fue obligatoria desde 1888. Aunque en muchas regiones la disposición apenas si pudo cumplirse, la tasa de analfabetismo bajó del 61,9 por 100 en 1881 al 48,7 en 1901 (aunque en el Mezzogiorno y Sicilia superaba el 70 por 100). El número de estudiantes de enseñanza secundaria (técnica y clásica) pasó de 120.000 en 1901 a cerca de 190.000 en 1912; el de universitarios, de 18.000 en 1890 a 29.000 en 1915. En Rusia, donde la tasa de analfabetismo de la población rural adulta era del 75 por 100, donde tanto el Estado como la Iglesia habían desconfiado tradicionalmente de la educación popular, y donde nada se hizo hasta la revolución de 1905, había en 1914 unas 50.000 escuelas -con 3 millones de estudiantes y unos 80.000 maestros-, y 11 universidades con 40.000 estudiantes. El Estado asumió, también, responsabilidades sin precedentes en materia de protección y seguridad social. La legislación atendió inicialmente a la regulación de las condiciones del trabajo, y a la previsión frente a accidentes, enfermedades y ante la vejez. Aunque en muchos países europeos existían desde la primera mitad del siglo XIX disposiciones de distinto tipo y rango que regulaban cierto tipo de trabajos -el de las mujeres y los niños, preferentemente- y la misma actividad laboral (como la jornada de trabajo en muchas minas), el hecho decisivo fue la legislación introducida en la década de 1880 por el canciller alemán Otto von Bismarck. Deseoso de responder al avance socialista en su país y de ofrecer contrapartidas a la prohibición del Partido Socialdemócrata decretada en 1878, Bismarck creó el primer sistema general de Seguridad Social de un Estado moderno: en mayo de 1883, aprobó una Ley de seguro de enfermedad, financiado por trabajadores y empresarios; en junio de 1884, la Ley de seguro contra accidentes, costeado por los empresarios; y en mayo de 1889, la Ley de seguro de invalidez y de vejez, financiado por empresarios, trabajadores y el propio Estado. Los trabajadores quedaban, así, asegurados contra la enfermedad y el accidente, y se creaba un sistema de pensiones para su jubilación. El modelo alemán tuvo repercusiones inmediatas en toda Europa. Muchos países introdujeron medidas similares a partir de 1890. En Inglaterra, una ley de 1897 hizo a los industriales responsables de los accidentes laborales de sus trabajadores. Dinamarca creó un sistema de seguros de enfermedad y de pensiones en 1891. En Italia, se estableció en 1898 un seguro de accidentes para trabajadores industriales costeado por los empresarios y se creó un seguro estatal, no obligatorio, de vejez; en 1910, se estableció un fondo de maternidad por el que el Estado pagaba una pequeña cantidad a cada mujer por aquel concepto. En Francia, se aprobó una ley de accidentes de trabajo en el mismo año que en Italia, 1898. La ley de pensiones de jubilación para obreros y campesinos fue algo posterior, pero de aquellos mismos años: se aprobó el 5 de abril de 1910. Austria, Bélgica, Noruega, Holanda, Suecia, Suiza crearon, también entre 1900 y 1914, distintos sistemas para asegurar a los trabajadores contra el accidente, la enfermedad y la vejez. Gran Bretaña fue aún más lejos. Bajo la influencia de lo que por entonces se llamó "nuevo liberalismo" -un liberalismo social-, el gabinete Asquith (1908-1916), que tenía en David Lloyd George, ministro de Hacienda, al inspirador de las reformas, aprobó en enero de 1909 una Ley de pensiones que estableció una pensión de jubilación para todos los trabajadores mayores de 70 años que no llegasen a un determinado nivel de renta; y luego, en diciembre de 1911, una Ley de Seguros Nacionales que creó un seguro obligatorio para trabajadores contra la enfermedad, y un seguro de desempleo (para ciertos oficios y por un tiempo máximo de 15 semanas). Finalmente, el Estado y las administraciones locales -pues, hacia 1914, servicios como el agua, el gas, los tranvías, los cementerios, los mataderos, algunos hospitales, bibliotecas, baños públicos y similares, estaban municipalizados en casi toda Europa- fueron adquiriendo un papel económico directo más significativo. Fue menor, si no mínimo, en los países más industrializados: antes de 1914, los gastos del Estado en Gran Bretaña, Estados Unidos y Alemania eran inferiores al 10 por 100 de la renta nacional. Pero en los países más atrasados, o llegados tarde al desarrollo, el papel del Estado fue mucho mayor y pudo llegar al 20-30 por 100 de la renta nacional. En Rusia y Japón, el Estado fue el verdadero motor de todo el proceso de industrialización, a través de la construcción de factorías siderúrgicas y de las redes de ferrocarriles, de la nacionalización del crédito, de la concesión de contratos gubernamentales y subvenciones a las empresas nacionales y de la protección arancelaria. En Italia, el gobierno tomó la iniciativa para la construcción de los altos hornos de Terni (1884); hacia 1905, el 80 por 100 de los ferrocarriles eran del Estado. Las líneas telegráficas y el servicio de correos de casi todo el continente eran de propiedad y gestión estatales; los teléfonos, que en casi todos los países habían sido instalados inicialmente por empresas privadas, fueron pronto nacionalizados (quizás, con las excepciones, en Europa, de Dinamarca y Noruega). Todo ello -educación, legislación social, intervencionismo económico, municipalización de servicios- conllevó un aumento considerable de los presupuestos estatales y locales, y supuso modificaciones a veces sustanciales en las políticas fiscales y recaudatorias. El caso más trascendente fue el británico. Asquith tuvo que disolver el Parlamento y convocar elecciones por dos veces en 1910, para forzar el levantamiento del veto que la Cámara de los Lores había puesto al presupuesto popular del ministro Lloyd George quien, a fin de hacer frente al incremento del gasto público provocado por la nueva legislación social, había introducido el impuesto sobre la renta y la herencia, y elevado las cargas fiscales sobre monopolios y plusvalías de la tierra. El resultado fue la derrota total y el fin del poder de la Cámara alta, bastión de la aristocracia hereditaria. El nuevo papel del Estado provocó, paralelamente, como quedó dicho, un desarrollo sin precedentes de las maquinarias administrativas públicas. El número de funcionarios -sin incluir las fuerzas armadas- pasó en Gran Bretaña de 81.000 en 1881 a 153.000 en 1901 y a 644.000 en 1911; en Francia, de 379.000 a 451.000 y 699.000 (también en los años citados); en Alemania, de 452.000 en 1881 a 1.159.000 en 1911; en Italia, de 98.354 en 1882 a 165.996 en 1914; el censo ruso de 1897 cifraba en 225.770 las personas empleadas en la administración, los tribunales y la policía, pero el total de empleados públicos podía ser, en vísperas de la I Guerra Mundial, ampliamente superior al medio millón; en cualquier caso, la burocracia zarista era lo suficientemente relevante en la vida nacional como para que Gogol, Tolstoi -en la figura de Karenin- y Chejov hicieran de ella un tema literario. Ello fue lo que llevó a Max Weber (1864-1920), el sociólogo e historiador alemán, catedrático de economía política en las universidades de Friburgo, Heidelberg y, tras una crisis nerviosa de casi veinte años, de Munich, a ver en la racionalización burocrática una de las tendencias inevitables y necesarias de la sociedad moderna. Weber, hombre de formación liberal, gustos urbanos y confesión protestante, ajeno al mundo católico y a los medios rurales y aristocráticos alemanes, pensaba que la burocratización y el poder organizativo definían al capitalismo avanzado (y creía que la tendencia se reforzaría bajo los sistemas socialistas). Entendía, así, que las burocracias constituían, o llegarían a constituir, un poder social dominante e independiente, que amenazaría a la larga las mismas libertades individuales en nombre de la razón y del bienestar administrativo: la "dictadura de los funcionarios"- escribió-, no la del proletariado, es la que avanza. El crecimiento del Estado y de la burocracia profesional y especializada -y la creciente profesionalización de la sociedad- fueron hechos comunes a toda Europa, y a Estados Unidos y Japón, desde la segunda mitad del siglo XIX. Más aún, la progresiva ocupación de la maquinaria del Estado por profesionales y expertos especializados en las ciencias y normas de la Administración, y en el manejo y conocimiento de la copiosísima y compleja normativa legal, constituyó una verdadera revolución, impersonal y no dramática. Fue al hilo de ese proceso como el Estado se transformó en un órgano de gestión de los intereses generales de la sociedad y dejó de ser -si es que lo había sido- un mero instrumento de dominación. Weber era pesimista al respecto, al extremo de argumentar que sólo mediante la impregnación "cesarista" del poder político democrático, mediante el liderazgo carismático de los dirigentes políticos en apelación directa a los electorados, podría el poder imponerse y controlar a la burocracia y garantizar las libertades sociales. Pero el nuevo papel del Estado en la edad de las masas contribuyó a crear una nueva cultura democrática. El Estado intervencionista, sometido al control parlamentario de los electorados populares, fue a medio y largo plazo, y a pesar de su progresiva burocratización, el instrumento de integración social de la sociedad contemporánea, el vehículo para la regulación más o menos ordenada de conflictos y tensiones, y una poderosa palanca para la reforma de la sociedad y la redistribución de la riqueza. Tal como vio Weber, la edad de las masas y de la burocracia conllevó, contra lo que pudo creerse, la aparición de personalidades y líderes carismáticos. En muchos casos -Hitler, Mussolini, Stalin-, ello tuvo efectos desastrosos para la democracia. En otros - Lloyd George, Jaurès, Roosevelt-, las consecuencias fueron, en cambio, positivas. Finalmente, hubo casos, como los de los países escandinavos, Suiza, Holanda o Bélgica, en los que la burocratización, las masas y la democracia confluyeron en órdenes políticos comparativamente consensuados y tranquilos, bajo el liderazgo de políticos discretos y competentes pero de personalidad por lo general poco acusada. En todo caso, los problemas de la sociedad de masas se harían más visibles después de la I Guerra Mundial. Antes de ésta, y como quedó dicho al principio, una mayoría de europeos probablemente sólo veía en la evolución de su época motivos para la autosatisfacción y la confianza. Por ejemplo, en las muy populares novelas y ensayos del escritor británico H.G.Wells (18661946) La máquina del tiempo, El hombre invisible, Los primeros hombres en la luna, y muchas otras- alentaba un humanismo de base racionalista que veía en la ciencia la solución a los problemas de la humanidad y la esperanza para un mundo unido y en paz. Los elegantes retratos que de la aristocracia y alta burguesía de la "belle époque" europea y norteamericana hicieron pintores de exquisito gusto convencional y calidad técnica extraordinaria como John Singer Sargent, Giovanni Boldini y Phillip de Laszlo, expresaban la seguridad que las clases dirigentes tenían aún en sus valores, estilo de vida y prestigio social. Sargent, concretamente, el Van Dyck de su tiempo, como le llamó Rodin, pintó más de 800 retratos, todos bellísimos. La I Guerra Mundial destruyó aquella época elegante y Sargent mismo habría de dar fe de ello en su gigantesco cuadro Gaseados (1918-19), en el que mostraba a centenares de soldados británicos y norteamericanos muertos o cegados por el gas en un combate de aquella contienda. La "belle époque" fue, como se ha visto, una época dinámica y de cambio, y llena de contradicciones y problemas. Pero alguien como Thomas Mann (1875-1955), el escritor alemán, se felicitaba de haber vivido en ella, de haber respirado en aquella atmósfera: "no es poca ventaja -escribió- haber pertenecido todavía al último cuarto del siglo XIX, ese gran siglo".
contexto
En 1587 los turcos habían dividido el Maghreb en tres provincias, Trípoli, Túnez y Argel, que no eran sino regencias gobernadas por pachás. En el siglo XVIII los representantes del sultán de Turquía en estos territorios tendrán muchos problemas para imponer o hacer respetar su autoridad. El jefe electo de los jenízaros, el dey de Argel, el bey de Túnez y de Trípoli llegarían a prohibir la entrada de todo enviado por la Sublime Puerta a ejercer las funciones de pachá. Los gobernadores y más tarde los soberanos independientes de las provincias norteafricanas, renunciaron a la conquista de los territorios limítrofes y se limitaron a mantener la dominación de su clase social, la aristocracia jenízara. La Regencia de Argel presentaba el más acentuado peso rural y el carácter ciudadano más débil. En la cúspide social, la casta militar turca constituida, sobre todo, por mercenarios orientales, pero también por renegados, defendía celosamente sus privilegios mediante una política exclusivista. Este cuerpo cerrado mantenía en su seno una disciplina estricta y hacía reinar en él una cierta igualdad: en las asambleas todos tenían derecho a hacer uso de la palabra y cualquier jenízaro podía acceder al cargo supremo de dey. La política de esta casta era, evidentemente, guerrera. En el interior, expediciones regulares recorrían el país para recaudar los impuestos y mantener el orden turco. Pero las poblaciones montañesas, kabilas, y las tribus del Sur se encontraban en perpetua revuelta contra éste. Así, una preocupación constante del régimen era contener a los insumisos o neutralizarlos mediante el recurso a estrategias variadas. Frente al exterior la guerra era igualmente frecuente. En el mar el corso hacía estragos, pero estaba en neto retroceso a finales del siglo XVII y principios del XVIII. Contra los vecinos del Oeste y del Este se dirigían expediciones para obtener botín y reducir la influencia de soberanos considerados como árabes. El régimen argelino no dejó de evolucionar en la primera mitad del siglo XVIII. Con respecto a Estambul, en cuyo nombre gobernaba y guerreaba la milicia militar, se aflojaron los lazos, reduciéndose a una soberanía totalmente teórica. El poder evolucionaba en torno a una monocracia y hacia la estabilización. Poco a poco, los intereses mercantiles fueron imponiéndose a los dirigentes argelinos; a menudo en contra de la opinión de los jenízaros y de las poblaciones rurales. Pero los ingresos proporcionados por el comercio permitieron a los dirigentes liberarse de la tutela de la milicia y practicar una política menos estrechamente dominada por los intereses y los puntos de vista militares. Esta evolución se consolidaría aún más en la segunda mitad del siglo XVIII. Estas dos tendencias que hemos encontrado en la Regencia de Argel se presentan con mayor claridad aún en la de Túnez. El país era diferente: relieve mediano y fáciles comunicaciones, viejas tradiciones ciudadanas y sedentarias, relativa apertura al comercio mediterráneo. Todos estos elementos contribuían a reforzar la posición de los cuadros de las ciudades y a que la disidencia beduina y bereber fuese más fácil de absorber. En el siglo XVII, los dirigentes turcos, utilizando a los notables locales, pudieron domeñar a las tribus del interior, pero al mismo tiempo sufrían la influencia de estos notables. Los kulughli fueron los intermediarios natos entre turcos y autóctonos. Precisamente, uno de estos kulughli, Hussein ben´ Ali, tomó el poder en Túnez en 1705 y fundó una dinastía seminacional perdurable. El nuevo bey Hussein (1705-1740) restauró el orden fuertemente perturbado desde 1675. Relegando a los turcos a tareas puramente militares y a sus representantes, pachá o dey, a un simple papel honorífico, se apoyó en los kulughli, los notables locales, letrados, negociantes, morabitos o jefes de tribu y logró así una centralización relativamente avanzada. Hacia 1725 emprendió una vasta operación de censo de personas -más exactamente de los jefes de familia- y de los bienes imponibles en los campos tunecinos. Intervenía con éxito en la vida local de las mayoría de las comunidades rurales y el sistema tributario funcionaba a pleno rendimiento. Pero estas intrusiones no dejaron de ocasionar descontentos. Los apoyos naturales del régimen, los jenízaros turcos, estaban resentidos contra el bey por haberlos apartado de las decisiones importantes, y los notables locales, privados de una parte de los beneficios de la explotación del país, se apartaban del soberano. La coyuntura económica también tuvo su papel en el estallido de la revuelta dirigida por el propio sobrino del bey Alí Pachá, en 1728, aunque hasta 1740 no pudo acabar con su tío Hussein, apoyado por las ciudades del Sahel y numerosas tribus. Habiendo, por fin, conquistado el reino por la fuerza de las armas, Alí Pachá (1735-1756) prosiguió la política de su tío con una intransigencia aún mayor. Con el fin de controlar más eficazmente el comercio de grano, se apoderó de la factoría genovesa de Tabarca y de la francesa de cabo Negro en 1741. En el campo e incluso en las ciudades ejerció monopolios comerciales con el mayor rigor. La acumulación de errores, la usura del régimen y una mala coyuntura del precio del trigo, dieron al traste con el régimen. Los hijos de Hussein ben' Alí se apoderaron de la capital y recuperaron, a cambio de un tributo a Argel, el trono de su padre. La Regencia de Trípoli, la provincia turca más desheredada, experimentó, paradójicamente, la evolución hacia un régimen estable. Centrada en la provincia de Tripolitania, la regencia estaba compuesta por ciudades costeras, ciudades caravaneras y poderosas tribus, a las que el poder no podía ni ignorar, como en Marruecos o Argel, ni dominar, como en Túnez. Las tribus jugaron un papel activo en la vida tripolitana. Otra originalidad de esta regencia era la vitalidad del comercio transahariano que, a cambio de la pacotilla europea, llevaba a Trípoli polvo de oro y entre 2.500 y 3.000 esclavos al año. Este comercio alimentaba los intercambios con Oriente y con ciertos puertos italianos como Livorno o Venecia. En 1711 el poder turco fue abatido con más claridad que en Túnez. El representante de Estambul, Jalil Pachá, fue muerto y los oficiales de la milicia turca asesinados. Un kulughli totalmente arabizado, Ahmad Qaramânli, apoyado por notables indígenas de Trípoli y por ciertas tribus, se instaló sólidamente en el poder, sin llegar, sin embargo, a rechazar la adhesión otomana. Gracias a sus apoyos indígenas, y a los ingresos procedentes del comercio a larga distancia, el régimen se estabilizó rápidamente. El primer Qaramânli reinó hasta 1745 y después legó el poder a su hijo, Mohammed, sin dificultades. A la muerte de éste, en 1754, su hijo primogénito Alí le sucedió pacíficamente, abriendo un reinado de unos cuarenta años.