Como ya dijera Alfonso X el Sabio: "España es segura e batida de castillos". Las continuas luchas que se produjeron durante los más de siete siglos que duró la Reconquista hicieron que en la Península Ibérica se construyeran numerosos castillos, fortalezas y sistemas defensivos. El castillo es una de las construcciones medievales más características. Es un lugar fuerte, cercado de murallas, baluartes, fosos y otras fortificaciones. Se trata de un edificio que obedece a necesidades defensivas, por lo que su arquitectura era, en un principio, puramente funcional. Con el paso del tiempo, el castillo abandona en parte su carácter militar para pasar a ser residencia de un noble, por lo que se convierte en un palacio y aparecen el gusto por la decoración y la estética. Habitualmente, los castillos eran construidos con unas características similares. Solían estar ubicados en un alto, para evitar los ataques del enemigo, y disponían de un foso y una barrera fortificada exterior. Además, sus muros eran de gran anchura y altura, rematados por almenas y matacanes. Las puertas, su parte más débil, se protegían por diferentes sistemas y, para disponer de agua durante los asedios, se construían aljibes en los que recoger el agua de lluvia. Finalmente, dentro del castillo se levantaba la Torre del Homenaje, el edificio donde residía el señor. Los castillos españoles suelen obedecer a un tipología común: son más bien pequeños, con torres almenadas, material constructivo visto y foso seco alrededor. En un primer momento, la mayoría de estos castillos eran de propiedad de los reyes, quienes cedían su gobierno a un alcaide. A lo largo de los siglos XII y XIII serán las órdenes militares las constructoras de fortalezas, especialmente en la zona de Castilla-La Mancha. En las siguientes centurias, los nobles se adueñan de los castillos, hasta que los Reyes Católicos acaben con las habituales revueltas nobiliarias de sus antecesores. La etapa musulmana deja en España un buen número de fortificaciones. Muchas de ellas fueron levantadas durante el emirato y el califato cordobés. El modelo a seguir son los campamentos romanos, castillos con plantas cuadradas y cubos rectangulares. También son interesantes las torres y atalayas defensivas que recorrían la mayor parte del terreno andalusí. Los alcázares de época taifa introducen importantes cambios, ya que los monarcas tienden al lujo y la ostentación. La Aljafería de Zaragoza es el modelo más interesante de esta etapa. Los primeros ejemplos de castillos cristianos que nos han llegado pertenecen a los siglos XI-XIII. Se trata de modelos muy funcionales, con plantas cuadradas o adaptadas a las tipologías de los terrenos en los que se alzan, con cubos cilíndricos en las esquinas y una potente torre principal de sección cuadrada. En estas fechas los castillos que se construyen abarcan las tierras de Castilla, León, Navarra, Aragón y Cataluña. Con el avance de la Reconquista, las órdenes militares pondrán en marcha en la región manchega un intenso programa constructivo para defender esta zona de las incursiones andalusíes. En estos momentos, la frontera es defendida por monjes-soldados, que tienen a su cargo tierras y sirvientes a los que protegen mediante sus poderosas fortalezas. El concepto de castillo sufre un importante cambio en los siglos XIV y XV. Ya no tiene una función defensiva tan intensa, por lo que se sitúan en poblaciones o en lugares poco escarpados. Los nobles son sus promotores y ponen de manifiesto su gusto por lo decorativo. Así, aparecen múltiples ventanas, elementos ornamentales como los escudos nobiliarios y el patio de armas se convierte en un patio porticado. Se trata de edificios de planta cuadrangular, con cubos en las esquinas y una gran torre del Homenaje, símbolo de poder señorial. El de Olite es un excelente ejemplo de este tipo de construcciones. Mandado construir por Carlos III el Noble a principios del siglo XIV, el castillo se divide en dos espacios, denominados Palacio Viejo y Palacio Nuevo. El de la Mota, en Medina del Campo, es otra buena muestra. Alfonso VIII lo reconstruyó y los Reyes Católicos procedieron a su renovación. La fortaleza consta de dos recintos, dominados por una magnífica Torre del Homenaje. Si el Renacimiento trae a España importantes novedades en la cultura y el arte, también se introducen cambios en la edificación de los castillos. El motivo viene determinado por el uso de la artillería. De esta manera, los muros presentan menor altura y las torres son circulares. Las saeteras, antes verticales, pasan a ser horizontales, para alojar los cañones, y se construyen diferentes barreras previas para evitar los proyectiles enemigos. Uno de los mejores ejemplos de castillo renacentista es el de Grajal de Campos, del siglo XVI. La fortaleza tiene planta cuadrada, con cubos en los ángulos y numerosas troneras en los muros, construidos con un pronunciado talud. Amplias almenas coronan la edificación. Aunque la mayoría de los castillos nos han llegado maltrechos, nos quedan ejemplares suficientes para poder disfrutar de estas fortificaciones, verdadero símbolo de la Edad Media. Atravesar sus puertas, recorrer su baluartes, subir sus torres, nos traslada a la época de los caballeros, un mundo lleno de romanticismo, de fantasía y de misterio que, sin duda, existió.
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Como ya dijera Alfonso X el Sabio: "España es segura e batida de castillos". Las continuas luchas que se produjeron durante los más de siete siglos que duró la Reconquista hicieron que en la Península Ibérica se construyeran numerosos castillos, fortalezas y sistemas defensivos. El castillo es una de las construcciones medievales más características. Es un lugar fuerte, cercado de murallas, baluartes, fosos y otras fortificaciones. Se trata de un edificio que obedece a necesidades defensivas, por lo que su arquitectura era, en un principio, puramente funcional. Con el paso del tiempo, el castillo abandona en parte su carácter militar para pasar a ser residencia de un noble, por lo que se convierte en un palacio y aparecen el gusto por la decoración y la estética. Habitualmente, los castillos eran construidos con unas características similares. Solían estar ubicados en un alto, para evitar los ataques del enemigo, y disponían de un foso y una barrera fortificada exterior. Además, sus muros eran de gran anchura y altura, rematados por almenas y matacanes. Las puertas, su parte más débil, se protegían por diferentes sistemas y, para disponer de agua durante los asedios, se construían aljibes en los que recoger el agua de lluvia. Finalmente, dentro del castillo se levantaba la Torre del Homenaje, el edificio donde residía el señor. Los castillos españoles suelen obedecer a un tipología común: son más bien pequeños, con torres almenadas, material constructivo visto y foso seco alrededor. En un primer momento, la mayoría de estos castillos eran de propiedad de los reyes, quienes cedían su gobierno a un alcaide. A lo largo de los siglos XII y XIII serán las órdenes militares las constructoras de fortalezas, especialmente en la zona de Castilla-La Mancha. En las siguientes centurias, los nobles se adueñan de los castillos, hasta que los Reyes Católicos acaben con las habituales revueltas nobiliarias de sus antecesores. La etapa musulmana deja en España un buen número de fortificaciones. Muchas de ellas fueron levantadas durante el emirato y el califato cordobés. El modelo a seguir son los campamentos romanos, castillos con plantas cuadradas y cubos rectangulares. También son interesantes las torres y atalayas defensivas que recorrían la mayor parte del terreno andalusí. Algunos de las más importantes fortalezas de esta época construidas son la alcazaba de Mérida, el castillo de Calatayud o el castillo de San Esteban de Gormaz, en la provincia de Soria, quizá una de las mejores muestras de estructura militar islámica en la Península Ibérica. Los alcázares de época taifa introducen importantes cambios, ya que los monarcas tienden al lujo y la ostentación. La Aljafería de Zaragoza es el modelo más interesante de esta etapa. Los primeros ejemplos de castillos cristianos que nos han llegado pertenecen a los siglos XI-XIII. Se trata de modelos muy funcionales, con plantas cuadradas o adaptadas a las tipologías de los terrenos en los que se alzan, con cubos cilíndricos en las esquinas y una potente torre principal de sección cuadrada. En estas fechas los castillos que se construyen abarcan las tierras de Castilla, León, Navarra, Aragón y Cataluña. Con el avance de la reconquista, las órdenes militares pondrán en marcha en la región manchega un intenso programa constructivo para defender esta zona de las incursiones andalusíes. En estos momentos, la frontera es defendida por monjes-soldados, que tienen a su cargo tierras y sirvientes a los que protegen mediante sus poderosas fortalezas. Los mejores ejemplos los encontramos en Consuegra (Toledo), Calatrava la Nueva (Ciudad Real) y Loarre (Huesca). Este último es un sensacional ejemplo de castillo medieval en tierra de frontera. El concepto de castillo sufre un importante cambio en los siglos XIV y XV. Ya no tiene una función defensiva tan intensa, por lo que se sitúan en poblaciones o en lugares poco escarpados. Los nobles son sus promotores y ponen de manifiesto su gusto por lo decorativo. Así, aparecen múltiples ventanas, elementos ornamentales como los escudos nobiliarios y el patio de armas se convierte en un patio porticado. Se trata de edificios de planta cuadrangular, con cubos en las esquinas y una gran torre del Homenaje, símbolo de poder señorial. El de Olite es un excelente ejemplo de este tipo de construcciones. Mandado construir por Carlos III el Noble a principios del siglo XIV, el castillo se divide en dos espacios, denominados Palacio Viejo y Palacio Nuevo. El de la Mota, en Medina del Campo, es otra buena muestra. Alfonso VIII lo reconstruyó y los Reyes Católicos procedieron a su renovación. La fortaleza consta de dos recintos, dominados por una magnífica Torre del Homenaje. Otros ejemplos de castillo-palaciego los encontramos en Coca, Arévalo y Manzanares el Real, apreciándose en ellos interesantes muestras de mudejarismo en sus decoraciones. Si el Renacimiento trae a España importantes novedades en la cultura y el arte, también se introducen cambios en la edificación de los castillos. El motivo viene determinado por el uso de la artillería. De esta manera, los muros presentan menor altura y las torres son circulares. Las saeteras, antes verticales, pasan a ser horizontales, para alojar los cañones, y se construyen diferentes barreras previas para evitar los proyectiles enemigos. Uno de los mejores ejemplos de castillo renacentista es el de Grajal de Campos, del siglo XVI. La fortaleza tiene planta cuadrada, con cubos en los ángulos y numerosas troneras en los muros, construidos con un pronunciado talud. Amplias almenas coronan la edificación. El de Lacalahorra en la provincia de Granada es otra sensacional muestra de este tipo de castillos. Afortunadamente conocemos a su autor, Michele Carlone, un arquitecto italiano llegado a tierras españolas para aportar aires lombardos a nuestro Renacimiento. Aunque la mayoría de los castillos nos han llegado maltrechos, nos quedan ejemplares suficientes para poder disfrutar de estas fortificaciones, verdadero símbolo de la Edad Media. Atravesar sus puertas, recorrer su baluartes, subir sus torres, nos traslada a la época de los caballeros, un mundo lleno de romanticismo, de fantasía y de misterio que, sin duda, existió.
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Desde finales de los años cincuenta España sufre dos cambios fundamentales: un intenso y prolongado crecimiento económico y una profunda transformación social. Un tercer cambio, el político, va a seguir sin realizarse, pese a ciertas modificaciones habidas. Las transformaciones de la estructura económica y social van a tener una influencia decisiva en la vida de los españoles, favoreciendo la demanda de cambios políticos. A partir de esas transformaciones ya no se reivindica de forma esporádica y sentimental volver al sistema democrático de la República, pues una nueva generación en la oposición, más realista y presente entre la población, va a establecer una estrategia conducente a la democracia que no implicará una ruptura total con el pasado. No asistimos en esos años a una acumulación de hechos lineales que nos llevan inevitablemente a la transición hacia la democracia, pero es obvio que al producirse una profunda transformación social surge el cambio político como una opción factible.
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La emigración española a Indias durante los siglos XVI y XVII tuvo una enorme importancia, no tanto por la cantidad que cruzó el mar para establecerse en aquellas tierras, sino por su contribución a la formación de la nueva sociedad indiana. Los inmigrantes españoles no eran tropas del rey de España, sino grupos de particulares que mediante capitulaciones con el monarca organizaban sus propias empresas. Sin embargo, no fue un movimiento totalmente espontáneo. Desde el principio estuvo regulado por la Corona para impedir que los elementos considerados nocivos arribaran a aquellas tierras. En teoría, sólo aquellas personas que cumplieran los requisitos impuestos por las autoridades recibían licencia para embarcar. La emigración fue prioritariamente masculina, debido a los riesgos de la navegación. En una primera etapa (1493-1519) las mujeres representaron el 5,6%. A medida que se consolidó el proceso colonizador creció también la participación de las mujeres. En gran parte, eran mujeres casadas que acudían a la llamada de sus maridos, sobre todo a partir del endurecimiento de las leyes que prohibían que los hombres casados permanecieran en los nuevos territorios sin sus mujeres. Ya en 1509 llegó a La Española una cédula real dirigida al Gobernador Ovando por la que se prohibía permanecer en la isla a ningún hombre casado que, en el plazo de tres años, no hubiera llevado allí a su mujer. Esta ordenanza, con el paso del tiempo, se fue complementando y ampliando a las demás regiones americanas, aunque su cumplimiento siempre fue difícil. En 1549 los hombres casados tenían prohibido pasar a Indias si no lo hacían con su mujer, además de que tenían que demostrar que estaban realmente casados. Fue una preocupación constante de las autoridades la reunión de las familias. La Corona recordaba continuamente a los nuevos virreyes y gobernadores la obligación que éstos tenían de enviar a los casados a por sus mujeres. El problema era que muchas mujeres no querían arrostrar los riesgos de semejante viaje; o que muchos hombres se desentendían de la esposa que habían dejado en España y vivían en América amancebados con alguna indígena. Es significativo que un capítulo entero de la Nueva Recopilación de Leyes de Indias de 1680 esté dedicado a este tema "De los casados y desposados en España e Indias que están ausentes de sus esposas" (Lib. VII, Tit. 13). Estas políticas favorables de la emigración femenina por parte de la Corona tuvieron como consecuencia que entre 1549 y 1559 casi se triplicó la proporción de mujeres (16,4%) y en la siguiente etapa llegaron a alcanzar el 28,5% (1560-1579). De ellas, parece que unas cuatrocientas treinta y cinco eran casadas. La misma tendencia se mantuvo en los últimos veinte años del siglo XVI, al representar las mujeres el 26% del total de emigrantes con una proporción de casadas de poco más de un tercio. Las españolas no llegaron en realidad al 30% de la población colonial y arribaron por lo general durante los primeros cincuenta años de la conquista, a petición y con la ayuda financiera de parientes consanguíneos que las habían precedido. Gráfico Las mujeres solteras tenían más difícil el viaje. No sólo porque viajaban en peores condiciones y con más inseguridad, sino también porque a partir de 1539 se prohibió otorgar licencias de embarque a las solteras, por el temor de que emigraran aventureras o prostitutas que influyeran negativamente en la salud moral de las nuevas poblaciones. Por eso, eran muchas las trabas que se les presentaban para poder embarcar. Debían presentar pruebas de ser cristianas viejas, no procesadas por la Inquisición, evidencias de un honesto propósito como ser llamadas por el padre, hermano, marido o algún otro familiar, tener medios económicos para sostenerse, o demostrar que acudían para casarse en un matrimonio concertado o reclamar una herencia. Sin embargo, estas dificultades no fueron un obstáculo para que muchas jóvenes emigraran a Indias. Suponía una oportunidad de conseguir marido y de hecho este es el motivo por el que muchas se embarcaron. Se abría ante ellas un mundo nuevo en el que no parecía importante el pasado ni se les exigía unos cánones de belleza, formación o fortuna. También las casadas tenían que argumentar y demostrar las razones por las que marchaban a América, si querían obtener la licencia. Era usual que aludieran al deber y derecho de reanudar la vida en común como matrimonio legítimo; aportaban las cartas del marido y el dinero del pasaje que éste normalmente les mandaba. Solicitaban licencia para ella y sus hijos, e incluso a veces para toda una prole familiar femenina. Algunos casos resultan muy ilustrativos, como el de Doña Inés de Villalobos, quien solicitó licencia también para su hermana viuda, dos hijas de ésta y una sobrina huérfana. Los testigos declaraban que eran mujeres "honestas, honradas, recogidas y muy principales". Otra mujer, Doña Felipa Tavares, también solicitaba licencia para ir con su madre doña Catalina Tavares a la ciudad de Zacatecas, donde residía su marido como médico. Hijas, madres, hermanas, sobrinas o cuñadas acompañaban a la mujer casada para probar fortuna en las nuevas tierras al amparo de la gran familia. Este hecho tan generalizado favoreció a la larga el asentamiento en poblaciones estables en lugar de la formación de campamentos militares. En muchos casos, las mujeres reclamaban a la justicia la búsqueda del marido ausente, porque no había dado señales de vida desde su marcha al nuevo continente. Es cierto que muchas veces la búsqueda no estaba motivada por el deseo de reencontrarse con el marido en América, sino de que las autoridades lo obligaran a volver a España y cumplir con sus obligaciones familiares. Lógicamente la dificultad mayor con la que tropezaba la justicia era localizar al ausente. Habían pasado demasiados años, por no hablar de los cambios de residencia, incluso de un virreinato a otro, u otras muchas circunstancias. Se dieron también casos de sobornos y prácticas fraudulentas por parte de los maridos para evitar que la justicia lo obligara a volver a su tierra. De hecho, el temor a la cárcel, el coste que suponía librarse de ella, y las abundantes solicitudes de prórroga de licencia, con la promesa de reanudar en breve plazo su vida de pareja, estaban presentes en la abundante correspondencia de carácter privado que existe. Sin embargo, todas las ordenanzas y leyes dictadas tenían un sentido contrario, prohibiendo de forma reiterada la prórroga de licencia por tiempo limitado. Pero estas situaciones de separación "forzosa" eran más que toleradas a juzgar por la cantidad de cartas que existen en este sentido y que revelan tales prácticas, previa entrega de fianza. Entre las mujeres que emigraron a América también hay que incluir pequeños grupos de beatas, enviadas en los primeros días del dominio español en México, para convertir a las mujeres de la recién convertida élite india. A ellas las siguieron las monjas para fundar conventos a mediados del siglo XVI. Estas mujeres que arrostraban los peligros del mar impulsadas por el deseo de cumplir una misión evangelizadora contaban con todo tipo de honores y facilidades para realizar el viaje y asentarse en las nuevas tierras.
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Las primeras generaciones de mujeres que vivieron en Manila eran españolas, algunas de ellas vinieron con sus maridos a poblar los nuevos territorios. En 1580, por ejemplo, de los seiscientos hombres que llegaron con el nuevo gobernador, Gonzalo Ronquillo, doscientos estaban casados. No todos se atrevían a traer consigo a sus mujeres, sino que preferían llamarlas cuando estaban asentados ya en las islas. Sin embargo, parece ser que la proporción de mujeres españolas fue siempre escasa, a juzgar por la rapidez con la que las viudas volvían a casarse. Esto explica también la insistencia de las órdenes reales para que no se admitieran hombres casados sin mujeres, la constante oposición a la creación de conventos de clausura y el fomento de matrimonios con las huérfanas del colegio de Santa Potenciana. Las esposas de los primeros pobladores ocupaban, como sus maridos un lugar privilegiado en el entramado social, lo que les garantizaba cierta posición socioeconómica en el archipiélago. Cuando enviudaban disfrutaban de las rentas de la encomienda de sus maridos, lo que les facilitaba contraer un nuevo matrimonio. Fueron frecuentes los matrimonios con viudas encomenderas, como un medio rápido de ascenso en la escala social. En principio, ambas partes salían beneficiadas. Las mujeres, por la seguridad que ofrecía un matrimonio; los hombres porque se convertían en encomenderos y entroncaban con las familias de primeros pobladores, situación que abría las puertas a los puestos de gobierno municipal u otros privilegios. En 1592 el gobernador Gómez Pérez Dasmariñas manifestaba su preocupación en una carta al rey ante estos métodos. Consideraba que estos matrimonios ponían al alcance de cualquier advenedizo unas mercedes que debían reservarse a gente con más méritos. Más duro en sus críticas fue otro gobernador, Francisco Tello, quien en 1598 se quejaba de la facilidad con que las viudas ancianas se casaban con hombres jóvenes y recién llegados, que quedaban favorecidos con importantes encomiendas. Le dolía que, a su parecer, ocuparan posiciones de privilegio "hombres ruines y vagos y quedaran defraudados los antiguos soldados caballeros honrados e hidalgos" (1). El escaso poblamiento español del archipiélago explica la política de fomento de matrimonios por parte del gobierno. Los gobernadores favorecieron con su patronazgo, por ejemplo, al colegio de Santa Potenciana -creado en 1594 para acoger a huérfanas de los residentes españoles- y ofrecían oficios de provecho a los hombres que se casaran con las alumnas del colegio. Esta política explica también la fuerte oposición que hubo en la ciudad de Manila a la fundación del convento de clarisas en 1623 y la negativa a que se fundara uno de dominicas en 1632 porque se pensaba que estas instituciones se llevarían a las mejores doncellas casaderas, como informaba al rey el procurador de Manila, Juan Grau y Monfalcón, en 1632: "No es conveniente que en república tan corta y tierra tan nueva haya tantos conventos de monjas, pues los hijos de los vecinos de aquella ciudad no tienen con quien poderse casar y en particular ahora que no van como solían familias de Nueva España a hacer vecindad a aquellas islas". Aunque el papel de la mujer española durante la época colonial pasó discretamente, algunas han dejado su huella en los documentos de la época como Ana de Vera, esposa del maestre de campo Pedro de Chaves, impulsora de la fundación del convento de Santa Clara; la madre Jerónima de la Concepción que fundó el convento de Clarisas o Potenciana Ezquerra, de la segunda generación de descendientes de españoles nacidos en las islas, que facilitó el abastecimiento de pan en la ciudad de Manila con la construcción de panaderías en sus solares. En cualquier caso, la mujer española estaba destinada al matrimonio y, dado el carácter endogámico de la oligarquía, se vio obligada a contraer, en ocasiones, extraños matrimonios de conveniencia. Ana Atienza, por ejemplo, tuvo que casarse con el suegro de su padre, Diego Morales. Ana era hija de Francisco de Atienza, un poderoso comerciante de Manila del último cuarto del siglo XVII, y de la primera mujer de éste. Al enviudar Francisco se casó con una hija de Diego de Morales y a su vez le ofreció el matrimonio con su hija Ana, con lo que quedaban fortalecidos los lazos comerciales y familiares. La convivencia entre los tres grupos principales de población -españoles, chinos y filipinos- era estrecha, al menos en la ciudad de Manila. Sin embargo se conocen pocos casos de mestizaje entre españoles e indios. En cualquier caso no dieron lugar a uniones legales, como ocurrió en América, y los hijos usualmente quedaban en la casa en calidad criados. Pedro Sarmiento, por ejemplo, era uno de los primeros pobladores de las islas, destacado servidor de la Corona y miembro importante de la sociedad de Manila en el primer cuarto del siglo XVII. En su testamento reconoce como propios dos hijos tenidos con Ana Visaya, con la que convivió antes de su matrimonio con Elvira de Sandoval, hija de un oidor de la audiencia de Manila. El tono del testamento hace pensar en un caso de concubinato antes que de una unión esporádica, pero como en tantas otras ocasiones, los españoles preferían casarse con mujeres procedentes de su país. Hay constancia de algún matrimonio con mestizas. Francisca de Fuentes -una de las fundadoras del beaterio de Santa Catalina de Siena- era hija de Simón de Fuentes, un español casado con una mestiza. A su vez ella contrajo matrimonio con un hidalgo que le doblaba la edad y que la dejó viuda y sin hijos siendo todavía muy joven. Las uniones entre sangleyes (chinos afincados en Manila) y filipinas fueron abundantes. Los chinos empezaron a llegar masivamente al archipiélago poco después de los españoles. En su mayor parte, se asentaron en la ciudad de Manila donde se creó un barrio propio para ellos, el Parián de los sangleyes. Los filipinos mantuvieron con ellos un estrecho contacto porque trabajaban en sus talleres artesanales y en los pequeños comercios chinos que muy pronto se extendieron por la ciudad. Se dice que el mestizaje fue tan frecuente que ha alterado los caracteres de la propia raza filipina. Aunque el asentamiento español en general tuvo un carácter pacífico, algunos pueblos manifestaron una gran resistencia a la hispanización: los moros de Mindanao, los negritos y zambales. Otros, como los pampangos, se destacaron por su fidelidad a la Corona que demostraron con creces durante las sublevaciones chinas de 1603 o 1639. Sin embargo, hubo alguna revuelta filipina que consiguió poner en jaque a las tropas españolas, aunque terminaran fracasando. La sublevación de los ilocanos a mediados del siglo XVIII tuvo además la característica de ser liderada por una mujer Gabriela Silang o (Estrada). Murió ajusticiada en 1763 junto con el resto de rebeldes capturados, hecho que la colocado entre las heroínas filipinas.
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En el año 1942, 3.500 hombres, bajo el mando del general francés Koenig, se atrincheraron en Bir-Hakeim prestos a frenar, con su sacrificio, el especular avance del Afrika Korps, de Rommel, y del Cuerpo Expedicionario italiano por el desierto libio, con el Canal de Suez como primer objetivo. Cerca de 1.000 de ellos eran españoles -ex soldados del Ejército Popular republicano- y constituyeron la fuerza de choque del campo atrincherado durante las dos semanas que duró el asedio. El testimonio del primer general francés, Béthouart, que mandó españoles, fue éste: "La 13 Semi-Brigada de la Legión Extranjera estaba integrada, en particular, por unos 900 españoles, morenos, alborotadores, difíciles de mandar, pero de una valentía extraordinaria". Otro, no menos valioso, el del joven capitán -hoy general-, Jacques París de la Bollardiére, que luchó al lado de los españoles de la citada unidad Noruega, en África y en Italia, nos dice en una de sus cartas: "... (los españoles) eran altivos y humildes a la vez, valientes..., uno de ellos, el joven Zapico, un vasco, murió a mi lado -al volante de nuestro jeep- en plena batalla de Bir-Hakeim, en la que yo también fui gravemente herido". Aunque en determinadas "memorias" se insiste en lo difíciles que eran de mandar -no de manejar- los españoles, y pese a que todos ellos habían pasado por la piedra de molino de Siddi-Bel-Abbés, no se hace la menor alusión a repercusiones negativas, en el plano militar, de esa peculiaridad al parecer tan ibérica. En cambio, por su eficacia sobre el terreno, a menudo en trances delicadísimos, se les puede considerar soldados fuera de serie. ¿Porque venían fogueados de nuestra guerra civil? Algo de eso hubo, pero el "quid" de la cuestión estaba en la conciencia adquirida, a través de esos años de lucha, de que estaban defendiendo algo importante y que esta defensa requería una acción sostenida contra enemigos bien definidos, con los que ya se habían enfrentado por tierras de España: la Alemania nazi y la Italia fascista. Es lo que forzará la admiración ajena, ya sea en los fiordos noruegos, en la Unión Soviética, en Europa o por el continente africano: con estos españoles no hay quien pueda, "¡Son indestructibles", dirá el general Koenig al capitán de la Bollardiére, durante los combates para abrir una brecha y evacuar el campo atrincherado de Bir-Hakeim. Recordemos el incidente que se produjo en Noruega, cuando un oficial francés mandó a un español que rematase a un alemán malherido, tras haber ocupado el arma blanca la famosa cota 220: "¡Hala, dale fuerte y véngate de lo que os hicieron en España!" Entonces, el español se enfrentó, como loco, con el oficial, gritándole: "Pero ¿usted qué se ha creído que somos los españoles? ¿Unos asesinos?" Si no interviene el sargento Gayoso, el joven legionario ensarta al francés de un bayonetazo". El Cuerpo Expedicionario francés destinado a Noruega -que acababa de ser ocupada por los alemanes- comprendía la 13 SemiBrigada de la Legión Extranjera (Batallones 1° y 2°), unos 2.000 hombres, de los cuales casi la mitad eran republicanos españoles. Se formó en el campo militar de la Vallbonne, al pie de los Alpes. Allí se crearían también otras unidades legionarias que serían destinadas a la Línea Maginot. Antes de entrar en combate en el campo atrincherado de Bir-Hakeim -mayo de 1942- los españoles de la 13 Semi-Brigada realizarán una larga marcha que los llevará desde Noruega, pasando por Francia e Inglaterra, hasta el africano Camerún.
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Aproximadamente un millón de personas cruzaron en los primeros meses del año 1939 la frontera franco-española huyendo de las fuerzas nacionalistas, que el día 26 de enero habían ocupado Barcelona. Las penosas condiciones en las que este contingente se desenvolvía se hacían especialmente graves en los casos de los heridos, las mujeres, los ancianos y los niños. Aquellos republicanos, a los que el mismo Pons Prades califica de "bastante ilusos", se encontraban absolutamente desasistidos. Les esperaban los campos franceses, oficialmente destinados a refugiados pero de hecho más semejantes a los de concentración que ya estaban comenzando a poblar el espacio europeo situado bajo dominio alemán. Las ciudades y los pueblos franceses próximos a la frontera se veían llenos de personas, que se acomodaban en la forma en que podían y en las condiciones más precarias. Los elementos señalados como comunistas y anarquistas eran tratados de forma especial en verdaderos centros de castigo, que para muchos supuso la muerte. Los combatiente derrotados eran observados con hostilidad por la inmensa mayoría de los franceses. Pocos meses después, aquellos centros de concentración serían utilizados por el ocupante alemán, que en muy pocas semanas habría de derrotar al pretendidamente invencible ejército francés. Martín Bernal, uno de los futuros legionarios de origen español cuenta a propósito de su entrada en esta fuerza: "La declaración de guerra me pilló en la cárcel y enseguida comenzaron a presionarnos para que nos enrolásemos en la Legión. Pero mientras nosotros tratábamos de suscribir un contrato sólo para la duración de la guerra, los franceses se empeñaban en hacernos firmar por cinco años. Al ver que no transigíamos, nos amenazaron con devolvernos a España por las buenas. No creíamos que fuesen capaces de cumplir la amenaza,-hasta que un día nos sacaron de la cárcel -la de Tarbes-, nos montaron en un coche celular y nos echamos a la carretera, en dirección a la frontera de Canfranc. Nosotros seguíamos creyendo que era una maniobra para intimidarnos y romper nuestra resistencia. Pero cuando nos dimos cuenta de que la cosa iba en serio fue al ver asomar, a lo lejos, las puntas de los tricornios de los civiles. Así que no tuvimos más remedio que firmar. Y, a los pocos días nos hacíamos a la mar rumbo a Argelia". Las evidentes condiciones negativas que rodearon al episodio no impedirían que los contingentes de españoles, tan irregularmente enrolados, actuasen sobre los campos de batalla con gran valor y habilidad. El mes de mayo de 1940 supondría para muchos de ellos el comienzo de una nueva etapa, definida por la permanente acción, al lado de los aliados y en contra del Reich, que tan decisivo papel había jugado en el proceso de destrucción de la República española. Al comienzo de la guerra, ingleses y franceses como para desentumecer un poco a sus anquilosados ejércitos, crearon a su vez un pequeño cuerpo expedicionario que desembarcaría y ocuparía varios puntos estratégicos de Noruega. En la zona septentrional -en Narvik- actuarían dos batallones de la más tarde famosa 13? Semibrigada de la Legión Extranjera Francesa. La mitad de sus efectivos eran españoles: un millar de hombres de los que casi la mitad quedarían para siempre por tierras noruegas. Con ellos combatieron polacos, noruegos, franceses e ingleses. Pero las dos operaciones clave -el desembarco en el puerto de Bjerkvik, preludió a la toma de Narvik, y la ocupación de la cota 220- serían protagonizados por los legionarios españoles bajo la bandera francesa. A los voluntarios españoles les chocaba la baja moral de los Aliados. El gran miedo a la guerra de que habían hecho gala antes -abandonando al fascismo varios países de Europa-, contrastaba tremendamente con el triunfalismo derrochado apenas estalló la guerra. Hubo detalles que llamaron la atención ya desde el principio: la escasez de voluntarios franceses y el haber presenciado la salida de quintos franceses que se iban a la guerra llorando... Después, en las zonas cercanas a la línea de fuego, habíamos podido observar el buen partido que le sacaba a la guerra la oficialidad gala. Todo esto lo sintetizaría muy bien el teniente-coronel Tagüeña: "Llegaron más oficiales franceses que nos miraban con curiosidad y hacían preguntas como de profesional a aficionado. Creo que más tarde recordarían muchas veces, que, entre otras cosas, les dije que nuestro ejército -el republicano español- había sido vencido, pero que a ellos les iba a llegar pronto el turno y sentirían no habernos ayudado. No habla duda que nuestra derrota representaba también la de Francia; pero no querían admitirlo y me hablaron de las virtudes de sus soldados. Esto no me impresionaba, porque si las virtudes fueran suficientes para ganar una guerra nosotros no la hubiéramos perdido".. Cuando se desencadena la ofensiva alemana -con la invasión de Holanda y Bélgica, el 10 de mayo de 1940, y la de Francia, cuatro días después- los republicanos españoles que combaten bajo los pliegues de la bandera francesa ascienden a casi cien mil hombres. Una cuarta parte de ellos trabajan en las industrias de guerra, mientras que unos veinte mil sirven en unidades combatientes (Legión y Batallones de Marcha). Y alrededor de sesenta mil están encuadrados en la Compañías de Trabajo -dedicadas, sobre todo, a tareas de fortificación-, de los cuales las dos terceras partes trabajan, en plena línea de fuego, en la línea Maginot y la frontera franco-belga. Helios Bárcenas salvó la vida por poco en el desastre francés: "Por nuestro sector los combates empezaron hacia el 17 de mayo de 1940. Nos enfrentamos con pequeños destacamentos motorizados que procedían de las Ardenas, donde se había producido la brecha por la que se colocaron las divisiones blindadas alemanas. Fueron, en verdad, simples escaramuzas. Nunca enfrentamientos frontales, porque la relación de fuerzas y el material empleado hacía caer netamente la balanza del lado de los invasores. Nosotros, en realidad, sólo libramos combates de repliegue. Empeñados, tan sólo, en que no se nos cortasen todas las vías de retirada. Desde el primer momento perdimos de vista a la oficialidad francesa -y valía más así- y tomamos el mando los españoles, organizándonos en pequeños grupos. La compañía en que yo estaba -de ametralladoras- no tuvo suerte, pues una noche nos quedamos a dormir en un bosquecillo, pese a que nos enteramos de que el pueblo más cercano estaba acampada una unidad enemiga, suponiendo que al amanecer los alemanes se echarían a la carretera y pasarían de largo, sin preocuparse del bosquecillo. Algunos (docena y media de hombres) no lo creíamos así y durante la noche nos replegamos hacia otro bosque más alejado, en las laderas de una colina. Y cuando amaneció asistimos al terrible espectáculo de ver entrar en acción una sección de lanzallamas alemanes que le pegaron fuego, por los cuatro lados, al bosquecillo. Allí perecieron más de un centenar de hombres. Mariano Constante también puede contarlo, pese a su deportación al campo de exterminio de Mauthausen: "Cuando se inició el gran ataque alemán del 10 de mayo, nuestra unidad había sido desplazada días antes al sector de Longwy en la cruz de la frontera francesa, belga y luxemburguesa. Habíamos estado cavando enormes fosas antitanques, que luego utilizarían como reducto para parapetarse en ellas los paracaidistas alemanes. En seguida salimos hacia la frontera belgo-holandesa, pero no hicimos más que entrar en territorio belga y ya nos topamos con unos destacamentos motorizados alemanes. Volvimos hacia atrás y allí puede decirse que empezó nuestra retirada. Pasamos por Montmédi (Meuse), Verdún-sur-Meuse, Bar-le-Duc, Sainte-Menehoued (Marne), Neufcháteau y Epinal (Vosges). Como podrás ver, siempre íbamos hacia el sur, pero desviándonos hacia el este de vez en cuando, a causa del avance alemán. En un momento dado, nos dirigimos hacia el oeste (Sainte-Menehould) y luego nos orientamos rumbo al noroeste, hacia Rambervilliers, que es donde nos hicieron prisioneros, el 21 de junio de 1940, fuerzas alemanas que habían cruzado el Rhin y penetrado en Alsacia pocos días antes. Habíamos recorrido, en cosa de 40 días, un millar de kilómetros. Al caer prisioneros íbamos unos 400 españoles. La mayoría de las Compañías de Trabajo, pero también venían con nosotros algunos soldados de los Batallones de Marcha y un grupo de legionarios. Ya conoces nuestra odisea: del campo de fútbol de Rambervilliers nos llevaron a Baccarat -donde estuvimos varios días encerrados en las naves de las famosas cristalerías-, luego a un campo de selección de Alsacia y, después de permanecer unos meses en un campo de prisioneros de guerra de Alemania (Stalag XVII A) fuimos a parar (abril de 1941) al campo de exterminio de Mauthausen (Austria)". Los españoles de ocho Compañías de Trabajo (las 111, 112, 113, 114, 115, 116, 117, y 118) vivieron el drama de Dunkerque, donde la mayor parte de ellos murieron defendiendo las posiciones de Bray-les-Dunes, mientras los aliados (ingleses y franceses en particular) se disputaban a tiro limpio los puestos en las embarcaciones de evacuación. Los pocos españoles que lograrían llegar a Inglaterra, por sus propios medios, casi siempre serían encerrados en varias cárceles (testimonio del sevillano Juan López López, de la 118? C. de T.), junto con prisioneros de guerra alemanes. Y no pocos de ellos fueron devueltos a Francia, desembarcándolos en puertos de Bretaña, cuando las columnas de vanguardia alemanas ya penetraban por la parte oriental de la península bretona. Otras víctimas de aquella vergonzosa retirada fueron aquellos compatriotas nuestros que fueron abatidos -y con ellos algunos checos, polacos, belgas y holandeses por los gendarmes o la guardia cívica -una especie de somatén-, que, presos de pánico, los confundieron con paracaidistas alemanes. Tras la rendición de Francia y la formación del Gobierno de Vichy se inició la resistencia popular contra el invasor. Los refugiados españoles tomaríamos parte en la lucha. La integración de los españoles en las guerrillas antinazis fue completamente natural; unas veces se produjo por cuestiones ideológicas, otras porque no cabía otra forma de supervivencia. Dos protagonistas confluyeron, en peripecias bien diferentes, hacia la misma región: los departamentos de el Aude y el Ariége, donde surgieron las primeras guerrillas españolas en Francia. Ellos nos cuentan sus experiencias: Pedro Olea Salas, uno de los pioneros del maquis español en Francia, cuenta: "Yo estaba, como sabes, en el Onceavo Regimiento de Marcha de la Legión Extranjera y la invasión alemana nos pilló en el punto neurálgico de la ofensiva: en la cruz de las fronteras de Francia con Luxemburgo y Bélgica. La aviación alemana nos hizo trizas, y como la oficialidad chaqueteó de lo lindo, cada uno se las arregló como pudo. Yo, la verdad, no tenía muchas ganas de andar. Al final acaba uno hartándose de retiradas. Por eso, con tres compañeros más nos quedamos en los bosques del departamento de la Creuse, en el centro del país. No fue difícil colocarnos como leñadores, primero y como carboneros, después, Allí empezó, aunque muy modestamente, nuestra existencia guerrillera, que dos años más tarde proseguiría al pie de los Pirineos. Como estábamos muy cerca de la Línea de Demarcación, por aquella zona pasaban muchos fugitivos de la Francia ocupada por los alemanes. Entre ellos no faltaban españoles, que las gentes del lugar encaminaban hacia nosotros. Aquello, si exceptuamos los sabotajes y los golpes de mano, que al principio se dieron muy espaciados por falta de hombres y de armamento, fue, en efecto, una "base-posada-escuela". Ya que nuestros compatriotas, cuando se refugiaban en ella encontraban natural que se les acogiera fraternalmente; pero, al solicitar su ayuda para nuestras misiones -en particular que hicieran en nuestra ausencia el trabajo que nos incumbía- se mostraban más bien reacios a colaborar, Así que tuvimos que organizar unos cursillos, digamos de politización para transeúntes para explicarles, y en lo posible, convencerles de las razones morales de nuestra lucha y por qué habíamos decidido olvidar, por lo menos de momento, el trato de las democracias occidentales para con la república española". Una peripecia aún más complicada y que termina marchando por los mismo derroteros de la guerrilla es la de Martín Martínez García: "Los restos de mi compañía de trabajo (la 119) fuimos también a parar el infierno de Dunkerque, concretamente a la playa de Brayles-Dunes. Hubo muchas bajas. Unos cuantos pudieron ser evacuados hacia Inglaterra -o se marcharon por su cuenta- y a los demás nos hicieron prisioneros. Puede también que los hubiese con más suerte: yo conocí a uno que pudo atravesar las líneas enemigas y huir hacia el sur de Francia. Era un madrileño que se llamaba Paco Moreno. En medio de aquel gran desbarajuste, los alemanes nos agruparon -a belgas, holandeses, franceses, ingleses, polacos, checos y españoles- y nos llevaron hacia el río Rhin. En cuanto desembarcamos, me junté con un aragonés de mi compañía -Bernardo- y nos evaporamos. La evasión era mucho más peliaguda que en Bélgica, sobre todo a causa de la lengua. Pero nosotros nos dijimos: "Bueno si nos pescan iremos a parar al mismo campo y en paz." Nosotros lo que no sabíamos era que por aquellas tierras había campos de exterminio y que si nos cogen hubiésemos ido a dar con nuestros huesos a uno de ellos. Al de Mauthausen seguramente, que es en el que internaron a las tres cuartas partes de los prisioneros españoles. Estábamos decididos a no tropezarnos con un solo alemán, por lo que siempre andábamos de noche, escondiéndonos de día mejor que los topos. Y así nos volvimos a encontrar en Francia, una semana después, por el lado de Sarreguemines, frente a la famosa línea Maginot, ocupada por las tropas alemanas, que se entretenían en desmantelarla. Por allí estuvimos tres o cuatro días, recogiendo cosas abandonadas por los franceses: ropa, comida (botes de conserva, claro) y dos pistolas..., bueno dos de esas de tambor del 38. La mía la conservé hasta la liberación de Francia, fíjate, y luego se la regalé a un amigo español que hace colección de armas cortas. Nosotros seguimos bajando en dirección a España... Y en Lyon, a causa de un control de identidad en la estación, cuando íbamos a subir al tren de Toulouse -y después de haber salvado tantos y tantos obstáculos-, nos detuvieron los gendarmes. Nosotros, pobres de nosotros, creyendo que se portarían como hermanos de armas que éramos, les confesamos la odisea que acabábamos de vivir sin omitir detalle". Testimonio de Julián Villapadierna García: "En las minas de oro de Salsigne -al norte de Carcassone- trabajábamos muchos españoles, como sabes. Y puedo asegurarte que cuando se constituyeron los maquis franceses de la Montaña Negra, ya hacía tiempo que nosotros habíamos montado la Solidaridad Española. Esto sería a mediados de 1942. Luego, cuando vimos que los "guerrilleros" del país almacenaban el armamento y se daban la gran vida -eran de la "Armée Secrete"-, que se reservaban para los combates de la postliberación: o sea, para evitar que la auténtica guerrilla tomase el poder-, los españoles creamos varios grupos. Y nosotros, los de la mina -salvo las consabidas excepciones-, seríamos sus más fieles colaboradores. Teníamos salvoconductos para circular y podíamos facilitarles dinamita y también información. En lo que me afecta, cuando me ocurrió aquel accidente, que me dejó temporalmente paralizado de las manos, al disponer de tiempo y seguir gozando de facilidad de desplazamiento, me puse ya enteramente al servicio de nuestra guerrilla. Luego, al darme de alta, fui destinado -mejor dicho: los compañeros me recuperaron- al Grupo Disciplinario (G. T. E.) número 422 de Carcassonne, que era algo así como el Estado Mayor departamental (en el Aude) de las fuerzas -armados o no- de la Resistencia Española. En verdad, no creo que hubiese un solo G. T. E. que no estuviera controlado ("copado") por los exiliados españoles". Hubo otras dificultades, según testimonia José María Juan: "Los primeros republicanos españoles que llegaron a la región alpina lo hicieron en septiembre de 1940. Procedían casi todos de la región Centro. Unos llegaban de Bergerac (Dordogne) y otros -todos lo que se quedaron en la Alta Saboya-, de Sainte-Livrade (Lot-et-Garonne), y todos ellos pasaron a formar parte de tres G. T. E.: el 514, estacionado en Savigny; el 515; con sede en Vacheresse, y el 517, con base en Annecy. Al principio había en dichas unidades unos 750 españoles. Y, a fines de 1942, las deserciones habían alcanzado tal volumen que se tuvieron que disolver dos Grupos Disciplinarios; el 514 y el 515, reorganizándose el 517, que mandaban dos militares franceses de declarada filiación fascista: el capitán Valiére y el brigada Palop, enviados por el Gobierno de Vichy para "poner coto a las deserciones y reorganizar a fondo las unidades disciplinarias españolas."Una precisión: a los desertores había que añadir la deportación de muchos españoles a los campos de Alemania y de Argelia". El manchego Miguel Vera sería el primer coordinador departamental de las fuerzas resistentes españolas, compuestas casi enteramente por los desertores de los GET (grupos disciplinarios de trabajadores extranjeros). Un hijo de emigrados económicos españoles, de Almería, Ricardo Andrés, que más tarde sería ejecutado por los alemanes, realizó el enlace con la resistencia francesa. Con todo, hubo algunos grupos de maquis incontrolados. Por eso conviene puntualizar que la hora de la verdad sonó cuando los antiguos cazadores alpinos, unidad disuelta a raíz del armisticio franco-alemán, decidieron organizar el "Batallón del Gliéres", con el capitán Tom Morel a la cabeza. Debo decir que, con anterioridad, los cazadores alpinos ya nos habían entregado armamento suyo, de los arsenales que tenían escondidos antes de que llegasen los alemanes. Al iniciarse la gran ofensiva alemana, apoyada por los milicianos fascistas franceses, cada cual salió de la meseta como mejor le dio a entender su experiencia. Aunque se nos haya olvidado intencionadamente, la guerra en Francia está cubierta de andanzas españolas. Federico Moreno Buenaventura estuvo con las unidades de Leclerc en África y, después, en Normandía: "Después de aquella fabulosa aventura del desierto, la columna Leclerc fue enviada a descansar a tierras de Marruecos. Allí, al formarse la Segunda División Blindada de la Francia Libre, fue donde la representación española adquirió un volumen impresionante. Acudían compatriotas nuestros de todas partes: de los campos de concentración del Sáhara -donde los había encerrado el mariscal Pétain-, de la Legión Extranjera o de los Cuerpos Francos, de donde desertaban por racimos. A eso se le llamaba "traslados espontáneos". Y muchos otros que habían estado medio escondidos en Argel, en Orán, en Túnez y en Casablanca. Tamaña afluencia se justificaba así: habían corrido rumores de que el desembarco en Europa se iba a efectuar por las costas españolas. Si no cierran los banderines de enganche se hubiesen podido formar, sólo con españoles, las dos divisiones blindadas de la Francia Libre. Aunque pronto recibimos material americano e inglés, tardamos más tiempo de lo esperado en abandonar los campamentos africanos, y no embarcamos hacia Inglaterra hasta abril de 1944. Dos meses más tarde -el 6 de junio-, los Aliados desembarcaban en Normandía. Y nosotros, incomprensiblemente, seguíamos acampados en el centro de Inglaterra. Esto se debía a varias barrabasadas que el general Leclerc había hecho a sus aliados en la campaña de Túnez -y que volvería a hacerles en Francia y en Alemania-, ya que tanto él como De Gaulle consideraban que debía quedar bien claro -y para ello las unidades de la Francia Libre debían ir en vanguardia- que los territorios bajo mandato francés -o antiguas colonias-, eran liberados por unidades francesas, que debían entrar las primeras en las villas importantes reconquistadas. Al fin, en la noche del 31 de julio al 1° de agosto de 1944, los hombres de Leclerc ponen pie, a su vez, en las playas normandas. Entonces el orgullo nacional francés resurge de nuevo, con otra obsesión: la de entrar los primeros en Paris. Pero, para ello, tendremos que combatir a marchas forzadas, casi "a destajo", dejando de lado muchas veces las más elementales normas guerreras clásicas, como es la de no descuidar demasiado los flancos de las fuerzas propias. Mas lo cierto es que, tal como Leclerc -que era indiscutiblemente un genio- planteó los avances, nadie era capaz de señalar dónde estaban nuestros flancos. Aquello, visto a distancia, fue un puro disparate bélico y te puedo asegurar que nadie disfrutó tanto la marcha sobre París -en el tramo Normandía-París- como los españoles. Y en particular los de la Novena Compañía, que, salvo su jefe, el Capitán Dronne, estaba compuesta exclusivamente de españoles. ¡Había que ver las bandadas de autos blindados, bautizados casi todos con nombres españoles -Don Quijote, Madrid, Teruel, Ebro, Jarama, Guernica, Guadalajara, Brunete, Belchite y el de los tres mosqueteros: Porthos, Aramis y Artagnan-, corriendo por las carreteras, escalando ribazos, saltando acequias y vadeando arroyos! Lo dicho: ¡un puro dislate! Y, cuando norteamericanos e ingleses estaban discutiendo con De Gaulle, Leclerc ordena a Dronne: "Ya sabe lo que toca hacer: ¡derecho a Paris, sin preocuparse de nada más!". Y Dronne nos convoca a los jefes de sección -Montoya, Granel, Campos y Moreno- y nos dice lo que hay que hacer, pase lo que pase. Recorrer los doscientos kilómetros que nos separaban de Paris no fue tarea fácil para nadie. Al operar en francotiradores renunciábamos a la cobertura aérea made in USA, y al apoyo de nuestros tanques pesados. Personalmente, tuve que enfrentarme, con mis tres blindados, con unos cañones alemanes del 88, que nos tapaban el camino. Tuvimos suerte, esa es la verdad. Así que, el día 24 de agosto de 1944 -un jueves- a eso de las nueve de la noche, entrábamos en la plaza del Ayuntamiento de París. El "Don Quijote", que era el blindado de mando de mi sección, fue el primero en aparcar allí. Y en la hora que siguió llegaron los restantes autos blindados conducidos por españoles, con nombres castellanos en los flancos y en el morro de sus vehículos. Por eso nos dolió tanto lo que ocurrió, veinticinco años más tarde, en agosto de 1969, en un reportaje conmemorativo de la Liberación de París, retransmitido por la televisión francesa. La emisión duró casi dos horas y en ella participó incluso la viuda del mariscal Leclerc. Pues bien, ni una sola vez, en toda la emisión, se oyó nombrar la palabra español..." Los refugiados españoles colaboraron también en la evasión de otros perseguidos. Uno de ellos fue M. H. P., "el Murciano", que cuenta: "Mi actuación clandestina empezó en el Mediodía de Francia y se centró casi exclusivamente en organizar expediciones de personal y trasladarlo a España, clandestinamente y por vía marítima, por cuenta de la famosa cadena de evasión aliada "Pat O'Leary". Ya es sabido que los últimos eslabones de la misma -tanto por tierra, desde Toulouse, como por mar, desde Séte- fueron organizados y estaban servidos por guías republicanos españoles. Y que su máximo responsable -los libertarios repugnamos usar el término de jefe- era un maestro nacional de Huesca, asturiano de nacimiento, llamado Paco Ponzán Vidal. Con anterioridad, y por razón de mi empleo como mecánico a bordo de un barco griego que batía pabellón panameño, yo ya había participado en la organización de la huida de un grupo importante de diamanteros de Amsterdam, todos judíos, en el otoño de 1940. Los llevamos hasta Lisboa, después de una escala fallida en Casablanca. Yo todavía me estoy preguntando cómo se las arreglaron para salir de Holanda, cruzar Bélgica y luego la zona norte de Francia, ocupada toda la zona llamada Libre y presentarse en el puerto de Séte como si tal cosa. Con sus coches, sus respectivas esposas y un equipaje tremendo. ¡Ah, y unos maletines de mano que no los soltaban ni para dormir! O sea, que en punto a persecución de judíos, se ve que los alemanes no hilaban muy fino, según en qué ocasiones... En Séte los embarques debieron interrumpirse, en la primavera de 1943, a causa de la detención de un joven matrimonio belga, que se fue de la lengua... Entonces me trasladé a Marsella y a Niza, donde organicé algunas expediciones. Luego, presionado por nuestros protectores franceses, que me consideraban "quemado", se me pasaportó a la capital austríaca, donde estuve un año. Algún día diremos cuál fue nuestra actuación allí. En mayo de 1944 ya estaba de nuevo en Francia: en París. Los españoles participamos activamente -tanto los de la Leclerc como los paisanos- en la liberación de la capital de Francia. Y semanas después, tras varios cambios de impresiones entre libertarios de la Lecrerc (Campos y Bullosa) y los del Comité Regional de París, nos incorporábamos clandestinamente a la 2? División Blindada, con el único objeto de recuperar armamento ligero abandonado por los alemanes en el campo de batalla y enviarlo a Paris, con vistas a armar a gente nuestra destinada a ir a luchar a España. Algunos españoles estuvieron, incluso, entre los primeros que alcanzaron la casa donde veraneaba Hitler. Martín Bernal "Garcés" cuenta: "Yo pasé a Francia en agosto del 39, escapado de la prisión de Porta-Celi (Valencia) en compañía de varios paisanos maños. Al cabo de ocho semanas de andar de noche y dormir de día llegamos a Francia. Allí me vi obligado a enrolarme en la Legión Extranjera, cuando los gendarmes franceses ya me conducían a la frontera -en el Senegal- y después participé en la campaña de Túnez, en la que me hirieron el 9 de mayo de 1943. Yo fui de los que se autoaplicaron el "traslado espontáneo", reuniéndome con los españoles de la División Leclerc. Con Federico Moreno fuimos subjefes de sección primero y de sección más tarde. A mí me hirieron de nuevo por tierras de Alsacia. En abril de 1945 cruzamos el Rhin y comenzó la invasión de Alemania. Mi sección fue una de las que participó en la última travesura de Leclerc, despegándonos primero del grueso de la columna, utilizando luego el "itinerario por libre" fijado por él, y llegando casi los primeros a Berchtesgaden, el lugar de veraneo del Führer Adolfo Hitler. Y digo casi porque, con la sección de Moreno, nos tropezamos con unos cañones alemanes del 88 en el desfiladero de Inzell, ya muy cerca de nuestro objetivo final. Y hasta que no acabamos con ellos no reemprendimos la marcha. Así que, al entrar en aquella villa tirolesa, por las calles ya se veían blindados de la 2? División Blindada, de los que habían pasado por arriba... o por el medio, porque aquello fue algo parecido a la marcha sobre París. ¡No podía negarse que Leclerc era del arma de Caballería! No, yo no fui de los primeros en subir al Nido de Aguila de Hitler. La sección que acompañó al capitán Touyéres, de pie en su jeep, como un caballero de la Edad Media erguido en su montura, fue la 1?, que mandaba Moreno. Nosotros -la 2? - subimos detrás de ellos, en servicio de protección. Pero yo fui, eso sí, uno de los primeros españoles que entró en el Berghof de Hitler. Y experimenté, lo confieso, un gran alivio. Era como si, de pronto, hubiésemos lavado todas las afrentas que los republicanos españoles habíamos recibido desde 1936".
contexto
Españoles que sacrificaron en Tezcuco Iba Cortés ganando cada día fuerzas y reputación, y acudían a él todos los que no eran de la parcialidad de Culúa, y muchos de los que lo eran; y así, a los dos días de hacer señor de Tezcuco a don Fernando, vinieron los señores de Huaxuta y Cuahutichan, que ya eran amigos, a decirle que venían sobre ellos todas las fuerzas de los mexicanos; que si llevarían sus hijos y hacienda a la sierra, o los traerían a donde él estaba: tanto era su temor. Él los animó, y rogó que se estuviesen quietos en sus casas y no tuviesen miedo, sino cuidado y espías; que de que los enemigos viniesen se alegraba él; por eso, que le avisaran, y verían cómo los castigaba. Los enemigos no fueron a Huaxuta, como se pensaba, sino a los tamemes de Tlaxcallan, que estaban proveyendo a los españoles. Salió a ellos Cortés con dos tiros, con doce de a caballo, doscientos infantes y muchos tlaxcaltecas. Peleó y mató pocos, porque se refugiaban en el agua; quemó algunos pueblos donde se recogían los de México, y se volvió a Tezcuco. Al otro día vinieron tres pueblos de los más principales de aquella comarca a pedirle perdón, y a rogarle no los destruyese, y que no acogerían más a hombre alguno de Culúa. Por esta embajada hicieron castigo en ellos los de México, y muchos aparecieron después descalabrados ante Cortés para que los vengase. También enviaron los de Chalco por socorro, pues los destruían los mexicanos; mas él, como quería enviar por los bergantines, no se lo podía dar de españoles, sino remitirlos a los de Tlaxcallan, Huexocinco, Chololla, Huacacholla y otros amigos, y darles esperanza que pronto iría él. No estaban ellos nada contentos con la ayuda de aquellas provincias, sin los españoles; pero todavía pidieron cartas para que lo hiciesen. Estando en esto, llegaron hombres de Tlaxcallan a decir a Cortés que estaban terminados los bergantines, y si necesitaba gente, porque hacía poco que habían visto más ahumadas y señales de guerra que nunca. El, entonces, los puso con los de Chalco, y les rogó dijesen de su parte a los señores y capitanes que, olvidasen lo pasado y fuesen sus amigos y les ayudasen contra los mexicanos, que con ello le darían gran placer; y de allí en adelante fueron muy buenos amigos, y se ayudaron unos a otros. Vino asimismo de Veracruz un español con noticia de que habían desembarcado treinta españoles, sin contar los marineros de la nao, y ocho caballos, y que traían mucha pólvora, ballestas y escopetas. Por lo cual hicieron alegrías los nuestros, y en seguida envió Cortés a Tlaxcallan a por los bergantines a Sandoval con doscientos españoles y quince de a caballo. Le mandó que de camino destruyese el lugar en que prendieron a trescientos tlaxcaltecas y cuarenta y cinco españoles con cinco caballos, cuando estaba México cercado; este lugar es de Tezcuco, y linda con tierra de Tlaxcallan. Bien hubiese querido castigar por lo mismo a los de Tezcuco, pero no era tiempo ni convenía por entonces; pues mayor pena merecían que los otros, porque los sacrificaron y comieron, y derramaron la sangre por las paredes, haciendo señales con ella misma de que era de españoles. Desollaron también los caballos, curtieron los cueros con sus pelos, y los colgaron con las herraduras que tenían, en el templo mayor, y junto a ellos los vestidos de España como recuerdo. Sandoval fue allá decidido a combatir y asolar aquel lugar, así porque se lo mandó Cortés, como porque halló un poco antes de llegar a él, escrito con carbón en una casa: "Aquí estuvo preso el sin ventura de Juan Juste"; que era un hidalgo de los cinco de a caballo. Los de aquel lugar, aunque eran muchos, lo dejaron, y huyeron en cuanto vieron españoles sobre ellos, los cuales les fueron detrás siguiendo; mataron y prendieron muchos de éstos, especialmente niños y mujeres, que no podían andar, y que se entregaban por esclavos y a misericordia. Viendo, pues, tan poca resistencia, y que lloraban las mujeres por sus maridos, y los hijos por sus padres, tuvieron compasión los españoles, y ni mataron a la gente ni destruyeron el pueblo; antes bien llamaron a los hombres y los perdonaron, con juramento que hicieron de servirlos y serles leales; y así se vengó la muerte de aquellos cuarenta y cinco españoles. Preguntados cómo cogieron tantos cristianos sin que se defendiesen ni escapase hombre alguno de todos ellos, dijeron que se habían puesto al acecho, muchos frente a un mal paso en una cuesta arriba, que tenía estrecho el camino, donde por detrás los acometieron; y como iban de uno en uno y los caballos del diestro, y no se podían dar la vuelta ni hacer uso de las espadas, los prendieron fácilmente a todos, y los enviaron a Tezcuco donde, como arriba he dicho, fueron sacrificados en venganza de la prisión de Cacama.