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contexto
El estamento superior de la sociedad colonial lo constituyeron los españoles y sus descendientes los criollos. Tuvieron la posesión de los bienes, la administración y el usufructo de la mano de obra. El modelo fue establecido por los primeros conquistadores transformados en colonos -siguiendo el patrón peninsular- y lo siguieron luego los criollos, que vieron garantizados en el mismo la defensa de sus privilegios. Tampoco son muy exactos los datos sobre la población española que pasó a América, pese a que contamos con un buena fuente informativa que son los catálogos de pasajeros a Indias llevados por la Casa de la Contratación. El problema radica en la emigración ilegal, que muchos cifran en el doble o más de la registrada en dichos catálogos. La política migratoria española fue bastante pintoresca, pues en vez de aprovechar en las colonias los excedentes poblacionales que se desechaban en la Península por problemas de religión, como hicieron Francia e Inglaterra con hugonotes, calvinistas y católicos, prefirió expulsarles a África. Sólo podían emigrar a Indias católicos o descendientes de conversos que acreditaran doscientos años de fidelidad católica entre sus antepasados. Esto restó capacidad poblacional a las Indias. A pesar de ello, se calcula que durante el siglo y medio transcurrido entre 1506 y 1700 pasarían a América unos 481.000 españoles, que suponen 2.479 por año. Los ritmos fueron muy variables, como podemos apreciar en el cuadro siguiente: Años Emigrantes Promedio anual 1506-1560 85.000 1.574 1561-1600 157.000 3.140 1601-1650 194.000 3.380 1651-1700 45.000 900 Totales 481.000 2.479 Aunque la emigración ilegal duplicara a la legal, sería a todas luces insuficiente para poblar el enorme espacio hispanoamericano. Mucho más, teniendo en cuenta el decrecimiento de la población aborigen. En cuanto a la emigración femenina fue mayor de lo que usualmente se piensa. Representaría el 10% de la masculina en los primeros años y luego hasta el 23%. La Corona se esforzó en evitar que los emigrantes españoles dejaran a sus mujeres en la Península, pero no pudo arreglar el problema con leyes. Tampoco es verdad que pasaran sólo mujeres casadas. Entre las 1.041 mujeres que emigraron legalmente entre 1509 y 1538 había 687 solteras. La Casa de la Contratación llegó a favorecer la emigración de solteras, pero Felipe II lo prohibió en 1575, después de que el virrey del Perú se quejara de la presencia de muchas mujeres disolutas en Lima, que hacían peligrar los hogares. De las muestras de emigrantes tomadas para el siglo XVI, se desprende que los españoles procedían principalmente de Andalucía (37,5%), Castilla (26,7%) y Extremadura (14,7%). Sólo el 0,8% venía del reino de Aragón (aragoneses, catalanes, valencianos y baleares) y desde luego jamás se negó el paso a los súbditos de tal reino. Durante el siglo XVII, aumentó el número de canarios (en 1675 se ordenó enviar cinco familias isleñas por cada 100 toneladas de productos que se exportaran a Indias). Progresivamente fue creciendo la emigración del norte (vascos, asturianos, navarros y gallegos) con respecto a la del sur. En cuanto a la extracción de los emigrantes, era de los sectores más bajos de la sociedad peninsular: desposeídos de las ciudades y del medio rural, baja nobleza sin oficio ni beneficio, y bajo clero. Entre el funcionariado hubo, en cambio, bastantes nobles (virreyes) y muchos profesionales que buscaban enriquecerse con su carrera. Verdadero problema plantea la presencia de judíos, judaizantes, gitanos, extranjeros y otros grupos que tenían prohibido emigrar, y que llegaron violando todas las leyes. Gran parte de los judíos denunciados por la inquisición habían entrado desde Brasil y Portugal, cuando este reino fue anexado por Felipe II. Los gitanos aparecieron por generación espontánea, sin que nadie diera razón de su paso. Los extranjeros fueron expulsados varias veces y finalmente se les permitió quedarse mediante composiciones o pago de derechos a la Real Hacienda. Una de estas composiciones, realizada en México en 1688-96, dio 57.271 pesos. Se consideraron méritos para obtener la residencia llevar 20 años en dicho lugar y tener mujer e hijos. Pese a lo escaso y selectivo de la emigración española, la población blanca de Hispanoamérica aumentó considerablemente gracias al crecimiento vegetativo. Los 150.000 blancos existentes a fines del siglo XVI eran ya 659.000 a mediados de la centuria siguiente. El fenómeno más interesante de este grupo fue el de su criollización progresiva, del que hablaremos más adelante.
Personaje
Pintor
José de Ribera es el máximo exponente de la Escuela tenebrista dentro del Barroco español. Nació en Xátiva (Valencia) durante el año 1591. Según consta en la partida de bautismo, celebrado el 17 de febrero en la iglesia de Santa Tecla, se le imponen los nombres de Joan Josep. Sus padres -Simón Ribera y Margarita Cuco- formaban una humilde familia; concretamente, Simón era zapatero. En el seno del matrimonio nacieron dos hijos más llamados Vicente Miguel y Juan. Cuando Simón Ribera enviudó en 1597 volvió a contraer matrimonio, lo que volvería a hacer en 1607.Como hijo de un artesano, Ribera empezaría su formación artística en algún taller local. Posiblemente se trasladaría después a Valencia para continuar su formación con algún maestro de renombre. Se ha especulado sobre una estancia en el taller de Ribalta, aludiéndose a la similitud de estilos de ambos artistas. Pero hay que advertir que Ribalta se inicia en el naturalismo hacia 1615 por lo que si Ribera acudió al taller de este maestro, lo único que le pudo transmitir Ribalta sería un estilo manierista influido por los artistas italianos que habían llegado para decorar El Escorial.La noticia más temprana de la presencia de Ribera en Italia procede de un manuscrito del siglo XVIII titulado "Descrizione dei famosi pittori" en el que se hace referencia a un pago realizado por un San Martín para la parroquia de San Próspero en Parma. El dicho pago se habría realizado el 11 de junio de 1611. Ribera sólo tiene 20 años y ya ha alcanzado un importante encargo en un centro artístico de gran prestigio como es Parma. El cuadro por desgracia se ha perdido pero quedan grabados y copias lo que es un claro indicativo de la importancia que tuvo en su momento. Todos estos datos nos hacen pensar que Ribera se trasladaría a Italia hacia 1609, teniendo posiblemente como puerto de acceso la ciudad de Nápoles donde el estilo de Caravaggio estaba en pleno auge. Sin embargo, no existen datos que avalen esta hipótesis. En 1613 tenemos una nueva noticia sobre Ribera. Se ha establecido -junto a su hermano menor, Juan, y dos pintores zaragozanos- en Roma, viviendo en la Via Margutta, la calle habitada por los pintores. Lonhghi apunta que durante la estancia romana realizó la serie de los Cinco Sentidos donde da claras muestras de haber asimilado el estilo naturalista imperante en aquellos momentos en la capital romana. También se aprecian influencias flamencas ya que en la Via Margutta habitaban un buen número de artistas flamencos con los que tuvo estrecha relación. Desde mayo de 1613 forma parte de la Academia de San Lucas romana lo que implica un importante prestigio. Recibe buenos encargos pero los desmesurados gastos, la pereza que le caracteriza, la vida bohemia y las ingentes deudas motivarán su traslado a Nápoles donde ha recibido un encargo de Marco Antonio Doria. Corría el año 1616 y no desaprovecha la oportunidad que le depara la nueva ciudad. En Nápoles, virreinato español por aquellas fechas, entrará en el taller del caravaggista Gian Bernardo Azzolino, donde permanecerá un corto periodo de tiempo. La tradición cuenta que Ribera estaba dibujando en la calle con tal maestría que Azzolino decidió someterle a una prueba de habilidad consistente en la ejecución de una cabeza del natural. Ribera pasó la prueba con tanta facilidad que Azzolino le ofreció a su hija como esposa. El 10 de noviembre de 1616 se hacen las capitulaciones matrimoniales de Ribera y Caterina Azzolino, celebrándose la boda entre el 11 de noviembre y el 25 de diciembre, en la iglesia napolitana de San Marco dei Tessitori. El matrimonio tendrá cinco hijos: Antonio Simone (1627), Jacinto Tomás (1628), Margarita (1630), Anna Luisa (1631) y Francisco Antonio (1634). Al poco tiempo de la boda Ribera abre su taller con el que se conseguirá imponer en la capital napolitana, contando siempre con el inestimable apoyo de los virreyes, por lo que los encargos serán numerosos. El primer encargo importante será para la colegiata de Osuna en España por orden de don Pedro Téllez Girón, duque de Osuna, destacando el famoso Calvario. El éxito obtenido motivará que los encargos aumenten, teniendo como clientes tanto a los nobles españoles e italianos como algunas iglesias napolitanas. En 1624 fallece el duque de Osuna y el duque de Alcalá le sustituye como virrey de Nápoles. Ribera es nombrado Pintor de Corte y recibe la protección del virrey, al tiempo que un importante número de encargos entre los que destaca el San Jerónimo y el ángel para la iglesia della Trinità delle Monache. Mantiene la influencia de Caravaggio como también se pone de manifiesto en el Martirio de San Andrés. Su taller se ha convertido en el más prestigioso de los napolitanos y en él trabajarán un buen número de ayudantes, entre ellos Lucas Jordán, conocido como "Luca fa presto" por la rapidez con la que trabaja y la facilidad para imitar a su maestro. Ribera no trabaja más que seis horas por la mañana, dedicando las tardes a sus quehaceres mundanos. Vive rodeado de lujo y se le describe de la siguiente manera: "plantada arrogancia, si bien de talla poco lucida; moreno, de encendida tez, frente descubierta a medias, ojos negros, de párpados carnosos, bajo la arcada de tupidas cejas; nariz chata, roma y fuerte, ancho de pómulos, cuello corto y grueso fuste y áspera melena". Ya firma como "Español" pero su pequeña estatura -"pequeño y corto de miembros" dice De Dominici- motivará su cariñoso apelativo: "spagnoletto".La década de 1630 será la más fructífera para Ribera, realizando importantes encargos como las series de los filósofos, los apostolados o el extraño retrato de Magdalena Ventura con su marido. En todos ellos continúa con su estilo naturalista heredado de Caravaggio. A fines de 1633 o principios de 1634 el conde de Monterrey realizará a Ribera un encargo fundamental en la evolución pictórica del artista. Se trata de una serie de obras para la iglesia del Convento de Agustinas recoletas de Monterrey en Salamanca entre las que destaca la Inmaculada Concepción. En este gran lienzo se aprecia la influencia de los Carracci, iniciándose una nueva etapa en el estilo de Ribera caracterizada por el colorismo y la difusa luminosidad que recuerdan a la Escuela veneciana. Su brillante carrera continúa, recibiendo un buen número de encargos que le permiten mantener su vida de lujo. Estos encargos aumentarán al recibir en 1644 la dignidad de Caballero de la Orden de Cristo de manos del papa Inocencio X. La actividad del taller de Ribera es frenética. Sin embargo, al año siguiente sufre una enfermedad que le obliga a abandonar temporalmente los pinceles. En el año 1647 estalla una revuelta antiespañola en Nápoles. Se trata de un movimiento popular que tiene sus raíces en el hambre, la miseria y los numerosos impuestos que debían pagar las clases humildes. Su líder será el pescador Masaniello y en un primer momento contó con las simpatías de las clases altas y medias que pronto abandonaron el movimiento al temer que degenerara en un conflicto social que pusiera en peligro sus privilegios. Para sofocar la revuelta será enviado un ejército desde España al mando de don Juan José de Austria, hijo natural de Felipe IV. En febrero de 1648 entraba en la ciudad para restablecer la autoridad y reprimir duramente a los rebeldes. Nombró virrey al conde de Oñate y partió para Sicilia en septiembre de 1648. Durante el tiempo que permaneció en la ciudad, Ribera le realizó un excelente retrato ecuestre. La leyenda cuenta que don Juan José se prendó de la belleza de Anna, hija del artista, naciendo una niña de esa relación que sería educada en el madrileño convento de las Descalzas Reales. Según Pérez Sánchez, no sería la hija de Ribera la seducida por don Juan José sino su sobrina María Rosa, hija de Juan, hermano del artista que siempre vivió a su lado. Los últimos años de la vida de Ribera están marcados por la enfermedad y las penurias económicas que le obligan a solicitar préstamos a sus clientes. Especialmente tumultuosas serán las relaciones con el prior de la Cartuja de San Martín. Para esta cartuja ya había trabajado en 1637 pero hacia 1650 recibe un importante encargo en el que se incluye la Comunión de los Apóstoles. En estas obras recupera el estilo tenebrista que caracterizó sus primeros momentos, consiguiendo imágenes llenas de vivacidad en las que emplea una rebosante luminosidad al estilo veneciano. La desconocida enfermedad y las dificultades económicas llevarán a Ribera a la muerte el 3 de septiembre de 1652 según aparece en el "Libri dei Difunti della Parrochia di Santa Maria della Neve". Fue enterrado en Mergoglino, en la iglesia de Santa María del Parto. Las dificultades económicas que había tenido en los últimos años obligarán a su viuda a solicitar un préstamo de 300 ducados al 9% de interés hipotecando los bienes inmuebles de la familia (23 de noviembre de 1652). En diciembre los hijos del artista denunciaban en una carta al Nuncio Apostólico la actitud de los monjes de la Cartuja de San Martín, considerándoles responsables de la muerte de su padre a causa de los disgustos sufridos por no haber recibido el dinero estipulado en relación con la Comunión de los Apóstoles. Según el contrato, Ribera debía recibir 100 ducados por figura; como la obra tiene trece figuras, el precio estipulado serían 1.300 ducados de los que sólo había cobrado 900. El 9 de junio de 1665 finalizaba el proceso al obligar a los cartujos al pago de 315 ducados a Caterina Azzolino.
obra
El coleccionista y director de la "Gazette des Beaux Arts", Charles Ephrussi, encargó a Manet una naturaleza muerta - Manojo de espárragos - quedando tan satisfecho del resultado que pagó 200 francos más que el precio convenido - 800 francos - por lo que el pintor decidió realizar este pequeño óleo que le fue enviado con una nota aclaratoria en la que decía "había quedado uno suelto de su manojo". Posiblemente se trate de uno de los mejores bodegones pintados por Manet dentro de un estilo totalmente impresionista en el que el color cobra absoluto protagonismo. El espárrago se sitúa en primer plano sobre una mesa, sobresaliendo su parte final. La pincelada empleada es muy fluida, de modo que el objeto queda casi eliminado.
obra
Fotografía cedida por el Servicio de Promoción e Imagen turística del Gobierno de Navarra.
contexto
La tradición legendaria transmitida en la épica homérica situaba en Esparta el reino de Menelao, el rapto de Helena, la casa de Tíndaro y las relaciones amorosas entre Zeus y Leda. Contrariamente a lo que ocurre con otros centros micénicos, aquí la arqueología ha podido constatar sólo la existencia de restos muy pobres de edificación como los que reciben el nombre de Menelaion, al que se atribuía la cualidad de palacio del rey, o el santuario de Amiclas, al sureste de Esparta, al margen de abundantes yacimientos no constructivos a las orillas del Eurotas y en el golfo Laconio. La cerámica corresponde sobre todo al Heládico Tardío III B. La construcción más sólida donde puede percibirse una continuación con el estilo geométrico es la de Amiclas, donde se estableció el culto de Apolo sobre el de Jacinto, de origen aparentemente prehistórico, dedicado al niño divino, símbolo de la recuperación primaveral, en peligro de muerte anual. Al margen de este centro, el resto parece haber quedado prácticamente despoblado hacia 1100, hasta mediados del siglo VIII. Por otro lado, la tradición se refiere al retorno de los Heráclidas como acontecimiento posterior a la guerra de Troya, fundamento de una imagen de Esparta como ciudad típicamente dórica. Junto al dialecto dorio se considera huella sintomática de los efectos del proceso migratorio la existencia de las tres tribus que se repiten en otros centros considerados del mismo origen, Hileos, Dimanes y Pánfilos. La clase dominante se considerará heredera de los Heráclidas, dorios por su procedencia, pero predorios por representar el retorno por el que reivindicaban el territorio del que habían sido expulsados. De hecho, da la impresión de que el abandono que se nota desde el siglo XI pudo ser aprovechado por tribus de pastores inmigrantes que tienden a configurar una nueva sociedad estructurada y estable.
lugar
Ciudad del Peloponeso, ocupa una posición privilegiada sobre una fértil llanura. Su fundación, en el siglo IX a.C. se debe a emigrantes dorios, probablemente con componentes aqueos, lo que podría servir como explicación a la existencia de dos dinastías paralelas. El pequeño asentamiento primitivo fue absorbiendo progresivamente a las aldeas circundantes, conformando más tarde una ciudad en la que las poblaciones de las aldeas absorbidas ocuparon un estatus subordinado, los llamados ilotas. Probablemente la tierra fue repartida entre ciudadanos llamados homoioi -los iguales- a partir del siglo VIII a.C., quienes también recibirían trabajadores a modo de esclavos. Un grupo intermedio entre ciudadanos y esclavos serían los periecos, dedicados a la artesanía y el comercio -ocupaciones prohibidas para los ciudadanos- y residentes en las afueras de la ciudad. Las primeras instituciones de gobierno fueron atribuidas a un rey mítico, Licurgo. Las leyes iban encaminadas a ejercer un férreo control del pueblo. El expansionismo militar espartano les permitió incorporar nuevas poblaciones como ilotas. Los dos reyes de Esparta ejercían el papel de mediadores ante la divinidad y jefes militares. Los ciudadanos se reunían en una asamblea llamada apella. Otro órgano político era el consejo, una especie de senado electivo y gerontocrático compuesto por individuos mayores de 60 años. Con el paso del tiempo se añadirán los cinco éforos, encargados del control policial y del poder judicial. En la época de las Guerras Médicas Esparta es la ciudad más poderosa de Grecia, aunque muy poco más tarde comienza su decadencia. Sin embargo, al final de la Guerra del Peloponeso consigue derrotar a Atenas y hacerse con la hegemonía de Grecia. Con todo, la sociedad espartana sufre una paulatina descomposición, puesta de relieve con la sublevación de los ilotas. En época helenística, Esparta ya es una ciudad en plena decadencia, pese a los ensayos de reforma llevados a cabo por algunos reyes. Son pocos los restos arqueológicos de una ciudad que pudo albergar a 30.000 habitantes y que contaba con unas amplias murallas. En su acrópolis se encuentra el santuario de Atenea Calcioikos. Junto al río Eurotas estaba el santuario de Artemis, conocida como Orthia. Es posible ver tres templos superpuestos, que abarcan entre los siglos VII y II a.C. En este templo se celebraba un rito de paso para jóvenes, siendo flagelados ante el altar de la diosa. Los trabajos arqueológicos han sacado a la luz más de 100.000 figurillas de plomo, bronces, marfiles y máscaras de terracota.
contexto
Esparta conseguía con la firma de la Paz del Rey imponer sus condiciones en las relaciones entre ciudades, pues la situación le permitió frenar el desarrollo del imperio ateniense a pesar de que no era capaz de hacerlo sólo con sus propias fuerzas. En este sentido, la paz revela las condiciones objetivas de ese equilibrio, entre el poder y la debilidad. En ese ambiente fue igualmente capaz de someter a las ciudades rebeldes que, por las transformaciones de sus propias realidades internas, tendían a separarse de su tutela. La estabilidad conseguida se resintió pronto, como es natural, de la precariedad de la propia situación espartana. A la larga, no fue posible frenar el nuevo impulso de la segunda confederación ni la reacción de la confederación beocia encabezada por Tebas en su nueva imagen democrática. Durante la década de los setenta a duras penas podía conservar la situación establecida, a pesar de los esfuerzos de Agesilao. La paz se rompía de hecho constantemente, hasta que, en 371, atenienses y espartanos llegaron a la firma de una nueva paz, con participación persa, en que los espartanos aceptaban el reconocimiento de las Ligas entre ciudades griegas. Los tebanos eran ahora los verdaderos protagonistas en la iniciativa de las acciones bélicas entre ciudades. Las relaciones espartanas con los persas en los primeros años del siglo IV estaban condicionadas por las circunstancias internas, heredadas del conflicto dinástico, que se plasmaban en rivalidades entre los sátrapas occidentales. Fue Tiribazo el encargado de introducir a los espartanos ante el Gran Rey para llegar a establecer las condiciones de la paz. A pesar de la iniciativa espartana, encabezada por Antálcidas, la verdad es que la paz suele recibir un nombre más adecuado a su sentido real, la Paz del Rey. Éste era el verdadero valedor de la paz y amenazaba con la fuerza a quienes no se adecuaran a ella. Se inaugura así una institución destinada a tener gran trascendencia en la historia de las relaciones entre las ciudades griegas en el siglo IV, de sus alianzas y enfrentamientos, desde ahora bajo la mirada de alguna potencia exterior, persa o macedonia. Por su parte, los persas quedaban libres de actuar en todo el territorio asiático y una de las primeras acciones de Artajerjes, consecuencia de la paz, fue la intervención armada contra Evágoras de Chipre. Sin embargo, a partir de aquí, la tendencia predominante entre los persas fue la de conservar la situación, sobre todo a partir de la derrota sufrida por la expedición enviada a Egipto entre 374 y 373, de tal modo que la paz de 371 fue patrocinada por el Gran Rey como árbitro, pero su capacidad de presión real había desaparecido. Luego, serán los problemas internos de nuevo los que tengan ocupados a los reyes, situación que sin duda se reflejará en los modos de reaccionar cuando tenga lugar la intervención macedónica.
contexto
La historia de los conflictos internos de Esparta durante este período se muestra en los enfrentamientos entre los reyes, como personajes representativos de las diferencias que pudieron existir entre diversos sectores de la clase dominante reflejadas en las actitudes hacia el exterior. Demarato, partidario de plegarse ante los persas y de llegar a un acuerdo con ellos, fue expulsado y, según Heródoto, fue él quien supo persuadir mejor a Jerjes, a través de Atosa, para que atacara a los griegos, en la idea de que así volvería a su patria y reinaría. Cleómenes, su rival, se mostraba antipersa y claramente tendente al panhelenismo. Fue el mismo rey que había favorecido la intervención espartana en Atenas dentro de los conflictos que sucedieron a la expulsión de la tiranía de los Pisistrátidas. Luego viene una sucesión extraña desde el punto de vista dinástico, paralela a las actitudes igualmente oscuras que caracterizaron en general a los espartanos en el período de las guerras médicas. Durante los anos centrales de la década de los ochenta su actitud era bastante próxima a la que manifestaba el oráculo de Delfos, que subrayaba, sobre todo, la inutilidad de los peligros que podía correr cualquier ciudad que se opusiera a los persas. Sin embargo, al final triunfó la actitud que llevaba a asumir la hegemonía de los griegos, como proyección de la hegemonía del Peloponeso. Con todo, su estrategia seguía tendiendo a limitarse a la península, salvo en algún momento en que, forzados por las circunstancias, acudían a posiciones lejanas, como Tempe o las Termópilas, la primera efímera, la segunda terminada en fracaso, en el que algo pudo tener que ver el exiguo numero de las tropas espartiatas que quedaron hasta el final. Sus intervenciones en Platea y Mícala, tras Salamina, venían impuestas por la necesidad de contrapesar el triunfo ateniense, actitud que no todos los espartanos compartían, pues al principal protagonista, Pausanias, su actitud agresiva le trajo repercusiones negativas, seguramente porque respondía a tendencias no del todo asimiladas en la generalidad de la clase dominante laconia.
contexto
Durante las guerras médicas, los conflictos internos de Esparta se manifestaban en términos de medismo, sobre todo en el caso del rey Demarato, exiliado entre los persas, colaborador e incitador para que atacaran Grecia, al tiempo que, en Heródoto, se muestra como admirador de las instituciones espartanas, contrario al despotismo del Rey. Luego, permanecieron las dudas y la tendencia a proteger el territorio sólo desde el Istmo, lo que produjo problemas con sus aliados atenienses. El final de la guerra no aclaró totalmente el panorama, agravado más bien por las relaciones internas de la Liga del Peloponeso. En esos años, Tegea y Elis dan síntomas de que la coherencia está dañada, al margen de que continúan los problemas con Argos, inclinada hacia los persas. Incluso hay datos para pensar que algunos de los asentamientos de periecos se mostraban tendentes a aprovechar la coyuntura en favor de su propia secesión. Eran circunstancias complicadas las que vivía Esparta en los momentos en que los atenienses vencían en Salamina y, después, ellos mismos dirigían las tropas hacia Mícala y Platea. Después de Mícala, no quisieron atender a la llamada de los griegos que pedían ayuda para liberarse de los persas. Pausanias sí tuvo un papel activo en Platea, donde, por otra parte, Heródoto tiene que reconocer el mérito especial que había que atribuir a las tropas ligeras, formadas por personal no espartiata, incluidos los hilotas, a quienes Pausanias encargaría el reparto del botín.