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El increíble éxito de la obra de ballet "Robert le Diable" motivó que se realizaran más de 775 representaciones en sesenta años, algo inaudito en aquel momento. A más de cinco de estas funciones acudió Degas, quien se sintió totalmente atraído por el atrevido montaje escenográfico y las técnicas de iluminación. Tal fue su atracción que decidió realizar un par de lienzos con el tema de la obra de Giacomo Meyerbeer, encargados ambos por la cantante Elie Faure. Escoge el momento en el que unas monjas resucitadas y otras vivas bailan frenéticamente ante un monasterio ruinoso a la luz de la luna. En primer plano contemplamos a los espectadores de las primeras filas de la sala - dos amigos del pintor llamados Ludovic Lepic y Albert Hecht - junto al foso de la orquesta, que observamos tras ellos. Entre los músicos destaca el fagotista Désiré Dihau, también protagonista del cuadro Orquesta de la Ópera. En un tercer plano se divisa la actuación, con las bailarinas vestidas de monjas y la luz eléctrica brillando en los arcos del fondo. Uno de los amigos de Degas mira con sus anteojos la zona de los palcos, ajeno a la representación. Al emplear el artista este sistema compositivo intenta que los espectadores se integren en la escena, dando la impresión de estar presentes en el espectáculo. Las figuras de primer plano están menos iluminadas para no restar atención al ballet, cuyos movimientos han sido interpretados por Degas como si se tratara de una fotografía, difuminando los contornos como hacían las viejas cámaras (no tenía la suficiente velocidad en el obturador para captar nítidamente los objetos en movimiento). Los tonos negros de los trajes de los hombres provocan mayor oscuridad en esa zona, que contrasta con el blanco de los cuellos de sus camisas y con los hábitos de las monjas. La sensación de realismo creada por Degas es sorprendente en una de las imágenes más características de la vida burguesa de fines del siglo XIX.
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Entre los pintores impresionistas que más admiró Toulouse-Lautrec debemos destacar a Degas, especialmente por la supremacía de la línea sobre el color y la temática moderna, alejada del paisaje. La escena es contemplada desde el lateral del escenario, mostrándonos la cabeza de uno de los protectores de jóvenes bailarinas que observa con atención la actuación de su pupila, hallándose en primer plano una de las bailarinas en una postura escorzada, mostrando parte de su cuerpo debido a la influencia de la fotografía al cortar los planos pictóricos. El escenario queda trazado por líneas muy marcadas al igual que las figuras de las muchachas, destacando la vaporosidad de sus trajes debido al empleo de una pincelada diluida, quedando algunas zonas del lienzo sin colorear. La admiración hacia las luces artificiales es otra influencia de Degas, rebosando esta escena vitalidad, alegría y movimiento, ofreciendo así Henri una de las facetas más admiradas de la vida moderna: el ocio.
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La característica que identifica las escenas de baño de Degas es el intimismo con el que trata a sus figuras, captadas en posturas que provocan en los espectadores cierta sensación de "voyeurismo". Recibirían positivas críticas como muestras del arte moderno. La figura se sitúa en un pronunciado escorzo, en el centro de un gran barreño sobre el que se arrojará el agua cuando la joven se enjabone. Tras ella vemos un sillón cubierto con una toalla que más tarde servirá para secarse. Sus contornos se marcan más de lo habitual, especialmente las piernas, olvidándose el artista del colorismo de otras escenas - véase Joven sentada secándose o Bañista tomando el sol-.
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En esta imagen resulta sorprendente el grado de intimidad conseguido por Degas gracias a la iluminación de las velas, provocando una mayor zona de sombras. Los fuertes reflejos iluminan algunos lugares muy concretos, intuyéndose la posición de ambas figuras: la mujer arrodillada secando el cabello a la joven que levanta sus piernas y se agarra el pie izquierdo.
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Es uno de sus característicos dibujos o estudios sobre batallas que tanto abundan en el catálogo poussiniano. Se debían a dos motivos entrelazados: por una parte como estudios o bocetos previos del autor para la realización de diversos cuadros de batallas, como la Batalla de Josué contra los Amorreos o La toma de Jerusalén. Sus bocetos son abundantes: por ejemplo, la Batalla de Josué contra los Amalecitas, Una batalla (Muerte de Camila) o la Victoria de Godofredo de Bouillon sobre el rey de Egipto. Este dibujo presenta una innegable riqueza de matices a la hora de plasmar la violencia del combate. Lejos de la serenidad clásica, el clasicismo barroco refleja una lucha espiritual y física desbordada. La anatomía se retuerce, se somete a torsión; los rostros casi desaparecen del dibujo, sometido a la idea del autor, plasmar un combate en sí, no en tanto que resultado de la acción de personajes concretos. Se ha hablado en numerosas ocasiones de las "máscaras" de Poussin, ese óvalo sustitutivo del rostro humano. Cuando lo representa es una mueca de horror, como en la figura central que está siendo atravesada por una espada.