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La miniatura ocupa un lugar de excepción en el Gótico Internacional. Carlos V, Jean de Berry, todos los duques de Borgoña, el mariscal Boucicaut y muchos otros fueron coleccionistas. El libro imprescindible es el Libro de Horas. Contiene numerosas oraciones para las horas del día. Hay partes dedicadas a Difuntos, a Santos, Horas de la Virgen y de la Pasión, etc. Esto da lugar a que se ilumine cada ciclo con imágenes alusivas. Hay que añadir el calendario del comienzo, con zodiaco o no, y escenas de tradición antigua más o menos renovada. Salvo casos especiales, es de tamaño relativamente reducido, como manual que es, aunque será posteriormente cuando se hagan muy pequeños.
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Para la decoración del Palacio del Luxemburgo en París, María de Medicis encargó a Rubens una serie de 24 grandes lienzos destinados a exaltar las gestas de su regencia, uno de los momentos más dramáticos de la historia de Francia al estar en varias ocasiones al pie de la guerra civil. Sin embargo, el pintor flamenco utilizó todas sus armas para, a través de alegorías y símbolos, destacar la importancia de este periodo de regencia.El primer encuentro entre María y su futuro esposo, Enrique IV de Francia, tuvo lugar en Lyon. No tuvo ningún éxito ya que Enrique llegó inesperadamente a medianoche, después de que Maria estuviera esperando a su prometido durante una semana. El rey, cuyas relaciones con las mujeres eran conocidas en toda Europa, en aquellos momentos mantenía una estrecha relación con una dama, por lo que no estaba muy interesado en su novia. Diplomáticamente, Rubens trató el evento en términos alegóricos, mostrando a Enrique como Júpiter, el rey del Olimpo, y a María como Juno, su esposa, reina de los dioses y diosa del matrimonio. Unidos por Himeneo, que se levanta tras ellos y les observa, juntan sus manos derechas en un gesto típico de matrimonio.María, como Juno, está vestida en un estilo clásico, con una de sus pechos al descubierto, coronada su cabeza por una diadema. Junto a Juno encontramos dos pavos reales, referencia a la unión conyugal. Enrique, como Júpiter, aparece con sus atributos: el rayo y el águila sobre la que posa una de sus piernas. La aparición celestial está coronada por un arco iris, símbolo de la concordia y la paz, y una estrella. La escena del cielo es contemplada por la personificación de la ciudad de Lyon, una mujer coronada con la tradicional corona torreada, conduciendo un carro tirado por leones -referencia al nombre de la ciudad- y conducido por dos putti.Rubens y su patrón quieren ilustrar el elevado estatus del matrimonio, especialmente en las circunstancias que rodearon al encuentro de los esposos. Sin embargo, la metáfora empleada por Rubens no deja de tener cierta ironía ya que Júpiter también destacó por sus continuos flirteos amorosos con diosas, ninfas y mujeres.La Boda de María de Medicis y el rey Enrique IV y La felicidad de la Regencia de María de Medicis también forman parte de la serie.
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Las parejas de santos son muy comunes en el arte, puesto que es frecuente que un cliente encargue a un pintor las efigies de sus patronos, de los santos que llevan su nombre y el de un familiar, etc. El modo de resolver estas parejas suele ser bastante frío, sin relación entre ambas, como vemos en las portezuelas de uno de los trípticos del Bosco, en las que aparecen Santiago de Compostela y San Bavón, o en las imágenes de los santos juanes que pintó van Eyck en el Políptico de Gante. Sin embargo, Grünewald ha resuelto la pareja de una manera natural y airosa, relatando un encuentro entre los dos santos, el arzobispo y el santo guerrero moro. Esta tabla la pintó Grünewald para la iglesia capitular de Halle por encargo del arzobispo Alberto de Branderburgo. El mismo arzobispo aparece retratado como San Erasmo, en homenaje a su amigo Erasmo de Rotterdam. Queda manifiesta en esta pintura la suntuosidad que rodeaba a la corte del alto prelado, en un momento en el que Lutero protestaba contra el lujo escandoloso del alto clero. Las dos figuras están realizadas como dos estatuas ricamente policromadas, muy estáticas y decoradas. La impresión es de gran solemnidad, y la habilidad del artista finge un volumen real de los protagonistas. En el segundo plano observamos otras figuras que por su menor protagonismo están realizadas en una escala más pequeñas. Además, las figuras secundarias están mucho menos definidas que las principales, en el primer plano. Este juego con diferentes proporciones ya lo había usado Grünewald en otros de sus cuadros, como la Crucifixión, siempre con intenciones expresivas. Este juego hubiera sido impensable en un contemporáneo de Grünewald, como fue Alberto Durero, que trataba de establecer en su pintura un sistema homogéneo de armonía y corrección anatómica.
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En la mitad del siglo XVI la Scuola de San Marcos estaba en su máximo apogeo. Las "Scuole" tenían un importante contenido social además de devoto al dedicarse a la beneficencia, la caridad, organizar ceremonias litúrgicas y procesiones, enseñar la doctrina cristiana, visitar enfermos, etc. Marco de´Vescovi -también llamado Episcopi- fue nombrado Guardián Grande en 1547, deseando embellecer el edificio con un "telari" -gran cuadro que cubría las paredes por completo- que encomienda a Tintoretto. Se trata del Milagro del esclavo, resultando una obra muy atractiva. El sucesor de Episcopi, Tommaso Rangone, decidió continuar la decoración en 1562, pagando los cuadros él mismo entre 1562 y 1566; el elegido volvió a ser Tintoretto, autor del Traslado del cuerpo de San Marcos y este Encuentro del cuerpo del santo que contemplamos. En la actualidad los lienzos no se encuentran en su lugar original desde que se convirtió la Scuola en Hospital Civil, diseminándose las obras en varios museos. San Marcos era judío, siendo su conversión posterior a la resurrección de Cristo; emparentado por algunos con san Pedro, escribió el Evangelio siguiendo los relatos del primer papa y fue nombrado obispo de Alejandría. A su llegada a la ciudad egipcia el pueblo lo tomó por un hechicero, decidiéndose su linchamiento y arrastrándose su cuerpo por las calles de Alejandría, atado con varias maromas hasta quedar totalmente ensangrentado; fue arrojado a un oscuro calabozo donde pasó la noche para volver a repetir el martirio al día siguiente; sin poder soportarlo más, falleció. Corría el año 62 de nuestra era. Tintoretto ha sustituido el oscuro calabozo donde fue arrojado el cadáver por un palacio renacentista, desarrollando la composición en un escenario arquitectónico presentado en perspectiva según teorías manieristas, acentuando la profundidad al reflejar la luz en los diferentes arcos. Y es que la luz es la principal protagonista de la escena como vehículo transmisor de la tensión que se vive en el momento del hallazgo del cuerpo. Las figuras adoptan actitudes teatrales, en escorzos acentuados que dan mayor expresividad al conjunto, al mismo tiempo que emplea el claroscuro con igual objetivo. La figura del anciano que aparece junto al cuerpo sin vida del santo ha sido identificada con Tommaso Rangone, promotor del encargo. Jacopo ha utilizado un recurso netamente medieval al repetir en la misma composición las diferentes escenas que componen el asunto, recurso empleado en algunas ocasiones durante el Quattrocento.
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Encuentro del Renacimiento español y la sabiduría indígena Cuando Francisco Hernández nace en los primeros años del siglo XVI, Europa vivía plenamente el Renacimiento. El hombre de dicho continente llevaba ya varias décadas inmerso en una profunda transformación que amplió grandemente su horizonte en el tiempo y en el espacio. En el tiempo se había producido una vuelta hacia el pasado, hacia las raíces de griegos y romanos. En el espacio se había agrandado de forma insospechada el mundo conocido. En la búsqueda del oriente lejano, un Orbe Nuevo se interpuso y el encuentro con él cambió la historia moderna. Fueron también los primeros años del XVI una época marcada por el Humanismo, movimiento dirigido a rescatar la visión del mundo del hombre grecorromano. Tal visión del mundo buscaba hacer del hombre centro y medida de nuestro universo y valorar a la vez la perspectiva de cada ser humano. Al encontrarse el Viejo y el Nuevo mundos, ambos ámbitos de cultura comenzaron a compartir la historia y las experiencias que el quehacer histórico lleva consigo. Al mismo tiempo que esto sucedía, el Humanismo renacentista entraba en contacto con un Humanismo americano, raíz y principio del moderno indigenismo. Hombres y culturas de América en especial las altas culturas de Mesoamérica y los Andes fueron estudiadas como realidades comparables, y en muchos casos comparadas, con las antiguallas de griegos y romanos. A la luz de estos conceptos podemos entender cómo, al mismo tiempo que se desarrollaba un proceso de catequesis y cristianización de las naciones del Nuevo Mundo, se emprendía una singular tarea abierta a la comprensión integral de la naturaleza y el hombre de América. Si nos limitamos a la Nueva España, el Humanismo fue vivido desde fecha muy temprana en un centro de estudios establecido en Tlatelolco, uno de los barrios principales de la ciudad de México. Propiciado por las autoridades --el presidente de la Audiencia, Sebastián Ramírez de Fuenleal, y el primer virrey, Antonio de Mendoza-- y por la Iglesia, particularmente por el obispo Juan de Zumárraga, correspondió a los franciscanos organizar y dirigir ese centro, adjunto a su convento de Santiago. Se le llamó Colegio Imperial de Santa Cruz y fue inaugurado en 1536. Allí, españoles y naturales se dieron a la tarea de comunicarse y conocerse en tres lenguas, castellano, latín y nahuatl o azteca. Muchos de los franciscanos que en Santa Cruz enseñaron eran hombres formados en el espíritu del Humanismo y muchos de los maestros indígenas eran también los más preparados en los calmécac1 mexicas. Esta realidad del nuevo Colegio hizo posible un diálogo abierto y profundo entre la sabiduría mesoamericana y el Renacimiento europeo. Desde nuestra perspectiva actual podemos decir que el microcosmos de Tlatelolco fue el manantial de donde emanó gran parte de las investigaciones más importantes del siglo XVI mexicano, particularmente en el ámbito religioso, lingüístico, filosófico, histórico, antropológico y médico. Inclusive sus alcances llegaron mucho más lejos de lo que se pensó al ser fundado, pues, aunque fue concebido como un ámbito de estudios medios, en verdad se desenvolvió como incipiente universidad y centro de investigaciones humanísticas.
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El valle de Dien Bien Phu era una idílica y verde llanura de unos 17 km de longitud por 6 ó 7 de anchura, cubierta de arrozales, situada entre dos cadenas de montañas y serpenteada por los ríos Nam Youn y su afluente, el Muong Manh. El ejército francés envió allí fuerzas paracaidistas en noviembre de 1953, que comenzaron a construir la gran base, acondicionando un viejo aeropuerto, que fue provisto de hangares protegidos para cazas y helicópteros. Pronto aterrizaron en él aviones de transporte con todo lo necesario para erigir una fortaleza que pudiera albergar a unos 12.000 hombres: madera, tubos y perfiles de acero, chapa, alambre de espino, munición, bastimentos, hospital de campaña... Las fuerzas blindadas dispondrían de diez carros de combate, que llegaron por vía aérea y fueron montados sobre el terreno; la artillería, mandada directamente por el coronel Piroth, contaba con 44 cañones de 105 mm y 4 de 155 y numerosos morteros de todos los calibres. La infantería estaba compuesta por soldados nativos, argelinos, marroquíes, legionarios de toda Europa y fuerzas metropolitanas. Numerosos especialistas estudiaron el emplazamiento de los reductos, de la artillería, los búnquer y los caminos cubiertos... Todo parecía perfecto y, sin embargo, allí se estaba cocinando una derrota decisiva para las esperanzas francesas en Indochina. Los avisos de la dura lucha que se avecinaba fueron numerosos y duraron tanto como la preparación de la base. Los paracaidistas multiplicaron sus incursiones por los alrededores y mantuvieron decenas de enfrentamientos con unidades del Vietminh, causándoles muchas bajas y sufriendo 151 muertos y 798 heridos... ¡Y la batalla aún no había comenzado! Dien Bien Phu era una fortaleza bien organizada sobre el papel, pero era llamativa su distancia de Hanoi, desde donde debían llegar los suministros y el apoyo aéreo, casi en el límite de la autonomía de los cazas. Su extensión parecía excesiva para unos 12.000 defensores: más de seis kilómetros de longitud por unos cinco de achura y una posición excéntrica, Isabelle, situada a unos 7 km al sur. Los diversos bastiones se escalonaban casi en círculo, en torno al puesto de mando del coronel Christian de Castries, con denominaciones femeninas: en la zona norte, defendiendo el aeropuerto, Beatrice, Gabrielle y Anne-Marie; al este, Dominique y Eliane; al oeste, Huguette, Françoise y Claudine y, al sur, Junon. Pero la situación era mucho peor que la previsión más pesimista. A finales de diciembre de 1953, Giap ya tenía en los alrededores, 24 batallones de infantería y una división de artillería. No contaba con blindados ni aviones, pero duplicaba a los defensores en hombres y cañones y disponía de un potente armamento antiaéreo. Su dominio del territorio le garantizaba los abastecimientos, mientras que los franceses pronto anduvieron escasos de todo. Una formidable cadena de camiones le aportaba los suministros y más de 100.000 coolíes los sustituían cuando las lluvias impedían la circulación rodada. La densidad del fuego artillero que el Vietminh inició el 12 de marzo de 1954 fue comparable, según la veterana oficialidad francesa, con el de los peores días de la II Guerra Mundial. No podían creer que los comunistas hubieran podido llevar a la zona docenas de pesados cañones, trasportándolos a lo largo de 400 km de selva y, sin embargo, allí estaban, reduciendo a polvo los reductos del norte. Se calcula que la artillería de Giap disparó unos 200.000 proyectiles durante el asedio. Bajo aquella tempestad de fuego sucumbieron entre el 14 y el 15 de marzo las posiciones Beatrice y Gabrielle, defendidas por dos batallones de buenas tropas coloniales. La lucha fue tan sangrienta que Vo Nguyen Giap solicitó cuatro horas de tregua al coronel De Castries, para retirar los centenares de muertos y heridos que cubrían las laderas de Beatrice. Pasada la tregua, ya casi de noche, volvieron disparar los cañones comunistas, formando una barrera de fuego tras la que avanzaba la infantería, a veces tan pegada a la línea de impacto que padecía bajas a causa de su propia metralla. Los defensores, con la posición arrasada por las granadas y casi sin munición, cargaron con la bayoneta calada contra los asaltantes. Una pelea dantesca, ya de noche, con los combatientes de ambos bandos entremezclados, tratando de matar a bulto, a la sombra enemiga. Allí murió el jefe de la posición, el teniente coronel Gaucher, con todos sus oficiales. Los pocos supervivientes se replegaron protegidos por la noche. Algo similar ocurrió al mismo tiempo en Gabrielle. La artillería de Giap barrió los parapetos, segó las alambradas, derribó los búnquer, removió los parapetos y sepultó a la infantería en sus trincheras. Cuando las veteranas tropas argelinas estaban a punto de ser arrollados, llegó en su auxilio el coronel Langlais con un batallón de paracaidistas y tres blindados M-24, que rechazaron a los asaltantes. Langlais renunció a reorganizar la posición: todo estaba arrasado; la tropa, diezmada; la oficialidad, muerta o herida, y las municiones, agotadas. Aprovechando la noche, abandonó Gabrielle, llevándose los heridos. Dos días después, Giap volvió a la carga. El 17-18 de marzo, el blanco de sus cañones fue Anne Marie, clave para la defensa del aeropuerto. La defendía un batallón thai de fogueadas tropas de montaña. Mientras Anne Marie era atacada, en el búnquer de mando del coronel De Castries se desarrolló un tenso consejo de guerra. El coronel Piroth, jefe de la artillería, no sabía cómo responder a los reproches. ¿Cómo era posible que sus cuarenta cañones de 105 mm y sus cuatro piezas de 155 no fueran capaces de contrarrestar el fuego de la artillería comunista que, literalmente, estaba borrando las posiciones? Desesperado, explicaba que las piezas comunistas estaban situadas en contra-ladera, lo que originaba dos efectos funestos para sus artilleros: no podían batirlos con tiros directos y, además, eran casi ilocalizables, puesto que el humo de sus disparos se difuminaba por el valle. Carente de información precisa, su fuego de contrabatería era ineficaz y el de cobertura y protección de las posiciones atacadas, insuficiente. Del análisis de la situación se concluyó que las poderosas piezas de 155 mm eran demasiado pocas, que la munición era escasa y que los cañones de 105 mm estaban en una inferioridad manifiesta con respecto a la artillería de Giap. La única posibilidad era aplastar las piezas comunistas por medio de bombardeos aéreos, pero el mando de la aviación les informaba desde Hanoi que los cañones de campaña estaban protegidos por numerosos antiaéreos que impedían el ataque rasante. Los bombardeos a gran altura eran muy imprecisos e, incluso, el empleo de napalm resultaba poco eficaz en la húmeda jungla. Causaba inmensas humaredas que contribuían a desorientar aún más a los artilleros franceses, protegiendo el avance de los zapadores comunistas que excavaban trincheras y túneles hacia las defensas enemigas. Las conclusiones de aquel consejo de guerra no pudieron ser más pesimistas. Giap tenía más artillería, mejor emplazada y sobrada de munición y su infantería, aparte de valerosa y eficaz, era numéricamente muy superior. Su derroche de vidas en Beatrice y Gabrielle había sido aterrador, pero las habían conquistado y continuarían con ese procedimiento, desmontando, pieza a pieza, el dispositivo francés. La situación empeoraría si Giap dominaba el aeropuerto, dificultando aún más los suministros e impidiendo la evacuación de los heridos. Cuatro días después de iniciada la batalla, aquellos curtidos militares percibieron que se hallaban en una ratonera. La aviación, con la que tanto se había contado, era impotente por falta de autonomía o de tonelaje. De Castries urgía a Navarre y éste trasmitía su angustia y sus necesidades a París. El Gobierno, ante la carencia de mejores aparatos en Francia, comenzó a buscarlos en Estados Unidos. Esa noche del 17 al 18 de marzo el Vietminh tomó la posición Anne-Marie, dispersando a los defensores thais. El coronel Piroth se suicidó al conocer la noticia. Cuando amaneció el 18 de marzo, la artillería ligera comunista ya disparaba contra el aeropuerto.