Aunque Berthe Morisot siente especial debilidad por las escenas intimistas no dejará de lado el interés que le despierta la luz, aunando ambos conceptos en la mayor parte de sus trabajos, como ocurre en esta ocasión. La protagonista es una de las sirvientas que trabajaban en casa de los Manet-Morisot en la rue de la Villejuste, situada en el comedor familiar iluminado por un amplio ventanal. La joven está de frente quedando en una zona de sombra que se llena de tonalidades malvas como la mayor parte del espacio. De esta manera, Berthe conecta con la filosofía del grupo impresionista en el que estaba integrada desde hacía una década. Su técnica es de las más virtuosas del grupo, empleando una pincelada rápida y empastada en la que los trazos parecen tomar direcciones opuestas. Pero no debemos dejar de advertir el seguro y firme dibujo que organiza toda la composición, aprendido gracias a su contacto con Manet desde 1868. La escena se carga de veracidad, creando efectos atmosféricos y cromáticos difícilmente superables.
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Como si de un fiel cronista se tratara, Renoir mostrará en una buena parte de su producción las noches de ópera en el París de finales del siglo XIX. Era una ocasión de presentar la vida cotidiana de la burguesía parisina, dotando así de modernidad a sus pinturas. Esta temática la trataría ya Manet en su Desayuno en la hierba y la continuarán Degas, Monet, Cézanne o Berthe Morisot, incluso la norteamericana Mary Cassatt.En esta ocasión las modelos que posaron para Renoir fueron la bella esposa y la hija del subsecretario de Bellas Artes, Turquet, dotando a la composición del efecto de un retrato. La joven madre, vestida con un escotado traje negro adornado con guantes blancos, dirige su intensa mirada hacia el espectador, mientras que apoya su cabeza en la mano izquierda y en la derecha sostiene una partitura. La hija, de blanco, lleva un espléndido ramo de rosas en la mano y está ajena al juego de miradas de su madre con el espectador. El contraste de tonalidades blancas y negras resultaba muy habitual en la pintura de Manet, añadiendo Renoir un tercer tono para contrastar con los otros dos: el rojo del grueso telón de acceso al palco. La iluminación artificial aporta sombras coloreadas a la escena, realizada con una pincelada rápida y fluida mientras que en las dos figuras podemos apreciar la facilidad del maestro para con el dibujo.
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Stalingrado tiene la vaga forma de una media luna con la joroba vuelta a occidente: por la parte interna se desliza el Volga; por la parte externa empujan los asediantes, los 320.000 hombres del 6? Ejército de Paulus. De arriba a abajo, esta media luna está dividida horizontalmente en seis barrios que despuntan en el Volga y que tienen nombres típicos de la era revolucionaria: Fábrica de los hiladores, Barricadas, Octubre Rojo, Dzerzhinski, Vorosilovski, Kiovski. El 90 por ciento de los barrios está en manos de los alemanes. A los soviéticos sólo les queda alguna que otra franja de tierra, y no siempre, ya que de Vorosilovski han sido empujados hacia el río, teniendo que ubicarse en la isleta de Golodny. La cabeza de puente más amplia está en la orilla del Volga, en Octubre Rojo y en Dzerzhinski. Se trata de una lengua de tierra de ocho kilómetros de longitud y de 100 a 800 metros de profundidad; hay casi veinte islas, tres fábricas, el puente central y la colina de Mamaye: una "estrecha línea de ruinas" ha sido definida por el general Chuikov, jefe de los defensores de la ciudad y futuro mariscal de la URSS. Contra estos últimos baluartes es contra los que entre el 16 de septiembre (el primer día de asedio) y el 19 de noviembre (comienzo de la contraofensiva soviética) se detuvo el asalto de la infantería acorazada de Paulus. En nueve semanas de combates, más de 700 ataques y cinco grandes batallas acaecidas el 22 de septiembre, el 4 y el 15 de octubre, y el 1 y el 12 de noviembre. Bajo el ataque de los carros, de la artillería y de la aviación, el frente defensivo se dividió en pequeñas islas de resistencia limitada a una carretera, a un grupo de casas, a una escuela, a un gran almacén y al ala de una fábrica. De las cinco batallas, la más violenta fue la del 14 de octubre, cuando, en tan sólo nueve días, Paulus dirigió sus fuerzas contra tres complejos industriales: "Barricadas", "Hiladores" y "Octubre Rojo", que surgen uno junto al otro a orillas del Volga y que dan nombre a sus correspondientes barrios. En un frente de cinco kilómetros, los alemanes utilizaron tres divisiones de infantería y dos acorazadas, conquistaron la fábrica de los hiladores y dividieron las fuerzas de Chuikov. El ataque de Paulus perdió fuerza en el momento en el que los rusos se retiraron a unos 50 metros del río. El Volga, de un kilómetro y medio de longitud en este punto, es el "amigo enemigo" de los rusos. Todo lo que se necesita en el presidio de Stalingrado tiene que ser transportado de una orilla a otra. Las barcazas desafiaban verdaderamente al adversario, quien, con una óptima visual del río disparaba fuego de mortero y de aviación en una caza despiadada. En Stalingrado, las líneas están a muy poca distancia una de otra, colocadas a ambos lados de una carretera, a la entrada del patio de un establecimiento, de un piso a otro de una casa, etc. Después de haber conseguido resistir el primer mes de asedio en medio de los escombros, los rusos descubrieron que su fuerza estaba precisamente en el combate a corta distancia, en donde la "tierra de nadie" no permite más que el lanzamiento de bombas de mano, pero sobre todo porque en este tipo de combate los rusos eran más expertos, tanto por la utilización de armas blancas, como por la libertad de elección de la hora; por otra parte, este tipo de combate hacía inmunes, o casi, sus primeras líneas a los ataques aéreos alemanes. Pero, sobre todo, gracias al sistema de los edificios transformados en plazas fuertes -como la casa de Pavlov- los soviéticos consiguieron defenderse de los ataques de las fuerzas enemigas. En la otra orilla del río estaba Zhukov, que limitaba al mínimo el envío de refuerzos: desde el comienzo del mes de septiembre hasta primeros de noviembre, sólo cinco divisiones atravesaron el Volga, "apenas suficientes para compensar las pérdidas". Era un cálculo de estratega, pero los alemanes lo interpretaron como la prueba de que el enemigo estaba acabado. En realidad, Zhukov, en el máximo secreto, estaba preparando la contraofensiva: en las estepas de la orilla izquierda del Volga estaba organizando 27 nuevas divisiones de infantería y 17 brigadas acorazadas.
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Tras haber pasado una temporada en Champrosay, en casa del escritor Alphonse Daudet, Renoir regresó a París en 1876 y alquiló un nuevo estudio en la rue Saint-Georges, el escenario de esta obra protagonizada por los amigos del pintor: en primer término, casi de espaldas, el músico Ernest-Jean Cabaner; en el centro, Rivière; en el fondo, a la derecha, Camille Pissarro, calvo y con larga barba; junto a él, Cordey; y a la izquierda, Lestringuez o Franc-Lamy. La obra es una típica estampa impresionista tanto por la técnica empleada como por la temática cotidiana, alejándose el artista de asuntos históricos o mitológicos para presentarnos una reunión en su taller. Las pinceladas son rápidas y empastadas, como si de pequeñas comas se tratara, organizando la composición a modo de las teselas de un mosaico. Otra nota interesante es el efecto atmosférico que envuelve las figuras y distorsiona los contornos, recordando a las obras finales de Velázquez. Las tonalidades anaranjadas dominan un conjunto en el que las referencias espaciales son muy limitadas, reduciendo la perspectiva al máximo, colocando en primer plano a uno de los personajes par introducir al espectador en la escena, un recurso habitual desde el manierismo.
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La admiración entre algunos de los jóvenes pintores por la obra de Delacroix les llevó a tomar como temática los asuntos orientales, especialmente harenes donde las figuras femeninas desnudas llenan la mayor parte del espacio. Toulouse-Lautrec no renunció a estos asuntos en sus primeros momentos artísticos realizando en 1882 esta empastada escena que contemplamos donde la pincelada suelta y la mancha protagonizan la composición. Las figuras se aprecian ligeramente gracias al empleo de una potente iluminación que impacta en la zona derecha, aclarando sus cuerpos. Los colores oscuros dominan el conjunto, alejado Lautrec aún del estilo que caracterizará su obra madura.
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Quizá sean las escenas de carreras de caballos donde Degas se ve más influido por el plenairismo de sus compañeros impresionistas, al situar sus figuras al aire libre. Esto no quiere decir que el pintor tomara las escenas directamente del natural sino que, más bien, eran fruto de su fecunda imaginación. El mundo de la hípica llamará mucho la atención al artista, que se convertirá en uno de los pocos pintores que elija las carreras como protagonistas de sus cuadros. Habitualmente muestra los momentos previos, en los que los jockeys se agrupan con sus caballos. En esta composición, Degas distribuye a numerosos jinetes sobre la hierba del hipódromo. Uno de los puntos más atrayentes para el espectador son los colores de las brillantes camisas de los jinetes, en contraste con los tonos oscuros de los caballos. En la baja línea del horizonte se sitúan varias chimeneas que ofrecen un emblema de la modernidad, las fábricas que estaban empezando a producir en serie en los años de la Revolución Industrial. El cielo es un buen ejemplo de Impresionismo, crea un interesante efecto de realismo y de contraste con la zona terrestre. Otra de las preocupaciones de Degas será la perspectiva, conseguida en este caso a través de una disposición de planos paralelos que se alejan en profundidad, añadiendo una muy aceptable sensación de movimiento. La influencia de la fotografía es constante en su obra, lo que suponía una novedad respecto a la pintura tradicional.
contexto
En el siglo XVII, las Provincias Unidas dominaban el comercio marítimo y poseían la mayor potencia naval de Europa. Desde fines del siglo XVI, y a pesar de llevar adelante la guerra de independencia, los holandeses se habían convertido en los intermediarios del comercio europeo, superando, como señala Parry, a sus competidores ingleses, franceses y hanseáticos, gracias a su superioridad en la construcción naval y en la organización empresarial. Sus astilleros no sólo eran los más activos sino los que habían introducido más innovaciones, construyendo barcos ligeros y de menores gastos de flete, por requerir menos tripulación y haber prescindido del armamento más pesado. Las Provincias Unidas contaban, pues, con la infraestructura económica y las posibilidades técnicas necesarias para hacerse sitio en el concierto colonial. Faltaba la ocasión, y ésta la proporcionó la anexión de Portugal por España en 1580, con las dificultades puestas al acceso de los navíos holandeses al puerto de Lisboa, centro distribuidor en Europa de las especias orientales, y su prohibición definitiva en 1594. La decisión consiguiente fue viajar directamente a Oriente en busca de las mercancías deseadas. Los navegantes holandeses enrolados en barcos portugueses conocían las rutas marítimas orientales y la estructura del comercio portugués. En 1595 partió la primera expedición a Oriente por la ruta del Cabo, a la que siguieron otras muchas. Los inconvenientes de la competencia interna llevó a los Estados Generales a decidir en 1602 la refundición de las compañías privadas que operaban en ese ámbito en la "Vereenidge Oostindische Compagnie" (VOC), instrumento económico y militar adecuado para enfrentarse a los rivales. El descubrimiento, en 1611, de que aprovechando los alisios podía navegarse directamente desde El Cabo al archipiélago indonesio, evitando los puertos portugueses, propició la rápida expansión de la VOC. Desde 1604 se inició la fundación de bases en las islas Banda y en las Molucas, en unas mediante tratados y en otras por la fuerza, para lo que tuvieron que vencer la resistencia portuguesa. En 1609, la VOC nombró para todas las posesiones asiáticas un gobernador general, Pieter Both, origen de una administración más organizada, desde la que se pudieran dirigir los asuntos concernientes a los contactos con los indígenas, los enfrentamientos con otros europeos y la organización de una defensa militar. Un paso adelante en la eficacia de esta nueva administración fue la fundación en 1619, por Jan Pieterszoon Coen, de la factoría, fuertemente fortificada, de Batavia (Yakarta), en Java, a donde se llegaba desde El Cabo por la llamada ruta holandesa, y que se convirtió en la capital de su imperio asiático. La VOC intentó conseguir el monopolio del clavo, del macis, de la nuez moscada y aun de la pimienta, para lo que no se privó de utilizar todos los medios por brutales que fuesen. El deseo de regular el mercado y controlar los precios de las especias exigía en primer lugar impedir las actividades de todos los intermediarios asiáticos. Por otro lado, la presión holandesa llevó a los agricultores indígenas al cultivo de determinadas especias, programadas según las necesidades del mercado y pagadas a bajo precio. El sistema propició la absorción de los pequeños predios por grandes explotaciones y la reducción a la esclavitud de gran parte del campesinado. Las rebeliones no tardaron en llegar y se pagaban con terribles represiones. En 1621 centenares de bataneses fueron enviados a Batavia y otros muchos fueron masacrados, actuación que se repitió en todos los lugares donde se les ofreció resistencia. Desde 1636 se suceden graves sublevaciones, y el alzamiento general de 1642 puso en peligro la dominación holandesa, que se salvó a costa de sangre, deportaciones y destrucciones de cosechas. El floreciente comercio que encontraron los holandeses a su llegada al Indico, con juncos chinos o naos portuguesas que trataban con comerciantes indígenas en todas las islas, fue destruido por la VOC, que no permitió ninguna actividad que escapase a su control. Así llegó a hacerse cargo en exclusiva del comercio en esta zona del mundo, desde el cabo de Buena Esperanza al de Hornos, en dura competencia con su homónima inglesa. Con el desarrollo del comercio se hizo imprescindible, como antes a los portugueses, convertirse en intermediarios del tráfico de mercancías de diversas procedencias asiáticas, para eludir el pago de las especias con oro y plata europeas. Ello amplió los intereses holandeses hacia otros puntos de Asia y motivó la fundación de una cadena de factorías en Siam, Annam, Taiwan, desde donde comerciaban directamente con China, y Japón, superando las dificultades de trato que planteaban estos dos Imperios. En el Japón aprovecharon el descontento del shogunato hacia el avance de la cristianización llevada a cabo por los jesuitas que acompañaban a los comerciantes portugueses. En 1601 ya habían establecido contacto, pero sólo se regularizó el comercio cuando se pudo exportar al Japón productos conseguidos en otros puntos asiáticos. Cuando los portugueses fueron expulsados en 1637, los holandeses se hicieron dueños del mercado exterior nipón. El norte del Indico acabó perdiendo gran parte de su importancia comercial en beneficio del sur, dominado por la VOC. El antaño floreciente comercio del golfo Pérsico y el Mar Rojo decayó inevitablemente, ante la primacía de la ruta del Cabo. La necesidad de algodón para cambiarlo por pimienta, interesó a los holandeses en el comercio de la costa del Gujarat desde 1601, y de Coromandel, donde en 1606 consiguieron acuerdos comerciales que le permitieron abrir factorías en Masulipatam y Petapoli. Poco más tarde se abrieron nuevos establecimientos en el Reino de Vijayanagar (1610) y en Surat (1614). Sin embargo, a pesar de sus deseos, la VOC nunca pudo imponer su monopolio en el comercio de los tejidos de indianas, dada la fortaleza de los poderes locales con que aquí trataban. Las expediciones marítimas por la zona llevaron, casual o voluntariamente, a nuevos descubrimientos. En 1616, el capitán Hartogsz descubrió la costa occidental australiana. A partir de ahí se organizaron viajes que fueron ampliando los conocimientos sobre el nuevo continente descubierto. Abel Tasman, en su expedición de los años 1642-1643, descubrió y dio su nombre a la isla de Tasmania y llegó a Nueva Zelanda y las islas Fidji, Tonga y Salomón. La falta de expectativas comerciales que ofrecían las nuevas tierras descubiertas dejó la prosecución de las expediciones para el siglo siguiente. La organización del imperio asiático holandés quedó completada con el establecimiento en El Cabo, de donde expulsaron a los portugueses en 1652. Desde 1655, y atraídos por una bondad climática que la hacía atractiva para la población europea, fueron introduciéndose en el interior agricultores holandeses, donde contactaron con las poblaciones indígenas más atrasadas del Continente africano, bosquimanos y hotentotes, difíciles de someter a un régimen de trabajo rutinario, y con los que se establecieron unas relaciones basadas en la superioridad racial blanca. Inglaterra, por su parte, se decidió a intervenir directamente en el comercio asiático tras la amenaza que suponían para el comercio de especias de la Compañía de Levante en los puertos de Siria los avances holandeses en el Índico y los ataques españoles a sus embarcaciones en el entorno del estrecho de Gibraltar. Desde 1591 inició el comercio por la ruta portuguesa, pero, tras el fracaso de las expediciones aisladas, se decidió un tipo de organización más estable, y así vio la luz, en 1600, la "East India Company". Los primeros enfrentamientos con la VOC fueron totalmente desfavorables para los ingleses, como asimismo los intentos de colaboración llevados a cabo de 1619 a 1623, que terminaron con la matanza de Amboina (27 de febrero de 1623), en la que nueve ingleses fueron ejecutados por presunta conspiración contra los holandeses. A partir de entonces la EIC tuvo que abandonar sus factorías en Sumatra, Java, Borneo, Siam y Japón, por lo que se centró fundamentalmente en la India, donde ya estaba asentada en Surat (1609), desde la que establecieron relaciones con los intermediarios indios del interior, sobre todo para el tráfico de algodón, índigo, salitre y azúcar. La comercialización de la seda persa supuso la destrucción de las factorías portuguesas en Kishim y Ermund (1623). En 1639 construyeron el fuerte de San Jorge, en Madrás, y en 1650 fundaron en la desembocadura del Ganges la que habría de ser Calcuta. El matrimonio del rey Carlos II con la infanta portuguesa Catalina de Braganza le aportó como dote Bombay en 1662. Los franceses llegaron más tarde y a remolque de la voluntad del poder político. Durante la primera mitad de siglo hubo continuos intentos de crear compañías que comerciaran con Oriente, sin mucho resultado. En 1602 ya se había creado una Compañía de las Indias Orientales, rebautizada en 1611 como Compañía del Cabo de Buena Esperanza y en 1615 como Compañía de las Molucas. Los cambios de denominación no eliminaron su ineficacia, repetida en las efímeras compañías creadas por Richelieu en los decenios siguientes. En los años cuarenta se fundó un rosario de bases en la ruta del Cabo: las islas Reunión en el archipiélago de las Mascareñas, Fort Dauphin al sur de Madagascar y la isla de Santa María situada junto a aquélla. En 1664 Colbert fundó otra Compañía de las Indias Orientales, que tuvo un éxito más continuado y sobrevivió con diferentes cambios en su conformación hasta fines del siglo XVIII. Consiguió establecer factorías en Surat y Masulipatam (1669) en primer lugar, y más tarde en Pondichery y Chandernagor.