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Al igual que varias de sus obras, este cuadro de tema histórico fue encargado por el cardenal Aluigi Omodei hacia 1637. Es, de nuevo, un episodio narrado por los autores romanos Tito Livio, Plutarco, Virgilio y Ovidio. En la Roma primitiva, en la época de su primer rey, Rómulo, su fundador, la falta de mujeres lleva a los romanos a tramar una traición para dotarse de esposas que aseguren la continuidad de la ciudad. Rómulo invita a los sabinos, sus vecinos, a una fiesta en la ciudad. A su señal, cada romano se hace con una sabina, eliminando cualquier resistencia posible de los hombres. Éste es el momento que recrea Poussin, con el rey haciendo la señal, con un cortejo de dos senadores, a la izquierda en alto, frente al templo de Júpiter Máximo. La escena es de una gran agitación pero los gestos se subordinan al mensaje que es apropiado a cada situación. Es como si, sometidos a un proceso de abstracción, se hubieran visto retirados de todo contexto temporal y ejecutaran un ritual predeterminado. Este efecto se ve reforzado por una exagerada perspectiva, con tres puntos de convergencia hacia los que se dirige la vista, que hace que la escena experimente el efecto de una rueda que gira. Es un ejercicio complicado de lógica matemática, con el que Poussin no busca un efecto ilusorio, sino someter una escena de violentas pasiones a un orden intelectual. Este repertorio de gestos contó con la admiración de Degas, quien realizó una copia de la obra.
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Procede de la serie de dibujos realizados para la preparación del cuadro El rapto de las Sabinas entregado al Cardenal Aluigi Omodei. Evoca el tema, tratado extensamente por los autores romanos de la Antigüedad, del rapto por los romanos de las esposas de los sabinos. Este pueblo, vecino de la Roma recién fundada, fue invitado a una fiesta en la ciudad. A una señal del rey Rómulo, cada romano se hizo violentamente con una sabina. La escena, de gran dinamismo, requirió mucho esfuerzo preparatorio por parte de Poussin, dada la enorme cantidad de figuras que se requerían en la composición. Puede apreciarse esta evolución si comparamos este dibujo con El rapto de las sabinas conservado en Florencia. Así, vemos cómo va moviendo hacia la izquierda al hombre que sostiene a una muchacha, que aparece en el lado derecho de la escena. Este dibujo es, de los conservados de esta serie, el que afronta una mayor amplitud del desarrollo de la escena.
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El proceso creativo habitual de Poussin es bien evidente en la serie de dibujos conservada sobre el tema de El rapto de las sabinas. El pintor francés comenzaba por un boceto, muy esquemático. Tras ello, elaboraba una serie de figurillas de cera, vestidas o no con papel o telas mojadas, que situaba en un escenario, una caja, en cuyo fondo ponía y quitaba decorados pintados para el asunto. Por ello, aparte de poseer una frialdad fotográfica, sus dibujos son muy repetitivos. En ellos se puede seguir el movimiento de las figurillas sobre el escenario. Así, el hombre que se encuentra a la izquierda bajo el podio desde el que habla el rey Rómulo, en El rapto de las sabinas del Louvre se encuentra más a la derecha. Este ejemplo es aplicable al hombre que aparece también a la izquierda sosteniendo a una sabina. El dibujo, con todo, no está destinado perfilar los rasgos de los personajes, ya que éstos no aparecen definidos, sino a estudiar un cambio del conjunto de la escena.
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La característica más apreciable del hábitat celtibérico es el establecimiento en lugares elevados, de fácil defensa, controlando estratégicamente una buena parte de su territorio. Al mismo tiempo que se consolida la forma de vida urbana entre estos pueblos, en la técnica constructiva se adopta la piedra y el adobe como elementos básicos en el diseño de casas de estructura rectilínea cada vez de mejor factura, superando desde una etapa temprana la utilización de viviendas de traza circular ubicadas anárquicamente. No obstante, las construcciones no pasan de ser modestas, pero ya distribuyendo sobre una planta rectangular o de tendencia angulosa al menos una serie de estancias separadas por tabiques de adobe. El poblado de El Raso de Candeleda tenía unas 200 hectáreas de superficie con unas 300 casas y unos 1500 habitantes.
contexto
Las razones esgrimidas por Gustavo Adolfo de Suecia para declarar la guerra al Emperador (ultraje a su reputación, designio del Báltico de los Habsburgo, en connivencia con Polonia, y defensa de las libertades alemanas) no deben ocultar los auténticos objetivos de su política exterior: obtener posiciones privilegiadas en el Báltico e impedir que la autoridad del Emperador se imponga sobre los príncipes alemanes, formando un Estado poderoso y unido, no atomizado en un sin número de pequeñas entidades políticas. Tales argumentos podían inclinar a su favor a los enemigos de Fernando II, en particular a los electores de Sajonia y Brandemburgo, pero éstos sólo se aliarán con Suecia a raíz de la conquista y saqueo por el ejército imperial de la ciudad de Magdeburgo. A partir de este momento, la causa católica en Alemania se deteriora por completo, máxime cuando poco después el ejército sueco penetra en Baviera, donde derrota a Tilly, procediendo al saqueo de cuanto encontraba a su paso, incluida la capital, Munich, que es abandonada rápidamente por Maximiliano. Los triunfos de Gustavo Adolfo alarman a los consejeros del Emperador, que vuelven a plantear la formación de una liga con España y con los príncipes alemanes. Olivares, a su vez, insiste a Viena para que Wallenstein se ponga de nuevo al frente del ejército imperial, lo que finalmente consigue, produciéndose un giro espectacular en la evolución de la guerra, pues no sólo se recuperan Baviera y Silesia, sino que además, en la batalla de Lützen (1632), donde los suecos se enfrentan a Wallenstein, Gustavo Adolfo fallece a causa de las heridas recibidas en el combate. El Emperador podía respirar aliviado de momento. La campaña de 1631-1632 no tuvo un desenlace tan óptimo para España. Olivares juzgaba que una presencia más fuerte en el Palatinado renano contribuiría a proteger a Fernando II y a defender los pasillos del Rin, permitiendo al ejército de Flandes acudir en ayuda de los electores eclesiásticos y del duque de Lorena, con quien se estaba en negociaciones. Lo mismo pensaba Richelieu, quien a finales de 1631 presiona militarmente al duque de Lorena para que firme un tratado por el que se compromete a proporcionar medios de transporte y víveres a las tropas francesas; a continuación, comienza a expulsar a los españoles de los presidios que ocupaban en el electorado de Tréveris, estratégicamente situados para proteger el camino que enlazaba Alemania y los Países Bajos, justo cuando los holandeses emprenden una ofensiva destinada a romper las líneas defensivas del Maas. La caída de Maastricht en agosto de 1632, a pesar de acudir en su auxilio Gonzalo de Córdoba desde el Palatinado, seguida de la pérdida de Limburgo, sumió al ejército de Flandes en el desorden. La archiduquesa Isabel Clara Eugenia, presionada para que negociase con los holandeses un tratado de paz, convoca en septiembre a los Estados Generales sin notificarlo a Madrid. Afortunadamente, la situación en la zona se fue estabilizando: el ejército español procedente del Palatinado logra detener el avance holandés, mientras la escuadra de Dunkerque ocasiona estragos en la marina de las Provincias Unidas. Olivares, sin embargo, estaba decidido a recuperar el terreno perdido: tras revocar los poderes de la archiduquesa para concluir un acuerdo con la República de Holanda, convence a Felipe IV de que envíe a los Países Bajos a su hermano, el cardenal-infante Fernando, al frente de un ejército con el que recuperar Alsacia, salvaguardar el Franco Condado y limpiar de tropas enemigas el pasillo del Rin. Mientras Olivares diseñaba esta campaña, Richelieu iniciaba la suya para bloquear las comunicaciones de España en Alemania, pues tras controlar Alsacia y Breisgau procede a ocupar Lorena, cuyo duque había permitido la recluta de soldados en su territorio para el ejército de Flandes. De este modo, el Camino español resultaba prácticamente intransitable y, aunque el duque de Feria procedió a limpiar de enemigos la región comprendida entre Constanza y el vado de Breisach, que fue liberado del acoso francés, urgía encontrar una ruta más segura para el ejército español, pasando por Bohemia y Sajonia. En esta empresa el concurso del Emperador era fundamental, pero la campaña de 1632-1633 no fue tan prometedora como se esperaba en Viena y además Wallenstein no parecía estar dispuesto a enviar sus soldados a combatir con los españoles, por cuanto que su objetivo se dirigía a lograr la paz con Suecia, Sajonia y Brandemburgo, para lo cual era preciso causarles el mayor daño posible. Sin embargo, Fernando II empezaba a recelar de sus intenciones y así, con el beneplácito de Madrid, firma en febrero de 1634 una orden para que sea detenido y conducido a Viena, autorizando incluso a que le den muerte si fuera necesario, como así sucedió. La muerte de Wallenstein permitirá a los enemigos del Emperador recomponer sus efectivos y retomar la iniciativa, pero sus éxitos iniciales serán contrarrestados con la reconquista de Ratisbona y Donauwörth por las tropas imperiales, con lo que se restablecían las comunicaciones entre Baviera y los territorios de los Habsburgo. Seguidamente el hijo del Emperador, el rey de Hungría, pone sitio a Nördlingen y espera la llegada de su primo, el cardenal-infante don Fernando, que conduce 15.000 hombres. Días después ambos se enfrentan al ejército de Suecia y de sus aliados obteniendo "la mayor victoria de nuestros tiempos", como expresó jubiloso Olivares al conocer la noticia. Nördlingen, desasistida, debe rendirse y el ejército derrotado se retira a Alsacia mientras Suecia comienza a desmantelar todas sus guarniciones al sur del Main. La batalla de Nördlingen tuvo una enorme repercusión en las cancillerías europeas. En tanto que algunos príncipes protestantes comienzan a pensar que sólo Francia puede liberarles de los Habsburgo, el elector de Sajonia inicia una serie de contactos con el Emperador que culminarán, tras varias vicisitudes, en la Paz de Praga (1635), acuerdo al que se incorpora el elector de Brandemburgo y la mayoría de los Estados luteranos. El tratado fue acogido con enorme satisfacción por Olivares, ya que ahora el Emperador podía disponer de todos sus recursos para desplazarlos en ayuda de los españoles, compensando así los cuantiosos subsidios recibidos durante años a cambio de nada. Pero las esperanzas del conde-duque se vieron pronto defraudadas, pues cuando todo hacía presagiar el triunfo de los Habsburgo, Francia, que desde 1630 no había dejado de socorrer a Holanda y Suecia con gruesas cantidades de dinero, decide declarar la guerra a Felipe IV.
contexto
El piacentino Giacomo Bonavia, llamado en principio como ayudante del pintor Galluzzi y empleado luego junto a su compatriota Rusca en la pintura con perspectivas arquitectónicas de las bóvedas en el palacio de La Granja de San Ildefonso, fue ganando reputación de arquitecto a los ojos de Felipe V, que le nombró director de las obras de Aranjuez. Bonavia ocupó el puesto hasta su muerte en 1759 y por tanto llevó a cabo todos los edificios emprendidos en aquel Sitio por Fernando VI y la propia trama urbana en la que están insertos. Las calles arboladas que ordenan el espacio cultivado de Aranjuez escapaban, sin embargo, de las competencias de Bonavia, así como las obras hidráulicas: unas y otras estaban a cargo de ingenieros especializados como Charles de Witte o Leopardo de Vargas. Del mismo modo, no sólo el mantenimiento sino el trazado de los jardines quedaba bajo la responsabilidad del jardinero mayor, que durante la mayor parte del siglo fue Esteban (II) Boutelou, hijo de otro Esteban (I) jardinero mayor en La Granja durante la creación de aquel jardín. Las fiestas eran organizadas por el célebre cantante Farinelli, quien incluso llegó a disponer la situación de algunos pabellones y el trazado de ciertas calles de árboles. Por tanto, aunque son innegables las atribuciones de Bonavia como supervisor general de todas las obras llevadas a cabo en Aranjuez, su total poder de decisión quedaba restringido a las obras de arquitectura propiamente dichas. El conjunto del Sitio resulta de la colaboración de un equipo de profesionales dirigidos -a través del secretario de Estado y del gobernador- a materializar la voluntad real: crear, dentro de un marco bucólico, un escenario para la representación cortesana, entendida como fiesta en honor y para la diversión de los monarcas, pero siendo a la vez un espectáculo ofrecido, como expresión de sí mismo, por el poder. Aranjuez no ha sido escogido en vano para ello, pues aquí más que en otra parte resultaba fácil el contraste barroco entre Naturaleza y Artificio, entre la fertilidad de los cultivos y jardines y el fasto de los objetos suntuarios desplegados en tal teatro. El sentido del Aranjuez dieciochesco puede evocarse merced a los cuadros de Battaglioli y el libro de Farinelli, que ilustran las festividades en honor de la onomástica del rey y la escuadra del Tajo -las falúas y góndolas doradas en las que los reyes y la comitiva recorrían el río oyendo música al ir y volver de palacio a los puestos de caza- y a partir de los edificios y jardines subsistentes, donde resulta perceptible aquel ambiente a pesar del cambio de orientación que experimentará bajo Carlos III y, sobre todo, de la grotesca degradación que el Sitio ha sufrido duranve el siglo XX. El jardín de la Isla, creado por Felipe II y mejorado por Felipe IV con esculturas y fuentes, fue enriquecido bajo Felipe V con la adición, a cada uno de sus extremos, de dos parterres a la francesa, diseñados por el ingeniero Etienne Marchand, que había sucedido a René Carlier en la dirección de los jardines de La Granja, ya prácticamente terminados cuando en 1727 se emprendieron los de Aranjuez; se trataba, por tanto, de hacer brotar en este venerable Sitio el ambiente patrio que el rey había creado en su lugar de retiro, y que ahora, de nuevo en el trono, aspiraba a encontrar también durante la jornada de primavera. El parterre de palacio era una composición brillante aunque convencional dentro de su género, si bien le otorgaba cierta atipicidad el hecho de estar cerrado con una pared -que Carlos III mandó demoler y sustituir por un foso que no cerrase la continuidad visual entre el jardín y el espacio externo- la cual prolongaba la del contiguo jardín de los emperadores o de Felipe II, en un curioso compromiso entre el ámbito hispánico y manierista del jardín cerrado y las formas ornamentales a la francesa. Más original era el parterre de la Isleta, añadido al extremo de la Isla a modo de extenso mirador sobre las Huertas de Picotajo y los sotos que se extienden hasta la junta de los dos ríos Tajo y Jarama. Estos dos jardines, así como el de la Isla -al que añadió Boutelou un reservado para flores-, fueron objeto de modificaciones y mejoras ornamentales constantes bajo Fernando VI, pero es en otro aspecto de Aranjuez donde las iniciativas de los dos primeros Borbones fueron más ambiciosas: las antiguas Huertas de Picotajo -totalmente replantadas con frutales en 1745-, el nuevo potager de la reina (1721) y la Huerta de la Primavera -creada en 1758 y englobada desde 1789 en el jardín del Príncipe- constituyen importantes ejemplares de un curioso híbrido entre el cultivo de producción, el jardín de ocio y la alameda de paseo, pues sus plantaciones escogidas, cuidadas mediante costosos jornales, no estaban destinadas a producir un beneficio económico y sobrepasaban las necesidades de la mesa real. Servían, sin embargo, para ofrecer una imagen de la feliz abundancia del reino regido por tan magnífico monarca. Picotajo, con sus bancos y esculturas de piedra y con sus avenidas y cuadros plantados con frutales traídos de las más escogidas variedades de toda la Península, era una imagen retórica y emblemática, es decir, propaganda en el mismo grado que el proyectado interior del Palacio de Madrid -con mármoles de toda España- o la serie de los reyes sobre su cornisa.