Este magnífico cuadro fue adquirido en 1896 de la colección del Duque de Osuna. Representa a uno de sus antepasados, un joven noble que murió a los treinta años por una caída de caballo. El retrato resulta imponente en la majestad de la figura, que se halla adecuadamente resaltada por su ubicación en el Museo del Prado: al fondo de una larga sala de retratos menores, el del Duque corona la totalidad de la pared final, contemplando nuestro avance hacia él con mirada soberbia y elegante. La influencia más obvia es la de Van Dyck, que supo plasmar esa elegancia desprovista de dureza que tiene también el autor de este lienzo, Carreño de Miranda. Éste ha sabido captar magistralmente un aire de melancólico misterio que presta un atractivo adicional a la figura de este cortesano del siglo XVII, de aspecto sorprendentemente contemporáneo.
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Hombre de confianza de Fernando VII, don José Miguel de Carvajal fue nombrado secretario de Estado y del Despacho Universal tras la finalización del conflicto contra los franceses. Será el artífice de la restauración de los Consejos Real, de Estado y de la Suprema Inquisición. Posteriormente fue embajador en París, Lisboa y Londres, siendo gratificado por el monarca con la Orden del Toisón de Oro y la dirección del Banco de San Carlos. Este boceto está destinado a preparar un lienzo de tamaño natural y cuerpo entero que encargó a Goya el Canal Imperial de Aragón en 1815 haciendo pareja con otro de Fernando VII, recibiendo por ambas obras 19.080 reales.Gracias al Duque de San Carlos, Goya recuperó todos los cargos de corte tras el proceso de purificación que se llevó al subir al trono Fernando VII con los sospechosos de participar en el gobierno de José Bonaparte. El pintor había recibido la Real Orden de España de manos del Rey Intruso pero no se consideró muy activo políticamente durante el tiempo que duró su reinado. Como agradecimiento, Goya nos muestra la fisonomía del Duque con gran maestría, resultando un retrato sumamente atractivo. El abocetamiento viene marcado por su condición de cuadro preparatorio, captando en un primer momento la personalidad y el carácter del modelo, mostrando Goya así su genio.
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En 1815 Goya recibió el encargo del Canal Imperial de Aragón para realizar sendos retratos de Fernando VII y del Duque de San Carlos, recibiendo 19.080 reales de vellón. Para no defraudar a una de las personas más poderosas de España, el maestro realizó un sensacional boceto de la cabeza para más tarde ponerse a trabajar en el retrato de cuerpo entero. Don José Miguel de Carvajal Vargas y Manrique era un incondicional de Fernando VII, participando en la Conspiración de El Escorial de 1807 y en el Motín de Aranjuez que costó el cargo a Godoy al año siguiente. Nombrado mayordomo mayor de palacio acompañó al rey al exilio y fue nombrado teniente general y Secretario de Estado en 1814. No era excesivamente atractivo ya que destacaba por su escasa estatura, su fealdad y su vista corta, pretexto empleado por el rey para destituirle. De este personaje Goya sacó buen partido, presentándolo en el salón de un palacio, vistiendo de etiqueta con casaca entorchada y calzón negro, apoyándose pretenciosamente en el bastón de mando. El Toisón de Oro y la banda de la Orden de Carlos III, además de otras insignias y condecoraciones, se convierten en centro de atención, al igual que el rojizo fajín. Pero la cabeza es lo que más impacta al espectador, llena de expresión, acompañada por las preciosistas condecoraciones efectuadas con toques rápidos y empastados, casi impresionistas.
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El protagonista de este retrato ecuestre es uno de los vencedores de Napoleón en la batalla de Waterloo y uno de los héroes de la Guerra de Independencia española. El duque monta un tranquilo corcel y viste una amplia capa negra, portando en su mano derecha el sombrero con el que saluda y en la izquierda un catalejo. La figura se recorta ante un fondo de paisaje en el que predomina el cielo y la luz crepuscular, dotando así de mayor majestuosidad al modelo como había hecho Tiziano en su Carlos V tras la victoria de Mühlberg. Otra de las referencias empleadas por Lawrence a la hora de realizar este retrato ecuestre serán los trabajos de Antoine-Jean Gros. Este lienzo forma parte del encargo recibido por Lawrence, por parte de la corona inglesa, de recoger con sus pinceles a todos los protagonistas de la victoria aliada ante Napoleón. Gracias a estos retratos consiguió una amplia fama en Europa, siendo aclamado como el primer retratista del continente.
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El general Wellington fue uno de los artífices de la derrota de las tropas de Napoleón en España. Al mando de uno de los mayores contingentes de soldados ingleses consiguió derrotar en numerosas ocasiones a las tropas francesas durante las campañas de 1811-1812. Como general en jefe de las tropas hispano-inglesas otorgó el golpe definitvo en 1813 que permitió expulsar a José I de Madrid e incluso entrar en tierras francesas, lo que motivó la firma del Tratado de Valençay entre Fernando VII y Napoleón que suponía la liberación del monarca español y la recuperación de su trono. Como héroe victorioso fue nombrado duque de Wellington. El militar aparece embozado con una amplia capa negra - quizá para identificarse con las costumbres españolas - tras la que encontramos ligeras referencias a su uniforme. Se toca con un amplio sombrero negro, formando un espacio de oscuridad alrededor del rostro, en el que destaca el gesto alegre y satisfecho por sus victorias. La figura de medio cuerpo se recorta sobre un fondo neutro para resaltar la volumetría del personaje, iluminando las zonas que más interesan al artista: mano y rostro. Con este tipo de retratos, Goya se adelanta al Romanticismo.
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Los Duques de Osuna fueron los primeros nobles que protegieron a Goya. Gracias a ellos el pintor consiguió hacerse con el puesto de retratista "oficial" de la corte madrileña, estableciendo una excelente relación con sus mecenas. El retrato familiar que Goya pintó en 1788 supone uno de sus hitos, igual que el retrato de la Marquesa de Santa Cruz, una de las hijas. La retratada aquí era la hija menor de los Duques, doña Manuela Isidra Téllez Girón que había nacido en 1794, seis años después del retrato colectivo por lo que evidentemente no aparece en él. Contrajo matrimonio con el Duque de Abrantes en 1813 -de ahí el título que aquí ostenta- siendo retratada por Goya en 1816, por expreso deseo de la Duquesa de Osuna que regaló el lienzo a su hija. Fueron 4.000 los reales que el pintor recibió por el encargo, uno de los más espectaculares entre los ejecutados en la década de 1810 y curiosamente el último de una dama de la alta nobleza que pintara el aragonés, tras la llegada a la corte de Vicente López como nuevo retratista "oficial" del siglo XIX. Doña Manuela aparece de medio cuerpo, recortada su elegante figura sobre un fondo neutro, vistiendo un escotado traje azul estilo Imperio con un chal amarillento. Se corona con una guirnalda de flores y adorna su cuello con collar de perlas y su muñeca izquierda con pulsera a juego; en su mano derecha sujeta una partitura mientras con la izquierda se recoge el chal. La delicadeza de la figura la hace aun más atractiva, interesándose el pintor por captar su fija mirada y su rictus alegre. Resulta sorprendente el contraste entre las calidades de las telas espléndidamente resaltadas por el pincel detallista de Goya y la rapidez de la factura en otras zonas como los pliegues del chal o las rosas de la guirnalda, elemento éste donde el genio aragonés parece anticiparse al Impresionismo.
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La relación entre Goya y la Duquesa de Alba se remonta a los años iniciales de la década de 1790. Al adentrarse el maestro en los círculos aristocráticos -de la mano de la Duquesa de Osuna- se puso en contacto con los Duques de Alba y su particular entorno. En 1795, el pintor realizó un retrato al Duque y otro a la Duquesa, formando pareja. Doña María del Pilar Teresa Cayetana de Silva y Álvarez de Toledo, XIII Duquesa de Alba, era una de las mujeres más atrayentes del Madrid de la Ilustración. Su belleza ha sido cantada por poetas y músicos; de ella decían que era tan bella que cuando paseaba por la calle todo el mundo la miraba desde las ventanas y hasta los niños dejaban sus juegos para contemplarla. Casada a los 13 años y viuda a los 34, murió una vez cumplidos los 40 años posiblemente envenenada, según las malas lenguas, por la reina María Luisa de Parma. Doña Cayetana tenía un fuerte temperamento y era conocida en los suburbios de Madrid por disfrazarse de maja y participar en las fiestas populares. Protectora de actrices, poetas, pintores y toreros, llegaba a disputarse los favores de los bellos jóvenes con otras cortesanas, incluso con la propia reina. Todo un personaje como puede apreciarse. Goya ha retratado a la Duquesa ataviada con un elegante vestido de gasa blanca, adornado con una cinta roja en la cintura y varios lazos del mismo color en la pechera y en el pelo y un collar. La acompaña un perrillo faldero que simboliza la fidelidad, posiblemente la que le profesaba el mismo pintor. La belleza de la dama es perfectamente interpretada por el aragonés, aunque debamos considerar diferente el canon de belleza del siglo XVIII al actual. La figura de la aristócrata se recorta sobre un fondo de paisaje, recordando los retratos del inglés Gainsborough. El colorido del fondo está armonizado con tonos -ocres y grises- agradables a la vista; los del vestido también están estudiados al detalle, interesándose por las calidades de las telas. Goya no ha dejado nada al azar para configurar un retrato que agrade a doña Cayetana, de la que el pintor se enamorará.
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La relación entre Goya y los Duques de Alba va a ser especial, sobre todo con la Duquesa. El pintor frecuentaba el Palacio de Buenavista y en varias imágenes nos transmitió la vida cotidiana del hogar de los de Alba. En este caso representa a la Duquesa, Doña María del Pilar Teresa Cayetana de Silva y Alvarez de Toledo, asustando a una de sus camaristas llamada Rafaela Luisa Velázquez, conocida como la Beata por su afición a los rezos. Las bromas que tenían como destinataria a esta mujer debían ser habituales en palacio. Goya emplea una factura suelta y empastada para realizar este pequeño cuadro de gabinete, en el que se aparta de los temas habituales apelando a que "el capricho y la invención no tienen ensanches" como decía el propio artista. El colorido utilizado es el habitual en esto momentos, a base de grises, verdes y ocres. Desgraciadamente, en el Museo del Prado no existe ningún retrato de la Duquesa, mujer famosa por su belleza y extravagancia. De ella decían que hasta los niños dejaban sus juegos para mirarla. Su fuerte temperamento y su libertad eran conocidos en los suburbios madrileños a donde iba disfrazada de maja para divertirse. También se decía de ella que no tenía un solo cabello que no inspirara deseo. Doña Cayetana se jactaba de poder taparse todo el cuerpo con su cabello, de tal manera que no se le viese nada, por lo que el deseo que inspiraba era mayúsculo. De esta increíble mujer, Goya se va a enamorar como un quinceañero durante siete años, hasta su fallecimiento, en extrañas circunstancias, en 1802.