Siguió la tradición de su abuelo Pedro Roldán, que al mismo tiempo ejerció como su maestro. A comienzos del siglo XVIII comienza a trabajar como escultor para la corte, mientras ésta residió en Sevilla. Demostró tener grandes dotes para el dibujo y el grabado; y como escultor fue un gran retablista. En Andalucía participó en la iglesia del Sagrario de Sevilla y en el Colegio de las Becas de la Compañía de Jesús. Entre 1714 y 1719 trabajó para la iglesia de las Angustias y la catedral de Granada. Desde 1725 se le vuelve al localizar en Sevilla, donde trabaja para la Iglesia de San Luis de los Franceses, además de otros encargos religiosos. El último de sus trabajos tiene lugar en la sillería del coro de la catedral de Granada.
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Gracias al contacto con diferentes casas nobiliarias, entre ellas las de los Duques de Osuna y los de Alba, Goya se va a convertir en el pintor de moda de la aristocracia madrileña. Desde 1795 la relación con los Duques de Alba se intensificará y a partir del fallecimiento, el año siguiente, del Duque, el maestro va a entablar algo más que una profunda amistad con Doña María del Pilar Teresa Cayetana de Silva y Álvarez de Toledo, la desconsolada viuda del personaje aquí representado. Don José Álvarez de Toledo era Marqués de Villafranca y Duque de Alba tras su matrimonio con Doña Cayetana, quién tenía 13 años cuando se casó, por 19 de su marido. Era, sin duda, un matrimonio de conveniencia entre dos de las familias más importantes de la nobleza hispánica. Goya ha sabido captar a la perfección la personalidad de Don José, hombre serio, incluso melancólico, muy aficionado a la música, por lo que se apoya en un piano y sostiene una partitura de uno de sus compositores favoritos al que favoreció en ocasiones, Haydn. La influencia de la pintura británica en estos retratos del maestro es admitida por todos los especialistas, dejando un poco de lado su anterior admiración por Velázquez. Destacan los detalles de la marquetería del piano, contrastando con la pincelada suelta del suelo. En el fondo neutro se pueden observar dos zonas, una con mayor iluminación y otra en penumbra, sobre la que se recorta el rostro para destacarlo aun más, como ya hacía Tiziano en sus retratos.
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Rubens coincidió con el duque de Buckingham en París con motivo de la boda de la princesa Enriqueta María y Carlos I de Inglaterra, boda para la que el pintor había concuido la decoración del Palacio de Luxemburgo con la serie de María de Medicis. Gracias a este encuentro, el maestro flamenco consiguió dos importantes encargos: el retrato ecuestre del duque -para el que realizó un excelente dibujo del rostro- y la decoración del techo de la escalera del palacio de York House, obras en la que se trataba de exaltar la figura del todopoderoso primer ministro británico. Con estos trabajos, el Barroco llegó a las Islas Británicas.En el boceto que guarda la National Gallery de Londres podemos observar el momento en el que el duque es introducido en el templo de la Virtud por Mercurio y Minerva, mientras las Tres Gracias le ofrecen una corona de flores. Alrededor del duque encontramos toda una apoteosis celestial en la que dominan las posturas escorzadas, el movimiento y el dinamismo, creando un efecto teatral tan del gusto del maestro flamenco.La perspectiva de "sotto in sù" empleada está inspirada en el Renacimiento italiano, mientras que la estructura de la composición tiene en Correggio su referencia más directa, especialmente las figuras de las Gracias y el ambiente que envuelve la composición, inspirado en la escuela veneciana. Gracias al éxito obtenido con estos trabajos, Rubens recibirá posteriormente el encargo de la decoración de la Banqueting House en el Palacio de Whitehall.
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Don Manuel Falcó d´Adda y Valcárcel había nacido en Milán en 1828 y era duque consorte de Fernán Núñez gracias a su matrimonio con doña María del Pilar Osorio, retratada por Federico de Madrazo. Hombre de talante político, participó en el proceso de independencia de Italia mientras que fue en varias ocasiones senador por el Partido Liberal en España así como concejal del Ayuntamiento madrileño y embajador en París. Rosales presenta a don Manuel de cuerpo entero, con la pierna izquierda avanzada, vistiendo un elegante frac que cubre con una capa negra donde lleva bordada la cruz de la Orden de Calatrava a la que pertenecía, exhibiendo también la banda de la Orden de Carlos III. En su mano derecha enguantada porta una chistera y el guante de la izquierda con la que sujeta un dije. En la zona de la derecha observamos un amplio cortinaje en tonos granates con un escudo bordado en oro cayendo sobre un sillón de época. La estancia donde se ubica la figura apenas está sugerida por la alfombra, donde Rosales se permite la inclusión de manchas que contrastan con lo relamido del dibujo en la figura. Es evidente que estamos ante un retrato de aparato -donde el pintor sigue los dictados de Federico de Madrazo- en el que el artista no se puede permitir ninguna libertad creativa; si lo comparamos con el retrato del Violinista Pinelli observaremos una gran diferencia, acercándose Rosales a Velázquez en aquél y a Van Dyck en éste que contemplamos. El rostro del duque llama nuestra atención con su bigote y barba bien recortada, destacando en él sus ojos vivos y llenos de expresión. La luz ocupa un papel destacado al bañar toda la figura y proyectarse sobre la alfombra, como se observa en el retrato del Infante don Carlos pintado por Velázquez.
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En 1603 Rubens llega a Valladolid, ciudad en la que la Corte española se había instalado temporalmente, como enviado del duque de Mantua. En este momento realiza uno de los mejores retratos que guarda el Museo del Prado, el del hombre más poderoso de España durante el reinado de Felipe III: el duque de Lerma. Don Francisco de Sandoval y Rojas monta un brioso caballo blanco; su mano derecha empuña el bastón de general y viste una armadura en la que destaca el collar de la Orden de Santiago. Está de frente, apartándose del tradicional retrato ecuestre que había establecido Tiziano en el de Carlos V en Mühlberg, donde las figuras eran representadas de perfil. La situación frontal marca el escorzo de caballo y caballero, permitiendo ver al fondo una escena de batalla ya que sitúa el horizonte muy bajo. Aun siendo uno de los primeros retratos del maestro se pone ya de manifiesto su capacidad para penetrar en la personalidad de los modelos, mostrándonos el alma del personaje. Concretamente aquí nos exhibe la altanería y el orgullo del valido, dando la impresión de arrollar al espectador al ser visto desde un ángulo bajo aprendido del Manierismo, por lo que se especula sobre un contacto entre Rubens y El Greco. Rubens inaugura un nuevo concepto de retrato que seguirán Van Dyck y Velázquez.Respecto al estilo, se observa el dibujismo característico de sus primeros años, con un detallismo maravilloso en la armadura o en los engarces del caballo. Con esta obra el maestro se da a conocer en España, donde sus pinturas gozarán de gran estima; de hecho, en estos primeros momentos el propio duque de Lerma intentó retener al artista en Valladolid, pero el pintor prefirió continuar su estancia en Mantua ya que Italia le podía enseñar muchas más cosas. Existe un excelente dibujo preparatorio de este retrato en el que se definen las líneas básicas de la composición.
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La relación entre Tiziano y el Duque de Mantua se inició hacia 1523, realizando este retrato unos tres años después. Será el Duque quien presente al maestro a Carlos V, el principal mecenas y cliente de Tiziano.Es éste uno de los mejores retratos del pintor; Don Federico Gonzaga aparece de más de medio cuerpo, vestido de azul con bordados dorados y puños de encaje blancos. A su lado tiene un perrillo faldero, sobre el que apoya su mano derecha, como símbolo de fidelidad. La bella figura se recorta sobre un fondo neutro, recurso muy empleado por el artista para obtener mayor sensación de profundidad, para lo que también acerca la figura al primer plano. La luz procedente de la izquierda, se centra en el perrillo y en el rostro del Duque. El colorido es sorprendente por el tono fuerte del azul. La precisión de los detalles, realizados con una pincelada minuciosa, es otra de las características de los retratos de Tiziano.