Pintura de muy dificil interpretación tanto en lo que a iconografía se refiere como en autoría. Se cree que el artista que pintó esta obra vivió durante la época de Enrique IV y que se inspiró en la Dama del baño de François Clouet para su realización. El cuadro, se ha conocido tradicionalmente como el doble retrato de Gabrielle d´Estrées y su hermana, sin embargo se trata también de una especulación, ya que no sabemos a ciencia cierta quienes son las mujeres representadas en postura tan ambigua.
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Posiblemente sea ésta una de las imágenes más bellas entre las pintadas por Gauguin durante su estancia en Tahití. Las dos jóvenes que nos ofrecen las flores están captadas con enorme naturalidad y realismo, muestra de la alegría que anima el corazón de un artista necesitado de esos momentos de felicidad. Los hermosos rostros están perfectamente dibujados - realizando para ello varios dibujos y xilografías preparatorias - incluso ambas figuras no resultan tan planas como otras de estos momentos, colocando la mano que sujeta la bandeja en escorzo, al igual que la cabeza de la joven de la derecha. La gama cromática utilizada resulta muy llamativa al realzar el ocre y la piel tostada de las muchachas con el color rojo de las flores, el azul del vestido o el verde del fondo. Gauguin es un gran amante de la mujer, siendo la protagonista absoluta de sus composiciones. No olvidemos que pese a estar casado con la danesa Mette Gad - de cuyo matrimonio nacerán cinco hijos - mantendrá relaciones y convivirá con varias muchachas tahitianas durante su estancia en la Polinesia.
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Situada en la planta superior de la Quinta del Sordo, en la pared frente a la entrada y haciendo pareja con La Lectura, Dos mujeres y un hombre es quizá la más enigmática de las Pinturas Negras pintadas por Goya. Los especialistas no se ponen de acuerdo en que podría representar. Unos dicen que el hombre es el tonto del pueblo masturbándose, mientras es contemplado por dos mujeres que ríen la desfachatez. Otros consideran la esterilidad del comentario de las noticias, muy habitual en la España del siglo XIX al existir un importante índice de analfabetismo.En cuanto al estilo con el que fue pintada, es una de las de ejecución más libre, trabajando con manchas de color. La luz que incide sobre el hombre es también protagonista de la escena, al igual que los gestos de las figuras, demostrando Goya sus cualidades como retratista, creando la sensación de que el espectador puede integrarse en el episodio.
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La escultura más famosa de época micénica, tras la el relieve de la Puerta de los Leones, es este conjunto de figuras de marfil que representa a dos mujeres abrazadas, con un niño entre ambas. Excepcionalmente interesantes son las vestimentas y joyas de tipo creto-micénico que portan los personajes. Se considera una escultura de significado religioso, apuntándose a una representación de Demeter, Perséfone y Iacco, el dios que dirigía la procesión de los iniciados en los Misterios Eleusinios.
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El altar de la capilla palatina de Wittenberg fue adornado por Durero con un gran panel central y dos laterales. El cuadro principal se perdió, pero los laterales se conservan. Uno de ellos es Job y su mujer y el otro este que vemos ahora, los Dos Músicos.El tema de ambos es la historia de Job, el santo paciente. En el cuadro anterior veíamos a la mujer de Job burlándose de su marido anciano. Aquí tenemos el robo de los ganados del santo, al fondo, en pequeño tamaño. Lo que se nos representa como tema principal son el flautista y el tamborilero. ¿Por qué? Pues la música se consideraba el mejor remedio contra los males del espíritu y representa la antítesis de los episodios del paciente Job.En los músicos tenemos otro autorretrato más de Durero, que se pinta como el elegante tamborilero del manto rojo.
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Lo exótico será también para Rembrandt temática de sus cuadros como en este curioso retrato doble protagonizado quizá por los miembros de un embajada africana llegada a Amsterdam. Los dos hombres se sitúan en primer plano, vestidos con ropas elegantes, interesándose el maestro por sus cabezas, verdaderos ejemplos de volumetría y expresividad. La iluminación procedente de la izquierda resbala por ambos personajes, creando un curioso juego de luces y sombras en sus oscuros rostros. La pincelada es rápida y empastada, como caracteriza a esta magistral década final de la vida de Rembrandt.
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Las hijas de la familia Schuffenecker han sido pintadas por Gauguin como si se trataran de esculturas primitivas, sin apenas expresividad en sus rostros y con gran rigidez en sus miembros. La disposición de las pequeñas en el espacio sugiere que nos encontramos ante un "collage", dando la impresión de ser calcomanías ante un fondo amarillo y rosa totalmente plano, inspirado en la estampa japonesa. Ambas figuras apenas tienen volumen, siendo el color de sus ropas también plano, eliminando sombras que organizarían la volumetría. De esta manera Gauguin toma partido por el Simbolismo y el primitivismo, alejándose de la naturaleza para pintar de memoria. Lo más destacable de la escena es el rostro de maldad de la pequeña en primer plano, expresando quizá el sentimiento de angustia del propio pintor en unos momentos delicados antes de regresar a Bretaña tras pasar una estancia caótica con Van Gogh en Arles.
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El elemento central de este curioso retrato doble es la expresión de los protagonistas, mostrando el carácter revoltoso de los dos pequeños, a diferencia de la Niña con naranja. Las figuras se presentan en primer plano, destacando el contraste de sus colores oscuros con la brillantez de los tonos del fondo. La composición está organizada a través de un entramado de líneas negras que enlazan con el simbolismo de Gauguin mientras que la pintura ha sido aplicada muy abocetadamente, a base de empastadas manchas que otorgan un aspecto inacabado al conjunto.
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Murillo se convertirá en uno de los principales pintores infantiles del Barroco, tanto a la hora de representar figuras divinas como el Niño Jesús o San Juanito o personajes absolutamente reales como estos niños que aquí observamos. Se trata de una obra juvenil, fechada entre 1645-50 y en ella apreciamos la influencia naturalista en la pintura de Murillo. Las dos figuras aparecen ante un edificio en ruinas, interesándose el artista por presentarlos como auténticos pícaros, destacando sus ropas raídas y sus gestos de glotonería. Los detalles están captados a la perfección -especialmente las frutas- creando Murillo una apreciable sensación de realidad. La pincelada comienza a adquirir una mayor soltura y los efectos de vaporosidad y transparencia empiezan a surgir gracias a su contacto con Herrera y la pintura veneciana.