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En esta imagen de la década de 1870, Degas se relaciona con el Realismo al mostrarnos a las trabajadoras en sus diferentes quehaceres como es el caso de Planchadoras. No existe ninguna idealización en las figuras, que aquí aparecen en posiciones contrapuestas. El color anaranjado del fondo resalta aun más el blanco de las ropas que las mujeres llevan en los cestos y el volumen de ambos personajes. Las marcadas líneas de los contornos indican la preocupación de la forma en un Degas que también se interesa por el color, muestra inconfundible de su relación con el Impresionismo.
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En una de sus múltiples cartas a Theo, Vincent nos dice: "En estos días, dibujando una mano y un brazo, intento aplicar de forma práctica aquello que Delacroix dice del dibujo: 'No empezar por la línea sino por el medio' (...) Y lo que quiero descubrir haciéndolo no es que sé dibujar una mano, sino el gesto, no dibujar una cabeza matemáticamente exacta, sino el gran gesto expresivo. Por ejemplo cuando un campesino cavando levanta la cabeza para husmear al viento o hablar; en una palabra, la vida". Paulatinamente, Vincent va abandonando la línea para interesarse más por el color, siguiendo al gran Delacroix como podemos apreciar en este estudio donde las diferentes tonalidades conforman el volumen de las dos manos, eliminando en lo posible el dibujo.
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Durante la primavera de 1889 Van Gogh elaborará numerosos trabajos inspirados directamente en la naturaleza, continuando con su manera de trabajar que había sido alterada por la llegada de Gauguin en octubre del año anterior, al sugerir a Vincent que empleara la memoria y los símbolos para ejecutar sus cuadros. Deseoso por recuperar esa inspiración natural, el pintor realizará obras tan llamativas como Prado con flores amarillas o estas dos mariposas ante un matojo de hierba que contemplamos. Van Gogh recoge una vista tremendamente parcial del campo que rodea Arles, acercándose a la abstracción de la misma manera que estaban haciendo Monet y Pissarro al perder paulatinamente la forma, interesándose por la luz y el color. Las pinceladas largas y empastadas dominan la composición, a excepción de las dos mariposas que están algo más delimitadas.
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Jacob van Ruisdael conjuga en este óleo de 1650-52 dos de sus más reconocibles características: la fidelidad en la representación de la realidad, de los objetos y lugares cotidianos, propia del paisajismo holandés del siglo XVII, y la modificación de esta realidad en aras de una mayor carga poética. Esta dualidad de rasgos fue la que, a través de Goethe, convirtió a Ruisdael en punto de referencia para numerosos pintores alemanes del Romanticismo, como Carus, pertenecientes a una corriente más clásica del paisajismo. En su ensayo de 1816 "Ruisdael como poeta", Goethe difunde la idea del sentido intelectual, trascendente del paisaje de Ruisdael; de que en él, como es este caso, se encuentra la certeza de la fugacidad de las creaciones humanas frente a la naturaleza. Este sentido poético fue compartido en parte por Caspar David Friedrich quien, con todo, se apartó del realismo de Ruisdael, pues consideraba que la ruptura con el paisajismo del siglo XVII era una necesidad expresiva.
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Con la dinastía Shang se inicia el comercio que se desarrollará en un área geográfica muy extensa. En un principio el pago se realizaba por medio de conchas o caparazones, pero van apareciendo ya las monedas realizadas en bronce, que se generalizarán a partir de los reinos combatientes, dándoles un mayor valor artístico.
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Los personajes que aparecen en los dibujos atribuidos a El Bosco pueden ser monstruos demoníacos o tipos humanos sacados de los ambientes más pobres y vulgares, como veíamos en el caso de los Tullidos, o como sería el caso de estas Dos Monjas, que no tienen ningún rasgo fantástico. Sin embargo, el tono con el que están pintadas las hace aparecer como dos viejas brujas, pobres, encorvadas, tal y como El Bosco presentaba siempre satíricamente a los más desfavorecidos.