El sistema monetario, genuinamente feudal, en que cada condado y obispado tenía moneda propia, evolucionó hacia la simplificación o reducción de tipos durante los siglos XII y XIII. A partir de entonces predominó en casi toda Cataluña la moneda barcelonesa y en Aragón y parte de la Cataluña Nueva (tierras de Tortosa y Lérida) la moneda jaquesa. Como en época carolingia, en la Corona se utilizaban monedas de cuenta (libras y sueldos) y monedas circulantes (dinero). La libra equivalía a 20 sueldos y el sueldo a 12 dineros, pero el dinero, que en la buena época carolingia era de plata pura, fue perdiendo valor durante los siglos XI y XII a base de reducciones de peso e incremento de cobre en la aleación. A finales del siglo XII y principios del XIII las acuñaciones barcelonesas y jaquesas eran de dinero cuaternal (de ley de 4 dineros de plata sobre 12, es decir, piezas de 1/3 de plata), llegándose con Jaime I a la forma más devaluada: la acuñación (1221) de dineros de doblenc (de ley de 2 dineros, es decir, piezas de 1/6 de plata). Estas monedas fueron substituidas, desde 1234 (Aragón), 1247 (Valencia) y 1256 (Barcelona), por el dinero ternal (de ley de 3 dineros, es decir, piezas de 1/4 de plata). Estas oscilaciones en el contenido en plata de las monedas seguramente responden, por un lado, a una demanda creciente de numerario por parte de una economía en crecimiento, que quizá todavía no disponía de las necesarias fuentes de aprovisionamiento de metal fino, y, por otro, a dificultades de las finanzas reales que los monarcas intentaron resolver mediante devaluaciones. Para conseguir que el monarca renunciara a este uso de la regalía de la moneda, es decir, la acuñación de piezas devaluadas, los estamentos de Aragón, Valencia (1266) y Mallorca (1300) pactaron entonces con la monarquía el pago de un impuesto compensatorio (monedaje, maravedí o morabetín) y, en Cataluña, un rescate de la moneda que dio a la ciudad de Barcelona el control de las acuñaciones (1257). Desde entonces, y durante toda la Baja Edad Media, aunque con aspectos formales distintos (efigies y leyendas), y denominaciones diversas (dinero jaqués de Aragón, dinero de tern de Cataluña y rol o real de Valencia), en todos los países de la Corona circuló una misma moneda ternal de idéntico valor. Era como una constatación, a nivel monetario, de las interrelaciones comerciales entre los países de la Corona. La moneda ternal servía, por tanto, para el comercio interior, pero la segunda mitad del siglo XIII, con la creciente inserción de la Corona en los circuitos del gran comercio internacional, se hizo necesaria la acuñación de una buena moneda para el comercio exterior. Fue el croat, una moneda de plata, equivalente a un sueldo de 12 dineros ternales, ley de 11,5 dineros de plata y talla de 72 piezas por marco (piezas de 3,23-3,10 g.), que se acuñó en Barcelona desde 1285 e inmediatamente fue imitada en Mallorca, Valencia y Cerdeña (real de plata), pero no en Aragón. Las acuñaciones barcelonesas de croats se hicieron siempre bajo el control de los consejeros de la ciudad, y la nueva moneda se convirtió en instrumento del gran comercio barcelonés. Las acuñaciones de monedas de oro en territorio catalanoaragonés se iniciaron en 1310 y 1342, por parte de Jaime II y Jaime III de Mallorca, que acuñaron reales y florines de oro en su ceca de Perpiñán. Cuando el rey de Aragón Pedro el Ceremonioso reincorporó Mallorca a la Corona, quizá simplemente por razones de prestigio, decidió también acuñar, en la ceca de Perpiñán, su propia moneda de oro, el florín de oro de Aragón (1346), que sería de curso legal en todos sus reinos, y que representaba la entrada de la Corona en el área de las grandes monedas de oro occidentales (el florín de Florencia, el ducado veneciano). Acuñaron florines las cecas de Perpiñán, Barcelona, Valencia y Mallorca, y, aunque el florín perdió valor intrínseco en sucesivas emisiones (1346, 1352, 1363 y 1365), penetró fuertemente en Navarra y Castilla, pero no en Francia. De una ley originaria de 23,75 quilates (98,95 por ciento de oro), las nuevas piezas descendieron a 22, 20 y 18 quilates (75 por ciento de oro), donde se estabilizaron, y siempre mantuvieron la talla de 68 piezas el-marco, es decir, piezas de 3,48 gramos. A finales del siglo XIV y durante el siglo XV se acuñaron otras monedas de oro de menor importancia: timbres de oro en Perpiñán (1394), reales de oro en Valencia (1426), pacíficos en Barcelona (1465) y ducados de oro o ducados juanistas en Zaragoza y Valencia. Simplificando, se podría decir que el croat de plata fue la moneda símbolo de la prosperidad catalana de finales del siglo XIII y la primera mitad del XIV, mientras que, paradójicamente, el florín de oro encarna el período de las dificultades y la crisis, al menos para Cataluña.
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Entre los romanos la ociosidad era el modo ideal de vida ya que el trabajo era algo despreciable que ya realizaban los esclavos. Pero en la Europa germánica cambiará este concepto, en parte por la introducción del cristianismo. No en balde, san Benito de Nursia incorpora a su regla monástica la máxima "ora et labora" que implica aceptar el trabajo como algo saludable y que satisface al espíritu. Aún así los nobles no son muy aficionadas a la labor por lo que sus diversiones son bastante conocidas. La caza encabeza el ranking de aficiones nobiliarias al estar también considerada como un adiestramiento para la guerra. Los francos sometan la naturaleza por la fuerza en época otoñal, en el momento que los animales jóvenes ya no dependen de sus madres y el bosque se presentan más claros. De esa manera se establece la ley del más fuerte, entre el hombre y la bestia. La caza también tenía inconvenientes como en el caso de Carlomán III, herido mortalmente por un jabalí al igual que su tío Carlos el Niño. Childerico II y su esposa Bilichilda fueron asesinados por una conjura nobiliaria cuando estaban de caza, a pesar del estado de buena esperanza de la reina. Más curioso es el caso de Luis II, prendado de una bella moza mientras cazaba. Decidió perseguir a la muchacha a golpe de caballo y no se percató de que la joven había entrado en su choza cuando chocó contra el dintel, abriéndose la cabeza. Para la caza a caballo eran utilizados perros de dos tipos, unos que perseguían y cercaban a la presa y otros que la atacaban al cuello para matarla. Esta estrecha relación con el perro de caza motivaría que aquel que robase un can se viera castigado a abrazarle el trasero en público, deshonor que podía ser sustituido por una multa de 7 sueldos, cinco para el dueño del animal y 2 para las arcas estatales. También se utilizaban trampas como el ciervo en celo atado a unas ramas que con sus bramidos atraía a las hembras. Otro tipo de caza era el que tenía a las aves de presa como protagonistas. Los halcones eran muy preciados y aquel que osase robar uno de una percha debía soportar un cruel castigo: el animal devoraría cinco onzas de carne roja sobre el pecho del ladrón. Para la caza era habitual utilizar el arco, especialmente para una modalidad denominada tiro al vuelo. El cazador, montado a caballo, disparaba sus flechas contra las aves, siendo su criado quien le preparaba el arco. Otro tipo era la caza a cuchillo, especialmente para los jabalíes, la pieza más preciada. Entre las diversiones más sosegadas tenemos la pesca -que no requería casi actividad física por lo que no era ocio típico del guerrero- el ajedrez y los banquetes, momento en el que el noble se abandonaba a las pasiones de la comida y la bebida.
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Uno de los pasatiempos más populares de la China clásica era el juego de pelota, practicado, desde la dinastía Han, tanto por la nobleza como por el propio emperador. Las partidas estaban reguladas por un árbitro y se jugaban en campos cerrados o excavados en el terreno. El campo de juego contaba con doce porterías defendidas por otros tantos porteros, siendo la pelota pesada, por lo que no rebotaba. Este condicionante motivaba que el juego fuera muy fatigoso, siendo utilizado como entrenamiento para el Ejército. Durante la dinastía Tang se utilizó una pelota de cuero inflada con aire y el deporte se hizo algo más relajado; también se hicieron modificaciones en el reglamento y las doce porterías iniciales fueron reducidas a una sola que se ubicaba en el centro del terreno de juego. La portería estaba constituida por listones de madera entre los que se tendía una red con una abertura en la parte superior, consiguiendo el punto quien pasaba la pelota por el agujero. El juego de polo se introdujo desde Persia durante la dinastía Tang, resultando muy admirado, tal y como se puede apreciar en las pinturas murales o las estatuillas funerarias. La fascinación por la equitación se pone de manifiesto también desde la dinastía Tang, aunque cabalgar era una prerrogativa nobiliaria, ya que existía un decreto -fechado en el año 667- en el que se prohibía esta práctica a artesanos y mercaderes. Con motivo de las celebraciones en la corte tenían lugar exhibiciones hípicas, con los caballos enjaezados ricamente, realizando los animales ejercicios muy espectaculares. Los aristócratas disponían de mucho tiempo libre y practicaban numerosos pasatiempos, como el tiro con arco, disciplina integrada en la formación de los jóvenes nobiliarios junto a la música, la caligrafía, la conducción de carros, las matemáticas y los ritos. Eran frecuentes las apuestas en las carreras de perros, las peleas de gallos o las competiciones hípicas, así como en los juegos de cartas o dados. Una de las diversiones favoritas en la Corte era un juego de estrategia llamado weiqi, tan apreciado durante la dinastía Tang que los mejores jugadores recibían títulos honoríficos y prestigiosos cargos. Ministros, intelectuales y militares eran asiduos a este entretenimiento. El juego del volante, practicado con las piernas y los pies, se popularizó entre las damas y los monjes budistas. Las mujeres de la corte también practicaban el shuanglu -juego del doble seis- y el xiangqi -ajedrez del elefante-, juego conocido desde época remota que fue perfeccionado en la dinastía Tang. La práctica del liubo también estaba muy extendida. También denominado Juego de los Inmortales, se jugaba en un tablero cuadrado en cuya superficie estaban pintados los recorridos en forma de líneas rectas o transversales, con seis palillos de bambú, doce fichas en forma de paralelepípedo y dos dados de 18 caras. Se desconocen exactamente las reglas del juego, pero se piensa que estaba relacionado con la práctica adivinatoria. La mayoría de las fiestas populares incluían espectáculos musicales, bailes, acrobacias, rapsodas, comedores de fuego o exhibiciones de juglares.
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La diversión con mayúsculas del mundo romano es el circo o los juegos circenses. En el circo encontramos deporte, pasión e incluso ideas religiosas o políticas por lo que algunos especialistas lo consideran como algo más que espectáculo. La tradición hace referencia a los reyes etruscos como los creadores de los juegos en Roma, ya en el lugar donde posteriormente se instalaría el Circo Máximo. Estas ceremonias posiblemente tuvieran un origen funerario, con el fin de conjurar los poderes de ultratumba. Paulatinamente el espectáculo fue ganando terreno al rito y se establecieron fechas fijas para su celebración, debiéndose sumar los espectáculos extraordinarios que habitualmente pagaba un particular para ganarse al pueblo. Los juegos eran regulados por el Senado, siendo los magistrados los garantes del cumplimiento del calendario fijado. Los juegos solían durar entre seis y ocho días con algunas excepciones como los Ludi Romani que duraban dieciséis. Las víctimas de los sacrificios, los aurigas y los atletas participaban en una procesión inicial donde se dejaba una muestra del lujo y el boato que rodeaba a los juegos. En un primer momento los juegos no tenían un lugar reservado para su celebración, eligiéndose el foro para presentar los combates de luchadores, cuya sangre tranquilizaría el espíritu de los muertos. En época republicana eran los magistrados los encargados de la organización de los ludi, recibiendo un fuerte impulso en época de César. Los magistrados locales debían responsabilizarse del espectáculo, sufragando los gastos de su propio bolsillo, a partes iguales con las arcas públicas. El ambiente que se vivía alrededor de los juegos era impresionante. La gente se agolpaba en el recinto antes del amanecer para poder disponer de los mejores lugares. Una vez en el sitio, allí se comía y bebía para no perderlo, dejando la ciudad casi desierta. Muchos espectadores se desplazaban desde lejos para contemplar el espectáculo y pasaban la noche a la intemperie. Los altos dignatarios, con el sitio reservado, accedían al recinto cuando ya estaba lleno, momento en que la muchedumbre manifestaba su cercanía o lejanía de los representantes populares. A continuación se sorteaban las parejas de luchadores, se examinaban las armas y se procedía al calentamiento. Cuando estaba todo preparado se iniciaba el combate que solía ser a muerte. Si uno de los luchadores caía, el vencedor se volvía al palco del editor -quien sufragaba los juegos- para que dictara sentencia: el caído podía vivir o morir allí mismo con un simple movimiento de dedo. En muchos casos la valentía con la que se luchaba era un acicate para salvar la vida en este delicado momento. Pero uno de los principales motivos del espectáculo era la sangre de los gladiadores, que llegó a ser considerada como un remedio para curar la epilepsia. Otra alternativa de lucha era contra animales salvajes, a las que se daba caza en la arena. Los gladiadores eran hombres de diversa condición social. Algunos podían ser personas libres que habían sido condenadas a muerte y que la pena se le había conmutado por este "oficio". También encontramos condenados a trabajos forzados que elegían la lucha para poder obtener la libertad, si mantenían la vida. La mayoría eran esclavos condenados aunque también encontramos alguno alquilado momentáneamente para el juego o un soldado desafortunado que luchaba para obtener lo que las campañas le habían negado. Todos ellos se formaban en las escuelas de gladiadores donde cada uno se especializaba en una técnica o tipo de armamento ya que los combates enfrentaban a hombres en diferentes tipos de lucha. De esta manera se compensaban los armamentos e incluso los espectadores participaban en el combate avisando a los luchadores de los movimientos de sus adversarios o sugiriendo iniciativas. Para evitar el floreciente mercado de gladiadores, durante el Imperio se crearon centros de formación estatales. Los entrenadores llamados doctores supervisaban los entrenamientos, especializándose cada uno en una técnica particular, siendo habitual que estos puestos los ocuparan gladiadores viejos ya retirados. Los precios de los gladiadores experimentaron una importante alza con el paso del tiempo, existiendo algunas estrellas muy bien pagadas. Los gladiadores normales -gregarii- cobraban entre 1.000 y 2.000 sestercios mientras los experimentados -meliores- llegaron a recibir entre 3.000 y 15.000 sestercios. El propio Estado intentó regular este mercado, abaratando los precios al limitar los impuestos y establecer una tarifas máximas de contratación. Más pasión que la lucha desataron en Roma las carreras de carros, llegando incluso a producir divisiones partidistas entre los asistentes. Era el fútbol del mundo antiguo. Originalmente las carreras se celebraban en honor de Consus, una deidad agraria por lo que el evento se integró en las fiestas celebradas en abril para honrar a la diosa de la cosecha -Cerealia-. La carrera iba precedida también de un desfile -pompa- que partía del Capitolio, atravesaba el foro y llegaba al Circo Máximo. Tras el desfile se procedía al sorteo para determinar el lugar de salida de cada una de las facciones en liza: blancos, azules, rojos y verdes. Los carros estaban tirados generalmente por cuatro caballos y se situaban en su correspondiente calle -carcer-. El presidente daba la salida, momento en el que estallaba el delirio. La carrera no era una cuestión de rapidez sino de táctica y técnica. Colocarse bien y obstaculizar los progresos del contrario era más importante que poseer caballos veloces. El equino fundamental era el de la izquierda ya que debía realizar los giros por lo que no iba atado al carro sino a su compañero. Su nombre eras funalis. Era bastante fácil volcar el carro, chocar contra la spina o contra otro carro, lo que en el argot se llamaba naufragar. La victoria se decidía en los últimos metros, cuando el público enloquecía apoyando a su color. Incluso existía cierta correspondencia cromática con las clases sociales. Los partidarios de los azules se reclutaban entre los miembros de la aristocracia mientras los verdes eran más populares. El espíritu partidista llegó a provocar enfrentamientos entre los espectadores, dejando pequeñas las algaradas de los tiffosi o los hooligans. Como ocurrió con los gladiadores, algunos aurigas y sus caballos también alcanzaron la fama, especialmente entre las damas, celebrándose sus victorias y sus gestas amorosas. Entre ellos destacó Dioclés, auriga procedente de la Lusitania que venció en 1.462 carreras y ganó más de 35 millones de sestercios. Los espectáculos eran anunciados en carteles realizados en colores rojo y negro que se distribuían por toda la ciudad. Junto con las distribuciones gratuitas de alimentos, los juegos eran la manera más utilizada papa ganarse la simpatía popular. Panen et circus contentaban a la plebe y no se dedicaban a prestar atención a las cuestiones gubernamentales.
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El ocio en Grecia debía ocupar buena parte de la jornada de los ciudadanos ya que en la mayoría de las polis estaba mal considerado el trabajo manual. Para estos menesteres disponían de numerosos esclavos y de extranjeros, llamados metecos, que constituían un amplio porcentaje de la población. Acudir a los baños era una actividad frecuente entre los ciudadanos helenos ya que en la mayoría de las casas no había agua corriente, al tiempo que servían como centro de reunión. Estos baños públicos serán numerosos durante el siglo IV a. C. y pasarán a Roma. También era habitual dar largos paseos, utilizando las stoas, largos pórticos en ocasiones de dos pisos y dos naves cerrados por un testero, siempre decorados con frescos, mosaicos o cuadros. Recordemos que una escuela filosófica será denominada estoica por reunirse sus discípulos en una stoa. La stoa de Eco en Olimpia tenía doscientos metros de longitud. Pero la actividad favorita por excelencia entre los ciudadanos será la política. Podemos afirmar que los griegos gozaban de la política, participando activamente en el gobierno de sus polis. No olvidemos que todos los ciudadanos atenienses podían participar en la Asamblea donde se toman las decisiones más relevantes de la ciudad. La música y el teatro serán dos de las actividades favoritas para disfrutar del ocio. Existían dos edificios destinados a tal fin, el odeón y el teatro, contando todas las polis con significativos ejemplos, siendo el más importante el teatro de Epidauro por su configuración acústica ya que desde todos los puntos se alcanza una calidad de sonido difícilmente superable. Al teatro acuden casi todas las clases sociales, recibiendo los ciudadanos más pobres una subvención para poder adquirir las entradas. Los actores iban cubiertos con máscaras y vestidos con trajes concretos para que el espectador pudiera identificar claramente a quien representaban. Los griegos daban mucha importancia al ejercicio físico, siendo una de las actividades educativas más importantes. Los atletas competían en juegos, celebrados en cada una de las polis, aunque existían algunos que tenían carácter supranacional como los Olímpicos o los Píticos, dedicados a Zeus y Apolo respectivamente. Tenían lugar cada cuatro años y durante el tiempo que duraba la celebración existía una tregua panhelénica. Los atletas participaban desnudos en la competición, cubiertos con una capa de aceite que resaltaba la belleza de sus cuerpos, y sólo los hombres tenían acceso a contemplar las pruebas. Durante casi un año se entrenaban en las cercanías del templo de Zeus y los ganadores recibían una rama de olivo como triunfo, aunque obtenían numerosos beneficios a posteriori como exención de impuestos o derecho a manutención gratuita.
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La escuela de Mathura se distingue también por una copiosa producción de escultura costumbrista, que sirve de puente entre el estilo popular Shunga-Andhara y el estilo intelectual Gupta, es decir, entre el budismo primitivo y el budismo terminal; por ello, algunos autores lo titulan estilo de transición, aunque su madurez técnica, riqueza temática y cualidad artística le hacen merecedor del título estilo de esplendor. Curiosamente, entre la variadísima iconografía de Mathura apenas aparecen bodisatvas; sin embargo, son frecuentes las figuras masculinas de nagas (divinidades fluviales) y yakshas (divinidades arbóreas), cuyos breves atuendos ofrecen unos cuerpos semidesnudos de pleno sabor indio, y sus actitudes naturalistas poco tienen que ver con los retratos principescos de los bodisatvas del Gandhara. Por el contrario, Mathura sí presenta auténticos retratos reales de los Kushana, en los que cabe destacar el sedente de Kadphises (¿10-92 d. C.?) y el erguido de Kanishka (¿78-162 d. C.?); ambos han perdido la cabeza, se muestran rígidos y frontales, y provocan una fuerte sensación de majestad. Kanishka va ataviado con túnica, capa y rudas botas de montar, en un atuendo más propio de invasor que de rayá (raja o rey indio). Algunos detalles técnicos, como la desproporción anatómica o la estilización caligráfica en la representación de los pliegues de la vestimenta, denotan una factura arcaica en la que el escultor no ha sabido expresarse volumétricamente, no ha podido rescatar a la imagen de la forma de estela de la piedra. La protagonista de toda la variadísima escultura menor es sin duda la figura femenina, las yakshis y heroínas populares en las que la tradición india vuelca todo su entusiasmo, sumando en ellas el ideal de belleza y el ejemplo moralizante. Entre todas estas heroínas populares que supieron triunfar sobre la ignorancia y la maldad, hay que resaltar a la protagonista de la "Historia del Mynah"; esta leyenda se repetirá desde Mathura hasta la actualidad como uno de los principales temas iconográficos a lo largo de todo el arte indio, tanto budista como hindú e incluso islámico: una joven amante pudo seguir confiando en la fidelidad de su amado, a pesar de las mentiras y el aislamiento a que se vio sometida, gracias a un mynah amaestrado que sirvió de mensajero entre los dos amantes. El mynah o mirlo indio que habla es tan popular en India como el loro en Occidente. Las yakshis parecen haber olvidado su pertenencia al árbol de la iluminación budista (bodhi), pues se muestran casi desnudas como bellas ninfas, oferentes, bailarinas... y apenas alguna juega indolente con una rama de aquel árbol con el que las yakshis Shunga-Andhra indicaban al fiel que, gracias al budismo, eran símbolo de fertilidad tanto física como espiritual. En toda esta estatuaria y relieve narrativo, que decoraban la stupa y los santuarios de Mathura, el gran sujeto omitido es Buda; a veces llega a aparecer en algún pasaje, convirtiendo a aristócratas y comerciantes, sermoneando en la vía pública o ayudando a levantarse a una cortesana ebria. Todos estos personajes, tanto hombres como mujeres, suponen un ejemplo particular de cómo la fertilidad física de cualquier índole se transforma en espiritual y ésta, a su vez, en cualidades budistas como la compasión, la pureza, la sabiduría o la bondad; son el puente iconográfico más claro entre el budismo hinayana y el mahayana. Pero en todos estos nuevos servidores del budismo siempre se puede rastrear un culto local ancestral. Un ejemplo muy claro de esta transformación de energía física en bondad budista es la estatua del bodisatva maitreya (cuyo culto se desarrolla sobre todo en Tibet, China y Japón) de mediados del siglo II d. C. en la típica arenisca rosada de Mathura. La imagen es básicamente la de un yaksha, pero se le han añadido los atributos propios del bodisatva, como el nimbo de divinidad, la kundika o botellita de agua bendita y la abhaya-mudra (gesto de no temor) que ofrece con su mano derecha extendida al frente, y en cuya palma se ve grabada la dharma-chakra o rueda de la Ley Sagrada. Desde el punto de vista artístico, la escultura de Mathura puede recordar al estilo Andhra que en el siglo II d. C. presentaba las figuras del pórtico de la chaitya de Karli, por su fuerte expresión volumétrica, su pesadez y sólido asentamiento sobre un fondo vacío, pero supone un paso más en la consecución del naturalismo, de la vitalidad y del desnudo voluptuoso.