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La implantación del manierismo, derivación del italiano, se inicia en Castilla con la obra de Berruguete y la de Juni, se consagra en los retablos de Briviesca y de Astorga de Becerra, pero no se difunde en la generalidad de sus escultores hasta pasados los años medios del siglo en dos direcciones fundamentales, la florentina de finas figuras estilizadas de suaves movimientos helicoidales, y la romana miguelangelesca, exaltación definitiva del cuerpo en esfuerzo contenido pugnando por liberarse de sus límites espaciales, que confiere a las composiciones su específico dinamismo, cuyo mejor representante, Anchieta, lo introducirá en la región vasconavarra después de su escasa obra en Castilla. Junto a las escuelas de Valladolid y Toledo y las andaluzas de Sevilla y Granada, que en el transcurso de los años de esta centuria se vivifican con el éxodo de los artistas de aquéllas, fundamentalmente la toledana, surge en torno a la Corte, con capitalidad estable en Madrid desde el año 1561, un foco cortesano ocupado primordialmente en la magna obra del monasterio de El Escorial, menos en otras residencias reales, que atrae de nuevo a escultores italianos que como los Leoni impondrán técnicas nuevas, como la del bronce, en los grandes monumentos sepulcrales de aquel monasterio, un cierto idealismo clasicista que también propugna la Iglesia de la Contrarreforma y nuevos géneros como el del retrato en bronce y mármol, prácticamente inédito y sin continuación en lo castellano. En esta línea, con mayor tendencia al realismo en sus fuertes figuras de expresivos rostros, Juan Bautista Monegro lucirá sus dotes en las colosales figuras en piedra, en la fachada del patio de los Reyes y fuente del claustro, en El Escorial. La escultura castellana extiende su radio de acción a las regiones de las dos Castillas y a algunas provincias andaluzas que como Granada y Jaén aparecen en su órbita en ciertos períodos de esta centuria por diversas causas. No obstante, Andalucía en su conjunto, con Sevilla como centro principal, pionera de la importación de mármoles genoveses, desarrolla su escultura de forma independiente, aun cuando a mediados de siglo se nutre de escultores castellanos. Su especial esplendor y las vías de difusión artísticas, condicionadas a la protección de patrones poderosos, facilitó su expansión, de forma esporádica, a otras regiones como las vascas o las gallegas y en algún caso, muy pocos, a Aragón y Cataluña que desarrollaron su renacimiento a espaldas de Castilla o La Rioja. Se mantienen los géneros escultóricos tradicionales al servicio del culto, fundamentalmente retablos cuya estructura irá evolucionando en tanto que la escultura funeraria cobra nuevo auge por ser uno de los campos artísticos en los que la estética renacentista puede reflejar el sentido humanista que la informa, de exaltación individual, compaginando en las superficies de los monumentos la decoración que refleja el sentir religioso del tránsito a la vida futura con el recuerdo de los hechos gloriosos de la vida pasada. La escultura del siglo XVI es primordialmente religiosa pero inicia tímidamente el empleo de temas mitológicos cristianizados, como los del ciclo de Hércules, incluso en obras de fines religiosos pero, con la excepción de algunas obras importadas, pensadas para decoraciones palaciegas o de sus jardines en fechas ya avanzadas del siglo XVI, puede decirse que apenas existe la escultura profana como género independiente aunque tengan este carácter, por ejemplo, los bellos medallones de la decoración plateresca. El retrato, salvo la representación de Cisneros y de Nebrija y su desarrollo en la medallística, se impondrá a finales de siglo con la obra de los Leoni. Es, sin embargo, muy profuso el uso de los fantásticos grutescos en los que la imaginación de nuestros escultores produjo obras tan bellas como la decoración de la Escalera Dorada de la catedral de Burgos, de Diego de Siloe, o los dinámicos temas marinos que decoran el basamento de la Transfiguración de Berruguete en la catedral de Toledo. En ellos parece que el artista se libera de la imposición de las normas y del cliente dando rienda suelta a su creatividad.
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Otro tema que habría que plantear ahora es el de la difusión entre los sabios italianos de la filosofía de la Antigüedad, pues tendrá sus repercusiones en la producción artística. El pensamiento griego se conoció en Italia sobre todo merced a la estancia del griego Pletón en Florencia hasta 1438, coincidiendo con los intentos de unificación de las iglesias griega y romana. Sus explicaciones de la obra de Platón, antes mal conocida debido a la dificultad del griego, permitieron una mayor difusión de las ideas de ese filósofo. También en Roma se emprendió esta labor. En este caso fue Bessarion, que había nacido en Grecia, el qué hizo imprimir en latín sus conferencias sobre Platón. No obstante, la Academia platónica por excelencia fue la de Marsilio Ficino en Florencia, que tuvo su sede en la villa que Cosme el Viejo había regalado a Ficino en Careggi. A pesar de que el neoplatonismo ha podido ser considerado por algún historiador como la filosofía que responde a la crisis del humanismo a fines del siglo XV, no por ello deja de ser otra vía de enlace entre el presente y la Antigüedad, y no la menos importante debido a su influencia en el arte. La influencia del neoplatonismo en los significados del arte del Quattrocento es tema fuera de duda y no se limitó a Florencia, sino que influirá también en otras cortes italianas, como las de Urbino y Milán. Chastel ha llegado a indicar que todo elogio del ojo en el Renacimiento revela una influencia neoplatónica, pues para Ficino, si la luz era la manifestación de Dios en la tierra y Dios el oculus infinitus que ve todas las cosas, el ojo del hombre es el instrumento del oculus del alma y puede contemplar toda la creación, siendo la vista el instrumento de conocimiento. La idea de la belleza terrenal como reflejo de una belleza superior, llevará a considerar que el amor por la belleza corporal es el primer grado de un amor superior. Venus, que simboliza el poder del amor, sería la divinidad primera de los neoplatónicos y ello explica su presencia en algunas de las obras de artistas relacionados con esta academia ficiniana, como pueda ser Botticelli. Otra influencia de la teoría neoplatónica sería la de que el artista es un ser inspirado por Dios, que crea bajo un furor divino; esto se convirtió en un argumento más para la liberación del artista del mundo de los artesanos, aunque el gran éxito de esta teoría corresponda ya al siglo siguiente. La pasión del Quattrocento por ese descubrimiento de la Antigüedad, que tuvo en el estudio de los textos antiguos una de sus más altas expresiones, la podemos ver reflejada en las palabras con las que Poggio Bracciolini anunció a sus amigos florentinos su descubrimiento en el monasterio de San Gall, en 1416, de los grandes códices antiguos allí conservados: "Aquellos libros, efectivamente, estaban en la biblioteca, y no como lo exigía su dignidad, sino como en una tristísima y oscura cárcel". Fueron ahora sacados a la luz y utilizados para crear una nueva etapa histórica en la que la conciencia de novedad y progreso se plasmó también en nuevas formas para el arte y la arquitectura.
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La difusión de las fórmulas arquitectónicas y escultóricas presentes en la seo tarraconense es perceptible en una serie de conjuntos relativamente próximos, aunque los resultados no fueron tan amplios y llamativos como los del caso de Lleida. Sin embargo, lo más notable resulta del desarrollo de algún taller de escultura, especialmente del claustro. En la misma ciudad de Tarragona hay una de las muestras significativas en la fachada del antiguo hospital de Santa Tecla, ante el lado meridional de la catedral. Los indicios documentales vienen dados por dos legados de 1171 y 1214. De la parte primitiva se conserva un total de cinco arcadas, restauradas muy recientemente, que debían formar parte de un porche en la zona baja. Técnicamente, el mayor grado de familiaridad es visible en los capiteles de los contrafuertes del claustro, dado que ambos son ejecutados en piedra caliza, a diferencia del mármol del frontal y del resto de la escultura de aquél. Los motivos que decoran las arcadas y los correspondientes capiteles y cimacios concuerdan tanto con el claustro como con algunos puntos de la iglesia, lo que permitiría fechar el conjunto a finales del primer tercio del siglo XIII. El ejemplo más relevante lo encontramos en la portada de Santa María del Pla de Cabra, cuyo estilo coincide con el hospital de Santa Tecla. La presencia de figuración, presidida en el dintel por la Virgen con el Niño, éste lactante, permite definir una mano menos experta, pero cuyos recursos dependen claramente de Tarragona. Pertenecen a una mano muy semejante a la del Pla de Cabra los relieves de las claves de bóveda de la sala capitular del monasterio de Poblet, en una de las cuales se representa una imagen de la Virgen con el Niño, éste amamantado, como en el dintel citado. En Santes Creus y en una clave de bóveda de la iglesia monástica de Sant Cugat del Vallés hay testimonios de la difusión de los talleres tarraconenses, en unas fechas enmarcadas entre 1230 y 1250. De esta manera, la relación con los conjuntos del Císter parece haber tomado ahora un sentido opuesto, es decir, receptivo de unos artífices que derivan de las producciones tarraconenses. Lo mismo debió suceder con las galerías más primitivas del claustro de Vallbona de les Monges, cuya decoración se acerca sobre todo a nivel temático con la del claustro de Tarragona. Dicha familiaridad es especialmente sorprendente en algunos de los cimacios. Desde esta perspectiva, que se nos presenta actualmente como una red completa de contactos, entramos en un terreno prácticamente virgen para la historiografía del arte de la época que tratamos. El énfasis puesto sobre las construcciones de las catedrales de Lleida y Tarragona no debe ocultar la importancia de otros centros dentro del panorama variado y contradictorio del siglo XIII catalán. Además, hay que tener presentes las múltiples modalidades que se perciben en la pintura e ilustración de manuscritos contemporáneos, con puntos de contacto significativos con la escultura. Aparte de conjuntos ya tratados, hay que recordar la existencia de monumentos como el presbiterio de Sant Feliu de Girona, los claustros de Santa María de l'Estany y Sant Benet de Bages, así como las iglesias de Camarasa y Santa Martí Sarroca. No podemos entrar ahora en detalle sobre las relaciones que plantean, y que encajan dentro del carácter que manifiestan las dos grandes seos. Y no hay que olvidar, finalmente, los edificios de menor envergadura construidos en las respectivas ciudades durante la misma época: iglesia de Sant Pau y capilla de Santa Tecla la Vella en Tarragona, iglesia de Sant Joan, ésta inadvertida, y el Palau de la Paería, en Lleida, entre otros. La incorporación de las novedades parece fundirse lentamente con el peso de una tradición especialmente enraizada a partir del último cuarto del siglo XII La reiteración de determinados repertorios y recursos estilísticos dan la impresión, en algunos casos, de cierto estancamiento. Pero a grandes rasgos, las sucesivas oleadas de origen septentrional, de raíz mediterránea, fueron aportando la posibilidad de una transformación, favorecida por una fuerte necesidad constructiva y decorativa. Todo ello parece enmarcarse dentro de la sostenida homogeneidad de la Europa mediterránea occidental de aquellos siglos, en el ya citado arco que va desde Sicilia a la Península Ibérica, y que también es sensible a las aportaciones del norte de Francia llevadas a cabo desde 1140. Por ello, las vías de influencia se determinan a partir de los focos tolosano, provenzal e italianos, algunos de los cuales destacaron también por su fuerte componente clasicizante. La adopción de sistemas constructivos más avanzados -no discutiremos ahora en base a qué proyectos o cambios de plan-, la progresiva emancipación de la escultura respecto a su marco arquitectónico, un sentido más ágil y dramático de las representaciones, el mayor grado de verosimilitud en los cuerpos, gestos y actitudes de las figuras, constituyen algunas de las muestras de esta situación de cambio. De un 1200 (en un periodo que abarcaría entre las últimas décadas del siglo y mediados del siglo XIII), quizá enlace no sin entidad propia, entre lo que admitimos como románico y como gótico.
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La dinastía de los Banu Umayya (658-750) ostentó a partir de Abdal-Malik el mecenazgo de una serie de obras, ubicadas en Siria casi siempre, que fueron trasunto del ambiente cultural de aquellos príncipes, que ya en el año 732 dominaban desde el Indo hasta Poitiers; este periodo contempló la etapa de la gran expansión y primera estabilización de las fronteras del Islam.Como no existía una clara tradición monárquica ni hereditaria en el primer Islam, su imposición, para superar las diferencias tribales y las tendencias centrífugas, no fue fácil, como tampoco lo fue la tarea de vertebrar administrativamente los territorios adquiridos, incluida la compleja fiscalidad, basada en los estatutos religiosos y las circunstancias concretas de la incorporación de los pueblos sometidos; la arabización de éstos fue gradual a lo largo del siglo VII y reglamentada en el VIII cuando se decretó la obligación del empleo del árabe, la emisión de moneda propia y la constitución de los monopolios económicos.Los omeyas fueron en general bastante tolerantes con los pueblos sometidos, integrándose judíos y cristianos a su servicio, dándose, a pesar de la frialdad proselitista de estos califas, un gradual incremento de la islamización que propició, a través de mecanismos diversos, la asimilación de importantes masas de no árabes, que pronto adquirieron genealogías arábigas a medida de sus gustos o ambiciones.Lo mismo se aprecia en las cuestiones artísticas, pues a partir de la falta de raíces árabes de la Qubbat al-Sajrá, fueron reelaborándose y modificándose las formas sirias para adaptarlas a las nuevas necesidades; su desarrollo fue a compás de una coyuntura económica favorable, manifestada en los abundantes recursos que llegaban a la corte califal de Damasco, de tal manera que la mayoría de los edificios islámicos que podemos analizar tienen carácter civil, con lo religioso como simple apéndice, y muy ligados a la familia omeya, al igual que los de las provincias se relacionan con las iniciativas de sus primeros gobernadores.A partir del 740 se fue haciendo potente la virulenta oposición de facciones que hoy llamaríamos fundamentalistas, a quienes la monarquía laica de los últimos omeyas repugnaba, sobre el trasfondo de la nunca resuelta herencia del Profeta. Si a ello unimos los reveses militares en las fronteras y el declive económico del Mediterráneo y la propia crisis del modelo paternalista de los primeros califas, insuficiente para un imperio tricontinental, se entenderá que los abbasíes, en el año 750, exterminaran violentamente a los omeyas.La dinastía omeya, que renacerá en tierras hispánicas, dio preeminencia a dos grandes, Jerusalén y Damasco, en cuyos alrededores y en el trayecto entre ambas, se ubica la mayoría de los centros de su producción artística, pero ello no ocultaba la importancia que iban adquiriendo en el Islam, Iraq y Persia en detrimento de la Siria grecorromana; así el califa omeya Marwan trasladó la capital de Harram en el 745 y el segundo abbasí, Al-Mansur, creó la ciudad de Bagdad, aún más próxima al Golfo Pérsico, donde permaneció la capitalidad hasta 1258, cuando los mongoles acabaron con la dinastía, una de cuyas ramas todavía reinó nominalmente en Egipto hasta el siglo XVI.Los nuevos dinastas acabaron con el monopolio árabe, en sentido étnico, en la cabecera del Estado, ya que los elementos arabizados, especialmente persas, accedieron a las más altas magistraturas de manera sistemática. Tal fue la manifestación más aparente del desarrollo de las instituciones, el comercio y las artes, todo ello dentro de una tónica de síntesis y originalidad que lleva a considerar esta época como la de la formulación de cultura clásica del Islam.Las tensiones centrífugas se manifestaron con claridad muy pronto, pues diversos gobernadores provinciales fueron obteniendo el reconocimiento oficial a su autonomía de facto, aunque en cualquier caso reconocieron la supremacía de los califas (Aglabíes en Ifriqiya, Tahiríes en el Jurasan, los Saffaríes en Afganistán y los Samaníes en Samarcanda, los Tuluníes y sus sucesores, los Ijsidíes, en Egipto), mientras otras grandes regiones alcanzaban la independencia más completa (Al-Andalus desde el 756, el Magreb de los Rustamíes, los Gaznawíes del Irán desde fines del X, los Fatimíes de Egipto de la misma época, etc.). A partir de estos años incluso en el mismo Iraq los califas abbasíes no fueron más que unas marionetas en manos de los emires buyíes y después de los silyuqíes. Aunque estas dinastías se mantuvieron, culturalmente hablando, como sucursales de Bagdad, no dejaremos de dedicarles algún espacio en las páginas siguientes ya que, en mayor o menor grado, poseyeron valores artísticos ciertos y diferenciables.La síntesis a la que antes aludimos se hizo sobre bases mesopotámicas y persas manifestadas, y valga como simple botón de muestra, en el olvido de los materiales típicos de la decoración bizantina, es decir, el mármol y mosaico, y la adopción de los aplacados de estuco, o yeso, que ya habían hecho su aparición en las últimas realizaciones omeyas, pero que en Bagdad adquirieron unas características que serían consustanciales con lo islámico. Desde el punto de vista de la cultura, lo más notorio fue la preeminencia de Bagdad; la literatura, el derecho, la administración y la teología irradiaron en ondas concéntricas hacia las fronteras de su ficticio Imperio, viajando acompañados estos factores de uniformidad por disidentes políticos y religiosos, que por lo general se dirigieron hacia el Occidente.Los rasgos orientales del califato abbasí se manifestaron en su sedentarismo urbano, mayestático protocolo, lujo ritualizado y cultura palatina, frente al nomadeo de los monarcas omeyas, su reducido aparato cortesano y la aparente y sensual naturalidad de su modo de vida. La gran época de la cultura abbasí duró una corta centuria, ya que en el siglo X había agotado su actividad artística, aunque no la científica, pero que había contribuido de manera decisiva a la esquiva caracterización del Arte islámico.El debilitamiento de Bagdad desde finales del siglo IX propició el desarrollo autónomo de la antigua Persia que, en un tercer momento de la historia del Islam, gracias a los deseos de independencia del persa Tahir, gobernador del Jurasan desde el año 820 dio origen a lo que se ha dado en llamar Renacimiento iraní. Aquella región había sido, desde los tiempos de Alejandro Magno, el Oriente por antonomasia respecto al mundo mediterráneo, amenaza constante y fuente de humillaciones para los romanos que, sin embargo, cayó bajo el poder de los musulmanes apenas salieron de su hábitat original y una vez superada la barrera de la antigua Mesopotamia. En Persia hallaron una demografía pujante, bien implantada en los campos, dotada de cultura y lengua propias y que aceptó el Islam en las ciudades de manera rápida, entrando a formar parte de sus cuerpos administrativos, de tal forma que una parte del vocabulario árabe específico para estas cuestiones, y otras muchas, fue tomado del persa, en el que se desarrolló una amplia literatura nacional.La historia del proceso del Renacimiento iraní está ligada a una dinastía, la de samaníes, que fueron emires dependientes de los califas, pero realmente autónomos y que comenzaron su dominio en el último cuarto del siglo IX sobre el Jurasán, es decir, el pasillo que se abre entre el Caspio y el Mar de Aral; lo fueron extendiendo hacia el Sur hasta dominar desde las puertas de la misma Bagdad hasta el Indo, incluyendo en sus dominios a otras dinastías persas, aunque de distintas tendencias religiosas, como fueron los descendientes de Tahir y los emires saffaríes.Se reconoce en su cultura, expresada a través de centros urbanos tan importantes como Bujara, Nisapur y Samarcanda, una prolongación de las formas abbasíes, en la que se integran tradiciones sasánidas, tales como los templos del fuego, el espacio denominado iwan; desarrollaron novedades destinadas a tener mucho éxito, como fueron el uso tectónico y decorativo de la fábrica de ladrillo y la sistematización de los alminares de figura cilíndrica.En este periodo y zona hacen su aparición, de manera determinante, los cuerpos de pretorianos turcos, procedentes del Asia Central; serían éstos finalmente quienes, sumando presiones externas desde el Norte y las internas de los mercenarios desde el Sur e interior, acabaron imponiéndose, como élite militar sin implantación social profunda, bajo la forma del imperio gaznawí, que se mantuvo dominante en la región durante algo más de un siglo, desde 977 al 1187.
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Desde la muerte de Buda, en el siglo V a.C., hasta el siglo VI de nuestra era, sus enseñanzas se difundieron por toda Asia en dos vertientes principales. Una de ellas, el budismo Theravada o "enseñanzas de los mayores", se desarrolló hacia el sur, llegando a Sri Lanka y el sudeste asiático. Pos su camino fueron fundados centros budistas importantes como los de Ajanta o Amaravati, en la India, o Ayutthaya, Angkor o Borobudur, en el sudeste. La otra vertiente del budismo, el Mahayana o "enseñanzas del gran vehículo", se propagó a través de desiertos y montañas hasta Gandhara, en Afganistán, así como hacia el Tibet y China. Kabul, Lhasa, Turfan o Luoyang se convirtieron en centros budistas importantes para esta rama del budismo. En el siglo IV d.C. el budismo Mahayana pasará de China a Corea y, dos centurias después, penetrará en el Japón. Ya en este país, Asuka se convertirá en el foco budista más importante. En el Japón, el budismo y la otra gran religión nipona, el sintoismo, tienen en lugares como Miyajima, Nara o Ise centros de especial significación religiosa. Además, el Monte Fuji es considerado sagrado, y por ello objeto de peregrinación.
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Una carta de Plinio el Joven al emperador Trajano sobre los cristianos (Cartas, X, 96), confirma otras noticias sobre la gran expansión de las comunidades cristianas en Asia Menor ya a comienzos del siglo II. La difusión del cristianismo en Occidente fue posterior, al margen de los viajes de Pedro y de Pablo a Roma y de la interpretación que se ofrezca sobre el dudoso viaje de Pablo a Hispania. Desde finales del siglo II y en un lento pero continuado proceso durante el siglo III, se fueron creando comunidades cristianas en todo Occidente. Pero el cristianismo se había difundido casi exclusivamente en los medios urbanos. El carácter monoteísta del cristianismo y, por lo mismo, el negarse los cristianos a dar culto a los dioses romanos, fue el motivo principal de las persecuciones. La historiografía moderna (Frend, Moreau, Simon-Benoit) permite advertir que no hubo una persecución indiscriminada y generalizada de los cristianos. En la respuesta de Trajano a Plinio el Joven (Cartas, X, 97), el emperador ya pone unos límites a la persecución de cristianos: "no es preciso perseguirlos sistemáticamente. Pero si son denunciados y convictos, se les debe castigar con la siguiente excepción: quien negara que es cristiano y diera prueba de ello sacrificando a nuestros dioses, aún cuando sea sospechoso sobre su pasado, debe ser perdonado. Y no debe prestarse ninguna atención a las acusaciones hechas mediante anónimos, pues es un procedimiento de un mal ejemplo y no es propio de nuestra época". La necesaria clandestinidad a que se vieron forzados los cristianos, muy a menudo condicionó fuertemente la organización de sus propias comunidades. Por una parte, se fue configurando una jerarquía eclesiástica; más importante aún fue el abandono paulatino del carácter democrático de las primitivas comunidades. Así, los obispos pasaron a ser los únicos intérpretes válidos de la voluntad divina. Tertuliano dice que los cristianos estaban organizados en asociaciones, collegia; él utiliza el término corpus. Sobre este punto, la historiografía moderna no es unánime sobre algunas de sus implicaciones: si eran asociaciones permitidas, ¿cómo explicar la persecución de sus miembros? En todo caso, es cierto que, al amparo de la normativa sobre el régimen asociativo, las comunidades cristianas antes de Constantino llegaron a tener su propio patrimonio. Si, en sus comienzos, había un predominio de cristianos pertenecientes a los bajos estratos sociales, a comienzos del siglo IV había cristianos en todos los niveles de la sociedad. Por otra parte, el cristianismo era la única religión coherente, sin sincretismos. Aún así, la síntesis pagana que se estaba operando entre Apolo-Sol y el acercamiento de Mitra no permitía ver con total claridad qué apoyo religioso era más conveniente para el poder político. La decisión de Constantino de reconocer al cristianismo reforzó las posibilidades de éste de ser la opción preferida como religión oficial del Imperio. El poder político fue permisivo frente a toda forma religiosa que no amenazara el orden vigente, pero, hasta el siglo III, ese poder encontró su justificación y apoyo en los dioses del panteón romano.
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Siguiendo el mandato de Jesús, los apóstoles y otros discípulos, junto con María, se reúnen en Jerusalén para esperar el cumplimiento de la promesa que hiciera el Mesías de enviarles el Espíritu Santo. Completado el número de doce apóstoles con la designación de Matías en el lugar de Judas, quien le había traicionado, al décimo día, según los Evangelios, descendió sobre ellos el Espíritu Santo, capacitándoles para divulgar la fe cristiana por el mundo. Desde el principio, Pedro aparece como el líder de los apóstoles, que se organizan como una pequeña comunidad a la que llaman ecclesia, es decir, "asamblea oficial" del pueblo de Dios. La mayoría de creyentes en Jesús son judíos palestinos, aunque a partir de las dos décadas posteriores al año 40 d.C. la situación comienza a cambiar radicalmente, pues los cristianos llevaron su mensaje a los gentiles o no judíos. La figura cumbre de este cristianismo primitivo es San Pablo o Saúl de Tarso, un judío de la Diáspora y ciudadano romano que participa en la persecución de los cristianos e incluso asiste a la lapidación de Esteban, considerado el primer mártir cristiano. A las puertas de Damasco, por una aparición de Cristo, Pablo se convierte al cristianismo, pasando tres años en el desierto de Arabia probablemente en una comunidad cristiana relacionada con los esenios. Desde entonces Pablo comienza a predicar la doctrina cristiana, labor a la que dedicará toda su vida y que le llevará por numerosos lugares del Imperio romano. También se debe a Pablo -formado en tres tradiciones, la judía, la helenista y la romana-, la fijación de una primera doctrina cristiana distinta de la práctica y la ley judías. La propagación del cristianismo por el Imperio romano no estuvo exenta de grandes dificultades, siendo un proceso gradual. Una carta de Plinio el Joven al emperador Trajano sobre los cristianos (Cartas, X, 96), confirma otras noticias sobre la gran expansión de las comunidades cristianas en Asia Menor ya a comienzos del siglo II. La difusión del cristianismo en Occidente fue posterior, al margen de los viajes de Pedro y de Pablo a Roma y de la interpretación que se ofrezca sobre el dudoso viaje de Pablo a Hispania. Desde finales del siglo II y en un lento pero continuado proceso durante el siglo III, se fueron creando comunidades cristianas en todo Occidente. Pero el cristianismo se había difundido casi exclusivamente en los medios urbanos. El carácter monoteísta del cristianismo y, por lo mismo, el negarse los cristianos a dar culto a los dioses romanos, fue el motivo principal de las persecuciones. La historiografía moderna (Frend, Moreau, Simon-Benoit) permite advertir que no hubo una persecución indiscriminada y generalizada de los cristianos. En la respuesta de Trajano a Plinio el Joven (Cartas, X, 97), el emperador ya pone unos límites a la persecución de cristianos: "no es preciso perseguirlos sistemáticamente. Pero si son denunciados y convictos, se les debe castigar con la siguiente excepción: quien negara que es cristiano y diera prueba de ello sacrificando a nuestros dioses, aún cuando sea sospechoso sobre su pasado, debe ser perdonado. Y no debe prestarse ninguna atención a las acusaciones hechas mediante anónimos, pues es un procedimiento de un mal ejemplo y no es propio de nuestra época". La necesaria clandestinidad a que se vieron forzados los cristianos, muy a menudo condicionó fuertemente la organización de sus propias comunidades. Por una parte, se fue configurando una jerarquía eclesiástica; más importante aún fue el abandono paulatino del carácter democrático de las primitivas comunidades. Así, los obispos pasaron a ser los únicos intérpretes válidos de la voluntad divina. Tertuliano dice que los cristianos estaban organizados en asociaciones, collegia; él utiliza el término corpus. Sobre este punto, la historiografía moderna no es unánime sobre algunas de sus implicaciones: si eran asociaciones permitidas, ¿cómo explicar la persecución de sus miembros? En todo caso, es cierto que, al amparo de la normativa sobre el régimen asociativo, las comunidades cristianas antes de Constantino llegaron a tener su propio patrimonio. Si, en sus comienzos, había un predominio de cristianos pertenecientes a los bajos estratos sociales, a principios del siglo IV había cristianos en todos los niveles de la sociedad. Por otra parte, el cristianismo era la única religión coherente, sin sincretismos. Aún así, la síntesis pagana que se estaba operando entre Apolo-Sol y el acercamiento de Mitra no permitía ver con total claridad qué apoyo religioso era más conveniente para el poder político. La decisión de Constantino de reconocer al cristianismo reforzó las posibilidades de éste de ser la opción preferida como religión oficial del Imperio. El poder político fue permisivo frente a toda forma religiosa que no amenazara el orden vigente, pero, hasta el siglo III, ese poder encontró su justificación y apoyo en los dioses del panteón romano. La persecución de los cristianos finalizó tras el Edicto de Milán (313 d.C.), mediante el que cual el emperador Constantino decreta la tolerancia hacia todas las religiones. En el año 392 Teodosio I proclama a la religión cristiana como la única religión del Imperio. En este primer periodo del cristianismo, denominado frecuentemente como era "patrística", debido a los Patres Ecclesiae (Padres de la Iglesia), los grandes teólogos contribuyen a modelar el pensamiento y la doctrina, siendo el más importante San Agustín, obispo de Hipona (África). La estructura de esta Iglesia primitiva ayuda también a la difusión del cristianismo, facultando a los líderes locales, los obispos -del griego episkopos, "vigilante"- para dirigir la vida espiritual y religiosa de los feligreses. Los obispos de Roma, Antioquía, Jerusalén, Alejandría y Constantinopla serán considerados los "patriarcas" de la Iglesia.
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Los ecos del Realismo se extenderían lentamente por Europa y en relación al alejamiento o cercanía con las fronteras francesas. Además, hubo circunstancias que favorecerían esta difusión: los viajes de Courbet a Bélgica (1851) y a Alemania (1869), así como la visita que muchos artistas europeos harían a París, especialmente con motivo de las Exposiciones Internacionales de 1855. Esta expansión del Realismo, fue fruto también de la evolución general de la civilización europea hacia el positivismo, materializada en el interés por reflejar lo concreto, lo cotidiano y la vida moderna, sin olvidar que el compromiso con las realidades sociales serían fenómenos que, con mayor o menor intensidad, incidirían en los distintos países europeos: Inglaterra, Alemania, Rusia, Polonia, Italia y España.
termino
acepcion
Término que alude a joyas pequeñas y relicarios.