Hubiera sido casi imposible instaurar la corriente neoclásica en España sin la eficiente colaboración de las Academias y de las Sociedades de Amigos del País. En una nación donde lo barroco tenía tanta preponderancia y se encontraba enraizado con lo popular, se logró dificultosamente sustituir sus libertades por los rigores del frío clasicismo. Los Borbones intentan por todos los medios la implantación de los modelos académicos franceses, los cuales a su vez habían sido tomados de las academias italianas del Renacimiento. Desde sus primeros momentos, la Academia francesa había estado totalmente al servicio de la monarquía; por ello, una de las líneas fundamentales fue la educación de los jóvenes artistas, ya que ellos serían los que en el futuro impondrían el gusto real a las clases burguesas por medio de las artes. Lo mismo que el Estado funcionaba rítmicamente a través de una rígida organización, las Bellas Artes, como espejo de éste, habían de ser el diapasón de los sentimientos nacionales. Para conseguir la perfección y el equilibrio necesario los arquitectos, escultores, pintores y artesanos deben de tener una sólida formación dentro de la preceptiva de la Academia. La base era un riguroso adiestramiento en la práctica del dibujo, dividida en dos fases: la copia de grabados, pinturas y vaciados en yeso; y la utilización de modelos vivos. Este último ejercicio era tan sólo permitido en las clases impartidas en las instituciones oficiales. Pronto este sentido práctico de la enseñanza fue completado por el teórico; se componía a su vez de la disertación, o sea clases de tipo teórico, y la disección, analizar una obra de arte con un criterio formalista aplicando una normativa categórica. La primera formación de los artistas era efectuada en los talleres o en academias privadas. Los alumnos más sobresalientes, por lo general pasaban a las academias de Bellas Artes después de superar unas pruebas. El modelo francés pronto se difundió en otros países europeos. España lo importó a mediados del siglo XVIII, al crearse en 1744 la Academia de San Fernando. Pero como hemos señalado, es tan sólo después de la reforma de Mengs cuando cobra verdadero sentido la enseñanza. En los primeros momentos las clases se limitan a la formación de futuros artesanos, a los que se inicia en el dibujo copiando yesos, pinturas y del natural, tal como podemos apreciar en el conocido cuadro de Houasse. Ya Mengs en 1766 adujo la necesidad de impartir materias teóricas, para lo cual era necesario aplicar una normativa. El cultivo de las artes, indica, "no se ha de reducir a la ejecución, sino que principalmente debe ocuparse de la teórica y especulación de las reglas; pues aunque las artes acaban en la operación de la mano, si ésta no se dirige por una buena teórica, quedaran degradadas del título de artes liberales y serán mecánicas." Aparte de la organización de estas clases, pronto la Academia logró tener los medios propicios para el desarrollo pedagógico. De este modo, la magnífica colección de yesos que Mengs había traído de Italia se puso a disposición del alumnado, y, asimismo, una excelente Biblioteca, formada en gran parte desde Italia con la ayuda de Azara y Preciado de la Vega, serviría para que los futuros artistas consiguieran una sólida base teórica y crecieran los conocimientos del profesorado. Las colecciones de pinturas, dibujos y grabados ayudarán a la formación totalizadora de los futuros artistas. El título de Académico era el primer paso para el ennoblecimiento del artista. Por el hecho de pertenecer a la Academia se lograban los derechos de los hijosdalgo. También los alumnos premiados eran excluidos del servicio militar. Estas prebendas promovieron que los gremios de algunas ciudades importantes reconvirtieran sus antiguas escuelas en centros académicos. Así ocurrió con la que existía en la Llotja de Barcelona, refundada en 1775 por la Junta de Comercio. También tenían antecedentes gremiales la Academia de San Carlos de Valencia (fundada en 1768) y la de San Luis de Zaragoza (en 1792). Estas instituciones, al modo de la madrileña, estimulaban a sus alumnos con la concesión de premios y menciones honoríficas, llegando en ocasiones con la ayuda de otras instituciones a becar a sus alumnos en Roma y en París. A través de la Academia y de la protección real el neoclasicismo fue institucionalizado oficialmente en España en torno a 1790. Sin embargo, en los centros periféricos lo barroco aún perduraba de un modo casi clandestino. Ello enfurecía a ciertos ilustrados como Jovellanos y Ceán Bermúdez, quienes despotricaban contra los estertores del bárbaro estilo. De este modo, en 1788, Jovellanos en su "Elogio de Don Ventura Rodríguez" (Madrid, 1790), después de atacar a los pintores que se encargaban de escenografías y decorados en la época de Carlos II -tal Francisco Rizi-, se ensaña con los miembros de la familia Churriguera y sobre todo con el arquitecto madrileño Pedro de Ribera, a quien llama maestro "del arte de soñar a ojos abiertos", o sea, creador de monstruos. A los artistas que seguían la línea barroca les tilda de depravados, perniciosos, desatinados al abandonar "Los preceptos y máximas del arte: convertidos los albañiles en arquitectos y en escultores los tallistas; dado todo el mundo a imitar, a inventar, a disparatar: en una palabra, perdida la vergüenza y puestos en crédito la arbitrariedad y el capricho". Con el pretexto de elogiar a Diego de Villanueva, director de arquitectura de la Academia, indica que es necesario "zaherir y perseguir los restos del mal gusto que se escondían en los talleres de plateros y tallistas y de algunos arquitectos su contemporáneos. Indudablemente, Diego de Villanueva es aún más intransigente en la represión de lo tardobarroco, pero contradictoriamente sigue utilizando formas barroquizantes bajo el pretexto de usar los métodos constructivos del clasicismo italiano. Aparte de reducir y simplificar al máximo estos elementos, conforme avanza su vida, su escasa productividad -tal reconversión del palacio de Goyeneche, obra de José de Churriguera, en edificio neoclásico suprimiendo el basamento pétreo de orden rústico y los dinámicos perfiles de las fachadas con gélidos elementos de orden toscano- es contrarrestada por una brillante actividad, más que teórica, polémica, en lucha continua contra todo síntoma del viejo estilo, tal como muestra su opúsculo "Colección de diferentes papeles escritos sobre todas las partes de la arquitectura" (Valencia, 1766). Villanueva, aparte de demostrar que conocía a los más importantes teóricos de su tiempo, hace una diatriba del rococó. Desde el punto de vista de la nueva didáctica es importante su aparato gráfico, en el que se muestran obeliscos, pirámides... y especialmente un amplio proyecto, tan frío como inmenso, de un arsenal. Desde 1756, en que dirige la Academia valenciana, su sombra se proyecta inmisericordemente sobre los arquitectos que se apartan de la normativa impuesta. El viajero ilustrado Antonio Ponz en su "Viaje a España" se nos presenta también como un sabio e inteligente epígono de Mengs. Como tal despotrica violentamente cuando describe las obras del último barroco peninsular. Así, al tratar del famoso Transparente de Narciso Tomé en la catedral de Toledo señala que "consiste en una máquina enorme de mármol, que harto mejor habría sido dejarlo para siempre en las entrañas de los montes de Carrara, que no haberlo traído para ser un borrón verdadero de esta iglesia... todo lo que allí hay no es más que una arquitectura desatinada y bárbara en la que se ven mezcladas unas esculturas harto comunes;" más tarde indica que "obras de esta clase no se hicieran sin oírse a alguien que hubiese buen gusto e inteligencia en las Bellas Artes". Indudablemente estos bienintencionados ilustrados españoles hubieran destruido en nombre del gusto una buena parte de nuestro patrimonio artístico. Así, Ventura Rodríguez se lamentaba de no poder continuar el derribo del monasterio de Silos después de haber destruido la iglesia; de este modo sólo por imperativos económicos ha llegado hasta nuestros días el maravilloso claustro románico.
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En torno a 1880 la consolidación de las economías primario exportadoras ya era una realidad en la práctica totalidad de los países de América Latina y como resultado dé la misma se había producido una importante aceleración del crecimiento económico. La demanda de nuevos productos como consecuencia de los avances en la industrialización y la incorporación al mercado internacional de nuevas regiones productoras de materias primas se vio favorecida por las innovaciones tecnológicas en el mundo del transporte y las comunicaciones, la adecuación de los métodos del comercio exterior a esta nueva situación y la expansión de las finanzas internacionales. Pero en este proceso también es necesario contemplar las transformaciones que se estaban produciendo en los propios países latinoamericanos, como la expansión de la frontera agrícola, la construcción de infraestructuras (particularmente puertos y ferrocarriles), el crecimiento demográfico y la inmigración y el surgimiento de nuevos grupos urbanos. Sin embargo, el crecimiento económico latinoamericano no afectó de un modo homogéneo a todos los países ni a todas las regiones, ya que, como suele ocurrir, éste se produjo a costa de importantes desequilibrios que facilitaron el desarrollo de algunas regiones y condenaron a otras al olvido, al atraso y al subdesarrollo. Esta situación ha llevado a numerosos autores a hablar de la existencia de economías duales, donde coexistían una parte moderna y dinámica, vinculada al mercado internacional con otra parte antigua y atrasada, orientada al autoconsumo y que era explotada por la anterior. De alguna manera se reproducía en el plano interno la interpretación dependentista que distingue entre países centrales y periféricos. En este esquema son los primeros quienes explotan a los segundos en función de una determinada división internacional del trabajo, que en el caso de las economías duales se referiría a una división nacional del trabajo. Para que la teoría de la dependencia funcione es necesario agregar que la incorporación de los países periféricos (los latinoamericanos en nuestro caso) a una determinada especialización productiva se debe más a imposiciones provenientes de los países centrales que a elecciones racionales, en función de la rentabilidad de las inversiones, realizadas por las distintas oligarquías nacionales. En este esquema, dichas oligarquías serían meras comparsas del imperialismo, que teniendo en cuenta únicamente sus intereses se plegaron a sus dictados. De este modo, se habla de las oligarquías "cipayas" o "vendepatrias". La teoría de la dependencia, y otras explicaciones similares como la estructuralista, han introducido el factor externo, el "imperialismo", como el principal argumento interpretativo de cuanto pasa y ha pasado en la historia latinoamericana. Sin negar la importancia ni la magnitud de las inversiones extranjeras en el continente, ni los estrechos vínculos existentes entre los países del área y Gran Bretaña y los Estados Unidos, fundamentalmente, ni siquiera las fuertes presiones políticas realizadas por los gobiernos de estos dos últimos países sobre los gobiernos latinoamericanos, intentaremos profundizar en aquellas explicaciones vinculadas más estrechamente con los procesos internos y con el manejo de los gobiernos y los particulares de las relaciones internacionales. También se ha señalado que los ingresos del sector exportador no sólo beneficiaron al capital extranjero sino también a las oligarquías nacionales. Estas habrían hecho, según la misma interpretación, un uso totalmente improductivo de los mismos, consumiéndolos en gastos suntuarios (construcción de palacetes, viajes a Europa, fiestas, etc.), sin reinvertirlos en la industria u otras actividades productivas y sin preocuparse por el desarrollo de sus propios países ni por el estado de los sectores menos favorecidos. Sin embargo, una serie de investigaciones recientes demuestra que la actividad exportadora tuvo un signo positivo para el conjunto de la economía y fue el principal motor del crecimiento. Los encadenamientos que podía promover la exportación servían de estímulo a otras actividades productivas, al igual que ocurría con el abastecimiento de algunas regiones dedicadas a la exportación. Por otra parte, y dado que los impuestos aduaneros representaban la principal fuente de ingresos fiscales, se observa que tanto las obras de infraestructuras, como la mayor parte de los gastos en educación, sanidad y en acondicionamiento urbano fueron posibles por la apertura económica y el endeudamiento externo que se produjo gracias a la expansión exportadora.
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Campoamor estaba en la comisión redactora primera desde el inicio, sin faltar ni un solo día a las sesiones. Derechos electorales iguales para ambos sexos pasaron en Comisión sin problema alguno. La comisión daba por concluido con éxito su trabajo. Campoamor defendió su trabajo en la que fue su primera intervención en pleno en la Cámara. El texto constitucional tenía apoyos más que suficientes y el Proyecto se podía entregar para su debate. El sufragio universal parecía quedar asegurado. Pero cuando se aproximaba el debate en Pleno comenzaron a correr rumores en la Cámara. La "concesión del voto a la mujer" podría posponerse. El debate comienza con la intervención, poco seria, de Ayuso, que da como edad de voto para las mujeres los cuarenta y cinco años. En las actas se transparenta que el ambiente de la Cámara pierde nivel: comienzan ruidos, comentarios, bromas. Campoamor se indigna: "He de decir que lamento que cosas de esta entidad y de esta altura puedan tomarse como base de una broma indecorosa y soez". La voz de Campoamor es interrumpida por acusaciones de histerismo. Campoamor concluye "si fuésemos a deslizarnos por el camino de la broma y el ingenio... yo propondría muchas limitaciones para los varones. No las voy a enumerar". Pero Ayuso no se arredra y responde con nuevas e inoportunas bromas. El Presidente de la Cámara, Besteiro, tiene que recordarle que está dejando de ser ingenioso, así como pide que el debate no se prolongue. El nivel sigue descendiendo y lo peor llega cuando interviene Guerra del Río, de sus palabras se sigue que la minoría radical va a cambiar su voto. Los suyos la están dejando sola. ¿Con quién contará si su propio partido, que la ha llevado en sus listas y colocado en la comisión redactora la deja sola? Guerra del Río dice que los radicales apoyan la igualdad entre los sexos, pero el voto de las mujeres es un peligro grave porque consideran que el voto femenino "se unirá a la extrema derecha"; en resumen, esta es la postura que los suyos salvo alguna excepción: "negar el voto a la mujer, no; pero que se reserve la república el derecho para concederlo en una ley electoral, para negarle al día siguiente si la mujer vota con los curas y la reacción (4)". Por si fuera poco claro, apostilla que lo mejor será "conceder ese voto en una ley que pueda ser derogada por las mismas Cortes que la votaran". Campoamor argumenta, desde bases iusnaturalistas que los derechos políticos de las mujeres son inalienables e imprescriptibles. Replica además que "no es posible sentar el principio de que se han de conceder unos derechos si han de ser conformes con lo que nosotros deseamos y, de no ser así, revocarlos el día de mañana. Eso no es democrático (5) ". Las mujeres en estas Constituyentes han podido ser elegidas; hay que terminar lo que se empieza. Se niega al derecho pasivo, ser elegida y no elegir. "nosotras aquí no representamos la voluntad femenina; somos una creación, casi puede decirse que una ficción ... con la que tratábais de mostraros ante el mundo con algún adelanto; casi podría decirse que nosotras, mujeres, deberíamos negarnos a aceptar el derecho pasivo si no concedéis a nuestras hermanas el derecho activo, porque no debemos prestarnos a contribuir a la farsa. Una mujer, dos mujeres ¿Qué hacen en un Parlamento de 465 diputados? Dar una nota de color, prestarse a una broma... (6)" Tras palabras tan rotundas, Acción Republicana retira el apoyo al voto femenino. Campoamor ve que cuenta con apoyos muy justos. Cuenta con el respaldo de los socialistas, unos pocos diputados republicanos y la minoría de la derecha agraria. Se oponen los radicales, el Partido Socialista Radical, buena parte de los republicanos y tampoco se puede contar con el grupo de socialistas influenciado por Indalecio Prieto. ¿Qué va a suceder en la votación? Gráfico Pero a Campoamor le quedan aliados. El diputado Sr. Cordero (7) (socialista), ha respondido: "a nosotros no nos preocupa que la mujer tenga derecho a votar. Cuando se promulgó el sufragio (masculino) los trabajadores vivían una vida inferior; su incultura era enorme; aquellos que pensaron en implantar el sufragio universal no repararon en los peligros que ello pudiera tener porque sabían muy bien que implantar el sufragio era abrir una escuela de ciudadanía. .Lo mismo ocurrirá con el sufragio de la mujer ¿Tenéis miedo a cómo se pronuncie? Pues trabajad para que se produzca en tono con nuestras ideas". Campoamor mantiene que el voto en sí es el mejor medio educativo que existe. Pero que, aunque así no fuera, no cabe excluir del derecho de voto a los votantes por la impresentable razón de que no vayan a votarlo a uno. "Si habéis votado la igualdad no podéis mantener la condición. No deis una lección de ilogicidad (8)". Y, rotunda, termina su discurso: "Los sexos son iguales, lo son por naturaleza, por derecho, por intelecto" y acaba "Además, lo son porque ayer lo declarasteis". Pidió votación nominal. "El primero de octubre, fue el gran día del histerismo masculino, dentro y fuera del Parlamento (9)". La otra mujer presente en la Cámara debía convertirse en la portavoz del antisufragio. Victoria Kent, radical socialista, pedirá explicar su voto negativo: "Es significativo que una mujer como yo se levante en la tarde de hoy a decir a la Cámara sencillamente que creo que el voto femenino debe aplazarse. Que creo que no es el momento de otorgar el voto a la mujer española. Lo dice una mujer que, en el momento de decirlo, renuncia a un ideal". Se suceden aplausos y exclamaciones de ¡Muy bien! Sólo hay dos mujeres en el Parlamento y se están oponiendo en un asunto crucial. Kent continúa: "quiero significar a la Cámara que el hecho de que dos mujeres que se encuentren aquí reunidas opinen de manera diferente no significa absolutamente nada.. no creo que sea motivo para esgrimirlo en un tono un poco satírico". Prosigue: "es necesario aplazar el voto femenino porque yo necesitaría ver, para variar de criterio, a las madres en la calle pidiendo escuelas para sus hijos; yo necesitaría haber visto en la calle a las madres prohibiendo que sus hijos fueran a Marruecos; yo necesitaría ver a las mujeres españolas unidas todas pidiendo lo que es indispensable para la salud y la cultura de sus hijos. Por esto Sres. Diputados, por creer que con ello sirvo a la República.., pido a la Cámara que aplace el voto para la mujer. Lo pido porque no es que con ello merme en lo más mínimo la capacidad de la mujer... si condicionamos el voto de la mujer quizás pudiéramos cometer alguna injusticia. Si aplazamos el voto femenino no se comete injusticia alguna"... "Si las mujeres españolas fueran todas obreras, si las mujeres españolas hubiesen atravesado ya un periodo universitario, yo me levantaría hoy frente a toda la Cámara para pedir el voto femenino...pero me levanto para decir lo contrario". (Aplausos). Campoamor ha de responder. Bien a su pesar, escribe en sus memorias, le toca llevar en solitario la bandera del sufragio. Frente a toda la Cámara se permite ironizar a propósito de la tortura moral que debe sentir Kent. Le pregunta: "Que cuándo las mujeres se han levantado para protestar por la guerra de Marruecos? Primero ¿y por qué no los hombres? Segundo, ¿quién protestó y se levantó en Zaragoza cuando la guerra de Cuba más que las mujeres? ¿Quién nutrió la manifestación pro responsabilidades del Ateneo, con motivo del desastre de Annual, más que las mujeres, que iban en mayor número que los hombres? (10)". Continúa "Cómo puede decirse que cuando las mujeres den señales de vida por la República se les concederá como premio el derecho a votar? (11)". Las mujeres trabajan, estudian, pagan impuestos, sufren -todas- las consecuencias de la legislación que el Parlamento aprueba. La Cámara, votada por un solo sexo no es verdaderamente representativa. Campoamor comienza a ser sistemáticamente interrumpida. El Presidente pide silencio. "Tenéis, dice, el derecho que os ha dado la ley que hicisteis vosotros, no tenéis el derecho natural, el fundamental, que se basa en el respeto a todo ser humano y lo que hacéis es detentar un Poder (12)". Campoamor se rehace: "Yo ruego a la Cámara que me escuche en silencio; no es con agresiones y no es con ironías como vais a vencer mi fortaleza; la única cosa que yo tengo aquí ante vosotros... que merezca la consideración y acaso la emulación ... es el defender un derecho a que me obliga mi naturaleza y mi fe, con tesón y firmeza (13)". De nuevo afirma que el debate es de principios, "es un problema de ética, de pura ética, reconocer a la mujer, ser humano, todos sus derechos ... sólo aquel que no considera la mujer un ser humano es capaz de afirmar que todos los derechos del hombre y el ciudadano no deben ser los mismos para la mujer que para el hombre". Recuerda como la concurrencia de mujeres a los mítines supera a la masculina, lo que significa que las mujeres esperan y confían en la política. Insiste en que la madurez política se adquiere por el ejercicio de los derechos: "La única manera de madurarse para el ejercicio de la libertad es caminar dentro de ella". Y concluye: "Señores Diputados ... sigo pensando, no por vanidad, sino por íntima convicción, que nadie como yo sirve en estos momentos a la República española". (Aplausos). Interviene después el Sr. Ovejero (socialista), quien explica que votará contra su criterio personal, pero con su partido: el partido socialista, unánimemente, defiende que la mujer tenga pleno acceso a las deliberaciones políticas, y pide el sufragio para llamar a la conciencia de la mujer y convertirla en cooperadora del resurgimiento español. Interviene Castrovido para explicar su voto, contra su minoría de Acción Republicana, quien afirma que votará, por lógica, a favor del sufragio. Mantiene que la mujer está en agrupaciones como cofradías y juntas benéficas porque allí habla, discute y toma iniciativas. Por último el Sr. Companys explica que su minoría catalana votará libremente, pero que él vota afirmativamente el dictamen. Una vez que ha intervenido cada grupo, con excepción de las derechas, que no explican su voto, se vota por fin el dictamen y los resultados son: a FAVOR DEL VOTO 161. EN CONTRA 121. En el maremagno que sigue a la votación, -gritos en los escaños y en los pasillos, amenazas, aplausos- intenta intervenir Carrasco y Formiguera, de la Lliga: No podemos admitir que sólo tengan voto la mitad de los ciudadanos españoles ... conozco la Historia y sé que muchas veces con el título de la religión se ha sido intolerante ... pero ahora ¿queréis volver la oración por pasiva?" Tras él interviene el Sr. Franco que se felicita por el sufragio femenino "por ser de justicia ya que la República vino traída por los hombres y por las mujeres; ellas pusieron tanto como nosotros". Con dos intervenciones más, para explicar votos en contra, se salda el tema. Pero no se ha ganado todavía, como la realidad se encargará de demostrar.
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El origen del hombre aparece relacionado con el reconocimiento de la antigüedad de la propia Tierra. A lo largo de los siglos XVIII y XIX los descubrimientos de la geología permitieron establecer no sólo que la Tierra debía tener más de los 4.004 años bíblicos sino que su historia geológica había sido enormemente complicada. Sin embargo, el reconocimiento de la antigüedad de la presencia humana necesitó también del reconocimiento de la evolución biológica. Los estudios de los geólogos destinados a desarrollar la naciente revolución industrial sistematizaron la corteza terrestre buscando nuevas fuentes fundamentalmente de materias primas y elaborando consecuentemente mapas y series geológicas que facilitaran la búsqueda de estas materias, fundamentalmente hierro y carbón. A lo largo del siglo XVIII se fue organizando este conocimiento y estableciendo el sistema de eras que conocemos en la actualidad: Primario, Secundario y Terciario, al que se unían unos niveles aluviales, indeterminados y superficiales, que según la ideología de la época se asociaban con el Diluvio. Ya en 1829 Desnoyers introduce el término Cuaternario para definir los niveles que cubrían el Terciario en la cuenca de París. Fueron, por otro lado, los trabajos de Charles Lyell a quien debemos la introducción en 1839 del término Pleistoceno (lo mas reciente) para referirse a este último periodo de la historia de la tierra, sin considerar referencias bíblicas, al utilizar los datos de la paleontología para caracterizar estos niveles y constatar que más del 70 por 100 de las especies fósiles se corresponden con las que aún se conservan. Sin embargo, el rasgo principal del cuaternario, la existencia de glaciarismo, todavía tardó tiempo en ser reconocido. La presencia de bloques erráticos y restos de morrenas, caracteres ambos típicos de la acción de los glaciares en la zona, fueron en principio interpretados como huellas del diluvio. Su enorme dispersión, ocupando casi todo el norte de Europa, estaba en contradicción con el propio sistema de Lyell, el actualismo, que propugnaba que los procesos antiguos eran los mismos que los modernos, y que sólo el estudio de las actividades geológicas que se conocían en la época podían explicar los de la prehistoria. La existencia de enormes cambios en la superficie de la tierra se acercaba más a la teoría catastrofista de Cuvier, centro principal de los ataques de Lyell. La ausencia en la actualidad de glaciares en las mismas zonas invalidaba toda posible interpretación glaciar de los mismos. Los bloques erráticos de granito, situados sobre las calizas de las montañas del Jura, fueron reconocidos como productos de glaciares por el suizo Saussure en 1779 y por el inglés James Hutton en 1795, quienes pensaron que en los Alpes había habido momentos en los que los glaciares se habían extendido más lejos que en la actualidad. La visión oficial, propugnada por el actualismo, hizo que fueran interpretados como bloques arrastrados por los icebergs del lejano Norte o por fuertes inundaciones. Entre los defensores de esta teoría estaba Charles Darwin, un lyellano convencido, que había visto los bloques arrastrados por el hielo durante su viaje en el Beagle por Tierra del Fuego. Poco a poco los investigadores, tanto suizos como noruegos, fueron observando otras evidencias del paso de glaciares sobre sus territorios. A la presencia de bloques erráticos o morrenas, se unieron las estrías producidas por la acción de bloques de piedra arrastrados por el hielo sobre las rocas. Fue Louis Agassiz quien en 1837 propuso la identificación de un gran período glaciar causante de grandes cambios climáticos y marcado por la extensión de una enorme capa de hielo que partiendo del Polo ocuparía toda Europa hasta los Alpes, así como Asia y América. A la presencia de huellas geológicas de la existencia de una época glaciar, se unieron otras procedentes de otros campos. A lo largo del siglo XVIII los viajeros rusos comenzaron a enviar noticias de la aparición de restos de mamuts enterrados en los hielos. Los colmillos de mamut habían sido durante mucho tiempo una importante fuente de dinero para los siberianos, quienes los habían vendido primero a los chinos, y después a los rusos. Los restos fósiles de estos animales fueron otro de los argumentos utilizados por los glaciaristas para defender la extensión de los hielos. Así, a partir de 1850 se comenzó a reconocer y reinterpretar otras evidencias, y se pasó de aceptar un diluvio a reconocer que la última parte de la historia de la Tierra se caracterizaba por la presencia masiva del hielo. Este reconocimiento cambió también la visión de la historia de los seres humanos. A la identificación, por parte de estos primeros investigadores, de una época glaciar, siguió la percepción de que ésta había sido más compleja de lo previsto. Ya entre 1847 y 1856 las investigaciones en Suiza, Gales y Escocia permitieron establecer dos niveles de morrenas, por lo que al nivel que los separaba se denominó, lógicamente, interglaciar. Poco a poco la historia del Cuaternario se fue volviendo más compleja. En 1882 Penck estableció la secuencia que ha pasado a ser clásica, identificando cuatro avances glaciares que reconoció en cuatro afluentes del Rin, entre Ulm y Munich. Sus nombres Günz, Mindel, Riss y Würm pronto pasaron a ser parte de la terminología geológica. La identificación de estos avances glaciares corrió paralela al reconocimiento de las fases interglaciares; sus sedimentos denotaban la presencia de faunas y floras templadas, que indicaban claramente que el clima había sido enormemente cambiante. Estos cambios climáticos implicaban no sólo que los glaciares habían ocupado Eurasia, sino que el clima global de la Tierra había variado. El reconocimiento de la globalidad de esta variación fue reconocido por investigadores como Luis Lartet, quien en el Mar Muerto identificó niveles que indicaban que el lago había sido más grande en otro tiempo por la acción de épocas más húmedas que la actual, correlacionando la subida de nivel de los lagos de climas áridos con la expansión de los glaciares. Durante los momentos glaciares, en las zonas áridas se había producido un aumento de la lluvia, que había provocado la subida del nivel de los lagos. Este hecho se constató también en otras cuencas lacustres de clima árido, como el mar Caspio o el mar de Aral. De esta forma se pudo confirmar la globalidad de los fenómenos glaciares y su repercusión sobre toda la superficie de la tierra. Sin embargo, la investigación geológica se planteó también la necesidad de caracterizar los tiempos geológicos actuales, para los que en el Congreso Internacional de Geología de 1885 se propuso el término Holoceno (totalmente reciente). Este presenta restos paleontológicos iguales a los actuales, y en muchos casos las propias formaciones geológicas se perciben en la actualidad. De cualquier modo, el reconocimiento de la realidad geológica de la antigüedad de la presencia humana sobre la tierra vino también complicada por el establecimiento de la propia edad de la Tierra. La famosa fecha establecida por el obispo Ussher, que situaba la creación el día 25 de octubre del año 4004 a.C., se basa en los cálculos bíblicos, único sistema de establecer cronologías conocido en la época. La identificación de los diferentes estratos geológicos de la Tierra y el triunfo de las hipótesis uniformitaristas de Lyell hicieron necesario considerar que la edad de la Tierra debía ser mucho más antigua como única forma de poder explicar la formación y posterior destrucción -por erosión- de las montañas. Es famoso el cálculo de Darwin sobre la erosión de los sedimentos del Weald (Cretácico) del sureste de Inglaterra. Calculando el volumen de los sedimentos preexistentes y la tasa de erosión marina, obtuvo una edad aproximada de 300 millones de años para llegar a la situación actual. Esta fecha, que si bien era sólo un ejemplo de técnica actualista, pronto se vio criticada y revisada. La crítica más efectiva vino por parte de uno de los más grandes físicos del siglo XIX, lord Kelvin. Éste, descubridor del sistema de temperaturas absolutas, se basó lógicamente en los datos físicos. Sus cálculos comenzaron por el calor emanado del Sol, llegando a la conclusión que si no se descubrían nuevas fuentes de calor el Sol, dado su volumen actual, no podía habernos calentado más de 100 millones de años. Otros análisis centrados en los propios sistemas físicos de la Tierra le llevaron a una fecha de 98 millones de años, aunque dejo un margen entre 20 y 400 millones de años. Estas fechas, avaladas por una personalidad científica como la de lord Kelvin, fueron siempre un obstáculo para los evolucionistas que no contaban con tiempo suficiente para poder mantener un ritmo constante en los pasos evolutivos hacia la humanidad, lo que llevaba indefectiblemente a aceptar un cierto catastrofismo, hecho éste siempre rechazado por los uniformitaristas.
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La gran conquista de América, un continente que era más de 80 veces España, fue realizada en menos de treinta años por unos miles de peninsulares -seguramente no llegarían a los diez mil- que recorrieron el continente buscando sus centros de mayor riqueza para establecer sobre ellos fundaciones coloniales. Guiados por los informes de los indios, fueron alcanzando los núcleos de poder y cultura de la América precolombina y los dominaron militarmente gracias a su armamento y técnica de combate. La conquista fue así la transición, a sangre y fuego, de la Iberoamérica indígena a la colonial.
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Gran parte de las riquezas que llegaron a Roma se emplearon en la transformación material de las ciudades, especialmente, la de Roma. El prestigio político que suponía ser la capital efectiva del mundo mediterráneo no se reflejaba hasta entonces en su estructura urbanística. No obstante, las construcciones hasta comienzos del siglo II, más que a una política urbanística sistematizada, corresponden sobre todo a intentos político-propagandísticos de las distintas facciones de la nobilitas. Así, por ejemplo, en el 221 el cónsul Flaminio inaugura el Circus Flaminius, donde tendrán lugar los ludi plebei, aunque habrá que esperar al 179 para que el censor Lépido construya el primer teatro romano permanente y con gradas, sin duda inspirado en los teatros helenísticos. Son muy numerosos los templos construidos como recordatorio de los Fasti triunfales de los cónsules victoriosos. Entre otros, la reconstrucción del templo a Mater Matuta en el Foro Boario por Fulvio Flaco, la fundación en el 238 a.C. del templo de Iupiter Libertas sobre el Aventino por obra de T. Sempronio, el templo de la Victoria (294 a.C.) sobre el Palatino por iniciativa de Postumio Megelo o la aedes Honoris et Virtutis de Claudio Marcelo (222 a.C.) después de la victoria de Sentino. M. Curio Dentato parece que fue el fundador del templo de Feronia, identificado con uno de los templos del área sacra de Largo Argentina. Posteriormente se proyectó la unión de estos templos de Largo Argentina en un único complejo monumental, rodeando los tres templos, de Leronia, Giuturna y el de los Lares permarini con un pórtico llamado porticus Minucia, puesto que fue M. Minucio Rufo el que encargó construirlo. A partir de finales del siglo III y comienzos del siglo II, se lleva a cabo una reorganización del Foro, dándole un carácter mucho más monumental a inspiración del ágora helenístico. En el 200 a.C. la poderosa familia de los Emilios construye la primera basílica de Roma, llamada Aemilia. Poco después, en el 184 a.C., Catón el Censor construirá otra basílica, la Porcia, durante su censura. En el 170 a.C., Tiberio Sempronio Graco hace construir la basílica Sempronia. Las basílicas -cuyo nombre significa pórtico real o atrium regís- tienen un origen oriental y estaban destinadas a hospedar las actividades de los comerciantes, armadores y hombres de negocios. La proliferación de basílicas en esta época confirma el desarrollo del comercio, la banca y, en general, el aumento de la riqueza móvil. Como también lo confirma la construcción en el 193 a.C. de un nuevo puerto comercial en el Tíber, llamado emporiun, y que será el centro de importación y redistribución de las mercancías destinadas a la alimentación de Roma. Los templos y la mayoría de los edificios construidos durante la primera mitad del siglo II tienen como modelo permanente al mundo helenístico. Un ejemplo de ello sería el templo de Iuno Regina, reconstruido por Q. Cecilio Metelo Macedónico, dedicado en el 197, unido al de Iupiter Stator y englobados ambos en un porticus, construido por el arquitecto Ermodoro e inspirado en el estilo jónico. El volumen de obras públicas durante la segunda mitad del siglo II a.C. sin duda supuso un aumento muy significativo de la mano de obra servil, en Roma, respecto al período precedente. El flujo de esclavos a Italia fue enorme entre el 200-150. Entre estos años se calcula en torno a los 250.000 el número de prisioneros -principalmente epirotas, púnicos y etolios- reducidos a la esclavitud. En su mayoría fueron destinados a las grandes propiedades agrícolas del sur de Italia, pero también en Roma aumentó sensiblemente la masa de esclavos, especialmente en la construcción.
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Entre 1870 y 1914 cabe distinguir cuatro ritmos en este proceso de urbanización. En Asia y África (con excepción de Japón y algunos centros coloniales), la población de las ciudades permanece estacionaria o aumenta débilmente. En los países europeos de industrialización moderada o tardía, las ciudades crecen a un ritmo limitado. Inglaterra y Alemania, al amparo del desarrollo industrial, cuentan con numerosas ciudades, rápida y poderosamente desarrolladas. En los países de fuerte inmigración se produce una urbanización extremadamente rápida y brusca. Este desarrollo urbano se debe a tres causas, a veces simultáneas. En primer lugar, la emigración del campo a la ciudad, dentro de los respectivos países, como efecto de la revolución industrial, iniciado en el siglo XVIII, y la transformación de las estructuras agrarias, acentuada a partir de las crisis de los setenta (baja de precios agrícolas). En segundo lugar, este aporte se debe a inmigrantes extranjeros, sobre todo en los países "nuevos". Por último, el propio crecimiento natural. Claro está que en el interior de las poblaciones existe una diferencia (lo mismo que entre países de bajo y alto nivel de vida) entre los barrios pobres con una natalidad fuerte, frente a los barrios de gente más acomodada. Las causas citadas permiten que continúe el ritmo de crecimiento urbano. En 1913, Europa dispone de 180 poblaciones superiores a los 100.000 habitantes (en todo el mundo, en torno a 1850, sólo 40 alcanzaban ese número de habitantes). Diez sobrepasan 1.000.000 y algunas, como Londres, Moscú, París, Berlín, eran gigantescas. En los países nuevos, gracias a la agricultura mecanizada, el fenómeno es similar a Europa, dando lugar a ciudades "hongo" como Chicago, que pasa de 30.000 habitantes en 1850 a 2.250.000 en 1914, y Filadelfia cuya población pasa de 121.000 habitantes en 1850 a 1.600.000 en 1914. Paralelamente, la población urbana aumentaba. En Estados Unidos, pasó de 35,1 por 100 en 1890 a 51,2 por 100 en 1920. En estrecha relación con la urbanización y la emigración está el cambio de proporción de los distintos sectores de producción. A mediados del siglo XIX el sector primario (agricultura y pesca) engloba dos tercios de la población mundial. Esta estructura va a ir cambiando, en beneficio del sector secundario y terciario, en consonancia con el despegue de la industrialización, comercialización y urbanización. Inglaterra marcha a la cabeza de esta transformación, mientras que en los demás países industrializados este cambio es posterior. Así, en Estados Unidos la población activa se transformó profundamente. Una tercera característica es la ocupación de la mano de obra femenina en los sectores secundario y terciario. El caso más peculiar es el Japón, con un predominio de mujeres en la industria (en 1914 el 60 por 100); le siguen Suecia y Dinamarca (38 por 100), Francia (36 por 100) y Suiza (34 por 100). En este aspecto, y durante esos años, incide muy especialmente la movilización masculina y la suplencia de la mano de obra masculina movilizada durante la Primera Guerra Mundial.
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Aunque los progresos realizados durante el último medio siglo en el conjunto del planeta son innegables, las enormes diferencias entre los países ricos (o desarrollados) y los países pobres (o subdesarrollados) siguen lamentablemente siendo hoy una de las características principales de la economía mundial. Las preocupaciones sobre la crisis económica y sus secuelas (desempleo, marginación, incremento de la desigualdad... ) han ocupado la agenda de las sociedades occidentales en los últimos años. Con una perspectiva global, los problemas más importantes a los que la Humanidad debe hacer frente no están, sin embargo, en los países desarrollados sino en el Tercer Mundo.Un informe reciente de las Naciones Unidas resumía en unos pocos datos las insuficiencias dramáticas de la situación económica mundial: hay unos 800 millones de personas que siguen sin tener alimentos suficientes para comer; todavía mueren al día 34.000 niños de corta edad por malnutrición y enfermedades erradicables; aproximadamente diecisiete millones de personas mueren al año de enfermedades infecciosas y parasitarias -como la diarrea, el paludismo y la tuberculosis- que ya han desaparecido en los países ricos; la cuarta parte de la población mundial, esto es, unos 1.300 millones de personas sobre los 5.500 millones totales, vive en la pobreza absoluta, sin que pueda cubrir ni siquiera las necesidades básicas de alimentación, cobijo y salud; hay 35 millones de desplazados o refugiados; el 80 por 100 de los afectados por el sida vive en el Tercer Mundo; la situación medioambiental es catastrófica en muchas regiones del planeta (la desertización afecta a zonas en las que viven 850 millones de personas y cada segundo se deforesta una extensión de bosques tropicales equivalente a la superficie de un campo de fútbol).La testaruda realidad del subdesarrollo es, claro está, mucho más compleja que lo que indican esas impersonales pero escalofriantes cifras.Es bien sabido que más de tres cuartas partes de la población mundial viven en países del Tercer Mundo (85 por 100 si se cuentan también las naciones en transición de la antigua Unión Soviética y los países de Europa central y oriental). A principios de los años noventa ese 85 por 100 apenas efectuaba el 13 por 100 de la producción mundial, mientras que al 15 por 100 restante que vivía en los países ricos miembros de la OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico) se debía el 86 por 100 de esa producción. Además, se estima que en el año 2025 únicamente el 10 por 100 de la población mundial vivirá en los países hoy miembros de la OCDE. El resto lo hará en países subdesarrollados o en las hoy economías en transición que, en su mayor parte, se están "tercermundizando".La desigualdad internacional es, pues, enorme. La renta media por habitante de los países de la OCDE, medida en dólares a tipos de cambio (cantidad de moneda nacional que se cambia por un dólar) corrientes, es más de 20 veces superior a la de la media de los países del Tercer Mundo. Esa ya de por sí amplísima diferencia esconde además desproporciones abismales: la renta per cápita de Suiza, probablemente el país más rico del mundo, es más de 400 veces la de Mozambique, quizá la nación más pobre del planeta.Por añadidura, esa brecha es cada vez mayor. Los economistas del PNUD (Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo) han estimado que el cociente entre la proporción de la renta mundial que va a parar al 20 por 100 más acomodado de la población total y el peso relativo de la del 20 por 100 más pobre ha pasado de 30 a 60 entre 1960 y 1990. Esto es, aparece una desigualdad no sólo enorme (de dos a tres veces mayor, a escala mundial, que la que existe en el Brasil, seguramente el país del Tercer Mundo con una distribución de la renta más desigual) sino también creciente. La brecha que existe entre los países más ricos del mundo y las naciones más pobres es cada vez mayor. Todo esto además sin contar a las personas pobres que malviven en los países ricos. Si lo hiciéramos, la renta de los 1.000 millones de personas con más medios habría pasado, respecto de la de los 1.000 millones más pobre, de ser 75 veces mayor en 1960 a suponer 150 veces más en 1990.Es bien cierto que, si utilizamos datos de renta en paridad de poder adquisitivo (esto es, teniendo en cuenta la capacidad adquisitiva de la renta por habitante y no por su equivalente en dólares a tipos de cambio corrientes), la desigualdad es bastante menor, pese a lo cual sigue siendo muy grande: la renta per cápita de los países de la OCDE sería unas diez veces mayor que la de los países del Tercer Mundo, en vez de serlo veinte veces.La economía mundial es pues tremendamente desigual. Además, esa falta de equidad no figura en la agenda de los temas más urgentes que los países ricos abordan periódicamente, por ejemplo, en las reuniones del G-7 (el grupo de los siete países más industrializados) o de la OCDE. La ayuda oficial al desarrollo es muy insuficiente (apenas unos 50.000 millones de dólares al año, una proporción muy pequeña de las necesidades de los países pobres) y está mal distribuida, puesto que reciben más los países menos pobres y los que más gastan en armamento. Y lo que es aún más grave: desde 1983 y durante casi un decenio se produjo, en gran parte por causa del reembolso de la deuda externa y de la fuga de capitales, una transferencia neta de recursos financieros "del Sur al Norte", es decir, todo lo contrario de lo que sería de sentido común.Por si esto fuese poco, muchos países ricos se protegen de las importaciones procedentes de los países pobres, con una larga serie de barreras al comercio. Por ejemplo, desde 1986 los Estados Unidos restringen las importaciones de artículos de confección originarios de Bangladesh, uno de los países más subdesarrollados del planeta. Para colmo de males, los países más desarrollados dificultan enormemente, cuando no impiden claramente, la entrada de inmigrantes provenientes de los países pobres, en lo que representa un nuevo ejemplo de la falta de solidaridad con seres humanos que viven muchas veces en condiciones miserables. No acaba aquí la larga serie de injusticias: algunos organismos internacionales, como el Banco Mundial o el Fondo Monetario Internacional (FMI) están dominados completamente por el pequeño número de países más ricos del planeta y son foros en los que el Tercer Mundo apenas puede hacer oír su voz.El desarrollo económico es una necesidad imperiosa en el mundo actual, y no sólo por razones humanitarias y de equidad. Si no queremos condenar para siempre a cientos de millones de personas a una existencia miserable y si pretendemos construir un mundo más equitativo, el desarrollo es una tarea ineludible. También lo es por una razón adicional, de gran importancia: los países pobres muchas veces no tienen más remedio que crecer y desarrollarse a expensas del medio ambiente (por ejemplo, deforestando los bosques tropicales o instalando fábricas contaminantes), lo que repercute en los habitantes de los propios países desarrollados. Cuando los brasileños talan enormes extensiones de árboles de la Amazonia o cuando los chinos crean instalaciones industriales que provocan lluvia ácida o generan gases de invernadero, los afectados no son únicamente ellos, sino todos los pobladores del planeta.Hay pues muchas razones para defender la necesidad del desarrollo en los países del Tercer Mundo. Para superar las situaciones de insatisfacción aguda de las necesidades básicas del ser humano (alimentación, salud, vestido y cobijo, sobre todo, pero también educación y respeto de los derechos humanos); para ampliar las posibilidades de elección, liberando a las personas de las imposiciones del medio natural y permitiéndoles organizar su vida con más libertad; para promover la emancipación de cientos de millones de mujeres en el Tercer Mundo, que en muchas ocasiones deben ocuparse únicamente ellas solas de la salud, la educación, el vestido e incluso la alimentación de sus hijos... Por todas esas razones y por muchas más, el desarrollo económico es una necesidad urgente en el mundo de hoy.Hasta principios de los años sesenta la mayor parte de los economistas pensaba que el crecimiento económico (la expansión del Producto Interior Bruto -PIB- o de la renta per cápita) conllevaría desarrollo. Sin embargo, ha quedado claramente demostrado por la experiencia de muchos países del Tercer Mundo que un aumento sostenido del producto o de la renta puede coexistir con el incremento de la pobreza, la desigualdad o el desempleo. Ese fenómeno de "crecimiento sin desarrollo" se registró por ejemplo en Brasil durante los años sesenta y setenta del presente siglo: el PIB creció a una tasa anual muy elevada (cercana a 10 por 100 entre 1967 y 1973, la época del mal llamado "milagro" brasileño), pero aumentó el porcentaje de pobres, se incrementó notablemente la desigualdad en la distribución de la renta y de la riqueza y creció el subempleo e incluso el desempleo en algunas áreas.El desarrollo es así un fenómeno mucho más amplio que el crecimiento, aunque este último es una condición necesaria (aunque no suficiente) del primero. Para que se produzca un desarrollo auténtico o genuino (y no el "desarrollo del subdesarrollo", como ha ocurrido en muchas ocasiones), hace falta que se registren simultáneamente crecimiento económico (el aumento sostenido de la renta per cápita), cambio estructural (crecimiento de la participación de la industria y, dentro de ella, de los sectores más intensivos en capital y tecnología) y, sobre todo, mejoras sustanciales en el nivel y la calidad de vida de la población (mayor y mejor disponibilidad alimentaria, más alta esperanza de vida, acceso más fácil a los servicios de salud y de educación, etcétera). En suma, debe mejorar al menos el Indice de Desarrollo Humano (IDH), un indicador que, propuesto por el PNUD, es ciertamente más adecuado que el del producto por habitante aunque no esté exento de inconvenientes.En suma, para citar a J. K. Galbraith en su libro La pobreza de las masas, "el desarrollo económico consiste en aumentar las posibilidades de éxito para quienes desean escapar de la pobreza masiva y de su cultura".En otro orden de cosas, el concepto de desarrollo económico hace referencia a una noción relativa, que carece de sentido fuera de un marco comparativo, esto es, si no se define respecto de una situación anterior o con respecto a otros países. Por ejemplo, una economía no adquiere una situación de riqueza y de bienestar de una vez por todas. El grado de desarrollo depende mucho de la capacidad que tenga ese país para afianzarse en una economía mundial jerarquizada, en la que los conflictos y los fenómenos de dominación y dependencia son la regla y no la excepción. Buen ejemplo de que un país desarrollado puede convertirse en un país pobre, es decir, puede retroceder en la senda del desarrollo, es el caso de Argentina. A principios del siglo XX, era uno de los países más ricos del planeta. Todavía en 1950 la renta per cápita de los argentinos era mayor que la de España o la del Japón y similar a la de Italia. Por razones muy diversas, sobre las que los economistas no se ponen de acuerdo, cuarenta años más tarde, esto es en 1990, Argentina tenía un PNB (Producto Nacional Bruto) por habitante equivalente a la cuarta parte del de España y más de diez veces inferior al del Japón. Muchas otras economías habían "adelantado" también a Argentina: Grecia, Corea del Sur, Portugal, Brasil y México, entre otras.Los factores del desarrollo económico son complejos. En realidad los economistas no conocen bien sus raíces. Muchos análisis económicos son parciales y muy discutibles. Por ejemplo, las tesis que insisten en la importancia del libre juego de los mercados parecen no ajustarse bien a la experiencia de países como Alemania, Japón o Corea del Sur, en los que la intervención del Estado fue muy importante. Tampoco las teorías que destacan la importancia de la dotación de recursos naturales son muy creíbles: precisamente los países más avanzados en el mundo desarrollado y en el Tercer Mundo (como Suiza y Japón, en el primer caso, o algunos países de Asia oriental, en el segundo) carecen de recursos naturales. Mientras, muchos países africanos, bien dotados de materias primas minerales o de ricas tierras cultivables, se cuentan entre los más atrasados del mundo. La propia expresión "países pobres" no es muy correcta, ya que muchas de las economías que figuran en ese grupo son en realidad "ricas" en recursos naturales. Como señalaba en los años sesenta el geógrafo francés Yves Lacoste, "la despensa del Tercer Mundo no está vacía, sino que tiene la puerta cerrada". Los límites que separan a los países ricos de los subdesarrollados no están muy claros. Por ejemplo, el Banco Mundial, en sus informes anuales sobre el desarrollo, establece una frontera entre los países de ingreso bajo y mediano y los países de ingreso alto que para 1991 estaba situada en torno a los 8.000 dólares de PNB por habitante. Sin embargo, este indicador no es aceptable: por ejemplo, países exportadores de petróleo como Kuwait, Arabia Saudí, Qatar, los Emiratos Arabes Unidos o economías pequeñas como las de Bahamas, Hong Kong o Singapur han figurado durante bastantes años en los informes del Banco Mundial junto a los países industriales de economía de mercado, aunque fuesen naturalmente países subdesarrollados, en el primer caso, y al menos economías muy distintas de las industriales, en el segundo..Además, el criterio del PNB per cápita no tiene en cuenta la economía tradicional: autoconsumo, trueque, etcétera. Es decir, la parte de la producción que no pasa por el mercado, ni tampoco la economía sumergida, que tan importante es en algunos países del Tercer Mundo, como, por ejemplo, Perú. Por añadidura, el PNB per cápita, calculado en dólares estadounidenses a tipos de cambio de mercado, no toma en consideración la disparidad de precios: de modo que si un país A, con un PNB per cápita equivalente a la mitad del de un país B, dispone de unos precios del 50 por 100 de los de este último, el resultado es que ambos serían igualmente ricos, esto es, tendrían la misma renta per cápita en paridad de poder adquisitivo, aunque el criterio tradicional nos diga que A es dos veces más rico que B. Por esa última razón los Informes sobre desarrollo humano del PNUD utilizan, como uno de sus indicadores primarios, el PIB por habitante en paridad de poder adquisitivo, como ya se señaló anteriormente.El índice del desarrollo humano es un indicador más pertinente, aunque, como ya se ha visto, tiene también sus inconvenientes. Quizá lo que ocurra sea sencillamente que la frontera entre el desarrollo y el subdesarrollo no es susceptible de ser cuantificada y que, por tanto, hay que buscar aspectos cualitativos que distingan a unas economías de otras. En la actualidad, el Tercer Mundo es cada vez más heterogéneo. Sin embargo, a principios de los años cincuenta, cuando del demógrafo francés Alfred Sauvy ideó el término "Tercer Mundo" para referirse a los países del mundo que no pertenecían ni a Occidente ni al Este de influencia soviética, los economistas tenían muy clara la homogeneidad de los países subdesarrollados. Se trataba de un conjunto de países ciertamente dispares desde el punto de vista geográfico, cultural y político, pero que reunían unas características económicas y sociales comunes: subindustrialización, estancamiento, alto crecimiento demográfico y pasado colonial o semicolonial. Los países "periféricos", como también fueron llamados a instancias de la famosa CEPAL (Comisión Económica para América Latina de las Naciones Unidas, dirigida por el argentino Raúl Prebisch hasta su muerte en 1986), -tenían:- una escasa participación del sector industrial en el PIB o de la población ocupada en la industria dentro de la población ocupada total;- un ritmo lento de crecimiento económico;- unas tasas muy elevadas de expansión demográfica, como consecuencia de la fuerte caída de la tasa de mortalidad (número de fallecidos por cada 1.000 habitantes) en un marco de tasas de natalidad (número de nacidos vivos por cada 1.000 habitantes) estables;- un legado colonial, puesto que muchos eran todavía colonias, acababan de independizarse o habían estado sometidos durante mucho tiempo a la dominación económica de las metrópolis.En otros términos, el subdesarrollo estaba claramente definido como un retraso en la transición económica hacia la sociedad industrial y el crecimiento autosostenido, en la transición demográfica hacia un crecimiento lento de la población y en la transición política hacia la independencia y la formación del Estado nacional.En los años noventa, esas diferencias son mucho menos nítidas. Algunos países del Tercer Mundo, como Brasil, México o los pequeños dragones asiáticos (Corea del Sur, Taiwan, Hong Kong y Singapur) se han industrializado notablemente, al tiempo que, particularmente en Asia, han crecido con gran rapidez. En Asia -China e India, sobre todo- y en algunos países de América Latina, las políticas de limitación de los nacimientos y el propio aumento en el nivel de vida han provocado un claro descenso en las tasas de crecimiento demográfico a causa de la caída en la fecundidad. Por último, en la mayor parte de los casos, han pasado por lo menos cuarenta años desde el fin del período colonial, un tiempo suficiente para eliminar al menos sus consecuencias más adversas. En suma, la creciente heterogeneidad del Tercer Mundo hace que sea necesario buscar nuevos criterios de delimitación entre Primer y Tercer Mundo.
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En las primeras décadas del siglo XX los países iberoamericanos no están exentos de los procesos que experimentan el resto de países. Así, la Gran Depresión de 1929, el auge de los fascismos y la Primera y Segunda Guerras Mundiales tendrán amplia repercusión en cada uno de estos países. Por otro lado, en general se dan procesos internos de reestructuración del poder político, principalmente impulsados por el auge de las ideas de izquierda y reformistas. Así, se produce una contestación general del poder de las oligarquías, cuya máxima expresión se dará en México durante la Revolución que tiene lugar en aquél país.
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El arte de un siglo demuestra sus logros a través de la vivacidad que alcanzan determinadas cuestiones, pero algunos de sus rasgos parten de los sentimientos de la fisonomía de sus regiones, de los caracteres diversos de las provincias en las que se tienen en cuenta las costumbres, las tradiciones, el temperamento, las particularidades geográficas y otras muchas causas. Este es el motivo que conduce a mirar la producción artística -arquitectura, escultura y pintura- desde sus divisorias, desde su paisaje diferente, desde una gama de hábitat que se aprecia en sus particularismos. Ello no impide que la comunicación entre los sectores promueva una constante asociación de estilos, de técnicas, que se interpretan convirtiendo determinados elementos en patrimonio común.