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Con motivo del veinticinco aniversario de la fundación de la Escuela de Artes y Oficios, profesores y estudiantes decidieron escribir e ilustrar la historia de la institución con el objetivo de hacer un regalo especial a su principal patrocinador, el archiduque Reiner. Klimt fue el responsable de la ilustración que precedía a la "Historia de la Escultura".La alegoría nos presenta a una mujer desnuda girada en tres cuartos, como si se tratara de una estatua, elegantemente adornada con un amplio collar, un brazalete y una diadema, todo en oro. En su mano izquierda sostiene la escultura en bronce de la Victoria. Tras ella observamos varias estatuas, a modo de columna, apreciándose el famoso Espinario, la Atenea Partenos de Fidias y la cabeza de la Hera Ludovisi. Un relieve de un sarcófago cierra la composición por la parte superior.La admiración por el mundo clásico se pone claramente de manifiesto en esta obra, siguiendo Klimt los dictados del estilo historicista impuesto por Hans Makart en los últimos años del siglo XIX. Tomando esta obra como modelo, Klimt realizó otra alegoría de la Escultura para la obra "Alegoría y Emblema".
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La doctrina de la Iglesia católica pedía a los artistas que acercaran los misterios de la religión a los fieles menos educados. Éste sería el caso del lienzo que Herrera el Mozo pintara en 1656 para una de las numerosas Hermandades de Sevilla. Siendo encargo de un colectivo particular y no de una congregación eclesiástica, el tono del lienzo es mucho más popular que las complejas elucubraciones teológicas de obras pintadas tan sólo unos años antes. Herrera refleja de manera alegórica la esencia de la Eucaristía, el principal rito cristiano: la hostia se presenta en un sagrario de oro como elemento de unión entre el cielo y la tierra, representada por varios santos de devoción popular. El artista presenta los rasgos más innovadores del nuevo Barroco sevillano, con una pincelada extremadamente fluida que crea masas de color ligeras, libres frente al dibujo y la forma estricta, como ocurría en la obra de Zurbarán por ejemplo. Los personajes se han desplazado del centro del cuadro, quedando casi en sombra y de espaldas. Sorprendentemente, el centro y la mayor parte de la superficie pictórica están vacíos, tan sólo ocupados por el cielo y las nubes. El tono es exaltado, alegre, triunfante, según los postulados del Barroco italiano, en especial del Idealismo tamizado por la sensualidad del color heredada de Venecia, y que tan bien supo aprovechar Murillo en sus obras.
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<p>La mayoría de las obras pintadas por Vermeer entran dentro de la categoría de escenas de género, aunque posiblemente escondan un contenido moralizante. En su limitado catálogo encontramos dos lienzos que tratan temas alegóricos: El Arte de la pintura y la Alegoría de la Fe. "Una mujer sentada con diversos significados, representando el Nuevo testamento, de Vermeer de Delft, pintado con vigor y pasión". Así se describe el cuadro que contemplamos en el catálogo de la subasta realizada en abril de 1699, fijándose el precio en 400 florines, un precio elevado para su tiempo que indica la calidad de la obra. Su anterior propietario había sido Herman van Swoll, coleccionista e importante figura de la burguesía de Ámsterdam, de religión protestante por lo que no habría comprado la obra por cuestiones religiosas sino más bien pictóricas El tema representado hace pensar que se trata de una pintura de encargo, creyéndose en un primer momento que el lienzo estaría destinado a los jesuitas de Delft, hipótesis desechada por Montias al insistir en que la estética de la Orden en aquellos años era mucho más recargada que la que se exhibe en el cuadro de Vermeer. Por lo tanto, el cliente sería algún ciudadano católico de Delft cuyo nombre desconocemos. La escena se desarrolla en un interior, descorriendo un rico cortinaje para que podamos contemplar la escena, recurso muy habitual en el Barroco que también encontramos en obras de Rubens. En el centro de la composición se halla la mujer, elegantemente vestida y llevando su mano derecha al pecho, apoyando su pie derecho en el globo terráqueo de Jodocus Hondius. Sobre la mesa cubierta con un tapete azul observamos un libro abierto -posiblemente la Biblia-, un cáliz y un crucifijo, decorándose la pared del fondo con un gran lienzo de la Crucifixión, donde Vermeer reproduce, alterándola, una obra de Jacob Jordaens. Junto a la silla de primer plano observamos una serpiente sobre la que ha caído una piedra angular, apreciándose junto a ella una manzana, símbolo del pecado. En el techo se dispone un globo de cristal, inspirado en un libro de emblemas publicado en Amberes en 1636 por el padre Willem Hesius titulado "Emblemata Sacra de Fide, Spe, Charitate". Esta esfera de cristal que cuelga del techo se interpreta como un símbolo del entendimiento humano. Los especialistas consideran que la figura femenina es una clara representación de la Fe, siguiendo la "Iconología" de Cesare Ripa. Pero resulta curioso que el lugar donde se ubica la figura sea un interior doméstico, un lugar que se corresponde mal con una alegoría pública, lo que ha sido interpretado por Arasse como una clara muestra de las condiciones en las que se practicaba el catolicismo en Delft ya que las dos iglesias católicas estaban ocultas, sin signos exteriores propios de las iglesias, a pesar de ser toleradas. Los diferentes elementos se sitúan en el escenario de manera paralela al espectador, creando de esta manera la sensación de perspectiva, al igual que la utilización de baldosas de color negro y blanco, recurso habitual en el Quattrocento. La luz tiene un papel determinante en la composición al provocar intensos contrastes de claroscuro que recuerdan la pintura de Caravaggio, uno de los pintores barrocos más imitados en el norte de Europa, tanto por el grupo de Utrecht como por Lastman, Hals o el propio Rembrandt. El verismo con el que se representan todos y cada uno de los objetos es una referencia a la escuela flamenca del siglo XV, estilo continuado en los Países Bajos durante varias centurias.</p>
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A la espera de su intervención en el Palacio Real nuevo, Amigoni decoró al fresco, entre 1748 y finales de 1750, el techo de la Sala de Conversación (hoy Comedor de Gala), del Palacio Real de Aranjuez, donde representó las Virtudes que deben adornar la Monarquía, con una brillantez de colorido y una soltura en la que confluían lo veneciano y lo romano en perfecta armonía rococó.
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La aparición de figuras desnudas es poco frecuente en la obra de Jordaens, no así en la de Rubens, a quien parece seguir como modelo en esta composición. El cuadro está centrado en dos importantes focos de atención: el primero es el bellísimo desnudo de espaldas que divide la escena como un eje axial. El segundo está en los opíparos racimos de uvas que la oronda mujer vestida de rojo sostiene, en el centro geométrico del lienzo. Esta mujer parece ser la diosa de las frutas y las cosechas, Pommona. La diosa se encuentra rodeada por sátiros, niños y ninfas, todos ellos desnudos y con espléndidas carnes, así como frutas, flores y vegetales de todo tipo. El enorme frutero de la izquierda recuerda a los bodegones de Frans Snyders, mientras que las figuras femeninas y la agitación general de la escena parecen estar tomadas de Rubens.
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La Alegoría de la Inmaculada Concepción de la colegiata de Osuna, firmada, como el Retablo de los Evangelistas, en 1555, es obra muy característica de Esturmio. Aunque al parecer está inspirada en una estampa del flamenco Cornelis Bos, el pintor ha añadido elementos de otros artistas (Hemessen, Aertsen) y algunos de su escuálida cosecha, pero el conjunto resulta expresivamente intenso y de calidad técnica superior a lo normal en el artista. La escena está presidida por san Joaquín y santa Ana, arrodillados para dar gracias por el mensaje que se les transmite del Cielo ya que, a pesar de su avanzada edad, serán padres de la Virgen. De los pechos de ambos santos brotan tallos de azucenas -símbolo de pureza- que con su unión permiten la concepción inmaculada de la Virgen, situada en la zona superior de la composición, con el Niño en su regazo, sentada en un trono de nubes. La escena tiene como fondo un amplio paisaje, demostrado Esturmio que se encuentra más cómodo al no representar elementos arquitectónicos como tuvo que hacer en las tablas de las santas.