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Mediado el siglo XI, el viejo monasterio carolingio de Santa Fe de Conques procederá a una total renovación. Según la crónica de la abadía, las obras de una nueva iglesia fueron emprendidas por el abad Odolrico (1030-1065). El trabajo debió progresar rápidamente, pues poco antes de su muerte había procedido a trasladar el cuerpo de la santa a la cabecera de la iglesia nueva. A principios de la centuria siguiente, fue necesario rehacer las partes altas del templo porque éste amenazaba ruina. Según opinión bastante generalizada, el templo de Odolrico podría corresponder a la conocida disposición de las llamadas iglesias de peregrinación: templo de tres naves, con amplio crucero de igual estructura, y cabecera en forma de girola a la que se abren tres absidiolas. La gran diferencia con el común de la tipología reside en el escalonamiento de los dos ábsides que se disponen en cada brazo del transepto. El análisis de las partes altas, incluidas las tribunas de la nave, y las columnas de la girola nos indica que todo ello pertenece a las obras de restauración de principios del XII. Destaca el gran tímpano realizado con un arte dotado de un cierto naturalismo, conseguido con recursos ingenuos y del que aun se conservan unos restos de policromía.
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Se trata de una basílica de tres naves, la principal muy elevada y con linternas abiertas en la bóveda acasetonada que procuran luz cenital. La iglesia completa su aspecto romano riguroso con un pórtico de columnas dóricas en la fachada y el impecable ábside semicircular. Todo este gran espacio tiene la frialdad estructural de unas termas romanas y respeta con fidelidad arqueologista la distribución basilical. Ch. F. Hansen, autor de la remodelación de Copenhague, fue el predecesor de los hermanos Hansen que participaron en la remodelación neoclásica de Atenas. La severidad clasicista de este edificio se ve complementada por un ciclo de esculturas debidas al también danés Thorvaldsen.
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El mismo año de la reconquista de Córdoba, 1236, la Mezquita fue consagrada como Catedral cristiana. Ya en el s. XII había sufrido algunas modificaciones, como la construcción de la Capilla Real utilizada como panteón de varios reyes castellanos. Pero fue en 1523, cuando el cabildo eclesiástico, con el apoyo de Carlos V, ante la oposición del Consejo de la ciudad, mandó edificar una gran nave en el interior de la misma. Las obras tardaron 234 años, por lo que al inicial estilo gótico se le añadieron el renacentista y el barroco. Consta de capilla mayor, crucero y coro. Se comenzaron bajo la dirección de Hernán Ruiz el Viejo y fueron continuadas por su hijo, Hernán Ruiz el Joven, y llevadas a término finalmente por Moro, en 1599. De entre sus elementos a resaltar tenemos el Altar de mármol rojo, dos importantes púlpitos barrocos y la extraordinaria sillería del coro, de estilo barroco-churrigueresco, obra de Pedro Duque Cornejo. También destacan en su interior la barroca Capilla del Cardenal que alberga el tesoro catedralicio, con la custodia de Enrique de Arfe, el crucifijo de marfil de Alonso Cano y notables esculturas y pinturas.
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La catedral de Córdoba presenta una estructura en forma de cruz latina procurando afectar lo menos posible a la fábrica musulmana. El proyecto responde a un estilo tardogótico mientras que los elementos decorativos corresponden al Renacimiento y aún al Barroco.
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La pintura decorativa de Palomino se halla a caballo entre el viejo estilo de la escuela madrileña, de solemnes encuadramientos arquitectónicos, y el nuevo estilo de decoración que impone la llegada de Luca Giordano, un estilo más ligero, aéreo, cercano a las primeras manifestaciones del Rococó.Con Palomino podemos decir que concluye esta etapa de la pintura en Madrid y se inicia otra, en la que destaca el magisterio de los artistas italianos y franceses importados por los Borbones.
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Como un ferviente continuador de la tradición barroca sevillana y mostrando afinidades notables con la escultura de Roldán, en esta obra subraya Duque Cornejo su estilo exaltado y su habilidad técnica. No permanece ajeno al arte de su tiempo y en la clara y múltiple disposición de las figuras, interpretadas con precisión y primor, ofrece la acción, el gesto y la expresión en una concordancia maestra. Sabe acomodar muy bien el relieve a la estructura y revela su dominio también del ornamento que, encuadrado y bien distribuido por los paneles, se fusiona como un vacilante fárrago de formas plásticas decorativas. En su amplia perspectiva, el relieve central de la Ascensión del Señor sugiere un eje en torno al cual se incardina la evidente unidad de la obra.