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obra
La Familia de Carlos IV supone la culminación de todos los retratos pintados por Goya en esta época. Gracias a las cartas de la reina María Luisa de Parma a Godoy conocemos paso a paso la concepción del cuadro. La obra fue realizada en Aranjuez desde abril de 1800 y durante ese verano. En ella aparecen retratados, de izquierda a derecha, los siguientes personajes: Carlos María Isidro, hijo de Carlos IV y María Luisa de Parma; el futuro Fernando VII, hijo primogénito de la real pareja; Goya pintando, como había hecho Velázquez en Las Meninas; Doña María Josefa, hermana de Carlos IV; un personaje desconocido que podría ser destinado a colocar el rostro de la futura esposa de Fernando cuando éste contrajera matrimonio, por lo que aparece con la cabeza vuelta; María Isabel, hija menor de los reyes; la reina María Luisa de Parma en el centro de la escena, como señal de poder ya que era ella la que llevaba las riendas del Estado a través de Godoy; Francisco de Paula de la mano de su madre, de él se decía que tenía un indecente parecido con Godoy; el rey Carlos IV, en posición avanzada respecto al grupo; tras el monarca vemos a su hermano, Don Antonio Pascual; Carlota Joaquina, la hija mayor de los reyes, sólo muestra la cabeza; cierra el grupo D. Luis de Parma; su esposa, María Luisa Josefina, hija también de Carlos IV; y el hijito de ambos, Carlos Luis, en brazos de su madre. Todos los hombres retratados portan la Orden de Carlos III y algunos también el Toisón de Oro, mientras que las damas visten a la moda Imperio y ostentan la banda de la Orden de María Luisa. Carlos IV también luce la insignia de las Ordenes Militares y de la Orden de Cristo de Portugal. Alrededor de esta obra existe mucha literatura ya que siempre se considera que Goya ha ridiculizado a los personajes regios. Resulta extraño pensar que nuestro pintor tuviera intención de poner en ridículo a la familia del monarca; incluso existen documentos en los que la reina comenta que están quedando todos muy propios y que ella estaba muy satisfecha. Más lógico resulta pensar que la familia real era así porque, de lo contrario, el cuadro hubiese sido destruido y Goya hubiese caído en desgracia, lo que no ocurrió. El artista recoge a los personajes como si de un friso se tratara, en tres grupos para dar mayor movimiento a la obra; así, en el centro se sitúan los monarcas con sus dos hijos menores; en la derecha, el grupo presidido por el príncipe heredero realizado en una gama fría, mientras que en la izquierda los Príncipes de Parma, en una gama caliente. Todas las figuras están envueltas en una especie de niebla dorada que pone en relación la obra con Las Meninas. Lo que más interesa al pintor es captar la personalidad de los retratados, fundamentalmente de la reina, verdadera protagonista de la composición, y la del rey, con su carácter abúlico y ausente. La obra es un documento humano sin parangón. Estilísticamente destaca la pincelada tan suelta empleada por Goya; desde una distancia prudencial parece que ha detallado todas y cada una de las condecoraciones, pero al acercarse se aprecian claramente las manchas. Goya, a diferencia de Velázquez en Las Meninas, ha renunciado a los juegos de perspectiva pero gracias a la luz y al color consigue dar variedad a los volúmenes y ayuda a diferenciar los distintos planos en profundidad. Fue la primera obra de Goya que entró en el Museo del Prado, siendo valorada en 1834 en 80.000 reales.
obra
Compañero del retrato de María Luisa con tontillo, ambos fueron realizados por Goya en 1799 para ser enviados como regalo a Napoleón, suspendiéndose el envío. Los originales se conservan en el Palacio Real de Madrid, siendo las dos obras que guarda el Museo del Prado copias ejecutadas por Agustín Esteve. Carlos IV viste uniforme de coronel de Guardia de Corps y ostenta la banda azul y blanca de la Orden de Carlos III, el collar del Toisón de Oro y la banda roja de San Jenaro, las máximas distinciones de la Corona española. Apoya su mano derecha en un bastón y en la izquierda porta el sombrero correspondiente a su uniforme. El rostro del monarca es una excelente muestra de retrato psicológico, ofreciéndonos el carácter dulce, bonachón y un tanto estúpido de este rey.
contexto
Durante el reinado de Carlos IV las relaciones exteriores españolas se tornaron más turbulentas y dependientes. En los últimos años de la gobernación de Floridablanca y bajo la posterior dirección de Manuel Godoy, la política internacional borbónica estuvo marcada por dos rasgos fundamentales. El primero se refiere a las consecuencias que los sucesos revolucionarios franceses implicaron para toda la diplomacia europea de la época. Aunque entre 1789 y 1791 Floridablanca mantuvo las relaciones con la Francia revolucionaria, lo cierto es que a partir de esa última fecha su actitud fue más intervencionista al formar parte de la liga de monarquías absolutas europeas que se coaligaron frente a los nuevos gobernantes galos para la salvaguarda del antiguo régimen. Hermana de dinastía y obligada por los pactos de familia, España intervino finalmente contra la Convención francesa en 1793. Una guerra fronteriza que tuvo más de ideológica y dinástica que de interés nacional, derivando incluso en una guerra santa contra los revolucionarios franceses que representaban para los conservadores de distinta condición la muestra palpable de la conspiración urdida por los filósofos para subvertir el orden natural. Y el segundo rasgo fundamental de la política exterior española del cuarto borbón fue la definitiva pérdida de la vieja aspiración de neutralidad y equidistancia, que si bien se había quebrado en parte en el reinado anterior sufriría ahora su definitiva defunción. En efecto, España estuvo durante la última parte del siglo a merced de los intereses de la política exterior francesa como bien lo mostraron los sucesivos acuerdos bilaterales firmados. Primero el Tratado de San Ildefonso en 1796, que supuso dos meses después la guerra contra Inglaterra y la pérdida de Trinidad. Y más tarde, en tiempos de Napoleón, el Segundo Tratado de San Ildefonso en 1800, el Tratado de Aranjuez en 1801 y el Tratado de Fontainebleau en 1805. Un Napoleón cuyo imperialismo territorial fue entendido, hasta la invasión, como una posibilidad de equilibrio internacional frente al expansionismo naval británico, con el que finalmente se medirían las fuerzas franco-españolas en la batalla de Trafalgar, contienda que dejó maltrecha a la armada hispana en 1805. Así pues, la dependencia respecto de la política francesa supuso para España su inevitable entrada en sucesivas contiendas entre 1793 y 1808. Guerras que iban a producir un fuerte deterioro en la mermada hacienda estatal, un agravamiento de las tensiones ideológicas y políticas internas y, finalmente, la "amigable" entrada de las tropas napoleónicas en suelo peninsular con la excusa de ir a invadir Portugal, clásico aliado de los ingleses. Atrás quedaban sepultados decenas de años de política exterior borbónica con un balance nada espectacular para España. En algo más de cien años, con la variedad de países e intereses que tuvieron que contemplarse y con un escenario europeo en permanente mutación, las autoridades borbónicas, con el rey a la cabeza, fraguaron un sistema de relaciones exteriores que no siempre contó con una teoría general bien explicitada y que no estuvo exenta de bandazos. A pesar de esta realidad, es igualmente cierto que algunos políticos reformistas quisieron forjar una política exterior que más que estar en función de los intereses dinásticos estuviera supeditada a los supremos beneficios nacionales: conseguir la paz exterior para regenerar el cuerpo interior de la monarquía. Sin embargo, a pesar de los voluntariosos intentos de hombres de la talla de Patiño, Carvajal, Wall, Ensenada o Floridablanca, no parece que esta idea de nacionalización de la política exterior, pese a su indudable avance, quedara definitivamente instalada en la doctrina española cuando todavía Carlos IV soñaba, en tiempos de la revolución francesa y muerto Luis XVI, con ceñirse la corona de Francia. En esta aspiración a la paz exterior para la regeneración interior, la estrategia general del siglo fue la de aliarse con el vecino francés, hermano de dinastía, frente al expansionismo colonial británico que amenazaba con llevarse lo más preciado de la Corona: las vitales colonias americanas. El fracaso de los intentos de acercamiento a la potencia marítima anglosajona condujo a la diplomacia española a los sucesivos pactos de familia con Francia, que si bien cortapisaban a veces los intereses hispanos eran difíciles de soslayar si tenemos en cuenta la precariedad de las fuerzas armadas españolas durante la centuria y el agresivo comportamiento de los británicos, especialmente en el Nuevo Mundo. España había descubierto durante el siglo que ya no podía ser una potencia con aspiraciones imperiales, pero que todavía tenía importantes intereses que defender en la diplomacia mundial, entre ellos el vasto imperio americano, pieza clave para la acuciante mejora económica que el país precisaba. En este contexto no es de extrañar que el Atlántico acabara por sustituir al Mediterráneo en las preocupaciones de los gobiernos borbónicos.
Personaje Político
Nacido en 1550, hijo menor de Gustavo Vasa, no será hasta 1607 cuando alcance el trono sueco. Derrotó en 1598 al heredero del trono sueco, Segismundo, también rey de Polonia, siendo proclamado rey de Suecia en 1600. Sin embargo no pudo ocupar el trono hasta 1607. Con su triunfo trató de asegurar la implantación de la reforma protestante en Suecia. Luchó con Polonia y Rusia en 1611 para invadir Livonia. Falleció ese mismo año.
Personaje Político
Tercer hijo de Enrique II y Catalina de Médicis, Carlos IX accedió al trono francés tras el fallecimiento de su hermano Francisco II en 1560, estando tutelado durante tres años debido a su juventud. Nunca abandonó la poderosa influencia de su madre debido a su frágil personalidad, viéndose involucrado en las luchas entre los Borbones y los Guisa. También se manifiestan en su reinado las temibles luchas de religión que tienen en la dramática Noche de San Bartolomé su momento más álgido.
obra
La estrecha relación entre Goya y el círculo de ilustrados madrileños permitió al artista retratar a buena parte de ellos. Así surgen excepcionales imágenes como Posada y Soto, Meléndez Valdés o Ceán Bermúdez. Entre estos defensores de la Ilustración también se encontraba don Carlos López de Altamirano, Magistrado y Oidor de la Audiencia de Sevilla y amigo íntimo de Jovellanos. La media figura del político se recorta sobre un fondo neutro - muy habitual en los retratos goyescos -, interesándose el artista por el rostro de su modelo, donde intenta transmitirnos su personalidad. Los detalles de los ropajes pasan desapercibidos, insinuándose para no despistar nuestra atención. El empleo de la iluminación, resaltando la cabeza del modelo, está inspirado en Tiziano y en Velázquez, así como las tonalidades oscuras empleadas.
Personaje Militar Político
Nacido en 1562, Carlos Manuel I "el Grande" será desde 1580 hasta su muerte duque de Saboya. Intenta aprovecharse de la rivalidad de españoles y franceses para ampliar sus territorios y transformar su ducado en un reino, aliándose alternativamente con unos y otros. La victoria de Luis XII en Suze (1629) le hizo optar por desarrollar en adelante una política de neutralidad.
Personaje Político
Hijo de la regente Cristina de Borbón, hermana de Luis XIII de Francia, aunque nació en 1638 no dirigirá los destinos del Ducado hasta 1663, fecha en que muere su madre. Igual que en el gobierno anterior, Saboya es gobernada bajo las directrices de la poderosa Francia.
Personaje Político
Asumió el trono en 1730 al fallecer su padre, Víctor Amadeo II. En 1738, gracias a la Paz de Viena consiguió los territorios de Novara y Toscana, expandiendo sus dominios tras la Paz de Aquisgrán (1748) al anexionarse Voghera, Vigevano y la Alta Novara. En su largo reinado realizó una interesante labor de robustecimiento económico.