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Personaje
Militar
Político
En el año 196 Septimio Severo nombró César a su hijo Marco Antonio Basiano; dos años después era proclamado augusto al igual que su hermano Geta. Cuando Septimio falleció en Britania (211) en Roma quedaban dos emperadores enfrentados y apoyados por diferentes grupos de poder. Al año siguiente Basiano mataba a su hermano que fallecería entre los brazos de su madre, Julia Domna. Desde ese momento, Caracalla -que recibía ese nombre por su costumbre de vestir una túnica gálica de ese nombre- emprendió una campaña de venganza a los apoyos de su hermano que finalizó con un amplio número de muertos -se cifran en 20.000 los asesinados-, demostrando su cruel carácter. Las soldadas aumentaron para satisfacer al grupo que había favorecido su nombramiento lo que motivó una grave crisis financiera. Para recibir una inyección de dinero concedió la ciudadanía a cualquier habitante libre del Imperio (Constitutio antoniana del año 212). Su política exterior se basó en la consolidación fronteriza por lo que se realizaron dos campañas en el Danubio y se emprendió la guerra contra los partos. Debido al escaso éxito de estas operaciones, el prefecto pretoriano Macrino encabezó un complot que acabó con la vida de Caracalla en abril del año 217. Entre sus obras más destacadas encontramos la finalización de las termas que hoy llevan su nombre inauguradas en 212.
Personaje
Militar
La dominación de Britania por parte de Roma se inició con César pero será con Claudio cuando alcance mayor intensidad. Caractacus será uno de los principales líberes tribales británicos que se opondrá a la intervención romana por lo queluchará contra ellos durante nueve años. Sus iniciales éxitos fueron rápidamente contrarrestados, siendo capturado, hecho prisionero y trasladado a Roma. En la capital imperial recibió el perdón de Claudio y volvió a su país.
contexto
Aunque la pintura lo invade todo (techo, soportes y muros), la narrativa principal de las cuevas de Ajanta ocupa los muros en toda su extensión, desde el techo (cuya decoración se funde con la de la escena) hasta el zócalo del suelo que, a modo de tarima, ayuda a aumentar la sensación de un continuo escenario alrededor del espectador. La lectura y el desarrollo de las historias es, como en el sánscrito, de izquierda a derecha en largas frases estiradas que aseguran una constante fluidez en la que los ritmos permiten orientarse y la formación de las palabras es precisa; de la misma forma fluyen las escenas como un fundido cinematográfico. También hay dramatismo en la selección de los principales pasajes de cualquier historia, que resumen la emoción y el sentido de cada capítulo; y en los personajes secundarios que, a modo de cicerones, guían al espectador de composición en composición simplemente con su mirada, con un leve gesto de la mano o con su actitud puente (movimiento en instantánea hacia otro pasaje, escorzos direccionales...). Los pasajes principales agrupan a sus personajes en composiciones circulares (mandalas) que, a su vez, se disponen onduladamente sin que los personajes secundarios o cualquier otro elemento escenográfico espacial (árboles o arquitectural) interrumpa el hilván narrativo. En estos grupos se reconoce inmediatamente al protagonista (la jerarquización de personas es rara, aunque aparece en algún mandala aislado), pues el artista utiliza una especie de perspectiva psicológica por medio de gestos, miradas y disposición concéntrica hacia el protagonista. El tamaño real de cada figura varía desde 50 cm a 2 m aproximadamente pues, según el sistema del Silpa-Sastra Kshayavriddhi, las figuras empequeñecen al alejarse y crecen acercándose. Todos los elementos son perfectamente visibles, gracias a una perspectiva de ligero plano inclinado que acentúa la impresión de escenario teatral pero, a su vez, cada uno de ellos tiene un particular punto de vista (foco móvil), lo que aumenta el dinamismo general de la composición y rompe el límite entre espacio real y superficie pictórica, ayudando al espectador a sumergirse en la escena. El espectador recrea y medita cada detalle sucesivamente, de modo que acaba por tener una visión acumulativa de la totalidad. Esta magistral técnica ilusoria que domina el espacio y el tiempo, a la que se suma la exquisita expresión de las formas animadas por el sentimiento, ha hecho de Ajanta un paradigma pictórico que legitima la admiración y el papel vanguardista que le otorga la pintura contemporánea de todo el mundo. La temática combina budismo y principesca Gupta. Es un budismo tardío y decadente que por necesidad de expansión proselitista ha adoptado un carácter excesivamente sincrético que lo conducirá a su absorción final con el hinduismo. Y es principesca Gupta porque realmente el envoltorio de todo este paquete doctrinal constituye la mejor documentación sobre la vida cotidiana de las cortes indias, que seguían la moda Gupta imperante en todas las dinastías provinciales, gracias a la personalidad de sus soberanos y al florecimiento cultural y artístico que patrocinaron. La ubicación y elección de los temas dependen del propio Buda, si damos crédito a los textos apócrifos que prescriben: historias didácticas y vidas moralizantes en las viharas, bodisatvas en las capillas junto a Buda, guardianes flanqueando las puertas, nagas en los aljibes y baños, y escenas de desolación y muerte en las letrinas. Así, en los techos encontramos mandalas florales y casetones con motivos simbólicos animales y vegetales, más acordes con una decoración palaciega; las cenefas que enmarcan estos motivos y los soportes son un ejemplo elocuente del contacto con otras culturas (diseños chinos y persas principalmente). En los muros, los espacios menores como los laterales del pórtico o los interiores de las celdas y capillas, se decoran con mandalas individualizados sobre la vida de Buda (Cuatro Encuentros, Iluminación, Sermón de Sarnath, Milagro de Shravasti, Para-Nirvana, etc.) o con bodisatvas, siendo los preferidos el Padmapani y el Vajrapani al igual que en la escultura de Sarnath. Son las amplias paredes laterales las que resultan idóneas para el desarrollo de la gran narrativa: Mahayanaka Jataka (príncipe), Champeya Jataka (rey-serpiente), Chaddanta Jataka (elefante de seis colmillos), Visvantara Jataka (príncipe Indra), Hamsa Jataka (oca de oro), Simhala-Vadana Jataka (con ciento cinco compañeros, similar a la "Odisea"). Las Jatakas o vidas anteriores de Buda prefieren las últimas reencarnaciones en las que Buda fue un príncipe. Cuando se trata de animales pronto abandonan su aspecto zoomórfico para convertirse en bellísimos y sugerentes humanos y, siempre y en cualquier caso, la ambientación será principesca y paradisíaca, apareciendo muy pocos pasajes de la vida ascética. De manera que, a pesar del amor a la naturaleza y del gran respeto por toda forma de vida, la gran protagonista de Ajanta es la figura humana, y más concretamente la femenina. El idealismo que concibe esta etnia suprahumana no impide una aguda observación del natural, que define tipos indoarios, drávidas, negroides, y centro y extremo asiáticos. Las bellezas cortesanas compiten con las apsaras celestiales y las yakshis de los bosques en la expresión contenida y sugerente de sus emociones. Si a esto añadimos que la mayoría de las figuras aparecen semidesnudas, debido al clima indio, a su natural sensualidad y, fundamentalmente, a que no padecen el sentido del pecado carnal de origen semítico, comprenderemos el escándalo que supuso Ajanta para el puritanismo victoriano de la India Británica.
contexto
Ya en la campaña de Polonia, unidades especiales -los denominados Einsatzgruppen- habían aniquilado sistemáticamente a la "intelligentsia" polaca, a adversarios escogidos del régimen nacionalsocialista y a los llamados indeseables raciales. Las fuerzas armadas alemanas (Wehrmacht) no habían participado, en su mayoría, en tales matanzas. La situación cambió con el carácter de la nueva guerra en el Este. En primer lugar, desde el primer momento de la planificación, la Wehrmacht fue integrada en los preparativos del exterminio, aunque después de 1945 numerosos oficiales y jefes se negaron a reconocerlo y postularon fuertes discrepancias con la dirección nacionalsocialista. En segundo lugar, los temidos Einsatzgruppen desplegaron entonces su ya bien probada brutalidad, con el fin de aniquilar lo más rápida y eficazmente posible a la mayor masa de "parásitos" judíos. No en último término, el trato dado a los prisioneros soviéticos, tanto en las zonas conquistadas como en Alemania, adonde fueron trasladados como mano de obra barata, se diseñó desde un primer momento para extraerles el máximo rendimiento económico en el menor lapso de tiempo posible, aunque ello les diezmara con rapidez inusitada. Esta política brutal resultó estremecedora. Tanto Alemania como la Unión Soviética fueron, sin duda, los países más afectados por la Segunda Guerra Mundial. La primera perdió poco más de tres millones de soldados (de los cuales una cifra ligeramente superior a un millón como prisioneros de la segunda) y unos tres millones y medio de civiles. La URSS, por el contrario, hubo de lamentar 20 millones de muertos (incluidos judíos), es decir, casi el 40 por 100 de los 55 millones de víctimas en que se ha estimado el resultado del conflicto. De estos 20 millones, siete se dieron entre la población civil, fallecidos por inanición, epidemias, acciones antiguerrilleras, exterminio, trabajos forzados y operaciones militares. Diez millones de soldados perecieron en combate o víctimas de sus heridas y el resto, unos tres millones más, murieron en campos de prisioneros establecidos por los alemanes. Streit ha calculado que de los 5,7 millones de prisioneros soviéticos un 58 por 100 de los mismos no vivió para contarlo. En comparación, en la Primera Guerra Mundial la tasa de mortalidad había sido del orden del 5,4 por 100 para los prisioneros rusos (superior incluso a los de otras nacionalidades, cifrada en un 3,5 por 100). La decuplicación del porcentaje de prisioneros muertos y el hecho de que casi una tercera parte de las víctimas soviéticas fueran civiles se explica por la aplicación de una política sistemática de exterminio de la población eslava y judía, en consonancia con las ideas raciales propugnadas por el nacionalsocialismo. En relación estricta con la justificación ideológica y económica de la conquista de espacio vital en las inmensas llanuras soviéticas, los alemanes previeron desde el primer momento una explotación desaforada. El 2 de mayo de 1941, tras una primera fase de los trabajos de planificación, las ideas manejadas habían dado como resultado lo siguiente: - La continuación de la guerra sólo sería posible si a partir del año 1941-1942 la Wehrmacht se alimentaba exclusivamente con lo que se extrajera de la Unión Soviética. - Morirá de hambre, indudablemente, un número indeterminado de millones de seres humanos, si extraemos del país lo que necesitamos. - Lo más importante sería capturar todo lo que fuera posible en oleaginosas y cereales. Las tropas utilizarían la grasa y la carne. Estos resultados no tardaron en ser considerados como mínimos tres semanas más tarde. Una comisión interministerial de expertos y funcionarios determinó -entonces- que sería preciso extraer un mayor volumen de excedentes. Para ello, se reducirían drásticamente las raciones alimenticias. Las consecuencias serían dramáticas: carencia de suministros a las zonas de bosque, incluyendo las que rodeaban los centros industriales de Moscú y Leningrado. Los nacionalsocialistas planeaban, nada menos, que arrumbar la industrialización y la urbanización soviéticas: "Se trata de restablecer la estructura de 1900-1913 e incluso la de 1900-1902". Y en lenguaje burocrático se afirmaba: "No existe interés por parte alemana en el mantenimiento de la capacidad de reproducción de la zona, salvo en el suministro de las tropas que en ella estén estacionadas. La población de la misma, en particular la de las ciudades, tendrá que enfrentarse a sufrimientos y penalidades muy agudos motivados por el hambre. Se tratará de desviarla hacia Siberia. Como no se utilizará transporte por ferrocarril, el problema será grave". En ningún momento cabría establecer planes para prevenir los fallecimientos masivos mediante suministros de alimentos, ya que ello se haría a costa de la posibilidad de abastecimiento del Tercer Reich y en detrimento de su capacidad de enfrentarse a un bloqueo. Con ello, la estrategia de conquista de Lebensraum llegaba, en la aberrante dictadura nacionalsocialista, a sus últimas conclusiones. Sería erróneo atribuir los resultados sólo a la capacidad de convicción del Führer. La ideología nazi y sus brutalidades raciales inspiraban toda la maquinaria del Estado, incluidas las fuerzas armadas. La necesidad de la lucha contra un enemigo caracterizado como racialmente inferior, como parásito, como subhombre (Untermensch), y la aspiración a conquistar el espacio vital del Este eran objetivos muy difundidos entre la capa directiva del Tercer Reich, que no tuvo dificultades en encontrar funcionarios, militares y policías, es decir a toda una masa decidida a poner en ejecución tales planes El sufrimiento humano que de ello se derivó sería indescriptible. Ciertamente, no sólo para los destinados al exterminio o a ver diezmadas, metódicamente, sus posibilidades de supervivencia. Consecuente con su visión apocalíptica de una existencia basada en la lucha sin cuartel, cuando la ofensiva contra la Unión Soviética empezó a estancarse Hitler dio rienda suelta a sus peculiares concepciones darwinistas. El 27 de noviembre de 194: señalaba: "Si el pueblo alemán no es fuerte y no está dispuesto a realizar sacrificios ni a ofrecer su propia sangre para defender su existencia, que perezca y sea aniquilado por otro más fuerte. No merecería, en efecto, ocupar el puesto que hoy se ha labrado con su esfuerzo". Con ello, ha indicado Hildebrand, quedaba identificada la contraseña a que se atendría Hitler en la política y conducción de la guerra que terminó inspirando. En su testamento político del 29 de abríl de 1945, firmado la víspera de su suicidio y que es una obra increíblemente torpe pero muy significativa, Hitler rechazaría indignado toda responsabilidad por la tragedia. El judaísmo era el motor único de la devastación que había asolado a tantos pueblos, aunque él no había dejado nunca de manifestar que en tal ocasión no se escaparían los culpables de la muerte por hambre de millones de niños europeos de los pueblos arios, de la muerte de millones de adultos y del fallecimiento de centenares de miles de mujeres y niños en los bombardeos e incendios de las ciudades. Tales culpables pagarían por ello "aunque fuese por medios más humanos" (sic).
contexto
En todo caso, los movimientos revolucionarios de 1848 han ejercido una notable atracción sobre los historiadores dada la notable simultaneidad con que se producen los acontecimientos y la similitud de los comportamientos de sus protagonistas. De ahí que sea posible señalar algunas características comunes a los acontecimientos que se desarrollaron en los Estados italianos, Francia, los Estados alemanes o los del Imperio de los Habsburgo.En primer lugar, se trata de movimientos urbanos que parecen ser un reflejo de las transformaciones sociales que se venían produciendo en las ciudades europeas, en un proceso de crecimiento acelerado. Los protagonistas de los acontecimientos, en cualquier caso, no son muchos. A las clases dirigentes tradicionales (aristocracia y burguesía) se unen ahora elementos de las clases medias bajas (artesanos, obreros especializados) que habían sido marginados hasta entonces de la vida política. La unión de todos esos grupos no deja de ser coyuntural y, desde luego, no los transforma en un masa. Son, simplemente, grupos de ciudadanos que se concentran para manifestarse ante el poder político y que prefieren la barricada, contra la que chocan ejércitos mal dotados como consecuencia de la debilidad económica de los Estados europeos de mediados de siglo.La similitud de los comportamientos, por lo demás, no respondía a ningún complot de algún comité que dirigiese la subversión en los países europeos, como había creído Metternich, pero sí es fácil advertir el efecto dominó en la sucesión de los acontecimientos. Las noticias de lo sucedido en cada capital, especialmente en el caso de París, fueron determinantes para el impulso revolucionario en otros lugares, como también lo serían las noticias referentes a la represión contrarrevolucionaria.También hubo una cierta homogeneidad en cuanto a los objetivos de las agitaciones, ordinariamente dirigidas hacia el aumento de la participación política para incluir a los sectores de la población que no reunían los requisitos económicos o sociales que facultaban para intervenir en los sistemas liberales. Las exigencias llevaron, en la mayoría de los casos, a reclamar el sufragio universal para todos los varones adultos. A estas exigencias, puramente políticas, se sumaron, en algunos casos, las de reforma social y, en otros, las que hacían los diversos nacionalismos existentes en Europa.Ernest Labrousse trató de ofrecer, en 1948, una explicación de carácter económico sobre el desencadenamiento de estos movimientos revolucionarios, poniendo en relación la evolución de precios y salarios con las crisis económicas que se desarrollaban desde 1845. Según esa línea de interpretación (en la que también trabajaron J. Droz y G. Benaerts, para Alemania) las crisis agrarias, que dificultaron seriamente el abastecimiento de productos alimenticios, se vieron agravadas por el crecimiento de la población y las condiciones de la transición al capitalismo. Al final terminarían por afectar a mercados nacionales, que estaban en formación, así como a las instituciones financieras que empezaban a crearse.Aunque la geografía y la cronología de las crisis económicas no se corresponden exactamente con las de los movimientos revolucionarios, la relación entre ambos fenómenos no debe ser descartada. Price ha sugerido que en los lechos se observa la coincidencia de crisis económicas de carácter tradicional (carestía) con otras de carácter moderno (financiero), que hizo especialmente sensibles a las economías en proceso de transición.Por otra parte, la crisis económica se tradujo en una crisis política desde el momento en que el monopolio del poder, por parte de una minoría privilegiada, se hizo intolerable por la incompetencia de los Gobiernos y las desigualdades sociales. Las peticiones de reforma constitucional tuvieron que ser aceptadas por las autoridades desde el momento en que se comprobó la incapacidad de los cuerpos represivos para sostener la situación. La constitución de milicias cívicas o guardias nacionales fue usualmente el signo de que las autoridades tradicionales habían cedido en sus pretensiones de controlar la situación por la fuerza.Las revoluciones de 1848, por lo demás, fueron el colofón al cuarteamiento del entramado de relaciones internacionales existente desde 1815, al que se ha denominado sistema Metternich. Como ha señalado Alan Sked, dicho sistema no tuvo efectividad más allá de los años veinte y, durante los años treinta, era patente que Europa estaba dividida entre la entente liberal franco-británica, con sus apoyos en la Península Ibérica, y el bloque de las potencias legitimistas. Las crisis turco-egipcias y las reticencias originadas por el matrimonio de Isabel II de España agrietaron la entente liberal y crearon nuevas tensiones. No parecía que las potencias europeas, y mucho menos Metternich, estuvieran en condiciones de dar una respuesta articulada ante cualquier brote revolucionario.