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En la primavera de 1887 Van Gogh está buscando su estilo personal, tomando como punto de partida el Impresionismo. En compañía de Bernard y Gauguin visita las cercanías de París, elaborando una serie de cuadros protagonizados por diferentes paisajes semiurbanos. Vincent prefiere realizar retratos pero como no tiene modelos que posen para él gratuitamente se debe de conformar con la ejecución de estas vistas parisinas. En este caso la iluminación de mediodía se convierte en el centro de atención, provocando sombras coloreadas tanto en los árboles como en los edificios del fondo. El cielo limpio y el ambiente primaveral que se respira en la composición se transmiten a la perfección, aplicándose las pinceladas con una soltura digna de elogio. Vincent parece mostrar cierto ingenuismo en sus composiciones, haciéndolas más atractivas para el espectador.
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A través del contacto con el grupo impresionista - especialmente con Pissarro - Vincent aclarará espléndidamente su paleta, interesándose por transmitir sensaciones lumínicas y atmosféricas en sus trabajos como en esta magnífica vista de las afueras de París que contemplamos. Las siluetas de los edificios se recortan al fondo mientras que en primer plano encontramos diversas figurillas que el pintor considera indispensables para la armonía del conjunto. Las tonalidades malvas se adueñan de las nubes, reflejándose en el suelo para crear un magnífico juego de sombras coloreadas. Ligeros toques de rojo animan el aspecto plomizo del lienzo, contrastando con el verde, su color complementario si seguimos las teorías de Delacroix. Los trazos son rápidos y precisos, aplicando el color con una seguridad espectacular, resultando una composición de gran belleza.
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Los alemanes desencadenaron su ataque el 5 de junio y durante dos días la situación se mantuvo en tablas. Al tercero, los franceses habían gastado sus reservas y el 8 de junio dos divisiones blindadas alemanas alcanzaban Ruan y, girando luego al noroeste, aplastaron la retaguardia del recompuesto IX Ejército francés, que aguantaba muy bien el frente, pero que hubo de rendirse al completo al quedar cercado. El día 9 se inició el ataque por el sector central, entre Neuchatel y Attigny. Aquí la resistencia tampoco rebasó los dos días. Los tanques alemanes batían a los franceses en el combate de Juinville y penetraban decididamente en el dispositivo de Weygand. París ya nada podía hacer: los alemanes dominaban el campo de batalla, mientras sus poblaciones civiles, enloquecidas por una propaganda mal manejada, atascaban las carreteras, obstaculizando los movimientos militares. Y en los Alpes, para rematar el negro destino, Mussolini atacaba, en busca de una tajada de la victoria que ya Hitler había logrado. El día 13, los tanques de Guderian se acercaban a la frontera suiza... Los alemanes no tenían ninguna prisa en penetrar en París. Sus tropas iban cercando a la gran ciudad, lentamente, conforme la abandonaban políticos y parisinos. El Gobierno se marchó el día 10 hacia Tours, luego a Burdeos. El día 14, los primeros soldados alemanes penetraron en la capital de Francia. Frente al Rhin, la línea Maginot era todo un desafío, de modo que von Leeb debía destrozar aquel último vestigio de la grandeza militar de Francia. Aquellas magníficas fortalezas, cuyas corazas eran invulnerables a los impactos directos de las bombas de una tonelada, comenzaron a caer una tras otra en manos alemanas: su guarnición había sido reducida a la mínima expresión para que las restantes fuerzas combatieran en otros lugares; y, además, eran fortificaciones diseñadas para combatir de frente y, en buena parte, fueron tomados de revés. Von Leeb inició el ataque el 13 de junio y consiguió su primera gran presa el 15: la fortaleza de Langres, a la que siguieron Saarbrücken y Colmar... Desde luego, la Maginot sirvió de bien poco para salvar a Francia, pero algunas guarniciones se empeñaron en demostrar su valor defensivo y continuaban la lucha al final de mes, días después de la rendición de Pétain. Pero la resistencia o no de la Línea Maginot tenía bien poco que ver con la situación general. El día 14, incluso el animoso Weygand tiró la toalla: "Continuaré la resistencia si me lo ordena el Gobierno, pero debo decir que hemos perdido la guerra". El jefe del Gobierno, Reynaud, sin sentido alguno de la cruda realidad, le replicó indignado: "¡Usted cambia Hitler por Bismarck. Pero Hitler no se contentará con Alsacia y Lorena. Hitler es Gengis Khan!". Evidentemente, de poco valía ya la opinión del viejo jefe del ejército francés. La situación era clara: Alemania había vencido a Francia. Alguna razón tenía sin embargo, el jefe del gabinete: Hitler no se iba a conformar sólo con Alsacia y Lorena. Las fuerzas alemanas, muy superiores en todos los aspectos tanto en tierra como en el aire a las francesas, golpeaban en forma decidida al ejército galo que, a pesar de luchar bravamente, se ve obligado a mantener posiciones de retirada. Además, la estrategia germana conseguirá confundir a los atacados y, en contra de las expectativas que indicaban un posible avance sobre la capital, la Wehrmacht dirige sus pasos hacia la costa del norte. Mediante esta operación tratará de aislar tanto al ejército francés como al cuerpo expedicionario británico- y a los restos de las fuerzas belgas en retirada desordenada hacia el mar. En París, mientras tanto, la sucesión de desastres bélicos produce graves vicisitudes de orden político. La sustitución de Gamelin como responsable supremo de las fuerzas armadas produce una extendida sensación de satisfacción, pero en la práctica no hará más que precipitar los niveles de confusión en que se debaten los elementos combatientes. Paul Reynaud, presidente del Consejo, realiza entonces una serie de hábiles concesiones al oportunismo del momento y trata de instrumentar una fácil demagogia, siempre útil en momentos de extrema necesidad. Así, hace llamar al anciano mariscal Pétain, héroe nacional y por entonces destacado como embajador ante el Gobierno del general Franco, para ofrecerle el cargo de vicepresidente. Las autoridades civiles, desbordadas por los acontecimientos, vuelven a recurrir una vez más al prestigio que el estamento militar tiene entre los extensos sectores de la población francesa. Otro elemento procedente del campo castrense, y próximo a las posiciones del jefe del Gobierno, es el recientemente ascendido general De Gaulle. El será nombrado en esos difíciles momentos subsecretario de Defensa. Las teorías que había mantenido hasta entonces, que afirmaban la necesidad que Francia tenía de contar con un gran cuerpo de blindados para dirigir unas operaciones ofensivas, no habían sido tenidas en cuenta. Ahora se mostraba bajo su forma más dramática el fracaso de la superada política defensiva mantenida por el Alto Mando frente a una Alemania que se armaba apresuradamente y sin molestarse en ocultarlo a sus potenciales enemigos. En los primeros días de aquel mes de junio de 1940, el caos era absoluto a todos los niveles del poder en Francia. Quince generales son destituidos de manera fulminante por el Gobierno, lo que contribuye a incrementar todavía más el desconcierto en el frente, que se derrumba de forma inexorable. Así, mientras las tropas de la Wehrmacht avanzan de forma imparable sobre el territorio del país, las más altas autoridades organizan en la catedral de Nôtre Dame un acto religioso de petición de ayuda. Pero esto ya no era más que el prólogo a la general desbandada, encabezada por el mismo Gobierno de la nación.
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Y la pobreza citada más arriba, la falta de recursos, la disminución del número de personas, ¿tiene alguna incidencia sobre el desarrollo de las formas? Por una parte, se diría que no, porque el número, la variedad y la suntuosidad de las obras es enorme. Y ello se debe a que ambos estamentos dedican a estos gastos cantidades muy superiores, en relación a sus medios, a las que dedicaban antes. Tal vez la crisis se pone de manifiesto de otra manera. Se abandonan, salvo excepciones muy contadas, las grandes y costosas empresas constructivas tan características de los siglos XII y XIII.Con frecuencia los monumentos más importantes son estructuras añadidas a obras preexistentes, ampliaciones a las mismas o trabajos que implican menor empeño. Cuando se comienzan proyectos monumentales avanzan con una lentitud mucho mayor que en el pasado. Por otra parte, si se analiza a través de los documentos el proceso de encargo y pago de muchas obras, se ve con claridad que los segundos se retrasan con extrema frecuencia, que los primeros quedan sin terminar y que no es excepcional encontrar a este noble o a aquel monarca que ha querido con sus empresas ir más allá de lo que le permite su maltratada economía.A lo largo de los siglos anteriores los realizadores de las que llamamos obras de arte son artesanos, gentes en quien se reconoce la habilidad o el buen oficio patente en una labor esencialmente manual, donde un posible esfuerzo mental, si existe, se considera secundario. Poco después de 1400 en Italia comenzará una reflexión sobre esta actividad, intentando descubrir y potenciar las premisas intelectuales que deben preceder a la ejecución manual. Estamos, pues, a las puertas del Renacimiento. Esto hace que en una visión general del arte de la segunda mitad del siglo XIV y de todo el XV haya que ir dejando lentamente de referirse a Italia.Hay quien afirma que todo lo que se hace en Europa a partir de unos años después de 1400 debe también calificarse de renacentista, pero se fundamenta sobre unas bases que atienden más a las condiciones sociales generales, como por ejemplo la importancia de la burguesía, como cliente y como inspirador de los artistas, o a la creación de un lenguaje formal nuevo que protagonizan sobre todo los pintores flamencos a partir de Van Eyck y Campin, que a la existencia de una conciencia nueva sobre el oficio que procede tanto del mismo ejecutor, el artista, como de diversos teóricos.Tampoco tiene en cuenta esta opción, la vuelta al mundo antiguo como modelo, desde un punto de vista que no tiene en cuenta el principio de disyunción del que hablaba Panofsky, que hace tan irreconocible la Antigüedad cuando la interpreta un artista medieval. De igual modo olvida que, mientras los italianos pretenden crear unas leyes de perspectiva basadas en una teoría de la visión que puede resolverse mediante un procedimiento geométrico coherente a partir de sentar unas premisas válidas, en el norte se consiguen efectos similares de un modo práctico, sin que exista una teoría que lo avale o unas reglas que permitan asegurar los resultados, más allá de la extraordinaria habilidad de grandes pintores.En definitiva, es legítimo prolongar los límites del arte medieval hasta 1500 en casi toda Europa occidental e, incluso, retrasar la aceptación del término renacentista hasta fechas relativamente avanzadas del siglo XV en ciertas regiones de la misma Italia.En líneas generales, cabe decir que la importancia de ciertos clientes, como la nobleza y la burguesía, así como la situación dramática de muchos momentos, determinan la promoción de diversos temas en una época en que la importancia de la imagen como sistema de comunicación es indudable. Es evidente que el Nuevo Testamento sigue proporcionando el material principal con la historia de Jesús, para numerosos conjuntos de pintura, escultura y miniatura, pero con frecuencia no es el texto bíblico directo el que se usa, sino otros muy diferentes, que incluyen vidas de Jesucristo, meditaciones sobre su pasión, relatos maravillosos de su infancia, complementos sobre la vida de María, etc. A partir de aquí se elaboran ciclos de imágenes donde se traduce a un lenguaje emocionalmente muy expresivo un texto que también lo es, se representan multitud de escenas que presentan variantes temáticas importantes respecto a la historia bíblica, o se presentan dramáticas meditaciones sobre el sufrimiento de Cristo o su madre en la pasión.Las hambres, las epidemias y las muertes, favorecen una meditación algo tétrica, melancólica o pesimista, tanto de la muerte como de la vanidad de los bienes terrenos. Es la época de los flagelantes y de sus cofradías, del Cristo Varón de dolores, de la Lamentación sobre Cristo muerto, pero también de la danza de la muerte, de la representación de lo putrefacto, en un afán de conmover a un público que abarca todas las clases sociales.Los distintos oficios se organizan en gremios y cofradías acogidas al favor de sus patrones santos, lo que determina el encargo de millares de retablos esculpidos y, sobre todo, pintados, que cuentan su vida y, especialmente, ponen de relieve sus méritos con martirios espantosos que se toman de numerosas leyendas difundidas por doquier y entre las que las más famosas, pero en modo alguno única, es la llamada "Leyenda Dorada", compilada en su versión primitiva por Jacopo da Varazze o de Voragine. Tanto en los ciclos de la vida de Jesús como en las vidas de santos predomina una forma narrativa, contando con pormenores diversos detalles importantes y anecdóticos, si bien pueden, especialmente los primeros, integrarse en programas de significado más complejo.Esto no va reñido con la presencia continua de la alegoría y el símbolo, así como con la presencia de conceptos abstractos personalizados, que van desde la antigua mención a la alegoría de vicios y virtudes enfrentados, como la presencia, bajo formas femeninas, de las virtudes teologales y cardinales, hasta la recurrencia a la fábula o el apólogo convenientemente moralizados. Es un lenguaje que está en todas partes, en retablos pintados y esculpidos, en piezas de orfebrería y vidrieras, pero abunda más en los libros iluminados.
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Esa noche se celebró un Consejo de Guerra. Nelson, de común acuerdo con sus capitanes, estaba decidido a atacar y le pidió la cesión de diez navíos de línea a Hyde Parker, quien añadió otros dos buques de cincuenta cañones, y varios barcos menores. Durante la noche, Nelson recorrió en un bote el Paso de los Holandeses e ideó un plan de ataque: no atacaría el Paso del Rey por el Norte, pues no quería exponerse abiertamente al fuego de los 88 cañones del fuerte de Crown; juzgó más conveniente seguir hacia el Sur por el complicado Paso de los Holandeses, llegar hasta el extremo del banco Middle Ground, y entrar a la rada por el Sur, la zona menos protegida. En consecuencia, los británicos dedicaron los días 31 de marzo y 1 de abril a sondear el banco, medir distancias, tomar nota de la situación de los buques enemigos y descubrir un buen fondeadero. En la noche del 1 de abril, Nelson se situó junto a la entrada Sur, dejando a Parker fondeado con once buques frente a la entrada Norte; sus fuerzas se componían de diez barcos de línea de setenta y cuatro cañones, dos de cincuenta, cinco fragatas, siete bombardas y dos corbetas. Además, contaba con una fuerza de seiscientos soldados del 48° Regimiento, embarcados en botes planos que podrían asaltar las baterías. Su propósito era esperar allí hasta que el viento rolara de nuevo a Sur o Sureste, de manera que impulsara sus velas hacia el Norte, a lo largo de la línea danesa. Conocedor de la potencia de cada uno de los navíos enemigos, aquella noche reunió a sus capitanes en una cena y les explicó el plan de ataque. Allí estaban sus viejos amigos Foley, Thompson, Hardy, Freemantle... veteranos de las campañas del Mediterráneo, de Tenerife o de Abukir. Otro oficial presente era William Bligh, el comandante de la Bounty, el del motín. El segundo de Nelson era Thomas Graves y el capitán Riou, que dirigiría dos fragatas, dos corbetas y dos bombardas, operaría de forma independiente, con la misión de atacar las fortalezas y proteger el asalto de la infantería. Nelson propuso lo que se puede titular como táctica del escalón: los buques británicos debían entrar en el Paso del Rey, entre la flota enemiga y el banco de arena, en línea. Primero, el Edgar, de 74 cañones, dispararía contra los cuatro primeros daneses; al llegar ante el quinto, el Jylland, de 64 piezas, debería fondear y luchar. El segundo británico, Ardent, de 64 cañones, debería cañonear a los cuatro primeros daneses y fondear delante del sexto, la fragata Kronborg, de 22. El tercero, que debía ser el Glatton, de 54, caería sobre el Dannebroge, de 64; y así sucesivamente. De esta forma, los cuatro primeros barcos daneses serían cañoneados al paso por todos los ingleses y, luego, cada buque de éstos quedaría emparejado con otro de similar o menor potencia. Nelson sólo pensaba combatir contra los dieciséis primeros; los nueve restantes quedaban alejados y, al estar acoderados, no podrían auxiliar a sus compañeros; incluso tendrían el viento en contra. Para remachar la destrucción de los cabezas de fila daneses, ante ellos anclarían el Issos y el Agamemnon, de 50 y 64 cañones respectivamente, apoyados por una fragata. Él, por su parte, conduciría su Elephant hasta el buque insignia danés, el Danneborg. El avance británico debía estar protegido por las bombardas, barcos provistos de un gran mortero instalado en un pozo, en lugar de palo mayor, y que debían machacar los navíos daneses. El Ardent y el Agamemnon, tras lograr sus objetivos, se debían dirigir hacia Trekroner, para apoyar la operación de Riou contra el fuerte. El plan era, sin duda, arriesgado, pues se esperaba que los daneses combatirían con denuedo, manejando más de 800 cañones, con los que harían, sin duda, mucho daño, pero Nelson sabía transmitir tal confianza en el éxito que arrancó un brindis exultante tras la animada cena. Luego, comenzó el trabajo: el capitán Hardy sondeó cuidadosamente la entrada del Canal en medio de un frío espantoso. Mientras tanto, los capitanes regresaban a sus buques e impartían las órdenes para la mañana siguiente y, en su cabina, Nelson dictaba las últimas instrucciones para sus oficiales. Amaneció aquel 2 de abril con viento del SE, tal y como quería Nelson, y la flota británica se dispuso a atacar. A las 9'30, el Elephant ordenó el avanzar en sucesión, y el Edgar desplegó su velacho y gavias. Como estaba previsto, sufrió el fuego de los cuatro primeros buques daneses, pero también les castigó lo suyo, anclando ante el Jylland a las 11. Pero a su popa, las cosas no iban tan rodadas: había fondeado de manera que no permitía el paso al que le seguía por la popa, el Glatton, que tuvo que pasar necesariamente entre el danés y su compañero, sufriendo un daño no previsto. El veterano Agamemnon no pudo virar adecuadamente para tomar su puesto en la fila, atrapado entre el viento y la corriente, y se vio forzado a fondear, al tiempo que izaba la señal de "incapacidad", mientras el Bellona y el Russell encallaron en el bajío, por una lamentable confusión de sus pilotos. Esta contrariedad, que reducía a 9 sus buques de línea, no arredró a los ingleses, que disparaban con el ritmo vertiginoso habitual en sus diestras tripulaciones. Los daneses se defendían con brío, y contestaban a las andanadas inglesas sin desmayo. A las 11'30, la flotilla de Riou se acercaba a la fortaleza Trekroner y las bombardas comenzaron a disparar, entablándose allí un desigual duelo entre los ligeros barcos y los pesados cañones de la fortaleza, cuya metralla impedía la aproximación y la posibilidad de desembarco de la infantería. A mediodía, el cañoneo era general e intensísimo; las nubes de humo eran arrastradas hacia el Norte, impidiéndole Hyde Parker, almirante en jefe, la visión de la batalla, lo que la hacía consumirse de incertidumbre e impotencia: era consciente de que la flota británica estaba sufriendo un fuerte castigo y no podía hacer nada, pues tenía el viento de cara; apreciaba, sin embargo, las señales arboladas en los masteleros de los navíos encallados, que indicaban su estado y supuso que Nelson carecía de fuerzas suficientes para sostener el combate, por lo que, a las 13 horas, mandó arbolar la señal de interrumpir el fuego. Nelson, en el puente del Elephant, fue informado por el teniente de señales de la orden de Sir Hyde, pero el almirante le espetó al oficial que su deber era estar atento a los mástiles del Danneborg, donde iba a izarse pronto la señal de rendición. Parker, observando que su subordinado no obedecía, subrayó la orden con dos cañonazos. Realmente, Parker ignoraba la verdadera situación de Nelson, que para salir del canal debía cruzar la entrada norte, bajo el fuego de las baterías de Trekroner y Crown, con sus buques ya maltrechos, lo que hubiera destrozado; más aún, hubiera tenido que dejar a merced de los daneses los tres navíos encallados. La mejor opción era, sin duda, aguantar y golpear con mayor furia, por lo que ordenó izar su propia señal: Atacar más de cerca al enemigo. La tensión de Nelson debió ser terrible en aquellos momentos: movía convulsivamente el muñón de su brazo perdido en Tenerife y decía a sus oficiales: "Estoy ciego de un ojo, por tanto, tengo derecho a no ver". Rodeado por el humo, las nubes de astillas esparcidas por los impactos y los fragmentos de metralla, aún se permitía bromear: enfocaba al buque de Parker con el catalejo colocado sobre su cuenca vacía y exclamaba. "¡Yo no veo ninguna señal! ¡No veo nada!".
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Los hombres y mujeres de la Edad Media sufrían con dureza las consecuencias del abrumador peso del medio físico. Los rigores del invierno eran muy difíciles de combatir para todas las clases sociales, utilizando tanto los nobles como los humildes el fuego para combatirlo. Gracias a la leña o el carbón vegetal el frío podía ser evitado en mayor medida, surgiendo incluso rudimentarios sistemas de calefacción, siendo la chimenea el más utilizado. El refugio más empleado durante los largos y fríos inviernos eran las casas, utilizando numerosas ropas de abrigo para mitigar los rigores meteorológicos. Las pieles serían un elemento característico del vestido medieval. Combatir el calor tampoco era tarea fácil. Para huir de los rigores de la canícula sólo existían los baños y las gruesas paredes de las iglesias y los castillos. A partir de los rigores climáticos encontramos otro elemento que suponía una importante limitación: la luz. Pensemos que durante las horas nocturnas las actividades se reducían a la mínima expresión. Incluso las corporaciones laborales prohibían a sus miembros trabajar durante la noche, tratándose de un tiempo para la pausa y el reposo -a excepción de los cánticos de los monjes-. Entre los motivos de estas prohibiciones encontramos la posibilidad de provocar incendios o la imperfección en el trabajo debido a la escasa visibilidad. No debemos descartar motivos menos prosaicos como la competencia desleal que se podría realizar durante este tiempo explotando a los obreros. Pero también debemos advertir que las horas nocturnas solían servir a la fiesta en castillos o universidades, fiestas que se extendían a toda la sociedad en fechas señaladas como el 24 de diciembre o la noche de difuntos. Sin embargo no cabe duda de que la sumisión del hombre a la naturaleza se pone de manifiesto con toda su intensidad con motivo de las grandes catástrofes: pestes, incendios, inundaciones, sequías, etc. Los incendios eran práctica habitual en el mundo medieval, propagados gracias a la utilización de madera en la fabricación de las viviendas. Un descuido daba lugar a una gran catástrofe utilizándose también el fuego como arma de guerra. Las condiciones sanitarias de la población favorecerán la difusión de las epidemias y pestes, especialmente gracias a las aglomeraciones de gentes que se producían en las ciudades donde las ratas propagaban los agentes transmisores. Algunos estudiosos consideran que la promiscuidad de algunas clases sociales o la prostitución eran otros factores de riesgo para extender este tipo de enfermedades. La famosa Peste Negra del siglo XIV diezmó terriblemente a la población europea. En palabras de Boccaccio "de nada valieron las humanas previsiones y los esfuerzos en la limpieza de la ciudad (...) ni tampoco que se les prohibiera la entrada a los enfermos que llegaban de fuera ni los buenos consejos para el cuidado de la salud, como ineficaces fueron las humildes rogativas, las procesiones y otras prácticas devotas". En numerosas ocasiones las epidemias eran consideradas por los hombres de su tiempo como testimonios del fin del Mundo. Algo similar ocurría con las inundaciones tal y como nos narran los "Anales Compostelanos" en referencia a las lluvias torrenciales sufridas en tierras gallegas durante el mes de diciembre de 1143: "las aguas destruyeron casas puentes y muchos árboles; sumergieron animales domésticos, rebaños e incluso hombres, y confundieron las vías seguras de antiguo". Durante el año 1434 "murió mucha gente en los ríos y en las casas donde estaban, especialmente en Valladolid, donde cresció tanto Esgueva, que rompió la cerca de la villa e llevó lo más de la Costanilla e otros barrios". En definitiva, los hombres y mujeres medievales estaban a merced de la naturaleza mucho más que en la actualidad lo que podría explicar algunas de las características de la vida en aquellos momentos como podría ser su robustez física o su paciencia, según algunos estudiosos de la época.
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Babilonia, la ciudad varias veces resurgida de sus ruinas, con los nuevos señores, los persas, conoció todavía pálidos días de esplendor artístico. Tomada, finalmente, por Alejandro Magno, sería el macedonio quien la reconstruiría, haciendo de ella su capital de Oriente; sin embargó, la pronta muerte de aquél, en el año 323, cortó en seco la historia de la Babilonia monumental y artística de la nueva fase helenística. Paulatinamente, la ciudad quedó abandonada a su suerte, convirtiéndose en un campo de polvo y olvido... Con ello la Historia del Arte mesopotámico había finalizado.