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Distensión

Desarrollo


Si bien se mira, el rasgo fundamental de la política exterior soviética en esta etapa consistió en la sustitución de la impulsividad de Kruschev por el ejercicio de la prudencia, la moderación y una gran dosis de paciencia y de tenacidad. Pero esto no quiere decir que los dirigentes de la URSS cambiaran radicalmente de planteamiento respecto al pasado sino que veían el panorama internacional de forma diferente. Breznev, desde luego, deseó un acuerdo con Occidente pero esto no supuso un cambio en la visión decididamente antagónica del mundo capitalista o en la visión de que el comunismo prevalecería contra él. Esto es lo que explica el fuerte incremento del presupuesto soviético de defensa a partir de 1965. Ya en 1968 había quintuplicado la cifra de 1958 y algo después finalmente la URSS consiguió la equiparación militar con los Estados Unidos. Se llegó, así, a un Ejército de cuatro millones de hombres con novedades importantes con respecto al pasado. El almirante Gorchkov creó, por ejemplo, una Marina capaz de intervenir en cualquier punto del globo porque estaba dotada de submarinos nucleares. En esta época puede decirse que la URSS no tenía en realidad un complejo militar-industrial sino que ella misma lo era. La CIA estimaba que el gasto militar llegaba al 15% del total del presupuesto, pero en la época de la "perestroika" llegó a hablarse de una cifra real del 40%, cantidad que aparece en las memorias de algunos de los dirigentes soviéticos del momento, lo que contribuye a explicar, como es natural, los graves problemas relativos al estancamiento económico.

En estas condiciones fácilmente se explica la asociación de los militares a la dirección de la política. En 1965 el mariscal Gretchko figuraba ya en el Politburó y en 1974 le relevó el también mariscal Ustinov quien, como veremos, jugó un papel importante en el momento de la sucesión de Breznev. También la KGB, reformada y puesta a punto por Andropov, logró una fuerza creciente; consiguientemente, quien la dirigía estuvo también en el Politburó. La militarización y la participación de los servicios secretos en el poder político fue, pues, un signo del "socialismo realmente existente", expresión utilizada con frecuencia por Breznev. Hasta aproximadamente 1969 la política exterior soviética no experimentó un cambio significativo. A estas alturas los dirigentes soviéticos debían ser mucho más escépticos que Kruschev acerca de la posibilidad de influir sobre los países descolonizados. En alguno de ellos (Indonesia, 1965) sufrieron derrotas que les supusieron importantes deudas impagadas, aunque en este caso quizá fueran los chinos los principales sujetos pacientes de lo ocurrido pues los comunistas indonesios tenían esa filiación. El tono de mayor prudencia supuso que los soviéticos influyeran en Fidel Castro, por ejemplo, para que limitara su ayuda a la extrema izquierda iberoamericana. Sin embargo, en otras zonas, como en el Oriente Medio, se arriesgaron mucho más aunque la mayor parte de las operaciones militares expansivas de la época de Breznev se hicieron por intermediarios.

En Oriente Medio, Sadat pasó de apoyar a las dictaduras revolucionarias como Irak y, sobre todo, Siria ya en 1972, cuando el primero se libró de la mediatización impuesta por la URSS. Pero la influencia soviética en la zona se demostró extremadamente volátil no tanto por indecisión propia como por los bruscos cambios de postura de las potencias árabes. En cambio, en el Sudeste asiático la Guerra de Vietnam le proporcionó a la URSS ventajas apreciables más que nada por los graves errores cometidos por los norteamericanos. El peor de ellos fue no haberse dado cuenta de que Vietnam del Norte jugaba con el antagonismo existente entre las dos superpotencias comunistas tratando de obtener apoyo de ambas. El impacto de los bombardeos aéreos y la carencia de unidad entre europeos y norteamericanos también produjo ventajas objetivas a la URSS desde el punto de vista propagandístico. En cuanto a la ocupación de Checoslovaquia en 1968, como la de Hungría en 1956, demostró el papel absolutamente decisivo que le atribuía la URSS a su glacis defensivo en la Europa del Este. Los soviéticos lograron en esta ocasión el apoyo internacional de algunos países descolonizados del Medio Oriente que necesitaban de su colaboración militar. De todos modos, Breznev no protagonizó en exclusiva la intervención en Chescoslovaquia aunque estuviera siempre en el centro de los acontecimientos. La decisión sobre la misma fue, en realidad, colectiva.

Desde los inicios de 1968 la dirección soviética estuvo muy preocupada con la llegada al poder de Dubcek y en abril se pensó ya en desplazarle aunque no parece que alguna vez pensara seriamente en cambiar la política exterior de su país. El grave problema consistió en saber qué se iba a hacer después de que tuvo lugar la invasión y eso fue lo que no pudo resolver la dirección soviética. Durante esos días Breznev ni siquiera abandonó su despacho, durmiendo en él tres o cuatro horas, pero en realidad él no fue el autor de la doctrina a la que se dio su nombre en que era obligada la intervención en las democracias populares para prevenir su posible salida del campo soviético, sino su "megáfono". En el fondo, lo sucedido en 1968 se reprodujo doce años después. Dos años antes de morir Breznev -1980- pudo lanzar a la URSS a una aventura todavía peor que la checoslovaca en Polonia. Estuvieron preparadas hasta tres divisiones de tanques y una motorizada para la intervención pero la dirección soviética decidió esperar y eso permitió que, cuando hubo cambiado la coyuntura internacional, Polonia pudiera evolucionar en el sentido en que lo hizo. Los dirigentes de "Solidaridad", a diferencia de los checos, abandonaron la idea de que el régimen comunista podía cambiar y también la de que fuera posible enfrentarse con él pero, al mismo tiempo, mostraron una indudable voluntad de autoorganización y de resistencia que a lo sumo durante los setenta podía, en condiciones normales, haberles atribuido la posibilidad de lograr una "finlandización".

La existencia de Solidaridad no fue otra cosa que una larga partida de póquer con el poder soviético. Quizá el tamaño y la población de Polonia o bien el hecho de estar involucrada la URSS en Afganistán explican que no hubiera intervención soviética. Pero desde el punto de vista del futuro en cierta forma los acontecimientos más importantes en la política exterior de Breznev tuvieron lugar en los países del Este de Europa, en 1968 en Checoslovaquia y en 1980-1 en Polonia. Con ello hemos llegado a un período cronológico que supera el ámbito de este epígrafe, pero resulta obvio que un estudio global de lo específico de la política exterior de Breznev así lo exige. La distensión que se produjo en las relaciones internacionales a partir de mediados de los años sesenta, fue, desde el punto de vista soviético, el correlato del reconocimiento de que había llegado a la paridad militar con Estados Unidos, aparte de un procedimiento para tratar de aislar a China. Significó un relajamiento de las tensiones internacionales pero también el mantenimiento de un antagonismo de principios con el capitalismo, aunque con él se pudieran alcanzar numerosos acuerdos a los que, en efecto, se llegó incluso cuando existían conflictos en buena parte del mundo. La conferencia de Helsinki, que puede ser considerada como el momento crucial de la distensión, dio la sensación de dotar de una estabilidad definitiva al régimen soviético en 1975, al mismo tiempo que éste conseguía uno de sus objetivos fundamentales en materia de política exterior, es decir el reconocimiento de la división de Alemania.

Claro está, a partir de este momento también les resultó posible a los disidentes argüir que la URSS incumplía el convenio suscrito sobre derechos de la persona. Para la dirección soviética la distensión tuvo también como consecuencia positiva el estrechamiento de las relaciones comerciales y la importación de capitales y de tecnología occidental. Fiat se instaló en el Volga en una población que fue denominada Togliatti y Pepsi Cola llegó a un acuerdo para intercambiar su producción por vodka. Pero todo eso no significó que se desvanecieran los objetivos a largo plazo de la política de la URSS. Aunque sin correr riesgos graves, se aprovecharon todas las supuestas o reales debilidades del mundo occidental para tratar de aumentar la influencia propia de cara a una hegemonía final que pareció seguir siendo el máximo objetivo. Según un historiador soviético reciente, incluso se pensó en intervenir en el caso de que se produjera una guerra civil en Chile. Cuando los norteamericanos reaccionaban ante este aprovechamiento de las circunstancias, los soviéticos respondían con genuina sorpresa pues, en definitiva, en sus propias declaraciones no habían ocultado nunca el objetivo final. En resumen, durante la segunda mitad de la década de los setenta se produjo una nueva e importante expansión soviética a miles de kilómetros de las fronteras de la URSS. Tuvo lugar principalmente en África -irónicamente se pudo hablar de Breznev "el Africano"- en donde ni remotamente se daban las circunstancias previstas por Marx para una revolución proletaria.

El intervencionismo se llevó a cabo a través de un colaborador interpuesto, como fue la Cuba de Castro, y tuvo una singular importancia en las antiguas colonias portuguesas, como Angola, y en Etiopía, en donde se favoreció a un pretendido régimen revolucionario en su guerra con Somalia. Al mismo tiempo la URSS consiguió también convertir en aliados subordinados a los dos Yemen. En el Sudeste asiático la confrontación entre Vietnam y China hizo que el primero empezara a girar en la órbita soviética y con él lo hizo también Camboya en donde había establecido un régimen colaborador. Si desde 1945 la URSS contaba a su favor con una serie de países que imitaban sus instituciones y su organización social y política ahora contó con una veintena más que eran descritos en la terminología soviética como "países de orientación socialista". Eran una veintena en todo el mundo y le resultaban muy costosos a la metrópoli. Cabe preguntarse, por tanto, cuáles fueron las razones que hicieron que Breznev se embarcara en esta expansión. En parte se explican porque en la esencia fundacional de la URSS estaba implícita esta obligación pero no debe desdeñarse tampoco el hecho de que pudo existir un deseo de contrapesar los problemas internos con los éxitos exteriores. La URSS de Breznev era una superpotencia ya sólo desde el punto de vista militar a fines de los setenta. Pero los soviéticos también pudieron cometer errores en política exterior.

En Afganistán lo hicieron en tal grado que sólo puede compararse con el que cometieron en 1962 (la instalación de misiles en Cuba). En realidad, como veremos, fueron los dirigentes afganos quienes pidieron hasta catorce veces la presencia soviética y quienes luego tuvieron la pretensión de llevar su impulso revolucionario hasta Beluchistán y, por tanto, hasta el Índico. Afganistán no fue más que un intento fallido de solucionar con decisión un problema surgido dentro de lo que ya se consideraban las fronteras de la zona de influencia soviética. Pero a fines de los setenta y comienzos de los ochenta, en otras áreas la URSS ya había pasado a una posición defensiva o, al menos, más consciente de la limitación de sus posibilidades. En Nicaragua rechazó la tentación de un mayor grado de intervención y en Polonia, como sabemos, no se llegó a intervenir militarmente. Mientras tanto Breznev era ya un líder nominal más que real.

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