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Para el sistema soviético en la Europa oriental, los años posteriores a la Revolución húngara de 1956 resultaron muy peligrosos y concluyeron en un nuevo sobresalto. En el marco internacional, la URSS sufrió las derrotas de 1962 en Cuba y de la Guerra de los Seis Días en 1967 en Medio Oriente y estos dos acontecimientos de forma necesaria se transmitieron a su glacis defensivo occidental. Pero fue la propia evolución de este mundo la que provocó las mayores preocupaciones. Si resultaba un problema la fragmentación del comunismo a escala universal más lo era en Europa del Este. Allí desde hacía tiempo se había experimentado la necesidad de un cierto policentrismo que a la altura de finales de los años cincuenta era ya una manifiesta realidad tolerada como inevitable por la propia URSS. Yugoslavia reunió en 1961 a los países no alineados y fue el único país comunista representado en esta Cumbre que se convirtió en un factor de primera importancia en la política internacional. La posición desempeñada por Tito al frente de los no alineados no le impidió, sin embargo, visitar los Estados Unidos en 1963 y mantener una estructura política interna que, aun siendo mucho más flexible, seguía siendo una dictadura de partido único. La revuelta de Hungría supuso la definitiva ruptura de Tito con uno de sus colaboradores tempranos, Milovan Djilas, lanzado ya a una crítica acerba contra la "nueva clase" privilegiada de los regímenes comunistas, lo que pasado el tiempo se denominaría la "nomenklatura".

El acontecimiento político más importante de la época fue la expulsión del dirigente principal de la policía política, el serbio Rankovic, por haber espiado a otros dirigentes, entre los cuales figuraba el propio Tito. Era la tercera personalidad del régimen y lo sucedido demostraba el carácter policiaco del mismo. Sin embargo con el paso del tiempo, ya en los sesenta, hubo problemas adicionales que, además, fueron graves. La autogestión no dio los frutos económicos deseados porque a menudo los directivos eran personas de escasa formación o de intereses predominantemente políticos. Una reforma económica introducida a partir de 1965 -a la que se ha denominado como "la segunda revolución yugoslava"- abrió la economía hacia el exterior, flexibilizó la planificación, liberalizó los precios y dio mayor autonomía a las empresas pero también introdujo la inflación, el paro y la emigración. En 1971 el número de parados ascendía a 300.000 y a 700.000 el número de emigrados hasta el punto de que llegó a decirse que uno de cada seis trabajadores yugoslavos estaba en el extranjero, principalmente en Alemania. Mientras tanto, el turismo empezaba a cambiar de forma significativa la mentalidad de los yugoslavos. Pero de cara al futuro se planteó en estos años un problema mayor, el relativo a la organización territorial del Estado, que empezó a gravitar con toda gravedad a partir de entonces sobre el futuro. Mientras que una parte de los dirigentes proponían una especie de yugoslavismo centralizador, en Croacia y Eslovenia nació un deseo de diferenciación fomentado por el mayor desarrollo económico.

El punto de partida era una situación tan complicada desde el punto de vista cultural como que el principal diario comunista Borba alternaba en sus páginas el alfabeto cirílico y el latino. Desde 1970 se planteó la posibilidad de elaboración de una nueva Constitución en la que los poderes federales quedarían reducidos al máximo, limitándose al campo militar. En general, los dirigentes más liberales eran los más federales y procedían de las zonas más desarrolladas, pero el Ejército lo controlaban los serbios. Por el momento, la propia personalidad de Tito le hizo capaz de evitar que las manifestaciones estudiantiles de finales de los sesenta tuvieran el resultado que se produjo en Checoslovaquia. En Albania se recibió mal el policentrismo y el deseo soviético de llegar a un acuerdo con Yugoslavia, el enemigo más cercano. A fines de 1961 se aprovechó el deterioro de las relaciones entre la URSS y China para establecer buenas relaciones con esta última y romperlas con la URSS. China proporcionó, aunque en cantidades limitadas, armas y expertos a Albania que en 1967 se convirtió en el primer Estado beligerantemente ateo del mundo. También en Rumania las relaciones con la URSS fueron a peor. Georghiu Dej era un estalinista en política interior pero también un titista en la exterior. Los rumanos habían hecho todo lo posible por evitar los contactos con Hungría durante el período revolucionario de 1956 y luego trataron de evitar cualquier autonomía cultural de la población magiar en Transilvania.

Pero, tras la retirada de las tropas soviéticas de la vecina nación, en 1958 adoptaron una política de independencia en política exterior. Así, se negaron a aceptar la ruptura con Albania y también la especialización económica que quería ser impuesta desde Moscú. En 1964 Rumania desaprobó cualquier pretensión de hegemonismo soviético, aun manteniendo el modelo político anterior e incluso no permitiendo la parcial flexibilización que se produjo en la etapa de Kruschev en la URSS. No en vano Rumania era el segundo país de Europa del Este en extensión; creía que ese tamaño le permitía la autonomía. Cuando Georghiu Dej murió en 1965 su sucesor, Ceaucescu, mantuvo idéntica política respecto a las relaciones internacionales. Después de la Guerra de los Seis Días Rumania fue el único Estado de Europa del Este que no tuvo inconveniente en mantener las relaciones con Israel. Además, las estableció también con Alemania federal y redujo la enseñanza del ruso. Pero esta independencia en política exterior no significó un cambio de importancia en la interior. Así, por ejemplo, aumentó la centralización y, por consiguiente, minorías como la magiar vieron pisoteados sus derechos. Los dirigentes rumanos se caracterizaron por mantener el régimen estaliniano casi en Estado puro. En Bulgaria, tras la desestalinización, se produjo un cambio en el liderazgo que tuvo como consecuencia una dirección doble y compartida (Zhivkov y Yugov) durante algún tiempo.

Fue el primero quien triunfó finalmente manteniendo a continuación un régimen dictatorial pero relativamente blando y un vínculo muy estrecho con la evolución de la política soviética, fuera quien fuera el líder. Las reformas fueron detenidas en cuanto se planteó alguna posibilidad de heterodoxia por parte de los checos y, de cualquier modo, se aceptó plenamente la división de trabajo promovida desde Moscú. Los créditos de la URSS jugaron un papel muy destacado en la promoción del desarrollo económico. En Alemania del Este la dependencia de la URSS fue también muy estrecha pero hubo más flexibilidad en el terreno económico en que se introdujeron algunas reformas flexibilizadoras como las auspiciadas por Liberman. La represión cultural e intelectual se mantuvo y en el verano de 1961, cuando se cerró la frontera entre las dos Alemanias, casi tres millones de personas habían huido ya de la oriental a la occidental. En Hungría se produjeron después de 1956 los cambios más decisivos de cualquier otro Estado de Europa del Este. Kádar disolvió todos los organismos anteriores a la revolución o precursores de ella que hubieran podido causar problemas de disidencia política, pero al mismo tiempo evitó apoyarse en estalinistas como Rakosi. En 1962 el 75% de la tierra había vuelto a ser colectivizada pero se permitieron las cooperativas y la tierra de propiedad individual. La presión sobre los campesinos fue fiscal y no física, como había sucedido en la época estalinista.

También la actitud policial aflojó y el régimen ofreció las características de una dictadura autoritaria más que totalitaria. En 1961 Kádar decía ya que, a diferencia de lo que sucedía en la época de Rakosi, quien "no estaba contra nosotros está con nosotros". No había, pues, necesidad de interiorizar los principios en que se basaba la dictadura. Además, el propio partido comunista introdujo los debates y el voto secreto en sus reuniones. En enero de 1968 el ministro Nyers introdujo el "Nuevo Mecanismo Económico" que implicaba tolerancia con la empresa privada, descentralización y una nueva estructura de precios. Gracias a medidas como éstas la evolución de la economía húngara, en buena parte volcada hacia la exportación, fue muy positiva en comparación con el resto de la Europa del Este: la renta nacional quintuplicó en el curso de un tercio de siglo y el consumo triplicó en comparación con las cifras de la preguerra aunque tendiera a detenerse su crecimiento a fines de los setenta. Lejana a la Europa Occidental Hungría sólo era superada en el terreno económico por Alemania del Este y Checoslovaquia en la Oriental. Aunque degradado a mediados de los años setenta el "Nuevo Mecanismo Económico" fue renovado a fines de la década. Basado en una economía mixta en que la porción privada era la más dinámica, el régimen de Kádar tuvo el dirigente comunista más estable en pie de igualdad con los de Corea, Bulgaria y Albania. En 1968, por tanto, era posible pensar que Hungría había perdido la guerra de 1956 pero había ganado la paz.

En el caso de Polonia sucedió exactamente al revés. Gomulka siguió siendo ante todo un autoritario, incapaz de mejorar las perspectivas económicas de su país y de satisfacer mínimamente los intereses nacionalistas. En cambio, lanzó una fuerte persecución antisemita como supuesta compensación que pudiera tener un contenido populista. Si continuó recibiendo el apoyo soviético fue simplemente porque los ojos de los soviéticos estuvieron demasiado fijos en Praga pero en 1970 la combinación entre la protesta intelectual y la obrera acabó con él. Mientras que la esperanza de los reformistas polacos disminuyó, en cambio, aumentó la de los checos. Sin embargo, originariamente no pareció así pues el principal responsable político, Novotny, se caracterizó según sus críticos por proporcionar a su país un culto a la personalidad "sin personalidad en la cual apoyarse". Sólo a partir de 1961 con la segunda oleada de desestalinización en la URSS las cosas empezaron a cambiar. Existían ya graves problemas en relación con la forma de organizar el Estado -Eslovaquia se quejaba de preterición- mientras que el declinar del crecimiento económico, que ya en 1963 fue nulo, creaba un incentivo complementario para que tuviera lugar un cambio político. La propuesta de una nueva política económica fue hecha por Ota Sik y resultó bastante radical. Al mismo tiempo, a partir de 1965, se relajó la censura y pudo estrenar, por ejemplo, el dramaturgo Vaclav Havel que con el paso del tiempo habría de convertirse en el más significado de los opositores.

Además, en 1967 más de un cuarto de millón de checoslovacos pudieron visitar el extranjero. En el verano de ese año un Congreso de escritores se había pronunciado en tono crítico y, en fin, un dirigente reformista, Zdenek Mlynar, fue elegido, además, para preparar algunas reformas políticas. La política se endureció, sin embargo, en 1967 pero eso tuvo consecuencias muy negativas para sus principales responsables, en especial Novotny. A la protesta de los eslovacos por la preterición que sufrían se sumó la de los estudiantes. En diciembre de 1967 Breznev no apoyó totalmente a Novoyny y este acabó abandonando el poder. Fue Fierlinger, el socialdemócrata renegado que en 1948 con su colaboración con los comunistas hizo posible que estos ocuparan la totalidad del poder, quien dio seguridades al dirigente soviético acerca de la persona que había de relevarle. Su sucesor, Alexander Dubcek, había sido el peor enemigo de Novotny y fue el primer eslovaco en desempeñar un papel decisivo en el partido. No era un intelectual sino un "apparatchik" muy influido por las revelaciones hechas por Kruschev y de una honestidad ingenua pero refrescante. Sin embargo, la experiencia que había tenido como dirigente político más relevante en Eslovaquia era muy difícil de trasladar a Praga. Aquí, por ejemplo, la relativa libertad de prensa que Dubcek había hecho posible en Eslovaquia se convirtió en una especie de discusión popular permanente que contribuyó a la parálisis de la clase dirigente checoslovaca más conservadora y causó preocupación a los soviéticos y el resto de los países del área.

Dubcek tuvo tras de sí una dirección ampliamente reformista aunque con el paso del tiempo muchos de sus miembros acabaran por someterse a un supuesto realismo que les convertía en sumisos a los soviéticos. Dubcek asentó su poder entre enero y abril de 1968. Los políticos reformistas y los intelectuales querían saber acerca de las pasadas purgas y se apoyaron en la divisa de los hussitas -"La verdad prevalecerá"-, lo que tuvo como consecuencia una amplia introspección crítica acerca del sistema político. Eso provocó a su vez la denuncia contra un general corrupto y conservador, Sejna, que acabó huyendo a los Estados Unidos. Al mismo tiempo, la circulación de la prensa cuadruplicó y de hecho pudo publicarse sin censura. A continuación, el impacto de lo sucedido se trasladó de la sociedad al partido. El programa de acción del mismo, redactado en abril, defendía la descentralización económica, la prevalencia del factor nacional en la determinación de la vía hacia el socialismo, las libertades -incluso la de creación de partidos- siempre que aceptaran en líneas generales el modelo socialista, el establecimiento de una relación simétrica con Eslovaquia..., etc. En la política exterior suponía pocos cambios -tan sólo el reconocimiento de Israel- y se mantenía el papel dirigente del partido pero como una especie de contrato renovable por acuerdo y como garantía de un desarrollo socialista progresivo. Al mismo tiempo, se produjo una floración de asociaciones independientes.

La religión tuvo posibilidades de ser practicada con mayor libertad y cien sacerdotes que estaban encarcelados fueron liberados. Aparecieron también asociaciones de estudiantes y las minorías nacionales vieron reconocidos sus derechos. Se planteó la posibilidad de que otros partidos fueran reconocidos o de que los partidos marionetas hasta entonces legales se convirtieran en independientes (no lo eran hasta el punto de que el dirigente de uno de ellos se había dedicado de forma casi exclusiva a proporcionar informes a la policía). Además, aparecieron los consejos obreros en las empresas. En suma, la primavera de Praga produjo toda una efervescencia social quizá poco consolidada pero muy prometedora. Claro está que frente a esta situación tuvo lugar una reacción de los dirigentes soviéticos. Ya desde 1965 hubo una clara prevención en los otros países del Este con respecto a las reformas checoslovacas y en febrero de 1968 Breznev, de visita en Praga, obligó a Dubcek a cambiar un discurso pronunciado ante él. En mayo hubo un primer plan para la invasión que se haría público mucho después, en 1990. En ese mismo mes hubo maniobras militares de los países de Europa del Este en Checoslovaquia destinadas por el Gobierno de este país a satisfacer a los rusos. En general, la dirección soviética trató de conseguir de los checoslovacos una rectificación dirigida por ellos presionando mediante argumentos sentimentales (Breznev) o de pura fuerza (Kosiguin) para que así se hiciera.

La dirección checoslovaca resistió unida la docena de reuniones que tuvo con los soviéticos aunque la presión fue tal que alguno de los dirigentes -el propio Dubcek- lloraron o quisieron dimitir. El propósito de los líderes soviéticos era precisamente conseguir que los propios dirigentes checoslovacos recondujeran la situación y volvieran al momento inicial sin tener ellos que invadir el país. Si el caso de la primavera de Praga fue especialmente preocupante para ellos, la razón estribó en la resistencia colectiva y unida que, al menos durante meses, tuvo la dirección del partido checoslovaco. En junio, oficialmente abolida ya la censura, se publicó el "manifiesto de las 2.000 palabras" redactado por Vaculik, que especulaba con la posibilidad de defenderse frente a una invasión soviética y con la movilización popular para conseguir ese resultado. Ya en julio los dirigentes de los países de la Europa del Este, reunidos en Varsovia, dirigieron un escrito colectivo a Checoslovaquia: desde el enfrentamiento de Stalin con Yugoslavia no había existido nada parecido. Dubcek se negó a aceptar la carta y también a ir a Moscú por lo que las reuniones exigidas por la dirección del PCUS se produjeron en la propia Checoslovaquia. La conversación fue tan dura que Dubcek la abandonó cuando fue acusado de intentar sublevar a los rutenos en contra de la URSS. Tito y Ceaucescu visitaron Checoslovaquia pero eso no tuvo otro resultado que hacer temer a los soviéticos la posibilidad de una especie de confederación danubiana heterodoxa respecto al comunismo que desligara su glacis defensivo de su férreo control.

En agosto de 1968 se publicaron los nuevos estatutos del partido que incluían muchas referencias a términos como "humanitario" y "democrático". De acuerdo con él los cargos serían elegidos por sufragio y carecerían de los privilegios de la "nomenklatura". Pero Dubcek no estaba dispuesto a que el partido perdiera su papel dirigente siendo éste el cordón umbilical que le seguía uniendo con el comunismo tradicional. Finalmente, el 20 de agosto se produjo la invasión llevada a cabo con 29 divisiones, 7.500 tanques y 1.000 aviones. En total se trataba de una fuerza militar que duplicaba la que invadió Hungría en 1956; en esta ocasión no se trataba sólo de fuerzas soviéticas sino también de todos sus aliados en la región. Se produjeron entre ochenta y doscientos muertos en combates ocasionales aunque los checoslovacos decidieron no combatir. El Presidium del partido chescoslovaco votó por siete contra cuatro contra la invasión e hizo público un manifiesto radiofónico condenándola. Por su parte, el presidente Svoboda, más débil, no hizo la denuncia pero sí recomendó calma. En suma, aun habiendo resultado un éxito la operación militar, los soviéticos no habían conseguido un triunfo. No lograron la "diferenciación" -como ellos mismos la llamaban- de los dirigentes checoslovacos entre unos colaboradores suyos y otros heterodoxos. Incluso el traslado del Presidium del partido checoslovaco a Moscú tuvo como resultado, según afirmaría luego Havel, de concluir temporalmente con el titubeo de Dubcek.

Se había intentado evitar la reunión del Congreso del partido pero éste se llevó a cabo en septiembre cerca de Praga y eligió una dirección reformista. Dos tercios de los asistentes se pronunciaron en contra de la invasión. Los soviéticos no lograron un colaboracionista con el que tratar en un principio y, en consecuencia, dejaron volver al Presidium checoslovaco. Dubcek hizo entonces un patético llamamiento asegurando que las tropas soviéticas se retira rían si la situación se normalizaba y que las reformas continuarían. Notorios opositores, como el escritor Milan Kundera, pensaron y promovieron algo parecido. Pero luego, con mucha lentitud, los soviéticos aplicaron una especie de táctica del salami consistente en procurar dividir a los dirigentes reformistas excitando las divergencias entre checos y eslovacos. Mientras tanto, una activa propaganda, dirigida por Yakovlev, ofrecía la peor imagen de los reformistas y sus propósitos. Aunque las libertades permanecieron, la posición adoptada por Dubcek condenaba a la desmovilización y, con el paso del tiempo, lo que los soviéticos habían intentado desde un principio, es decir la división de la dirección del país invadido, acabó produciéndose. Husak, Svoboda, Cernik, y otros tantos... que habían estado con los reformistas pasaron a convertirse en "realistas", es decir, a adaptarse a las nuevas circunstancias. En enero de 1969 el estudiante Jan Palach se pegó fuego en protesta por la continuación de la ocupación.

Era un signo evidente de que los jóvenes ya ni siquiera estaban con la reforma sino mucho más allá. La reacción de Dubcek fue muy característica: trató de evitar que el ejemplo cundiera y acabó enfermo por la presión psicológica sufrida. En marzo la victoria del equipo checoslovaco de hockey sobre hielo sobre los soviéticos produjo manifestaciones multitudinarias en Praga, el asalto a la línea de aviación soviética y, como consecuencia, mucha mayor presión política de la URSS. En abril de 1969 finalmente Husak sustituyó a Dubcek en la dirección del partido. El cesado luego fue enviado como embajador a Ankara pero sin que se le permitiera llevar a sus hijos. En 1970 fue expulsado del partido y se le encontró un modesto trabajo como guardia forestal. A continuación, se produjo una purga lenta, no brutal y cuya iniciativa fue de los propios dirigentes checoslovacos más que de los soviéticos mientras que desaparecían todas las asociaciones autónomas. A fines de 1970 quedaban tan sólo el 78% de los afiliados del PC checoslovaco. En el primer aniversario de la invasión todavía hubo incidentes graves con 2.500 detenidos, la mayor parte de ellos en Praga, y cinco muertos. Pero la normalización, iniciada por el propio Dubcek, acabó imponiéndose. Fue la demostración de lo difícil que resultaba que el glacis defensivo de la URSS lograra la autonomía. Pero, al mismo tiempo, en estos momentos era patente también que los soviéticos no tenían otros propósitos que los de la simple y pura conservación mediante la presión, aun siendo conscientes de que en la Europa del Este el clima social estaba ya muy lejano al del pasado.

En realidad, la invasión se explica porque Breznev y los comunistas checoslovacos vivían ya en galaxias distintas. Lo sucedido fue una operación de profilaxis política creada por temores exagerados porque la realidad era que el socialismo no estaba aún en peligro en Checoslovaquia. El comunismo checoslovaco era popular en 1968 gracias a su reformismo y después de la primavera de Praga dejó de serlo. Desapareció también por completo la rusofilia que había tenido especial relevancia en Chescoslovaquia desde los años cuarenta. La condena generalizada dentro de importantes sectores del comunismo occidental por lo sucedido fomentó un tipo de actitud que precedió en el seno del comunismo, lo que luego sería denominado como eurocomunismo. A largo plazo, las consecuencias serían todavía más decisivas. En 1968, en realidad, murió el revisionismo. Lo que se produciría en 1989 sería un rechazo del sistema comunista y no un intento de revisión. Como escribió el filósofo polaco Leszek Kolakowski, el comunismo había dejado de ser en 1968 un problema intelectual y se había convertido en un puro problema de poder.

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