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El conflicto por la instalación de los misiles soviéticos en Cuba no había sido otra cosa que un intento por parte de la URSS de paliar su retraso relativo con respecto a los Estados Unidos en materia de armas estratégicas mediante una jugada muy arriesgada. Después de este acontecimiento, en manifiesto contraste con la situación de estancamiento que se estaba produciendo en el interior de la Unión Soviética durante la época de Breznev, ésta se lanzó a una carrera para conseguir hacer desaparecer las diferencias con la otra superpotencia. Por su parte, los Estados Unidos, a pesar de estar involucrados en la Guerra de Vietnam y con un grave problema de opinión pública respecto a ella, en estos años ofrecieron una mejor imagen de sus capacidades técnicas como demuestra la llegada de un hombre a la Luna en julio de 1969 y el lanzamiento de un laboratorio espacial en 1973. Se puede afirmar que, en torno al comienzo de los años setenta, se había logrado un virtual empate nuclear entre las dos superpotencias. Las armas en que esta paridad se concretó fueron principalmente tres que pronto empezaron a ser designadas a través de sus siglas: los IRBM ("Intermediate Range Ballistic Missile"), es decir, misiles de alcance intermedio, los ICBM ("Intercontinental Ballistic Missile"), capaces de alcanzar desde una de las superpotencias a un blanco en la otra y, en fin, los misiles lanzados desde submarinos nucleares que tenían la doble ventaja de movilidad y de que, al mismo tiempo, no eran accesibles al adversario (SLBM, "Submarine Launched Ballistic Missile").

A comienzos de los setenta los volúmenes respectivos de estas armas en cada una de las superpotencias eran, de acuerdo con uno de los cómputos, los siguientes: Estados Unidos dispondría de 1.054 ICBM y 656 SLBM, mientras las cifras soviéticas serían 1.200 y 200, respectivamente. La ventaja norteamericana en estas armas sólo podía existir, por lo tanto, en lo que respecta a la precisión y la modernidad de las mismas. Los norteamericanos tenían aún, en cambio, una ventaja considerable en grandes bombarderos (520 a unos 200) pero los soviéticos eran muy superiores en fuerzas convencionales. En definitiva, las dos grandes superpotencias habían extraído una lección totalmente contraria de lo sucedido en la crisis de Cuba. Como diría Rostow, para ambos lo sucedido en la isla fue el "Gettysburg de la guerra fría", es decir, el comienzo del final de la misma en alusión a la última batalla de la Guerra de Secesión. Pero los soviéticos decidieron multiplicar su poder militar mientras que los norteamericanos en un primer momento no creyeron necesario mantener su hegemonía y, después de Vietnam, incluso si hubieran querido hacerlo, su propio legislativo se lo hubiera vedado. Esa preferencia por la "suficiencia" en armamento nuclear tenía su sentido. Con el transcurso del tiempo, a las siglas ya mencionadas hubo que sumar otras. El secretario de Defensa norteamericano Robert Mac Namara definió la política estrategia propia como "Mutual Assured Destruction" (MAD), es decir, la pretensión de lograr la destrucción asegurada del atacante en el caso de que tomara esta actitud.

Las siglas MAD significan en inglés lo mismo que "loco" lo que es muy descriptivo de la efectiva situación estratégica existente en el mundo. Los avances científicos, además, permitían la introducción de novedades armamentísticas. El "Antiballistic Missile" (ABM) podría llegar a ser un carísimo sistema de proteger el territorio de las dos superpotencias con lo que ambas fuerzas nucleares perderían su capacidad disuasoria. El "MIRV" ("Multiple Independently Targeted Return Vehicle") permitió, a través de un mismo misil cargado con varias ojivas nucleares, alcanzar una pluralidad de objetivos. Con todos estos avances no puede extrañar que el mundo de las negociaciones de armamento se convirtiera, como escribió Kissinger, en una complicada madeja que ningún inexperto hubiera podido entender jamás y en que los propios expertos dudaban sobre cuál era la actitud correcta a tomar. De cualquier modo, el implícito reconocimiento de la paridad provocó un fenómeno en las relaciones internacionales que fue descrito como "distensión" o incluso "gran distensión". A la coexistencia competitiva le sucedió un grado de relajamiento de la tensión que se impuso no tanto como una construcción racional elaborada en un momento inicial sino como un proceso convertido en teoría después. En realidad su origen remoto se debe situar en la comprensión misma del papel del arma nuclear, imposible de utilizar, en las relaciones internacionales.

Eso suponía que los conflictos periféricos debían ser considerados como tales y podían dar lugar a respuestas flexibles pero debía evitarse a ultranza una confrontación global. Quien teorizó de forma más destacada e inteligente sobre la distensión -un término que utilizaron todos los dirigentes mundiales- fue Kissinger a partir de sus conocimientos históricos de la Europa de la época de Metternich. De acuerdo con su interpretación, los Estados Unidos debían ser conscientes de haber pasado de la hegemonía militar a la paridad en poder militar. Tenían, por tanto, que revelar a sus aliados sus límites y a los adversarios conducirlos a un comportamiento racional y previsible. De ahí el "linkage" -término que equivale a enlace o vinculación- entre todos los aspectos de una relación: la URSS podría tener la seguridad, por ejemplo, de recibir aprovisionamientos alimenticios norteamericanos si no trataba de ser expansionista o de superar en armas a su adversario. El "linkage" suponía también no inmiscuirse en las respectivas áreas de influencia -no hubo ni una remota posibilidad de intervención norteamericana cuando tuvo lugar la primavera checoslovaca- y enfocar la relación mutua como un todo de manera que no existiera una ruptura entre las respectivas actitudes en unas áreas geográficas y otras. La interpretación de Kissinger identificó el mundo a finales de los sesenta con la situación tras las guerras napoleónicas en que hubo cinco grandes potencias capaces de administrar una paz basada en intereses y en contrapesos.

Pero la situación era muy distinta a comienzos de los setenta, como el propio dirigente norteamericano debió reconocer en sus memorias. Mientras que para las potencias democráticas la paz era una especie de condición natural de la relación entre naciones, para la URSS en el mundo había dos sistemas inconciliables y necesariamente enfrentados. Creía, además, que la Historia caminaba a su favor y, por tanto, no estaba dispuesta a desaprovechar cualquier ocasión para obtener una ventaja y la Guerra de Vietnam se la proporcionó. La política exterior de Breznev, tenaz, proclive a negociaciones minuciosas y complicadas, impetuosa y a menudo torpe e insegura, creyó haber encontrado una ventaja suficiente a mediados de los setenta y no estuvo dispuesta a perderla. Pero mucho antes las superpotencias se habían puesto de acuerdo en muchos puntos concretos. Si ya en 1959 habían acordado la desmilitarización de la Antártida, en el verano de 1963, tras la crisis de Cuba, llegaron a establecer un sistema permanente de comunicación directa a través del llamado "teléfono rojo". Mucho más importante fue el Tratado de Moscú por el que se prohibían las experiencias nucleares en la atmósfera. En realidad se había establecido ya una moratoria respecto a ellas en 1961 pero en agosto de 1963 se elevó a definitiva; con ello se sentaba el primer paso para establecer un cerrado club de naciones nucleares cosa que, como es lógico, no podían aceptar las que, deseando pertenecer a él, necesitaban realizar esos experimentos.

Fueron China y Francia que, como es lógico, tampoco suscribieron el Tratado de No Proliferación Nuclear (TNP) firmado en julio de 1968. Este tratado tenía el grave inconveniente de consolidar una situación preexistente pero, al mismo tiempo, suponía también la ventaja de alejar la posibilidad de que la multiplicación de potencias nucleares produjera una confrontación entre potencias menores con este arma en uno de los numerosos puntos de conflicto en el mundo. Toda otra serie de tratados relativos a la prohibición del arma nuclear en el espacio exterior (1967) o en los fondos marinos (1971) o a la utilización de armas biológicas (1972) testimoniaron la voluntad de las superpotencias de ponerse de acuerdo, más que en el desarme, al menos en lo que respecta a la limitación del exceso de armamento principalmente de cara al futuro. Más importante aún fue el acuerdo denominado como SALT 1 ("Strategic Arms Limitation Talks"), negociado a partir de 1968, por el que las dos superpotencias establecieron entre sí un límite a su propia capacidad de destrucción sin con ello obligar a terceros a nada. El tratado fue suscrito en mayo de 1972 y contenía un acuerdo por el que ambos países se comprometían a no montar sistemas ABM más que en dos zonas de sus respectivos países mientras que durante cinco años se congelaría, sin superar un determinado umbral, la construcción de los lugares de lanzamiento de misiles al mismo tiempo que se señalaba un determinado máximo al número de misiles.

En esta ocasión no sólo se admitió en un documento diplomático la paridad entre las dos superpotencias sino que se establecieron una especie de "principios básicos" que deberían regir desde este momento en adelante las relaciones entre ellas. Kissinger afirma en sus memorias que SALT 1 no puso en peligro ningún programa de armamento norteamericano que pudiera ponerse en práctica porque, en plena Guerra de Vietnam, la opinión pública norteamericana era contraria a él. Todos esos acuerdos y los "principios" reseñados revelan la realidad de que los Estados Unidos y la URSS habían constituido una especie de diarquía que tenía en sus manos el destino del mundo. Esa impresión se refuerza por el hecho de que en estos momentos se gestó el procedimiento de las "cumbres" como medio de relación entre los dirigentes de las dos superpotencias. En mayo de 1972, cuando se firmaron los tratados reseñados, sucedió la primera visita de un presidente norteamericano -Nixon- a Moscú y en menos de tres años hubo reuniones otras cuatro veces más. Lo que se aprobó entonces fueron diversos tratados destinados todos ellos a la prevención de una guerra nuclear entre las dos superpotencias o con otras potencias y a la limitación de las experiencias nucleares subterráneas. Incluso se llegó a sentar las bases, a fines de 1974, de un nuevo acuerdo (SALT 2) que establecería un límite máximo de lanzadores de misiles de todo tipo. El cambio de coyuntura internacional impidió que el tratado pudiera seguir adelante.

Las cumbres siempre dieron la sensación de que reducían el concierto coral de la ONU a tan sólo un dúo pero debe recordarse también, como escribió Rusk en sus memorias, que en la primera tenían dos tercios de los votos países que representaban la décima parte de la población mundial y el 5% de sus recursos. Es muy probable que la actitud norteamericana con respecto a su adversario sólo pueda explicarse por la grave crisis de polarización interna y por el persistente conflicto de Vietnam. De cualquier modo, en este ambiente se produjo también un cambio sustancial en lo que respecta a la política comercial norteamericana. A partir de 1965, pero sobre todo de 1969, el comercio USA-URSS se incrementó considerablemente de modo que en 1971-1979 multiplicó por 15. De esta manera los soviéticos no sólo pudieron solucionar sus problemas relativos al abastecimiento de grano sino también recibieron tecnología de su adversario. Hubo quien aseguró que por este procedimiento se llegaría a una liberalización de la URSS, pero tal afirmación resulta muy controvertible. Menos lo es, en cambio, que la dependencia de los países de Europa del Este de inversiones occidentales pudo tener un resultado parecido. De cualquier modo, cuando en 1974 la distensión empezó a entrar en crisis, una enmienda del senador Jackson al acuerdo comercial norteamericano relativa a la contrapartida de otorgar permiso a los judíos rusos para salir de su país empezó a poner mayores dificultades a las transacciones entre ambos países.

A este creciente duopolio soviético-americano le surgieron adversarios, como cabía esperar nada más iniciado. En el mundo occidental durante muchos años causó una profunda inquietud la postura de De Gaulle que reconoció a China en 1964 y se retiró de la OTAN en 1966. Para alguno de los personajes más importantes de la política exterior norteamericana como Dean Rusk, la posición del presidente francés resultó poco menos que intolerable pero en realidad no obedecía a otros motivos que la defensa del interés propio y una actitud nacionalista poco proclive a aceptar imposiciones. Las verdaderas discrepancias de fondo entre los países occidentales se produjeron en torno a la crisis monetaria provocada por la debilidad del dólar desde finales de los sesenta como consecuencia de la Guerra de Vietnam y la incapacidad norteamericana de atender, en un clima de polarización interna, a sus gastos militares exteriores. De ahí las dos devaluaciones del dólar, en 1971 y 1973, y la profunda conmoción existente entre las monedas europeas que contribuyó a la posterior crisis mundial. Otro adversario inicial de este duopolio soviético-americano habría podido ser la China comunista. La realidad es, sin embargo, que tanto la URSS como ella estaban más preocupadas por las mutuas actitudes de hostilidad que por lo que pudiera llegar a hacer el adversario capitalista y, en estas circunstancias, la política realista y carente de prejuicios de Nixon y Kissinger pudo crear una especie de "triángulo sutil" enormemente beneficioso para los intereses norteamericanos.

A fines de 1979 la China de Mao obtuvo ya dos votos de diferencia a su favor para entrar en la ONU; los intentos norteamericanos para que se aceptara a las dos Chinas fracasaron y en octubre de 1971 entraría ya de forma definitiva en la organización con los privilegios -pertenencia al Consejo de Seguridad- concedidos en otro tiempo a Taiwan. A partir de este momento se produjo un cambio cardinal en la política norteamericana. Chinos y estadounidenses habían mantenido contactos indirectos y de segunda fila en Ginebra y Varsovia pero en julio de 1971 Kissinger viajó a Pekín y estableció el comienzo de una relación que cogió por sorpresa a los soviéticos. En febrero de 1972 lo haría el propio Nixon. La política exterior china en adelante, aun sosteniendo reivindicaciones anticolonialistas en África, América hispana y Asia, consistió en enfrentarse principalmente a los intereses estratégicos soviéticos. Con respecto a la propia Europa occidental, pareció principalmente interesada en la unidad y la firmeza contra el expansionismo soviético -Mao deseaba que la España de Franco ingresara en el Mercado Común- y no dudó en prestar ayuda a movimientos guerrilleros africanos que se oponían a otros auspiciados desde la URSS cuando no lo podían hacer, por sus problemas con el legislativo, los dirigentes norteamericanos.

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