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En abril de 1955 los dirigentes de la URSS proclamaron su decisión de no aceptar en adelante el monopolio en la práctica de los países occidentales sobre la política de Oriente Medio que el Pacto de Bagdad acababa de hacer todavía más visible. Como ya hemos visto, la muerte de Stalin había dado lugar no sólo a un cambio en la política interna sino también a diversas iniciativas de "deshielo" en lo que respecta a la política internacional. Pero todo ello no supuso para los occidentales una posibilidad real de hacer desaparecer la guerra fría sino que tuvo como contrapartida potenciar la acción de la URSS en escenarios de los que había estado ausente hasta el momento. En septiembre de 1955 Egipto y Checoslovaquia anunciaron un acuerdo por el que el segundo de los países citados se comprometía a entregar al primero cantidades importantes de armamento moderno, incluidos tanques y aviones, pagando con una materia prima de la que disponía el primero -algodón- y con un pago aplazado en el tiempo. Antes había tratado de obtener de los Estados Unidos una colaboración semejante, sin lograrlo, de manera que a partir de este momento se convirtió en habitual que aquellos países del Tercer Mundo que no obtenían lo que querían de una de las superpotencias inmediatamente se dirigían a la otra. Pero, sobre todo, el acuerdo supuso la concreción de una presencia soviética en Medio Oriente que tuvo efectos inmediatos.

Jordania renunció a adherirse al pacto de Bagdad y, desde 1955, se iniciaron las relaciones estrechas entre la URSS y Siria que habrían de convertir a este último país en un sólido apoyo del primero. Pero el cambio más decisivo no se produjo en relación con estos países sino con Egipto. Este país ya desde antes se había convertido en el más importante Estado árabe independiente, en una situación de rivalidad permanente con respecto a Irak por una cierta hegemonía en la región: este papel había quedado ratificado tras el golpe de los oficiales libres en 1952. En marzo de 1954 el general Neguib fue desplazado de la dirección política de Egipto y sustituido por el coronel Gamal Abdel Nasser, convertido en un campeón del panarabismo y decidido adversario de Israel, Estado al que quería hacer desaparecer y del que había sido prisionero durante la primera Guerra árabe-israelí. Convertido en uno de los motores esenciales del movimiento de países no alineados, Nasser obtuvo de los británicos la evacuación total de su país, incluido el canal de Suez. Las negociaciones sobre este punto fueron muy complicadas. Los británicos quisieron mantener una base tan amplia que hubiera supuesto, según se afirma en las propias memorias de Eisenhower, una especie de enclave en el seno de un país independiente. Gran Bretaña y Estados Unidos habían discrepado desde hacía tiempo respecto a Nasser.

La primera había sido siempre contraia al líder egipcio de acuerdo con su visión colonialista que le hacía preferir a la Monarquía saudí, un aliado tradicional, mientras que los segundos estaban interesados, sobre todo, en detener el peligro comunista y, por lo tanto, en crear una barrera de alianzas para evitar la posible penetración soviética. En realidad, a los norteamericanos no les interesaba otra cosa que la libertad de circulación por el canal de Suez; no quisieron participar en estas negociaciones y menos aún verse involucrados en el contencioso paralelo que los franceses tenían con los egipcios por la ayuda que estos prestaban a la independencia argelina. Nunca dieron la menor seguridad de que apoyarían cualquier acción bélica emprendida por franceses y británicos para recuperar su influencia en Egipto, sino que más bien su actitud fue disuasoria desde un principio y más todavía cuando arreció la posibilidad de que esta intervención tuviera lugar. En definitiva, para Eden, el premier británico, Nasser había cometido ni más ni menos que "un robo"; Dulles le quería hacer "vomitar" lo que se había tragado pero sin violencia. Al mismo tiempo, Nasser, deseoso de promover el desarrollo económico de su país, pretendió de los norteamericanos la financiación suficiente como para hacer posible la construcción de la presa de Asuán, destinada a hacer posible la promoción de los regadíos en el Sur de Egipto y la producción de energía eléctrica.

El proyecto tenía una importancia de primera magnitud para el país pues suponía multiplicar por un tercio la superficie regada y por la mitad la potencia eléctrica instalada. Pero, tras algunas dudas, el secretario de Estado norteamericano Foster Dulles, se inclinó por no apoyar esta petición en un momento en que el peticionario parecía demasiado vinculado con un neutralismo que a él le parecía inmoral. No se olvide que acababa de tener lugar la ya mencionada Conferencia de Brioni. Pero, sin duda, en la forma de negarse a la propuesta de Nasser, Dulles resultó innecesariamente ofensivo al aludir a la incapacidad egipcia para afrontar el pago. Los británicos y franceses no fueron consultados sobre esta decisión norteamericana que se veían obligados a seguir. El 26 de julio de 1956, aniversario de su régimen, Nasser anunció ante la muchedumbre reunida en la plaza de la Liberación en Alejandría la nacionalización del canal de Suez. En el pasado había asegurado que de los cien millones de dólares que reportaba a la sociedad constructora del canal, en manos de capitalistas británicos y franceses, su país recibía tan sólo tres; por su parte, los británicos aseguraban que un tercio de los barcos que utilizaban el canal pertenecían a su país. La ocasión para la nacionalización derivaba, según Nasser, de la necesidad de obtener recursos para Asuán, que se habían demostrado imposibles por otros procedimientos. De todos modos, aseguró estar dispuesto a pagar las correspondientes indemnizaciones como consecuencia de la decisión nacionalizadora.

Pese a las afirmaciones en contrario por parte de británicos y franceses, el canal siguió funcionando de forma normal. Pero, al mismo tiempo, la tensión mundial creció, Nasser había desafiado a los británicos pero también a los franceses como consecuencia de la ayuda prestada a la insurrección argelina y a los israelíes, a quienes declaró que impediría el acceso al canal. En el proceso negociador que se abrió a continuación es preciso comprender la visión de las antiguas potencias coloniales, por errada que pudiera resultar su decisión final. Gran Bretaña y Francia veían en peligro sus aprovisionamientos petrolíferos, que en un 90% pasaban por el canal, aunque el efecto de su decisión bélica fue precisamente interrumpirlos. Por otro lado, con la vista puesta en la Europa de los años treinta, conceptuaron a Nasser como un dictador a quien era preciso parar los pies cuanto antes pues de lo contrario podía ser peor. En las memorias de Eden la referencia a ese pasado durante los años treinta es constante: parece haberle considerado como un dictador megalómano como Mussolini, sólo distinto por la diferencia de escala. El acuerdo al que británicos y franceses llegaron para su intervención militar final fue, a la vez, demasiado tortuoso y, al mismo tiempo, demasiado cínico y transparente como para evitar que la imagen de ambos países quedara inevitablemente averiada en toda la región. El hecho de que llegaran a un acuerdo con Israel, hacía esa misma incomprensión inevitable.

Pero antes de que tuviera lugar la ofensiva franco-británica, por un lado, e israelí por otro, hubo al menos una serie de intentos para llegar a un acuerdo. Una conferencia internacional reunida en Londres en agosto de 1956 fracasó y no consiguió otro resultado mejor la que tuvo lugar con la participación de los países usuarios del canal. A comienzos de octubre, el Consejo de Seguridad, reunido en Nueva York, de nuevo trató del tema y tan sólo unos días después el presidente del Consejo francés, el socialista Guy Mollet, especialmente obsesionado por el recuerdo de los años treinta del que se ha hecho mención y el primer ministro británico, Anthony Eden, enfermo y amargado por el largo período que había tenido que pasar hasta recibir el liderazgo del Partido Conservador británico, llegaron a un acuerdo para intervenir en cooperación con Israel. El recurso por el que se optó para explicar la operación fue que el ataque de este último país en dirección hacia el Sinaí ponía en peligro el libre paso por el canal. La verdad es también que, a base de facilitar los ataques de comandos palestinos desde Egipto, Nasser se había arriesgado mucho. Hubo un momento en que había dos o tres incidentes armados diarios y, contra la voluntad de la ONU, los egipcios prohibían el paso de barcos israelíes por el canal. La operación se llevó a cabo a partir del 22 de octubre de 1956 sin demasiadas dificultades por parte de los israelíes, que conquistaron la mayor parte del Sinaí, pero con mayores problemas por parte de franceses y británicos que sólo consiguieron conquistar una parte del canal con menos de una treintena de muertos propios (los israelíes tuvieron más de un centenar de muertos).

La superioridad tecnológica y de preparación se había impuesto netamente. No podía haber sorpresa porque los atacantes habían amenazado con la invasión poco antes de llevarla a cabo, pero la operación militar anglofrancesa estuvo mal concebida y peor realizada; ni siquiera parece haber existido coincidencia en los atacantes sobre los objetivos a lograr. De cualquier manera, el 5 de noviembre la Unión Soviética amenazó a Gran Bretaña y Francia mientras que Estados Unidos también las presionaba y la Asamblea General de la ONU condenaba a las potencias agresoras por una votación abrumadora (54 a 5). El 6 de noviembre se detuvieron las operaciones militares: Eden, presionado por el derrumbamiento de la libra, se había dejado convencer primero y luego se sumó a su actitud Mollet. Ingleses y franceses se retiraron a fines de año de las posiciones que habían conquistado. Israel lo hizo en 1957. La ONU interpuso fuerzas propias entre egipcios e israelíes y mantuvo una guarnición en el estrecho de Tirán para garantizar el paso israelí por la zona; además, los egipcios se retiraron de Gaza. Este país había logrado, al menos, una parte de lo que pretendía. No se debe olvidar que por los mismos días en que se produjo el conflicto entre Egipto y las antiguas potencias colonizadoras tenía lugar la sublevación de Hungría y su inmediata supresión por el Ejército soviético. El presidente Eisenhower dio la sensación de vincularse con los sublevados anticomunistas en este país, con los que dijo estar "de todo corazón", y la radio occidental apoyó su resistencia.

Sin embargo, el desarrollo de los dos conflictos en paralelo y su resolución sin que los intereses de las dos superpotencias se vieran afectados pudo dar al conjunto del mundo la sensación de que éste permanecía dividido en dos áreas de influencia en las que no se podía producir la intromisión del adversario. La Guerra de Suez tuvo repercusiones muy profundas sobre las relaciones internacionales no sólo porque supuso un acto de presencia de las naciones no alineadas surgidas de la descolonización y un neto triunfo diplomático de las mismas sino porque también tuvo una importante repercusión sobre el resto de las potencias que se vieron involucradas en los acontecimientos. Suez, por ejemplo, vino a ser algo así como el último rugido del león británico. Macmillan, después de concluido el período bélico, le dijo a Dulles que quizá pasados doscientos años se darían cuenta los Estados Unidos de lo que los británicos habían padecido como consecuencia de esta guerra. Eden en sus memorias aduce que el resultado de la crisis fue impuesto por la actitud norteamericana que no fue la propia de un aliado; su propuesta de que los petroleros británicos dieran la vuelta por el cabo de Buena Esperanza era inviable desde el punto de vista económico. El nuevo premier británico fue capaz de restablecer la relación con los norteamericanos pero al precio de mantener respecto a ellos una actitud de virtual absoluta dependencia. Lo que no consiguió fue restablecer la situación de la economía británica, que dependía ya desde antes por completo de la norteamericana.

Curiosamente, los Estados Unidos hubieran podido hundir las cotizaciones mundiales del algodón, el único producto exportable de la agricultura egipcia, por el procedimiento de lanzar al mercado mundial sus inmensas reservas. Pero no lo hicieron, sino que emplearon su poder económico en contra de un aliado sempiterno y que lo fue todavía más a partir de este momento. Los británicos, por su parte, mediante la intervención quisieron conservar o incluso recuperar su influencia en Medio Oriente, pero el resultado de su acción fue reducirla a una mínima expresión. Los norteamericanos quisieron heredar la influencia británica en la zona pero pronto descubrieron que la situación allí era demasiado complicada como para poder ser resuelta por el procedimiento de declararse anticolonialistas. Su vinculación con Israel lo hizo más complicado todavía. Un factor importante fue la inhabilidad norteamericana que les llevó a intervenir en Líbano sin medir las consecuencias de sus actos o a pensar seriamente que el rey de Arabia, Saud, era una alternativa viable a Nasser. Al menos, los Estados Unidos habían tomado una posición en esta crisis mundial pensando de cara al futuro y no lo habían hecho de cara al pasado, como los dirigentes de Gran Bretaña y Francia. Resulta muy posible que lo sucedido en Suez tuviera una importante repercusión en la política exterior francesa: la fragilidad propia percibida en esta ocasión debió fomentar la necesidad sentida de procurarse, mediante el arma atómica, una relevancia mundial que había perdido ya.

En cuanto a la Unión Soviética salió, sin duda, de la Guerra de Suez con un prestigio consolidado de cara a la opinión pública árabe; además, en las conferencias posteriores a la finalización del conflicto ratificó esta impresión alineándose sin fisuras con la posición egipcia. Incluso la amenaza de intervención en el conflicto dio la sensación de tener un efecto inmediato sobre la actitud francesa y británica. Pero bien cabe pensar que, como señala Kissinger, a largo plazo la aparición de la URSS en el escenario del Medio Oriente, tuvo graves inconvenientes para ella. Stalin no quiso arriesgar la credibilidad soviética en los países descolonizados y Kruschev corrió demasiados riesgos haciéndolo. Con el paso del tiempo se acabó por descubrir que Oriente Medio era demasiado volátil y costoso para que se empleara a fondo en él. Claro está que tuvieron que pasar muchos años para que se llegara a este descubrimiento. Por el momento, la situación en Medio Oriente tras la Guerra de Suez supuso la aparición de un nuevo escenario de confrontación entre las dos grandes superpotencias. En enero de 1957 el presidente Eisenhower hizo ante el Congreso de los Estados una declaración con la que pretendía "llenar el vacío" que había supuesto la desaparición de la influencia franco-británica para que éste no fuera llenado por la Unión Soviética. La llamada "doctrina Eisenhower" suponía una ayuda económica y militar para la región; se crearía un organismo especial norteamericano destinado a lo primero con un incremento considerable sobre los presupuestos anteriores.

Además, la actitud norteamericana consistió también en lanzar una seria advertencia a la URSS. El llamado "plan Chepilov", surgido como respuesta soviética, preconizó la no participación de los países de Medio Oriente en ninguna alianza militar así como el rechazo de las bases extranjeras. En adelante, la confrontación entre las superpotencias en esta zona del mundo se convirtió en una constante de las relaciones internacionales. Mientras que la URSS se apoyó en Egipto y Siria, los Estados Unidos lo hicieron en Jordania y Arabia Saudita al mismo tiempo que mantenían su tradicional vinculación con Israel. La URSS, cuya escuadra empezó a hacer acto de presencia en el Mediterráneo a partir de este momento, no provocó conflictos nuevos y, por el momento, dio la sensación de verse beneficiada por la evolución de los acontecimientos. En efecto, su principal aliado en el Medio Oriente, Egipto, parecía haberse convertido en el "hermano mayor" de las naciones árabes, como sus propios dirigentes afirmaban. En febrero de 1958 el presidente de Siria, un país dominado por un partido laico, progresista y nacionalista denominado Baas, se asoció con Egipto en una República Árabe Unida que tuvo una existencia efímera (1958-1961). Como respuesta, las Monarquías pro occidentales de la zona -Hussein de Jordania y Faisal II de Irak- constituyeron una "Unión árabe" de carácter federal. Sin embargo, en julio de 1958 Irak experimentó un golpe de Estado que supuso la desaparición de la Monarquía, sustituida por el régimen militar del general Kassem y, como consecuencia, la desaparición en la práctica del Pacto de Bagdad.

El posterior desarrollo de los acontecimientos propendió a hacer aparecer un escenario siempre cambiante e inestable. En 1962 Egipto intervino en Yemen apoyando un régimen militar frente a la autoridad tradicional del imán Badr. En 1963 dos golpes militares instalaron definitivamente al Partido Baas en el poder en Damasco y Bagdad pero en dos versiones muy distintas que nunca resultaron compatibles. Se comprende, por tanto, la dificultad de los soviéticos y de los norteamericanos por desenvolverse en una madeja tan intrincada de conflictos en esta parte del mundo. Quizá el país que pudo convertirse a la vez en paradigma de inestabilidad y de confrontación entre las grandes potencias fue el Líbano. País plural cuyas instituciones se mantenían en equilibrio gracias a una indudable prosperidad económica, vivía una complicada fórmula de compromiso dominada por los partidos de filiación cristiana, el Líbano había renunciado a romper con Francia con ocasión de la Guerra de Argelia y con Francia y Gran Bretaña en el momento de la Guerra de Suez. En estas condiciones no puede extrañar que Nasser le acusara de "haberse vendido al imperialismo del dólar". Recién fundada la RAU el Líbano quedaba sometido a la presión de un país como Siria, que siempre había tenido pretensiones territoriales en parte del país con quien había estado unido en la época colonial. En junio de 1958 una serie de incidentes que revelaron la existencia en la sociedad libanesa de fuertes apoyos para Nasser tuvo como resultado la petición por parte del presidente Chamun de una intervención norteamericana que, en efecto, tuvo lugar en el mes de julio. Sin embargo, ya a fin de año, un nuevo presidente libanés, Chehab, abandonó la línea pro occidental y norteamericana de su predecesor optando por solicitar la retirada de las tropas. Líbano volvió a reconstruir su complicado equilibrio entre tendencias religiosas y políticas, pero lo hizo en un ambiente de inestabilidad muy característico de toda la región: en 1961, por ejemplo, hubo una conspiración que tenía propósitos unitarios respecto a Siria.

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