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La realidad de la crisis en la Europa de fines del Medievo, tal es nuestro punto de partida, es un hecho innegable. Podrán discutirse su mayor o menor intensidad, su precisa extensión territorial, su duración o los ámbitos de la vida de la sociedad a los que afectó, pero no su misma existencia. No obstante creemos que, antes de seguir adelante y para evitar posibles confusiones, es necesario hacer algunas precisiones terminológicas. Por de pronto hablamos de crisis, mas ¿no es cierto que esta palabra se utiliza para referirse a cosas muchas veces diferentes entre sí? Una crisis puede aludir, por ejemplo, a las dificultades presentes en el campo a consecuencia de las malas cosechas de un determinado año. En ese caso se trataría de una crisis de ciclo corto, ligada por lo tanto a los ciclos de las cosechas. Pero también se aplica el término crisis para referirse a las dificultades acumuladas en un periodo de larga duración. En este último supuesto decir crisis sería equivalente a hablar de depresiones seculares. De ahí que algunos autores prefieran el termino depresión para englobar en el todo el proceso crítico que vivió Europa en el transcurso de los siglos XIV y XV. En este sentido se ha manifestado el historiador alemán Wilhelm Abel al afirmar, en un trabajo suyo del año 1980, que en los siglos mencionados hubo en Europa una depresión agraria, salpicada, eso sí, por numerosas crisis de corto plazo. En verdad las dificultades por las que atravesaron los habitantes de Europa en los dos últimos siglos de la Edad Media nunca dejaron de llamar la atención a los historiadores.

Así se explica que la historiografía decimonónica ya pusiera su acento en los graves trastornos causados en buena parte de Europa por las interminables guerras que sacudieron al Viejo Continente durante los siglos XIV y XV. El magno conflicto que enfrentó a franceses e ingleses, la denominada guerra de los Cien Años, fue sin duda el más espectacular de dichos conflictos, pero no el único. La guerra fratricida entre Pedro I y Enrique II que tuvo lugar en Castilla entre 1366 y 1369, o las peleas sin fin en que se vieron enzarzados los Estados italianos ilustran también suficientemente ese capítulo, por no referirnos a la guerra civil catalana de la segunda mitad del siglo XV o a la guerra de las Dos Rosas que estalló en Inglaterra a fines de la decimoquinta centuria. Así las cosas, aunque no hubiera en la vieja historiografía una descripción precisa de la crisis bajomedieval, se deslizaba con toda claridad la idea de que los enfrentamientos bélicos habían generado una época de graves trastornos para la mayoría de las naciones europeas. Ahora bien, seguían en pie preguntas tan cruciales como las siguientes: ¿por qué hubo tantas guerras en la Europa de los siglos XIV y XV?, y sobre todo, ¿dónde se encuentra la explicación de que dichos conflictos bélicos causaran efectos tan devastadores, sin duda superiores a los originados por las guerras desarrolladas en los siglos anteriores? Las noticias acerca de la difusión de la peste negra, en la Europa de mediados del siglo XIV, son asimismo muy antiguas.

Fue de tal magnitud el efecto causado por la susodicha epidemia en los coetáneos de su propagación que muchos historiadores se vieron tentados a ver en la citada peste el factor clave a la hora de explicarse la depresión bajomedieval. Ahora bien, a partir de ese elemento comenzaron a tejerse explicaciones más elaboradas, por más que todas ellas se cobijen, en última instancia, bajo el paraguas de la interpretación demográfica. La peste negra, epidemia que afectó a toda Europa sin ahorrar apenas ningún rincón del Viejo Continente, habría sido, desde ese punto de vista, el detonante por excelencia de un proceso de crisis, en el que al descenso del número de habitantes le acompañarían otros muchos fenómenos a él encadenados, entre los cuales cabe destacar la caída de la producción de alimentos o el descenso de las rentas señoriales. Mas en el aire quedaba siempre flotando un interrogante: ¿fue en verdad la difusión de la peste negra el acontecimiento crucial de la crisis bajomedieval europea o, por el contrario, la existencia previa de una situación caracterizada por la depresión fue la que hizo posible que prendiera con gran facilidad tan terrible epidemia? Sin salir del territorio demográfico, pero enfocando la cuestión desde un punto de vista ciertamente novedoso, se ha esbozado también recientemente la hipótesis de un posible cortocircuito epidemiológico: Europa habría perdido su inmunidad contra el bacilo de la peste, en tanto que Asia lo habría conservado, se viene a decir en síntesis.

Mas esta interpretación, pese al atractivo con que se presenta, debido a su indudable toque ecologista, no supone, a nuestro entender, cambios sustanciales en la explicación de la crisis. La cuestión, no obstante, también podía contemplarse desde otra perspectiva. La "muerte negra" era quizá, simplemente, una sacudida de la Naturaleza, que buscaba de esa manera la vuelta a un equilibrio perdido. El punto de partida se hallaría, de aceptar ese supuesto, en el desajuste creciente entre una producción agraria estancada y una población que, por el contrario, no dejaba de aumentar. Mas con esta explicación hacía su entrada en escena, como es bien evidente, la conocida teoría de Malthus. Sin duda esta interpretación representaba un notable avance sobre las que habían sido expuestas por los historiadores hasta entonces. Pero no por ello dejaba de suscitar asimismo dudas. Señalemos la fundamental: el aludido desequilibrio entre producción de alimentos, por una parte, y población, por otra, ¿era una simple fase de una evolución cíclica que inexorablemente tenía que ocurrir y por lo tanto repetida una y otra vez, mal que les pesase a quienes iban a ser sus víctimas?, o ¿respondía, por el contrario, a factores concretos existentes en la Europa de comienzos del siglo XIV?, y si éste era el caso, ¿cuáles eran esos factores? Más sofisticada, aunque también más compleja, fue la interpretación dada en 1935 por el historiador alemán W. Abel, en su conocida obra "Agrarkrisen und Agrarkonjunktur.

Eine Gesehichte der Land- und Er-närungswissenschaft Mitteleuropas seit dem hohen Mittelalter". Su hipótesis fue corroborada por nuevas publicaciones del mismo autor, como la del año 1943 sobre los despoblados (Die Wüstungen des augehenden Mittelalters). W. Abel, que estaba interesado básicamente en el estudio de la evolución de los precios y de los salarios en la Baja Edad Media, puso en relación los datos que había obtenido de sus investigaciones en ese terreno con los referentes demográficos conocidos. La conclusión a la que llegaba W. Abel era que en la decimocuarta centuria se produjo en Europa, hablando en términos generales, una profunda crisis agraria, manifestada en tres hechos fundamentales: la caída de los precios de los productos originarios del campo (paralelamente al aumento de los productos industriales y de los salarios); el descenso del número de habitantes; el incremento de los despoblados. Ni que decir tiene que estos tres aspectos se hallaban, por su parte, estrechamente conectados entre sí. Ciertamente, Abel, al poner indudable énfasis en la cuestión de los precios, había incluido un nuevo factor explicativo de la crisis del siglo XIV, que algunos han denominado el "coyunturalismo". Pero no es menos cierto que el elemento demográfico seguía teniendo, pese a todo, un protagonismo indiscutible. Por lo demás, la crítica no dejó de poner serios reparos a esta interpretación de la depresión bajomedieval, fundamentalmente a propósito de los despoblados, toda vez que los mismos están presentes en cualquier época histórica y, por otra parte, resultan de muy difícil fijación cronológica.

Años después, otro historiador alemán, F. Lutge, insistía en puntos de vista parecidos, aunque quizá, retornando a viejas interpretaciones, que ya parecían periclitadas, potenciaba el papel desempeñado en la depresión por la peste negra. Por otro lado, Lutge señalaba de manera categórica que la crisis bajomedieval había sido exclusivamente agraria, pues las ciudades, según su punto de vista, no sólo no habían tenido en los siglos XIV y XV dificultades sino que habían conocido una autentica edad de oro. Difícilmente podía faltar, entre el abanico de posibles causas explicativas de la crisis tardomedieval, la referencia al clima. La documentación de la época alude, en repetidas ocasiones, a condiciones climatológicas especialmente adversas. Se habla de inviernos de extrema dureza, "de muy grandes nieves e de grandes yelos", como se recordaba en las Cortes castellanas celebradas en la ciudad de Burgos en el año 1345. Pero también se alude en las fuentes documentales, con suma frecuencia, al exceso de lluvias, que contribuía a que se pudrieran, en diversas ocasiones, las cosechas. Se trataría por lo tanto de una "declinación climatológica", que los expertos en la materia atribuyen, en última instancia, a cambios en la actividad solar. Ahora bien, la introducción del clima en la interpretación de la crisis suponía una novedad, no sólo porque se trataba de un factor exógeno a la sociedad sino también porque se le consideraba un indiscutible "prime move" de todo lo acaecido.

Así las cosas, independientemente de las circunstancias históricas concretas, la crisis habría estallado, ante todo, por el efecto determinante de las condiciones climáticas. La Naturaleza habría impuesto sus reglas a los humanos. ¿Sorprendente? El análisis comparativo de las principales crisis que afectaron a Europa en el transcurso de su historia ya ofrecía puntos de vista similares al referirse a otras épocas. ¿No se han hecho afirmaciones en cierto modo parecidas a propósito de la crisis del Bajo Imperio Romano en el siglo III d.C. o en la Europa del siglo XVI? Mas lo cierto es que siguiendo ese camino en su versión más rigurosa la explicación histórica sobraría. La acción de los seres humanos quedaría minimizada, más aún anulada, ante la fuerza gigantesca de los elementos cósmicos. Pero regresemos a la tierra, para mencionar otro de los intentos interpretativos de la depresión bajomedieval. Nos referimos en esta ocasión a la explicación monetarista. Es un hecho cierto que en los últimos siglos de la Edad Media asistimos a una rarefacción de los metales preciosos, situación debida en parte al agotamiento de antiguas minas de plata de Europa central, pero también motivada por las dificultades para conseguir oro procedente del Sudán, en el Continente africano. Partiendo de esas bases se explicarían tanto el retroceso de la calidad de las monedas como, sobre todo, la contracción paulatina de la circulación monetaria.

Este cuadro daría lugar, a su vez, a una deflacción, síntoma inequívoco de parálisis en la actividad económica. Pero nuevamente surgen las dudas, particularmente cuando se piensa que la depresión afectó ante todo al campo, pero apenas a las ciudades, sin duda mucho más ligadas a la economía monetaria. Después de llevar a cabo este somero recorrido a través de las causas de la depresión bajomedieval ha llegado el momento de efectuar un rápido repaso: las guerras, la peste negra, los desajustes entre producción y población, la crisis agraria, los cambios climáticos, los problemas monetarios, serían, por no citar sino los más significativos, algunos de los posibles puntos de partida explicativos de la profunda crisis que padeció el Continente europeo en el transcurso de los siglos XIV Y XV. Son tantas las perspectivas de análisis, cada una de ellas razonablemente sostenida desde fuentes documentales conservadas de la época en cuestión, que no puede sorprendernos que el profesor francés E. Perroy, en un célebre articulo que data del año 1949, hablara no de la crisis del siglo XIV, sino de las crisis de dicha centuria. En efecto, Perroy llegó al convencimiento de que lo que hubo en la época de referencia fue una sucesión de crisis diversas, demográfica, agraria, militar, monetaria, etc., cada una de ellas en cierta medida autónoma, por más que hubiera indudables nexos de aproximación entre todas ellas. Ahora bien, es posible preguntarse si las reflexiones del profesor Perroy, aun reconociendo su indudable originalidad, aclaraban el panorama de la crisis tardomedieval o, por el contrario, lo oscurecían.

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