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Una de las consecuencias más espectaculares que aportó la gran depresióm de fines de la Edad Media fue el baile experimentado por los precios y por los salarios. Ello explica que los poderes públicos se vieran obligados a tomar decisiones drásticas en ese sentido, por más que resultaran de hecho inútiles en la práctica. Nos referimos, claro es, a los ordenamientos de precios y de salarios, tan abundantes en la Europa del siglo XIV. Dichos ordenamientos tenían como finalidad esencial fijar los topes máximos que debían alcanzar unos y otros. Lo habitual era que en los años malos los precios de los productos alimenticios subieran, a veces de forma aparatosa. "El pan e la carne encarescen de cada día", se dijo, muy expresivamente, en las Cortes de Castilla celebradas en Burgos en el año 1345. Sin duda ese encarecimiento obedecía, ante todo, a las catastróficas cosechas que acababa de padecer dicho Reino. Simultáneamente el descenso de la mano de obra, a consecuencia de las mortandades, derivó en un aumento de los salarios que cobraban los jornaleros. "Aquellos que yvan labrar demandavan tan grandes preçios e ssoldadas et jornales, quelos que avian las heredades non las podian complir", se dice en el preámbulo a uno de los ordenamientos de menestrales aprobados en las Cortes de Valladolid de 1351. No deja de ser altamente significativo que en esa misma fecha se hubiera aprobado en Inglaterra un texto de características similares, el "Statute of Labourers", elaborado pare hacer frente al alza de los salarios experimentada en aquel país.

Sin embargo, sería erróneo sacar la conclusión de que la crisis bajomedieval provocó un incremento, sin más, de los precios y de los salarios. La cuestión fue, ciertamente, mucho más compleja. Los productos agrarios se encarecían en los momentos de dificultades. Veamos un ejemplo muy llamativo: el precio del trigo en París se multiplico por cinco entre mediados de 1314 y finales de 1315, y en Inglaterra se triplicó por las mismas fechas. Pero pasada la tormenta los precios citados no sólo volvieron a sus cotas iniciales, sino que evolucionaron a la baja. Los jornales, por el contrario, mantuvieron su línea ascendente. Así las cosas, la crisis del siglo XIV provocó, en última instancia, una profunda distorsión entre los precios de los productos agrarios, por una parte, y los salarios de los jornaleros del campo y de los artesanos, por otra. Los casos estudiados confirman claramente este aserto. En el obispado inglés de Winchester el precio del grano pasó de una base 100, en las dos primeras décadas del siglo XIV, a otra 79, a mediados del mismo siglo, y a una base 68 en los inicios de la decimoquinta centuria. Paralelamente los salarios de los jornaleros ascendían, en idénticas fechas, desde una base 100 a otras 117 y 130. Parecidas consideraciones pueden hacerse si nuestro punto de mira se centra en los datos procedentes de la comarca francesa de Ile-de-France, en donde el trigo valía, a mediados del siglo XV, un 30 por 100 menos que en los albores del siglo XIV, en tanto que los salarios de los jornaleros se hallaban en 1420 en una cota casi cuatro veces superior a la alcanzada cien años antes.

Por su parte, el salario de los viñadores de Marsella, que oscilaba entre los 10 y los 15 denarios en los albores del siglo XIV, se situó en una banda de 48 a 60 denarios en el periodo 1349-1363, y alcanzó los 60-72 en las primeras décadas del siglo XV. Cambiemos de escenario. El estudio efectuado sobre los precios de los cereales en los Países Bajos, a partir de datos procedentes de las ciudades de Brujas y de Gante, revela asimismo bruscas oscilaciones, con elevaciones espectaculares en los malos años, pero posteriores caídas, hasta llegar a situarse en los valores de partida o aún inferiores. Así, por ejemplo, el precio del trigo, sobre una base 100 en el año 1364, había descendido a una base 80 en 1395, pero entre ambas fechas había subido en 1369 a una base 134. Puede afirmarse, por lo tanto, que la crisis afectó muy profundamente al medio rural, que fue su principal víctima. Pero incluso es posible matizar más esa afirmación, en el sentido de que la peor parte se la llevaron los cereales. W. Rosener lo ha dicho a propósito de Alemania: "la gran depresión fue básicamente una crisis del cultivo de cereales: la cría de ganado, la viticultura y los cultivos intensivos muestran incluso una tendencia ascendente". Esta idea, aunque con algunas matizaciones, creemos que puede predicarse para el conjunto de la Europa cristiana. En concreto, la caída del precio de los productos del campo afectó principalmente a los granos, siendo mucho menor su incidencia en el vino o en los productos de origen animal.

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