Las diferentes variaciones lumínicas y cromáticas de un mismo elemento serán la gran aportación del impresionismo como se puede contemplar en las series de Pissarro y Monet. Van Gogh parece continuar a los grandes maestros con las dos vistas de París desde su habitación de la rue Lepic, empleando un estilo puntillista consistente en la utilización de pequeños toques de color ante un entramado de líneas que organizan la escena.
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Entre los impresionistas se puso de moda representar escenas urbanas cargadas de modernidad. Cuando Vincent llegó a París en la primavera de 1886 y contactó con los miembros de eses grupo también se interesó por ejecutar imágenes donde la ciudad fuera la protagonista; así surgen obras tan atractivas como Le Moulin de la Galette, la Vista de París enfrente de Meudon o esta escena captada desde Montmartre. La composición está tomada directamente del natural, apreciándose la iluminación característica del atardecer que llena de sombras malvas la ciudad. Los tejados y las siluetas de los edificios emblemáticos sintonizan cromáticamente con el cielo, donde observamos zonas con gran empastamiento, mientras que en la urbe el color rojizo de los tejados anima la composición. La pincelada es vigorosa, aplicando el color con soltura, a base de rápidos y cortos toques que recuerdan al estilo de su buen amigo Pissarro.
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Muy similar a la Vista de París desde Montmartre, en ambas imágenes Vincent pretende mostrar los efectos de la luz sobre los edificios de la capital francesa, siguiendo la teoría impresionista gracias a su estrecha relación con Pissarro. Las pinceladas rápidas y empastadas caracterizan una composición presidida por las tonalidades suaves, alejadas de la oscuridad del periodo de Nuenen.
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Salomon van Ruysdael creará un tipo de pintura que se destacará por la sencillez de la composición, la vastedad de los planos y la ligereza de las brumas, la luz plateada, los colores sobrios y suaves, integrando las escenas de género en el paisaje. Estos paisajes parecen reproducir la naturaleza holandesa, labrada y formada por los hombres, y reunirla en un único verso poético. Los ríos y el mar jugarán un papel primordial en este arte de tintas terrosas y tostadas. Jan van Goyen también trabajará en esta línea.
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Cinco años después de su llegada a París, Jongkind se traslada a Le Havre y a Normandía, donde su virtuoso estilo inicial empieza a transformarse. El color y la luz le llaman la atención, especialmente en sus acuarelas, interesándose por los paisajes de la región. En Le Havre conoce a Monet y Boudin. El estilo de Jongkind se irá simplificando con el tiempo a la vez que su paleta se aclara más; curiosamente nunca pintó sus óleos directamente del natural sino que tomaba bocetos y dibujos a "plein air" para acabarlos en el estudio, obteniendo atractivos resultados cercanos al Impresionismo, siendo uno de sus precursores. De Jongkind diría con el tiempo Monet: "Nos pidió que le mostrásemos nuestros bocetos, me invitó a ir a trabajar con él, me explicó el porqué de su manera y, complementando así la enseñanza que yo había recibido de Boudin, fue, a partir de ese momento, mi verdadero maestro. A él es a quien debo la educación definitiva de mi ojo". Una influencia que fue compartida por otros pintores de la época, que veían a Jongkind como "el padre del paisaje moderno".
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En Saint-Valéry-sur-Somme, Degas aborda de nuevo la temática de paisaje, que no era precisamente su especialidad. Su atracción se inició en los años iniciales de la década de 1890, cuando realizó algunos monotipos coloreados - Paisaje de Le Cap Hornu - en los que casi rayaba la abstracción. Las construcciones de la villa hacen recuperar el volumen y las formas en los paisajes de Edgar, encontrando cierta similitud con los trabajos de Cézanne. El interés de Degas se centrará en mostrar cómo la naturaleza se introduce en la villa, representando la luz otoñal. Existe una importante diferencia con En Saint-Valéry-sur-Somme.
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Vincent quiso conocer los alrededores de Arles para encontrar nuevos temas y en el mes de junio de 1888 llegó a Saintes-Maries-de-la-Mer, en el delta del Ródano, sintiéndose atraído por las vistas de la población o las barcas varadas en la playa como en Barcas en la playa. En esta escena contemplamos la silueta del pueblo recortada majestuosamente sobre un cielo elaborado en tonos verdosos. Las torres y almenas del castillo sirven de fondo al resto de edificaciones, ejecutadas todas ellas con una línea oscura que delimita sus contornos, tomando como referencia el cloisonismo de Bernard y Gauguin. Pero en el resto de la composición, Van Gogh se muestra aun como un heredero del Impresionismo al emplear sombras coloreadas y mostrar los efectos de la luz del atardecer sobre las edificaciones y el paisaje. Las líneas de tonos lilas y verdes que apreciamos en primer plano nos conducen al fondo, en un alarde de concepción espacial. La pincelada se hace más marcada en este primer plano para diluirse en profundidad, aplicando el color en las zonas que delimitan los contornos oscuros. Podemos observar como Vincent va tomando su propio camino, asumiendo diferentes conceptos aprendidos en París y reelaborándolos con su poderosa y compleja imaginación.