En la década de 1640 Jan van Goyen se convertirá en un auténtico especialista en vistas panorámicas de ciudades, sirviendo como precedente a Jacob van Ruisdael. Durante sus numerosos viajes, Van Goyen realizará un buen número de imágenes de este tipo en las que la topografía se convierte en la principal protagonista. La ciudad de Amersfort se divisa al fondo, destacando las elevadas torres de sus iglesias y palacios así como sus molinos de viento. En primer plano encontramos un camino con viajeros y carreteros mientras que en la derecha se observa a dos campesinos sentados. En segundo término contemplamos el río Eem donde se refleja un molino. La línea del horizonte es muy baja, recurso muy habitual en el paisaje holandés, otorgando una importancia considerable al cielo plagado de nubes. De esta forma se refuerza la sensación atmosférica que el artista desea transmitir, difuminando los ambientes por efecto de la luz. El dibujo mostrado por Jan van Goyen es muy seguro como se aprecia en la silueta de los edificios y en las figurillas, resultando una obra de gran belleza.
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En octubre de 1885 Vincent viaja con su amigo Kerssemakers desde Eindhoven a Amsterdam, visitando el Rijksmuseum donde admira las obras de Rembrandt y Frans Hals. Durante esa estancia en la capital holandesa tomará los apuntes necesarios para realizar esta imagen a su regreso a Nuenen. Las siluetas de los edificios a la caída de la tarde, el puente sobre el río y algunos paseantes protagonizan una delicada composición en la que la luz ocupa un importante papel. Las pinceladas empleadas son precisas y contundentes, aplicándose el color con rapidez y empastamiento. Las tonalidades claras dominan el conjunto mostrando cierta alegría en el ambiente, reflejo del estado de ánimo de Vincent al contemplar tan maravillosa ciudad y las obras de los maestros barrocos. Observando esta imagen, el espectador puede apreciar cierta nostalgia que tampoco durará mucho tiempo ya que en noviembre Van Gogh se alquila una habitación en Amberes, permaneciendo allí hasta febrero de 1886.
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Arco, ciudad fortificada, estaba al norte del lago Garda, en los Alpes. Las acuarelas con vistas de los paisajes alpinos que Durero atravesó en su viaje a Venecia forman hoy un conjunto muy destacado por la presencia de paisajes independientes en la producción de este pintor. No tenían la consideración de obras de arte, sino que funcionaban como herramientas de taller, es decir, recursos para luego rellenar los fondos de paisaje en las grandes composiciones del maestro. En todas ellas debemos destacar que el amor por el detalle de Durero se ha esfumado en pro de la búsqueda del efecto de conjunto, de la panorámica y la amplitud atmosférica, lo que les añade otro valor más singular, fuera de la trayectoria habitual del pintor. Existen varias de estas acuarelas, entre las que podemos citar la Roca de Trento o la Vista de Innsbruck.
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Vincent dice en una carta escrita desde Arles a su hermana: "A decir verdad, el color aquí es muy sutil. Cuando el verde es fresco, es un verde fuerte, sereno, un verde que raras veces vemos en el norte. Cuando está quemado y polvoriento, no es feo, sino que el paisaje recibe los tonos dorados más variados - oro verdoso, oro amarillento, oro rosado, así como broncíneo, cobrizo, en pocas palabras, desde el amarillo limón hasta el color mate como el de un montón de grano trillado-." Esos diversos tonos de verde a los que se refiere Vincent en su carta los encontramos en este lienzo pintado en mayo, presidido por una de sus flores favoritas: los lirios, cuyas formas arremolinadas y su color malva atraerán profundamente al artista. La composición se organiza a través de diferentes planos diagonales que se alejan en profundidad, mostrando al fondo la silueta de Arles ante unos frondosos árboles. El azul del cielo sirve para recortar las siluetas y animar la variedad cromática. Las pinceladas continúan siendo tremendamente variadas, empleando ligeros toques que recuerdan al Puntillismo junto con largas manchas, sin menospreciar la minuciosidad de los árboles o los lirios, elaborados con una línea negra que refuerza sus contornos. La luz tomada directamente del natural es un recuerdo del Impresionismo con el que convivió en París, especialmente con Pissarro.
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Una vez instalado en París, Cézanne conoció a Pissarro, llegando a vivir incluso una temporada juntos en Pontoise durante el año 1872. Gracias a esta relación, Paul se inició en la temática del paisaje con una técnica más o menos impresionista. Así surge esta Vista de Auvers en la que Cézanne se interesa más por la construcción organizada de las casas que por el estudio lumínico. De esta manera preludia su posterior forma de trabajar. La pincelada rápida, empleando en ocasiones la espátula, caracteriza toda su obra, aplicando el color con excepcional maestría. En estos momentos iniciales de la década de 1870 trabajaría en muy directa relación con Delacroix, una de sus primeras referencias pictóricas. Poco a poco abandonará todo el Romanticismo que tenía para dar paso a una nueva pintura que anticipa el cubismo -véase las Grandes bañistas-.
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De nuevo las casas de Auvers servirán como modelos para los lienzos de Vincent. Este mes de junio de 1890 el doctor Gachet se entrevista con Theo en París y le transmite sus impresiones; cree que Vincent está curado y piensa que los ataques no se producirán más, invitándoles a pasar el próximo domingo juntos. Theo, Johanna y el pequeño Vincent pasan un día con el pintor en Auvers. Vincent lleva a su ahijado en brazos y le enseña los animales de la granja; está eufórico como se puede apreciar en las obras que creará en sus dos últimos meses, trabajando sin parar para realizar un cuadro al día. Esa rapidez la podemos encontrar en esta composición en la aplicación de las pinceladas arremolinadas de primer plano que casi no cubren la superficie preparatoria del lienzo. Al fondo, más estructuradas, encontramos las casas con sus tejados rojos o malvas mientras que en último término se nos presentan las verdes colinas y el cielo, apenas trabajado con ligeros toques azulados. A pesar del abocetamiento, Van Gogh ha conseguido transmitir la impresión que le produce un paisaje, enlazando con su maestro Pissarro y con las teorías impresionistas.
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Los alrededores de Auvers serán el principal modelo para Van Gogh en sus últimos días, mostrando tanto los trigales como los edificios del pueblo, donde era cuidado por el doctor Gachet, aunque éste le consideraba curado de su enfermedad. En esta sensacional imagen podemos encontrar una entrañable sintonía con el Impresionismo - estilo del que parte Vincent para alcanzar una manera personal de expresión donde el color es elemento principal - debido al empleo de sombras malvas con las que envuelve todos los edificios presididos por la torre de la iglesia. En primer plano contemplamos el trigal con su intenso amarillo trabajado con pinceladas rápidas denominadas facetas en las que la forma se diluye ante la importancia del color. En el cielo podemos apreciar las características nubes arremolinadas, pincelada que también emplea en los árboles mientras que en los edificios el volumen es obtenido también a través del color, el verdadero protagonista de la composición.