Eiffel obtuvo un importante éxito con la construcción del puente sobre el río Duero en Oporto, lo que le permitió recibir un importante encargo en su país natal: el Viaducto del Garabit sobre el río Truyère, en la localidad de Saint-Flour. El encargo fue aceptado por Eiffel en 1879 y cinco años más tarde el puente estaba concluido. Se trata de una obra de gran atrevimiento técnico al alcanzar más de 112 metros de altura con un arco de 165 metros de luz, armonizando de manera espectacular con el paisaje que rodea a la construcción. En los planos Eiffel incluyó la estructura de Notre-Dame de París en el arco de su viaducto para indicar las impresionantes medidas que iba a alcanzar con este proyecto, superando las cotas de la catedral parisina.
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Hastiado de la vida en París, en el mes de febrero de 1888 Vincent se traslada al sur, a Arles, sintiéndose atraído por la luz y el color del Mediterráneo. Al llegar se instala en una habitación en el Hotel-Restaurant Carrel, sorprendiéndole un final de invierno muy duro, con numerosas nevadas que recoge en algunos cuadros - Paisaje nevado con Arles al fondo, por ejemplo -. En el mes de marzo iniciará una serie de paisajes inspirados en la naturaleza más cercana como esta bella imagen que contemplamos. Un magnífico bosque aparece en primer plano, dejándonos contemplar al fondo un puente por donde pasa el tren humeante. La imagen está tomada en un atardecer soleado, aun frío, donde las sombras adquieren una tonalidad malva en recuerdo del Impresionismo. La principal aportación del periodo de Arles será el color en toda su grandeza. Diferentes tonalidades pueblan los lienzos del holandés, aplicadas con una pincelada segura, a base de pequeños toques de óleo que se aprecian con claridad. Pero los objetos se ven enmarcados con una potente línea oscura, siguiendo el método del cloisonismo que había aprendido de su amigo Bernard. La sensación de profundidad y el realismo que el holandés consigue serán difíciles de superar, mostrándose Vincent como un genio en su más absoluta libertad creativa.
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Viaje a la América meridional RELACIÓN HISTÓRICA DEL VIAJE A LA AMÉRICA MERIDIONAL ? PRÓLOGO El asunto de este tomo y de los tres que le siguen es la Relación Historica del Viage a la America Meridional,cuyo honorífico destino merecimos Don Jorge Juan y yo, á la real deliberación del rey nuestro señor, que está en el cielo, el señor Don Phelipe V mandándonos passar á aquellos synos á practicar varias observaciones, principalmente las que conducían al mas perfecto conocimiento de la verdadera figura de la tierra y magnitud de sus grados. Esta materia se trata con la extensión correspondiente en el tomo que Don Jorge Juan ha escrito, pues, como se previene en su prólogo, pareció conveniente para la mayor perfección y claridad de este, y de los demas encargos que se fiaron á nuestro cuidado, que al suyo estuviese el escrivir sobre las observaciones astronomicas y phisicas hechas por uno y otro, tanto en comun como en particular y el mio, todo lo perteneciente á historia y sucessos del viage. Dividese, pues, la presente obra en dos partes: la primera, escrita en dos tomos, comprehende desde la salida de Cadiz hasta la conclusion de la medida de los grados de meridiano terrestre contiguos al equador, que es de lo que trata el tomo primero en cinco libros, y una descripcion de la provincia de Quito en un libro, la qual es el asunto del tomo segundo. La segunda parte, dividida en otros dos tomos, continúa los viages hechos á Lima y reyno de Chile en dos libros, que son los que comprehende el tomo tercero y en otro libro, formando el tomo quarto, se hace relación de nuestro viage desde el puerto del Callao hasta Europa, á que acompaña un apendix de la chronologia de los monarcas que el Perú ha reconocido desde el primer Inca Manco Capac, fundador de aquel vasto imperio, hasta el rey nuestro señor Don Fernando VI, con la sucesion de los virreyes que lo han governado desde su conquista hasta el presente; en ella se incluye una noticia de los mas notables sucessos acaecidos, assi en tiempo de los emperadores ingas como despues. En una y otra parte de esta obra se describen los mares por donde navegamos y los paises por donde se transitó, con aquellas particularidades que parecieron mas dignas de atencion, assi por lo perteneciente á costumbres, propiedades y naturaleza de sus habitadores como por lo correspondiente á los climas, temperamentos, plantas particulares que se producen en ellos y otras especulaciones curiosas de historia natural, si bien me es forzoso advertir que los naturalistas ó botanicos de profession no hallarán las descripciones tan completas y prolixas como las desean porque la indispensable aplicación á las observaciones astronomicas y geometricas en los parages donde hicimos mansion ó transito, como objeto principal de nuestra mission, no nos daba lugar á poner toda la atencion en los asuntos á que solo podíamos destinar los breves ratos que nos quedaban desembarazados de aquellas precisas ocupaciones. Al passo que á los naturalistas parecerán cortas las noticias que miran á este particular, y con especialidad las de las plantas, serán largas y molestas estas descripciones á los que solo gustan de historia y no buscan otra especie de especulación. Ardua empressa sería complacer á todos á correspondencia de los gustos, pues lo que en unos recrea el entendimiento por ser de su ocupacion, suele desazonarlo y desabrirlo en otros; pero, hecho cargo de que escriviendo de plantas y animales era impropio desentenderme enteramente de sus descripciones, me pareció conveniente no escusarlas del todo, ciñendome en quanto ha sido possible á evitar la molestia que causaria la demasiada prolixidad. Entre los assuntos de que se trata, podrá repararse tambien que me detengo mas de lo que parece regular en las noticias de los mares y vientos, pero esta prolixidad, que acaso será enfadosa para los que no son nauticos, es inevitable para ilustrar y dar el mas completo conocimiento de las navegaciones que se hacen por aquellos mares, pues sin ello no encontrarían los maritimos las luces que apetecen de la variación de la aguja, vientos que reynan en cada parage y sus tiempos, y de las aves y peces que se encuentran, cuyos señales contribuyen no poco á su mas perfecto conocimiento. No me ha parecido conveniente introducir mis discursos en el anchuroso campo de destruir las opiniones que en otras historias y relaciones de aquellos paises se han esparcido porque el animo ha sido participar al público lo que en este viage se pudo adelantar y no el contender ó suscitar molestas disputas sobre desvanecer las noticias poco fundadas y facilitar el credito á las de mayor probabilidad que no concuerdan con aquellas, pero debo sincera y fielmente assegurar que todas las que se incluyen en esta Historia han sido averiguadas con el examen propio y especuladas sus circunstancias con el cuidado y atención que pide cada una segun su especie: que no se habla de parage donde no hayamos estado y residido algun tiempo y que, si se hace de otros por donde no transitamos, como sucede con los goviernos que pertenecen á la provincia de Quito y corregimientos del virreynato de Lima, es siguiendo para ello el mas aprobado dictamen, en missiones de los padres de la Compañía, en la extensión y pueblos que contienen los primeros, de los curas y governadores de ellos y en historia natural de unos y otros, con quienes mantuvimos correspondencia, por cuyo medio y el celo con que estos deseaban concurrir al cumplimiento de los preceptos del real agrado daban puntual satisfaccion á nuestras preguntas, aclarando las dudas en que nos dexaban unas respuestas con otras; assi, será arbitro cada uno de inclinarse al dictamen que le pareciere mas probable, haciendo á todos la justicia de que fueren acreedores. Muchas virtudes y particularidades de animales y de plantas hemos visto inclusas en otras relaciones, tan nuevas para nosotros acá como agenas de nuestro conocimiento allá, pues nunca encontramos quien nos las anunciasse por no ser conocidas en el país; por esto, tal vez se podrá estrañar que no se haga mención de ellas. Puede, no obstante, estar cierto el que leyere que no faltó aplicación y curiosidad en nosotros para indagar hasta aquellas cosas mas rnenudas, pero no todo lo que á veces nos informaban convenía despues con el examen de la practica; y especuladas muchas, no se conformaban con aquellas particulares propiedades y virtudes que les atribuían, proltxidad que no guardan tan exactamente todos los que escriben de aquellas tierras, pues, trasladando lo que los indios, mestizos ú otras especies de gentes les informan con la buena fé de que será cierto, no hallan reparo en darlo al publico y, asegurando tal vez lo dudoso, lo imponen en muchas cosas, que, llegadas á examinar y á inquirir sus causas, no se hallan donde las suponen, cometiendo en ello un pernicioso engaño tanto más perjudicial á la verdad quanto es difícil desimpressionar á muchos de lo que una vez llegó á calificar de cierto el propio juicio, y que, demás de la autoridad del que las escrive, suele llevar consigo la gran recomendacion de la particularidad y estrañeza, la qual dá á las cosas una cierta estimación en tal grado que llega á sentirse á veces el desengaño de que saliessen falsas á mayor exactitud sus noticias porque yá no pueden servir sin riesgo á el entretenimiento de las conversaciones. Assí, lo que se echáre menos en nuestra obra ú opuesto a lo que otros afirman, podrá hacerse juicio que se omite aquello por falso ó no bastantemente averiguado o que se contradice esto por poco seguro, dudoso ó incierto. Como para la mejor instruccion en los asuntos que se tratan en esta obra sea preciso en muchas ocasiones valerse de las demostraciones y representaciones con que se haga mas viva la impression de los objetos que lo que la simple narracion de las cosas lo consigue, tanto la historia del viage como el tomo de las observaciones geometricas, astronomicas y phisicas, contendrán las laminas que han parecido precisas, las quales se han hecho de mano de los mejores artifices españoles; y como los tomos de historia son quatro, para no duplicarlos, se colocarán donde mejor convengan; assi, las que contienen los páramos y señales en donde se hicieron las observaciones para la medida geometrica de la meridiana, de que se trata en el tomo primero, se encontrarán al final del segundo por hacerse en él la descripción general de toda la provincia de Quito, páramos, ríos y demás cosas correspondientes á ella; en el tomo primero se colocará la de los trages que usan los habitadores de Quito, assi blancos como mestizos y indios, de lo qual se hace relacion en él, y tambien la figura y estructura de las puentes de bejucos y tarabitas, de que se habla en el tomo segundo. En los principios de cada libro irá una lamina por cabeza, con las figuras alusivas, á lo que contiene el mismo libro; y las demás láminas ó mapas de planos de ciudades y puertos, como tambien las de los aspectos que demuestran las tierras en las navegaciones y las que contuvieren otras demonstraciones particulares, se pondrán en los lugares correspondientes. Entre las de planos se echarán menos las de la ciudad de Panamá y su ensenada, las quales, haviendose extraviado en el lance de mi prision por los ingleses y no trayendo consigo Don Jorge Juan el duplicado de ellos, no ha sido possible incluirlos con los demás, como se huviera executado sin este accidente, no siendo poco que se hallassen aqui los duplicados de todos los que estaban á mi cargo por haverse embiado antes á proporcion que se concluían allá. Finalmente, esperamos merecer al publico alguna consideracion en recompensa de la que hemos trabajado en su servicio y que los defectos del estilo tengan la disculpa de que no puede un marinero passar por orador ni aspirar á numerarse en la classe de los historiadores.
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VIAJE A YUCATÁN INTRODUCCIÓN No es aventurado afirmar que la arqueología maya y el interés por el conocimiento de esta apasionante cultura nacieron, a pesar de la existencia de varias exploraciones y trabajos anteriores, con los viajes que John Lloyd Stephens y Frederick Catherwood efectuaron, por tierras mexicanas y centroamericanas, a mediados del siglo XIX. A ellos se debe la recuperación para la historia del pasado de un pueblo que, hasta esas fechas, había permanecido totalmente ignorado. Durante muchos siglos, una de las más complejas civilizaciones de la América indígena, que alcanzó su máximo esplendor y desarrollo durante el Período Clásico (300-900), en un ambiente ecológico verdaderamente hostil; esperaba pacientemente, en ruinas, cubierta por la vegetación y el abandono, ser rescatada y ocupar un lugar de privilegio entre las grandes civilizaciones que a lo largo de su historia ha creado la humanidad. Bernal Díaz del Castillo, testigo presencial de la entrada de Cortés en Tenochtitlan y de la conquista de México, nos habla de la fabulosa capital azteca en los siguientes términos: Y de que vimos cosas tan admirables, no sabíamos qué nos decir, o si era verdad lo que por delante parecía, que por una parte en tierra había grandes ciudades, y en la laguna otras muchas, e veímoslo todo lleno de canoas, y en la calzada muchos puentes de trecho a trecho# ¿Quién podrá decir la multitud de hombres y mujeres y muchachos que estaban en las calles y azoteas y en canoas en aquellas acequias, que nos salían a mirar? Era cosa de notar, que ahora que lo estoy escribiendo se me representa todo delante de mis ojos como si ayer fuera cuando esto pasó# (1984: 312-315). Estas descripciones de primera mano, que fueron negadas, o tachadas de exageradas, por los eruditos durante mucho tiempo, no existen para el área maya; pues los grandes centros que poblaron su territorio cayeron en decadencia mucho antes de la llegada de los conquistadores; aunque Tayasal, último reducto maya, se rinde a los españoles en 1697. Los mayas En líneas generales, Guatemala, Belice, el oeste de Honduras y El Salvador, y los Estados mexicanos de Campeche, Yucatán, Quintana Roo, Chiapas y parte del Tabasco forman el área donde se desarrolló la cultura y la civilización maya. El hombre la ocupó quizás hace unos 10.000 años, como así parecen confirmarlo los trabajos efectuados en Los Tapiales, en las Tierras Altas de Guatemala, lugar en el que se halló un pequeño campamento de cazadores asociado a una importante muestra de material lítico, a base de raspadores, puntas tipo Clovis, hojas, etcétera. Pero las continuas excavaciones amplían esta temprana presencia a otras partes de su territorio. El abrigo rocoso de Santa Marta Ocozocoautla en Chiapas, la Gruta de Loltún en Yucatán, y algunos sitios de Belice nos ponen en contacto con gentes que utilizaban los refugios naturales como lugar de habitación, y participaban de una tradición lítica iniciada con los cazadores superiores que poblaron América del Norte. Lítico hasta el 7.500 a. C. Arcaico 7.500 - 2.500 a. C. Formativo Temprano 2.000 - 800 a. C. Formativo Intermedio 800 - 300 a. C. Formativo Tardío 300 a. C - 150 d. C. Protoclásico 150 - 300 Clásico Temprano 300 - 600 Clásico Tardío 600 - 900 Postclásico Temprano 900 - 1.200 Postclásico Tardío 1.200 - 1.530 Hacia el 2500 a. C. se producen una serie de transformaciones que van a dar origen a lo que más tarde iba a ser una de las más fascinantes civilizaciones de toda la América antigua. En esta época comienzan a aparecer en algunos sitios de Belice pequeñas estructuras domésticas de forma rectangular, que descansaban sobre plataformas de escasa altura, asociadas a diversos materiales cerámicos, manos y metates, y restos de diferentes animales. Otras estructuras de planta circular tal vez nos pongan en conexión con edificios destinados a algún tipo de práctica religiosa. La agricultura se extendió firmemente por todo el territorio, y en las etapas media y final de este Período Formativo comienzan a surgir y a asentarse los rasgos que van a definir el complejo mundo cultural de los mayas, como son la erección de pirámides y estelas. Es en el Período Protoclásico cuando se produce un gran aumento de la población, que se va a concentrar junto a los centros nacidos en la etapa anterior. La sociedad maya aparece ya fuertemente estratificada, y a la cabeza de ella se encuentran una serie de jefes sacerdotales que imponen su autoridad y conocimientos sobre el resto de la población. El dominio de los resortes del poder y de los medios de producción de esta sociedad teocrática va a provocar la creación de poderosos centros y un florecimiento intelectual, artístico y económico sin precedentes, en lo que en la actualidad se conoce como Período Clásico. El calendario, la erección de estelas, la religión alcanzan un gran desarrollo, y se levantan las más bellas muestras de la arquitectura maya: Palenque, Bonampak, Uxmal y los Templos de Tikal, entre otros ejemplos. Pero, en el siglo IX de nuestra era, toda esta actividad creadora se interrumpe de forma dramática. Es lo que se conoce con el nombre de colapso maya, fenómeno que se ha tratado de explicar desde muy diversas vertientes, hablándose de accidentes meteorológicos, como erupciones volcánicas o terremotos; o, por el contrario, centrándose en otro tipo de cuestiones como las revueltas campesinas, invasiones de pueblos extranjeros, aumento de la población o guerras civiles. Sea como fuere, a partir del año 900 son visibles en la sociedad maya una serie de transformaciones importantes, que nos introducen en el Período Postclásico. Los putunes, gentes procedentes del sur de Campeche y del delta del Usumacinta, van a potenciar las vías marítimas alrededor de la Península de Yucatán, con lo que los centros del interior pierden importancia en beneficio de los asentamientos costeros. Chichén Itzá es en esta época el centro de mayor importancia, y lugar en el que los itzáes, grupo procedente del centro de México, imponen su dominio, costumbres e influencias que tanto se dejarán sentir en esta parte de la Península. Hacia el 1250 comienza el predominio de la ciudad de Mayapán, con la caída del poder de los itzáes, que deberán emigrar hacia el interior del Petén, instalándose en la ciudad de Tayasal. Esta situación se mantendrá durante varios siglos, hasta que una serie de revueltas civiles, dirigidas por los Xiu de Mayapán, acabarán con el poder del linaje Cocom, gobernante de la ciudad en 1441. Desde esta fecha, en la que el poder centralizado desaparece, y hasta la llegada de los españoles, Yucatán aparece dividida en diecinueve unidades políticas, que van a alcanzar un elevado grado de organización autonómica, siendo éste el panorama de disgregación, decadencia y enfrentamientos que se encuentran los españoles a su llegada a estas tierras. Descubrimiento y conquista de Yucatán A pesar de ser la de Yucatán una de las primeras regiones de tierra firme en descubrirse, no fue sino hasta mediados del siglo XVI cuando se consolidó el dominio español sobre este territorio. La falta de metales preciosos, lo que originó un buen número de deserciones entre los soldados deseosos de encontrar fortuna fácil y rápida, unido al gran anhelo de libertad del pueblo maya, que combatió duramente a los españoles, son causas que motivaron el retraso en el proceso conquistador. Las fuentes clásicas de la historia de Yucatán atribuyen el descubrimiento de la Península a la expedición que en 1517 dirigió Francisco Hernández de Córdoba. Fray Diego de Landa, uno de los principales cronistas de la época e importante punto de referencia para todo lo que atañe a la historia maya prehispánica de Yucatán, nos dice #que en el año de 1517, por cuaresma, salió de Santiago de Cuba Francisco Hernández de Córdoba# y que llegó a la Isla de Mujeres, que él puso este nombre por los ídolos que allí halló de las diosas de aquella tierra# y que llegaron a la punta de Cotoch y que de allí dieron vuelta hasta la bahía de Campecbe (Landa, 1985: 44). Los expedicionarios se acercaron hasta Champotón, pero tuvieron que retornar a Cuba tras algunos encuentros nada favorables con los naturales del lugar. En 1518, Diego Velázquez, gobernador de Cuba, ante los positivos informes que, sobre las riquezas de isla Mujeres, había recibido, envió a Juan de Grijalva y Francisco de Montejo a explorar estos territorios, llegando a Cozumel y Champotón, lugar en el que tuvieron otro desgraciado incidente con sus belicosos pobladores. Sin embargo, algunos autores atribuyen el descubrimiento de la Península a la expedición de Juan Ponce de León, el cual llegó a estos territorios en 1513, aunque el contacto hispano con gentes mayas se produce con anterioridad a todos los hechos anteriormente narrados. En 1502, Cristóbal Colón en su cuarto viaje a las Indias encuentra una canoa de mercaderes mayas por el Golfo de Honduras, siendo en 1511 cuando la malograda expedición de Valdivia provoca el que dos hombres, Jerónimo de Aguilar y Gonzalo de Guerrero, pasen a la historia de la conquista por circunstancias muy distintas. Capturados junto con otros compañeros de naufragio, lograron salvarse a los sangrientos ritos mayas. Aguilar pudo, pasados algunos años, regresar junto a Cortés, sirviéndole, al igual que la Malinche, de intérprete; mientras que Guerrero contrajo matrimonio con una mujer maya, tuvo tres hijos y dirigió con efectividad la defensa de su nuevo pueblo contra los españoles, a manos de los cuales murió en el sitio de Omoa (Honduras). Éstos son los antecedentes más inmediatos a la conquista y colonización de la Península de Yucatán. En ésta y posteriores épocas, son numerosos los cronistas que dedican, gran parte de su tiempo, a escribir sobre la vida, costumbres e historia pasada del pueblo colonizado, y así, Diego de Landa, López de Cogolludo, Antonio de Ciudad Real, entre otros, son nombres fundamentales para el estudio y el conocimiento de la cultura y la civilización maya. Durante muchos años sus obras permanecieron olvidadas, y las grandes ciudades y centros ceremoniales del Mayab1, abandonados desde mucho antes de la llegada de los españoles, quedaron como testigos mudos de una época de esplendor. El silencio, la oscuridad y el olvido se cernieron sobre estos lugares los nombres de Copán, Uxmal, Chichén, Palenque, que en otro tiempo fueron sinónimos de grandeza, desaparecieron durante cientos de años del conocimiento de la generalidad. John Lloyd Stepbens El 25 de noviembre de 1805 nacía en Shrewsbury, New Jersey, un polifacético personaje, que, años más tarde, iba a convertirse en uno de los precursores de la arqueología maya: John Lloyd Stephens. Cuando contaba trece meses de edad su familia se trasladó a New York, ciudad en la que en 1815 comenzó a recibir clases en la Escuela Clásica Preparatoria, como primer paso de su ingreso en el Colegio Superior Columbia allá por 1818. A los diecisiete años de edad inicia como escribano los estudios de Derecho al lado del abogado Daniel Lord, persona que años más tarde recomienda a Stephens ingresar en la Escuela de Derecho de Connecticut, institución de gran prestigio, en cuyas aulas se habían formado dos vicepresidentes de los Estados Unidos, varios senadores, miembros del Congreso, gobernadores y magistrados de la Corte Suprema; siendo en 1827 cuando John Lloyd Stephens se gradúa en Derecho a los veintiún años de edad. Pero la práctica jurídica, que nunca llegó a entusiasmarle, fue dejando paso a un gran interés por la vibrante actividad política de su país, al lado del partido demócrata. Una persistente afección de garganta, tal vez adquirida a lo largo de los numerosos discursos que pronunciaba, hizo que, por recomendación médica, iniciara un largo viaje hacia Europa, que le devolviera la salud perdida. Éste, en principio, tranquilo viaje, le llevó a visitar un buen número de lugares del viejo y, en aquella época, romántico continente. Roma, Nápoles, Sicilia y Grecia fueron pasos obligados que le condujeron a oriente y que le llevaron hasta Esmirna, Constantinopla, Odesa y Varsovia. En noviembre de 1835 llegó a París con la intención de embarcar hacia los Estados Unidos, pero los barcos estaban atestados de emigrantes, y Stephens no pudo conseguir ningún pasaje. Y es en la capital francesa donde decide viajar a Petra, a través de Egipto y el Nilo, llegando a Alejandría a finales de ese mismo año. Por razones de seguridad, se vio obligado a conseguir un salvoconducto firmado por Mehemet Alí, pachá de Egipto, que en cierta forma y con bastantes limitaciones protegiera a su expedición durante su largo recorrido. Stephens visitó Menfis y Gizeh, llegando a Tebas, Luxor y Karnak, y con el seudónimo de Abdel Hassis se acercó, no sin dificultades, a la fascinante ciudad de Petra, donde debió pagar para acceder a ella al jeque de la misma, llamado El Alouin. Tras la publicación de Incidents of Travel in Arabia Petrea (1837) e Incidents of Travel in Greece, Turkey, Russia and Poland (1838), en los que, con un peculiar estilo poco común en su época, narraba sus experiencias viajeras por estos territorios, los siguientes años de su vida los iba a consagrar al descubrimiento de la cultura y la civilización maya, faceta esta de la que más tarde hablaremos y que culmina con la publicación de Incidents of Travel in Central America, Cbiapas and Yucatan (1841) e Incidents of Travel in Yucatan (1843). Hombre de prestigio, alabado por todos y afortunado en la práctica totalidad de las empresas que iniciaba, en 1847 es nombrado vicepresidente y director de la Ocean Steam Navigating Company, y tiempo después participa en la fundación de la Compañía del Ferrocarril de Panamá, siendo un gran impulsor de esta magna obra. En 1850, Stephens pide a Frederik Catherwood, compañero y amigo desde hacía años, que se encargue de la dirección de estos trabajos, pues debía ausentarse de Panamá y viajar hasta Bogotá para negociar el tratado entre el Gobierno y la Compañía Ferroviaria, de la que más tarde sería presidente. A su regreso a Panamá, dirigió los trabajos que conducían a la finalización del proyecto, pero su salud comenzaba a flaquear y el paludismo le atacaba constantemente. Cierto día se le encontró inconsciente al pie de una gigantesca ceiba conocida, durante muchos años, como el árbol de Stephens, lugar donde la creencia popular creía que había muerto. Sin embargo, trasladado a Nueva York en un estado crítico, falleció el 13 de octubre de 1852, sin haber podido asistir a la botadura del buque de la Panama Mail Steamship Company, que llevaría su nombre. Enterrado en el cementerio de Old Marble, no fue, sino hasta 1947, cuando un grupo de admiradores colocaron sobre su olvidada y abandonada tumba una placa decorada con un jeroglífico maya en la que podía leerse: Bajo esta bóveda se encuentran sepultos los restos de John Lloyd Stepbens 1805-1852, viajero y autor, precursor en el estudio de la civilización maya de América Central, proyectista y constructor del ferrocarril de Panamá. Frederick Catherwood Frederick Catherwood, arquitecto, dibujante, ingeniero y arqueólogo, nació en el londinense barrio de Hoxton, el 27 de febrero de 1799, en el seno de una familia burguesa. No es mucho lo que se sabe de la vida y, sobre todo, del pensamiento de quien en la actualidad es considerado como uno de los más grandes artistas que, especialmente, la arqueología maya ha tenido a lo largo de su historia. No cabe duda de que en sus primeros años recibió una buena educación, lo que le convirtió en un excelente lingüista capaz de hablar el árabe, el italiano, el griego y leer el hebreo. Hacia 1820 asiste a las clases que impartía la Academia Real de Londres, lugar donde tomó contacto con el arte que más tarde llegó a inmortalizarle: el dibujo. La muerte de John Keats, artista y amigo íntimo de Catherwood, hizo que éste llegara a Roma a petición del pintor Joseph Severn, quien iba a acompañar en la Ciudad Eterna al fallecido Keats. Es en 1821 cuando Frederick Catherwood llega a Roma, siendo admitido en el círculo cerrado que representaba la llamada Sociedad de Ingleses. Tras su estancia en Roma, en donde dibujó y participó en las excavaciones del Foro, viajó por Grecia y se adentró en Egipto junto al equipo de Robert Hay, noble inglés que preparaba en el año de 1824 una importante expedición por el Nilo. La aportación de Catherwood a este grupo explorador fueron las mediciones y el plano de Tebas, así como el dibujo de la ciudad y el valle sobre el que se asentaba. Más tarde dibujó los Colosos de Memnón, y viajó por Edfú, Elefantina y la isla de Filae. En 1832, Catherwood se encuentra en Túnez, y en 1833, junto con Arundale y Bonomi, inicia una expedición por el Sinaí y la Arabia Pétrea. Tras recorrer el litoral del Mar Rojo, llegaron al Convento de Santa Catarina en el Sinaí, y en octubre de ese año entraron en Jerusalén, lugar en el que Catherwood efectuó uno de sus más importantes trabajos: la restauración de El-'Aqsá, la mezquita de Omar, y el dibujo de una visión panorámica de Jerusalén. En 1835 regresa a Londres y se relaciona con Robert Burford, quien lo introdujo en el negocio de los Panoramas, que estaban centrados en la Plaza Leicester, lugar donde, y desde hacía años, se habían aprovechado los grandes edificios de planta circular allí existentes para exhibir enormes pinturas y murales profusamente iluminados. Era la atracción del momento. Pero a diferencia de Stephens, la fortuna le sonrió pocas veces. El 31 de julio de 1842, el Panorama de Tebas y Jerusalén que estaba expuesto, desde hacía años, en un edificio de la calle Prince de Nueva York, se incendió, quemándose la práctica totalidad de las colecciones arqueológicas reunidas en el segundo viaje por tierras mexicanas, que habían sido instaladas allí. Afortunadamente, parte de los dibujos que Catherwood realizó pudieron salvarse del desastre, ya que habían sido entregados a los editores Harper and Brothers para la publicación de la obra de Stephens. En 1844 publica, no sin dificultades, Views of Ancient Monuments of Central America, Chiapas and Yucatan. Este libro fue proyectado, en un principio, como una magna obra de arqueología americana, en la que iban a participar personajes de la categoría intelectual de Prescott, Humboldt y Stephens. El medio de financiación iba a basarse en la búsqueda de un número apropiado de suscriptores, que hicieran, económicamente viable, este gran proyecto editorial. Sin embargo, su amigo Stephens se aparta de la realización de esta obra, y los editores, al no conseguir suficientes suscripciones, se retiran del proyecto. Frederick Catherwood en solitario, y haciéndose cargo del coste económico de la edición, publica al fin sus Views, dedicadas a Stephens. En 1845 es admitido como ingeniero en la Compañía Ferroviaria Damerara, que planeaba la construcción del primer ferrocarril de América del Sur, entre Georgetown y el interior de la Guayana Británica, y en 1850 se encuentra en San Francisco realizando algunos trabajos relacionados con la construcción de vías ferroviarias e iniciándose en el negocio de la minería. Al año siguiente sale de California, rumbo a Londres, atraviesa Panamá y ve a Stephens por última vez, aunque la correspondencia continuó entre ambos hasta la muerte de Stephens, ocurrida en 1852. Tras el fallecimiento de su compañero de viajes, publica, en 1854, una edición de Incidents of Travel in Central America, en homenaje a Stephens. Hombre desgraciado en los negocios a lo largo de toda su existencia, ve cómo las empresas mineras de California en las que estaba tomando parte, comienzan a tener graves problemas financieros. Preocupado por el cariz que van tomando los acontecimientos, decide regresar a los Estados Unidos en un barco que cubría la línea Liverpool-New York. El vapor Arctic, con 385 pasajeros a bordo, partió del puerto inglés en septiembre de 1854, pero nunca llegó a su destino. Catherwood murió ahogado, el día 20 de ese mismo mes, tras la colisión del Arctic con el vapor francés Vesta, en las proximidades de Terranova. Al igual que sucedió con John L. Stephens, el olvido inmediato se cernió sobre su figura, siendo la única persona, de entre todas las fallecidas tras el desastre marítimo, sobre quien los periódicos de la época no publicaron ninguna nota necrológica. Frederick Catherwood se nos ha presentado como un hombre de gran modestia, que sólo en algunas ocasiones pudo abandonar ese irremediable segundo plano al que, a lo largo de su vida, parece haber estado abocado. Desgraciado en los negocios y en cuantas empresas iniciaba, no pudo por sus continuas dificultades económicas, y salvo contadas ocasiones, poner al servicio del arte todo su talento creador. Como certeramente escribe uno de sus mejores biógrafos (Hagen, 1981: 364): El arquitecto y dibujante que reparó y dibujó la mezquita de Omar, el panoramista de la plaza Leicester y, posteriormente, de Nueva York, el codescubridor de la civilización maya, acerca de quien los periódicos de Nueva York habían publicado tanto durante un período de quince años, el ingeniero del primer ferrocarril de América del Sur, uno de los argonautas de San Francisco, uno de los más grandes artistas arqueológicos que haya nunca existido, pasó inadvertido, casi podría pensarse, en un silencio deliberado.
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VIAJE A YUCATÁN VOLUMEN II CAPÍTULO I Partida de Nohcacab. --Arreglo de los equipajes. --Rancho Chaac. --Terror y espanto de las mujeres. --Rancho Chaví. --Casa real. --Escasez de agua. --Visita del alcalde. --Manera primitiva de proporcionarse agua. --Pueblo de un carácter peculiar. --Ruinas de Zayí. --Gran montículo cubierto de arboleda. --La casa grande. --Feliz descubrimiento. --Escalinata. --Pórticos. --Edificios sobre la segunda terraza. --Pórticos, columnas curiosamente adornadas. --Edificio sobre la tercera terraza. --Puertas, departamentos, etc. --Dinteles de piedra. --Fachada de la segunda línea de edificios. --Plano de las tres líneas. --La casa cerrada. --Puertas cerradas por dentro con piedras y mezcla. --Piezas cerradas del mismo modo. --Esta cerradura se verificó al mismo tiempo que se construyeron los edificios. --Un montículo. --Edificio arruinado. --Su interior. --Cabeza esculpida. --Estructura extraña. --Un arco. --Muralla perpendicular. --Figuras y adornos de estuco. --Gran terraza y edificio. --Departamentos, etc. Falta de interés que mostraban los indios con respecto a estas ruinas El día 24 de enero partimos, por fin, de Nohcacab. Sirvionos de bastante alivio el despedirnos de este sitio, y el único pesar que nos quedaba al salir de allí era la reflexión de que tendríamos que volver. Constante y no interrumpida había sido la bondad que merecimos del padrecito, su hermano y aun de todos los vecinos; pero la fatiga de caminar doce millas diariamente sobre un mismo terreno y la dificultad de proporcionarnos indios para el trabajo llegaron a ser una fuente perenne de fastidio, sin contar con que experimentábamos por lo común un sentimiento de aversión contra cualquier lugar en que no enfermábamos, y por consiguiente nos venía desde luego el deseo de alejarnos de allí. Conforme a nuestro plan, íbamos a emprender una excursión que abrazaba un circuito de ruinas, y que nos debía obligar a volver a Nohcacab, aunque no fuese sino para servirnos de punto de partida hacia otra dirección. En virtud de este plan, dejamos allí las piezas más pesadas de nuestro equipaje, llevando únicamente el aparato daguerrotípico, las hamacas, una gran caja que contenía las piezas de hoja de lata de nuestro servicio de mesa, un candelero, pan, chocolate, café, azúcar y unas cuantas mudas de ropa en petaquillas. Además de Albino y Bernardo, teníamos ya un muchachillo de quince años llamado Bernabé, de mucha menor catadura que los otros dos, y los tres juntos apenas formarían el bulto de un hombre regularmente conformado. Estábamos provistos de buenos caballos para el camino. Mr. Catherwood tenía uno sobre el cual, sin necesidad de apearse, podía dibujar perfectamente; el Dr. Cabot podía disparar desde el suyo la escopeta, el mío era muy capaz de emprender la más áspera jornada para hacer una excursión preliminar. Albino iba caballero sobre un animal cerrero de bocado duro, que le hacía temblar como un atacado de fríos y calenturas, y que distinguíamos con el nombre de trotón. Bernardo quería también un caballo, sin más razón que por tenerlo Albino; pero, en lugar de ir montado, tuvo que ponerse un mecapal a la frente y marchar llevando a cuestas su propio equipaje. Estábamos a punto de penetrar en una región poco o nada frecuentada por el hombre blanco y habitada enteramente por los indios. El camino que llevábamos cruzaba el terreno mismo de las ruinas de Kabah, y una legua más allá llegamos al rancho Chaac, que era una gran habitación de indios, sujeta a la autoridad de Nohcacab. No había allí un solo hombre de raza blanca, y, en los momentos en que entrábamos por la calle principal, las mujeres arrebataban de prisa a sus hijos y huían de nosotros azoradas como un ciervo montés. Dirigime a una cabaña en que había visto penetrar a una mujer: detúveme junto a la cerca por pura curiosidad, y, haciendo uso de unas pocas palabras de la lengua maya que yo había logrado aprender de memoria, pedí una lumbre para encender un cigarro; pero la puerta permaneció cerrada. Desmonté entonces; pero, antes de que yo hubiese tenido tiempo de atar mi caballo, lanzáronse fuera las mujeres y desaparecieron entre los matojos cercanos. En un punto del rancho existía una casa real, que consistía en una larga galera techada de guano, con una plazoleta por delante y una gran enramada de hojas; a un lado de esta plaza había un magnífico y frondoso ceibo, que extendía su sombra sobre un gran trecho en rededor. Al dejar este rancho, vimos a cierta distancia, hacia la izquierda, un corpulento edificio arruinado, que descollaba solo en medio de un bosque muy espeso y aparentemente inaccesible. Como a distancia de cuatro leguas de Nohcacab, llegamos al rancho Chaví, que era en nuestro itinerario el primer punto de detención, por cuanto en sus cercanías se hallaban las ruinas de Zayí. También este rancho se encontraba exclusivamente habitado por indios, dándosele el nombre de rancho a toda población que no tiene la suficiente importancia para constituir una aldea. La casa real, lo mismo que la de Chaac, era un amplia cabaña, con paredes de barro y techumbre de guano; tenía enfrente una plaza abierta como de cien pies en cuadro, rodeada de una empalizada y recibiendo la sombra de una verde enramada de palmas: alrededor de la cabaña se veían grandes árboles de ceibo. En cada rancho de indios hay siempre una casa real destinada a recibir al cura en sus rarísimas visitas, si es que llega a verificarlas; pero también sirve para hospedaje a los tratantes en pequeño de los pueblos, que suelen pasar por los ranchos a comprar cerdos, maíz o gallinas. Cuando la cabaña estuvo bien barrida y libre, comparativamente hablando, de las pulgas que allí se amadrigaban, vino a ser una habitación cómoda y confortable, provista de una sala en que podían colgarse seis hamacas, precisamente el número que necesitábamos para nosotros y la comitiva. El rancho se encontraba bajo la jurisdicción parroquial de nuestro amigo el cura de Ticul, quien, sin embargo, por la multitud de otras varias atenciones suyas, sólo había podido visitarlo una vez. El padrecito había mandado prevenir nuestra llegada con encargo de que el pueblo se preparase a recibirnos. Por consiguiente, al punto que llegamos se hallaban listos los indios para proporcionarnos ramón para los caballos; pero no había agua: el rancho carecía de ella y dependía en este caso del de Chaac, distante de allí tres millas. Sin embargo, por dos reales se encargaron los indios de proveernos de cuatro cántaros de agua, uno para cada caballo, para el uso de la noche. En la tarde tuvimos formal visita al alcalde y sus alguaciles y, además, como a la mitad del pueblo. Aunque llevábamos ya algún tiempo de residir en el país, mirábamos aquello como el verdadero principio de nuestro viaje; y, aunque las escenas en que hasta allí nos habíamos encontrado no ofrecían nada de semejante con ninguna otra de nuestra vida, este nuestro primer día de viaje nos ofreció algunas enteramente nuevas. Reuniéronse los indios bajo la enramada, en donde nos presentaron los asientos con mil ceremonias, y el alcalde nos dijo que el rancho era harto pobre, pero que harían lo posible por servirnos. Ni el alcalde, ni ninguno otro de los vecinos de aquel lugar hablaba una sola palabra de la lengua española, y nuestras comunicaciones se verificaban por medio de Albino. Abrimos nuestra entrevista con hacer algunas observaciones por los dos reales que se nos hacía pagar para dar agua a los caballos; pero hallamos las excusas perfectamente satisfactorias. En la estación de las lluvias tenían provisión de agua en las inmediaciones, que consistía en unos depósitos acaso tan sencillos como los primitivos que puedan usarse en cualquiera otra parte del mundo habitable, pues que eran unos grandes huecos o agujeros practicados en las rocas, para recoger el agua de lluvia, y a los cuales llaman sartenejas, de las que había muchísimas por la naturaleza rocallosa del terreno. Durante la estación de las lluvias se llenan tan pronto como se agotan, y en la ocasión de nuestra visita, debido a la larga continuación de las aguas, todavía las sartenejas podían suplir a los usos domésticos, pero el pueblo no podía tener caballos, ni vacas, ni ganado de ninguna otra clase, a excepción de los cerdos que criaba. En la estación de la seca se agotan estas fuentes: los huecos y agujeros de las rocas quedan enjutos, y los indios se ven precisados a acudir al rancho Chaac, cuyo pozo nos lo representaban de una extensión como de una milla bajo de la tierra, y tan áspero y difícil que sólo podía descenderse a él por medio de nueve diferentes escaleras. Este relato les dejaba libres de toda imputación de mezquindad por no dar agua a nuestros caballos. Pareciéndonos extraño que una comunidad se condenase a vivir voluntariamente en un sitio en que se obtenía tan difícilmente aquel elemento de primera necesidad, les preguntamos por qué no alzaban su establecimiento y se dirigían a cualquier otra parte; pero esta idea no parecía que se les hubiese ocurrido jamás; dijéronnos que sus padres habían vivido allí antes que ellos, y que las tierras inmediatas eran muy buenas para hacer milpas. En efecto, era aquél un pueblo harto singular y nunca había lamentado más mi ignorancia de la lengua maya como en semejante ocasión. Aquel rancho se hallaba bajo la jurisdicción civil del pueblo de Nohcacab, pero sus habitantes eran dueños del terreno por derecho de herencia. Considerábanse de mejor condición que los que vivían o en los pueblos, en donde se sometía a los indios a ciertas cargas y derechos municipales, o en las haciendas, en donde tenían que someterse a las órdenes de un amo. Su comunidad consistía en cien labradores, u hombres de labor; cultivábanse las tierras en común, y se dividían proporcionalmente sus productos. El alimento se preparaba en una sola cabaña, a donde cada familia enviaba por su respectiva porción, lo que nos explicó un espectáculo singular que observamos a nuestra llegada; a saber, una procesión de mujeres y muchachos, llevando cada cual un cajete de barro lleno de una preparación caliente aún, como se echaba de ver por el humo, caminando por una misma calle y dispersándose después en las diferentes cabañas. Todo individuo perteneciente a la comunidad, hasta el más joven, tiene la obligación de contribuir con un cerdo. Por nuestra ignorancia en el idioma, y por la variedad y urgencia de otras materias que llamaban nuestra atención, no pudimos saber los detalles de este arreglo económico que parece aproximarse mucho al mejorado estado de asociación de que hemos oído hablar entre nosotros; y como el de esos indios existe desde tiempo inmemorial, y no puede considerársele como un simple ensayo para hacer la experiencia, acaso Owen y Fourier podrían tomar con ventaja algunas lecciones de ellos. Difieren sí de los reformadores de profesión en una particularidad muy importante, y es que estos indios no solicitan prosélitos. A ningún forastero, por ningún pretexto ni consideración, se permite ingresar en su comunidad; y todos los miembros de ella deben casarse dentro del rancho, sin que jamás se hubiese dado un ejemplar de un solo matrimonio verificado fuera de él. Decían que esto era imposible, y que no temían que jamás ocurriese un suceso semejante. Tenían la costumbre de ir a los pueblos con objeto de asistir a las fiestas; y, cuando les presentamos la hipótesis de que un joven, de cualquiera de los dos sexos, llegase a enamorarse de otro joven de uno de esos pueblos, reponían que era muy factible que así sucediese, contra lo cual no existía ley ninguna; pero que, sin embargo, ninguno se casaría fuera del rancho. Y éste era un caso que se temía tan poco, que para él no había establecido castigo alguno en su código penal. A pesar de eso, insistiendo nosotros en la cuestión, después de haberse consultado entre sí, resolvieron que el infractor, fuese hombre o mujer, sería expulsado desde luego de la comunidad. Observámosles que, en una reunión de individuos tan pequeña, no dejarían de ser sobrado frecuentes los matrimonios entre parientes o afines; a lo que nos dijeron que así era efectivamente, desde que su número se redujo en la invasión del cólera. En efecto, son todos parientes entre sí; pero es permitido el matrimonio de los parientes, siempre que no sea entre hermanos y hermanas. Eran muy puntuales en la observancia de las ceremonias eclesiásticas, y a la sazón acababan de celebrar el carnaval, dos semanas antes del tiempo regular; pero, cuando les corregimos su cronología, nos dijeron que una vez que eso era así, volverían a celebrarlo de nuevo en tiempo oportuno. A la mañana siguiente, muy temprano, nos dirigimos a las ruinas de Zayí. A corta distancia del rancho descubrimos a nuestra izquierda, en una milpa muy extensa y bien sembrada, las ruinas de un montículo y un edificio tan destruidos, que fue imposible sacar de ellos ningún partido. Después de caminar como milla y media más, descubrimos a alguna distancia un enorme montículo cubierto de arboleda, que nos dejó asombrados por sus vastas dimensiones; y, a no ser por el auxilio de nuestros indios, nos habría arredrado el tamaño de los árboles que allí crecían. El bosque comenzaba desde un lado del mismo camino. Los guías abrían una vereda, chapeando las ramas hasta la altura de la cabeza, y los seguimos a caballo hasta el pie de la casa grande, en donde nos apeamos de las cabalgaduras. Con ese nombre conocían los indios una inmensa aglomeración de edificios de piedra blanca o calcárea, que, sepultados en la vasta espesura de una floresta, añadía nueva desolación a las asperezas del contorno. Atamos nuestros caballos, y caminamos a lo largo del frente. Tal era la espesura de los árboles, que al principio sólo pudimos ver una pequeña parte de los edificios. Si en Kabah nos hubiéramos encontrado este obstáculo, teniendo como tuvimos tantas dificultades en proporcionarnos indios, habríamos desesperado de hacer aquí algo de provecho; pero, por fortuna, en donde nuestros trabajos eran mayores teníamos a nuestro alcance los medios de llevarlos adelante. No vacilamos en lo que debía hacerse, tratándose ante todo de economizar tiempo. Sin aguardar a concluir la exploración del terreno, pusimos al trabajo a los indios, y en pocos momentos el sombrío silencio de los siglos fue interrumpido por el golpe acompasado del hacha y el crujido de los árboles que caían. Con el refuerzo de los indios, pudimos en el discurso del día despejar todo el frente. El Dr. Cabot no llegó al sitio sino cuando ya era muy tarde, y, al salir súbitamente de la espesura de los bosques, cuando ya no había árboles que obstruyesen la vista, y de un solo golpe se le presentaron las tres líneas de edificios de inmensas proporciones, consideró que aquél era el mayor espectáculo que hasta allí había contemplado en el país. Mientras se despejaba el terreno de los árboles, descubrimos una pila, o hueco practicado en una peña, llena de agua de lluvia, lo cual fue una importante adquisición para nosotros durante el curso de nuestros trabajos en las ruinas. El gran edificio tiene tres pisos, o, mejor dicho, son tres líneas de edificios sobrepuestos: en el centro hay una espaciosa escalinata de treinta y dos pies de ancho, que sube hasta la plataforma de la terraza más elevada. La escalinata, sin embargo, se encuentra en una situación muy ruinosa, y realmente no es más que un montón de escombros. La parte del edificio que se halla a la derecha ha caído absolutamente, y se hallaba tan destruida que fue imposible sacar la vista; pero ni aun siquiera la despejamos de la arboleda. La línea inferior de las tres mide doscientos sesenta y cinco pies de frente y ciento veinte de fondo; tiene dieciséis puertas que dan a otros tantos departamentos de dos piezas cada uno; toda la muralla del frente ha caído, y la parte interior estaba escombrada de fragmentos y cubierta de vegetación. El terreno situado delante se encontraba tan obstruido de las ramas de los árboles que habíamos echado abajo, a pesar de haberse tomado la precaución de destruirlos bien y abatir los gajos, que, a la distancia conveniente para hacer un dibujo, sólo podía verse una pequeña parte del interior. Cada una de las dos extremidades de esta línea de edificios tiene seis puertas y diez en la parte posterior, que dan a los departamentos; pero todas están muy arruinadas. La línea de edificios de la segunda terraza mide doscientos pies de largo y sesenta de fondo: tiene cuatro puertas sobre la gran escalinata. Las de la izquierda, que son las que están en pie todavía, tienen dos columnas en cada puerta, y cada columna, hecha con bastante tosquedad, es de seis pies y seis pulgadas de elevación con chapiteles cuadrados, algo semejantes a los del estilo dórico, pero sin poseer nada de la grandeza perteneciente a todos los restos conocidos de este orden antiguo. Para cubrir los espacios que medían entre las puertas, hay cuatro columnitas curiosamente adornadas, muy juntas entre sí y embebidas en la pared. Entre la primera y segunda puerta, y entre la tercera y la cuarta, se ve una pequeña escalinata que conduce a la terraza del tercer piso. La plataforma de esta terraza es de treinta pies en el frente y de veinticinco en la parte posterior. El edificio es de ciento cincuenta pies de largo y de ochenta de fondo: tiene siete puertas que corresponden a otros tantos departamentos. Los dinteles de las puertas son de piedra. El exterior del tercero y más elevado de los edificios es llano, mientras que el de los otros dos se encuentra minuciosamente adornado. Entre los diseños más frecuentes en estos adornos se ve el de un hombre sosteniéndose con sus propias manos, con las piernas extendidas en una actitud más curiosa que delicada. He allí, "los amplios y muy bien construidos edificios de cal y canto" que dice Bernal Díaz haber visto en Campeche, "con figuras de serpientes y de ídolos pintados en las paredes". Las plataformas de las tres líneas de edificios son más anchas en el frente que en la parte posterior: los departamentos varían desde veintitrés hasta diez pies; y al costado del norte, del segundo piso, presenta un cierto rasgo tan curioso como inexplicable. Llámase a esto la casa cerrada: tiene diez puertas, todas las cuales se hallan cerradas por la parte interior con piedras y mezcla. Lo mismo que el pozo de Xkooch, tiene este edificio en Nohcacab una reputación misteriosa, y todos creen que encierra algún oculto tesoro. Y era en verdad tan profunda esta creencia, que el alcalde segundo, que jamás había visitado estas ruinas, resolvió aprovecharse de la ocasión de nuestra presencia en ellas; y, conforme a lo que convinimos en el pueblo, vino a ayudarnos con barretas para romper el edificio cerrado y descubrir el precioso depósito. La primera ojeada de esta construcción nos produjo el deseo de hacer la tentativa; pero, mejor examinado, hallamos que ya los indios nos habían precedido en la obra. Enfrente de algunas puertas había varios montones de piedras que ellos extrajeron, y bajo de los dinteles se veían unos agujeros, a través de los cuales pudimos echar una mirada al interior: nos encontramos entonces con piezas amuralladas y techadas lo mismo que todas las demás, pero henchidas de sólidas masas de piedra y mezcla, si no fuese únicamente la pequeña parte que habían excavado los indios. Por todo eran diez estos departamentos, con doscientos veinte pies de largo y diez de profundidad, que, hallándose así henchidos, hacían de todo el edificio una masa sólida. Lo más extraño de esto era que el henchimiento de esas piezas debió de haber sido simultáneo con la construcción de los edificios, porque era imposible que los constructores hubiesen entrado por las puertas para rellenar el interior hasta el techo. Debieron haberse construido, pues, de la misma manera con que se construye una pared, y la techumbre debió de haberse cerrado sobre la masa sólida. Cuál haya sido la razón de haber construido de esa manera tan singular, muy difícil sería decirlo hoy, a menos que se considerase aquella sólida y compacta construcción como necesaria para soportar la terraza superior y el edificio que se halla encima; aunque si tal fue el objeto, parecía mejor y más fácil, que de una vez se hubiese construido una estructura sólida, sin división ninguna de piezas o departamentos. La parte superior de este edificio presentaba una vista magnífica, no de una llanura, sino de bosques ondulosos. Hacia el noroeste, coronando la colina más alta, había un elevado montículo cubierto de arboleda, que a nuestra práctica vista nos indicó la presencia de un edificio, existente todavía o en ruinas. Todo el espacio intermedio era un bosque espacioso, que los indios afirmaban ser inaccesible; sin embargo, elegí tres de los mejores y más fuertes, y les dije que era preciso que llegásemos hasta allí; pero ellos no sabían realmente cómo hacer una tentativa semejante, y emprendieron una continuación del camino que nos había conducido a las ruinas, y que nos alejaba del montículo, en vez de acercarnos a él. En el camino encontramos otro indio, que volvió con nosotros, y a corta distancia abrió un sendero a través del bosque, que llevaba a una vereda, siguiendo la cual por algún trecho volvió a practicar un nuevo sendero, que nos condujo a pie de una colina rocallosa cubierta del gigantesco maguey, o agave americana, que con sus erizadas puntas hería y destrozaba cuanto se le acercaba. Subiendo a esta colina con mil dificultades y trabajos, llegamos al muro de una terraza, a la cual subimos hasta que nos encontramos al pie del edificio. Estaba arruinadísimo y no recompensó nuestro trabajo; pero sobre la puerta había una cabeza esculpida con un rostro de muy buena expresión y bien hecho. En uno de los departamentos había una elevada proyección que corría a lo largo de la muralla; en otro, se elevaba una plataforma de cerca de un pie de altura, y en las paredes de este departamento se hallaban las impresiones de la mano roja. Desde la puerta de entrada se obtenía una extensa vista de las florestas circunvecinas, que por su frondosidad y verdura debían haber engendrado una sensación de alegría y que, sin embargo, por su desolación y silencio producían más bien un sentimiento melancólico. Sólo había un claro en toda aquella áspera floresta, y ése era el que habíamos hecho para despejar la casa grande, en cuya parte superior se distinguían las figuras de unos pocos indios ocupados aún en despejar aquella parte. Enfrente de la casa grande, y como a distancia de quinientas yardas, visible igualmente desde arriba, hay otra estructura del todo diversa de cuantas hasta allí habíamos visto, más extraña e inexplicable y que tenía desde lejos la apariencia de una de las factorías o fábricas de la Nueva Inglaterra. Este edificio se encuentra sobre una terraza, y pueden considerarse como dos construcciones separadas, colocada la una sobre la otra. La inferior, en su conjunto y carácter, se parece a todo el resto. Tiene cuarenta pies de frente, es baja, de techo plano y en el centro hay un pasadizo cubierto en forma de arco, que corre a través del edificio. El frente ha caído y el conjunto se encuentra tan arruinado, que apenas puede distinguirse el pasadizo. A lo largo de la parte central del techo, sin apoyo ninguno e independiente de todas las demás construcciones, se eleva una pared perpendicular hasta la altura como de treinta pies. Es de piedra, de un espesor de dos pies y tiene a través varias aberturas oblongas, como de cuatro pies de largo y seis pulgadas de ancho, en figura de pequeñas ventanas. Se conoce que estuvo dada de estuco, pero éste ha caído ya, dejando en su lugar y a la vista una superficie de mezcla y piedra áspera. En la otra cara se ven fragmentos de adornos y figuras de estuco. Una de esas figuras representa a un indio en actitud de matar una culebra, de cuyo reptil abundan los bosques de Yucatán. Desde que comenzamos nuestra exploración de las ruinas de América jamás habíamos encontrado una cosa más inexplicable que esta gran pared perpendicular y aislada; y no parece sino que se construyó expresamente para confundir a la posteridad. Éstos eran los únicos edificios que, en aquellas cercanías, habían sobrevivido a la obra de destrucción de los elementos; pero, haciendo mis investigaciones entre los indios, uno de ellos se propuso guiarme hacia otro edificio que, según dijo, se encontraba todavía en buen estado de conservación. Dirigímonos hacia el suroeste de la casa grande, y a una distancia como de una milla, cuyo trecho estaba también desolado y cubierto de espesuras, llegamos a una terraza de un área superior, con mucho, a la de todas cuantas allí habíamos visto en el país. Cruzámosla de norte a sur, y en esta dirección me parece que debía de tener mil quinientos pies de largo, y probablemente tendría otro tanto por la otra dirección (de este a oeste); pero estaba demasiado escabrosa, destruida y cubierta de espesa arboleda, para que pudiésemos medirla. Sobre esta plataforma estaba el edificio del que el indio nos había hablado: despejolo, como mejor supo, y al día siguiente Mr. Catherwood sacó el correspondiente diseño. Mide ciento diecisiete pies de frente sobre ochenta y cuatro de fondo y contiene dieciséis departamentos, de los cuales los del frente, que son cinco, están bien conservados. El del centro tiene tres puertas: mide veintisiete pies y seis pulgadas de largo, apenas sobre siete pies seis pulgadas de ancho, y comunica por una sola puerta con la pieza posterior, que es de dieciocho pies de largo, y cinco pies y seis pulgadas sobre la que tiene delante, y súbese a ella por medio de escalones. En el fondo de la pieza del frente, a una elevación como la del umbral de la puerta, corre una línea de treinta y ocho pequeñas columnas embebidas en la pared. En varios sitios la gran plataforma está cubierta de escombros y ruinas, y probablemente yacen sepultados en los bosques otros edificios; pero, faltos de guías y de cualquiera otra indicación, era inútil que intentáramos descubrirlos. Tales son, hasta donde nos fue posible descubrir, las ruinas de Zayí, cuyo nombre, hasta el tiempo de nuestra visita, jamás se había usado entre los hombres civilizados, y que probablemente estaría hasta hoy desconocido en la capital de Yucatán, si no hubiese sido por la notoriedad puesta en conexión con nuestros movimientos. Las primeras noticias que de ellas tuvimos debímoslas al cura Carrillo, quien, con ocasión de la única visita que hizo a esta parte de su feligresía, permaneció una gran parte de su tiempo entre ellas. Era extraño y casi increíble que, en presencia de tan extraordinarios monumentos, jamás fijasen los indios sobre ellos ni siquiera un pensamiento pasajero. El gran nombre de Moctezuma, que ha pasado mucho más allá, hasta los indios de Honduras, jamás había llegado a sus oídos; y a cuantas preguntas les dirigíamos, sólo nos respondían con el soporífero ¿Quién sabe? con que nos respondieron por primera vez junto a las ruinas de Copán. Tienen los mismos sentimientos supersticiosos que los indios de Uxmal; están en la creencia de que los edificios antiguos se hallan habitados misteriosamente, y, lo mismo que en la región remota de Santa Cruz del Quiché, en el viernes santo de cada año se oye brotar de las ruinas el sonido armonioso de una música. Una sola cosa relativa a la antigua ciudad les interesaba sobre todo, y era la existencia de un pozo que suponían debió haber existido allí. Sospechaban que en alguna parte oculta de estas ruinas, cubierta de maleza y perdida, existía la fuente de donde se proveían de agua los antiguos habitantes; y creyendo que con el auxilio de nuestros instrumentos podría descubrirse el sitio en que estuvo, se nos brindaron a echar abajo todos los árboles que cubrían la región ocupada por las ruinas.