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La vieja torre del cementerio de Nuenen será una de las imágenes más representadas por Van Gogh durante los años pasados en la casa paterna, enlazando con las paisajes ejecutados durante su estancia en La Haya en compañía de su tío Anton Mauve y de Anton van Rappard. Nos encontramos ante una escena tomada directamente del natural en la que el color oscuro tiene un importante papel, dominando las tonalidades pardas en la zona terrestre frente a la claridad del cielo donde destaca el blanco. La aplicación del color ha sido ejecutada de manera rápida y empastada, interesándose Vincent en mostrar una impresión realista de la realidad que le rodea. Unas diminutas figurillas acompañan al inmenso edificio ya que en aquel momento el maestro consideraba que las figuras eran elementos imprescindibles en el paisaje. Resulta curioso comparar estas obras tan oscuras frente a las escenas pintadas en Arles algunos años más tarde como el Puente de Langlois o La casa amarilla.
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La vieja torre del cementerio de Nuenen será uno de los lugares emblemáticos en la producción de Vincent en estos primeros años. Su aspecto cúbico y sus poderosos contrafuertes protagonizan numerosos trabajos del periodo formativo de Van Gogh en la casa familiar, de la que pronto marchará rumbo a París, vía Amberes. El fallecimiento del padre en el mes de marzo de 1885 - aunque muy sentido por el pintor - le da alas para poder abandonar Nuenen; esa alegría contenida se pone de manifiesto en los paisajes ejecutados en la primavera de ese año donde las luces del atardecer serán las auténticas estrellas como observamos en Paisaje a la puesta de sol o esta imagen que contemplamos. Las últimas luces impactan en la mole arquitectónica, creando un atractivo contraste de claroscuro. La baja línea del horizonte le permite presentar un amplio espacio celeste acompañado de nubes blanquecinas con las que obtiene una agradable sensación de movimiento. Los cuervos vuelven a hacer acto de presencia como también encontramos en Trigal con cuervos, una de sus últimas obras. Más que una premonición, esos animales están presentes como elementos de la naturaleza que Vincent presenta en su plenitud.
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Durante el invierno de 1884-1885 Van Gogh se sentirá intensamente atraído por la nieve, llevándola a sus lienzos como observamos en la Vieja estación de Eindhoven, el Jardín parroquial de Nuenen o esta vista de la vieja torre del cementerio, una de las siluetas más características del pueblo recogida en numerosas obras por los pinceles del artista. Vincent saca el caballete a la calle, a pesar de las bajas temperaturas, y nos transmite su impresión del paisaje, en sintonía con los maestros de la Escuela de La Haya con los que se inició. El color blanco tiene un importante papel en la composición, contrastando con la oscuridad de la piedra o el gris del cielo, mientras que en primer plano apreciamos unas sombras coloreadas que sitúan al pintor en la órbita del Impresionismo. La pincelada es habitual en los trabajos de Van Gogh, tendiendo al empastamiento y a la ausencia de detalles.
monumento
En la meseta superior del Cerro de San Cristóbal, en el lado oeste del recinto amurallado, se alza, majestuosa, la Torre del Homenaje. Don Lorenzo Sánchez de Figueroa, maestre de la Orden de Santiago, será el promotor de esta atalaya. Se trata de una torre albarrana que se separa del recinto del alcázar por un estrecho pasillo. Su construcción obedece al deseo de fortalecer la zona menos segura del recinto amurallado, al ser la de más fácil acceso así como la más cercana a la puerta principal. La torre presenta planta cuadrada, con 13 metros en cada uno de sus lados y 26 de altura. Si bien la parte inferior es maciza, a media altura se encuentra la cámara de palacio, un espacio cubierto con una magnífica bóveda de crucería octogonal.
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En el centro de la villa cántabra de Potes se alza la Torre del Infantado, edificio de cuatro cuerpos y azotea, coronado por una cornisa de modillones que originalmente sujetaba una barbacana rematada con almenas.
monumento
En el centro de la villa cántabra de Potes se alza la Torre del Infantado, edificio de cuatro cuerpos y azotea, coronado por una cornisa de modillones que originalmente sujetaba una barbacana rematada con almenas. En cada una de las esquinas conserva cuatro pequeñas torres cúbicas almenadas. Una larga escalinata nos lleva al edificio al que se accede por un arco apuntado sobre el que se ubica un balcón corrido con ventanales enmarcados con alfices. En los muros de la torre se abren vanos con ventanillas de arcos escarzanos. La edificación está realizada con mampostería, excepto en las esquinas y los vanos.