Desde comienzos del siglo II a.C., las nuevas dimensiones de las propiedades agrícolas y el nacimiento del latifundio fueron favoreciendo el empleo de esclavos en vez de trabajadores libres. Los primeros no estaban sujetos al servicio militar, podían dedicarse totalmente al cultivo de los campos y estaban sujetos a una rígida disciplina. La oligarquía y el propio gobierno no habían considerado los riesgos o los aspectos negativos que esta ocupación masiva de esclavos podía suponer. Las primeras revueltas de esclavos se produjeron después de la segunda Guerra Púnica, el 198 a.C. en la colonia latina de Setia, el 196 en Etruria y pocos años después (185 a.C.) en Apulia. Pero el gobierno romano no concedió mucha importancia a tales movimientos y se limitó a sofocarlos con la dureza habitual. Sin embargo, los riesgos inherentes al sistema esclavista se hicieron patentes años más tarde cuando tuvieron lugar las grandes rebeliones de esclavos: las de Sicilia, del 136 y la del 104 y, sobre todo, la de Espartaco del 71 a.C. Si bien las causas generales que motivaron las explosiones de violencia a las que tales revueltas condujeron fueron más o menos las mismas y los medios utilizados idénticos, los objetivos fueron diversos en el caso de Espartaco tal vez por el carácter más autónomo de la revuelta, por ser la propia Italia su escenario y por los interrogantes que el aplastamiento de la misma, antes de lograr salir de Italia, ha dejado sin resolver. Más peculiar es la revuelta de Aristónico, que se produjo en el 133 a.C. en Pérgamo y que asumió el carácter de una guerra dinástica. Éste, que se proclamaba hijo ilegítimo de Eumenes II, se levantó contra la decisión de Atalo III por la que legaba su reino al pueblo romano. Aunque las fuentes nos informan de que le apoyaban multitud de esclavos y de pobres a los que, por influencia de la ideología estoica del filósofo Blosio de Cumas, prometía una sociedad de ciudadanos del sol (es de suponer que más igualitaria), también contó con el apoyo de sectores vinculados a la realeza. Si bien el componente económico-social de la revuelta es evidente, lo cierto es que el objetivo principal debió de ser la pervivencia del propio reino, el rechazo social a ser donado a Roma y, en definitiva, la defensa de su independencia. Razones por las cuales no puede ser considerado con seguridad como una revuelta propiamente servil.
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La primera gran revuelta servil tuvo como escenario Sicilia, donde Roma había propiciado desde la provincialización de la isla el latifundio dedicado al monocultivo cerealístico, en manos de indígenas y después también de romanos e itálicos. Esta situación había favorecido un enorme empleo de esclavos de procedencias diversas, pero especialmente orientales. Los iniciadores fueron los esclavos de un latifundista llamado Damófilo, de la ciudad de Enna, donde estalló la revuelta. Los malos tratos a los que estaban sometidos quedan patentes en el relato de Diodoro Sículo sobre este asunto. Nos dice que Damófilo poseía enormes propiedades con numerosos esclavos a los que trataba atrozmente, marcándolos con hierros candentes, encadenándolos en las ergástulas, torturándolos sin motivo y negándoles la ropa y el sustento. A este respecto, añade que les incitaba a que ellos mismos se lo proporcionasen mediante el robo, práctica que debió estar bastante extendida. Se sabe de la actuación de bandas de esclavos-pastores que se entregaban al latrocinio y la violencia con la connivencia o bajo la inducción de sus amos, cuyo poder servía para frenar las intervenciones de los magistrados romanos. La sublevación se extendió rápidamente en la zona oriental de Sicilia y fue Euno quien tomó la dirección de la misma. Era éste un esclavo sirio cuyo dueño, Antígenes, era otro latifundista de Enna. Pronto el conflicto amplió su base de acción, al sumarse a los seguidores de Euno otro levantamiento de esclavos acaecido en la región de Agrigento y capitaneado por un esclavo cilicio llamado Cleón. A finales del 135 a.C. los esclavos dirigidos por Euno eran unos 200.000. Éstos habían logrado derrotar en el mismo año al pretor L. Placio Ipseo y, posteriormente, al ejército comandado por el cónsul Cayo Fulvio Flaco. En el 133 a.C. el nuevo cónsul, L. Calpurnio Pisón, logró reducir la ciudad de Morgantina. Fue el cónsul del 132, Publio Rupilio, quien puso fin a la revuelta reconquistando Tauromenio y tomando Enna, la capital de Euno. Terminadas las operaciones, Rupilio continuó en la isla donde actuó como procónsul en el 131. Procedió durante su mandato a adoptar una serie de medidas tendentes a evitar nuevas revueltas, entre ellas la promulgación de la Lex Rupilia, cuyo efecto debió de ser casi nulo. Euno es descrito por Diodoro como un mago. Sin duda el rodearse de un carácter sagrado -mantenía comunicación con la diosa siria Atargatis- y taumatúrgico -tenía la habilidad de expulsar fuego por la boca- era un elemento que infundía fe a sus seguidores y, al mismo tiempo, le dotaba de autoridad sobre ellos. Euno se proclamó rey con el nombre de Antíoco e instaló la capital en Enna. Su reino se regía por el modelo de las monarquías helenísticas. Se rodeó de un consejo integrado por los esclavos más preparados y llamó sirios a sus seguidores. Llegó incluso a acuñar moneda en la que aparecía representada la diosa Deméter, que era especialmente venerada en Enna y por tanto con mayor influencia entre sus nuevos súbditos que la suya propia, Atargatis. La segunda guerra civil siciliana fue simultánea a otras revueltas menores acaecidas en Capua, Nuceria y la propia Sicilia, como la revuelta capitaneada por Vario de un grupo de esclavos de una misma propiedad y que fue reducida en poco tiempo. Pero la insurrección más importante, la dirigida por Salvio en el 104 a.C., parece que se debió -como causa directa- a la negativa de las autoridades romanas de la isla a reconocer la ilegitimidad de la condición de esclavo de los provinciales y/o aliados capturados en razzias. Diodoro refiere un hecho concreto de esta situación, que suponía la reducción a la esclavitud de libres aliados en Sicilia. Dice Diodoro que cuando Mario pidió ayuda militar al rey de Bitinia, Nicomedes II Epífanes, éste se negó a concedérsela arguyendo el gran número de bitinios que se encontraban reducidos a esclavitud en las provincias romanas, por causa de los recaudadores de impuestos de Roma. Puesto que no había recaudadores de impuestos en Bitinia, parece claro que éstos habrían sido hechos prisioneros en razzias, tal vez debidas a piratas. En tal caso, serían los publicanos de la provincia romana de Asia quienes los redistribuirían a otros lagares. El Senado romano decretó la liberación de los aliados que hubieran sido reducidos a esclavitud. El gobernador de Sicilia, Licinio Nerva, procedió a la liberación de éstos en cumplimiento del decreto, pero la presión de los grandes propietarios que se oponían a este procedimiento, junto con los sobornos o amenazas, decidió a Nerva a paralizar las liberaciones. Los esclavos rechazados fueron quienes encendieron la llama de la rebelión. Tras la suspensión anunciada por el gobernador, abandonaron Siracusa y se refugiaron en el santuario de Palicos, donde se organizó la revuelta situando al frente de la misma a Salvio, de origen desconocido, aunque su nombre sea latino. A este foco rebelde se unió poco después un nuevo contingente de esclavos sublevados en la zona de Heraclea Minoe, a cuyo frente estaba el cilicio Atenión. Éstos habían logrado vencer a Marco Titinio, encargado por el gobernador de reprimir la revuelta. Es ilustrativo de la diferencia existente entre los esclavos domésticos y los destinados al campo, el hecho de que los esclavos de la ciudad de Morgantina -a la que Salvio intentó someter- se negaron a sumarse a la sublevación pese a que la incorporación a la misma les hubiese supuesto la libertad. Salvio se proclamó, al igual que Euno anteriormente, rey con el sobrenombre de Trifón. Estableció la capital en Triocala. En el 103 el ejército romano, al frente de L. Licinio Lúculo, se enfrentó en Escirtea a más de 40.000 esclavos comandados por Salvio-Trifón. Éstos fueron derrotados y Salvio murió en combate, pero los supervivientes se refugiaron en Triocala, ciudad a la que Lúculo inicialmente sitió y, sorpresivamente, abandonó poco después. Atenion sucedió en el mando a Salvio y condujo la última fase de las operaciones, que culminaron con la derrota frente al ejército romano al mando del cónsul M. Aquilio, en el año 101 a.C.
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Durante la segunda mitad del siglo XIII, al finalizar el impulso expansivo, resurgen los problemas que las campañas militares habían enmascarado. Alfonso X de Castilla, Alfonso III de Portugal, Jaime I de Aragón y sus sucesores tienen que hacer frente a continuas revueltas nobiliarias en las que se ven implicados miembros de las familias reinantes, que actúan como jefes naturales de los nobles en la lucha por el poder que les enfrenta a la monarquía. Las causas de las revueltas son complejas y no es posible determinar exactamente cuál precede en orden cronológico o de importancia a las restantes. La introducción del Derecho Romano en Occidente disminuyó las atribuciones y privilegios de la nobleza al reforzar la posición y autoridad del monarca, y la debilidad política de los nobles va acompañada de una pérdida de importancia militar, económica y social. La caballería, pesada y con pocas posibilidades de maniobra, pierde importancia ante la infantería; las huestes feudales, nobiliarias, dejan de ser el grupo militar exclusivo y, por otra parte, el aumento de la circulación monetaria permite contratar y utilizar soldados mercenarios profesionales de la guerra. Económica y socialmente, la nobleza vio amenazada su posición privilegiada por el ascenso de mercaderes y juristas: el desarrollo del comercio favoreció inicialmente a los nobles propietarios de tierras al conseguir mejores precios por los productos agrícolas, pero la mayoría de las tierras estaba arrendada mediante contratos a largo plazo que impedían actualizar los ingresos de la nobleza, y en ningún caso el alza de los productos agrícolas fue equiparable a la de los artículos manufacturados, cuya venta enriqueció a los mercaderes y los situó económicamente por encima de los nobles. Los juristas, convertidos en funcionarios de la monarquía, adquirieron un gran prestigio social y, en ocasiones, importantes riquezas a través de los cargos que desempeñaban y, para mantener su preeminencia sobre los mercaderes y oponerse a los juristas, la nobleza recurrió a la revuelta y a la guerra para ampliar sus dominios y posesiones en el interior de los reinos, adquirir nuevas tierras en el exterior y forzar al rey a limitar la influencia de los juristas, a reducir su autoridad. Problemas europeos y sublevaciones nobiliarias internas se condicionan mutuamente en los últimos años del reinado de Alfonso X y de Jaime I. Los matrimonios de Fernando III con Beatriz de Suabia y de Jaime con Violante de Hungría obedecieron, sin duda, al deseo de los pontífices de evitar los problemas de parentesco que habían llevado a anular numerosos enlaces de reyes y príncipes peninsulares; pero ambos matrimonios tendrán efectos contrarios a los intereses de Roma. El hijo de Beatriz, Alfonso X, será aceptado a la muerte de Federico II como emperador de Alemania por una parte de los electores y por algunas ciudades italianas opuestas a la política pontificia, que ven en el monarca castellano la posibilidad de imponerse a Roma. Las pretensiones imperiales de Alfonso sólo sirvieron para empobrecer al reino y para obligar al monarca a aceptar las exigencias nobiliarias. Si el matrimonio de Fernando determinó la política exterior de Castilla e indirectamente la interior, la unión de Jaime y Violante de Hungría repercutió gravemente sobre la situación interna de Aragón y condicionó la expansión mediterránea de la Corona. Para dotar a los hijos de este matrimonio, Jaime redacta diversos testamentos en los que separa Valencia y Mallorca e incluso Aragón y Cataluña, provocando así el malestar de la nobleza aragonesa, cuya oposición influye en la política mediterránea al negar su apoyo a Pedro el Grande cuando éste ocupa Sicilia contra la voluntad del Papa. Al morir Federico II, Roma separó los dominios alemanes de los italianos y cedió los segundos a Carlos de Anjou, señor de Provenza gracias al apoyo de los papas y de los cruzados de Simón de Montfort; con la cesión de Sicilia al enemigo tradicional de los aragoneses, Roma ponía en peligro el comercio catalán con el Norte de África, y frente a los Anjou y frente al Pontífice, Pedro el Grande, actuando en nombre de su esposa Constanza de Sicilia, ocupará la isla en 1282. Por caminos distintos, Castilla y Aragón entraban en la política europea e intentaban, con diferente resultado, convertirse en herederos de los emperadores alemanes: Alfonso X en Alemania y Pedro el Grande en Sicilia.
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Los estallidos de protesta y las rebeliones populares fueron un fenómeno frecuente en el siglo XVI europeo. Las tensiones sociales latentes desembocaron en sublevaciones abiertas en los momentos en los que los factores de conflictividad alcanzaron un alto grado de condensación y se añadieron a ellos precipitantes coyunturales. El cuadro de las alteraciones populares de la época ofrece la posibilidad de distinguir entre revueltas urbanas y campesinas, aunque en la práctica ambos fenómenos aparecen frecuentemente relacionados entre sí, por lo que apenas existieron movimientos completamente puros. Sobre un fondo general de profundas diferencias sociales, las causas detonantes más frecuentes de las revueltas eran los abusos señoriales, la presión fiscal y las carestías. La dureza y arbitrariedad del régimen feudal provocó a principios del siglo la revuelta de los campesinos húngaros (1514), aplastada por el gobernador de Transilvania, Juan Zapolya. Teñida de un discurso religioso radical, estalló en Alemania, pocos años después de la ruptura de Lutero con Roma, la guerra de los campesinos (1525), cuyos más destacados líderes fueron Sebastián Lotzer y Tomás Muntzer. Esta revuelta se extendió por toda Alemania, Austria, Suiza, Borgoña y el Franco Condado. Sus dimensiones llegaron a asustar al mismo Lutero, quien la condenó enérgicamente. La propia revolución de las Comunidades de Castilla (1519), que tuvo un carácter fundamentalmente urbano y estuvo originada en el descontento nacionalista de la mesocracia ciudadana frente al imperialismo de Carlos V, tuvo también un serio componente campesino antiseñorial, ilustrando las dificultades de catalogar de forma simple los conflictos y la complejidad de los mismos. Por su parte, la "Pilgrimage of Grace" de Lincolshire y Yorkshire (1536), que comenzó como levantamiento antifiscal, evolucionó hacia un movimiento regionalista procatólico contrario al reformismo anglicano. La mala coyuntura agraria de fines del siglo XVI provocó también revueltas campesinas, como la de Finlandia de 1596 y la inglesa de las "Midlands" del mismo año. Unos años antes, en 1593, estalló en el Limousin francés la sublevación de los "Croquants", de origen campesino, aunque luego se extendió a los trabajadores urbanos. En el origen de esta gran rebelión coincidieron el hambre, el malestar antifiscal y los efectos perniciosos de la guerra sobre la población. En las ciudades, la escasez de alimentos y la protesta contra los impuestos constituyeron los principales precipitantes de los levantamientos populares, causados también por tensiones sociales previas y mezclados en ocasiones con problemas religiosos. Como ejemplos de violencia social urbana pueden citarse la "Grande Rebeyne" de Lyon (1529), cuyo origen fue la carestía de las subsistencias, y la revuelta de Gante (1540), levantamiento antifiscal que se erigió en defensor de los privilegios tradicionales. El hambre fue también la causa de un levantamiento popular en Nápoles en 1585, al que siguió una brutal represión. Las guerras de religión en Francia provocaron una gran sublevación en París el 12 de mayo de 1588 (el día de las barricadas), que dejó a la ciudad en un estado de anarquía. Las revueltas populares fueron a menudo atizadas por elementos de las clases medias y altas. Ello solía ocurrir cuando se instrumentalizaban contra el Estado, contemplado como elemento abstracto que irrumpía en el modo tradicional de organización socio-política actuando como agente de exacción fiscal. Por ello, con cierta frecuencia, la revuelta venía acompañada de la añoranza de un modelo idealizado de buena administración situado en épocas anteriores. Los levantamientos sociales se dotaron por lo general de una organización espontánea y actuaron por objetivos concretos a corto plazo, aunque a veces esgrimieron un discurso radical que amenazaba con la subversión del orden social. Fue precisamente el miedo a la subversión lo que obligó a las clases dominantes a cerrar filas y a hacer causa común en la represión de la protesta popular. La represión se revistió en ocasiones de un carácter violento, pero en otras muchas el perdón real, que potenciaba una imagen de la autoridad monárquica como justa y paternal, fue el camino elegido por el poder para poner el punto y final a la sublevación. Si la revuelta representó la manifestación colectiva de la tensión social, el bandidismo constituyó un conducto de escape individual para la misma. La delincuencia formó parte de la conflictividad social de los siglos modernos, y como tal debe ser analizada. El bandidaje surgió de las mismas condiciones de descontento que propiciaron otros fenómenos de violencia social. Las áreas en que las actividades de los bandoleros fueron más frecuentes fueron lógicamente aquellas a las que los instrumentos estatales de represión llegaban con mayor dificultad, es decir, las más inaccesibles. Por ello se trató de un fenómeno típicamente rural. Los Pirineos y el Macizo Central francés fueron, por ejemplo, activos centros de bandidaje en el siglo XVI. En esta época hubo dos tipos de bandolerismo bien diferenciados. Por una parte, el bandolerismo aristocrático puede entenderse como una reacción frente al poder protagonizada por nobles mal adaptados a las nuevas condiciones políticas. En este sentido escribe Kamen que los aristócratas que acaudillaban bandas de salteadores no hacían sino volver a plantear un reto puramente feudal al Estado. Por otra parte, el bandolerismo popular era una consecuencia de la miseria y de las duras condiciones de existencia de los grupos sociales menos favorecidos. Es por ello por lo que la intensificación de los episodios de bandidaje solía coincidir con los momentos más duros de crisis económica, apareciendo en ocasiones en estrecha relación con períodos de alteraciones campesinas.
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De todos modos, los acuerdos diplomáticos no consiguieron aplacar los movimientos populares que habían desembocado en gobiernos populares, bajo el patrocinio piamontés, en diversos lugares de la Italia central. En agosto fueron elegidas asambleas en Toscana y Modena, que destronaron a sus príncipes y votaron por la anexión a Piamonte. Lo mismo ocurrió en Parma y Romaña durante la primera quincena de septiembre. Aunque Piamonte manifestó cautela, antes de aceptar estas demandas, las cuatro provincias constituyeron una liga militar que trataron de poner bajo el mando de Garibaldi, aunque ello provocase el recelo de los sectores más moderados, que temían el revitalizamiento de la influencia de un Mazzini que seguía tratando de implantar la república unitaria. A comienzos de noviembre se nombró un regente para esas provincias, el príncipe de Saboya-Carignano, que era sobrino del rey Víctor Manuel. Todo respondía a una coyuntura internacional delicada en la que nada se podía hacer sin el consentimiento de Napoleón III, que sugirió la convocatoria de un congreso europeo para resolver los problemas de la Italia central y que, desde finales de ese mismo 1859, venía prodigando las señales de apoyo a la causa italiana. Por una parte, había hecho publicar un folleto (Le Pape et le Congrès) en el qué abandonaba definitivamente las posiciones neogüelfas y recomendaba al Papa el abandono de las Legaciones y las Marcas. "Mientras más pequeño sea el territorio -era una de las afirmaciones allí contenidas-, más grande será el soberano". Por otra parte, parecía decidido a desligarse del apoyo católico, como parecía demostrar la destitución del ministro de Asuntos Exteriores, el católico conde Walewski. También el Reino Unido veía con simpatía el desarrollo de la causa unificadora, ya que suponía la consolidación de un Estado liberal frente a lo que la opinión pública inglesa calificaba de tendencias absolutistas del catolicismo papista. El cambio de coyuntura convenció a Cavour para retornar a la presidencia del Consejo y activar las demandas de unificación en las provincias centrales. Los plebiscitos celebrados los días 11 y 12 de marzo, a través de un sufragio universal fuertemente mediatizado por las autoridades piamontesas, dieron abrumadoras mayorías a los partidarios de la unificación y Piamonte acordó por decreto la incorporación de las cuatro provincias a finales de ese mismo mes. Previamente, Piamonte había acordado la cesión de Niza y Saboya, de acuerdo con las previsiones hechas en el tratado de enero de 1859. La cesión fue dada a conocer el día primero de abril y ratificada por plebiscitos que se celebraron unas semanas después.
obra
El reino de los Kuba estaba situado en las zonas de Mweka y norte de Ilebo, en la Región de Kasai Occidental, actual República Democrática del Congo. Hacia el año 1600, un jefe de la etnia bushoong llamado Shyaam -que había emigrado desde el oeste- estableció allí un nuevo reino. A lo largo de la centuria siguiente sus sucesores extendieron el reino, adoptando numerosos nuevos cultivos como maíz, yuca, cacahuete, patata dulce, pimiento y tabaco que trajeron desde América los comerciantes de esclavos europeos. El crecimiento económico permitió a su vez el desarrollo de las actividades artísticas y la artesanía. A medida que aumentaba la productividad y diversidad de la producción agrícola se iban creando nuevos oficios y una mayor especialización en el arte y la artesanía. Al mismo tiempo, el crecimiento económico permitió el nacimiento de una élite adinerada que podían patrocinar el arte decorativo. Los reyes, aristócratas y burócratas se convirtieron en consumidores de arte y patrocinadores de artistas y artesanos. A mitad del siglo XIX el reino Kuba había alcanzado su punto más alto de desarrollo. A partir de la llegada de los europeos en 1884, los Kuba fueron quedando relativamente aislados. El fundador de la tradición de hacer estatuas en recuerdo de los reyes fue el rey Shamba Bolongo que gobernó en el siglo XVII y que permaneció en la memoria de su pueblo como filósofo y estratega militar. A partir de entonces se hicieron estatuas de todos los reyes. Durante la coronación de cada rey, la estatua del monarca muerto presidía la ceremonia.
Personaje
Político
Los documentos identifican a este monarca como el primer rey egipcio, desconociéndose su nombre. Los especialistas consideran que sería el artífice de una primera unificación de las dos coronas: la blanca del Alto Egipto y la roja del Bajo Egipto, considerando esta división con relación al curso del Nilo. La referencia documental existente es una cabeza de maza realizada en caliza con tres registros de la que se deduce la tentativa de unificación merced a una victoria de los territorios del sur sobre los del delta y la consiguiente organización del país, aunque el llamado Rey Escorpión sólo lleva la corona blanca. Su sucesor sería Narmer.